Hacia Un Mundo Sin Adultos. Infancias Híper y Desrealizadas en La
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Hacia Un Mundo Sin Adultos. Infancias Híper y Desrealizadas en La
January 2013
Citación recomendada
Narodowski, M.. (2013). Hacia un mundo sin adultos. Infancias híper y desrealizadas en la era de los
derechos del niño. Actualidades Pedagógicas, (62), 15-36. doi:https://doi.org/10.19052/ap.2686
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Hacia un mundo sin adultos.
Infancias híper y desrealizadas
en la era de los derechos del niño*
Mariano Narodowski
Universidad Torcuato Di Tella
mnarodowski@utdt.edu
Cómo citar este artículo: Narodowski, M. (2013). Hacia un mundo sin adultos. Infancias híper y desrealiza-
das en la era de los derechos del niño. Actualidades Pedagógicas (62), 15-36.
*
Este artículo se vio beneficiado por la colaboración de la profesora María Eugenia Gaozza (Universidad
Torcuato Di Tella).
Actual. Pedagog. ISSN 0120-1700. N.º 62. julio-diciembre del 2013, pp. 15-36
Mariano Narodowski
Nombrar la infancia
Actual. Pedagog. ISSN 0120-1700. N.º 62. julio-diciembre del 2013, pp. 15-36
Mariano Narodowski
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“Que la diferencia se encuentra en los modales y habilidades de los hombres es debido más a su educación que a
cualquier otra cosa, tenemos razones para concluir que la puerta de atención se tendrán en cuenta en las mentes de
los formadores de los niños para darles ese condimento tempranamente, lo que siempre deberá influir en sus vidas
posteriores”.
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Mariano Narodowski
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Por otra parte, eran pocos los casos en que se excluía a la infancia del
proceso de escolarización. Cuando esto sucedía, el alumno dejaba de ser
considerado “niño” para pasar a ser un “menor”. La institución escolar ya
no es la encargada de albergarlo; ahora la encargada de este fin será una
institución especial de reeducación. Sus desvíos ya no serán “indisciplina
escolar”, sino “delincuencia infantil-juvenil” y la pedagogía ya nada tiene
que hacer con ellos: son objetos de análisis de la psiquiatría y del derecho
penal. Las políticas educativas tradicionales eran más bien sencillas: todo
niño debía asistir a la escuela aunque fuera necesario utilizar la fuerza po-
licial para conseguirlo. Los menores, en cambio, si bien tienen su propia
institución no entran dentro del discurso pedagógico.
Pero, a decir verdad, lo normal y lo patológico en las escuelas son con-
ceptos relativos a las historias y a las culturas. Por ejemplo, y sin ir muy
lejos, la convivencia en una misma sala de clases de niñas y niños hoy es
recomendable para “una formación equilibrada de la personalidad del alum-
no”, pero no hace más de cuarenta años se discutía si esto acaso “alentaba la
perversión y la inmoralidad”. ¿O acaso por qué —todavía hoy— sobreviven
los patios de mujeres y los patios de varones donde los juegos debían estar
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separados? ¿O por qué —todavía hoy— chicos y chicas forman filas separa-
das como forma de evitar todo contacto corporal? (Incluso muchas de estas
prácticas perpetúan en la escuela sin poder nadie dar cuenta de por qué). En
resumen, lo que hoy llamamos indisciplina escolar hace cincuenta o sesenta
años podría haber sido asunto de psiquiatras o de abogados penalistas...
Tanto el objeto infancia como el objeto adolescencia deben ser vistos
como aquel discurso psicológico o didáctico con el que se comprenden y
a la vez justifican las relocalizaciones y poseen, todos sin excepción, un
estatus que se configura a lo largo de la historia y que, por lo tanto, no
constituyen ni objetos ni explicaciones “naturales”. Cuerpo dócil, en el sen-
tido de Foucault, cuerpo maleable, la infancia es construida como ese lugar
de heteronomía y juego del que siempre sentimos nostalgias. Un espejo en
el que se refleja nuestra racionalidad adulta, heterónoma, severa (Corazza,
1998). Un lugar construido a partir de la carencia de razón, de autonomía.
De la carencia de saber.
Esta descripción de la infancia puede encontrarse en numerosas con-
venciones y declaraciones sobre los Derechos del Niño. Podemos mencio-
nar ya al principio del siglo XX, en 1924, la Declaración de Ginebra sobre
los Derechos del Niño y en 1959 la Declaración de los Derechos del Niño
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Siendo el cambio lo único constante, ¿quiénes son los que nos lideran?,
¿quiénes son objeto de culto? Justamente ellos, jóvenes hiperrealizados:
teenagers o mejor dicho screenagers. Sí, como expresamos anteriormente, los
ancianos ya no son aquellos que poseen el conocimiento y aquella etapa ya
no es vista como el apogeo de una persona, entonces ¿quiénes son aquellos
que ejercen ese poder? En la actualidad, los jóvenes; ya no se trata de la ex-
periencia, sino de manejarse en la inmediatez por parte de aquel que logra
dominar el medio cambiante en el que estamos inmersos. En esta cultura
prefigurativa lo importante ya no son las arrugas que marcan el paso del
tiempo, por el contrario, lo importante es borrar toda marca que el tiempo
nos haya dejado para mostrar, cual trofeo, nuestra vida “juvenilizada”.
Es preciso demostrarles a los otros y demostrarnos a nosotros mismos
que vivimos en el aquí y en el ahora a cualquier precio: cirugías o photoshop
están a la orden del día. Basta con observar los avisos publicitarios para
advertir que nuestros modelos ya no se encuentran en el pasado, sino que
son los jóvenes con sus cuerpos vírgenes de marcas del tiempo, con su
espíritu que se supone libre, con su apego a las pantallas y con su dominio
de la tecnología, los que son el estereotipo por seguir. En el libro Playing
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the Future, de Douglas Rushkoff (1996), advertimos una infancia que, en
vez de depender del adulto, es capaz de guiar a este en un mundo en caos.
En resumen, el futuro es el de un mundo sin adultos.
En este escenario, niños y adolescentes hiperrealizados ensayan el
mundo que viene, juegan en el contexto de las incertezas y el desorden
virtual. Infancia y adolescencia de surf, skate, longboard y snowboard en el
que los jóvenes tripulantes navegan sobre superficies hostiles y turbu-
lentas (la nieve, las olas, la calle) con la única convicción posible: que no
existe un único camino para llegar en la medida en que no se gobierna el
entorno. El surfista no domina a la ola, solo se vale de ella sin esperanzas
de domesticarla, sin posibilidad alguna de ser un sujeto soberano de su
propia actividad. En cuanto al punto de llegada, el final es el punto del que
se parte: ya no hay “progreso” en un sentido acumulativo, sino una circu-
laridad cada vez más perfecta y eficiente que con cada avance tecnológico
nos empuja, brutalmente, a la línea de largada.
Si observamos los nuevos videojuegos que hoy en día los chicos eligen
como entretenimiento, notaremos que ya no persiguen los mismos objetivos
de los videojuegos de hace veinte o treinta años: la meta era llegar a la gran
final, durar el mayor tiempo posible en el juego. Una ficha o una moneda que
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Creado y publicado por Ziosoft.
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Publicado por Electronic Arts (2002). Battlefield.
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Creado y publicado por Sony (2002), Special Operations Comand (SOCOM).
5
Rockstar Games (1999). Grand Theft Auto.
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Publicado por Electronic Arts (2000). The Sims.
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Personaje de la saga de videojuegos Ässassin’s Creed, producida por UBISOFT.
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que son ellos los que, finalmente, conocen la clave del mundo por venir, del
futuro que ya llegó hace rato. Chicos que, como en los dibujos animados
“Ben 10” son los encargados de salvar al mundo.
Infancias desrealizadas
Hay una realidad que no podemos dejar de analizar. La infancia desreali-
zada; es la infancia de la calle. Es la infancia que desde edades tempranas
trabaja, que vive en la calle, que no está al resguardo del adulto que ha
encontrado suficientes herramientas para ser independientes, autónomos.
Son aquellos chicos que vemos por la noche intentando subsistir, quienes
pudieron reconstruir una serie de códigos que les brindan cierta autonomía
económica y cultural y les permiten realizarse, mejor dicho desrrealizarse;
esa es la palabra correcta, como infancia. Son niños que nos cuesta definir
como tales, ya que no nos despiertan aquellos sentimientos de protección
y de ternura que debieran despertarnos. Son niños que no están infanti-
lizados. Son niños que trabajan, que piden en las calles, que viajan de un
lado a otro en búsqueda de algún refugio dónde dormir. Son niños con
30 recursos necesarios para no depender de un adulto, y adultos que no ven la
necesidad de protegerlos. Buscan sus propios alimentos, no rinden cuentas
a nadie y adquieren sus propias categorías morales de la calle.
Esta es la infancia que no queremos reconocer. Reconocerla es aceptar
nuestro fracaso como adultos, en cuanto tenemos la obligación de prote-
gerla; es explicitar definitivamente la persistencia de un mundo sin adultos.
Nos recuerda constantemente aquello que debió ser erradicado, aquello que
quita nuestro sueño de pureza, sofisticación e impecable virtualidad. Es
aquella infancia que no está incluida físicamente dentro de las relaciones de
saber y que además se la excluye institucionalmente; se trata de la infancia
excluida físicamente de estas relaciones de saber, pero también excluida
institucionalmente. Así como la invención de la imprenta produjo el anal-
fabetismo, Internet y los nuevos dispositivos que permiten entrar a la gran
“nube” también están creando una nueva generación de analfabetos virtua-
les: los desenchufados, los chicos unplagged que posiblemente nunca estarán
on-line. No hablamos aquí de acceso a Internet solamente, sino que también
hablamos de la posibilidad de acceder a distintos dispositivos tecnológicos
que posibilitan adquirir herramientas necesarias para la vida moderna.
Muchos podrán preguntarse ¿qué hay de nuevo en este esquema de
híper y desrealización si siempre hubo chicos en contextos desfavorables
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Publicado por Valve. (1999). Counter Strike
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Publicado por Nintendo (1986). The Legend of Zelda.
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mundo tan legítimo como el nuestro. Un mundo como el del adulto, donde
consumen y luego existen; y si no consumen, emergen con violencia y
finalmente existen, aunque esa emergencia les cueste el encierro, la prisión
y hasta la muerte.
Es la infancia la portadora de una cultura legítima que obliga a sus
padres y maestros a adaptarse a ella: ya no es el chico el que debe callar
frente a la cultura escolar, sino la escuela la que se adapta a las nuevas
situaciones. Una escuela que intenta, por un lado, adaptarse a sus alumnos,
pero por otro, todavía no está dispuesta a alejarse de aquel ideal comenia-
no de “enseñar todo a todos” y “de igual manera al mismo tiempo”. Así,
encontramos escuelas llenas de pantallas interactivas, de computadoras,
de tablets, de ebooks y televisores full HD junto con prácticas pedagógicas
basadas en la exposición del docente. Libros de lectura que parecen re-
vistas de historietas, comics, editoriales que compran los derechos sobre
personajes de historietas o dibujos animados para que sus libros escolares
sean más entretenidos.
Docentes que se definen como “animadores”. Horas de clase en las
34 que se permite mirar la televisión “así los chicos aprenden a ser televiden-
tes críticos”, porque además de soportar la televisión hay que soportarla
“críticamente”. Niños hiperadaptados a los medios y a la violencia; que se
realizan, ya no por medio de la obediencia de la ternura o de la adquisición
de experiencias, sino mediante el descubrimiento de las posibilidades que
poseen para operar con eficiencia en un mundo que cambia con ellos.
Ante ellos se encuentran unos adultos desorientados, desesperados por
aquella época en la que ellos eran el centro. Adultos nostálgicos que castigan
con amonestaciones, que les lavan la boca con jabón, que los desnudan en
público, que los llaman drogadictos por festejar el fin de curso o que ruegan
por el descenso de la edad de imputabilidad penal y hasta por la pena de
muerte para la delincuencia infantil y juvenil. Manifestaciones perversas
de la añoranza de un tiempo que se fue. Infantilización a la fuerza, que
deja en evidencia nuestra impotencia adulta y que merma en la capacidad
disciplinadora (Narodowski, 1999).
Chicos cada vez “más adultos” (las comillas muestran que no hay pa-
labras para esta situación) por su capacidad de elección y su independencia
tecnológica. Al mismo tiempo que se encuentran cada vez más indefensos
frente a la influencia de los medios de comunicación masivos y la compul-
sión al consumo: lo que los pone en una posición privilegiada, pero también
los expone y los debilita. Chicos que nos obligan a reflexionar acerca de
una nueva época de nuevas ilusiones, nuevas desilusiones y, especialmente,
de nuevas infancias. Chicos que nos muestran que aquella institución que
nació desde el siglo XVII (esa que está a la vuelta de nuestras casas) para
albergarlo y darle respuestas, ya no sabe que hacer frente a estas nuevas,
indeterminables y tal vez infinitas infancias.
Al mismo tiempo, ¿dónde estamos nosotros? Los adultos, sus educa-
dores, tratamos infructuosamente de reconstruir ese espejo en el que se
reflejaba nuestra racionalidad. Pero nos estamos empezando a dar cuenta
de que esto ya no es del todo posible. En algún punto ese espejo se rom-
pió y sus partes han estallado devolviéndonos imágenes que ya no nos
permiten reconstruirnos a nosotros mismos desde nuestros orígenes. Por
el contrario, mirar hacia el mundo de los chicos, volviendo a Rushkoff,
no significa retrotraernos nostálgicamente hacia nuestro propio pasado,
como hubiera ocurrido antaño. Mirar hacia el mundo de los chicos implica
mirar para adelante: ellos son nuestro propio futuro o, más simplemente,
nosotros seremos ellos.
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Referencias
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génesis, su desaparición y su valor efectivo para la pedagogía. Educación, Nro. 52
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