Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Escatología

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 4

Escatología

 
En su tiempo ni la patrística, ni la escolástica dispusieron de un término único para referirse
a las realidades vinculadas a la consumación del mundo, y fue necesario aguardar hasta los
siglos XIX y XX para que en la dogmática cristiana se normalizara, sin embargo, se dieron
algunos rechazos. La introducción de esta expresión en el vocabulario teológico arrastró
tras de sí una importante ampliación en lo concerniente a los contenidos. Incorporó un
nuevo sentido y contenido: la aparición de Dios en el mundo constituye el acontecimiento
decisivo que imprime a la historia su orientación definitiva.
 
El fundamento del uso de este término es Eclo. 7,36: “En todas tus acciones acuérdate del
fin y nunca pecarás”. Condujo a que durante mucho tiempo se designará a esta parte de la
teología: Tratado de los novísimos o de las postrimerías, que corresponde con las cosas
últimas, y aunque el sentido original del texto fuera más bien el de un consejo de sabiduría
humana para el tiempo presente, se aplicará a los tratados teológicos que se ocupaban del
fin de la existencia del ser humano y del mundo, así como a los problemas concretos en
relación a dicho fin (muerte, juicio, infierno, gloria). La mayor objeción ante este tipo de
reflexión es que provoca que los novísimos dejen de ser lo que son: novísimos, es decir,
últimas formas de ser de algo que tuvo comienzo y ahora es historia. Tal comprensión
arrastra como corolario un determinado concepto de revelación. Ésta es pensada como
desvela miento del porvenir, en lugar de verla como la profundidad que encierra el presente
y vislumbra el futuro que lleva en las entrañas.
 
La segunda gran objeción, es que esta visión de lo último aísla la esperanza con la que han
de ser conocidas y anheladas, paralizan esa inclinación propia de la existencia cristiana
hacia el fin, confiando que será lo que la fe y el amor auguran de él. Frente a esta
escatología habrá que decir, más bien, que la escatología es algo cambiante que implica un
dinamismo. El éschaton es nuestro conocimiento y acercamiento a él por ello, lo
escatológico no se refiere a los sucesos del fin de los tiempos sino expresa una relación, una
expectación referida a ellos.
 
La creación de los términos “escatología” y “escatológico” ha permitido utilizarlos como
categorías teológicas generales. De ahí que la escatología no pueda ser pensada ya sólo
como un tratado particular más dentro de una dogmática, sino como una dimensión
constitutiva de la fe y de la teología, y un principio estructurante de la revelación y de la
existencia cristiana. El uso del término escatología, en la teología cristiana, es el resultado
de una reelaboración de la teología de la esperanza, con la que la fe nos invita a mirar el
destino final propio y de la humanidad. Este destino no es un final estático, sino una
consumación, ya incoada en el mundo y en la historia por Cristo. La esperanza cristiana
mira hacia la plenitud última de la historia individual, social y universal, pero sin olvidar
que el presente y futuro intramundano de nuestra tierra y de la comunidad humana es un
momento decisivo de dicha esperanza en una consumación definitiva.
 
El estudio de Rahner, “Principios teológicos de la hermenéutica de las declaraciones
escatológicas” será a partir de este momento y hasta la actualidad un punto de referencia
para todo acercamiento a la cuestión de lo escatológico. Rahner acuñara la expresión
“hombre entero” para tratar de clarificar cuál sería el ámbito propio de las afirmaciones
escatológicas. Se refiere en primer lugar, al ser humano en su unidad: espíritu personal, ser
corporal, pero también al ser humano considerado simultáneamente en su individualidad y
en su dimensión colectiva, en tanto miembro de la humanidad. Alerta de la intención
desmitologizadora como una tentación que acaba des-escatologizando la fe. La verdadera
tarea consistirá en ir buscando las imágenes más apropiadas y adaptadas a cada momento
histórico: la trasn-mitologización. Rahner pondrá de relieve que la fe cristiana tiene una
dimensión de futuro que le es propia e irrenunciable, hasta el punto que una fe des-
escatologizada no podría llamarse cristiana. Ahora bien, ese futuro nos es accesible sólo en
tanto que Dios quiera revelarlo, pero su conocimiento siempre será limitado, tanto a causa
de la propia finitud del sujeto que lo recibe. Por la revelación sabemos que el futuro es para
nosotros inmanencia y promesa al mismo tiempo, y la consumación planificadora que se
nos promete no puede ser sino don gratuito del Dios indisponible. Así pues, el ser humano
sabe del futuro por realizar lo que de él puede experimentarse prospectivamente en su
presente “desde y en” su experiencia histórico-salvífica.
 
La escatología es así contemplada como una mirada anticipadora del futuro desde la
experiencia presente de salvación, pero como dicha experiencia la tenemos en Cristo, Él
mismo es el principio hermenéutico de todas las afirmaciones escatológicas. En otras
palabras, hacer escatología no es sino traducir en clave de futuro lo que se vive en clave de
gracia crística en el presente. El Dios creador es el viviente por excelencia, que crea por
puro amor, pues él mismo es Amor. La fe cristiana nos promete la Vida, no otra vida que
nos permita huir y refugiarnos en la expectación de lo futuro y diverso a lo que el presente
nos oferta, sino esta vida transformada, renovada, consumada, llevada a su plenitud. Y para
que la vida eterna pueda ser acogida como salvación ha de ser divinización, es decir,
participación en el ser de Dios, comunión en su vida. Sólo en él, Dios consustancial a
nosotros, nos es posible entrar en la comunión de la vida divina, por el vínculo sustancial
que es el Espíritu.
 
La esperanza cristiana no sólo mira a la vida trinitaria como meta de nuestra existencia,
sino camina hacia ella; dicha esperanza está fundada y posibilitada por el propio
acercamiento de Dios al mundo desde la creación, y será consumada por la misión del Hijo
y del Espíritu. La esperanza cristiana confesada en el Credo no sólo mira a la meta de
nuestra existencia sino camina hacia ella.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
La esperanza escatológica movilizadora del compromiso histórico
 
De la dimensión operativa de la esperanza en la parusía, se entiende que el esperante
cristiano es el operante en la dirección de lo que espera la Iglesia. El texto lucano se
mantendrá en esa dialéctica presente-futuro que caracteriza también al concepto Reino de
Dios.
 
Bultmann sitúa la venida de Cristo como la llegada liberadora y transformante de Cristo al
individuo en el ahora y movido por la decisión interna. Confesar la fe en la venida en gloria
de Cristo es creer que ha vencido al pecado, a la muerte, a la injusticia; que el Reino de
Dios ha triunfado. Pero ese encuentro glorioso de aquel día puede y debe de ser anticipado
cada día en la exigencia concreta del amor al prójimo, en la relación con el pobre, en la
comunidad, en la celebración litúrgica, etc. Es decir, en una esperanza activa que convierte
el presente en el comienzo de la consumación esperada. Así. as obras de los creyentes han
de dar testimonio y anticipar lo que se proclama. Esperar la venida en gloria, es ir
realizándola, acelerándola.
 
El Concilio Vaticano II se pregunta sobre cuál debía ser la actitud del creyente ante la
esperanza escatológica, y entenderá como deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo
los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, responder a los perennes
interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la futura La
“Gaudium et Spes” dice que la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más
bien avivar la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva
familia humana. Puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, la vida política y la
contribución que han de hacer los cristianos y la Iglesia en este mismo ámbito.
 
Después del Concilio la aportación de la Teología de la esperanza de J. Moltmann fue
decisiva para mostrar hasta qué punto la esperanza cristiana libera una fuerza crítica y
movilizadora, que induce de continuo a la protesta y al éxodo de las circunstancias
presentes en cada momento. La teología política de J. A. Metz muestra la escatología como
un cometido para el cristiano, que es llamado a ser un colaborador del Reino prometido de
paz y justicia universal. La historia de sufrimiento y la expectativa cercana de la llegada del
Mesías, van para Metz de la mano.
 
Los impulsos de la teología de la esperanza y de la teología política se confrontarán en
directo con la praxis social, desarrollándose práctica y teóricamente en la teología
latinoamericana de la liberación. La consumación sigue siendo don, y los proyectos
históricos de liberación no pueden confundirse con la salvación plena, pero la condición de
posibilidad de la salvación es la liberación, y sólo articulando proyectos prácticos de
liberación se hace creíble el proyecto utópico de salvación cristiana. Libera tanto de la
presión del éxito como del peligro de desesperación violenta o resignación ante fracasos. El
crecimiento del reino es un proceso que se da históricamente en la liberación, y así, el
hecho histórico, político, liberador, es crecimiento del reino, no es la llegada del reino;
aunque es acontecer salvífico.
Los textos del Concilio Vaticano II se interpretan como si sugiriesen una armonía entre el
esfuerzo humano de construcción del mundo y la salvación escatológica en respuesta a una
dicotomía abusiva. La obra de la redención de Cristo, mientras tiende de por sí a salvar a
los hombres, se propone la restauración incluso de todo el orden temporal. La misión de la
Iglesia no es sólo anunciar el mensaje de Cristo y su gracia a los hombres, sino también
impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con espíritu evangélico. El esperante
cristiano ha de asumir la responsabilidad de ser el operante en la dirección de lo esperado.
La historia universal sigue siendo un proceso en marcha, y un proceso abierto, indisponible
en cierta medida para nosotros, pero esto no excluye la total confianza de que Dios nos lo
ha dado «todo» en Cristo, y ya nada podrá separarnos de su amor.

Jorge Benjamín Hernández Mateos

También podría gustarte