Sistema de Cuidados Desde La Perspectiva Pikler
Sistema de Cuidados Desde La Perspectiva Pikler
Sistema de Cuidados Desde La Perspectiva Pikler
Resumen
En este apartado, vamos a hablar sobre uno de los pilares de la metodología Pikler: el alto
valor educativo de los cuidados corporales.
Pikler constató que en las situaciones de cuidados que tienen lugar a diario (comida, cambio
de pañal y ropa, baño, limpieza de la nariz, las manos…) se propiciaba una situación idónea
para desarrollar el vínculo entre el niño y su educadora. Estos momentos generan una
ocasión idónea para el diálogo, estableciendo vínculos que para el niño son esenciales y
necesarios para mantener un equilibrio emocional y para confiar en sí mismo y en los
demás. Esto se consigue, al considerarle un agente activo en la relación adulto/niño, capaz
de comunicar y de tener iniciativa.
Pikler advirtió de que cuidar al niño desde el respeto, la sensibilidad y el esmero, no sólo
satisface las necesidades de higiene, sueño, alimentación y seguridad física, sino que
también le da al niño la oportunidad de explorar las sensaciones de su cuerpo, facilitándole
el descubrimiento de sí mismo y tomando conciencia como ser individual.
Pikler trabajó en un conjunto de técnicas para realizar dichos cuidados de la forma de una
forma respetuosa, agradable e incluso placentera para los niños. En una institución, como la
Loczy, era importante desarrollar un conjunto de técnicas de manera uniforme, para que
todo el personal se comportase de manera homogénea ante dichos cuidados, sin perder la
cercanía con el niño, la capacidad de improvisación y de adaptarse a cada necesidad del
infante.
Los educadores debían ser referencia de seguridad para los niños y a su vez, mostrarse
accesibles, sensibles y practicar una escucha activa. Deberían mostrar absoluta confianza
en las posibilidades del niño así como en sus capacidades para superar dificultades y
conquistar autonomía con cada desafío cotidiano. Los educadores pondrían en práctica
dichas técnicas que a su vez, favorecería la cooperación del niño, dejando atrás esa
concepción de ser pasivo, sin opinión. Gracias a ella, serían capaces de anticiparse a las
necesidades y conductas del niño, lo cual les otorgaría una sensación de competencia,
profesionalidad, y eficacia a la hora de resolver situaciones cotidianas de los niños. Otra
característica de estas técnicas, es que eran cambiantes, no estáticas, los educadores
podrían modificarlas en función de lo que observaba en los niños.
A partir de estas técnicas, se buscaba que los niños adquiriesen progresivamente una
autonomía verdadera, intrínseca, que les reportase placer y satisfacción.
Una vez que los niños eran capaces de realizar por sí mismos las rutinas de cuidado de una
manera autónoma, el adulto, les dejaba hacer y se dedicaba a observar, prestando atención
y manteniendo con su presencia el vínculo entre adulto y niño.
Asimismo, mantener una actitud positiva hacia el cuidado del cuerpo del niño influía
considerablemente en la elaboración de una imagen positiva de sí mimo para ir
construyendo su propia identidad.
Los cuidados cotidianos desde la perspectiva Pikler son situaciones individuales que se
realizan con cercanía entre niño y educador, donde se intercambian miradas, gestos y
palabras que los apoyan y donde el adulto presta toda su atención a lo que hace y al niño.
Son situaciones cotidianas en las que siempre se anticipa lo que se le va a hacer al niño y
se espera su respuesta como señal de aceptación/autorización, por mínima que sea. Son,
asimismo situaciones en las que se respeta el ritmo individual y en las que los gestos del
adulto son lentos, suaves, delicados, agradables, respetuosos con el niño.
En el enfoque Pikler, el cuidado es tan importante y fuente de interés como los otros
momentos de la vida del niño.
Durante las rutinas en las que se proporcionan cuidados, el niño recibe un gran bienestar
que nace de una sensación física, ya sea porque se le ha cambiado el pañal, se le ha
alimentado, se le ha acostado…, pero también un bienestar emocional, ya que el modo
cómo acompañamos estos momentos, la manera en que hablamos al niño, lo miramos, lo
tenemos en cuenta, lo alzamos… deben poder devolverle una imagen positiva de sí mismo.
Debemos trasmitirle que el adulto le quiere, le valora, le escucha y respeta.
Durante los cuidados el adulto anticipa, describe, dialoga, busca la cooperación del niño y
trabaja la toma de conciencia y la atención, pero en ningún caso esta cooperación es
obligada. El niño es libre de cooperar o no hacerlo. El adulto debe conocer al niño e ir a su
encuentro, trabajar el vínculo y la relación para que esta pueda ser realmente cómplice y el
niño se sienta atendido, valorado y aceptado, de esta forma, se sentirá competente y podrá
cooperar con alegría.