Sentencia U.M.H Con S. P. y Sociedad Conyugal Vigente T. S Bucaramanga IMPORTANTE
Sentencia U.M.H Con S. P. y Sociedad Conyugal Vigente T. S Bucaramanga IMPORTANTE
Sentencia U.M.H Con S. P. y Sociedad Conyugal Vigente T. S Bucaramanga IMPORTANTE
DISTRITO JUDICIAL DE
BUCARAMANGA
Resuelve la Sala, en esta oportunidad, la segunda instancia del proceso ordinario declarativo
instaurado por ANA ROSA ARIAS FLÓREZ contra ENRIQUE ANTONIO BOHÓRQUEZ
CONTRERAS, arribado a este Tribunal en virtud de la apelación formulada por la parte
demandante contra la sentencia de fecha de 19 de septiembre de 2007, proferida por el
Juzgado Segundo de Familia de Bucaramanga.
ANTECEDENTES
En escrito presentado el 2 de abril de 2004, la señora ANA ROSA ARIAS FLÓREZ, por
intermedio de apoderado judicial, formuló demanda contra el señor ENRIQUE ANTONIO
BOHÓRQUEZ CONTRERAS, con el propósito de que se realicen los siguientes
pronunciamientos:
Declarar la existencia de unión marital de hecho entre ANA ROSA ARIAS FLÓREZ y
ENRIQUE ANTONIO BOHÓRQUEZ CONTRERAS.
A partir del año 1994 la demandante, no solamente se dedicó a cumplir las labores de madre
y ama de casa sino que empezó a laborar como abogada, entregando todos sus ingresos a
la sociedad de hecho.
Conjuntamente la pareja fue cancelando sus obligaciones, al tiempo que sacaban adelante
el hogar y adquirían todo el menaje doméstico.
En el año 1989 adquirieron un vehículo automotor marca Honda Prelude, placas ICG 021,
modelo 1982, a nombre de ENRIQUE ANTONIO BOHÓRQUEZ CONTRERAS.
Posteriormente, en el año 1995, adquirieron una finca en la Mesa de los Santos, denominada
Finca Miraflores, con matrícula Inmobiliaria No. 314-0018.246 de la Oficina de Registro de
Instrumentos Públicos del Municipio de Piedecuesta.
Esta relación subsistió de manera continua y permanente, por un lapso superior a dos años,
hasta el momento de su disolución ocurrida el 10 de marzo de 2003 (sic), en la ciudad de
Bucaramanga.
En relación con los hechos, sólo reconoce como cierto el de su matrimonio con Edith Cecilia
Sarmiento, así como la existencia del proceso de divorcio, pero señala que la sociedad
conyugal continúa vigente, pues la demandante, Edith Cecilia Sarmiento, desistió de aquella
demanda. En relación con los demás hechos, asegura que ha tenido relaciones sexuales con
la demandante, esporádicas, que han convivido en diferentes oportunidades, pero con
largas ausencias de la demandante, y que los bienes que señala como adquiridos por los
dos, lo fueron con dineros de su exclusiva propiedad, provenientes de la herencia de su
difunto padre, Luis Enrique Bohórquez Cáceres.
Formuló las siguientes excepciones de fondo: “Prescripción extintiva de las acciones para
obtener la disolución y liquidación de la supuesta sociedad patrimonial entre compañeros
permanentes”, “Inexistencia de la causa o soporte legal de las pretensiones de la
demandante ANA ROSA ARIAS FLÓREZ, por cuanto la unión marital de hecho sólo tuvo
vida jurídica a partir del 1º de enero de 1991, en que entró en vigencia la Ley 54 de 1990”,
“Improcedencia legal y jurídica de la existencia de unión marital de hecho por existencia de
la sociedad conyugal vigente y sin liquidar entre el suscrito (sic) y EDITH CECILIA
SARMIENTO” y la “Improcedencia de las declaraciones solicitadas por la demandante ante
la hipotética o presunta existencia de la unión marital de hecho sin la vinculación legal de
todos los litisconsorcios necesarios, ante la posibilidad de lesión de los derechos e intereses
de la cónyuge EDITH CECILIA SARMIENTO.”.
Así mismo, propuso las excepciones previas de “No comprender la demanda a todos los litis
consortes necesarios” y “No haberse ordenado la citación de otras personas que la ley
dispone citar”, las cuales fueron despachadas en forma desfavorable por el juzgado,
mediante auto de fecha 20 de octubre de 2004.
LA SENTENCIA IMPUGNADA
En primer lugar, se ocupó en determinar la fecha en que las partes se separaron de hecho;
y estableció que, de conformidad con el material probatorio existente en el proceso, ANA
ROSA ARIAS FLÓREZ y ENRIQUE ANTONIO BOHÓRQUEZ CONTRERAS vivieron
juntos hasta el 15 de abril de 2003. Con ello quedó descartada la excepción de prescripción,
pues la demanda fue presentada, dice, el 12 de abril de 2004 (sic), dentro del término que
la ley señala.
EL RECURSO
Inconforme con el fallo de primer grado, y encontrándose dentro del término legal, la parte
demandante, por conducto de apoderada judicial, interpuso recurso de apelación contra la
sentencia de fecha 19 de septiembre de 2007, proferida por el Juzgado Segundo de Familia
de Bucaramanga. Por su parte, el apoderado de la parte demandante se adhiere a la
apelación interpuesta por el demandante.
Indica que dentro del proceso logró probar que existió unión marital de hecho entre ANA
ROSA ARIAS FLÓREZ y ENRIQUE ANTONIO BOHÓRQUEZ CONTRERAS. Además, de
“las pruebas allegadas al Despacho donde se demuestra demanda contra el señor
BOHÓRQUEZ radicada en el Juzgado Segunda (sic) de Civil del Circuito el día 24 de octubre
de 1989, de Separación de Bienes, si bien es cierto no se determina que la sociedad haya
sido disuelta y que para el A quo no se cumple el requisito contenido en el artículo 2º literal
b de la Ley 54 de 1990, debe tener en cuenta el Despacho que existe desistimiento de la
demanda y las razones de la misma, textualmente son: (folio 4) por haber llegado a un
acuerdo con el cónyuge demandado sobre la separación de bienes y no existir (sic) en
adelante con el proceso.”.
Indica el recurrente que la demanda fue presentada extemporáneamente, pues asegura que
quedó demostrado, con la copia de la solicitud de audiencia de conciliación extraprocesal
encaminada a obtener el reconocimiento de la sociedad patrimonial de hecho entre ANA
ROSA ARIAS FLÓREZ y ENRIQUE ANTONIO BOHÓRQUEZ CONRERAS, que la
convivencia entre las partes tuvo ocasión entre el 3 de diciembre de 1987 y el 10 de marzo
de 2003. La demandante, alega, en unas ocasiones dice que la relación terminó el 15 de
abril de 2003, pero que “más adelante, el subconsciente, suministra el dato exacto…Esta
relación subsistió de manera continua y permanente, por un lapso superior a dos años hasta
el momento de su disolución ocurrida el 10 de marzo de 2003, en la ciudad de
Bucaramanga”. Aunque al corregir la demanda vuelve a insistir en que la sociedad
patrimonial fue disuelta el 15 de abril de 2003, ello no es más que “fruto de su inquietud
por desvirtuar la prescripción extintiva de las acciones”, ante la contundencia de la prueba
documental.
Con apoyo en las normas constitucional y legal citadas, la figura ha evolucionado en nuestro
derecho, de manera acelerada en los últimos años. En especial en los pronunciamientos de
la jurisprudencia, tanto de la Corte Constitucional como de la Corte Suprema, es palpable
tal evolución.
En fin, el trasegar de la figura ha tenido, a pesar de su escasa vigencia, una enorme dinámica
en el derecho colombiano, al punto que esta Sala, dadas las particularidades de este caso,
estima que él amerita dar un paso más, como a continuación se explica. En el sentir de la
Sala, esta sentencia lejos de contradecir la jurisprudencia, emula su orientación, pues
aunque la sigue exactamente, propende por su avance.
1
“La unión marital no tiene vida, vale decir, no nace, sino en cuanto que se exprese a través de los hechos,
reveladores de suyo de la intención genuina de mantenerse juntos los compañeros … la unión marital es fruto
de los actos conscientes y reflexivos, constantes y prolongados: es como la confirmación diaria de la actitud.
Es un hecho, que no un acuerdo, jurídico familiar.” Corte Suprema de Justicia. Sentencia de septiembre 10 de
2003. M. P. Dr. Manuel Isidro Ardila Velásquez.
2
Sentencia C-174 de abril 29 de 1996.
La norma, al dar la definición de unión marital de hecho, hace exigencia de tres
presupuestos estructurales de la figura: la heterosexualidad, la comunidad de vida
permanente y la singularidad.
Tales requisitos son personales, como claramente puede verse, de los dos compañeros
permanentes, internos a la relación, y no de sus condiciones externas o de sus relaciones
con otros. En otras palabras, de acuerdo con la norma, para que constituyan una unión
marital de hecho y se les llame compañeros permanentes, los integrantes de la relación
deben ser un hombre y una mujer, deben estar conviviendo de manera permanente, no
puede tratarse de una relación esporádica, ni tampoco una sin convivencia, y, además, debe
haber singularidad, es decir, los compañeros permanentes deben tener sólo una pareja, se
ha entendido, con lo cual es obvia la referencia a la monogamia, propia de la moral general
de nuestra sociedad. La Corte Constitucional extendió los efectos de la Ley 54 de 1990 a las
parejas del mismo sexo; con ello no es que se haya abrogado el requisito, sino que el
derecho ha reconocido y aplicado la figura a otra forma de pareja que hasta ahora había
sido ignorada por el legislador3.
No hay, por parte alguna, requisitos de temporalidad, pues tal presupuesto aparece en el
artículo 2º de la misma ley, mas no para que exista la unión marital sino para que se
presuma la sociedad patrimonial. Al modo de ver de la Sala, perfectamente puede
predicarse la existencia de una unión marital de hecho, aunque los compañeros
permanentes sólo tengan unos días de convivencia; pero, desde luego, si tienen tan escaso
tiempo de convivencia, entre ellos no se presume la existencia de una sociedad patrimonial.
No obstante el claro tenor de tales textos legales, con frecuencia se indica tal requisito
temporal como de la unión marital y no lo es, pues lo es sólo como presupuesto de la
presunción de la sociedad patrimonial y, como adelante veremos, hay razones de orden
constitucional para entender tal norma en su tenor literal, argumentación que tomamos de
la que usara la Corte Suprema de Justicia, en célebre sentencia de septiembre 10 de 2003.
3
Corte Constitucional, sentencia C 075 de 2007. La anterior fue la sentencia relativa a la Ley 54 de 1990.
Recientemente, sentencia C 029 de 2009, extendió el cobijo de muchas otras normas, 42, para reconocer los
derechos de las parejas del mismo sexo.
La reforma introducida a la Ley 54 de 1990 por la Ley 979 de 2005 no modifica el
planteamiento que esta sentencia pregona, pues si bien la norma reitera las exigencias de
la presunción (lo cual mueve a pensar que la jurisprudencia no puede variar), lo cierto es
que la finalidad de la ley no era otra que permitir que fuese posible que la unión marital de
hecho y la sociedad patrimonial se reconociesen por medio de escritura pública. No
obstante, conviene notar que ahora la norma exige, para poder otorgar el instrumento con
relación a la sociedad patrimonial, que los compañeros permanentes demuestren la
existencia de la unión marital de hecho y los presupuestos necesarios para que la sociedad
patrimonial se presuma (artículo 1 de la Ley 979 de 2005).
De modo que esta disposición no significa cosa distinta a que, como precisamente se
desprende de su tenor literal, si los compañeros permanentes no tienen derecho a que la
sociedad patrimonial se presuma, no pueden suplir la sentencia declarativa con
reconocimiento voluntario ante notario. De donde concluimos, en contra de la tendencia
generalizada, que sí es posible hablar de unión marital de hecho cuando los compañeros
permanentes tienen una vida en común, singular, así sea menor de dos años, y alguno de
ellos tenga una sociedad conyugal sin liquidar. Los dos ítems tienen la misma naturaleza
jurídica en la norma –requisitos de la presunción- y merecen igual tratamiento
argumentativo. Desde luego, se insiste, en tales condiciones los compañeros no gozan de
la presunción de conformar una sociedad patrimonial, pues tendrán que probarla. El contra
argumento que suele surgir en este punto del debate alude a que, de esa manera, se
confunden los patrimonios, cosa que el legislador quiso evitar. Tal vez, pero ése es un
problema puramente probatorio de la liquidación, que corresponde a otro estadio del pleito,
que en modo alguno impide el reconocimiento de la figura, pues no es esencial. La dificultad
probatoria, ha de tener otra solución en derecho, como con acierto, respecto de otro
problema similar, argumenta la Corte Suprema de Justicia en la ya citada sentencia de
septiembre 10 de 2003.
Como atrás se indicó, el propósito regulador del legislador de 1990, con la Ley 54 de ese
año, no fue más allá de los asuntos de carácter patrimonial que surgen de la unión marital
de hecho: señala cuándo se presume la existencia de la sociedad patrimonial, qué bienes
hacen parte de ella, cómo se extingue y también indica un término de prescripción, pasado
el cual la reclamación de tales derechos patrimoniales será inocua si la parte pasiva en el
eventual pleito propone la prescripción.
Para el caso que el Tribunal debe resolver resulta relevante observar cómo la citada ley no
dice, por parte alguna, que de la sola presencia de la unión marital de hecho surja la
sociedad patrimonial entre compañeros permanentes. Ello significa que habrá uniones
maritales con sociedad patrimonial y uniones maritales sin ella. De donde dimana un
interesante problema probatorio: quien alegue que se conformó una sociedad patrimonial
deberá probarla, salvo en los casos en que la ley presume su existencia, en los términos del
artículo 2º, modificado por la Ley 979 de 2005, es decir, si llevan más de dos años de unión
marital, en dos hipótesis: a) siempre que no tengan impedimento para contraer matrimonio;
o b) siempre que, de haber impedimento, por estar alguno o los dos casados con
anterioridad, las sociedades conyugales anteriores hayan sido disueltas y liquidadas con un
año de anticipación, por lo menos, a la fecha en que se inició la unión marital.
Sin embargo, la Ley 979 de 2005, infortunadamente, no hizo eco de este avance
jurisprudencial, pues insistió en consagrar la exigencia de liquidación de la sociedad
conyugal previa, sin caer en la cuenta, como si lo hace la sentencia glosada, que los
principios constitucionales de la Carta Política de 1991 campean también en el derecho
privado, particularmente, como lo indica la Corte, en este tipo de relaciones que merecieron
la protección del constituyente, en el artículo 42, principios que son posteriores a la mentada
ley 54, pero que la irrigan necesariamente.
En opinión de esta Sala, el camino trazado por la sentencia de la Corte que se acaba de
glosar debe continuarse. Así que, en los párrafos siguientes, el Tribunal construye la
argumentación para sostener que la exigencia de disolución (que ha sido judicial, más que
de la norma) corre igual suerte que la de liquidación, enfrentada a los principios
constitucionales. Por consiguiente esta Sala, aplica excepción de inconstitucionalidad a la
exigencia que indica que no hay lugar a sociedad patrimonial de hecho entre compañeros
permanentes cuando persista una sociedad conyugal anterior, pues tal regla, no explícita
en el texto legal, pero aplicada como norma derivada o adscrita, vulnera principios
constitucionales como el de igualdad, el de acceso a la justicia, el de prevalencia del derecho
sustancial sobre el procesal, entre otros. Veamos.
Ello ha de conducir a que en los eventos en los cuales la sociedad patrimonial no se presume,
pero el compañero o compañera permanente que demanda su declaratoria prueba, en los
términos del artículo 3 de la ley, que como “ producto del trabajo, ayuda y socorro mutuos ”
se formó un patrimonio, debe reconocerse la figura. Dejar de hacerlo resulta una medida
idónea para lograr el propósito de evitar la confusión de patrimonios. Pero no es una medida
necesaria, en tanto el problema resulta solucionable por otros medios, sin que el derecho
sustancial sufra la mengua que, visto el problema de la manera tradicional, resulta.
Sería una grave injusticia no hacer tal reconocimiento, que conllevaría una vulneración
evidente de principios constitucionales tales como el acceso a la justicia y la vigencia de un
orden justo, así como también significaría un quebranto del principio de protección de la
familia como institución básica de nuestra sociedad (artículo 5 de la Constitución Política) y
de los derechos de sus integrantes y de la familia misma como grupo (artículo 42, ib.).
A nuestro modo de ver, la situación que se genera con la falta de disolución, tampoco pasa
de ser un problema probatorio, susceptible de solución en la liquidación, sin menoscabo del
privilegio que pueda la ley dar a la sociedad conyugal. Este caso lo pone sobre la mesa. Es
entendible que el legislador haya procurado que las masas patrimoniales no se confundan,
al diseñar la presunción. Pero no parece ser clara la conclusión que de allí se saca, no
explícita en la ley, según la cual, para evitar el problema, la norma haya privado de un
derecho sustancial a una persona. Piénsese en aquél integrante de la pareja que,
generalmente por su condición de debilidad y en aras del sosiego familiar, ha permitido que
los bienes, por los que ha luchado siempre, aparezcan en cabeza de su compañero o
compañera. Y que, además, no puede alegar una sociedad de hecho, puesto que no puede
mostrar aportes, propiamente, o el ánimo de asociarse, o el ánimo de distribuir utilidades.
¿Resultará jurídicamente admisible que se le prive de derechos, simplemente porque el
legislador ha querido evitar un problema probatorio?
Al sopesar los intereses en tensión, no parece razón suficiente para sacrificar un eventual
derecho sustancial de alguien, mucho menos de una persona que ha merecido especial
protección constitucional, como la mujer, en aras de un asunto puramente procesal como
lo es la dificultad probatoria de determinar, para quien fuere, en cuál masa de bienes está
alguno de ellos. Mucho menos plausible resulta el sacrificio del derecho, si en realidad el
mismo legislador ha proveído reglas para solucionarlo. Desde luego que en tales eventos
habría un problema, pero, insistimos, es, simplemente, probatorio y, como tal, ha de
resolverse.
De acuerdo con la misma norma, de tal haber se entienden excluidos los bienes que cada
compañero ha adquirido a título gratuito y todos los que se hubiesen adquirido antes de
iniciarse la unión marital. Varias diferencias podemos apreciar en relación con el régimen de
la sociedad conyugal, consagrado de manera mucho más prolija en los artículos 1781 y
siguientes del Código Civil. En efecto, nótese que no se hace distinción entre bienes muebles
e inmuebles aportados a la sociedad patrimonial, como sí se hace en la sociedad conyugal.
No se hace mención de temas como el de las subrogaciones, las recompensas, donaciones,
administración de los bienes, etc.
Las rentas, frutos, y en general lo producido por los bienes excluidos, precisa el glosado
artículo 3º, sí hacen parte de la sociedad patrimonial. Al respecto, la Corte Constitucional 4,
en sentencia en que declaró ajustado a la Carta este artículo, definió que la “corrección
monetaria” (sic) de tales bienes, no hace parte de la sociedad patrimonial. La Corte
Constitucional, infortunadamente, hizo en tal sentencia un uso equivocado del lenguaje pues
en realidad se refiere a la valorización de los bienes propios, rubro que, como no es renta
ni producto del bien, no ha de tenerse como perteneciente a la sociedad patrimonial sino a
cada compañero en particular.
El compañero que en la liquidación pretenda que un bien fue producto del trabajo, ayuda y
socorro mutuos, si se halla en la hipótesis que venimos analizando, tendrá a su favor el
fuerte indicio de la relación marital de hecho, pero tendrá en su contra, si no prueba, la
presunción legal de que los bienes habidos durante el matrimonio hacen parte de la sociedad
conyugal.
De manera que las uniones maritales que se formaron con anterioridad a la vigencia de la
mentada ley, pero que prosiguieron, sin solución de continuidad, una vez surgida la norma,
quedaron también bajo el cobijo de la disposición legal en comento. Tal interpretación de la
Corte Suprema de Justicia está fundada en la protección que a la familia de hecho brinda la
Constitución Política de 1991 y en el carácter de norma sustancial que la Corte reconoce al
artículo primero de la ley. De modo que, de acuerdo con este precedente del máximo
Tribunal de la justicia ordinaria, no necesitan ya los compañeros permanentes cuyas
relaciones se habían iniciado antes de la vigencia de la ley 54, de acudir a la vieja figura de
la sociedad de hecho, ni mucho menos a dos pleitos, pues el juez puede reconocer tanto la
4
Sentencia C-014 de febrero 4 de 1998. M.P. Eduardo Cifuentes Muñoz.
5
Sentencia SC268, M.P. Dr. Carlos Ignacio Jaramillo Jaramillo.
unión marital como la formación del bloque patrimonial entre los mismos integrantes de la
pareja desde época anterior a la ley en comento.
Esta sentencia de la Corte Suprema de Justicia aportó una visión de realidad social y de
justicia a la problemática, pues si la pareja no tuvo actividades de tipo económico que
permitan erigir una declaratoria de sociedad de hecho, con anterioridad a la vigencia de la
mentada ley, el miembro de la misma que se veía forzado a demandar se quedaba sin
protección alguna.
Tal planteamiento encaja claramente al caso, pues la familia de hecho que dio origen a este
pleito comenzó su existencia en 1987 y la prolongó hasta abril de 2003. De modo que, como
bien lo estimó el juzgado, la excepción propuesta por la parte demandada sobre el particular,
según la cual la Ley 54 de 1990 no les es aplicable pues la relación había comenzado antes,
resulta, por demás, descaminada. Sin embargo, como ya se vio, la dificultad que la
sentenciadora de primer grado encontró a las pretensiones de la demandante relacionadas
no con la unión marital de hecho sino con la sociedad patrimonial tiene que ver con la
existencia de una sociedad conyugal anterior, de la cual es parte el demandado, aspecto en
realidad puramente formal, tras más de dieciséis años de separación de hecho entre los
cónyuges (a la fecha de presentación de la demanda) y que el Tribunal encuentra que tal
hecho no obsta a la declaratoria deprecada, pues como si verá, en el caso, bajo la directriz
trazada, si bien no es posible presumir la existencia de la sociedad patrimonial entre los
compañeros, ella se encuentra probada. Aborda la Sala el detalle párrafos adelante.
La concreción del derecho, del modo propuesto, mantiene la figura ajustada a los principios
constitucionales de hogaño, pues el derecho no podía dejar en la desprotección a aquellos
compañeros y compañeras maritales de facto, especialmente a las mujeres, que, contra su
querer o no, hacen parte de una pareja en la cual su compañero o compañera se niega a
disolver su antigua sociedad conyugal. Incluso, por este camino, el derecho, al compás de
los principios constitucionales, tendrá que buscar la vía para proteger a personas que hacen
parte de familias disfuncionales en las que coexisten, al mismo tiempo, varias parejas, en el
mismo lugar o en distintos lugares de habitación, sin desconocer los obvios problemas
probatorios de confusión patrimonial por resolver. El probable reproche que una situación
así le inspire a un juez no es razón suficiente para que se les niegue a tales personas la
protección del derecho, la cual estaría encaminada, en lo patrimonial, también por este
sendero llamado sociedad patrimonial de hecho entre compañeros permanentes, atípica,
por supuesto, pues no encajaría en las previsiones del artículo 1 de la ley, y no por el de
“sociedad de hecho entre concubinarios”, pues el hecho social que se ventila no se subsume
en tal figura, con lo que resultaría antijurídico exigir que se reúnan los requisitos de la
sociedad de hecho, donde es evidente que jamás se quiso montar una sociedad, ni siquiera
de facto, en tanto la relación es puramente de familia, como pasa en el evento que se juzga.
El caso a juzgar tiene, a modo de ver de esta Sala, unas particularidades tales que mueven
a plantear un solución diferente de la que tradicionalmente ha dado la jurisprudencia a este
tipo de conflictos. Si bien es cierto que el demandado, desde el punto de vista formal, aún
tiene un matrimonio vigente, sus alegaciones constituyen lo que en derecho se denomina
“venire contra factum proprio”, pues, firmó junto con el apoderado de su cónyuge un
memorial de desistimiento, para que el juicio conyugal fuese archivado, pero jamás disolvió
la sociedad, como la anunciaron al juez, ni demostró una reconciliación, como en el
interrogatorio insinúa. Ahora usa su propia omisión para sacar de ella provecho, en el
sentido en que, por tal hecho, atribuible al demandado, la demandante tiene,
aparentemente, obstruido cualquier derecho a reclamar su parte en el producto de las
actividades que con el demandado desarrolló, de ayuda y socorro mutuos, en procura de
un patrimonio que les permitiese sostener su hogar. Es cierto que ese hecho ocurrió antes
de que demandante y demandado comenzaran su convivencia juntos, pero, tal detalle
robustece la conclusión de que la actora merece la protección del derecho, pues
precisamente su caso sería, como lo demuestra la denegación de sus pretensiones en la
primera instancia, uno de aquellos en los que la persona que ocupa el lugar de debilidad en
la relación de pareja, termina por ver frustrados sus legítimos derechos, producto de su
trabajo en familia, que en modo alguno puede catalogarse de una sociedad de hecho.
En ese orden de ideas, es preciso observar que existen numerosos indicios de que el
patrimonio adquirido por los contendientes en esa época, constituye lo que el artículo 3 de
la ley 54 llama “producto del trabajo, ayuda y socorro mutuos ”.
No se trata de una sociedad de hecho, pues tal figura, si bien responde como solución de
justicia a los eventos en los que, en verdad, los miembros de la pareja han emprendido
actividades de especulación económica, en compañía, de la cual esperan un lucro a repartir,
tal no es una solución de justicia material en aquellos supuestos en los cuales se hallan las
partes en una simple relación de hogar, de convivencia, ayuda mutua, sin componentes
especulativos de ganancia o pérdida, propio de las sociedades pero no del bloque familiar.
Además, tal tema no se planteó en la demanda, pues no corresponde al caso, ni es la
pretensión, ni se deduce de los hechos, con lo cual, es evidente que se halla fuera de la
órbita del tema decidendum y que la remisión que se suele hacer en la doctrina a los
compañeros permanentes a ventilar su controversia en un proceso declarativo de sociedad
de hecho, cuando en realidad se trató de una sencilla relación familiar, yerra por
desconocimiento de una realidad social en la cual la ausencia de esa actividad especulativa
impide que estas personas puedan encontrar respuesta real a sus aspiraciones de justicia.
Los hechos indicadores de que los bienes adquiridos por los ahora litigantes fueron producto
del trabajo, ahorro, ayuda y cooperación mutua, son varios. De una parte, es innegable que
sostenían una relación marital, al punto tal que el hecho se declaró en la sentencia de primer
grado y, aunque en el escrito inicial allegado durante el traslado en la segunda instancia el
demandado anuncia que va a combatir el punto, lo cierto es que no lo hace, pues enfila
todas sus baterías a demostrar que los derechos de la demandante se hallaban prescritos
cuando presentó la demanda, empresa en la que, como ya se analizará, fracasa
absolutamente.
Es indudable que, entonces, ANA ROSA ARIAS y ENRIQUE ANTONIO BOHÓRQUEZ
convivieron como pareja desde finales de 1987, época para la cual el último había cesado
ya, de hecho, toda convivencia con su legítima esposa. Es innegable, también, que durante
tal época adquirieron bienes, precisamente de aquellos que son usuales en las relaciones
maritales, sean tales signadas bajo el nexo del matrimonio, sean bajo el simple hecho de la
unión marital. Se trata de bienes tales como una vivienda, una casa de campo y unos
automóviles para el desplazamiento de los dos, ambos profesionales en ejercicio. No se trata
de grandes inversiones, ni de bienes de fortuna inusuales, sino, precisamente, de aquellos
que las parejas suelen adquirir para la comodidad de su relación, para convivir, para
ayudarse mutuamente.
El demandado afirma que compró tales bienes para sí, con el producto de la venta de una
finca que había adquirido por herencia. Tal afirmación carece en el expediente de una
prueba fehaciente, que lleve convicción al juez de que así ocurrió, y, obviamente, no hubo
subrogación formal de bienes, como era de esperarse, conducta que era de esperarse si,
máxime, como él mismo lo ha alegado con vehemencia en todos los instantes del proceso,
mantiene vigente su antigua sociedad conyugal.
Orlando Ramírez Martínez, citado también por el demandado, casado con una prima de
éste, reconoce que ANA ROSA ARIAS y ENRIQUE ANTONIO BOHÓRQUEZ convivieron
como marido y mujer hasta el año 2003; interrogado por los bienes adquiridos por la pareja,
sólo refiere de un vehículo, marca Honda, que la demandante manejaba, pero que era de
ENRIQUE; aseguró que Enrique se desempeñaba como médico, mientras ANA era ama de
casa.
Luis Enrique Bohórquez Hurtado, hijo del demandado, indica que la relación marital
entre ANA ROSA y ENRIQUE ANTONIO comenzó en 1987 y terminó en marzo de 2003,
cuando ANA ROSA decidió dejar el hogar; cuenta que éstos tuvieron una relación marital
de público conocimiento, aunque refiere interrupciones por causa de ausencias de ANA
ROSA; refiere que su padre trabajaba como médico, y ANA ROSA como abogada; precisa
que ANA ROSA estudió derecho, durante la época de la convivencia y que, en ese tiempo,
dependía de ENRIQUE ANTONIO y no tenía, aparte del de estudiante, otro rol que el de
ama de casa; y aunque afirma que ANA ROSA dejó a su padre en marzo de 2003, según
lo supo por frecuentar la casa de su padre y así él se lo señaló, reconoce que ella no se llevó
sus cosas hasta más tarde.
Blanca Elena Chaparro Sánchez cuenta que conoció a los ahora litigantes como pareja
normal, que convivieron públicamente, también se enteró de que compraron un carro Honda
y una camioneta, además de la casa en la que vivían, en la cual figuraba ENRIQUE
ANTONIO. Cuenta también esta declarante que la relación entre los dos compañeros tenía
tropiezos o peleas frecuentes, por las cuales ANA ROSA se alejaba de la casa por unos
días, pero se reconciliaban y continuaban su relación.
Luz Marina Sotelo Simanca trabajó un año como empleada doméstica de los
contendientes, e informa que vivían juntos, como pareja, el uno trabajaba como médico y
la señora como abogada, y los dos cubrían los gastos de la casa; pero era ella quien le
pagaba su sueldo; que había entre los miembros de la pareja frecuentes disputas por causa
de la afición de ENRIQUE ANTONIO al trago, y que ANA ROSA le compró el carro que
usaba al mismo ENRIQUE ANTONIO.
La lectura de los testimonios citados, que son todos los recibidos en el proceso, se pone en
evidencia que es falaz la afirmación vertida en la contestación de la demanda según la cual
la relación fue puramente sexual y esporádica, en lo cual insiste el demandado al contestar
el interrogatorio al cual fue sometido. La relación marital, que repugna al interrogado,
resulta diáfana entre las épocas señaladas en la demanda. La unión marital tuvo tropiezos,
altibajos y separaciones ocasionales, es cierto, pero es evidente que las dificultades tuvieron
fuente, en un alto grado, en problemas atribuibles al demandado, como su afición al alcohol,
así como su tendencia al maltrato, del que hizo víctima a su compañera permanente, hecho
que ha intentado minimizar, pero respecto del cual milita prueba de condena penal en su
contra en el expediente. En esas condiciones, como también se deduce de la prueba
testimonial, las ausencias temporales y ocasionales de Ana Rosa de su casa, estaban
plenamente justificadas y resulta insólito, por decir lo menos, que de ello derive el
demandado su afirmación de que la relación no pasaba de relaciones sexuales esporádicas.
Al tiempo, como se acaba de reseñar, queda demostrado también que la pareja, durante
ese mismo lapso, adquirió bienes y contrajo deudas, con lo cual se acredita, sin duda, por
inferencia necesaria, que junto con su relación familiar, también construyeron una relación
patrimonial, con ocasión de su trabajo mutuo, las necesidades de la convivencia, y la ayuda
recíproca, tema en el cual la participación de la demandante se halla establecida, pues
pagaba parte de los gastos, según se deduce de las declaraciones de las personas que se
desempeñaron como empleadas domésticas de la pareja, quienes coinciden en indicar que
era la demandante quien les pagaba su sueldo. Amén de lo anterior, es evidente que cubrió
algunos otros gastos domésticos y que, en todo caso, participó en la construcción de la
pequeña fortuna familiar, con su labor de ama de casa, punto en el cual este Tribunal
comparte plenamente la doctrina sobre el valor del trabajo doméstico, expuesta por la Corte
Constitucional en la famosa sentencia de agosto 12 de 1992.
Todos estos indicios son, para el Tribunal, suficiente prueba, ante la imposibilidad jurídica
ya explicada de poderla presumir, de la existencia de la sociedad patrimonial entre ANA
ROSA ARIAS y ENRIQUE ANTONIO BOHÓRQUEZ. Queda así satisfecha la carga
probatoria que a la demandante impone el artículo 177 del Código de Procedimiento Civil,
de probar que existió una sociedad patrimonial de hecho entre compañeros permanentes,
lo cual deberá declarar el Tribunal, sin necesidad de apoyo en presunción alguna.
De manera que la sentencia de primer grado, si bien siguió las pautas generales de la
jurisprudencia, hay que reconocerlo, debió, a modo de ver de la Sala, sopesar estas
particularidades, para reconocer la figura de la sociedad patrimonial, junto con la unión
marital de hecho.
El problema de la prescripción
Análisis aparte merece este punto, en tanto es la principal arma que esgrime el demandado,
tanto al contestar la demanda, como al impugnar la sentencia, según se lee en el escrito
sustentatorio de su recurso. El asunto está fincado en que la demandante, en la actuación
previa al proceso, para cumplir con la exigencia legal del requisito de procedibilidad de haber
intentado la conciliación del asunto, al formular su solicitud ante el Notario Quinto de la
ciudad de Bucaramanga afirmó que la pretendida sociedad patrimonial de hecho comprendía
“desde el 3 de diciembre de 1987 hasta el 10 de marzo de 2003”, fecha esta última que
señaló como la de “disolución”. Pero, al presentar la demanda, ruega en la pretensión que
se declare la unión marital de hecho, y la consiguiente sociedad patrimonial, como ocurrida
entre el 3 de diciembre de 1987 y el 15 de abril de 2003. No obstante, en la misma demanda,
al final del hecho segundo, nuevamente afirma que la relación se mantuvo hasta el 10 de
marzo de 2003.
A primera vista el demandado pareciera tener razón. Pero ocurre que la solicitud del trámite
preprocesal de la conciliación fue presentada ante la Notaría Quinta de la ciudad el día 16
de mayo de 2003. La audiencia, que se inició en la notaría el 16 de mayo de 2003, fue
suspendida por petición de las partes y se materializó el 13 de junio de 2003. Los
documentos que dan cuenta de este hecho fueron aportados por el propio demandado y
complementados por decreto oficioso del Tribunal durante la segunda instancia. Luego, en
aplicación de lo dispuesto por el artículo 21 de la Ley 640 de 2001, es necesario descontar
estos días para el conteo de la prescripción, un total de veintiocho, puesto que mientras se
adelantaba el trámite en la notaría, el fenómeno extintivo del derecho se hallaba suspendido.
Para la Sala lo anterior significa que si tomamos el 10 de marzo de 2003 como fecha de
terminación de la relación, en gracia de discusión, para cuando se presentó la petición de
conciliación había trascurrido un término de dos meses y seis días; allí se suspende el
conteo, que se reanuda el 14 de junio de 2003, de tal suerte que, contado desde entonces
hasta la presentación de la demanda, pasó un término de diez meses y dieciocho días más.
Sumados los dos segmentos tenemos once meses y veinticuatro días, apenas, con lo cual,
de bulto resulta que el término de prescripción no había trascurrido por entero y las cuentas
de la parte demandada son erróneas, así se tome como fecha de terminación de la unión
marital el 10 de marzo de 2003. El yerro de la parte pasiva le acontece por dejar de tener
en cuenta la previsión del artículo 21 de la Ley 640 de 2001.
De toda suerte, el Tribunal avala la conclusión del juzgado, pues si bien podría decirse que
la demandante confesó, extraprocesalmente, que la relación terminó el día 10, tal confesión
resulta infirmada por las pruebas. Las múltiples peleas de pareja hacen que no tengan
claridad, ninguno de los dos, acerca de cuando terminó la relación, pero, para la Sala, tal
cosa ocurre, no cuando uno de ellos se va temporalmente, dadas las disputas, sino cuando
decide llevarse todas sus cosas, en señal clara de rompimiento. En este punto es
trascendente la declaración del hijo del demandado, reseñada atrás. Mientras la
demandante mantuvo sus pertenencias personales en la misma casa, aún existía un signo
de unión, de probable deseo de superar las dificultades y mantener la relación. Pero, como
ya se indicó, el detalle carece de efectos jurídicos prácticos.
Resultado
DECISIÓN
Por lo expuesto el Tribunal Superior del Distrito Judicial de Bucaramanga, Sala Civil - Familia,
administrando justicia en nombre de la República y por autoridad de la ley,
R E S U E L V E:
Se declara que entre los mencionados ANA ROSA ARIAS FLÓREZ contra
ENRIQUE ANTONIO BOHÓRQUEZ CONTRERAS existió una sociedad
patrimonial de hecho entre compañeros permanentes, cuya duración es la
misma señalada en el ordinal tercero para la unión marital de hecho. En
consecuencia, se declara disuelta tal sociedad patrimonial a partir del 15
de abril de 2003 y se ordena su liquidación.
CUARTO: Se condena en las costas del proceso al demandado. Por la Secretaría del
Tribunal, tásense y liquídense las de esta instancia.
Magistrado ponente
Magistrado Magistrado