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Constitucion de Un Sujeto

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PSICOLOGÍA DEL

DESARROLLO Y EL APRENDIZAJE I

PROFESOR: MARCELO BIRADOR

CONSTITUCIÓN DE UN SUJETO

La constitución de un ‘sujeto’ es un proceso complejo y con un final casi imposible


de señalar.

En los siguientes párrafos haremos un intento por caracterizar algunos elementos


que contribuyen a que un recién nacido se transforme en un sujeto y su organismo
en un cuerpo.

En 1895 Freud afirmaba con relación al niño recién nacido que, frente a la tensión,
el cuerpo tiende a la descarga. Se trata, decía, de “una urgencia que se libera
hacia la vertiente de la movilidad” (Freud, 1895). En este intento de liberarse de la
tensión, la primera vía que es recorrida es la que conduce a la alteración interna.

Veamos esto con un ejemplo: el bebé experimenta la necesidad de comida como


una tensión, una sensación de malestar originada en estímulos internos. La
respuesta a estos estímulos es el grito.

Pero ninguna descarga de esta naturaleza puede eliminar esa urgencia, pues, a
pesar de la alteración interna, los estímulos endógenos persisten (la señal de
hambre) y la tensión se reestablece.

La estimulación, sostenía Freud, sólo puede ser abolida por medio de una
intervención que suspenda transitoriamente el disparo de estímulos desde el
interior del cuerpo y, una intervención de esta índole requiere una alteración en el
mundo exterior, por ejemplo, el aporte de alimento.

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Esta acción, llamada acción específica, en los orígenes no puede ser realizada por
el organismo humano y debe contar con asistencia ajena. Con aquel intento de
eliminar la tensión por medio de la alteración interna, por ejemplo a través del
llanto, el niño llama la atención de otra persona. Naturalmente que este llamado de
atención no es intencional por parte del niño sino una asignación de sentido por
parte del adulto. El bebe grita en un intento de hacer desaparecer la tensión y el
adulto “interpreta”, “significa” lo que al niño le pasa: la tensión se transforma en “el
bebé tiene hambre”, tras lo cual ese adulto (en general la madre), ofrece su pecho.

Una vez que el individuo asistente ha realizado la acción específica en el mundo


exterior (ofrecer el pecho), el niño, por medio de dispositivos reflejos (la succión,
por ejemplo) puede cumplir sin dilación la función que en el interior de su cuerpo
es necesaria para eliminar el estímulo endógeno.

Todo este proceso por el cual la tensión se ha descargado, representa una


vivencia de satisfacción y posee importantes implicancias en la constitución del
sujeto.

En primer lugar se instaura una huella mnémica, un recuerdo, ligado a la


percepción del objeto que satisface su necesidad.

La descarga a través del arco reflejo (succión) da lugar a nuevas excitaciones


sensitivas de piel y músculos (sistema vestibular, sensación de acunamiento,
etc.), una imagen motriz que también se inscribirá, estableciéndose entre ambos
registros una facilitación. Esto quiere decir que, ante el recuerdo de uno, por
ejemplo, el pecho de la madre, aparecería el recuerdo de las sensaciones que se
asociaron a esa percepción en aquel momento.

Tenemos entonces: hambre (estímulo interno)→ grito→ acción específica→ acto


reflejo→ experiencia de satisfacción.

La vivencia de satisfacción conduce a una ‘facilitación’ entre las dos imágenes


mnemónicas -la del objeto deseado (pecho) y la del movimiento reflejo (succión)- y
el estado de tensión.

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Por esa ‘facilitación’, cuando surge el estado de urgencia, se activan también los
dos recuerdos. Cuando reaparece la tensión, el registro de las vivencias de
satisfacción pone en marcha el deseo pues pone al bebé en la búsqueda de
aquello que le da placer, eterna búsqueda de aquel objeto, de una mítica primera
escena, y por lo tanto, por ser mítica, no se reencontrará. Este proceso, decíamos,
tiene importantes implicancias en la constitución subjetiva pues pone en marcha el
deseo (en la eterna búsqueda de lo perdido).

Es posible que en un primer momento el deseo produzca algo similar a una


percepción, una alucinación del objeto deseado. Si la alucinación lleva al acto
reflejo, por ejemplo a la succión, su consecuencia inevitable será la frustración.

Todo este proceso, además de poner en marcha el deseo instaura en el individuo


una posibilidad de comunicación, la necesidad se transforma en demanda, el
organismo se hace cuerpo. Una de las paradojas de Winnicott afirma que los
bebés no existen, sino que deben constituirse.

“En los tiempos constituyentes, la necesidad se articula en la demanda, lo que es


del registro de lo biológico, el hambre por ejemplo, se liga al registro del
significante” (Heinrich, 1998).

La madre le otorga un sentido, significa, lo inespecífico del grito, de la urgencia, de


la necesidad: “... pone palabras allí [...], al grito, desde su propia historia, es decir,
acude a satisfacer la necesidad, aporta el objeto específico que cancela la tensión,
desde su deseo [...] Al registro de lo biológico, de lo anatómico, viene a imprimirse
entonces una geografía imaginario-simbólica desde los significantes del Otro”
(Heinrich, 1998).

La madre se convierte en todo poderosa en el sentido de que provee la


satisfacción a las necesidades del niño pero aportando un plus de goce más allá
de la satisfacción de las necesidades propiamente dichas (Dor, 1988), más allá del
organismo.

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Llegado este punto es necesario realizar un agregado que nos permita pensar
estos momentos fundantes del sujeto y su relación con la ‘atención’. ¿Cómo se
constituye la atención?

Sabemos que el mundo no es investido automáticamente. Esa investidura se logra


por identificación con otro que va libidinizando a ese mundo y otorgándole sentido.

“Cuando la mamá le muestra al hijo el sonajero, lo hace sonar, escucha con


él el ruido que hace, o le muestra un juguete, o una planta, o un alimento, está
atrayendo la atención del bebé hacia ese objeto. De todo el mundo sensorial
posible, la madre recorta algo y se lo señala al niño como algo a ser investido. Las
miradas del niño y de la madre confluyen en un punto. Y las sensaciones múltiples
y confusas, el pensamiento errático, van dando lugar en el niño a momentos en los
que puede “enfocar” determinados contenidos” (Janin, 2004).

Las palabras de Beatriz Janin son claras a la hora de reconocer la importancia de


la función del cuidador en la libidinización del mundo, en la investidura de un
exterior al bebé. Podemos, entonces, comenzar a pensar qué sucede con niños en
la que esa función falló y, quizás, ‘atenderlos’ de una manera diferente a la que
hasta ahora pues, tal vez, estemos repitiendo una escena por ellos conocida (la
‘desatención’).

Cabe aclarar que no se trata de buscar culpables sino de poder atender a estos
niños de una manera diferente y pensar en la forma de ayudarlos.

Podríamos sintetizar lo dicho hasta aquí destacando la importancia –en el proceso


de constitución subjetiva- de una primera vivencia (mítica) de satisfacción, vivencia
que encausa al sujeto en una eterna búsqueda en pos del reencuentro con ese
objeto deseado.

Freud planteó la primera experiencia de satisfacción como un momento mítico


ligado al desamparo del sujeto ante la tensión producida. El niño necesita del otro
que realice una acción específica que permita reestablecer el equilibrio perdido.

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Para el autor, esa vivencia primaria introduce una marca, huella mnémica que,
ante la reaparición de la necesidad intentará reproducir por la vía de la
alucinación. Esta vivencia mítica permite dar cuenta del sujeto y su deseo. Freud
afirma que toda búsqueda de placer estará ligada al deseo de reencontrar una
satisfacción originaria por siempre perdida. El deseo es el movimiento que
reanima la rememoración de una satisfacción ilusoria, por lo tanto estará siempre
insatisfecho.

La intervención del otro introduce una acción específica que, además de satisfacer
la necesidad, da comienzo a la comunicación del niño con la madre (o cuidador),
es decir, quien introduce un significante: “escuchando un pedido allí donde hay
sólo grito, la madre con su respuesta crea la demanda” (Singeser, 2002),
demanda que es siempre demanda de amor y no de objeto. La demanda es
entonces, algo más que una necesidad (Bianco, 2002). Es el organismo el que
necesita y la madre transforma la necesidad en demanda haciendo cuerpo de ese
organismo.

El sujeto se constituye a partir de la palabra del otro, del otro que también es
deseante, que también fue bebe, que también se encausó en la eterna búsqueda
de esa satisfacción mítica.

A partir de esto nos preguntamos por la función del otro en la constitución


subjetiva. Es en este encuentro del bebé con su madre (y con el deseo de ésta)
que el grito se resignifica y se conjuga una doble demanda: la del niño y la de la
madre. El deseo del niño se constituye desde el deseo de la madre y, por lo tanto
es algo que lo precede, es anterior a él. Ese niño viene a ocupar un lugar creado
por otros, desde el deseo de otros, lugar absolutamente necesario, lugar que
debió haber sido creado para que pueda ser ocupado por ese niño que llega: un
nombre, la fantasía de un rostro, expectativas, un espacio no accesible al sentido
común –dice Rodulfo-, espacio de los otros donde intervienen los sonidos, la
mirada, el tacto.

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La constitución del sujeto implica pensar diferentes movimientos por los que debe
pasar el sujeto psíquico en estructuración, tareas que lo llevarán a desprenderse
de la madre y constituir una estructura singular que le permita ubicarse en el
mundo en tanto sujeto (Bleichmar, 1984). En estos movimientos es importante la
función de los otros. Y observemos que decimos la ‘función’ del otro. No es la
persona lo que cuenta sino la función que cumple. En esta tarea resulta primordial
la función materna y también la paterna. La función materna consiste en sostener
al pequeño, física y metafóricamente y debe ser sostenida por la función paterna,
que debe cuidar de la constitución de esa díada.

La madre es el primer espejo donde el bebé se mira y se identifica con eso que ve,
es a partir del cuerpo de la madre que podrá unificarse simbólica y físicamente.
Beatriz Janin afirma: “en la conjunción de esa representación que los otros le
devuelven y la ligazón que él va estableciendo entre las diferentes zonas de su
cuerpo, se va armando una idea de sí mismo” (Janin, 2004). La madre lo contiene,
lo acuna, lo acaricia, otorgándole seguridad, respondiendo a sus necesidades,
marcando los límites de su cuerpito, garantizando su vida.

Con relación a estos movimientos constituyentes del sujeto retomamos dos mitos
que permiten dar cuenta de ellos. Mitos en tanto permiten responder a preguntas,
preguntas acerca del ser y el tener, y en este sentido nos referimos al mito de
Narciso y de Edipo respectivamente.

El narcisismo, en tanto mito, viene a responder a una pregunta, pregunta sobre la


falta de ser. El narcisismo implica diferentes movimientos en la constitución
subjetiva, movimientos que implican distintos tiempos, pero tiempos lógicos
difíciles de precisar en su cronología.

Tiempos lógicos del narcisismo:

Primer tiempo: el bebé constituye un todo con la madre, el sujeto está en el Otro,
“es” el otro. Se trata de una continuidad sin fisuras, dice Rodulfo, entre el infans y

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la madre, donde la caricia cumple una función subjetivante, el cuerpo del bebé se
debe delinear, armar, organizar psíquicamente y en esta tarea se conjugan las
ligazones que él va haciendo de su propio cuerpo, las caricias, la mirada.

Segundo tiempo: el pequeño infans empieza a verse como otro. Sostenido en los
brazos de la madre interrogará su mirada para saber qué debe ver allí
(identificación narcisista), qué debe SER. El deseo de la madre se juega en el ser
de este niño. La función materna deber ofrecer un lugar, el bebe debe encontrar
eso que debe ser, la madre debe otorgarle ser: es lindo, es querido, fue esperado,
será ingeniero, será como su abuelo, tiene los ojos de su hermano mayor, etc.,
etc., etc. ... “el adulto puede devolverle al niño una imagen de sí como el elegido,
el maravilloso, el hijo soñado, pero también la de un terremoto, un desastre, el
culpable de todas las desgracias”...(Janin, 2004)

Tercer tiempo: Este tiempo se inicia alrededor del octavo mes. El niño se angustia
frente a un extraño. Spitz llamaba a este momento ‘la angustia del octavo mes’ y
afirmaba tenía su origen en la ausencia de la madre. Rodulfo sostiene que de lo
que se trata es de la introducción de la categoría de extraño, es el reconocimiento
del otro como extraño lo que da cuenta de sí mismo como extraño: la diferencia
Yo-no Yo, sujeto-objeto. El niño debe inscribir que la madre no es él.

El heredero de este movimiento psíquico es el YO. El yo se caracteriza por ser la


representación de sí que nos permite sentir que uno sigue siendo uno mismo a
pesar de las variaciones del tiempo, espacio, etc. Constituye un núcleo que
permanece estable a pesar que cambien los atributos y no está dado de entrada.
El Narcisismo, por tanto, otorga ser al sujeto. “Cuando un niño nace, en el plano
de lo simbólico puede constituirse un campo de espera en la medida en que al
Otro algo le falta [...] lo común es escuchar que los padres presenten las
maravillas de su hijo, o sea: ‘Miren como brilla este niño y cómo brillamos nosotros
a través de él’. Cuando esto no sucede, cuando un niño no es significado
fálicamente, su lugar en el mundo se oscurece, se opaca”. (Untoiglich, 2003)

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Un segundo gran movimiento psíquico se desarrolla durante el Complejo de Edipo.
Este mito viene a responder a la pregunta acerca del tener.

El Edipo, en tanto nuevo movimiento psíquico, dará lugar al TENER, al ser


sexuado, tener un sexo. El pequeño debe inscribir que la madre no es DE él.

Para que el Edipo cumpla su función en el desarrollo subjetivo debe producirse el


pasaje del SER al TENER, renunciando a SER el que colme como absoluto el
deseo del Otro y así pasa a constituirse en alguien que logra tener determinada
identidad sexual.

Tiempos lógicos del Edipo:

Primer tiempo: se resignifica lo desplegado en el tercer tiempo del narcisismo. El


niño NO es la madre e intentará ahora identificarse con eso que la madre desea.
Intentará ubicarse en el lugar de aquello que la madre desea para conservar así
su amor.

Segundo tiempo: aparece con más fuerza el padre, privando a la madre y al niño.
Priva al niño del objeto de su deseo y a la madre del objeto fálico (el niño que la
completa). Se trata de un padre privador que remite a la madre a una ley, y para el
niño, el objeto de su deseo es poseído por ese otro a cuya ley la madre remite.

Tercer tiempo: En este tiempo se debe completar una triple transformación:

1º) el pasaje del SER al TENER, de ser el poseedor del deseo del otro, a tener
algo con lo que pueda desear y ser deseado;

2º) el padre aparece ahora como permisivo y donador, este padre no ES la ley
sino quien la transmite y se somete también a ella; y

3º) se constituye la categoría PADRE.

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El complejo de Edipo implica una articulación que se produce entre el deseo y la
ley. Por lo tanto, el heredero del Complejo de Edipo es el SUPER YO, esto implica
la interiorización de normas e ideales. El logro de esta interiorización le permitirá
luego acatar consignas dadas por otros, aceptar las normas de las instituciones,
dirigir la atención hacia donde el otro-autoridad exige (Janin, 2004).

Durante todo el desarrollo (y porque es nuestra forma de pensar la constitución


subjetiva), hemos hecho referencia a ‘momentos lógicos’ y no ‘cronológicos’ pues
no se trata de esperar que el niño haga tal cosa al cumplir un mes o alcance tal
otro logro al año. Seguramente nos llamará la atención que ciertas adquisiciones,
habilidades o conocimientos no hayan sido alcanzados en determinado momento,
pero lo que intentamos es pensar cómo se va constituyendo ese sujeto, su
psiquismo, en la interacción con otros.

Tampoco hablamos de madre, sino de funciones ... madre, padre, cuidadores.

A la hora de pensar el malestar que se observa en un niño o un joven también


debemos recordar que un niño es un sujeto en constitución, cuyo psiquismo se
está estructurando, en tanto los adolescentes se encuentran abocados a la tarea
de reeditar aquellos complejos infantiles para constituirse en sujetos adultos con
capacidad de trabajar, elegir su objeto de amor, insertarse en una cultura. Cuando
hablamos de los alumnos, por ende, nos estamos refiriendo siempre a sujetos
embarcados en tareas de constitución subjetiva, sujetos cuyo aparato psíquico se
está constituyendo o reconstruyendo.

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