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Tarea Sobre El Pensamiento de San Agustin

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Introducción

Aurelio Agustin, Agustin de Hipona o San Agustín, fue una importante figura en la
época medieval, fue el máximo pensador cristiano de su época y para muchos de la historia.
Éste, teólogo y filósofo cristiano, nació en el año 354 d.c en Tagaste, antigua ciudad al norte
de África. Si bien su origen es africano su lengua es el latin, San Agustín reconoce que su
lengua originaria es el latin, resultandole complicado el griego, lo que le imposibilitaba tener
un contacto directo de obras en griego, aunque luego accede a obras de los neoplatónicos
traducidas.
Recibe muchas influencias de padres de la zona oriental griega, alejandrinos y
capadocios, los cuales mantienen una línea de interpretación alegórica de las sagradas
escrituras. En su etapa de juventud aprendió de la retórica y gramática en Madaura; y es
desde joven que también encuentra que habita en él un sentimiento que no logra entender,
que siempre lo movilizo , a veces por caminos que no eran adecuados pero buscando el bien y
la verdad, a Dios. Continuamente relata como en su interior siente insatisfacción, y se
embarca desde antes de convertirse en cristiano, en una búsqueda constante de lo superior,
movilizado por una profunda preocupación por el mal; todo el mal que en su contexto
abundaba, entre luchas y violencia por invasiones, San Agustin se pregunta sobre el origen
del mismo.
La primera corriente filosófica a la cual adhiere por ello es el maniqueísmo, es en
Cartago donde conoce las enseñanzas maniqueas, lo cual lo atrapa ya que le da cierta
respuesta al tema del origen del mal . Una vez que adopta la fe cristiana admite que hay algo
en su mente que no lo satisface que no puede ser que existan dos principios contrapuestos
como manifestaban los maniqueos, sino que el creador tiene que ser uno no dos. Aunque aún
no seguro de donde encontrar el origen del mal, afirmaba que el éste se afirma en lo corpóreo
en la materia por lo que entonces, la manera de liberarse del mal es dejando de lado todo lo
corpóreo.
Luego, San agustin entra en contacto con los libros de los neoplatónicos recibiendo
vasta influencia de los mismos, aunque alegando que son útiles para entender pero no para
llegar a la verdad y el bien, San Agustin toma esta búsqueda como una misión personal que lo
mueve toda la vida .
En la filosofía griega desde Platón hubo una tendencia a entender que la causa
primera de la realidad tiene que ser única, la verdad y el bien tienen que tener un mismo
origen, es desde aquí que Agustin toma esta influencia del concepto de participación
platónico donde hay una tendencia a la unicidad. Agustín visualiza que el primer principio es
uno, es incorpóreo y podemos alcanzar este principio a través del alma racional.
Su búsqueda constante de un primer principio que sea causa de todo lo que existente
es en lo que se centrará este trabajo.

Conocimiento de Dios

Para Agustín, entonces hay una búsqueda constante de un primer principio y causa
única de todas las cosas, una única verdad, un único dios.
La influencia del platonismo en este sentido de unicidad y de conocimiento a través de la
razón, no le basta y reconoce la falta de la fé en dichas teorías, componente fundamental para
Agustín. De esta manera, configura un sistema teológico que tiene como base filosófica el
paganismo(el platonismo) pero que tiene como fuente principal las sagradas escrituras.
Agustín entonces plantea que se puede conocer a Dios a través de la razón. Y que
ésta, cumple el rol como mirada del alma, la cual debe contar con ojos, pero también debe
poder mirar y poder ver para alcanzar ese único principio, se necesita purificar esos ojos para
poder llegar a la contemplación. La actividad de la razón nos dota de facultades mentales,
tales como juzgar, reflexionar, analizar, etc. acerca de las cosas percibidas o en un plano más
abstracto, acerca de los signos, por ejemplo signos lógicos o lingüísticos, los cuales refieren a
las cosas. Sin embargo, solo con la razón se puede caer en la multiplicidad de caminos, y no
alcanzar esa verdad superior que buscamos. No es lo mismo mirar, que ver para Agustín.
Mirar es cumplir con las facultades de la mente las cuales están dirigidas al mundo y a los
signos que refiere a las cosas del mundo. Ver implicaría un proceso autoconsciente superior, y
se necesita purificarse para poder ver.

Virtudes teologales

En un sentido teórico, la purificación se da mediante el aprendizaje de ciertas


disciplinas sobre todo disciplinas abstractas. En un sentido práctico la purificación va por el
lado de lo moral. En dicha tarea el alma necesita de cada una de las tres virtudes teologales de
Dios, que son la fe, la esperanza y la caridad. Para explicarlo, Agustin hace uso de la analogía
con la salud del cuerpo para hablar de la purificación de la mente que lo llevará a esa
contemplación, a luz de la verdad.
Estas virtudes no son humanas sino que son ofrecidas por Dios a través de la fuerte
interacción ligada por el amor entre el hombre y Dios.

“El ojo del alma es la mente pura de toda mancha corporal, esto es, alejada y limpia del
apetito de las cosas corruptibles. Y esto principalmente se consigue con la fe; porque nadie
se esforzará por conseguir la sanidad de los ojos si no la cree indispensable para ver lo que
no puede mostrársele por hallarse inquinada y débil.” (Soliloquios. Libro I)

La fe es lo que lleva al hombre a aceptar profundamente la existencia del objeto de


conocimiento por más que sea de su desconocimiento.
En cuanto a la fe podemos reconocer una fe inicial, la cual es previa a la búsqueda de
comprensión de eso que se está creyendo existente. Es ese conocimiento directo inmediato
que no se sustenta en la razón, que cualquier hombre puede tener y que al mismo tiempo
implica un conocimiento incompleto ya que no es a través de ella que podemos comprender
lo asumido como existente. El hombre en su naturaleza busca comprender, y busca
perfeccionar esa fe mediante la comprensión. “Creo para comprender, comprendo para creer.”
Es por ello que luego de esa fe inicial ignorante pero fundamental para iniciar el
camino hacia un proceso de comprensión, encontramos una especie de fe intelectual,
trascendiendo el plano de la razón hacia un plano supraracional pero que sigue en nuestro
interior, esta fe nos lleva a la contemplación, y no en un espacio idéntico fuera de uno mismo,
sino que en lo más profundo de uno mismo. Se radicaliza la famosa frase “conócete a ti
mismo”.

“Y si cree que realmente, sanando de su enfermedad, alcanzará la visión, pero le falta la


esperanza de lograr la salud, ¿no es verdad que rechazará todo remedio, resistiéndose a los
mandatos del médico?
A.—Así es ciertamente, sobre todo porque tales preceptos son difíciles para los enfermos.
R.—Ha de añadirse, pues, la esperanza a la fe”.
La esperanza permite aceptar que aunque sea un arduo camino llegar a ese objeto
existente, se puede efectivamente alcanzar a conocerlo.

“R.—Y si admitiere todo eso, animándole la esperanza de poderse curar, pero no desea la luz
prometida y anda contenta en sus tinieblas, que con la costumbre se le han hecho
agradables, ¿no es verdad que aborrecerá al médico?
A.—Ciertamente.
R.—Se requiere, pues, la tercera cosa, que es la caridad.” (Soliloquios. Libro I)

La caridad, es ese deseo o amor que es generador de la tracción, de lo que me mueve


hacia el conocimiento. Es el deseo intelectual de conocer a Dios ya sea en la vida post
mortem o en esta vida, siempre y cuando logremos una vida de perfeccionamiento teórico y
moral. Si hicimos lo necesario para que nuestra mente y alma esté lo más purificada posible,
podremos realizar un trabajo profundo de la mente hacia la contemplación. Son diferentes los
niveles de conocimiento en vida y después de ella. En vida lo que podemos llegar a
contemplar es la naturaleza de las ideas y a dios inteligible en la parte más superior de
nosotros que es nuestra mente, un reflejo de dios dentro de nosotros, ya que somos creados a
imagen y semejanza. Por ende podemos contemplar el verbo de dios que sería el logos de los
antiguos griegos.
La caridad, expresa Agustín, es la única de las 3 virtudes que será necesaria a el
momento de la contemplación, llegado al plano espiritual, ya que efectivamente se está
contemplando el objeto que se buscaba porque necesitamos el querer conocerlo, es decir el
amor a lo que estamos contemplando.
Agustín en este aspecto se diferencia de los platónicos expresando que en esta vida
del cuerpo y el alma juntos, si bien no en esencia pura, se puede llegar dentro de nuestros
límites, a contemplar a Dios y a la naturaleza de las ideas en ese viaje al interior. Platón
recurre a la transmigración del alma para explicar porqué tenemos las ideas en nuestro
interior, sin embargo en el cristianismo, no es aceptable la reminiscencia, por lo que Agustín
transforma la reminiscencia y apela más tarde a la memoria que tenemos de lo que somos en
sí mismo, nuestra esencia que es ser criaturas creadas a imagen y semejanza de dios.

La contemplación
a. Papel de la razón

La razón, para Agustín cumple un papel muy práctico, ésta permite juzgar,
reflexionar, reunir información sobre la realidad para desenvolverse en el mundo.
Si bien el hombre a través de los ojos de la mente puede utilizar dichas facultades mentales
para juzgar lo sensible, como por ejemplo al admitir algo como más, o menos bello, éste, sin
embargo no es consciente de la belleza en sí.
Ese modelo superior, en este caso, la belleza, no podremos encontrarla en su estado
perfecto en la naturaleza, no existe nada perfecto en grado sumo en la naturaleza que sirva de
modelo. Para poder reconocer ese modelo superior en sí, habría que trascender hacia el plano
espiritual, en ese camino hacia lo más profundo del hombre interior que plantea luego en las
confesiones. En este caso para Agustín el alma no va a contemplar, al estilo platónico, las
ideas cuando esté separado del cuerpo entre vida y vida, o sea una vez que dada la muerte.
La contemplación para Agustín, es la contemplación de la mente que encuentra en sí
misma a la naturaleza propia de esos modelos con los que juzga y analiza la realidad. La idea
de verdad, de bondad, y de todo lo que anhelamos, que es encontrar la felicidad, (entendiendo
por felicidad aspirar a la verdad única y absoluta) se encuentra en sí misma en nuestro
interior. Esto sucede porque somos imágenes de Dios, hay dentro nuestro una imagen de esas
ideas, modelos o arquetipos del verbo divino que está en nuestra mente.
Pero no todo es trabajo personal del hombre en su camino interior para llegar al
conocimiento. Sino que es necesaria también la gracia divina que habilita a la mente a
contemplar la imagen de eso divino que hay en nosotros, es el ofrecimiento de dios por amor
al hombre para que éste pueda dirigirse a lo que dios es y a lo que aspira todo ser humano.
Para ello utiliza analogías platónicas con respecto a luz, expresa que así como podemos mirar
y hay objetos sensibles para ser mirados, necesitamos la luz del sol para poder verlos.
Análogamente pasa con la mente, necesitamos la gracia divina como la luz del sol para poder
contemplar (contemplar siempre desde nuestros límites por ser creación).

b. Papel de lo sensible
¿Qué papel cumplen los sentidos entonces para Agustin? Le da valor a los sentidos
porque como seres constituidos por alma, espíritu y cuerpo que somos, es en el plano de lo
corpóreo, de la sensibilidad, donde actúa el alma a través de los órganos sensibles. Los signos
exteriores, lo que leemos, escuchamos, etc. son un vehículo que nos permite dirigir nuestra
atención a nuestro interior en búsqueda de la verdad, en realidad quien nos enseña no es el
mundo no es el maestro exterior sino el interior, esa imagen de dios, ese logos o verbo de dios
que radica en nuestro interior (lo explaya en el tratado “sobre el maestro”) .
Para Agustín no se necesita de nada exterior para llegar al plano de la contemplación,
como ser la acumulación de riquezas, relaciones, status social,etc. Dichas cosas tienen que
estar subordinadas y ser útiles a esa búsqueda superior de Dios y en todo caso si es tan
necesario e imprescindible algo exterior, no es sino un obstáculo, y expresa que hasta el más
sabio puede estar en peligro de ser atraído a cosas banales, para no caer en ello es necesario
trabajar sobre las tres virtudes espirituales o teologales.
En cuanto a ese conocimiento de Dios, en un diálogo interno con su razón misma, se
plantea a que grado de conocimiento podría llegar.

“R.—Está bien; con todo, si alguien te dijese: Te daré a conocer a Dios como conoces a
Alipio, ¿no se lo agradecerías, diciendo : Me contento con eso?
A.—Se lo agradecería, pero no me daría por satisfecho.
R.—¿Por qué?
A.—Porque a Dios no conozco como a Alipio, ni estoy satisfecho de mi conocimiento de éste.
R.—Mira, pues, bien si no será una insolencia querer conocer a Dios bastante, cuando no
conoces a Alipio.
A.—No vale el argumento; pues en comparación de los astros, ¿qué cosa hay más vil que mi
cena? Y con todo, no sé lo que cenaré mañana y sí la fase lunar en que estaremos.”
(Soliloquios. Libro I)

Aquí vemos como nuevamente pone en duda la percepción sensible, ya que incluso lo
que es percibido como una certeza, es imposible afirmar que continúe sucediendo de igual
manera, ya que la causa primera de eso percibido es desconocida.
Por ello concluye que el camino para llegar a Dios no es a través de la percepción sensible
sino a través del entendimiento.
c. Goce intelectual y goce espiritual

San Agustín compara el conocimiento de la matemática con el conocimiento de Dios;


ya que la matemática trata de cosas abstractas e inteligibles, es una ciencia que tiene como
base de conocimiento el entendimiento y dentro esas verdades abstractas de la matemática,
las admite con cierto grado de certeza, mayor que la que una experiencia sensible puede
brindarnos, al igual que le sucede con Dios. Es así, que encuentra el goce intelectual, lo que
uno puede sentir cuando llega a ese objeto de conocimiento abstracto. Es un goce intelectual
no físico, y asume que si logra alcanzar a conocer a Dios tendrá un goce incomparable a un
goce intelectual, sino que será un goce espiritual.
Más allá de estas similitudes, Agustin encuentra cierta desproporción entre ese objeto
matemático desconocido pero que es posible conocer, y entre ese objeto de conocimiento
totalmente ignorado pero que busca que es Dios.
Asumiendo que la ciencia sobre Dios es ciencia de lo inteligible, el camino tiene que
ser el de preparar la mente para pasar del plano de lo concreto al plano abstracto y la
matemática es una gimnasia preliminar para la mente que permite limpiar los ojos de la
mente para purificar y poder llegar a la contemplación tan buscada.

Camino interior hacia la búsqueda de Dios

En los primeros libros de las confesiones San Agustín reflexiona sobre su pasado
individual (aunque universalizable para todos los hombres), y sobre su tránsito por diversos
caminos en esa búsqueda “inconsciente” y natural de ciertos fines o aspiraciones elevadas,
tales como el bien, la verdad, la belleza, la felicidad,etc.
En el libro X de las confesiones San Agustín hace una reflexión sobre la búsqueda de
Dios, desde su lugar como ser humano, pero lo plantea como un camino hacia el interior, lo
que en términos actuales podríamos llamar “introspección”. Y reflexionando sobre su
presente (también aplicable para cualquier otro hombre) se enfrenta a esa búsqueda de Dios.
Hay un trayecto dialógico, un conócete a ti mismo dialogante pero en silencio en su aspecto
interior y personal, que no es entre pares, es entre el yo personal y la persona de Dios. Lo que
es al principio una dicotomía entre el mundo y el individuo (propio de los griegos), entre
realidad y pensamiento, entre mundo interior y mundo exterior, entre alma y cuerpo, se va a
resolver dialécticamente en una síntesis que permite superar esa dicotomía entre interioridad
y exterioridad a partir de la trascendencia.

“(...) el hombre interior es el que conoce estas cosas valiéndose de su exterior. Yo el hombre
interior conozco estas cosas. Yo el alma las conozco a través de los sentidos de mi cuerpo”
“(...) la belleza habla a todos pero solo la captan los que comparan este mensaje recibido
por los sentidos con la verdad interior” (Las confesiones. Libro X)

En el comienzo de su búsqueda de Dios, cuenta cómo dirigió la mirada del alma hacia
afuera, o sea hacia el mundo, para luego concluir que si bien percibimos con nuestros
sentidos el exterior (nombra al aire, a la tierra y a “todas las cosas que estaban al alcance de
mis sentidos”), y contemplamos la belleza y el orden que Dios puso en ellas, no podemos sin
embargo, encontrar la causa primera de todas esas cosas, es decir Dios no está allí. A partir de
esta mirada exterior, dice Agustín que las cosas si bien existen, y tienen su propio orden y
belleza no es allí donde Dios está. Tampoco es allí donde se encuentran los fines mayores que
los hombres persiguen, ni dónde está ese criterio objetivo absoluto que permite entablar la
conexión entre pensamiento y realidad.
Podemos encontrar en “Sobre la naturaleza del bien” plasmada esa belleza y orden
relativos de lo creado que él observa cuando mira con sus ojos sensibles a su alrededor;
cuando se enfrenta a la creación con mirada de asombro, de admiración contemplando
maravillado en búsqueda de Dios en la naturaleza, que en su totalidad configuran la estable y
armónica belleza del Cosmos creado. Allí San Agustín, si bien siempre manteniendo la
distancia ontológica entre Dios creador y lo creado, expresa que la totalidad de la creación en
su conjunto que sería el cosmos, es una expresión cabal y firme de la potencia divina. Esa
composición del cosmos está compuesta por niveles ontológicos, un orden jerárquico de
cercanía o alejamiento dado por Dios a los seres creados.
Estos niveles marcan la fuerza que reciben de Dios en el comienzo de su existencia, es
decir cuánta bondad, cuánta belleza existe en esa entidad. Dios crea a partir de sus ideas y
esas ideas son arquetipos universales que luego se transmite a la existencia de lo individual.
El cosmos surgió en algún momento y va a dejar de existir porque es creación, sin embargo
en el transcurso, en el medio, hay entidades dentro de él que nacen y mueren, pero el cosmos
permanece.
Efectivamente el exterior podría contribuir de forma accidental o concomitante a la
búsqueda de los fines últimos del hombre pero no es allí en el mundo exterior donde podemos
encontrar a Dios. Para Agustín el fin último del hombre es la felicidad y esta no es otra cosa
que el gozo en la verdad, no el gozo en lo social o material que sería exterior, sino en la
verdad, que también es Dios.
Para encontrarlo propone entonces emprender un camino hacia dentro, trascender su
propia naturaleza, porque concluye que debe estar allí eso que busca, en la interioridad de sí
mismo. Es entonces, en ese trayecto hacia la interioridad, donde se resuelve la paradoja entre
la mirada exterior y la mirada interior, entre la subjetividad y la trascendencia, porque es en
lo más profundo de su interioridad que logra trascender su misma alma y encontrar allí a
Dios. Esta trascendencia es lo que hace posible la síntesis entre la exterioridad donde no se
puede encontrar el conocimiento objetivo absoluto de la verdad, y la interioridad que corre el
riesgo de caer en cierta subjetividad.
Para embarcarse en esa búsqueda o inmersión hacia el interior, para trascender, San
Agustín se adentra en la memoria “campo grande y palacio maravilloso”. Identifica la mente,
la parte racional, con la memoria y menciona que somos lo que somos gracias a la memoria,
gracias a lo que registramos y recordamos de nuestro pasado, que nos hace ser lo que somos y
lo que seremos. La memoria es fundamental para este sentido de cogito agustiniano. Y
aunque no solo la memoria habita en la mente, ya que las posibilidades de realización y
perfección del hombre no se ven solo ligadas a las experiencias particulares personales,
somos igualmente la memoria de las vivencias pasadas (de esta vida), el registro de lo que
estamos vivenciando y es esto lo que nos permite proyectarnos a futuro.
Camino dentro en su introspección, Agustín va encontrando registros de realidades no
vivenciadas en esta vida personal concreta, pero que ya están en el. Aquí no hay una sola
manera de abordar este concepto. Se puede tomar como la alusión a una cierta existencia de
ideas innatas. O se puede abordar como proyección de Dios que ilumina nuestra mente y nos
permite contemplar en las tinieblas de nuestro interior la luminosidad de Dios. Si
trascendemos, si pasamos las tinieblas llegaremos en nuestro interior a nuestra propia luz, que
no es otra cosa que la iluminación de Dios que nos muestra lo que buscamos.
Todo lo que realmente buscamos según Agustin, está en nuestro interior, en nuestra
alma y está registrado en la memoria, pero para ello es necesario primero purificar la mente y
así poder pasar de la mirada a la contemplación, muy al estilo platónico, como plantea en los
Soliloquios.
En este viaje hacia la trascendencia más allá de su propia alma, propone que el alma
es superior al cuerpo en esa composición alma cuerpo que somos, y ésta es superior porque si
bien es a través del cuerpo que sentimos, es en el alma que queda registrada la vivencia y es
con el alma tambien que puedo ordenar lo que queda registrado en la memoria, siendo
capaces de juzgar la realidad y generar conocimiento con el alma.
San Agustin realiza una distinción en ciertos niveles del alma para trascender más allá
de estos en la búsqueda. Plantea que el hombre junto con los animales y plantas tienen en
común la fuerza vital del alma, nivel básico o inferior que se basa en dar vida a lo corpóreo.
Propone traspasar esta alma vital o vegetativa para seguir en su búsqueda e ir más allá. Luego
presenta otra fuerza propia del alma que es la de percibir, la de registrar imágenes en la
memoria (no solo haciendo referencia a la imagen meramente visual) y que al mismo tiempo
no solo percibe sino que también ordena según el origen (visual, auditiva, olfativa ,etc). Pero
no alcanza con quedarnos en este nivel sino que habría que trascender también esa alma
sensible común con los animales, e ir hacia lo que me hace ser lo que soy, en la mente
racional, en la memoria.
A modo de ordenamiento Agustín sugiere una distinción desde lo más superficial
dentro de la memoria, es decir lo más cercano a lo corpóreo y lo sensible, hasta lo más
abstracto. De esta manera lo primero que encontramos en la memoria, son las imágenes
sensibles, que quedan registradas en la memoria pudiendo entonces una vez ausente la cosa
en sí, hacerla presente a través de ese registro. Estos se almacenan ordenadamente y por
separado, según el sentido con el cual se ha adquirido esa imagen. Es por ello que a la hora de
evocar el conjunto de por ejemplo un sujeto, puedo recordarlo todo sin problema alguno o
puede también suceder, recordar como se ve pero no como se oye.
Luego avanzando en su camino, más adentro, Agustín apunta hacia las realidades más
abstractas. Estas no pueden ser captadas con los sentidos, no son imágenes sensibles, sino que
son realidades abstractas tales como definiciones, o nociones aprendidas de las artes liberales
como menciona, y que si bien pueden referir a cosas de la realidad exterior, son también
realidades en sí mismas que están en la mente.
Agustín entonces pone sobre la mesa la capacidad que tenemos de juzgar con mayor o
menor grado de evidencia a las diferentes disciplinas. Por ejemplo, definiciones sobre
retórica, lógica, matemática, etc. y va a plantear que es mediado por la palabra que
transmitimos nuestro asentimiento interior respecto a las mismas, como también lo hacemos
cuando escuchamos a otra persona.
La definición misma del significado de si la cosa existe, que es y cual es, osea de su
existencia, de su esencia y de su especie o género (que son conceptos), Agustín menciona que
no los ha tocado con ningún sentido del cuerpo, ni son imágenes sensibles. Lo que quiere
decir que si bien llegan a nosotros a través de la percepción, como palabras cosas que pueden
ser escuchadas y leídas, en realidad el significado en sí no viene de afuera, pero sin embargo
se encuentran dentro de nuestra memoria. Citando a Agustín en las Confesiones X
“simplemente los admití en mi alma como verdaderos y los aprobé”.
Recordando el “Tratado sobre el maestro”, las palabras, para Agustín transmiten un
parecer de la otra persona, no el conocimiento en sí, pero este parecer motiva al otro a buscar
ese conocimiento dentro de su interioridad. Para Agustín al sumergirnos cada vez más en
nuestra propia interioridad nos encontramos con esas definiciones abstractas, que si bien no
se presentan de forma consciente, habitan en el interior de todos los hombres. Tampoco se
olvida de darle un lugar en la memoria a las experiencias interiores, es decir emociones y
sentimientos, y apunta a explicar como cuando hay imagen se hace presente lo que está
ausente, ya sea la cosa o la emoción, permitiendo que podamos recordar con alegría lo que
fue triste o viceversa.
Estas cosas abstractas, estas definiciones, no son imágenes, estas son realidades
inteligibles que ya están en nuestra mente que no provienen del exterior ni de la experiencia
afectiva, y las reconocemos dentro nuestro a través de maestros exteriores, por ejemplo
cuando una persona enseña a otra retórica, matemática,etc.
La primera evidencia que encontramos sobre que en nuestra interioridad podemos
encontrar a Dios, es el cogito agustiniano. Éste, es de característica trinitario, ya que implica
reconocerse a uno mismo como existente, conocerse como alguien que conoce su existencia y
reconocerse como amante de existir y conocer (existente, cognoscente y amante). Es
emprendiendo el camino hacia el interior que se puede encontrar esa conexión con uno
mismo, de poder reconocerme como el mismo “yo” en el pasado, presente y futuro, es decir,
reconocerme como el mismo agente a través del tiempo, lo que yo hice, y sentí que queda
registrado en la memoria más allá de las circunstancias exteriores. Esto me permite reconocer
que puedo encontrar esa verdad que no puedo encontrar afuera.
Llega a la conclusión de que tendrá que trascender la memoria que reconoce que
también tienen los animales sino no podrían encontrar sus madrigueras, la trasciende para
llegar a Dios que lo hizo distinto a los animales. Por ende si no está dentro de su memoria es
porque lo olvidó, pero como encontrar algo de lo cual no se acuerda, y si lo encuentra cómo
reconocerlo.
Si el recuerdo es traer al presente lo ausente, el olvido es lo contrario, es hacer ausente
lo que está presente. El olvido es algo en sí (sustantivo), pero también puede ser una acción
(verbo). Podemos ver entonces al olvido como significado, algo abstracto, una realidad
inteligible, el cual no deja una imagen sensible física. Por sí solo el olvido como significado
debería anular el poder del recuerdo estando en la memoria misma, por lo tanto sería
imposible recordar el olvido, por su misma potencia de olvido mismo, anularia el recuerdo.
El olvidar y poder luego recordar, podemos decir que se acerca a un primer esbozo de lo que
luego va a ser la teoría del inconsciente de Freud. Volver a traer una imagen a mi mente, es
afirmar que esas imágenes que luego volverán a ser recordadas estaban en un estado de
latencia, ergo es afirmar un inconsciente. Pero más allá de esto que luego Freud años después
desarrollará, Agustín concluye que es un misterio cómo se produce el olvido, porque si bien
es vivencia, osea es un hecho que sucede, uno se olvida de las cosas, no es explicable
lógicamente. Si miramos al olvido como acción también se da una cierta paradoja, ya que
puedo recordar que ayer olvidé algo y puedo registrar la imagen de esa acción que ya está
ausente en mi memoria al igual.
Entonces, ¿cómo encontrar y reconocer algo de lo cual no se recuerda? Esto lo lleva a
dirigirse a lo común de todos los hombres, sin importar de donde provengan, y es querer la
vida feliz, aunque algunos pasen por vida feliz algo que no es la verdadera felicidad- Esto
quiere decir, cuando se ama una supuesta verdad, pero en realidad no es la verdad. En
palabras de Agustín:“Lejos de creer que soy feliz por el simple disfrute de un gozo. Hay un
gozo que no se da a los impíos. Sino a los que te sirven sin interés alguno. Tu mismo eres su
gozo.”
Es allí donde Agustín encontró la verdad en Dios: “Estos son ahora mis santos
deleites, que tu mirando mi pobreza me diste tu misericordia”
En los Soliloquios Agustín habla de la gracia divina la cual es el ofrecimiento de Dios
por amor al hombre para que éste pueda dirigirse a lo que Dios es y a lo que aspira todo
hombre. Es la iluminación la gracia divina y es necesaria para que habilite a la mente a
contemplar la imagen reflejada de eso divino que hay en nosotros.
En última instancia todos buscamos la felicidad, la bienaventuranza, es natural del
arquetipo hombre. Y define a la felicidad como gozo en la verdad, muchas veces entendemos
la felicidad y la verdad de diferente manera. Pero aquella persona que se equivoca o que
engaña es en el pienso creyente de que realmente es portadora de la verdad, y tiene certeza de
que va a conseguir felicidad y utilidad al engañar; es decir se puede alejar de la verdad y de la
felicidad al buscarla donde no habita.
Agustín se encuentra con tantas cosas misteriosas y aporías que se propone traspasar
la memoria personal, a un plano de la memoria transpersonal. Seguirá en su camino de
búsqueda interior ahora en una dimensión que está conectada con su yo mismo pero que está
más elevada, por encima de su persona, y esa dimensión es el plano espiritual.
Así como en un momento se propuso traspasar la fuerza del alma vital, luego la fuerza
del alma sensible, y también la del alma racional, ahora pasará también ese aspecto del alma
puramente personal de la memoria, para pasar al plano espiritual transpersonal que no está
alejado de él mismo, sino que está conectado consigo mismo. Y aquí es que se da esa
contemplación de la que se habla en los Soliloquios por vía iluminativa de las ideas que están
en la mente de Dios.

Reflexiones finales

Agustin tuvo una vocación por la enseñanza, como pastor predicó los valores
cristianos, y compartió la palabra divina para la salvación y la formación de los fieles,
abarcando los diferentes aristas del conocimiento humano. Para dicha tarea le fue sumamente
necesario saber si en realidad era posible lograr la verdad.
Es en el trayecto que realiza en su interioridad, que se encuentra con la trascendencia.
Es en ese pasar del plano personal subjetivo, al plano transpersonal el cual conecta a su
persona con Dios y con todos a través del espíritu de Dios. Porque si bien en las mentes
habitan experiencias, imágenes, etc. singulares y subjetivas, si se logra traspasar ese plano
personal, al plano espiritual, se logra encontrar la chispa divina que hace a todas las personas
a imagen y semejanza de Dios.

Bibliografía

- Agustín de Hipona, San: Obras. Ed. Católica, 1946.


- Cohrane, C. N.: Cristianismo y cultura clásica. FCE, Bs As, 1949.
- Garrido, Juan José: El pensamiento de los Padres de la Iglesia, Akal, Madrid,1997.
- Gilson, Etienne: Dios y la filosofía. Emecé, Bs As, 1945.

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