Tema 5
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Caso ACAI
“El acusado Gerardo […], desde Julio de 1999 a Abril de 2000 vino realizando en
connivencia y pleno conocimiento para el también acusado Juan Antonio actividad de
captación de capital de multitud de inversores, a quienes se retribuía con un interés
anual que oscilaba entre el 50% y el 120%. […].
La cantidad percibida en todos los contratos de préstamo realizados gira en tor-
no a los 2.807.099.000 pts. [16.871.005 euros] y hasta la intervención judicial (Abril
2000) por el acusado Juan Antonio se iban haciendo frente a los grandes inte-
reses de capital prestados con las nuevas captaciones de capital, aportadas
en una estructura piramidal de acción que en un momento dado estaba llamada a ser
inviable y a cesar, pues pese a las manifestaciones que por los acusados se hacían a
los inversores, de que las cantidades iban a ser destinadas a grandes operaciones in-
mobiliarias y promociones artísticas, y que estaban garantizadas con los patrimonios
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personales de los acusados y sus sociedades, lo cierto es que ni las inversiones inmobi-
liarias ni las producciones artísticas fueron realizadas, al menos de forma viable, y el
patrimonio con que se garantizaba tampoco existía, habiendo sido destinado el dinero
prestado en proporcionarse Juan Antonio un nivel de vida y una apariencia personal
de cara a la sociedad impropia de una persona sin ingresos propios y nulo patrimonio.
A los efectos de aparentar la realización de operaciones de inversión inmobiliaria fue
realizado por el acusado Juan Antonio un dossier de propiedades personales y de su
empresa, en algunos casos inventadas […].
Ni Juan Antonio ni Gerardo se encuentran debidamente inscritos ni autorizados
por organismo competente, Banco de España, Comisión Nacional del Mercado de Va-
lores, para captar pasivo de terceros para inversiones inmobiliarias, gestión o admi-
nistración de fondos.
Desde el momento en que los acusados dejaron de captar capital, cesó la actividad
de devolución de éste y del pago de intereses por lo que a los inversores que a conti-
nuación se relacionan no se les ha devuelto lo invertido en su día”.
Sentencia del Tribunal Supremo 554/2010, de 25 de mayo.
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El caso ACAI que proponíamos al inicio del tema, los autores inducían a un acto de
disposición patrimonial consistente en unas inversiones en un hipotético e inexistente
negocio inmobiliario y de promociones artísticas.
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Por ello mismo, constituye estafa inducir con engaños a otro a entregar un activo
patrimonial aunque el engañado pensase que lo que realizaba no era un acto de dis-
posición (por ejemplo: hacerle creer a la víctima que está cediendo en arrendamiento
una maquinaria, cuando en realidad el autor pretende no devolverla sino despojarle de
ella). Como ha señalado la doctrina, si no se considerase típica la estafa cuando el enga-
ño versa precisamente sobre el carácter dispositivo del acto al que se está induciendo,
se vaciaría de contenido el tipo agravado de estafa con abuso de firma.
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En el caso ACAI que proponíamos al inicio del tema es un claro ejemplo de lo que
se suele llamar trama de Ponzi o estafa piramidal. Los inversores captados fueron
engañados para que creyeran que existía un negocio de inversión que producía altí-
simas rentabilidades, y que las inversiones estaban garantizadas con el patrimonio de
los promotores. En realidad no existían ni las garantías ni el supuesto negocio: los
grandes intereses que los estafados cobraron en un principio en realidad procedían,
como dice la sentencia, de “las nuevas captaciones de capital, aportadas en una es-
tructura piramidal de acción que en un momento dado estaba llamada a ser inviable
y a cesar”. De hecho, los estafadores ni siquiera estaban inscritos ni autorizados por
organismo competente para captar pasivo de terceros con vistas a la inversión inmo-
biliaria, gestión o administración de fondos.
“El engaño surge porque el autor simula un propósito serio de contratar mientras
que, en realidad, solo pretende aprovecharse del cumplimiento de las prestaciones
a que se obliga la otra parte, ocultando a ésta su intención de incumplir sus propias
obligaciones contractuales o legales” (STS 163/2014, de 6 de marzo).
Pero el engaño también puede versar sobre las características del bien
que le va a entregar a la víctima (por ejemplo, el estado de unas viviendas
que se adquieren o la urbanizabilidad de la finca que se está vendiendo), la
existencia o inexistencia de cargas que pesen sobre él o incluso el hecho de
que el sujeto en realidad no sea su titular y por ello no pueda transmitirlo.
Para cumplir con los requisitos típicos de la estafa, el engaño debe reunir
tres características: debe ser antecedente a la disposición de la víctima, ha de
ser bastante para producir error y finalmente debe ser causante de la dispo-
sición perjudicial.
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ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
2. Engaño antecedente.
“Que el engaño sea antecedente quiere decir que debe ser anterior y prece-
dente del acto de disposición, ya que este viene a ser consecuencia, y por tanto pos-
terior a aquél, de suerte que los supuestos de dolo subsequens quedan extramuros
del delito de estafa. Que el engaño sea causal supone la existencia de un nexo de
causalidad entre este y la disposición patrimonial, de forma que esta sea generada por
el engaño que actúa como antecedente necesario sin el cual no se hubiese producido el
acto de disposición” (STS 161/2002, de 4 de febrero, FD 2º).
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
logra probar que el sujeto ya desde un inicio estaba haciendo uso de ciertos
medios engañosos (historias colaterales falsas, documentos falsos, colabora-
ción de otros sujetos como “ganchos”, etc.), podrá más fácilmente demostrar
que el sujeto no estaba contratando de buena fe y con intención de cumplir,
sino que desde un inicio desplegó una actividad mendaz dirigida a inducir a
la víctima a un acto de disposición.
Si no se prueba el carácter “antecedente” del engaño, no cabrá hablar de
estafa, sino sólo de un incumplimiento contractual (o, eventualmente, de una
apropiación indebida o una administración desleal, cuando el incumplimien-
to consista en la distracción o no devolución de bienes que se han recibido con
obligación de devolverlas o destinarlas a algún fin concreto, etc.).
3. Engaño bastante.
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ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
Éste es, pues, el primer requisito del engaño para que quepa considerarlo
«bastante para producir error»: que sea una afirmación contraria a los de-
beres de veracidad del sujeto.
B. Engaño bastante como engaño idóneo para soslayar las cautelas mí-
nimas que cabe esperar del sujeto pasivo. La “doble perspectiva objetivo-
subjetiva”.
Hay casos en los que el engaño en efecto puede ser causa de la disposición
perjudicial, pero pese a ello el perjuicio no puede imputarse a ese engaño,
sino a la negligencia de la propia víctima, que no ha tenido el cuidado
exigido en ese sector del tráfico. En estos casos, aunque la mendacidad del su-
jeto activo no sea lícita, y aunque en el caso concreto haya llevado a la víctima
a disponer, tampoco cabrá hablar de estafa. El Tribunal Supremo considera
que esto ocurrirá sólo de modo excepcional, pues lo habitual es que si un
engaño ha logrado llevar a una víctima a realizar un acto de disposición, es
porque era idóneo a tal fin.
La clave en este punto son las características del engaño realizado, la
credibilidad que tuvo en el caso concreto y si era o no idóneo para enga-
ñar a un hipotética “persona media” que hubiese estado en la situación de la
víctima. Así, pues, se trata de un requisito de idoneidad del engaño.
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no). Lo que haga o deje de hacer la víctima con la información recibida (autoprotección
diligente o no) no puede borrar del mundo que esa información engañosa ya ha sido
emitida, y en verdad para inducir a alguien a una disposición perjudicial. “Lo expresa-
mente constitutivo del engaño […] no se puede hacer depender de que el perjudicado
no haya empleado toda la diligencia necesaria para describir la situación real de la
víctima” (SSTS 646/2005, de 19 de mayo y 504/2005, de 7 de abril).
Así, pues, lo primero que debe exigirse en el engaño es que cree un riesgo
ilícito e idóneo para engañar a una víctima mínimamente cuidadosa y produ-
cir así el desplazamiento patrimonial.
La idoneidad del engaño debe contemplarse desde lo que el Tribunal Su-
premo llama una “doble perspectiva objetivo-subjetiva”:
1ª Perspectiva objetiva o idoneidad para el tráfico: en primer lugar, aten-
diendo a los deberes de veracidad impuestos por la buena fe y las reglas del
tráfico que rijan en el ámbito del que se trate.
2ª Perspectiva subjetiva o idoneidad para la concreta víctima: en segun-
do lugar, atendiendo a las concretas características del sujeto engañado (sus
condiciones personales, edad, capacidad mental, situación en la que se en-
cuentre, etc.).
La primera de las perspectivas nos permite valorar si el engaño es o no idó-
neo para llevar a error a una víctima estándar, una suerte de “sujeto medio”
con los conocimientos mínimos que quepa esperar de alguien en su situación.
Engaños burdos o increíbles no deben considerarse en abstracto bastantes
para producir error.
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ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
Todo esto encuentra un límite mínimo: que quepa afirmar que el sujeto conserve
cierta capacidad de guía de su esfera patrimonial. Caso de no ser así (niños pequeños,
incapaces totales), para la doctrina mayoritaria la conducta debe ser calificada de hur-
to, pues la voluntad del sujeto pasivo es irrelevante.
¿Debe atenderse también a las eventuales superiores capacidades de la vícti-
ma a la hora de fijar la idoneidad del engaño? (por ejemplo: considerar que para que
el engaño a un experto sea típico debe ser más complejo). En realidad la diferencia no
depende en sí de si la concreta víctima tenía superiores capacidades como individuo,
sino de si se trata de un agente económico profesional y si el engaño tiene lu-
gar precisamente en su esfera profesional. Así, de un abogado cabe esperar una
mayor pericia en leyes que de un lego, pero cuando está trabajando como abogado.
De un comerciante se espera un cuidado especial en la gestión de riesgos comerciales
en su trabajo como comerciante. Por el contrario, no están obligados a “activar” sus
habilidades específicas cuando el papel que desempeñan no es el de “abogado” o “co-
merciante”, sino que sólo son “consumidores”, y tienen derecho a la misma protección
jurídica que los demás consumidores. Ese mismo criterio se plasma en el art. 1484 CC,
que hace depender el carácter oculto o manifiesto de los vicios de si “el comprador es
un perito que, por razón de su oficio o profesión, debía fácilmente conocerlos”. El texto
habla de un “deber de conocer”, que sólo rige en el ámbito profesional del perito.
Con ello se afecta sin duda al tipo de estafa: si el vendedor obligado a pro-
porcionar una información al consumidor le engaña a ese respecto, no puede
defenderse apelando a que “el engaño no era bastante porque la víctima debía
haber contrastado la información”; y no puede porque quien está obligado a
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Así se han tratado casos como promesas de pagos millonarios por objetos de valor
mucho menor, con las más variadas excusas, de pagos de intereses astronómicos (de-
volución en tres meses del capital más 251% del valor depositado), de medicamentos
que regeneran el cabello caído, de cursos sobre cómo influir sobre la voluntad de las
personas, etc. En estos casos, es la propia víctima la que se desprotege y se somete a un
régimen de riesgo distinto al que rige de modo general en el tráfico.
No obstante, por la elevada protección de los consumidores en este punto la fron-
tera entre la conducta típica y la atípica es borrosa. Surgen aún más dudas en relación
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con bienes o servicios que afectan a la salud y la integridad física, que deben ser objeto
de una protección aún más intensificada.
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“El tráfico mercantil descansa, sin duda, sobre una actitud básica de confianza en
la honradez y seriedad negocial ajenas, con lo que aquella barrera tiende, a veces, a
debilitarse, favoreciendo la aparición de conductas defraudatorias que una cierta des-
confianza -legítima y, en ocasiones, exigible- hubiese podido evitar. Es a esta dosis de
desconfianza presente en el tráfico jurídico a lo que se refiere el art. 248 CP cuando, al
definir el delito de estafa, califica como ‘bastante’ el engaño mediante el que se induce
a error” (SsTS 615/2005, de 12 de mayo, y 1343/2001, de 5 julio).
Los supuestos más habituales de engaño “no bastante para producir error”
con víctima comerciante son casos de uso fraudulento de tarjeta sin que el de-
pendiente compruebe la identidad del defraudador; casos de fraudes a ban-
cos que no comprueban la solvencia aducida por el defraudador; y, de modo
fundamental, casos de engaño sobre datos registrales (venta como libre de
fincas hipotecadas, etc.): sobre este último grupo de casos, en extenso, véase
el siguiente epígrafe.
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Eso sí: el hecho de que el vendedor haya cometido estafa no puede hacer
que la vivienda adquirida se desvincule de la hipoteca que se había ocultado,
pues por una parte es un hecho preexistente al fraude y por otra está protegi-
do por la publicidad registral; pero el vendedor responderá civil y penalmente
por las consecuencias de su conducta fraudulenta.
Sin embargo, como veremos, las cosas son distintas si hablamos del
mismo engaño pero dirigido a un comerciante. La contrastación de
datos de un inmueble en el Registro de la Propiedad es la cautela mínima
que cabe requerir de un agente económico profesional que busca obtener un
rendimiento económico de su actividad comercial. Siendo así, un engaño que
pudiese ser descubierto con tan simple cautela no es considerado bastante
para producir error a un comerciante.
b. ¿Qué dice el Tribunal Supremo a este respecto? Tratamiento dife-
renciado según la víctima sea consumidor o agente económico
profesional.
Hasta fechas muy recientes era necesario atender más a lo que hacía el
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Tribunal Supremo que a lo que decía. Y ello porque, en el plano de los prin-
cipios, en algunas sentencias afirmaba que un engaño sobre datos registrales
por supuesto era constitutivo de estafa y en otras muchas afirmaba con la
misma rotundidad que nunca podía serlo.
Sin embargo, una lectura atenta de las sentencias revela que el Tribunal
Supremo sistemáticamente viene considerando idóneo el engaño a con-
sumidores sobre datos inscritos en el Registro, pero con casi siempre
atípico si el engañado es un agente económico profesional en rela-
ción con los riesgos que le corresponde manejar. No obstante, debe reiterarse
que es necesario leer detenidamente las sentencias, porque en su mayoría
fundamentan sus decisiones con formulaciones generales, sin hacer expresa
referencia a si las víctimas son consumidores o comerciantes.
Así, en relación con víctimas no comerciantes, ha dicho el Tribunal
Supremo:
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4. Engaño “causante”.
El Tribunal Supremo exige también que el engaño sea “causante” del daño
patrimonial. Esta referencia debe ser entendida desde la perspectiva de la
imputación objetiva del resultado: el perjuicio patrimonial debe poder
ser imputado a dicho engaño, es decir: ha de explicarse precisamente como
su consecuencia en un plano normativo, como la realización del riesgo no
permitido que suponía el engaño.
Exigir que el resultado sea objetivamente imputable al engaño significa:
1º Que el engaño suponga la creación de un riesgo ilícito, o bien la
elevación de un riesgo lícito por encima de lo permitido. Crear riesgos permi-
tidos (como las mentiras permitidas de las que hemos hablado supra), por
definición, no puede ser constitutivo de delito. El riesgo típico que debe pro-
barse es uno idóneo para engañar a la víctima (“engaño bastante”) de modo
tal que realice un acto de disposición perjudicial para ella.
2º Que la disposición sea la concreción de ese riesgo ilícito creado por
el engaño. Sólo así cabrá atribuir el resultado al engaño y a su autor. De este
modo, se excluye la imputación del resultado al engaño ilícito si el
resultado es concreción de otro riesgo, como por ejemplo el que rige en
ese sector del tráfico.
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Algunos autores han negado que sea posible estafar mintiendo en un juicio
de valor, apelando a que los juicios de valor no pueden ser ciertos ni falsos (en
este mismo sentido, aunque admitiendo excepciones, la STS 113/2004, de 5
de febrero).
Lo primero que debe destacarse es que la frontera entre lo que sea una
afirmación sobre los hechos y un juicio de valor es sumamente difusa. La ta-
sación de un perito es una valoración, y sin embargo puede ser objeto de en-
gaño en relación con el engaño de la estafa. También son juicios de valor las
estimaciones sobre la rentabilidad económica que podrá tener una operación
mercantil, las apreciaciones de un abogado sobre la viabilidad de una deman-
da, etc.
En mi opinión, se trata de saber si mediante un juicio de valor cabe en-
gañar a alguien de modo idóneo para inducir a error. La respuesta ha de ser
matizada.
En primer lugar, la objeción de que no cabe apreciar en estos supuestos
estafa porque “los juicios de valor no son ciertos ni falsos” debe rechazarse.
Bastaría para ello la mera consideración de que al emitir un juicio de valor, se
hace una afirmación que puede ser cierta o falsa. Si el perito miente diciendo
que a su juicio el valor de una joya X es 300 €, cuando en realidad sabe que
conforme a los estándares de mercado (¡también juicios de valor!) vale
cientos de veces más, la manifestación es falsa porque su valoración técni-
ca (un juicio de valor objetivable, de valor comercial, que es lo que contrata
el cliente) no es ésa.
Sentado lo anterior, las afirmaciones sobre juicios de valor podrán consti-
tuir engaño bastante para producir error cuando contravenga un deber
de veracidad. Así será cuando la función del sujeto en el tráfico sea, preci-
samente, la de orientar a otros mediante sus juicios de valor especializa-
dos, habitualmente de contenido técnico. Es el caso, por ejemplo, de quienes
ejercen funciones de asesoría, peritaje, etc., que precisamente venden juicios
de valor para orientar la actuación de otros en el mercado. En su tarea deben
cumplir ciertos estándares, entre los cuales se encuentra la veracidad.
En el extremo contrario, no serían idóneas para constituir el engaño
propio de la estafa las valoraciones puramente subjetivas basadas en pre-
ferencias personales, en simples deseos sobre lo que ocurrirá en el futuro, etc.
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ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
En realidad, aquí el defraudador lo que hace es fingir que está pagando una deuda
preexistente, pero no está induciendo a ningún desplazamiento patrimonial.
Más cuestionables son las sentencias que condenan por estafa al que, habiéndose
hecho con la posesión de un cheque al portador (sin que se haya podido probar que
fuese él quien lo sustrajo; en algún caso incluso se da por probado que el cheque lo
encontró extraviado), lo lleva a un banco para que se abone en cuenta el importe. El
Tribunal Supremo ha dicho en alguna ocasión que el sujeto en estos casos finge ser el
legítimo titular del cheque, y que con esa ficción logra que el banco realice una dispo-
sición patrimonial a su favor en perjuicio del librador. Pero en puridad no es tan claro
que ingresar un cheque en una cuenta propia suponga afirmar que uno es el legítimo
titular del cheque.
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Esto ocurre de modo palmario, como ha dicho el Tribunal Supremo, en casos como
los siguientes:
1. cuando se falsifica la firma del aceptante de la letra, que es precisamente el obli-
gado al pago a su vencimiento; así, se hacen figurar como librados personas físicas o
jurídicas ficticias, o reales pero que no intervinieron en el libramiento del efecto;
2. cuando quienes intervinieron realmente en el libramiento de la letra de favor la
llevan a descuento con pleno conocimiento de que, llegado el vencimiento de la letra
descontada, ésta no será pagada.
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V. Estafa y omisión.
Hay una extensa jurisprudencia sobre estafas en las que el autor engaña a
su víctima al omitir comunicar datos relevantes para el negocio que era obli-
gatorio comunicar.
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2. El particular C compra a D una finca en la que hay una pequeña nave industrial,
insistiendo expresamente en que desea adquirirla para demoler la nave que contiene
y construirse una vivienda. D la vende omitiendo en todo momento que la finca no es
edificable y que la construcción que contiene es ilegal. El precio pactado por metro
cuadrado ronda el que el mercado señala para fincas edificables en esa zona.
Por ello afirma el Tribunal Supremo: “toda oferta de venta o aceptación de una
oferta de compra, así como la conclusión de otros negocios jurídicos que impliquen
disposición, constituye una afirmación tácita de que sobre el bien no pesan graváme-
nes (SsTS 646/2005, de 19 de mayo y 504/2005, de 7 de abril).
O también: “los vendedores hicieron suscribir a los compradores un contrato en
el que no se declaraban las cargas hipotecarias que pesaban sobre el inmueble, afir-
mando así, concluyentemente, que las mismas no existían” (STS 1216/1998, de 21 de
octubre, FD 7).
El Tribunal Supremo ha exigido por ello que en la sentencia conste expresa y con-
cretamente la infracción del deber de informar que se imputa al autor: “es necesario
que se determine con precisión cuál es la información que el autor debería haber pro-
porcionado a la víctima, de tal manera que sea posible saber si se trata de informa-
ciones de las que podría ser considerado garante” (ATS 72/2015, de 22 de enero; STS
157/2005, de 18 de febrero).
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se debe comunicar). Desde un punto de vista práctico, cualquiera de los dos enfoques
conduce a la misma conclusión.
Un claro ejemplo sería el del asesor jurídico o económico que, compinchado por
el estafador, contempla en silencio cómo su cliente es inducido fraudulentamente a
contratar en su perjuicio: al ser garante de que su cliente conozca los datos relevantes
de la contratación, su omisa intervención constituye una colaboración en el delito aje-
no, que según su entidad podrá ser considerada como cooperación necesaria o mera
complicidad. Otro caso muy ilustrativo es el del notario que, en connivencia con los
estafadores, omite toda advertencia a la víctima respecto del fraude (STS 1036/2003,
de 2 de septiembre, FD 22).
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Únicamente podrían caber dudas en supuestos en los que el sujeto adquiere con-
ciencia de que el pago es indebido justo mientras lo recibe, sin que haya terminado el
acto negocial, al menos, en un plano comunicativo, si se entiende que en ese momento
el acto del pago aún no ha concluido.
Estos supuestos hallan encaje en el art. 254 (de modo clarísimo hasta la
entrada en vigor de la LO 1/2015; quizá con alguna duda desde su entrada en
vigor).
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ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
De modo muy sucinto, casi telegráfico, cabe resumir las principales posi-
ciones doctrinales como sigue:
1ª Concepto “jurídico” de patrimonio. Lo concibe como la integridad
de los derechos patrimoniales de una persona.
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
Como correctivo del “concepto jurídico“, sería un intento más o menos acertado
de resolver el formalismo de aquél; pero si se emplea prescindiendo totalmente del
elemento jurídico, no permite definir bien jurídico protegido por la estafa. Sin atender
a las reglas jurídicas que atribuyen la titularidad de derechos, no se puede entender el
concepto de patrimonio.
Por lo demás, se llega a conclusiones indeseables en casos como, por ejemplo, cuan-
do el estafador engaña a otro haciéndole adquirir un bien del mismo precio pero que al
comprador no le reporta la utilidad deseada. Bajo este concepto no sería estafa, por
ejemplo, engañar a alguien haciéndole creer que está comprando una vivienda -compro-
metiendo así su patrimonio por las próximas décadas- cuando en realidad está adqui-
riendo un local de negocio o una finca rústica que tuviese exactamente el mismo precio.
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ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
lar del patrimonio. Dicho de otra manera: el criterio para determinar el daño patri-
monial es un criterio objetivo individual. De acuerdo con éste, también se debe tomar
en cuenta en la determinación del daño propio de la estafa la finalidad patrimonial del
titular del patrimonio. Consecuentemente, en los casos en los que la contraprestación
no sea de menor valor objetivo, pero implique una frustración de aquella finalidad, se
debe apreciar también un daño patrimonial”.
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Pese a las señaladas ventajas del concepto personal de patrimonio, en los últimos
tiempos una versión radicalizada de este concepto aparece en ciertos sectores doctri-
nales y en algunas sentencias en lo que semeja un desdibujamiento del bien jurídico
“patrimonio”, que pasa a identificarlo en exceso con la mera libertad de acción de su
titular.
Así, el Tribunal Supremo ha llegado a afirmar en alguna sentencia aislada: “El
delito de estafa protege la libertad de la decisión patrimonial del sujeto pasivo y ésta
resulta afectada cada vez que éste dispone de su patrimonio sin saber para qué lo hace,
como consecuencia de haber sido inducido a ello por la acción engañosa del autor”
(STS 704/2001, de 30 abril).
Esa interpretación es rechazable. Afirmar que hay perjuicio siempre que se induce
fraudulentamente a disponer es contrario al art. 248, que exige que se induzca me-
diante engaño a una disposición y, además, que sea en perjuicio propio o de tercero.
Por ello, el Código Penal exige que se distinga con claridad entre llevar a disponer
mediante engaño y que esa disposición sea perjudicial. Así, para hablar de estafa ade-
más de una inducción engañosa a disponer, se exige un daño patrimonial en sentido
material (y que éste esté abarcado por el dolo).
Pongamos un ejemplo para ilustrarlo: El comercial de una empresa de recambios
de motor engaña a un cliente diciéndole que los recambios que vende una empresa
rival son de pésima calidad y que se han producido varios accidentes automovilísticos
en los que se sospecha que la causa ha sido el uso de esos recambios. Debido a ese
engaño, el cliente deja de comprar esos recambios a la empresa de la competencia y
se los adquiere al autor. Los recambios son de la misma calidad y no son más caros.
El cliente, a pesar de que su “libertad de decisión patrimonial” se ha visto afectada
por el engaño, no experimenta ningún tipo de perjuicio patrimonial. En este caso no
cabrá hablar de una estafa, pues no hay un perjuicio patrimonial para el patrimonio de
quien realiza el acto de disposición. Se trata de un caso de dolo civil (art. 1269 y 1270
CC), así como de un acto de competencia desleal.
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ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
La naturaleza del patrimonio como bien jurídico hace que la cuestión ten-
ga perfiles complejos, ya que el riesgo de pérdida puede disminuir sin duda el
valor de cambio de los bienes. El valor de un activo patrimonial en riesgo de
pérdida puede ser sin duda menor que el de otro que no esté expuesto a ese
riesgo. Ello es aún más evidente cuando hablamos de fraudes de inversiones
o sobre valores negociables.
Sin embargo, partir de este dato para formular un concepto general de
perjuicio patrimonial podría conducir en ocasiones a conclusiones absurdas
(así, si alguien empeora de fortuna durante unos meses pero luego se recupe-
ra, con ello habrá perjudicado durante un tiempo el patrimonio de sus acree-
dores, pero luego les habrá reparado ese daño).
Es por ello más razonable realizar un análisis tópico de algunos de los
distintos supuestos que se estudian bajo la idea de la “puesta en peligro
que equivale a perjuicio patrimonial”, para comprobar si en ellos se dan los
elementos que caracterizan el resultado típico de la estafa.
Para saber si nos encontramos o no ante una estafa debemos primero ana-
lizar si el perjuicio patrimonial es la no devolución del préstamo concedido
o ya el hecho de conceder un préstamo a quien no tiene la solvencia fingida.
Para cierto sector doctrinal (ej., Gallego Soler) en estos casos cabe ya ha-
blar de una estafa, ya que llevar a un banco a otorgar un crédito a una persona
menos solvente ya supone producir un perjuicio patrimonial. Este sector en-
tiende que, por más que el autor no tuviese dolo de impagar, lo que sí hizo fue
someter dolosamente al banco a un riesgo de impago indeseado (pues eso es
lo que supone un préstamo a alguien menos solvente); y ese riesgo ya puede
201
DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
La Audiencia Provincial de Sevilla negó así que en este caso hubiese una estafa,
pues por más que X hubiese mentido sobre extremos relevantes del negocio (y admi-
tiendo a efectos dialécticos que el engaño hubiese sido bastante), no existió dolo de
perjuicio patrimonial por parte de X: ni siquiera dolo eventual.
Si modificásemos ligeramente el caso cabría hablar con claridad de un dolo even-
tual de impago. Por ejemplo: el préstamo que X obtuvo fingiendo su solvencia en rea-
lidad no estaba destinado a un negocio productivo, sino sólo a pagar unas deudas
personales para que no ejecutasen la hipoteca que pesaba sobre su casa. Al pedir un
préstamo sin tener solvencia ni fuentes de financiación, sería posible hablar de un
dolo de no devolución del préstamo.
Las conclusiones de considerar estos casos como estafas consumadas son proble-
máticas. Imaginemos que X sin problema alguno va devolviendo sus cuotas a lo largo
del tiempo hasta el final del préstamo: su conducta habría sido una estafa con atenuan-
te de reparación, pese a que X no infringió en ningún momento sus obligaciones.
202
ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
De hecho, la introducción en 2010 del delito de fraude de crédito (art. 282 bis) es
la mayor prueba de que las meras solicitudes fraudulentas de crédito, sin intención de
no devolverlo, no estaban abarcadas por el tipo de estafa (pues de no ser así, no habría
hecho falta tipificar esta figura; sobre el contenido e interpretación del fraude de crédi-
to del artículo 282 CP bis véase tema 9, apartado IV.5).
B. La estafa de inversiones.
En los últimos años han surgido con más frecuencia casos en los que desde
empresas financieras o de inversión se ha defraudado a consumidores para
llevarles mediante engaño a realizar inversiones; inversiones que finalmente
resultaban tener características esencialmente distintas de las prometidas y
que en ocasiones llevaban a que los consumidores perdiesen su dinero.
La casuística es muy variada. Aquí cabe hablar, por ejemplo, de fraudes tipo Ponzi
en los que se convence a los consumidores de que inviertan en activos tangibles que
supuestamente se revalorizan a ritmos vertiginosos y producen altísimos intereses (en
el caso de Carlo Ponzi, que dio nombre a estos fraudes, se trataba de efectos postales).
Sin embargo, cuando se descubre el engaño se ve que no existía tal revalorización y
que en realidad se estaba pagando los intereses a los clientes con el propio capital
invertido, en una ciega huida hacia delante. Así ocurría en el caso ACAI, que propo-
níamos al inicio del tema.
En otros supuestos, desde una entidad financiera se proporciona información ses-
gada o engañosa a los consumidores sobre las características del producto (ej. hacer
pasar por un depósito a plazo fijo hiperremunerado lo que en realidad era un producto
de características distintas, de muy difícil desinversión, por el que podían perder in-
cluso la cantidad depositada).
Son interesantes aquí también ciertos casos de banca paralela, en los que un di-
rector de sucursal convence a diversos clientes para que inviertan en productos espe-
ciales de su banco, ocultándoles que en realidad está destinando el dinero a inversio-
nes de riesgo y sin la garantía de la entidad de crédito.
Son muchos los problemas que se plantean aquí: por una parte, los aspec-
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
tos sobre los que puede versar el engaño: la rentabilidad, la liquidez y, sobre
todo, los riesgos de la inversión, su reversibilidad, etc. (Feijoo Sánchez); tam-
bién se ha señalado con razón las particularidades del engaño cuando habla-
mos de productos financieros complejos (Álvarez García), que incluso en oca-
siones ni siquiera los propios bancarios comprenden bien. Ello nos conduce a
otra peculiaridad: es perfectamente posible que los bancarios que han vendido
el producto sin explicar correctamente sus características no tengan dolo de
engañar, y que simplemente sigan un argumentario comercial, confiando en
las instrucciones que reciben de departamentos comerciales (lo cual puede di-
ficultar la tarea de hallar dentro de la estructura de la empresa al defraudador
doloso; es en casos como estos donde se percibe la utilidad del recurso a la res-
ponsabilidad penal de la propia persona jurídica, arts. 31 bis y 251 bis).
Pero en todo este grupo de casos uno de los problemas esenciales es la
determinación del perjuicio patrimonial en estos supuestos. ¿Cuál es el
daño patrimonial irrogado a los consumidores en todos estos casos?
Si hubiese que identificar este perjuicio patrimonial con el fracaso de la
inversión, sería sumamente gravoso conseguir condenar a los defraudadores
(¿cuándo se concreta el fracaso de la inversión cuando hablamos de títulos
negociados cuya cotización varía a lo largo del tiempo?) Además, debería pro-
barse que el dolo del defraudador abarcaba el fracaso de la inversión (algo
que en algunos casos puede estar abarcado por el dolo eventual; pero que en
muchísimos otros será mucho más dudoso).
El Tribunal Supremo en estos casos ha adoptado la perspectiva del con-
cepto personal de patrimonio, y señala que cuando el consumidor es en-
gañado sobre las circunstancias relevantes para la decisión de invertir y otras
particularidades del negocio jurídico que se ofrece, ello afecta “a la libre deci-
sión del inversor, pues ésta suponía que las cantidades entregadas eran inves-
tigadas totalmente en las opciones y futuros y que su cuenta era individual,
cuando en realidad, ni se invertiría el dinero en su totalidad en tales negocios,
ni su cuenta tenía la individualidad prometida, lo que significaba que corría
no sólo con sus propios riesgos, sino con los de las operaciones de [la entidad
inversora]” (STS 2015/2002 de 7 de diciembre de 2002).
Así, el perjuicio consistiría en recibir un producto financiero distinto del
prometido (y, en los casos que nos ocupan, sometido a mayores riesgos).
Como es evidente, en materia de productos financieros engañar sobre estos
riesgos es engañar sobre un aspecto esencial (Feijóo Sánchez); y lo mismo
cabe decir del engaño sobre las posibilidades de desinversión.
204
ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
La cuestión, en cualquier caso, puede ser muy compleja cuando se engaña para
colocar títulos negociables, ya que no sería imposible que las acciones vendidas a la
víctima se hubiesen revalorizado en el momento del juicio y que incluso pudiesen te-
ner una cotización más alta que en el momento de la venta fraudulenta. Precisamente
para evitar debates procesales sobre si se ha producido o no el perjuicio patrimonial,
el legislador penal introdujo en 2010 un nuevo tipo penal de fraude de inversores que,
a la manera de un verdadero delito contra el mercado y los consumidores, sanciona a
quien engañosamente, mediante falsificación de folletos o documentos similares, capta
inversores o coloca activos financieros. Véase al respecto el tema 9, apartado IV.5.
1. El dolo.
Así, si un sujeto engaña para llevar a la otra parte a contratar, pero no tiene dolo
(aunque sea dolo eventual) de que ésta se vea perjudicada, no cabrá hablar de una
estafa. El dolo del sujeto debe abarcar el hecho de que la víctima vaya a sufrir un per-
juicio patrimonial.
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
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ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
En el caso ACAI con el que abríamos el tema, cabe no sólo hablar de dolo eventual
sino de auténtico dolo directo, ya que en ningún momento hay indicio alguno de un
plan económico razonable para proporcionar unos beneficios garantizados a los in-
versores.
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
el crédito para poner en marcha un negocio o una promoción en efecto inició dicho
negocio, realizando gastos (arrendamiento de locales, compra de materiales de cons-
trucción, contratación de informes técnicos): la Sala entendió que esos gastos no serían
explicables si el sujeto hubiese tenido desde un inicio dolo de defraudar a las víctimas.
También datos postdelictivos se han empleado como indicios para determinar si
había voluntad defraudatoria en el momento de la comisión: así, por ejemplo, en al-
gún caso se concluyó que en el momento de contratar el autor no había tenido dolo de
defraudar, deduciéndolo del hecho de que en cuanto se produjo el fracaso del negocio
demostró su intención de asumir todos los costes y evitar los perjuicios a los compra-
dores. Asimismo, el Tribunal Supremo ha sostenido que el hecho de que tras el fracaso
del negocio el autor hubiese eludido cualquier exigencia de reparación podía ser indi-
cio de que ya desde un inicio éste ya fuese consciente de que los compradores se iban a
ver defraudados (dolo de perjuicio patrimonial).
2. El ánimo de lucro.
El Tribunal Supremo maneja por lo general una concepción del ánimo de lucro
extraordinariamente amplia, en la que incluye “cualquier ventaja, provecho, benefi-
cio o utilidad, incluidos los actos contemplativos o de ulterior beneficencia, siendo
igualmente suficiente la cooperación culpable al lucro ajeno” (STS 192/2005, de 18
de febrero).
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ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
A. Planteamiento.
Quien induce a otra persona a contratar mediante engaño, ¿comete un
delito o un mero ilícito civil? La respuesta no es sencilla:
• Por una parte, el art. 1269 CC define el dolus in contrahendo o do-
lo-vicio: “hay dolo cuando, con palabras o maquinaciones insidio-
sas de uno de los contratantes, es inducido el otro a celebrar un
contrato que, sin ellas, no hubiera hecho”, y regula sus consecuencias
jurídicas: el dolo grave (dolus causam dans contractu) produce la nulidad
del contrato, y el dolo meramente incidental sólo da derecho a una indemni-
zación por daños y perjuicios (salvo que hubiese sido empleado por las dos
partes: art. 1270 CC);
• Por otra, el tipo penal de estafa (art. 248 y ss.) sanciona con prisión
de seis meses a tres años a “los que, con ánimo de lucro, utilizaren en-
gaño bastante para producir error en otro, induciéndolo a realizar
un acto de disposición en perjuicio propio o ajeno”.
Ambas normas son muy similares, pero las consecuencias jurídicas de uno
y otro precepto son radicalmente distintas: mientras que la aplicación de los
arts. 1269-1270 CC otorga a la parte perjudicada acciones civiles para defen-
der sus intereses patrimoniales, la aplicación de los arts. 248 a 250 implica
una condena penal. Por ello es de capital importancia diferenciar los casos
de mero dolus in contrahendo de los que constituyen auténticos delitos de
estafa.
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
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ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
Se han planteado dudas a la hora de su concreción en las estafas en las que se in-
duce a la víctima a comprar una cosa, en especial un inmueble, pues el perjuicio puede
acaecer en diversos momentos. Así, si se trata de comprar una finca con vicios ocultos
o que de otro modo frustra la finalidad negocial, por ejemplo, cabe discutir si la consu-
mación tiene lugar con la mera conclusión del negocio, que ya despliega efectos obli-
gacionales, con el pago del precio o con el pago del precio seguido de la traditio, que
produce los efectos reales. Parece claro, no obstante, que el daño patrimonial ya tiene
lugar con la asunción de la obligación o con el pago, pues la traditio no determina
un mayor daño (por el contrario, determina un menor daño, pues el sujeto obtiene algo
menos valioso que lo que pagó a cambio del precio, mientras que si la traditio no tiene
lugar, no obtiene nada en absoluto).
Esto no significa que sea impune toda tentativa inidónea de estafa: lo único que se
considera impune es la tentativa inidónea por inidoneidad del engaño. Subsiste la tipi-
cidad de otras tentativas inidóneas como, por ejemplo, el intento de venta fraudulenta
de una vivienda a quien resulta ser su propietario.
El art. 250 contiene unos tipos agravados cuya pena es de uno a seis años
de prisión y multa de seis a doce meses; y en su punto 2 una modalidad hipe-
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ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
ragravada que eleva la pena hasta un marco de cuatro a ocho años de prisión y
multa de doce a veinticuatro meses cuando concurran ciertas combinaciones
de las modalidades agravadas.
A continuación analizaremos las modalidades agravadas más relevantes
desde el punto de vista de las estafas en el tráfico mercantil.
A la hora de valorar si la estafa recae sobre la vivienda, han sido objeto de debate
los casos en que el estafador engaña a la víctima para que hipoteque su casa y después
disponga del dinero del crédito en su favor. A este respecto la Jurisprudencia ha dado
respuestas contradictorias: así, la STS 947/2004, de 16 de julio, rechazó la agravación
por entender que en estos casos la estafa versa sobre dinero, no sobre la vivienda; por
el contrario, se pronunció a favor de la agravación (en mi opinión de modo más razo-
nable) la STS 1625/2002, de 30 de octubre.
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
No realiza este tipo agravado quien desfigura su propia firma con intención defrau-
datoria (por ejemplo, quien traza en una letra de cambio una firma que no se corres-
ponde con la suya, para posteriormente negar haberla firmado).
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ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
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ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
La mención legal al juez o tribunal hace difícil incluir aquí los casos de engaño al le-
trado de la Administración de Justicia en los procedimientos de jurisdicción voluntaria
(Álvarez García). Precisamente por esa mención, parece ya zanjado que los fraudes en
procedimientos administrativos no quedan abarcados por este tipo.
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
Será difícil el engaño omisivo en el procedimiento civil (pues las partes pueden
decidir sobre las pruebas que presentan), pero no imposible: así ocurrirá, por ejemplo,
cuando la presentación parcial de material probatorio sirva al engaño. Imaginemos el
caso de quien interpone una demanda ejecutiva presentando la sentencia condenatoria
para su ejecución, ocultando que el condenado ya pagó en su momento, a sabiendas de
que éste olvidó pedir un recibo.
El artículo 250.2 prevé dos supuestos en los que procede aplicar una
pena hiperagravada de 4 a 8 años de prisión y multa de 12 a 24 meses:
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ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
Algunos de estos casos podrían ser estafas propias (las que ya están
abarcadas por el art. 248): los supuestos en que el autor engaña al segun-
do comprador ocultándole que ya había vendido o hipotecado la finca, y le
produce un perjuicio patrimonial porque paga un dinero a cambio de un in-
mueble que no puede adquirir. En ellos se da la estructura típica de la estafa,
de modo que el engañado realiza un acto de disposición sobre el patrimonio
perjudicado.
220
ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
Como se puede ver, los tipos del art. 251 1 y 2 sólo tienen sentido si se atiende a
los riesgos que afectan a la transmisión de la propiedad inmobiliaria, al juego de
la propiedad registral, etc. Así lo entendió siempre el Código Penal hasta que en 1983
se introdujo por primera vez una referencia a bienes muebles. Sin embargo, la aplica-
ción de estas figuras a los bienes muebles no tiene sentido, pues llevaría a criminalizar
meros incumplimientos contractuales. La mejor prueba de ello es que en la jurispru-
dencia no existen casos de estafas del art. 251 sobre bienes muebles.
Además, debe tenerse en cuenta que estos tipos penales no mencionan un umbral
cuantitativo de gravedad como el de los 400 € del art. 249. Esto es así porque cuando la
figura se refería únicamente a bienes inmuebles, ello implicaba que el fraude siempre
tenía una cierta entidad económica. Sin embargo, al incluirse los bienes muebles y no
introducirse un umbral de gravedad como el señalado, en principio hasta la doble ven-
ta de una cosa mueble, en perjuicio del primer comprador, podría constituir un delito
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
penado con prisión de uno a cuatro años. En efecto: conforme a una interpretación
literal, si A le vende un melón a B, que dice que pasará por él en una hora, pero luego
decide vendérselo a C y se lo entrega, cometerá un delito del art. 251.2, castigado con
hasta 4 años de prisión (más que la estafa común).
Por el enfoque de este trabajo, podemos permitirnos eludir este defecto legislativo
(por lo demás, de muy difícil solución) y centrarnos únicamente en los supuestos de
los que la Jurisprudencia ha conocido y que constituyen el contenido real de estos tipos
penales: las estafas inmobiliarias o fraudes en la transmisión de inmuebles.
Una de las cuestiones más importantes en relación con estas estafas es que
el engaño versa sobre datos que muchas veces podrían haberse contrastado
con una simple consulta al Registro de la Propiedad: la titularidad de una
finca, la existencia de cargas, etc. Esta cuestión ya ha sido abordada (ver epí-
grafe IV.3.E), y como hemos visto el eje de la cuestión es si el engañado es un
consumidor o un agente económico profesional.
222
ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
En este tipo nos encontramos con conductas en las que alguien se atribuye
falsamente la capacidad de disponer del bien, con ánimo de perjudicar ya a la
otra parte del negocio, ya a un tercero.
A. Conductas típicas: enajenar, gravar, arrendar con engaño sobre la
facultad de disponer.
El sujeto, tras haber transmitido la propiedad sobre el inmueble (contrato
de compraventa seguido de traditio), posteriormente vuelve a disponer de él
como si siguiese siendo su dueño. Con frecuencia ello ocurrirá porque la com-
praventa no ha sido inscrita en el Registro y por ello sigue apareciendo como
titular registral, lo que le permite fingirse dueño de la finca.
Además de la segunda venta, son conductas típicas el gravamen y el
arrendamiento de la finca ajena.
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
Esta sucesión de dos operaciones puede tener lugar también en relación con gra-
vámenes como las hipotecas: es el caso de quien que vende la finca en documento
privado, realiza traditio simbólica pero posteriormente, aprovechándose de que sigue
figurando como titular registral, contrata un préstamo con hipoteca sobre la finca que
ya no es suya. Aquí la determinación del perjudicado dependerá de cuál de las preten-
siones alcance antes el registro (si se inscribe primero la hipoteca, el perjudicado será
el comprador; si se inscribe primero la previa venta, será el acreedor hipotecario, que
no podrá hacer nacer la hipoteca ya que cuando la lleve al registro verá que el titular
registral no es quien contrató con él; recuérdese que la inscripción registral es un re-
quisito constitutivo de la hipoteca).
C. Dolo defraudatorio.
El dolo de defraudar debe concurrir como mínimo en la segunda ope-
ración, es decir: debe haber dolo de hacer surgir mediante fraude una segun-
da pretensión incompatible con la primera.
Algunos autores han entendido que debía exigirse que la intención defraudatoria
abarcase el conjunto de las dos operaciones (Castiñeira-Corcoy-Silva). El Tribunal Su-
premo, con razón, entiende que sólo debe exigirse el dolo defraudatorio a partir de la
segunda operación.
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ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
pues dependerá de quién inscriba antes su título. Bastará, pues, con que el
dolo abarque el posible acaecimiento de una de las dos alternativas.
Dos son las conductas contempladas en el 2º inciso del art. 251, y ambas se
definen como la sucesión de dos actos:
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
Si nos referimos a estafas en perjuicio del comprador: la más habitual será que el
vendedor, tras vender la finca y antes de la traditio, se aproveche de que aún es su titu-
lar registral e hipoteque el inmueble en garantía de un cuantioso préstamo.
Pero el perjudicado también podrá ser el prestamista hipotecario en favor de quien
se firma la carga. Ello ocurriría si el comprador lograse inscribir su título en el Registro
antes de que el prestamista pudiese inscribir la hipoteca. En ese caso, la hipoteca no
podría ser inscrita y no llegaría nacer.
No obstante, tras las últimas reformas del Reglamento Notarial y los deberes de
inmediata comunicación telemática al Registro por parte de los notarios (arts. 175 y
249 RN), esta última hipótesis es más difícil que se dé en la práctica.
La diferencia con los casos del art. 251.1 es que aquí el estafador en el mo-
mento de gravar el inmueble sigue siendo su propietario, sólo que se ha obli-
gado mediante un contrato de compraventa a entregar la cosa libre de cargas,
pero aún no la ha transmitido mediante traditio.
226
ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
Como hemos dicho, en el art. 251 tienen cabida dos grandes bloques de
casos:
• Fraudes que también están abarcados por el tipo de estafa propia (ej.:
perjudicar al segundo comprador ocultándole que la finca ya había sido ven-
dida; vender una cosa ocultando que tiene cargas);
• Fraudes que no están abarcados por el tipo de estafa propia (ej.: ven-
der una finca al primer comprador y después dañar sus derechos mediante
una segunda venta, de modo que el segundo comprador adquiere en firme al
inscribir su derecho en el Registro).
Pues bien: el primer bloque de delitos encajaría también en el tipo de
estafa común, y casi siempre en el de estafa agravada, pues al tratarse
de fraudes sobre inmuebles, la cuantía del perjuicio será frecuentemente su-
perior a 50.000 € (art. 250.1.5º); y si se trata de inmuebles destinados a ser
primera vivienda, concurriría también el tipo agravado del art. 250.1.1º, lo
que puede llevar al tipo hiperagravado.
Este concurso de leyes debe resolverse por la vía del principio de alternati-
vidad (art. 8.4 CP), aplicando el delito con la pena más elevada (que, cuando
concurran las circunstancias cualificantes del art. 250, será la estafa común
agravada).
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
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ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
Art. 248.2.a). Los que, con ánimo de lucro y valiéndose de alguna manipulación in-
formática o artificio semejante, consigan una transferencia no consentida de cualquier
activo patrimonial en perjuicio de otro.
Para cubrir la laguna que hemos señalado, el Legislador creó un tipo penal
paralelo al de la estafa, pero con dos importantes modificaciones.
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
En efecto: el hacker que manipula un sistema informático para lograr una trans-
ferencia en su beneficio, en sentido estricto no engaña a nadie, por lo que no cabría
aplicar al caso el tipo de estafa propia: simplemente ha dado una instrucción a un pro-
grama para conseguir una transferencia.
Por ello, este tipo no es de aplicación a casos de fraude mediante operaciones in-
formáticas cometido por quien está autorizado para operar con la cuenta bancaria,
pero lo hace deslealmente (en puridad constituirían actos de administración desleal).
La doctrina ha criticado con razón la enorme amplitud e indeterminación de este
tipo penal, que contrasta con el tipo de estafa común, cuya tipicidad es sumamente
determinada y perfilada por elementos típicos muy concretos.
Se discute si los casos de phishing (webs muy similares a las de un banco o entidad
similar, para engañar a sus clientes y que introduzcan sus claves o datos de acceso)
deben entenderse como estafas informáticas stricto sensu o como estafas propias, pues
parte de la doctrina entiende que en ellas la mecánica es el engaño a una persona y no
la manipulación para lograr una transferencia. Aquí la manipulación informática no
sería sino una mise en scène para engañar al sujeto pasivo. Sin embargo, nótese que
la elaboración o posesión de programas para preparar fraudes de phishing ya están
de por sí castigados como posesión de medios informáticos aptos para la comisión de
estafas (art. 248.2.b: véase el siguiente epígrafe).
Hay dudas sobre la calificación de los casos de acceso online no permitido a una
cuenta bancaria con las claves del titular para lograr transferencias en su perjuicio. Aun-
230
ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
que hay jurisprudencia que los ha calificado conforme al art. 248.2.a), en puridad cabe
dudar que en estos casos se dé una manipulación informática o artificio semejante.
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DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
De no ser así, estarían abarcadas por el tipo la conducta del profesor de informática
de la academia de la Guardia Civil que los posee para la docencia, o la del policía que
los posee porque se está incautando de ellos.
El precepto adolece de un grave problema que puede hacerlo inaplicable, como ha
señalado la doctrina: el art. 249 determina las penas de las estafas del art. 248 según la
cuantía de lo defraudado (inferior o superior a 400 €), pero en estos actos preparato-
rios no cabe hablar de “cuantía de lo defraudado” (y tampoco cabe una interpretación
analógica, entendiéndolo como “cuantía de lo que se pretendía defraudar”). Por ello,
se ha sugerido que estos casos deberían ser sancionados, cuando sea posible, como
simples actos de conspiración delictiva, conforme al art. 269 CP.
Art. 248.2.c). Los que utilizando tarjetas de crédito o débito, o cheques de viaje, o
los datos obrantes en cualquiera de ellos, realicen operaciones de cualquier clase en
perjuicio de su titular o de un tercero.
Con esta figura el Legislador daba respuesta a casos como los de uso frau-
dulento de tarjetas de crédito obtenidas ilegalmente, cuya calificación era
problemática (no eran robos con fuerza, ya que el sujeto no usaba la tarjeta
para acceder al lugar donde se encontraba el dinero; y no eran estafas, pues
no se engañaba a nadie: simplemente se usaba una tarjeta con una máquina,
sin estar autorizado); o los de uso no permitido de tarjeta ajena en opera-
ciones por internet, que tenían un encaje forzado en las estafas informáticas,
ya que en ellos no se daba una “manipulación informática” ni un “artificio
similar”.
Sin embargo, el tipo es bastante más extenso que lo que era necesario, y
abarca también otros supuestos que tenían perfecta cabida en la estafa co-
mún (como, por ejemplo, el uso fraudulento de la tarjeta en un comercio, su-
plantando la personalidad del titular). No obstante, al tener tanto el tipo del
art. 248.1 como los del art. 248.2 la misma penalidad, este aspecto no tiene
gran trascendencia.
Ciertamente, era perentorio dar una protección penal al creciente uso del dinero de
plástico; pero de nuevo los términos del tipo penal son enormemente indeterminados
(“realizar operaciones de cualquier clase en perjuicio de su titular o de un tercero”: ni
siquiera contiene términos como “artificio” o “manipulación”). A duras penas se halla
un elemento que nos hable no ya de un fraude, sino de la simple antijuridicidad.
232
ESTAFAS Y OTROS FRAUDES
Por ello se impone una interpretación restrictiva, y atendiendo a que se trata de una
figura contenida bajo la rúbrica “De las defraudaciones” debe entenderse que como
mínimo ha de tratarse de operaciones no consentidas y no autorizadas.
233
DERECHO PENAL ECONÓMICO Y DE LA EMPRESA
La estafa puede concurrir con diversos delitos, sobre todo con falsedades documen-
tales (por ejemplo, cuando el defraudador se sirve de documentos falsos para dotar
de veracidad al engaño). Estas relaciones concursales son analizadas en el epígrafe
dedicado a cada uno de esos delitos. Así, para estudiar los principales supuestos de
concurso con la estafa, ver:
• Estafas y falsedades (en documento público, oficial o mercantil; en documento
privado; falsedades societarias; fraude de inversores, etc.): Tema 17, epígrafe II.3.
• Estafa y delito de presentación de datos contables falsos destinados a la apertura
del concurso (art. 261 CP): Tema 17, epígrafe IV.2.
• Estafa y fraude de subvenciones: Tema 14, epígrafe III.10.
• Estafa común y fraudes del art. 251: Ver, en este mismo tema, epígrafe X, punto 9.
• Delito continuado, delito masa y su deslinde con los supuestos de estafa agravada
por cuantía superior a 50.000 € o por afectar a un elevado número de personas
(250.1.5º), así como con los supuestos de estafa hiperagravada (250.2). Ver, en
este mismo tema, epígrafe IX, puntos 3 y 7.
Lecturas recomendadas:
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