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Vera Smith El Desarrollo de La Banca Central en Inglaterra

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EL DESARROLLO DE LA BANCA CENTRAL EN INGLATERRA

Y EL SISTEMA ESCOCES

Vera Smith

En términos generales debe haber sido cierto que, cronológicamente, los depósitos
bancarios precedieron a la emisión de papel moneda; por lo menos, así fue en Inglaterra y
en las primeras bancas que aparecieron en Hamburgo y en Amsterdam. Pero en general la
banca únicamente adquirió importancia con el desarrollo de la emisión de billetes. La
gente se sentía más dispuesta a depositar monedas y barras cuando el banquero le
entregaba algo a cambio, como un billete, que primitivamente era apenas un recibo que
podía ir pasando de mano en mano. Sólo cuando el público empezó a confiar en los
bancos, gracias a la circulación de papel moneda, los banqueros pudieron persuadir a la
gente de que dejara en depósito grandes sumas con la única garantía de una entrada en los
libros. Más aun, los banqueros sólo podían prestar partes considerables de los fondos que
tenían en depósito si podían entregar billetes a los depositantes en caso de que éstos
necesitasen súbitamente más efectivo. De este modo, cuando las ventajas de los depósitos
bancarios alcanzaron el reconocimiento general, los países que avanzaron más
rápidamente fueron aquellos en los cuales el uso de dinero emitido por el banco estaba
más difundido.

Con la emisión de papel moneda comenzaron, pues, los primeros problemas de la banca,
y sobre ella recayeron las mayores amenazas de los gobiernos en el sentido de establecer
monopolios bajo el sistema de concesión mediante cartas constitutivas. Indudablemente,
se cometieron muchos errores cuando la banca estaba en sus comienzos,1 y la
interferencia gubernamental, al menos para evitar operaciones fraudulentas, tenía cierta
justificación. Es muy importante destacar que cuando la banca hacía sus primeras
experiencias, la industria y el comercio recién estaban saliendo del proteccionismo
medieval, y tuvo que pasar por lo menos un siglo para que el nuevo sistema pudiera
organizar un código comercial para la empresa en gran escala. Antes del siglo XIX, en
general, prácticamente no existía el derecho mercantil; esta carencia era especialmente
grave en las esferas relacionadas con el dinero de un país: puesto que toda la población
manejaba dinero, los efectos de los posibles perjuicios podían alcanzar gran amplitud.
Pero es preciso aceptar que, casi con certeza, la razón más poderosa para que el gobierno
siguiera interviniendo en la esfera de la banca en tiempos en los cuales su ingerencia en
otras industrias declinaba, fue el hecho de que el poder, directo o indirecto, sobre la

1
En condiciones de plena libertad, una buena banca depende no sólo de la habilidad de los banqueros sino de que la
gente tenga el conocimiento y la experiencia suficientes como para distinguir lo bueno de lo malo, lo auténtico de lo
fraudulento.
industria del papel moneda es un arma extraordinariamente valorada en el arsenal de las
finanzas estatales.

A medida que los depósitos bancarios fueron aumentando, aproximadamente a partir de


1830, en relación con la emisión de papel moneda, empezó a perder importancia la
disputa acerca de los monopolios en el negocio de emisión, si bien la discusión no
terminó del todo a causa de la íntima conexión entre ambas ramas de los negocios
bancarios. Como los depósitos siempre debían estar respaldados por una reserva
suficiente de metálico, la cantidad total de dinero circulante debía ser un factor
fundamental en la determinación del volumen de depósitos que podía crearse mediante las
operaciones de préstamo de los bancos. De este modo, si una banca central controla la
emisión de billetes, también controlará, aunque con menor rigidez, el volumen del
crédito.

Si partimos de la base de que para el desarrollo comercial de un país es conveniente la


existencia de papel moneda, hay tres opciones posibles para su emisión:

a) puede estar sometido al control exclusivo del estado;

b) este control puede ser delegado a una única institución privada;

c) puede ser resultado de la libre competencia de un gran número de bancos emisores.

El sistema de una única institución privada puede asumir varias formas. Puede ser
totalmente independiente del estado o bien éste puede ejercer control sobre ella, o
mediante una participación en su capital, con lo cual impone su voluntad a través de sus
representantes en el directorio, o sometiéndola a los dictados de un ministro de Hacienda
en los asuntos de política general. La historia demuestra que, aun cuando el sistema esté
libre, nominalmente, del control estatal, virtualmente es muy difícil para el banco
conservar este derecho.

También en el sistema plural puede variar la índole del marco legal dentro del cual
funciona. Algunos de los que propugnaron un sistema libre estaban de acuerdo con la
existencia de ciertas regulaciones especiales; para otros era suficiente con las cláusulas
generales de un buen sistema de derecho mercantil.

Nuevamente debemos distinguir entre el caso en el que una compañía única ejerce el
monopolio absoluto del control y aquel en el cual es el centro de lo que se denomina un
sistema mixto en el que, si bien es cierto que conserva la mayor parte del poder, su
monopolio está hasta cierto punto calificado por la existencia de otras instituciones que
tienen funciones similares aunque las desempeñan dentro de límites más estrechos.
A grandes rasgos, podemos resumir en cuatro fases el curso de los acontecimientos y de
los vaivenes de la política en la evolución de los bancos emisores antes de 1875. La
primera de ellas es el período preliminar en el cual los bancos comenzaban a surgir y
tenían, por lo menos en teoría, la libertad de formarse sin restricciones, aunque sólo fuese
porque todavía no constituían un obstáculo que captara la atención de la autoridad
legislativa. En la segunda fase predominó el monopolio, absoluto o con cierto grado de
calificación. La tercera estuvo caracterizada por la pluralidad y por una creciente libertad,
que de ningún modo fue completa. En la cuarta fase se asiste al retorno de las
restricciones y del monopolio, absoluto o siguiendo los lineamientos de un sistema mixto
en el cual el control está centralizado.

Con algunas diferencias en las fechas, este esquema es más o menos representativo del
curso de los acontecimientos en Inglaterra, Francia y Prusia. Escocia y los Estados Unidos
no se ajustan a él.

Hagamos ahora un relato más detallado de los hechos históricos relacionados con el
desarrollo de la banca que son significativos para nuestros propósitos. Comencemos con
Inglaterra, que produjo lo que más tarde llegó a ser un modelo para muchos otros países.

Los orígenes de la banca tal como hoy la conocemos deben buscarse aproximadamente a
mediados del siglo XVII; entonces los comerciantes tomaron la costumbre de entregar en
depósito a los orfebres sus saldos en moneda y en barras. Los orfebres empezaron a
ofrecer intereses sobre los depósitos, dado que podían prestarlos a su vez a tasas más
elevadas, y los recibos que entregaban en reconocimiento de esos depósitos comenzaron a
circular como dinero. De esta manera surgieron pequeñas firmas privadas, todas con los
mismos derechos y emitiendo billetes sin restricciones y libres del control gubernamental.
El segundo período de la banca inglesa, que data de la fundación del Banco de Inglaterra
en 1694, se inició por un suceso de índole política más bien fortuita. El rey Carlos II había
tenido que recurrir en gran medida a los préstamos de los banqueros de Londres para
cubrir sus necesidades financieras. Fuertemente endeudado, en 1672 suspendió los pagos
de la Real Hacienda y, en consecuencia, la devolución de las sumas adelantadas por los
banqueros. Esto arruinó el crédito real en las décadas venideras, por lo cual Guillermo III
y su gobierno, con el propósito de proveer un sustituto para las fuentes de financiación
destruidas de este modo, aceptaron el esquema de un financista llamado Patterson para la
fundación de una institución que se denominaría Presidente y Compañía del Banco de
Inglaterra. Su establecimiento fue descrito por la Tunnage Act, y entre sus muchas
cláusulas su incorporación parece un hecho absurdamente insignificante, destinada a la
“mejor recaudación y pago a la Real Hacienda de la suma de £1.200.000”.

La historia de las primeras épocas del Banco registra una serie de intercambios de favores
entre un gobierno pobre y una corporación financiera. El Banco fue fundado con un
capital de £1.200.000, suma que inmediatamente prestó al gobierno recibiendo a cambio
la autorización de emitir papel moneda por la misma cantidad.2 La emisión súbita de
tantos billetes produjo las circunstancias que habitualmente acompañan a una inflación
monetaria. En 1697 el gobierno renovó y amplió los privilegios del Banco, permitiéndole
incrementar su capital y, por ende, su emisión de billetes; también le otorgó el monopolio
sobre la posesión de los saldos de propiedad del gobierno, ordenando que en lo sucesivo
todas las sumas adeudadas al gobierno fueran pagadas a través del Banco, lo que aumentó
considerablemente su prestigio. También se tomaron medidas para que ningún otro banco
pudiera fundarse nunca mediante una ley especial del parlamento. Por último, la ley
establecía que ningún acto del Presidente y Compañía del Banco de Inglaterra podía ser
causa de que la propiedad privada particular y personal de cualquier miembro de la
corporación quedara sujeta a decomiso, cláusula que les confería el privilegio de la
responsabilidad limitada. Este favor habría de ser negado a todas las demás asociaciones
bancarias por otros ciento cincuenta años.

Por esa época empezó a adquirir importancia un nuevo tipo de entidad comercial
conocida como sociedad anónima; la ya privilegiada posición del Banco se vio
evidentemente reforzada cuando se le otorgó una suerte de monopolio sobre este tipo
particular de organización, que en muchos aspectos era superior a las antiguas formas de
asociación comercial. De acuerdo con esto, en 1709, cuando la carta constitutiva del
Banco fue renovada, lo cual le permitió, además, aumentar su capital a cambio de un
préstamo al gobierno, la ley correspondiente especificaba que ninguna firma que tuviera
más de seis socios podía emitir billetes pagaderos a la vista o en cualquier plazo menor de
seis meses. Esta disposición excluía efectivamente a las sociedades anónimas del negocio
de la emisión de billetes, y también del negocio de la banca, dado que en esos días ambos
se consideraban prácticamente sinónimos. Debería pasar más de un siglo antes de que se
cuestionara la aplicación de la prohibición a otros negocios de la banca además de la
emisión de billetes.

La carta volvió a renovarse en 1713, otra vez a cambio de un préstamo al gobierno, y


como hacía falta capital adicional para cubrir la suma necesaria para el préstamo, el
Banco obtuvo al mismo tiempo el derecho de aumentar su emisión de papel moneda. La
renovación de la carta en 1742 reafirmó los privilegios del banco respecto de “la
exclusividad de los negocios bancarios” y fue acompañada por el consabido préstamo,
esta vez sin intereses. Después de 1751 el Banco fue encargado de la administración de la
deuda nacional. A cambio de la renovación de su carta en 1764 el Banco pagó al gobierno
una suma de £110.000. En 1781 hubo otra renovación y otro préstamo, y lo mismo
ocurrió en 1800. En resumen, entre 1694 y el comienzo del siglo XIX el Tesoro se
benefició no menos de siete veces por las sucesivas renovaciones de la carta constitutiva

2
En la práctica, la responsabilidad sobre la emisión de papel moneda no estaba limitada a esa suma. Véase
Feavearyear, “The Pound Sterling”, p. 118.
del Banco de Inglaterra,3 y esto, sin contar la financiación de corto plazo proporcionada
por la entidad en el curso ordinario de sus transacciones diarias.

El prestigio y la influencia del Banco como consecuencia del conjunto de privilegios


acumulados alcanzaron tal magnitud en el mundo financiero que a los pequeños bancos
privados les resultaba cada vez más difícil competir en las mismas líneas de negocios;
hacia 1780 habían desaparecido la mayoría de las emisiones de papel moneda privadas.
Hubo otro efecto secundario: los bancos pequeños comenzaron a poner sus saldos en
custodia en el Banco de Inglaterra que, de este modo, empezó a adquirir las características
de un banco central.

El período 1797-1819 es interesante para nosotros no sólo porque constituye un ejemplo


notable de la fuerza de la presión ejercida por el gobierno sobre el Banco sino porque la
política gubernamental en relación con él tuvo como consecuencia un aumento de su
influencia en el sistema bancario del país. Poco después del comienzo de la guerra con
Francia, Pitt tuvo que pedir adelantos al Banco. La Bank Act de 1694 le había prohibido a
éste hacer adelantos al gobierno sin la autorización expresa del parlamento, no obstante lo
cual, durante mucho tiempo se habían adelantado pequeñas sumas sobre letras del Tesoro
pagaderas al Banco. Como la legalidad de esta práctica se consideraba dudosa, en 1793 el
Banco solicitó al gobierno una ley que lo resarciera de las responsabilidades por los
préstamos que había hecho en el pasado y lo autorizara legalmente a continuar con esas
transacciones en el futuro, aunque con la condición de que no debían sobrepasar
determinada cifra. Pitt se apresuró a conseguir del parlamento la aprobación de la ley
pero, muy convenientemente, olvidó incluir la cláusula de limitación, por lo cual el Banco
quedó, en lo sucesivo, virtualmente obligado a satisfacer los requerimientos del gobierno,
cualquiera que fuese su monto. Hacia 1795 esos préstamos habían llegado a ser tan
excesivos que afectaron los intercambios con el extranjero y pusieron en serio riesgo las
reservas del Banco; ante esta situación, sus directores apelaron al gobierno, pidiendo a
Pitt que no se excediera en sus demandas, a la vez que contrataban descuentos con
clientes privados. Pero lo que hizo Pitt fue tomar todas las medidas posibles para facilitar
los préstamos del Banco al gobierno. Desapareció la antigua aversión por los billetes de
pequeñas denominaciones:4 en 1795 tuvo lugar la primera emisión de billetes de £5 y en
1797, la de billetes de £1 y £2; el propósito era proveer dinero de baja denominación, lo
que se conjugaba con otra disposición tomada en el mismo año, a saber, la suspensión de
los pagos al contado de los billetes del Banco. El gobierno instrumentó esta decisión
mediante una ley del parlamento para solucionar una situación crítica, ya que el Banco
enfrentaba una “corrida” en un momento en el que sus reservas estaban ya muy
disminuidas. La acción gubernamental, que equivalía a legalizar la bancarrota del Banco,

3
Véase MacCulloch, “A Treatise on Metallic and Paper Money and Banks”, p. 42.
4
En 1775 se había prohibido la emisión de billetes por sumas menores de £1, y en 1777, la emisión de billetes de
menos de £5.
sentó un precedente que llevó a la gente a esperar que, en el futuro, el gobierno siempre
acudiera en ayuda del Banco cuando éste estuviera en dificultades.

No analizaremos aquí las otras causas, fuera de los préstamos otorgados al gobierno, que
pudieron haber contribuido a los problemas del Banco en 1797. Basta con destacar que la
expansión del crédito a que la entidad se vio forzada bajo la presión del gobierno, además
de haber sido en sí misma una causa, debilitó su capacidad para solucionar las otras
causas, dado que el método para poner freno a un flujo de metálico, cualquiera que sea su
origen, debe ser una contracción del crédito.

Durante el período de rápida depreciación de la libra, después de 1800, en el cual hubo


enormes aumentos en los créditos bancarios para financiar los gastos de guerra, los
billetes del Banco de Inglaterra tenían, para todos los propósitos prácticos, el carácter de
dinero de curso legal. Aunque oficialmente no fueron declarados como tales hasta 1812,
como se los usaba en todos los pagos del gobierno (y tal vez también, en parte, por
motivos patrióticos) por lo general eran aceptados a la par. Por último, en 1812 el
gobierno los declaró de curso legal para todos los pagos. Todo esto tuvo importantes
consecuencias sobre la posición que ocuparon los billetes del Banco de Inglaterra en todo
el país. Los bancos provinciales empezaron a considerarlos como respaldo para sus
propios billetes, y en muchos lugares de Inglaterra reemplazaron por primera vez a
aquéllos en la circulación local. Las experiencias de la guerra dieron impulso, además, al
primer análisis pormenorizado acerca de la banca y del dinero, introducido por el informe
de la comisión que se ocupaba de las reservas de oro y que continuó con pareja intensidad
hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo.

Para el Banco fue muy provechoso, sin duda, que se lo liberara de su obligación de pagar
al contado. Diversos observadores posteriores hicieron hincapié en el interés de la entidad
en esa suspensión. Gallatin5 observa que sus dividendos declarados subieron del 7% al
10%, sin contar £13.000.000 de ganancias extraordinarias, y Horn6 dice que en la mañana
del día en que reasumió los pagos al contado sus acciones cayeron un 16%.

En 1819 la situación volvió a ser más o menos normal, lo cual trajo ya aparejada una
tendencia a considerar al Banco de Inglaterra como un ente regulador que ocupaba una
posición de especial responsabilidad en el sistema de moneda y crédito del país; y, en
verdad, los directores del Banco enviaron una representación al parlamento para protestar
por lo que juzgaban como una tentativa de establecer un sistema que hacía recaer sobre
ellos la responsabilidad de “sostener la totalidad del Dinero de la Nación”.7

5
“Considerations on the Currency and Banking System of the United States”, 1831, p. 47.
6
“La Liberté des Banques”, 1866, p. 301.
7
Véase “Parliamentary Papers, Reports from Committees, 1819”, vol. III, Report Nº 338.
Pese a que el papel moneda del Banco de Inglaterra dejó de tener curso legal, los bancos
provinciales trataron de que sus clientes conservaran la costumbre de aceptarlo en lugar
de oro, y por esta época las provincias poseían muy poco oro. Estos bancos todavía
necesitaban oro para pagar al contado sus propios billetes de denominaciones pequeñas,
porque el Banco de Inglaterra no emitía billetes menores de £5, pero en caso de que se
presentaran dificultades adicionales, la reserva de oro del Banco en Londres había llegado
a ser prácticamente la única fuente de aprovisionamiento. Además, los bancos
provinciales tenían la expectativa de que aquél les otorgaría préstamos en períodos
difíciles. En esos momentos, en los cuales los billetes emitidos por esos bancos no eran
aceptados, la gente no vacilaba en aceptar los del Banco de Inglaterra, que servían tan
bien como las monedas de oro para hacer frente a un drenaje interno de dinero en
efectivo. Al producirse la crisis de 1825 el Banco, que en un primer momento había
vacilado en cuanto a prestar asistencia a los bancos provinciales, después de una o dos
semanas empezó a concederles préstamos libremente. No sólo los ayudó con oro, sino que
volvió a emitir los billetes de £1 que habían circulado en el período de restricción, porque
los billetes de £5 eran inadecuados para las pequeñas transacciones diarias.

La responsabilidad por la crisis de 1825 recayó sobre los bancos provinciales y sus
emisiones de papel moneda de pequeñas denominaciones. En esa época había entre
setecientos y ochocientos de estos bancos, y aproximadamente ciento cincuenta de ellos
quebraron entre 1810 y 1825. Se produjo una agitación para que se permitiera el
establecimiento de otros bancos conformados con capital accionario, además del Banco
de Inglaterra, con el argumento de que las sociedades privadas existentes, de no más de
seis socios, eran demasiado pequeñas para ser sólidas y de que las sociedades anónimas
tendrían mayor fuerza y estabilidad. Se recalcaba que no sólo se permitía ejercer el
negocio de la banca a pequeños grupos de comerciantes sin experiencia, sino que bajo la
ley vigente sólo ellos podían hacerlo, y que si se establecieran compañías que contaran
con mayor respaldo financiero, eliminarían a las firmas ineficientes. Thomas Joplin, cuyo
opúsculo aparecido en 18228 hizo que la atención se centrara en el gran éxito del sistema
escocés, y que más tarde desempeñó un papel decisivo en la fundación del Nacional
Provincial, fue el iniciador de la campaña en favor de los bancos constituidos con capital
accionario. El Banco de Inglaterra se opuso tenazmente a estas propuestas, sugiriendo que
podría establecer sus propias sucursales en las provincias. Lord Liverpool y sus colegas
replicaron que esto no sería suficiente para satisfacer las necesidades del interior del país.
Al tratar de persuadir al Banco de que un aumento de la circulación en las provincias
redundaría en su propio beneficio, Liverpool9 aludía a su creciente tendencia a convertirse
en el depositario exclusivo de una única reserva de oro en épocas de intercambios
favorables y en el único recurso para obtenerlo en circunstancias adversas.

8
“The General Principles and Present Practice of Banking in England and Scotland.”
9
Véase su carta al director del Banco de Inglaterra (1826), publicada por J. Horsley Palmer en “Causes and
Consequences of the Pressure on the Money Market”, 1837.
El éxito de esta campaña marca el comienzo de un tercer período en la historia de la
banca de Inglaterra, período que se caracteriza por un aumento del liberalismo. La ley de
1826 autoriza a los bancos constituidos con capital accionario a establecerse fuera de un
radio de sesenta y cinco millas de Londres (aproximadamente, unos ciento cinco
kilómetros), y al Banco de Inglaterra a instalar sucursales. Una ley del mismo año prohíbe
la emisión de billetes de menos de £5, para evitar el problema que podría derivarse de la
existencia de denominaciones muy pequeñas.

Por entonces ya resultaba obvio que la emisión de papel moneda no era el único negocio
de la banca, ni constituía necesariamente su actividad principal. Otra rama de los
negocios bancarios había echado raíces y empezaría a crecer en el futuro: los depósitos
que podían extraerse mediante cheques ya habían adquirido importancia en el ámbito del
comercio. Por lo tanto, la demanda urgente del libre derecho a emitir billetes quedó
subordinada a la necesidad, ahora más importante, de una mayor libertad para instituir
bancos de depósito. Se resolvió que los derechos asignados por la carta de fundación del
Banco de Inglaterra no incluían ningún tipo de monopolio sobre los depósitos bancarios,
y la ley para su renovación, sancionada en 1833, autorizaba a establecerse en Londres a
bancos con capital accionario que no emitieran billetes pagaderos al portador y a la vista.
El primer banco fundado de acuerdo con las nuevas disposiciones fue el de Londres y
Westminster, y más tarde, el Banco Accionario de Londres, el Banco Colectivo de
Londres y el Banco de Londres y del Condado.10

La ley de 1833 también otorgó curso legal a los billetes emitidos por el Banco de
Inglaterra por sumas mayores de £5 mientras pudieran mantener su convertibilidad.11
Como consecuencia de esto, se reforzó la tendencia a instituir un sistema de reserva única
en metálico manejada por el Banco de Inglaterra. En circunstancias normales, el oro
todavía debía estar disponible para los pagos menores de £5, pero en épocas de gran
demanda, especialmente en momentos de pánico, los bancos provinciales pagaban con
billetes del Banco de Inglaterra ante la presentación de sus propios billetes o ante la
solicitud de retiro de sus depósitos, y en última instancia la demanda de oro recaía sobre
el Banco de Inglaterra. A partir de entonces, no era raro ni anormal que los bancos
provinciales adoptaran la costumbre de mantener la mayor parte de sus reservas en forma
de saldos en el Banco de Inglaterra, al cual acudían en procura de billetes cuando era
necesario. Así, el Banco no sólo se convirtió en el custodio de la reserva de oro de todo el
país sino también de la reserva (en efectivo) de los bancos.

Entre 1826 y 1836 se fundó casi un centenar de bancos emisores con capital accionario,
de los cuales aproximadamente setenta fueron constituidos en los tres últimos años del

10
Al principio, todos estos bancos eran compañías de responsabilidad ilimitada; a partir de 1858 se les otorgó la
responsabilidad limitada.
11
Esta ley también aseguró la abolición definitiva de las leyes que regulaban la usura. En 1716, el Banco había sido
exonerado del cumplimiento de estas leyes en relación con los préstamos, pero recién en 1833 pudo fijar las tasas de
interés que consideraba adecuadas para los empréstitos de los cuales era garante.
período; aquellos que se oponían a un sistema bancario más libre responsabilizaron a
estos bancos por las crisis de 1836 y 1839. La crítica más acerba fue la de Horsley
Palmer, entonces director del Banco de Inglaterra,12 y volvió a plantearse la cuestión de
las relaciones entre los movimientos en la circulación de los billetes de los bancos
provinciales y en la de los del Banco de Inglaterra. La comisión parlamentaria creada en
183213 no había podido llegar a una conclusión definitiva respecto de si las emisiones de
los bancos provinciales solían seguir o no a los movimientos en las emisiones del Banco
de Inglaterra. Palmer sostenía que hasta 1836 el Banco de Inglaterra había respondido con
una contracción de su circulación a cualquier tendencia al flujo de numerario, pero que la
influencia que pudo haber tenido esta política había sido anulada por las imprudentes
facilidades de crédito y las bajas tasas de interés debidas a las emisiones de los bancos
con capital accionario. Afirmaba que entre 1834 y 1836 las emisiones de los bancos
provinciales privados y de capital accionario habían aumentado, en conjunto, a un 25%,
lo que había llevado a una salida constante de oro en barras hasta que el Banco se vio
obligado, por fin, a elevar su tasa de descuento, hecho que produjo, en 1836, la escasez
del mercado monetario.

En su opinión, bajo el sistema de banca privada existente antes de 1826 la provisión de


servicios bancarios había sido adecuada, en vista de lo cual era riesgoso alentar la
formación de otros bancos de capital accionario. Consideraba que se había subestimado
excesivamente el valor de los bancos privados. “Casi ochenta bancos privados
suspendieron sus pagos en 1825”, dijo. “Sin embargo, la mejor prueba que puede
ofrecerse de la solidez de los bancos provinciales en ese período es que sólo una pequeña
proporción de ellos (se cree que menos de diez) presentaron quiebra.” Los argumentos de
Palmer provocaron la respuesta un tanto irónica de Loyd,14 quien dijo que no había
encontrado en las cuentas del Banco evidencia suficiente de que en el período estudiado
la entidad hubiese mantenido, según afirmaba Palmer, sus valores constantes y hubiese
reducido su circulación cuando disminuía la cantidad de metálico. Más bien pensaba que
había ocurrido lo contrario y dudaba mucho de que los bancos con capital accionario
hubieran podido ampliar sus emisiones durante un período cualquiera si el Banco de
Inglaterra hubiese implementado “una política de contracción regular, firme y constante”.
Loyd sostenía que el emisor central, cuyos billetes eran considerados ahora como reserva
monetaria por los bancos de capital accionario, tenía el poder y el deber de controlar el
accionar de esos bancos, pero los directores del Banco se negaban a aceptar esa
responsabilidad. Al mismo tiempo, Loyd y sus seguidores consideraban que la capacidad
de control indirecta del Banco de Inglaterra era insuficiente porque los bancos emisores
provinciales tardaban en acatar las políticas de contracción dictadas por él.15

12
“The Causes and Consequences of the Pressure on the Money Market”, 1837.
13
Informe del Committee of Secrecy on the Bank of England Charter”, 1831-2.
14
Reflexiones suscitadas por una cuidadosa lectura del opúsculo de J. Horsley Palmer respecto de “Causes and
Consequences of the Pressure on the Money Market”, 1837.
15
Véase su trabajo “Remarks on the Management of the Circulation and on the Condition and Conduct of the Bank
of England and the Country Issuers During the Year 1839”.
Después de esta época, los temas principales de la mayor parte de las discusiones en
Inglaterra fueron la política del banco central y la efectividad de su control sobre la
circulación total, y la necesidad o no de limitar la emisión de billetes a una cifra prefijada.
La controversia acerca del dinero circulante y los bancos tendió a eclipsar un tema de
alcance mucho más amplio, el de la banca libre; ambos problemas no son, por supuesto,
totalmente independientes, y en un trabajo posterior consideraremos sus interconexiones.
Lo que nos interesa aquí es que la escuela monetarista triunfó por fin en 1844, con lo cual
llegamos al cuarto período y a una decisión que favoreció, por lo menos en la práctica, a
un sistema de reserva única manejada por una banca central. La ley de 1844 concedió al
Banco de Inglaterra el monopolio último de la emisión de papel moneda. La ley
estipulaba, en primera instancia, que la emisión fiduciaria del Banco de Inglaterra no
sobrepasaría la cifra de £14.000.000. Los demás bancos emisores existentes en ese
momento conservaban el derecho de emisión, pero el límite máximo de las cantidades a
emitir estaba dado, en cada caso, por la cifra promedio de sus emisiones en el período
inmediatamente anterior a la sanción de la ley; sus derechos caducarían totalmente en el
caso de que se fusionaran o fueran absorbidos por otro banco o de que renunciaran a ellos
voluntariamente, y el Banco de Inglaterra adquiriría esos derechos hasta los dos tercios de
las emisiones autorizadas a esos bancos. Los bancos que se fundaran en adelante no
tendrían derecho de emisión.

Horsley Palmer se opuso a la ley de Peel16 argumentando ahora que se había colocado al
Banco en la posición de un “prestamista de último recurso”, como lo llamó más tarde
Bagehot. Dijo que su situación sería muy difícil si tuviera que prestar ayuda al mercado
en épocas como las de 1825, 1836 y 1839. Peel esperaba que su disposición tornaría
mucho menos probables ese tipo de situaciones, pero los hechos habrían de demostrar que
sus esperanzas eran infundadas. En las crisis de 1847, 1857 y 1866 el gobierno siempre
estuvo dispuesto, sólo cuando esto fue necesario, a eximir al Banco de Inglaterra de las
disposiciones de la Bank Act, y algunos expresaban naturalmente que la cláusula que
limitaba la emisión fiduciaria del Banco carecía de aplicación en la práctica, ya que éste
podía siempre recurrir al gobierno para que legalizara su infracción toda vez que se
encontrase en una situación difícil. De hecho, las relaciones entre el Banco y el gobierno
tenían una tradición de tan larga data que ni el Banco, ni el pueblo, ni el gobierno podían
pensar en otra cosa que no fuese el pleno apoyo del gobierno al Banco en tiempos de
crisis. Siempre había sido una institución privilegiada y protegida y debería seguir
siéndolo, no sólo por su propio interés sino también por el del gobierno.

Los directores del Banco se mostraban extremadamente reacios a reconocer que éste se
hallaba en situación muy delicada en un sistema que, como consecuencia de una larga
serie de manipulaciones gubernamentales, había hecho de él el elemento de control en la

16
Véase Feavearyear, “The Pound Sterling”, p. 256.
estructura de crédito del país. Bagehot analiza la naturaleza de esta responsabilidad en su
obra “Lombard Street”.

Cuando consideramos la ley de 1844 con nuestro conocimiento de las características que
tuvo posteriormente el desarrollo de la banca, en particular las fusiones de los últimos
veinticinco años del siglo XIX, no podemos dejar de advertir lo anómalo de la situación
en que colocó a los bancos emisores provinciales. Puesto que se les había prohibido
adquirir, por compra o absorción, el circulante de otros bancos emisores, se tendió a
preservar los bancos más pequeños, aun cuando para ellos habría sido más rentable
fusionarse, porque podía darse el caso de que las ganancias procedentes de la emisión de
papel moneda fueran mayores que las derivadas de la fusión con un banco más
importante. En segundo lugar, los bancos de capital accionario que emitían papel moneda
fueron excluidos del mercado londinense y se vieron precisados a pagar a corresponsales
para que sus billetes pudieran circular en Londres. Un caso muy notable es el del Banco
Nacional Provincial. A diferencia del Banco de Londres y Westminster, fundado en
Londres como banco sin derecho a emisión, de acuerdo con las previsiones de la ley de
1833, éste fue establecido como banco emisor con capital accionario, según la ley de
1825. Así, aunque tenía su casa matriz en Londres, en la que se encontraba la
administración general de todas sus sucursales, quedó excluido de cualquier negocio
bancario en la metrópoli. El proyecto de ley presentado por Gladstone en 1865, sobre
emisiones provinciales, tenía el propósito de eliminar estas anomalías. A cambio de la
supresión de las desventajas que hemos mencionado, los bancos que decidieran acogerse
a las disposiciones de esta ley (que era únicamente permisiva) tenían que pagar un
gravamen de £1 por ciento sobre su circulante autorizado; además, el gobierno se
reservaría el derecho de dar por terminadas totalmente sus emisiones después de un
período de quince años. Hankey y Goschen hicieron una enmienda de esta cláusula de
modo que no sólo facultara al gobierno para poner fin a las emisiones de esos bancos sino
que lo obligara a hacerlo. De este modo se convertiría en un instrumento para librarse
completamente del circulante provincial, pero Gladstone redactó el preámbulo de tal
modo que no excluía del todo las negociaciones por una renovación del plazo. No
obstante, el proyecto no fue aprobado y en 1866 el Nacional Provincial, probablemente el
banco más afectado, inició sus actividades en Londres renunciando para ello a su derecho
a emitir papel moneda. A partir de entonces, los bancos de capital accionario se dedicaron
al negocio de los depósitos.

La discusión teórica persistió aún durante algunos años, mayormente como reflejo del
desarrollo de los acontecimientos en otros países.

El sistema escocés

La sanción de la Ley de Unión demoró aún una década; de no haber sido así, el Banco de
Inglaterra podría haber sido el Banco de Inglaterra y Escocia. Pero, tal como fueron las
cosas, la banca escocesa se desarrolló en forma independiente. Al comienzo se llevó a
cabo la práctica de otorgar concesiones por medio de una carta. Al Banco de Escocia,
fundado por un grupo de comerciantes escoceses en 1695, sólo un año después del
establecimiento del Banco de Inglaterra, le fue otorgado un monopolio por veintiún años
mediante una carta del parlamento escocés. Casi inmediatamente comenzó a establecer
sucursales y a emitir billetes de bajas denominaciones, hasta de £1. En 1716, al expirar el
plazo del monopolio, el Banco protestó firmemente contra las amenazas de competencia,
pero no tuvo éxito y en 1727 el parlamento otorgó una segunda carta, ahora al Banco Real
de Escocia.

La constitución por medio de una carta especial tenía como objetivo fundamental obtener
el derecho a la responsabilidad limitada, pero en Escocia las sociedades anónimas podían
dedicarse con plena libertad al negocio de la banca si sus accionistas estaban dispuestos a
aceptar la responsabilidad ilimitada por las deudas de la asociación, y muy pronto se
establecieron en todo el país bancos con estas características.

Sólo se otorgó una carta más, a la British Linen Company, en 1746. Todos los demás
bancos se constituyeron de acuerdo con el derecho ordinario. No existían restricciones
respecto de la cantidad de socios y después de un breve período de prácticas abusivas, en
la etapa experimental, la banca quedó en manos de cierto número de importantes
sociedades anónimas, de gran envergadura y considerable solidez financiera. El colapso
del Banco Ayr, en 1772, a causa de una emisión excesiva de billetes, fue muy perjudicial
para el crédito de los bancos más pequeños; la mayoría de los pequeños bancos privados
desaparecieron y su lugar fue ocupado por bancos de capital accionario o por bancos
privados con grandes capitales.

El desarrollo del sistema escocés tuvo ciertas características que muy pronto lo
distinguieron de los sistemas imperantes en otros países. La competencia era muy fuerte y
los bancos se atenían estrictamente a la práctica de compensar mutuamente sus billetes;
los intercambios se llevaban a cabo con regularidad, dos veces por semana, y los saldos se
liquidaban en forma inmediata. Casi desde el principio organizaron sucursales, y los
depósitos y el sistema de préstamos evolucionaron con mucha rapidez, en comparación
con otros países.

En 1826 había, además de los tres bancos fundados mediante cartas constitutivas (con
veinticuatro sucursales), veintidós bancos de capital accionario (con noventa y siete
sucursales) y once bancos privados, mientras que en Inglaterra apenas acababa de
sancionarse una legislación que permitía el establecimiento de bancos con capital
accionario y ni siquiera el Banco de Inglaterra tenía sucursales. Hasta este momento sólo
se había producido una seria bancarrota en la historia de la banca escocesa -el desastre del
Ayr-, y se calculaba que la pérdida total sufrida por el público no excedía la cifra de
£36.000.
La red de sólidas instituciones existentes en Escocia, libres de la interferencia legislativa
y en las cuales el negocio de los depósitos se encontraba ya muy desarrollado -por su
notable éxito y por estar libre de los excesos que acarrean suspensiones- no podía dejar de
impresionar a los ingleses en una época que asistía al hundimiento de un elevado número
de pequeños bancos provinciales en toda Inglaterra. Y tal vez fue mayor el impacto que
ejerció sobre los protagonistas del sistema bancario libre en la Europa continental.

Las investigaciones realizadas en 1825 por comisiones de ambas cámaras del parlamento
acerca de la práctica supuestamente perjudicial de emitir billetes de £1 y la sugerencia de
que debería prohibírsela en Escocia, así como estaba prohibida en Inglaterra, despertó
profunda indignación. La gente se había acostumbrado, después de mucho tiempo de
usarlos, a manejar billetes de £1 en lugar de oro en sus transacciones diarias, y en
consecuencia las protestas no se originaban exclusivamente en los medios bancarios. Uno
de los antagonistas más notables fue Sir Walter Scott. Por cierto, a los promotores de la
legislación de1826 les resultó muy difícil sostener, sobre la base de la experiencia de la
banca escocesa, que la emisión de billetes de £1 había tenido resultados catastróficos.

Si bien Escocia pudo escapar a la censura de sus billetes de £1, tuvo que someterse a las
reglamentaciones de Peel en 1845, por las cuales se confería el monopolio de las
emisiones de papel moneda a los bancos escoceses entonces existentes. La emisión
fiduciaria de cada banco estaba limitada a un máximo fijado sobre la base de un promedio
tomado del año precedente, pero, a diferencia de los bancos ingleses, los escoceses podían
emitir papel moneda por encima del límite establecido siempre que los billetes
adicionales tuvieran un respaldo de oro del 100%; además, si dos bancos se fusionaban
podían conservar el derecho a una emisión fiduciaria equivalente a las emisiones
combinadas de ambos.

La reglamentación impuesta por la ley de 1845 todavía seguía provocando descontento


muchos años después. En 1864 hubo quejas provenientes de algunos distritos escoceses
según las cuales, debido a la desaparición de bancos los billetes escoceses habían
disminuido, y los del Banco de Inglaterra no eran adecuados para sustituirlos, porque su
denominación más baja era de £5. Y para solaz de quienes se oponían a la legislación de
Peel, durante los treinta años siguientes se produjeron dos de las peores bancarrotas que el
sistema bancario escocés hubiera experimentado nunca, sólo comparables con la del
Banco Ayr un siglo antes: éstas fueron el colapso del Banco Occidental en 1857 y el del
Banco de Glasgow en 1878.

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