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Locura de Amor

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Locura de amor

Virginia Camacho
SINOPSIS

Samantha Jones y Heather Calahan no podían ser las mujeres más opuestas entre sí: la una es una
afable y pobre anciana que se lamenta por haber perdido su oportunidad de amar y ser amada, y que
sin embargo, todos a su alrededor casi veneran por su alma generosa; mientras que Heather es una
hermosa y millonaria joven de veintitrés años, adicta a las drogas y a las fiestas que lo tiene todo, y
sin embargo odia su vida, a sus padres, pero por sobre todo, a Raphael Branagan, su prometido.
El destino ha decidido enredarlo todo para que así, al menos una de las dos encuentre al fin su
camino y viva una segunda oportunidad.
PRÓLOGO

Estoy aburrida –dijo con pereza—. Nada qué hacer. Ver a las hormiguitas deambular de un lado
a otro no es divertido.
No son hormiguitas –dijo Él—. Son seres humanos.
Igual. Estoy aburrida.
Hubo un silencio en la expansión. Él, con su poder, agitó el aire y delante de ambos apareció la
imagen difusa, como entre una bruma, de una niña que girando lentamente para mostrar todos sus
ángulos, pronto se convirtió en adolescente, adulta, y por último, anciana. Moría y otra tomaba su
lugar, su espacio en el mundo. Todo un ciclo de vida pasando en lo que dura un suspiro, en un abrir y
cerrar de ojos. Los humanos podían ser bastante patéticos a veces, y sin embargo, eran también el
motivo de todo.
Qué quieres que haga con eso? –dijo la primera voz, mirando con curiosidad la imagen que se
volvía a formar. Esta niña que se mostraba aquí podía ser cualquiera allá abajo, pensó.
Diviértete—. Divertirse? Le estaban dando un juguete o algo así? Miró fijamente a la niña y una
sonrisa asomó. Eso le encantaba.
Tengo reglas para ello?
No. Tú las pones todas, o casi.
De veras? Tanta libertad me das?
Es una prueba.
Y si lo hago mal?
Conviene que no sea así, porque es ella quien lo pagará.
Y si lo hago bien?
Se te compensará.
Con qué –le preguntó—. Vivo en la eternidad, no sufro ni de hambre, ni de frío, ni de desnudez;
no hay nada que me puedas ofrecer que me llame la atención—. Él dejó fluir una energía que le
hizo entender que aquello era totalmente errado—. Está bien, está bien –dijo, con una sonrisa—. Ya
mismo me ocupo –miró la imagen, y he aquí otra vez una niña con rasgos no demasiado llamativos, y
que volvía a nacer, volvía a ser adolescente, adulta, anciana… Era hora de jugar con ciertas
personas a ser Todopoderoso, no todos los días se presentaba esa oportunidad –Caray –dijo, y otra
vez apareció la sonrisa de expectación—. Necesitaré poder.
Lo tienes.
-1-

La luz hoy parecía más brillante de lo normal.


Apoyada en su bastón, Samantha se desplazaba a paso lento por una calle cualquiera rumbo a su
pequeño apartamento, donde vivía hacía ya incontables años.
Sí, la luz estaba más brillante de lo normal, a pesar de que el sol ya se estaba poniendo al fin,
luego de una larga tarde de verano… o tal vez era que sus ojos ancianos ya no resistían tanta luz.
Samantha ya tenía setenta y nueve años.
Miró hacia el cielo las escasas nubes con una media sonrisa pintada en el rostro. Amaba los días
soleados, y afortunadamente, de esos había muchos en San Francisco.
Siguió andando por la empinada calle, con las pocas fuerzas que ya le quedaban a sus piernas,
aunque siempre se ufanaba de decir que aún era muy vital para su edad. En el camino, la saludó
Higgs, el anciano vendedor de libros que tenía su negocio casi sobre la calzada y vendía
enciclopedias. No faltó la queja por las malas ventas.
—El internet lo arruinó todo –le dijo—. Los jóvenes de hoy en día ya no quieren leer en libros.
—Ya pronto volverán –lo animó Samantha, con voz tranquila, y encaminándose a la puerta de
entrada de su edificio.
—Se quedarán todos ciegos –vaticinó Higgs—. Por estar pegados a esas pantallas se van a quedar
todos ciegos.
Con una sonrisa, y sin agregar nada más, Samantha se alejó. Las cosas no mejorarían, y ella ya lo
sabía; el mundo era cada vez más extraño e incomprensible. Los jóvenes cada vez más indistintos, y
a la vez, tan diferentes entre sí. Las modas corrían de manera más rápida, los hallazgos, los
descubrimientos, las tecnologías… ella tenía un teléfono celular que apenas servía para el propósito
de hacer y recibir llamadas, y estaba obsoleta, pues habían salido los llamados SmartPhones que al
parecer le solucionaban la vida al que lo poseyera, y no se diga del internet, la televisión, la
música…
El mundo se movía a velocidades cada vez más vertiginosas y se hacía más y más incomprensible.
Lo que no entendía era por qué, si todo aquello le facilitaba la vida al hombre, cada vez había más
niños abandonados, más familias rotas, más mujeres solas…
Bueno, ya en su época las había, y ella era una, si tenía que ser sincera.
—Hola, Sam –saludó Brenda al salir del viejo ascensor. Era una mujer de pasados cuarenta, de
piel oscura y labios rojos, con ojos almendrados característicos de su raza y una sonrisa que ella
sabía era sincera. Eran vecinas desde hacía mucho tiempo.
—Hola, Brenda. Mucho trabajo hoy?
—Ah, lo de siempre –contestó Brenda, que trabajaba de dependienta en un autoservicio, y con su
sueldo ayudaba en los gastos de su casa, que su marido ebrio no alcanzaba a cubrir—. Vienes de la
escuela?
—Sí, como todas las tardes—. Respondió Sam internándose ella en el ascensor y presionando el
botón que la llevaría al piso cuatro.
—Siempre me pregunto de dónde sacas tanta energía –se admiró Brenda, y la misma pregunta se
hacían todos. ¿Cómo una anciana de su edad podía hacer tantas cosas en un solo día?; se levantaba a
las cinco de la mañana, se preparaba su desayuno, y a eso de las seis salía rumbo al Hospital
General de San Francisco, donde hacía de voluntaria en el pabellón de los niños con cáncer. Allí les
leía cuentos, les contaba historias, les ayudaba o convencía para que se tomaran sus medicinas, y en
algunas ocasiones, se hacía pasar por la abuela que aquél niño ya no tenía.
Hacia el mediodía, luego de un magro almuerzo ofrecido por el mismo hospital, se encaminaba a
las clases donde enseñaba inglés a inmigrantes, teniendo muchas veces que hacer doble turno y
quedarse también en la noche para, al final del día, volver a casa, alzar un poco sus cansados pies,
escuchar a Edith Piaf en su pequeño y anticuado equipo de sonido y continuar con la lectura de la
novela que en el momento estuviera llevando.
Y así se pasaban los días uno a uno.
No podía decir qué era lo que normalmente hacía una mujer de su edad, pues no conocía muchas.
Sus amigas eran mucho más jóvenes, mujeres de sesenta, o que apenas si rozaban los setenta, y la
mayoría tenían sus familias numerosas a las que dedicarles su tiempo o, aquellas que tenían menos
suerte, estaban recluidas en asilos y centros geriátricos. Por eso acercarse tanto a los ochenta la
hacía sentir a veces solitaria, egoísta, como si le estuviera robando los años de vida a otra persona.
Pero esa era y había sido su vida desde siempre.
Llegó al piso cuatro, y antes de entrar a su pequeño apartamento, escuchó el llanto de Nicolle, la
bebé de apenas un año que vivía en la puerta de al frente. Se giró y tocó un par de veces en la de su
vecina. Nicolle ahora berreaba con toda su garganta.
—Ay, Dios, Sam. Gracias al cielo que eres tú –fue lo primero que dijo Tess, una mujer joven pero
con aspecto cansado, muy delgada, con la ropa un poco sucia y muy poco arreglada; la madre de
Nicolle. Samantha no dijo nada, simplemente extendió los brazos en los que se precipitó la niña, se
aferró a su cuello y, milagrosamente, se quedó callada. Ahora sólo hipaba y gimoteaba
lastimeramente, así que sin mirar mucho a Tess, Samanta empezó a masajear su espalda y a cantarle:
En las calles de San Juan
Dicen que hay un callejón
Y un caballo de cristal
Que te lleva a donde Dios
¿Señor caballo podría usted
Llevarme a donde Dios?
Un buen niño has de ser
Y sentarte en mis lomos
Tess sonrió maravillada cuando vio que Nicolle se había quedado dormida casi inmediatamente,
aunque no era ni por asomo la primera vez que aquello sucedía. Desde que naciera, había
desarrollado el vicio de llorar y llorar hasta que venía Samantha, la tomaba en sus brazos y le
cantaba aquella canción que al parecer había compuesto ella misma. Se la había aprendido para
cantársela a la niña en esas noches que simplemente le daba vergüenza importunar a la anciana, pero
no daba resultado; Nicolle simplemente comprendía que ella no era Sam y no dejaba de llorar.
—Dios te bendiga, Sam… eres…
—Nah, me encanta dormirla.
—Sólo espero que crezca y deje sus malos hábitos –le dijo sonriendo y disculpándose al tiempo.
—Para qué? –le reprochó Samanta con ojos chispeantes—. Para que cuando sea una adolescente
desees que vuelva a ser una bebé, cuando todo era más fácil?
—Seguro que yo no diré eso… no hay época fácil para una madre soltera.
Samanta la miró y respiró profundo. Era verdad. Tess podía llamarse a sí misma madre soltera,
dado que August se había largado mucho antes del nacimiento de Nicolle, y la había dejado con dos
niños y un embarazo avanzado para que se las arreglara como pudiera. En muchas ocasiones Sam le
había dado parte de su pensión para que lograra llegar a fin de mes, sobre todo cuando uno de los
niños enfermaba y había que hospitalizarlo y comprar drogas. Tess la compensaba siendo su amiga,
cuidándola cuando se enfermaba ella, y siendo el ser humano más próximo.
Caminó por la estrecha sala, idéntica a la suya, con la niña sobre su pecho, que ya se iba quedando
dormida. De repente, sintió un leve dolor en el brazo, pero se lo achacó al peso de Nicolle.
—Y cómo fue tu día? –Le preguntó Tess internándose en la cocina. Samantha se sentó en uno de
los desgastados sofás. Kyle y Rori, dos niños entre los cinco y tres años, se le sentaron a cada lado
muy tranquilamente y le hablaban de su día, indiferentes a si ella les contestaba o no.
—Un poco difícil–le contestó Samantha a Tess—. Hoy… —miró a los niños, como pensándose si
decir o no lo que había sucedido en el hospital, así que recurrió al lenguaje clave que habían
desarrollado al ver que era inevitable hablar de ciertas cosas delante de ellos—. Bueno, despedimos
a uno.
Tess salió de la cocina y la miró con rostro pesaroso.
—Qué pena –cuando notó que Nicolle ya estaba dormida, se apresuró a terminar lo que había
empezado en la cocina, pues quería brindarle algo de cenar, y si no le ponía el plato en la mano antes
de quitarle a la niña, se escabulliría, como solía hacer. Siempre le preocupaba la alimentación de la
anciana, que vivía sola desde que la conoció.
Samantha sonrió sabiendo lo que pensaba Tess, y se recostó en el sofá masajeando aún la espalda
de la niña. Ah… cuánto le hubiese gustado a ella haber tenido hijos. Había vivido la maternidad a
través de muchas otras mujeres a lo largo de su vida, pero nunca había sido suficiente. Si hubiese
tenido hijos, tal vez ahora tendría nietos, y hasta bisnietos; tenía la edad para ello.
Dejó salir el aire intentando sacudir sus pensamientos, que eran el camino perfecto para la
depresión, y no quería caer en ella. Por eso mantenía la mente ocupada, por eso no dejaba espacio a
la vagancia.
Tess hizo lo que siempre hacía, le puso un plato en una mano, y le quitó a Nicolle de los brazos. La
niña apenas protestó un poco y volvió a quedar dormida. Samantha empezó a comer, y a ayudar a los
niños con su cena mientras ellos hablaban sin parar, luego, conversó un rato con Tess acerca de mil
cosas. A pesar de ser tan distantes en la edad, se podía decir que eran amigas; Tess la trataba no
como a una madre, o a una abuela, sino como a una igual. Reían, contaban historias, se preocupaban
la una por la otra, y lo esencial: se hacían compañía. Tess no desaprovechaba la oportunidad de
hablar con otra adulta cuando tenía oportunidad, y Samantha realmente había desarrollado cariño por
ella. Eran amigas.
—Ya me voy a acostar –le dijo, despidiéndose.
—Descansa, Sam. Hoy te veo más agotada que de costumbre.
—La verdad, sí me siento un poco cansada –admitió ella, masajeándose el brazo, que le volvía a
doler.
—Sería raro si no, con todo lo que haces a diario –sonrió Tess. Se inclinó a ella y le besó las
canas—. Duerme, preciosa.
—Nunca te quitaré el vicio de llamarme preciosa, verdad?
—Para mí lo eres.
—Sí, sí. No te dejaré una gran herencia cuando me muera, lo sabes.
—No lo hago por eso, mujer tonta. Y tú no te vas a morir aún—. Samantha sonrió saliendo de la
pequeña sala hacia el pasillo común. En un par de pasos, ya estaba frente a su puerta.
—Aunque, siendo serias –sonrió Samantha—, ya que no tengo herederos, te lego a ti todos mis
bienes…
—Sam, cállate ya o me enojaré.
—Mi música y mis libros –insistió Samantha—, que es todo lo que tengo…
—Estás horrible hoy –murmuró Tess y desapareció tras su puerta. Samantha volvió a sonreír
meneando su cabeza. Esa era su reacción siempre que le hablaba de la muerte. Pero para una mujer
de setenta y nueve años, hablar de la muerte no era tan metafórico. La muerte no estaba lejana. La
muerte estaba aquí.
Miró en derredor su pequeña sala, llena de estantes con libros de todo tipo, desde los clásicos
universales hasta las novelas de bolsillo más baratas. Siempre le habían dicho que no tenía paladar
para la literatura, pues leía de todo, y no se limitaba sólo a la llamada “buena literatura”; en su
estantería había libros hasta de Corín Tellado.
Tuvo la tentación de hacer sonar “Non, Je Ne Regrette Rien ” de Edith Piaf, pero ya no era hora de
escuchar música, a pesar de que apenas eran las nueve de la noche. No quería estorbar a los vecinos,
así que se encaminó a la estrecha habitación donde se hallaba su pequeña cama, y se sentó en ella.
Exactamente en un mes cumpliría los ochenta años, y sabía que en el edificio sus vecinos se unirían
para celebrárselos. Se reunirían en la casa de alguno y comprarían entre todos una tarta. No habría
mucho jaleo, y seguramente tardara poco más de una hora mientras todos bebían alguna copa de vino
barato y su porción de tarta para luego ir a sus casas como siempre; pero lo habrían hecho con
cariño, sabiendo que eran la única familia de la anciana. Ella tendría que sonreírles, y fingir que
había sido una vida larga y productiva, llena de aventuras y amores.
Había sido larga, pero nada más.
Quería escuchar “Non, Je Ne Regrette Rien ”.
Aunque aquello era falso; se arrepentía de muchas cosas. Se arrepentía de haber amado tanto a un
solo hombre que quedó incapacitada para amar a ninguno más, y en este preciso instante, se
arrepentía de haber sido tan cobarde como para dejarlo ir, sin luchar hasta la muerte por él.
Se levantó y caminó hacia una cómoda de madera, de donde sacó una pequeña caja sombrerera que
contenía fotografías, recortes de periódicos, y cartas, muchas cartas.
Entre las fotografías, buscó una que ya sus dedos tenían memorizada: la de Ralph.
Lo había conocido cuando niña y se enamoró de él inmediatamente. Habían sido los mejores
amigos, jugaron juntos, hicieron juntos travesuras, y se habían dado el uno al otro su primer beso.
Cuando adulto, él era realmente guapo; alto, de cabellos negros, cejas pobladas, y piel cetrina. Le
quedaba bien todo lo que se pusiera, fuera una vieja camiseta de algodón que usaba para trabajar, o
el uniforme de la fuerza aérea.
Habían sido los mejores amigos, y ella creyó que él también se había enamorado, hasta que llegó
Cynthia y lo había encandilado con su rubia belleza.
Ahora recordó cuando, la noche antes de su boda, él fue a verla a casa de sus padres. Parecía
indeciso acerca de la boda al día siguiente.
Samanta cerró sus ojos, y una lágrima rodó por sus arrugadas mejillas.
Si pudiera devolver el tiempo, le habría tomado la mano y metido en su cama. Habrían huido a
alguna parte, no importa cuál. Pero no, ella había sido la niña buena que todos esperaban que fuera, y
le aconsejó lo que era lo correcto: que se casara, que no la dejara plantada.
Así, entonces, había perdido a Ralph, y ella se había quedado sola para siempre.
Intentó enamorarse de nuevo, claro que sí, pero ninguno logró llegar al fondo, donde aún tenía
metido los pocos besos que se había dado con él, las tardes tranquilas hablando del futuro a su lado.
A los veinte había pensado que aún tenía tiempo para sanar su corazón. A los treinta, se convenció
de que aún no era demasiado tarde. A los cuarenta, miró atrás y se dio cuenta de que se había
quedado solterona, y a los cincuenta, simplemente se olvidó de sí misma, de su feminidad, y perdió
la batalla contra la soledad.
Lo más curioso e irrisorio de todo, lo que le avergonzaba admitir aun delante de cualquier
sacerdote, es que era virgen. La mirarían con extrema compasión, y odiaba eso. Ser una solterona ya
era bastante triste ante la sociedad como para además encimarle que ningún hombre había tocado su
cuerpo, que la vez que vio uno desnudo, fue en el hospital, y el hombre estaba en los huesos y fuera
de sus cabales.
El dolor en su brazo pareció cobrar vida propia, y se trasladó a su pecho.
Qué era aquello? Se puso la mano sobre su corazón, intentando hallar sus propios latidos.
Moriría aquí? Al fin?
Aquello le hizo reír.
“Non, Je Ne Regrette Rien ”
Pero no, se arrepentía de todo.
El dolor se agudizó, y cayó sobre su cama. No tenía forma de llamar a Tess; no quería morir sola.
Encontrarían su cuerpo frío y tieso al día siguiente, el edificio se conmocionaría, llegarían las
autoridades a hacer preguntas, y todos sabrían que la solitaria Sam había muerto al fin, sola en su
apartamento, porque ni gatos tenía, y sabrían que había fracasado en la vida.
—Por favor –murmuró, aunque no supo a quién. Y para qué? Qué era un día más, un día menos en
su patética vida? Para hacer lo mismo de siempre, subsistir?
La vida es como el agua de un río, que corre presurosa hacia el mar, y jamás volverá a su cauce…
Qué sabes tú? –dijo una voz—. Existe la lluvia. Sabes lo que es la lluvia? El agua del mar, que
tiene la posibilidad de volver a la montaña, allá donde nació…
Los ojos de Samantha se cerraron, y un cálido aliento se escapó de entre sus labios.

—Heather, por favor, no!! –Gritó Georgina desde la puerta de la enorme mansión, corriendo a
pesar de sus tacones detrás de su hija, quien se internó en el deportivo haciendo oídos sordos a los
llamados de su madre—. Por favor, escúchame!
—Púdrete! –gritó Heather, enseñándole el dedo medio de su mano. Soltó los frenos casi al tiempo
que pisaba el acelerador, y en el enorme jardín sólo se escuchó el chirrido de las llantas y la risa de
Keith, el actual novio de Heather.
Georgina se detuvo en medio de la calzada del car lobby frente a su mansión y se llevó una mano a
sus labios, intentando contener el llanto desesperado que pugnaba por salir. Qué iba a hacer con esa
muchacha? Acababan de entregarle un pequeño sobre con un polvo blanco que le habían encontrado
entre sus cosas. El servicio estaba entrenado y tenía orden de denunciar cualquier comportamiento de
este tipo en su hija, pero eso a ella no le importaba; siempre, de algún modo, lograba meter de
contrabando las porquerías que desde adolescente consumía.
Esta noche no volvería a casa, estaba segura, y aquello empeoraba las cosas. Habían organizado
una cena con Raphael Branagan, el prometido de Heather, y ella no iba a estar.
—Ay, Dios, qué voy a hacer? –y lo peor era que Phillip, su esposo, le echaría toda la culpa a ella,
como solía hacer. Si la relación entre Heather y Raphael no se consolidaba con el matrimonio; si por
cosas de la vida Raphael decidía que Heather no era la esposa adecuada para él; si Heather no
cambiaba pronto, si no enderezaba su camino y decidía por una vez en la vida hacer lo que sus
padres le pedían, ella estaría en serios problemas.
Una lágrima recorrió el pálido rostro de Georgina, e inmediatamente buscó un pañuelo para
secarla. Su esposo no debía ver lo atribulada que estaba, ni Raphael, cuando llegara. Tendría que
hacer ella sola de anfitriona, y excusar con mil mentiras la ausencia de su hija.

—Y ahora qué quería? –preguntó Keith, mirando fijamente el cabello de Heather, de un rojo
encendido, y largo hasta la espalda.
—La muy maldita acabó con mis reservas. No sé cómo hizo, pero lo encontró. Mi casa no es un
lugar seguro, nunca lo ha sido.
—Y ahora?
—Ahora… —rezongó Heather—. Ahora busca a tu contacto y pide una nueva dosis. La necesito.
—Heather, no es tan fácil.
—Ah, no? Años haciéndolo y ahora me vas a decir que no es una cosa fácil de hacer? –gritó ella
con sus ojos grises más pálidos que de costumbre por la cólera. Keith hizo girar sus ojos en sus
cuencas. Heather no era muy popular por su paciencia, tenía la mala costumbre de exasperarse con
facilidad, y a la menor provocación, gritar y putear.
—Está bien! Pero ten cuidado! Has doblado la dosis, y…
—Maldita, sea! No eres mi puto padre! Ni la puta hermana de la caridad! A buena hora vienes a
hablarme de tener cuidado cuando fuiste tú mismo quien me dio la primera dosis…
—Ya! Está bien, te la conseguiré!
Heather aceleró el deportivo internándose en la autopista.
Aquella fue una noche como las que le gustaban. Licor, drogas, sexo, mucho sexo, y otra vez licor,
y otra vez drogas.
—Ah, Oh, dioses, Keith! –murmuró Heather, no desnuda del todo; llevaba las bragas de encaje
negro enredada en uno de sus tacones puntilla, y Keith la penetraba con fuerza y rapidez. Heather
apretaba los dientes sintiéndolo en lo profundo, pero aun así, anhelando mucho más.
—Waaaahh!! Qué escena más putamente sexy!!! –gritó Justin, entrando de repente a la habitación
en la que copulaban Heather y Keith. Estos ni se inmutaron.
Detrás de Justin entró Craig, con su teléfono móvil en la mano y buscando la aplicación para hacer
un video.
—Un trío? –propuso Craig, y antes de terminar la pregunta, ya Justin se había desnudado. Heather
extendió la mano hacia el miembro de Justin, ya erecto, mientras Keith no paraba en sus embates. De
alguna manera, verla con el miembro del otro en su mano, y luego en su boca, lo excitaba más.
—Por qué estás tan contenta, Heather? –preguntó Craig, sintiendo en sus pantalones una erección y
tocándose. Heather era extremadamente hermosa, con su piel blanca, el cabello rojo encendido, los
ojos grises, sus facciones perfectas y delicadas, y unos senos totalmente apetecibles.
—Hoy tuvo su ración de coca, a que sí –rió Justin, y los tres hombres se echaron a reír.
Heather no escuchaba nada, no entendía, no quería saber. Se sentía sublime, adorada, llena.
Luego de la sesión, a la que pasados unos minutos se unió Craig, volvió a tomar su deportivo, a
deambular por la ciudad. Iba ebria de poder, dueña del mundo, y de los tres hombres que iban con
ella en el coche. Y si probaba a conducir de pie?
—Hey, qué haces?! –gritó Keith.
—Estoy… tan…
—Feliz? —Ayudó Justin.
Heather lanzó un grito jubiloso y pisó el acelerador. En casa, seguramente estaba su madre
inventándose mil excusas ante el estúpido de Raphael Branagan, y luego de la cena, su padre
discutiría con ella por ser una pésima madre, por no haber cumplido con su labor, la única que tenía:
cuidar a su hija.
Se echó a reír al imaginar el rostro compungido de Georgina, y la pose tiesa, como si tuviera un
palo metido en el culo, de Phillip.
Pero cuando pensó en Raphael casi se desternilla de la risa. De verdad creía ese nuevo rico que
podía casarse con alguien como ella, domarla, montarla y aguantar la cabalgata? Realmente, daba
asco.
Lo había visto un par de veces, la vez que le anunciaron que se casaría con él, y una vez en una
fiesta a la que se vio obligada a ir. Era guapo, no lo podía negar, pero de hombres guapos estaba ella
constantemente rodeada; él la miraba de arriba abajo con desprecio, odiando el convenio entre sus
padres tanto como ella. Iba siempre de punta en blanco, bien peinado, bien vestido… era el hijo de
un pobre diablo que se había hecho asquerosamente rico de un momento a otro y ahora dominaba el
mundo financiero. Su padre estaba en un apuro burocrático, así que la mejor solución había sido unir
la fortuna Calahan con la Branagan a través de un matrimonio.
Iba a ser el infierno.
Se iba a casar, claro que sí. Si no, le cortarían todos sus ingresos, las tarjetas, y demás entradas.
Pero ah, cómo se divertiría haciéndole la vida imposible a ese malnacido.
El deportivo iba a más de ciento veinte, violando las normas de tránsito, y el cabello parecía
querer quedarse atrás. Los ojos le lagrimeaban, los dientes se le secaban por estar sonriendo… no
vio el coche que más adelante intentaba adelantar, y el impacto se produjo.

Samantha se hallaba en ningún lugar.


Ese era el nombre que le había dado a ese espacio donde todo era niebla, y sin embargo, tenía los
pies firmes sobre suelo. No se veía sus manos, ni sus pies, pero sabía que allí estaban. No tenía un
cuerpo, por lo tanto, las mil dolencias habían desaparecido.
Una cosa buena, entre tanta confusión.
De pronto, el eterno silencio fue interrumpido por una voz un tanto femenina.
Qué es lo que más deseas en el mundo, Samantha Jones?
Aquella era una pregunta injusta, porque deseaba demasiadas cosas. Por dónde empezar?
Tic, tac. Tic, tac –apuró la voz.
Empezó a desesperarse cuando se dio cuenta de que no podía organizar sus prioridades. Qué
primero? Volver a su juventud? A esa noche en que Ralph fue a su casa? O antes? O después, y
casarse con Robert, el chico que le propuso casarse con ella y así no quedarse sola? qué deseaba
realmente?
No quieres nada? Qué aburrido. Tanto trabajo para nada…
—Espera! –gritó Samantha.
Entonces sí quieres algo?
Si Samantha hubiese tenido ojos, de ellos habrían salido lágrimas.
—Volver a empezar –susurró.
Qué?
—Desearía volver a empezar.

—Todo esto es tu culpa! –vociferaba Phillip Calahan a su mujer, en el pasillo de un hospital,


paseándose de un lado a otro, impaciente.
Habían traído a Heather inmediatamente después del impacto. Sus signos vitales iban en picada
cuando al fin lograron internarla en urgencias, y ahora esperaban noticias.
Raphael Branagan miró su Rólex sin saber siquiera qué desear. Habían estado compartiendo una
sombría cena, debido a la ausencia de la anfitriona que se suponía él debía ver, y pasada una hora
recibieron una llamada donde se les comunicaba que su prometida había chocado en su auto por
exceso de velocidad, por ir ebria y drogada junto con otros tres tipos.
Era un poco embarazoso ver a Phillip gritarle a su mujer que era ella quien tenía la
responsabilidad de los actos de una mujer de ya veintitrés años, cuando estaba claro que tampoco él
había sido el mejor padre del mundo.
Respiró profundo y paseó sus verdes ojos por la sala de espera. No había nadie más. Irse ahora
sería muy descortés, pero era lo que quería. Fue entonces que al fin salió un médico con su uniforme
verde y la careta aún en el rostro dando el parte médico.
Heather estaba a salvo, fuera de peligro. La habían perdido por unos minutos durante la operación,
pero gracias a la rápida acción de los médicos, habían conseguido traerla de vuelta. Ahora estaría
bajo observación.
Georgina sollozó de alivio, sola, pues Phillip no le dio su hombro para apoyarse. Un poco mal por
eso, le ofreció el suyo.
—Podemos verla? –preguntó Georgina. El médico habría querido decirle que no, pero aquellos no
eran unos cualesquiera, así que les prometió que en unos minutos podrían entrar en la habitación que
le habían asignado.
Ella estaba a salvo, lo que no se podía decir de uno de sus acompañantes, que había muerto en la
colisión, ni del otro, que al parecer había sufrido una fractura en su columna vertebral.
Ella, la causante de todo aquel embrollo, estaba a salvo.
Raphael Branagan se preciaba de ser un hombre independiente, se había ido a Inglaterra cuando
cumplió los veintiuno y había vuelto hacía sólo unos meses cuando su padre le pidió la única cosa
que él no estaba muy dispuesto a hacer: casarse con una niña rica.
Había aceptado; su padre estaba muy enfermo, aunque nadie lo sabía, y encima, había soltado un
discurso acerca de que quería verlo establecido y con un hogar…
Tendría que hablar con su padre y decirle que, al fin y al cabo, no podía casarse con una mujer de
carácter tan disoluto, una que iba y se metía en problemas poniendo en riesgo no sólo su vida, sino la
de todo aquel que estuviera a su alrededor.
Aquello era simple supervivencia.

Samanta abrió sus ojos.


Tenía ojos!
Y la luz le hería las retinas.
Intentó mover una mano (que también tenía, eso ya no era discutible), pero no pudo. Estaba atada a
alguna cosa y no le dejaba movilidad. Entró en pánico.
—No, no hagas eso. Todo está bien. Todo va a estar bien.
Trató de enfocar su vista, pero lo que vio sólo la desconcertó más: una mujer rubia, de unos
cuarenta años, le pasaba el dorso de sus dedos por sus mejillas, acariciándolas. En sus pálidos ojos
grises había lágrimas.
No la conocía de nada, por qué estaba allí? Esperaba ver a Tess, no a esa mujer. Y de todas las
cosas, por qué había despertado? Diablos, iba a vivir de veras hasta los ochenta?
Cerró sus ojos y una voz tronó en su cabeza:
Hazlo bien esta vez.
Abrió los ojos de nuevo. Esa voz le recordaba a un extraño sueño que había tenido, pero trataba de
capturar imágenes, los restos de un diálogo, y no, no podía, todo se esfumaba, como espuma entre sus
dedos, como el aire que escapa de un globo, por qué…?
—Tranquilízate, hija, por favor –rogó la voz de una mujer.
—Hija? –Susurró Samantha.
—Soy tu madre… Oh, Dios, no me recuerdas? –Samantha abrió los ojos como platos, y al fin pudo
levantar una mano… una mano blanca, de piel tersa y uñas perfectas… una mano joven.
-2-

Raphael marcó el número de su padre con ademán furioso. Al otro lado le contestó Richard
Branagan, que en el momento se hallaba en Australia por alguna reunión de negocios.
—Qué agradable oír tu voz, hijo, pero dime a qué debo el placer –murmuró Richard Branagan con
voz sonriente. Se hallaba en un almuerzo de trabajo, y tardaría unos cuantos días más en Sydney;
Raphael lo sabía, así que le extrañaba su llamada.
—Papá, necesito que reconsideres tu intención de casarme con Heather Calahan –le contestó él con
voz pausada, a pesar de la urgencia que sentía, al tiempo que se movía por su sala con movimientos
felinos.
—Raph…
—No, hablo en serio. Esa mujer es una lunática. Hoy mismo tuvo un accidente tan grave por ir a
exceso de velocidad.
—Vaya, se encuentra bien?
—El último parte médico dice que está fuera de peligro, pero…
—Raph, sabes que si no fuera realmente importante para nosotros, jamás te habría hecho semejante
imposición.
—Reconsidéralo. Hazlo por mí. Nunca he hecho nada que vaya en contra de los intereses de la
empresa, pero esta vez no es un socio el que te lo pide, es tu hijo! Esa mujer es una amenaza, tendrías
que escuchar lo que se dice de ella…
—No me digas que estás prestando oídos a las habladurías de la gente.
—No son simples habladurías. De cualquier manera, su reputación no es la mejor, y no quiero eso
para mí, y no creo que tú quieras eso para tu único hijo –Richard respiró profundo y guardó silencio
por espacio de medio minuto. Al otro lado de la línea, Raphael esperaba el veredicto.
—Está bien, pero a cambio te pido otra cosa.
—Dilo.
—Seis meses. Quédate seis meses a su lado.
—Pero…
—Verifica por ti mismo que lo que dicen las habladurías es cierto. Si es de tan mala reputación
como dicen, no te será difícil hallar una prueba que al fin me convenza, no?
—No, supongo que no –rezongó Raphael.
—Ya sé que me estoy metiendo demasiado en tu vida, hijo, pero todo tendrá su recompensa –
Raphael guardó un rencoroso silencio, y luego de otro minuto más, colgó.
Casi estrella el teléfono contra la pared, pero se contuvo y lo soltó con suavidad sobre el mueble.
No era alguien iracundo, pero todo lo que tuviera que ver con la pelirroja lo exasperaba tanto que le
iba a dar una úlcera. La maldita mujer le estaba causando demasiados problemas, y aún no era su
esposa.
Por qué, en primer lugar, había permitido que su padre dictara sus acciones en el campo personal?
Ah, recordó, porque casarse con Heather Calahan no era un asunto personal, sino más bien laboral.
Así lo veía su padre, y así se suponía que debía verlo él. Tenía sólo veintiséis años, y aún no era del
todo independiente. Para poder llevarle la contraria en cualquier cosa, debía estar en una mejor
posición en el mundo de las finanzas, y no era así.
Por otro lado, Richard había sido un buen padre, tenía que admitirlo, y cuando le explicó por qué
era necesario unirse en matrimonio con la Calahan, lo había hecho prometiendo retirarse al fin de los
negocios, e irse a vivir junto a su esposa en una bonita casa de campo a pasar los últimos años que le
quedaran de vida, y él deseaba aquello casi tanto como uno niño desea la navidad. Pero le estaba
pidiendo demasiado en nombre del amor filial.
En aquel tiempo no conocía bien a Heather Calahan, ni había oído acerca de sus locas salidas, o
sus amigos de dudosas costumbres. Vio una fotografía suya y simplemente le pareció hermosa. Si por
lo menos era una joven que se sabía conducir, que lo aceptaría como marido a pesar de que los
Branagan no eran de renombre, él se conformaría. Ya desde adolescente había sabido que no podría
elegir esposa por su cuenta, Heather Calahan era, por lo menos, guapa.
Pero una conversación había bastado para comprender que Heather no era ni de cerca la mujer que
él había pensado. Era malhablada, malhumorada, intolerante y sumamente irrespetuosa con sus
padres. Y era esa la mujer con la que pretendía casarlo su padre.
Afortunadamente, había conseguido que cediera un poco. Aquél plazo alcanzaría de sobra para
demostrarle a Richard Branagan que había muchas otras mujeres más aptas para optar por el puesto
de esposa del heredero. Actualmente no había ninguna mujer que le gustara, o le llamara la atención,
fuera de las ocasionales amigas con las que salía y tenía sexo. No era un romántico, no estaba
esperando el amor. No esperaba casarse enamorado. Había aprendido, con los matrimonios tanto de
su abuelo, como de su padre, que la unión matrimonial eran una transacción más; un contrato a largo
plazo que reportaba buenas ganancias, buenos contactos…
Pero Heather Calahan era más bien un castigo inmerecido.
Seis meses, se dijo, y ni un día más.

—Qué es toda esa cosa de amnesia y yo-no-sé-qué-más? –vociferó Phillip Calahan al médico que
le explicaba lo que había arrojado los últimos estudios hechos a Heather.
—Es muy raro que ocurra, pero en el caso de Heather parece ser un asunto bastante serio.
—No es ninguna amnesia! –volvió a gritar Phillip—. Es sólo otra de sus tretas para evadir la
responsabilidad de sus actos! Sabe cuánto me costó acallar todo este asunto? Afortunadamente, los
pelagatos con los que iba en el coche eran unos don nadie que no reclamarán. Pero de no ser así, la
muy estúpida habría tenido que ir a la mismísima cárcel!
—Lo entendemos, pero el equipo médico ha determinado que la amnesia que sufre la paciente no
es fingida. Lo único que podemos recomendar es que la lleven a casa y le dejen descansar. Quizá
con el tiempo empiece a recordar cosas, y vuelva a ser la misma Heather de antes.
Georgina le lanzó una mirada a Phillip, que éste ignoró olímpicamente. No necesitaba mirarla para
saber lo que estaba pensando: ninguno de los dos quería en realidad que Heather volviese a ser la
misma, y aquello era duro de admitir, aun a sí mismos.

Samantha tenía los ojos cerrados. Había aprovechado la oscuridad de su habitación para explorar
su cuerpo, y no había lugar a dudas; ese no era el suyo.
Recordaba perfectamente la forma y la sensación del cuerpo con el que había pasado los últimos
ochenta años y no era para nada esbelto, ni de formas firmes.
Ahora tenía senos redonditos cuyos pezones apuntaban justo al frente, no hacia abajo; piernas
largas, abdomen plano y cintura estrecha. Parecía una modelo de revista.
Y el cabello, por Dios! Había visto su color antes de que apagaran las luces, y lo tenía de un rojo
encendido, abundante y largo, muy largo.
No se había mirado a un espejo aún, pero intuía que no era fea. Quizá tenía ojos redondos, o tal
vez almendrados. Tal vez tenía pestañas pálidas, o más bien oscuras y rizadas. Intuían que sus labios
eran carnosos y firmes, pero no lo sabía a ciencia cierta, y su nariz, decididamente, era fileña. Tenía
el cuello esbelto y largo, y se le pintaban un poco los huesos de la clavícula. Su piel era tan suave
como pétalos de rosas, e igualmente tersa.
Quién era la pobre jovencita cuyo cuerpo ella estaba usurpando?
Y era real, si las teorías que decían que el dolor te despertaba de los sueños era, ciertas, pues
habían venido innumerables enfermeras a pinchar su cuerpo con agujas y no había despertado de lo
que debía ser un sueño muy extraño.
Cuánto tiempo estaría allí de ocupa?
No es que tuviera muchas ansias por volver a su cuerpo anciano, enfermo, que había perdido
estatura con el paso de los años, se había puesto más bien redondo y sus senos habían pasado a ser
un par de molestias colgando de su pecho, pero no podía dejar de pensar en que aquello era
realmente antinatural.
Quién le había hecho esto?
La imagen de una espesa niebla se vino a su mente, pero de igual manera desapareció.
De veras era aquello una segunda oportunidad que le estaba dando la vida?
“Hazlo bien esta vez”, había dicho una voz.
Hacer bien qué?
Está bien, su vida como Samantha Jones había sido cuando poco, patética. Una vida estéril, sin
amor, sin familia, nada. Le estaba dando alguna deidad la oportunidad de comenzar de nuevo?
Sintió una punzada en su cabeza.
Si bien no tenía los dolores de Samantha, los de la pelirroja no eran pocos. Al parecer, venía de un
grave accidente, de donde casi se mata. La rubia que había declarado ser su madre así se lo había
dicho, y al parecer, era ella misma quien conducía cuando se produjo la colisión.
Tal vez había perdido el control del coche. Tal vez habían fallado los frenos.
Ella no sabía conducir, de todas formas; toda su vida se había transportado en el sistema público,
así que no tenía modo de saber en qué había fallado.
Miró hacia la ventana, y vio que el sol ya se asomaba. No había podido quedarse dormida en toda
la noche, ni aun con los sedantes para el dolor que le habían aplicado las enfermeras.
Estaba un poco asustada. Se sentía cometiendo un delito realmente grave. Pero qué podía hacer?
No había sido ella quien decidiera despertar allí. Ella, de hecho, lo que había deseado era morir
para dejar de tener que soportarse a sí misma.
—Vaya, parece que has madrugado –dijo la enfermera que entró con una nueva ronda de
inyecciones y pastillas—. Te darán el alta mañana, no tendrás que estar aquí mucho tiempo.
—Estoy familiarizada con los hospitales –murmuró Samantha.
La enfermera la miró un poco confundida. No era propio de una joven sana como ella estarlo, pero
no dijo nada.
La mañana se fue pasando, y a eso de las diez, volvió la mujer rubia a visitarla. Su madre.
Después de medio siglo, volvía a tener madre.
—De verdad no me reconoces? –le preguntó, y Samantha meneó la cabeza. Ella era realmente
hermosa, con sus ojos gris pálido y un cutis envidiable. Las líneas de expresión eran realmente
pocas, y su tono rubio no dejaba a la vista las canas—. Mi nombre es Georgina, soy tu madre; y tú
eres Heather, mi única hija. Los médicos dicen que la amnesia puede ser temporal, así que tal vez
pronto recuerdes… todo.
Heather. El nombre de la chica era Heather. Y ella? quién era ella ahora? Samantha? Heather?
Miró de nuevo a su madre, analizándola. Ahora que estaba despierta, ella no le acariciaba las
mejillas con el dorso de sus dedos, ni le alisaba el cabello con manos delicadas. Qué pasaba allí?
—Tú… estabas conmigo cuando desperté.
—Ah… sí… estabas un poco asustada. No es para menos, luego de lo sucedido.
—Qué sucedió?
—Bueno, chocaste contra otro coche.
—Perdí los frenos? Qué pasó? –Georgina apretó los labios, rehusándose a contestar, y
afortunadamente para ella, en el momento entró Phillip.
—He hablado con tus médicos, saldrás mañana mismo de aquí –dijo el padre con voz autoritaria
—. Ya contraté a un par de enfermeras para que cuiden de ti y te obliguen, si es necesario, a tomarte
tus medicinas… —miró severo a Heather y continuó—: quiero que sepas que no estoy para nada
contento con tu última locura. Casi te matas!
—Phillip –intentó tranquilizarlo Georgina.
—No, mujer, ella tiene que ponerse a sí misma los límites, y si no lo hace ella, con mucho gusto lo
haré yo! Desde ahora, todas tus salidas están restringidas. Si no voy yo, o tu madre, o cualquiera que
yo diga, no saldrás de la mansión. Reduciré un cincuenta por ciento tus ingresos, y definitivamente no
saldrás de noche a fiestas ni a ningún otro lugar. Desde hoy estarás custodiada por uno de mis
hombres que será tu sombra hasta en el baño! Casi me cuestas la asociación con los Bran…
—Phillip, por favor! –exclamó Georgina con voz aguda. Miró a Heather esperando la consabida
cólera por todos y cada uno de los dictámenes, pero ella miraba a su padre con expresión tranquila.
—Eres rico? –le preguntó, y eso dejó totalmente fuera de base a Phillip, que miró a Georgina
interrogante. Ésta no pudo evitar la risa, que parecía más bien un ataque de histeria.
Phillip se acercó a la cama y miró de pies a cabeza a su hija, su pecho estaba un poco agitado, y en
su rostro tenía una expresión de confusión.
—A mí no lograrás engañarme.
—Tú pareces difícil de engañar. Si esa astucia la aplicas en tus negocios, seguro que te va bien.
Phillip volvió a mirar a su mujer, parecía un poco sorprendido por las palabras empleadas por su
hija, y porque, de hecho, aquello era un cumplido.
—Realmente te diste un buen golpe en la cabeza.
—Ah, bueno. Si el accidente fue tan grave, parece que es un milagro que esté viva –ella frunció el
ceño como si cayera en cuenta de algo—. Estuve muerta? –Phillip encontró aquella conversación
demasiado extraña.
—Los médicos aseguran que sí.
—Claro, eso lo explica todo.
—Qué, viste algún túnel? –preguntó Georgina— O un camino de rosas?
—Voto por el túnel –murmuró Phillip.
—Nada. No recuerdo nada –contestó ella. Cuando era Samantha, había pasado de tener un día
normal a sufrir luego un paro cardíaco, y ahora estaba aquí, pero eso no se lo podía contar a los que
ahora aseguraban ser sus padres. Ahora se llamaba Heather. Tendría que practicar para responder
cuando la llamaran por ese nombre, y comenzar a conocer la vida de la antigua ocupante del que
ahora era su cuerpo.
No sabía cuánto duraría aquella anomalía, pero mientras durara, debía cuidar de aquel cuerpo, de
aquella vida, y de aquellas personas que ahora la rodeaban.
Heather debía ser algo así como una princesa de cuentos de hadas.
Un batallón de sirvientes la ayudaron a salir de la ambulancia que habían contratado expresamente
para que la llevara a casa, y luego, otro batallón la había ayudado a llegar hasta su habitación, que
era un espacio enorme donde cabría diez veces su viejo apartamento.
Además, todo era del más exquisito gusto. Las paredes estaban forradas de fino papel tapiz,
paneles de madera, y los muebles hacían juego con todo. Había pequeños y grandes jarrones con
flores naturales, hermosas y frescas; y pinturas que de lejos se veían hechas por artistas reconocidos.
Su habitación en particular era bastante diferente a todo lo que ella había visto en su vida. Una
parte de las paredes estaba pintada de negro, y la otra de violeta, y sin embargo, no le daba un
aspecto lúgubre, todo lo contrario, y eso se debía a los pequeños decorados blancos, a la cama, en
parte blanca, en parte negra, a los espejos que reflejaban la luz que entraba por el enorme ventanal.
—Tú misma elegiste el decorado, hace tres años –le dijo Georgina como adivinando sus
pensamientos mientras empujaba la silla de ruedas en la que había entrado a aquella enorme mansión.
Había protestado un poco, siempre había odiado esas sillas, pero contra Phillip no era fácil luchar, y
había tenido que hacer caso.
—Pues parece que tengo un gusto raro.
—No te gusta? Podemos cambiarlo, si te apetece.
—No, mejor lo dejo así… siempre haces todo lo que yo quiera? –Georgina la miró un poco
boquiabierta al principio, luego cerró sus labios balbuceando alguna respuesta—. Perdona, no quise
incomodarte con mi comentario—. Pero aquello fue peor, y Georgina volvió a quedar con la boca
abierta. No era común ver a Heather pedir perdón por nada.
—Estás… estás actuando bastante rara, sabes? –Heather se quedó callada, y antes de decir nada
más y empeorarlo, miró en derredor. No podía cambiar el decorado de aquella habitación. Cuando
volviera la verdadera Heather seguro que se molestaría. Ella misma se molestaría si veía que habían
cambiado sus cosas de lugar sin ella autorizarlo…
Su habitación… sus discos de Edith Piaff, sus libros… Tess…
Tendría que ir y verla, no podía llegar y decirle: soy Samantha, pero al menos necesitaba saber
que estaba bien. Tess no tenía a nadie más en el mundo.
—Katie estará a cargo de tu cuidado todo el día –anunció Georgina, señalando a una joven de
cabello corto y negro vestida de enfermera. La joven simplemente hizo un asentimiento con su cabeza
—. Y John, de tu seguridad –continuó Georgina—. Ya lo dijo tu padre. No saldrás si no es con
alguien autorizado por él.
—Soy algo así como una prisionera.
—No te quejes. Tú misma te lo has buscado.
—Qué curioso. Estoy pagando el castigo de algo que no… recuerdo.
—Pero que sin embargo, hiciste—. Heather levantó la mirada hacia su madre.
—Iré a la cárcel?
—Claro que no!
—Pero iba conduciendo ebria, no? Eso tiene cárcel.
—Tu padre convenció a la policía, no te preocupes por esas cosas. Le deben muchos favores…
sólo debes cuidarte, si vuelve a suceder, esta vez no te salvarás—. Heather dejó escapar el aire.
—Cuántos eran mis ingresos antes?
—Cerca de… sesenta mil dólares mensuales –a Heather le dio un ataque de tos.
—Y tendré que vivir con la mitad? –preguntó con ironía cuando ya se repuso.
—Es un castigo que impuso tu padre, yo realmente…
—Insólito.
—Harás un berrinche?
—Muchas familias viven con eso mismo… al año. Lo sabías? –Georgina frunció el ceño
mirándola de nuevo extrañada.
—Cómo sabes eso? –Heather sólo sonrió, y Georgina no reconoció aquella sonrisa. No era, de
ningún modo, la sonrisa de su hija, ni aquél era el brillo de sus ojos.
—Parece que soy una niña rica, malcriada y consentida. Cómo has permitido eso?
—Mi propia hija reclamándome por su mala crianza? Qué más tengo que ver? –Heather apretó los
labios.
—Lo siento. No pretendía ofenderte.
—No, estás volviendo a ser la misma Heather, en desacuerdo conmigo todo el tiempo. Parecía tu
deber en la vida llevarme la contraria.
—Tan mal nos llevábamos?
—Te supliqué que no te fueras de casa esa noche. Teníamos una cena con Raphael, te pedí que te
quedaras, pero no, te fuiste con tus amigos, y mira todo lo que provocaste!
—No… no recuerdo nada de eso.
—Pero lo hiciste! Y el no recordarlo no te excusa! –Heather bajó la cabeza. No estaba
acostumbrada a que le reprocharan cosas que había hecho, por lo general, era ella quien se
reprochaba a sí misma. Sin embargo, reconocía la autoridad de una madre, y tendría que recordarse a
sí misma que ella, a los ojos de todo el mundo, ya no era una venerable anciana, sino una joven loca
que había puesto en riesgo su propia vida.
Respiró profundo y miró a Georgina fijamente.
Parecía ser una mujer de carácter débil, cuya hija era más fuerte que ella. Debía estar todo el
tiempo muy agobiada. Tenía un marido exigente, una hija rebelde, una imagen que llevar… su
aspecto pulcro no la engañaba, por dentro debía sentirse muy cansada, muy anciana.
Ella sabía lo que se sentía, así que movió su silla de ruedas hasta ponerse justo frente a ella, tendió
una mano, y cuando Georgina no se la rechazó, le sonrió. Aquella mujer tenía un corazón noble,
después de todo, y hambriento del amor y la aceptación tanto de su hija como de su marido.
—No lo recuerdo, pero… perdóname. Perdóname porque seguro que te he hecho llorar mucho –y
justo en ese momento, Georgina se puso a llorar. Se inclinó sobre ella y la abrazó fuertemente.
—Eres mi hija, mi niña, mi bebé. Lo más hermoso que tengo. Te amo demasiado, y siempre he
lamentado no poder influir sobre ti para que hagas las cosas como se supone que debes.
—Lo siento…
—Pero ha sido mi culpa, desde niña siempre busqué complacerte en todo y…
—Heather no te lo puso fácil –cuando Georgina la miró extrañada, se corrigió—. Yo… yo no te lo
he puesto fácil. He sido una hija bastante difícil, por lo que veo.
—Vaya, no puedo creer que te esté escuchando admitirlo. Esto es todo un acontecimiento.
—Tú y yo habríamos sido unas excelentes amigas –murmuró Heather sonriente, y Georgina la miró
un poco impactada.
—Bueno… —susurró—. Quién dice que aún no podemos serlo? –Heather amplió su sonrisa, y esta
vez Georgina sí la reconoció, era la sonrisa traviesa de siempre.
—Sí, quién dice que no?

Rato después, Georgina salió de la habitación dejándola sola, y Heather aprovechó el momento de
soledad y se levantó de su silla de ruedas para encaminarse al cuarto de baño.
Éste era enorme, y todo dentro era enorme también. Había una enorme bañera, una cascada que
luego comprendió era la ducha, y un espejo doble que cubría toda la extensión de una pared. Al verse
reflejada se quedó como de piedra.
Había intuido que era hermosa, pero aquello era poco. Era alta, y el mundo se veía diferente desde
allá arriba, y el cabello rojo le llegaba a la cintura en suaves ondas. Sus ojos eran levemente
entornados, grises, preciosos, atrapaban perfectamente la luz haciéndolos ver más pálidos. Nariz
fileña y labios carnosos y rosados. No tenía pecas, y eso la decepcionó un poco. Pero bueno, qué
más podía pedir cuando antes era más bien bajita, de formas redondas, ojos marrones comunes y
corrientes y de cabello oscuro? Ser tan llamativa era simplemente… raro.
Desabrochó la bata que llevaba puesta, y al verse sólo en bragas frente al espejo soltó una
exclamación. Esos senos eran reales? Había una forma de saberlo? Rebosaban un poco sus manos, y
eran redondos y respingones. Qué hermosa era la juventud. Los palpó y no sintió bolsas extrañas
dentro, así que concluyó que eran naturales. Se sacó del todo la bata, y empezó a admirarse de medio
lado. Ahora tenía un buen derrière, sin estrías ni celulitis. Qué le habían echado en el biberón a esta
mujer?
De pronto pensó que si ella, Samantha, hubiese tenido siempre este tipo de cuerpo, Ralph jamás se
habría fijado en la rubia Cinthya. La habría tomado en sus brazos y la habría hecho suya al instante.
Se detuvo en sus pensamientos. Era raro para ella pensar así. Se le estaba subiendo la vanidad a la
cabeza?
Sintió la tentación de bajarse las bragas y seguir explorando, pero decidió que ya había fisgoneado
y toqueteado demasiado el cuerpo de Heather. Tal vez ella nunca se enterara de lo que estaba
sucediendo ahora, pero ella se preciaba de ser una mujer correcta y respetuosa de las cosas ajenas,
así que volvió a anudarse la bata.
Caminó lentamente por la habitación y algo que notó fue la ausencia de libros. No había ninguno.
Bueno, aquella era una casa enorme, seguramente estaban en otra habitación. No concebía que
alguien pasara olímpicamente de lo que consideraba la única extensión de la mente y la imaginación.
Se sentó en un mueble analizando sus opciones. No podía salir por orden de Phillip, y no quería
meter a Heather en problemas, pero quería ir y comprobar que Tess estaba bien. También debía
esperar a sentirse mejor de sus golpes y rozaduras causados por el accidente, pero en cuanto tuviera
la oportunidad, iría a verla; no se estaría tranquila hasta comprobar por sí misma que estaba bien.
Llegó la tarde, y la enfermera que le habían asignado la ayudó a bañarse y a vestirse. Se tomó sus
pastillas, almorzó en su habitación, y poco después, Georgina entró con un juego de tarjetas en la
mano.
—Son tus nuevas tarjetas bancarias, las anteriores las perdiste en el accidente. Tu padre hizo la
gestión para que te asignaran estas… Ya… ya arregló también lo del cambio en tu mesada. Lo siento,
no pude convencerlo de lo contrario.
—Tendré que sobrevivir con treinta mil dólares al mes! –exclamó Heather en un tono claramente
sarcástico.
—Si te quejas así delante de tu padre, él estará feliz de rebajártela aún más.
—Entonces mejor me quedo callada—. Georgina le sonrió. Realmente su hija estaba cambiada, y
esta le gustaba más, mucho más. Nunca antes había logrado concluir una conversación con ella en
buenos términos, y ahora hasta bromeaban—. Por qué no hay ningún libro en mi habitación? –
preguntó ella de repente.
—Ah… porque… no te gusta leer.
—Qué?
—No te gusta… pasaste la carrera a duras penas.
—En serio? Qué estudié?
—Negocios…
—Y sin leer? No me he leído una novela en mi vida?
—No que yo sepa.
—Inaudito.
—Pero puedes salir y comprar una biblioteca entera, si quieres. Tu padre tiene libros, pero no de
ese tipo.
—Y tú… no tienes uno que me puedas prestar por ahora? –Georgina se sonrojó—. Estás ocultando
algo?
—A tu padre no le gustan ese tipo de lecturas.
—Me vale un pimiento. Quiero leer un libro y lo leeré. Y si tú puedes prestarme uno, más te vale
que lo sueltes—. Georgina volvió a reír.
—Estás irreconocible. Está bien, tengo un par que te pueden gustar, pero te recomiendo que salgas
y compres los tuyos.
—Salir? Acaso no soy una prisionera?
—Puedes salir si lo haces acompañada por alguien de la casa.
—De verdad?
—Así dijo tu padre.
—Qué bueno, porque me gustaría… hacer unas diligencias—. Georgina frunció el ceño.
—Diligencias? Creí que lo habías olvidado todo.
—Sí, pero… quiero salir un momento.
—Heather, que no sea para comprar droga o algo peor—. Cuando Heather la miró pasmada,
Georgina quiso morderse la lengua.
—Soy una adicta?
—Bueno…
—Dímelo!
—Tú nunca lo has admitido. Siempre lo has negado, así que…
—Debería tener los síntomas de la abstinencia, no? Pero estoy bien!
—Sí, eso es raro…
—Te prometo que no saldré a buscar… drogas. Dios! Ni siquiera sé dónde tendría que ir!
—Está bien, te creeré… pero no traiciones mi confianza, de acuerdo? –Heather asintió aún
sintiéndose un poco cabreada con la verdadera Heather. Esa niña lo tenía todo, una madre
maravillosa, un cuerpo y un rostro estupendo, dinero, poder… y estaba echando a perder su vida con
drogas?
Realmente no se merece esta vida, pensó, pero al instante se sintió mezquina, ladrona.
No, de todos modos, esta no era su vida. Tarde o temprano tendría que volver.
Pero antes, tenía mucho que hacer. Cuando Heather volviera, todo se pondría patas arriba otra vez,
así que no podía dejar pasar más el tiempo.
-3-

Tuvo que esperar unos días para recuperarse del todo, aunque no estuvo aburrida; primero exploró
toda la mansión, sus diferentes salas de juego y descanso, las habitaciones de sus padres, del
servicio, de los huéspedes, y luego se entretuvo con los libros que Georgina le prestó. Cuando agotó
estos, le entregó a John una lista de títulos para que fuera a alguna librería y se los trajera. Ahora
tenía muchos libros y ninguna estantería donde ubicarlos, pero entonces Georgina se ocupó e hizo
traer una que fuera acorde con el decorado de su habitación.
Primer cambio en la habitación de Heather.
Al menos, pensó, no era una cosa inamovible y permanente.
El día que decidió ir y visitar a Tess, rebuscó en el armario por algo decente que ponerse, pero he
aquí otro problema. Toda la ropa de Heather era casi inservible, destapada hasta el descaro. Lo que
seguramente pretendía ser sexy, a ella le resultaba ya de mal gusto.
Hizo una montaña en el suelo con la ropa que iba descartando hasta que encontró un par de jeans
que no tenían ni rotos ni bordados llamativos, y una blusa de seda blanca sin mangas y un agujero en
la espalda, pero que al menos cubría bien sus senos. Aun así, se sentía bastante descubierta, así que
buscó una chaqueta que le combinara y la plegó sobre su brazo.
Los accesorios no fueron problema; Heather tenía miles, de todo material y colores. Se los quedó
mirando un poco perdida, el problema estaba en que no sabía qué y dónde usarlos.
—Ya estás lista? –preguntó Georgina entrando en la habitación—. Le dije a John que estuviese
preparado, que en cualquier momento salías—. Se asomó al cuarto de baño, donde estaba el enorme
guardarropa, y la encontró descalza admirando todo lo que la rodeaba: bolsos, zapatos,
marroquinería de todo tipo y color, collares, pendientes, pulseras…
—No sabes qué ponerte?
—Creo que necesito ayuda… —Georgina sonrió y empezó, con mano experta, a elegirle los
accesorios que irían mejor con el tipo de ropa que había seleccionado. Cuando hubo terminado con
ella, tenía el aspecto más chic y de buen gusto que ella jamás hubiese conseguido.
—Tengo mucho que aprender –murmuró.
—Todo es cuestión de práctica.
—Dios, eres la mejor madre del mundo—. Ante esas palabras, Georgina se quedó callada, y
apretando sus labios, miró a otro lado. Tomó aire y volvió a hablar.
—Ya estás lista? John te está esperando—. Heather sonrió sabiendo que sus palabras la habían
perturbado un poco. Llenó su bolso con los papeles de su identificación, las tarjetas, el nuevo
teléfono móvil, y salió.
Subió al auto que la esperaba a la entrada y le echó un último vistazo a la mansión. De algún modo,
se estaba acostumbrando a esa vida, y no podía. Esa vida no era su vida. Ella seguía siendo
Samantha Jones.

—Está segura de que es aquí donde quiere venir? –preguntó John al llegar al antiguo edificio
donde antes había vivido Samantha. Que si estaba segura? Había vivido allí la última década, claro
que estaba segura. Pero no dijo nada, y sólo bajó pidiéndole que la esperara aquí—. De ninguna
manera –dijo John—. Subiré con usted. Cualquier cosa podría pasar en esos pasillos.
Ella no insistió, y encabezó la marcha hacia el apartamento de Tess.
Iban siendo las cinco de la tarde, la hora en la que volvía de su trabajo con los niños desde la
guardería, la hora en que era más probable encontrarla en casa. Cuando llegó al piso cuatro, el
inconfundible llanto de Nicolle la hizo sonreír. Caminó con paso decidido hasta la puerta y llamó con
el nudillo de sus dedos.
A los pocos segundos abrió una Tess ojerosa, despeinada y con aspecto realmente cansado… y
Nicolle, al verla, se precipitó sobre sus brazos como solía hacer.
—Nicolle!!, espera!! –pero no hubo remedio, Nicolle estaba aferrada a su cuello y lloraba y
moqueaba sobre su blusa de seda. Tess intentó arrancársela, pero la niña se enroscó alrededor de
ella usando piernas y brazos—. Dios, qué vergüenza con usted, ella nunca se porta así, lo siento
tanto…
—No te preocupes, déjala—. Nicolle soltó un llanto lastimero. Aunque ya no era el de hace un
momento, en donde parecía que se iba a desgarrar la garganta, este llanto partía el corazón—. Ya, ya,
no llores… —Pero la niña no dejaba de llorar. Ella tenía la fórmula para que dejara de hacerlo, pero
no se atrevía a usarla delante de Tess. Aquello suscitaría demasiadas preguntas.
—Siga, siga –la invitó Tess. Heather se giró para mirar a John, que parecía bastante extrañado por
la situación que se desarrollaba en el umbral, así que no dijo nada y se hizo a un lado de la puerta, tal
vez para vigilar desde allí. Heather entró, y los olores familiares de la casa de Tess la inundaron; el
desorden de juguetes en el suelo, la luz que entraba por la ventana… tan conocido todo, tan parecido
al hogar que ella jamás tuvo que le hicieron humedecer los ojos.
Los cerró suavemente, y sin premeditarlo, sin detenerse a pensar, empezó:
En las calles de San Juan
Dicen que hay un callejón
Y un caballo de cristal
Que te lleva a donde Dios
¿Señor caballo podría usted
Llevarme a donde Dios?
Un buen niño has de ser
Y sentarte en mis lomos
Tess la miró con ojos grandes como platos. No lo podía creer. No, no era posible… la única en el
mundo que lograba aquel efecto sobre Nicolle con esa nana era Samantha Jones, y ella ya no estaba.
Lo había pasado horrible las últimas noches porque Nicolle no se dormía si no era por ella, y de
paso, tampoco Tess había podido dormir. Y ahora venía esta despampanante pelirroja a calmar a su
hija y a cantarle esa nana?
—Quién eres? –le preguntó. La mujer no le contestó, sólo cantó de nuevo la nana, utilizando los
mismos giros, las mismas ondulaciones en la voz—. Quién eres! –insistió. Los niños se habían
quedado mirando a la invitada un poco asustados y sorprendidos. Cuando la alta mujer de ropa
carísima, de cabellos de fuego y de ojos gris pálido y humedecidos la miraron, Tess lo supo. No
había otra persona en el universo con esa mirada.
—Sam?
—Tess, yo…
—Sam? Samantha? –Ella simplemente meneó la cabeza.
—Ahora soy Heather.
Tess, sin detenerse a pensar en lo ilógico, loco, antinatural y extraño que aquello podía ser, se
precipitó a ella y la abrazó, dejando a Nicolle atrapada entre las dos. Fue un abrazo largo, cálido y
apretado, en el que las dos mujeres sollozaron en silencio, y el universo envejeció otro minuto
observando a las dos amigas reencontrarse.
Tess se separó primero y la miró estudiándola. Ahora era tan alta como ella, sin una sola arruga
sobre su rostro, con un maquillaje suave que realzaba las exquisitas formas de su cara y ropa de
diseñador, pero debajo de aquel fino estuche de importación estaba su Sam, su querida y vieja amiga
Sam.
—Cómo es esto posible?
—Tú estás más loca que el que me hizo esto por aceptarlo tan fácil.
—Es que algo aquí dentro me lo dice! –contestó Tess con la mano empuñada sobre su pecho—.
Qué te hicieron? Quién te lo hizo?
—No lo sé. Ni siquiera sé si es algo permanente. Sólo sé que estoy aquí… y ni siquiera sé qué
hacer!
—Pero Sam…
—Ahora soy Heather, Tess.
—Quién es esa Heather? –ella suspiró.
—Apenas lo estoy descubriendo. Pero algo te diré, no se parece en nada a mí.
—Ven, siéntate –le ofreció Tess llevándola a sus viejos muebles. Heather seguía con Nicolle en
sus brazos, y los niños habían decidido que aquello no era para nada fascinante, y se fueron a su
habitación a ver la televisión, pero ya Tess no le prestó mucha atención a nada de eso—. Cuéntame,
qué te pasó? Dios, he llorado tanto por tu ausencia!
—Lo último que recuerdo es… un fuerte dolor en el pecho, y que me iba a no sé qué lugar… luego
abro los ojos, y estoy en un hospital, con una mujer que asegura ser mi madre, y las consecuencias de
un accidente automovilístico.
—Sufriste un paro cardíaco –le contó Tess—. Dios, Sam, eres tan hermosa!
—Sólo por fuera. Lo que he oído de Heather… me para los pelos—. Tess negó con la cabeza, aún
mirándola anonadada.
—Te escuché cantarle a Nicolle y algo se disparó dentro de mí, algo me lo gritaba… Dios, Sam,
Heather, como sea… Estoy tan feliz! –y volvió a abrazarla, sentadas en el sofá, con Nicolle en medio
otra vez.
—Estaba muy preocupada por ti –le susurró Heather—. Has estado bien? –Tess no contestó—.
Siento mucho no haber venido antes, pero Heather tuvo un accidente, y no podía salir de casa.
Tess se separó de ella y la miró con los ojos llenos de lágrimas, pero con otro semblante.
—Accidente? Estás bien?
—Mi cuerpo sí… mi mente… siento que voy a enloquecer… Esto es de locos, Tess. Yo creí que
había muerto.
—No! Por qué ibas a querer morirte?
—Porque ya es mi hora, no?
—Y eso a quién le importa? El cielo, los ángeles, quien quiera que sea, te están dando una segunda
oportunidad! Y más tiempo con nosotros!
—De veras crees que permaneceré… en este cuerpo?
—Y por qué no?
—Porque no es mío! No es mi vida!
—Entonces aprovecha el tiempo que tienes ahora!
—Eso… sería una locura! Tengo hasta miedo de usar las cosas de Heather por temor a que cuando
ella vuelva se moleste, y francamente, por lo que me han dicho…
—Vas a tener que meterte una cosa en la cabeza, tú ahora eres Heather, quienquiera que ella sea.
Esta ahora es tu vida!
—Y si en algún momento ella vuelve…
—Si ella llegara a volver, lo cual me parecería en extremo cruel, tú entonces habrás tenido un
momento para vivir! Para disfrutar! –Tess miró a Heather morderse los labios, como hacía cuando
estaba nerviosa, o algo no la convencía del todo, así que le tomó ambas manos, con cuidado de no
hacer caer a Nicolle y la miró a los ojos— Tal vez lo que necesitas es… alocarte, olvidarte por un
momento de las reglas y convenciones… vivir, Heather! Una vez me dijiste que se te fue la vida y no
la viviste, bueno, ahora puedes!
Heather dejó salir una risita nerviosa y Tess se puso en pie y comenzó a deambular por su pequeña
sala, como si lo que fuera a decir a continuación necesitara tiempo para ser digerido, y quizá un trago
de licor, peor no tenía.
—Tú lo que necesitas –dijo al fin— es vivir el amor. Cometer alguna locura de amor.
—Tess, yo jamás…
—Exacto. Jamás lo hiciste, y cuando tuviste la oportunidad en tu vida como Sam, lo dejaste pasar,
porque no estaba bien, porque no era lo que se esperaba de ti. Ahora la vida te ha dado una nueva
oportunidad, así que más te vale cometer esa locura… Es… como una deuda que tienes con la vida.
No te parece?
—Una locura de amor.
—Y vivirla sin pensar en las consecuencias.
—Y si me arrepiento después?
—Que se arrepienta Heather. No te parece? –Heather se echó a reír, y aquella risa fue tan de Sam
y de Heather al tiempo que Tess comprendió que ya empezaba a borrarse la línea que las dividía a
las dos.
—Y ahora, sesión de chismes –propuso Tess corriendo a sentarse a su lado en el viejo sofá—.
Quién es Heather? Y por qué estás vestida así?
—Una niña rica y malcriada –contestó Heather, y le siguió hablando de lo poco que sabía de su
antiguo yo antes de tomar posesión de su cuerpo. Tess parecía asombrada y escandalizada a veces.
Se reía diciendo que la habían mandado a habitar precisamente ese cuerpo para que cuando hiciera
su locura nadie se extrañara. Heather reía negando con la cabeza, pero igualmente la escuchaba.
Volvía a estar con su amiga, y esta vez, eran jóvenes las dos, ahora incluso menor que ella. Eran casi
iguales.

Raphael posó la copa de vino sobre la pequeña mesa de café cuando vio a Phillip Calahan
acercarse. Estaban en el club del que ambos eran miembros y habían acordado una cita para hablar.
Phillip se temía que era para cancelar el compromiso entre él y Heather, así que iba entre
aprehensivo y dispuesto a tomar la ofensiva; aunque contra los Branagan y su poder era poco lo que
cualquiera podría hacer.
—Parece que algo te tiene preocupado, Raph –saludó Phillip.
—Muchas cosas me tienen preocupado –contestó Raphael—. Entre ellas, tu hija.
—Ah, no te apures, ya está perfectamente. Hoy incluso volvió a salir de casa. Acompañada, claro.
He dejado orden de no dejarla salir sola…
—No es a eso a lo que me refiero, y lo sabes perfectamente, Calahan. He hablado con mi padre, y
hemos decidido cambiar drásticamente los términos de nuestra negociación—. Phillip empezó a
sudar. Muchas cosas dependían del matrimonio entre su hija y este sujeto. Los Branagan no eran
antiguos miembros de la alta sociedad, no tenían un rancio abolengo como ellos, pero eran
demoledoramente ricos, y su poder les había abierto puertas a lo largo y ancho del mundo. La
transacción era sencilla y milenaria: ellos le daban el prestigio y sobriedad de los Calahan, y a
cambio recibían el dinero y los contactos de los Branagan.
—De qué… tipo de cambios hablas.
—No quiero casarme con una mujer tan absurdamente loca como tu hija.
—Raph…
—He investigado las causas del accidente, y no fue por simple exceso de velocidad. Tu hija traía
un cóctel de muerte en la sangre. Es una adicta, y puedes tener todo el prestigio del mundo, pero si no
fuiste capaz de educarla bien, no sé si serás, en el futuro, capaz de ser un buen socio también.
—Me parece injusto que midas…
—A mí lo que me parece injusto es que en esta transacción el que salga perdiendo sea yo. Tú
ganarás todo el dinero del mundo… y yo una esposa adicta que me pondrá el cuerno cada fin de
semana—. Phillip lo miró furioso, pero tenía que reconocer que tenía razón.
Miró a su ahora contendiente fijamente. El cielo había bendecido a los Branagan no sólo con
dinero, sino también con gallardía. Los ademanes rústicos de Richard se habían pulido en Raphael,
pero definitivamente este último lo sobrepasaba en apostura. Era tan alto que la mayoría de hombres
tenían que alzar la cabeza para hablarle. Era consciente de que alrededor siempre las mujeres, fueran
estas casadas o no, jóvenes, o ya no tanto, se giraran a él prestándole toda su atención, y delante de
los otros hijos de ricos, parecía más bien un ave de presa en medio de pollitos pintados de colores, a
pesar de su juventud.
—Y entonces… cuáles son tus nuevos términos?
—Desafortunadamente no puedo deshacer por mi cuenta este contrato –Phillip empezó a sentirse
aliviado. Era verdad, él no podía. El contrato se había hecho con Richard, no con él—. Así que papá
me ha rogado que le dé a tu hija una oportunidad. Seis meses, me pidió. Si en esos seis meses yo
logro reunir las pruebas suficientes que lo convenzan de que Heather Calahan no es la madre
adecuada para sus futuros nietos, el contrato se disolverá digas lo que digas. Hasta entonces, me veré
obligado a actuar como un novio, y espero, también tu hija.
—Me parece… razonable.
—Entonces estás de acuerdo?
—De acuerdo. Seis meses. Luego del accidente… Heather ha cambiado. No hace las pataletas de
siempre e incluso se tomó la disminución de su mesada con bastante aplomo.
—Perdona, pero nada de lo que dices me intriga demasiado.
—Lo entiendo –Phillip se puso en pie y le tendió una mano—. Seis meses. Nos veremos aquí de
nuevo dentro de ese tiempo. Espero no te sea un suplicio, ni ocurra algo que haga romper el contrato
antes.
—La verdad, yo no sé qué esperar –contestó Raphael recibiendo su mano y poniéndose en pie
también—. Dejaré simplemente correr el tiempo, no tengo ninguna expectativa.
—Me imagino. Vendrás a cenar este sábado?
—Sólo si esta vez tu hija se presenta.
—Se presentará, me encargaré de eso.
—Estaré allí una hora antes, me gustaría conversar con ella de esto. No le anticipes nada.
—Pero…
—No quiero que la amenaza la escuche de ti, sino de mí. Es hora de que Heather comprenda quién
soy yo—. Phillip asintió dando una cabezada.
—Está bien. Si se va a casar contigo, tiene que ver con qué tipo de hombre va a lidiar el resto de
su vida.
—Eso lo veremos.

Tess recostó su cabeza al espaldar del sofá. Habían acostado a Nicolle, se habían quitado los
zapatos, le habían llevado un aperitivo y una silla a John, para que no se cansara por estar de pie
afuera, y habían hablado y reído como locas.
La nueva risa de Sam, ahora Heather, era agradable y cristalina. Si bien era cierto, y se movía con
mucho cuidado, como si algún movimiento brusco fuera a hacerle doler las articulaciones, la energía
de la juventud la estaba colmando poco a poco, lo que la hacía querer reírse, moverse, y hablar. Sam
nunca había sido tan dicharachera.
—Creo que ya es hora de irme –dijo Heather, mirando desganada su fino reloj.
—Es verdad, ya no vives frente a mi puerta—. Heather se quedó en silencio mirando el techo,
pensando. Tess la observó; no se cansaba de mirarla. Ahora era tan bonita! Sentía que tenía en su
sala a una estrella hollywoodense.
—Quisiera entrar, y tomar algunas cosas… pero no tengo llave.
—Te olvidas de que hace tiempo me diste una copia? Por si algo sucedía.
—Lo hiciste cuando…?
—Sí, fui yo quien te halló en tu cama. Se te había quedado tu abrigo favorito en el sofá y fui a
devolvértelo antes de que te quedaras dormida. Apenas llegué a tiempo.
—A tiempo de qué? De podrirme o algo así?
—No te lo he dicho aún?
—Qué cosa? –Tess la miró con rostro preocupado—. Tess? Qué no me has dicho?
—Sam… El cuerpo de Sam está vivo.
—Qué?
—En estado vegetativo, en un hospital.
—Tess, por qué no me dijiste eso desde el principio?
—Bueno, estaba tan impresionada que…
—Oh, Dios, lo sabía! Algún día he de volver.
—Eso no cambia nada.
—Sí, lo cambia todo!
—Aun así, tú no pediste nada de esto. No es tu responsabilidad! –Heather volvió a quedarse en
silencio un momento, luego suspiró.
—Tendré que ir a visitarme a mí misma.
—Yo que tú no lo haría, y si por cosas de la vida…
—Vuelvo a mi cuerpo? Y Heather al suyo? Es lo correcto, no?
—Heather, definitivamente lo que tú necesitas es conocer a un hombre que te despeluque.
—Tess, ya no estoy para esas…
—Qué? Por qué insistes en decir ese tipo de cosas? Ya no eres qué, joven? Bonita? No eres nada
de eso?
—Este cuerpo lo es, pero en el fondo sigo siendo… simplemente yo: Sam.
—Eso lo dices ahora, pero la sangre es la sangre, la piel es la piel. Estoy segura de que en ese
nuevo estuche que traes, alguien te moverá el piso. Sobre todo en esa alta sociedad en la que ahora te
mueves.
—Lo dudo muchísimo.
—Te acordarás de mí cuando te pase. Entramos a tu apartamento?
Heather entró a la estrecha sala y miró en derredor su antiguo hogar. Era tan pequeño y lleno de
cosas que inspiraba un poco de claustrofobia; luego de haberse pasado casi una semana en la
mansión de los Calahan, con tanto espacio, tanta luz, tanto aire, aquello era simplemente…
deprimente.
—Te quieres llevar tus libros? O… algo?
—Los libros no. Tengo nuevos, casi que todos los que quiera en el mundo. Además, sabes? Existe
una tecnología que te permite leer sin tener que comprar el libro en papel. Es más ecológico, dicen,
pero no me acostumbro.
—Sí, he oído de eso. Y tus discos? –Heather caminó hasta su colección de discos de Edith Piaff,
tomó uno y observó la portada.
“Non, Je Ne Regrette Rien ”
Ahora que tenía esta nueva vida, podría decir al fin esto sin tener que mentir? Cómo sería vivir la
vida sin arrepentirse de nada?
—Esos sí deberías llevártelos. Son difíciles de encontrar.
—Sí…
—Vengo de vez en cuando a hacer la limpieza, no he tocado tus cosas, pero me fue inevitable
encontrarme… esto –Tess le señaló la pequeña caja sombrerera donde tenía sus antiguos recuerdos
de Ralph, las cartas, las fotografías. Heather la recibió sin mirar a Tess, temiendo echarse a llorar de
nuevo, o peor, sufrir de nuevo un paro cardíaco.
—Las estaba mirando cuando… pasó.
—Me lo imaginé—. Tess no necesitó preguntar quién era aquél hombre, había escuchado ya la
historia de cómo Sam dejó pasar el amor de su vida, y cómo luego fue incapaz de volverse a
enamorar.
—Sam…
—Heather –le corrigió ella.
—No, ahora eres tan Sam… Debes olvidarlo, sabes? De cualquier modo, si siguiera vivo, ahora
sería un ancianito de más de ochenta años, de qué te serviría? –Heather se echó a reír.
—De nada.
—Pues ya ves. Es hora de dejar atrás el pasado—. Pero aun así, Heather no soltó la caja con los
recuerdos. Respiró profundo y la miró sonriente.
—Te prometo que empezaré una nueva vida.
—Eso es una buena noticia.
—Y te ayudaré.
—Qué?
—Ahora me sobra el dinero, sabes? Puedo ayudarte.
—Pero… es tu dinero!
—Técnicamente, es el dinero de Heather. A los Calahan les sobra, y según tengo entendido, los
riquillos hacen todo el tiempo obras de caridad.
—No quiero la caridad.
—No, lo que vas a tener es la ayuda de una amiga que siempre soñó con tener la posibilidad de
dejarte algo a ti y a tus hijos.
—Heather, nunca debiste pensar así.
—Yo no tuve mis hijos, ni mis nietos, pero te tuve a ti, Tess. Fuiste mi amiga desde que llegaste
aquí embarazada de Kyle y del brazo de August. Estuviste conmigo cuando me enfermé, incluso
llegaste a cocinar para mí, me cuidaste! Ahora, déjame ayudarte, déjame, como Heather Calahan,
hacer algo digno en mi vida… y de paso, ofrecerle un mejor futuro a tus tres hijos. Te lo debo, y no
me sentiré tranquila si no hago algo por ti.
—Sigo pensando en que…
—Si no lo aceptas, Tess, conseguiré la manera de inscribirte a uno de esos programas de
televisión donde muestran a madres abandonadas.
—Ni se te ocurra!
—Entonces acepta… aprovéchate de mí, ahora que soy rica! –A Tess le dio la risa tonta. Echó
atrás su cabello castaño oscuro y la miró meneando su cabeza.
—No te conocía esa faceta malvada.
—Quizá siempre la tuve, y la olvidé.
—Bien. Pero no quiero nada ostentoso ni llamativo. No quiero… sobresalir de ningún modo.
—No te preocupes, me encargaré que todo sea muy discreto.
—Y quiero… autosostenerme… no depender de nadie…
—Ya veré. Por ahora, lo primero son los niños.
—Sí, por ellos lo hago—. Sorpresivamente, Heather la abrazó.
—No sé si alguna vez te lo dije, pero te quiero mucho.
—También yo a ti.
Al cabo de unos minutos se despidieron, y Heather volvió a internarse en el coche conducido por
John, rumbo a su mansión. La agobiaba un poco irse a dormir a una lujosa cama dejando a Tess en
aquél ruinoso apartamento, pero se tranquilizó diciéndose que no sería por mucho tiempo. Tenía
mucho que hacer.

Llegó a casa y lo que hizo Phillip al verla fue precipitarse a ella y olisquearla como un sabueso.
—Qué…? –empezó a decir ella, pero Phillip la interrumpió.
—Qué extraño, no hueles a licor… ni a hierbas.
—No acostumbro beber, ni fumar.
—Será ahora. Antes parecías una chimenea—. Heather se llevó una mano al pecho, como
lamentándose por sus pulmones.
—El sábado vendrá Raphael a cenar con nosotros. Te recomiendo que no te escapes a ningún sitio.
—Quién es Raphael? –Phillip se giró a mirarla como cayendo en cuenta de la amnesia de su hija.
—Es verdad, según tú, perdiste la memoria. Raphael es tu prometido.
—Tengo prometido?
—Sí, uno muy rico y que necesito tener de mi lado.
—Lo amo? –Phillip se echó a reír.
—Definitivamente, no. Pero lo amarás porque te lo ordeno, y es lo que te conviene.
—Si es mi prometido, por qué no fue a verme al hospital?
—Porque casualmente, te estrellaste ebria, bajo los efectos de la droga, y con tres hombres en tu
coche. Está sumamente ofendido por ti. Te parece razón suficiente? –Heather se mordió los labios y
apretó sus dedos unos con otros.
—Lo siento.
—Pff, como si eso fuera a arreglar todo tu desastre. Vete a dormir. Quiero que vayas de compras y
traigas ropa decente, que todo lo que tienes parece hecho a medida para provocarme una úlcera.
—Entiendo.
—Irás con Georgina, no me fío de ti.
—No tengo amigas que me acompañen?
—Amigas? No conoces ese término—. Y con esas palabras se alejó, subiendo por las escaleras
curvadas que llevaban a la segunda planta, donde tenía su habitación. Había estado esperándola en la
sala contigua al vestíbulo hasta que llegara.
Heather miró la espalda de su padre hasta que desapareció. No tenía amigas, su prometido la
odiaba, seguramente ella odiaba a su prometido, su padre desconfiaba de ella y además, había estado
a punto de matarse en un accidente… Qué tipo de vida llevaba Heahter Calahan?
Y quién era ese Raphael? Tendría que casarse con él en lugar de Heather?
Un dolor un tanto agudo se instaló en su pecho, pero aquello no se parecía al paro cardíaco que la
catapultó a aquella locura, era más bien como un dolor en el alma. Había tenido de esos antes.
Conocería a su prometido el sábado. Dios quisiera que por lo menos pudiera llevarse bien con él.
Estaba a punto de volverse loca.
-4-

Aquello era, realmente, hacer compras.


Como iba con Georgina, no tenía límites en cuanto a los gastos, y Heather sintió que entre las dos
vaciaron las tiendas de aquél centro comercial.
Debido a que la mayoría de almacenes tenían el servicio de entrega a domicilio, no tenían que
andar con bolsas para arriba y para abajo. Georgina realmente tenía buen gusto y la asesoraba muy
bien cada vez que señalaba algo que le llamaba la atención.
—Cariño, me temo que para ti están vedados los tonos naranja y amarillo. Eres pelirroja! –le dijo
Georgina cuando se quedó mirando una chaqueta en un tono naranja pálido.
—Tienes razón, a veces lo olvido. Pero… en mi guardarropa había de todo esto.
—Porque eras una rebelde sin causa, y nadie, sin excepción, podía decirte algo al respecto.
—Cada vez me gusto menos.
—No digas tonterías, ahora eres un espectáculo de mujer, bella no sólo por fuera, sino también por
dentro—. Heather sonrió. Aquello se parecía mucho a lo que Tess solía decir. La miró y encontró
que estaba mirando una chaqueta color marfil de botones grandes y negros considerando si llevarla o
no.
—Tú no vas a comprar nada?
—Estamos aquí por ti.
—Pero mira… hay lencería bonita.
—Lencería? Para qué?
—Cómo que para qué? Estás casada, no? –Georgina torció el gesto.
—No te preocupes. No necesito nada de eso –Heather frunció el ceño, dejó la ropa que estaba
mirando y se acercó a su madre.
—Tú y papá no…
—Es bastante extraño hablar de esto contigo, sabes?
—No tienen intimidad? –Georgina dejó salir el aire.
—Hace milenios tu padre no me toca.
—Qué estúpido! –Georgina la miró de repente, como sorprendido de que alguien se atreviera a
llamar estúpido a Phillip, pero claro, era Heather—. Mírate! Eres tan joven, y tan hermosa! Quisiera
tener tu cuerpo a tu edad! Cómo puede él ignorarte? –Georgina se alzó de hombros, aunque sus
mejillas se habían sonrojado un poco, tanto por el tema de conversación, como por el cumplido de su
hija—. No me digas que tiene a otra—. Georgina se volvió a encoger de hombros.
—Tal vez.
—Tal vez?
—Nuestro matrimonio no fue por amor, de todos modos. Fue casi como será el tuyo. Ya te
acostumbrarás.
—Y en todo este tiempo no conseguiste que se enamorara de ti?
—Por qué me atacas de esa manera?
—Porque también veo que tú eres tonta.
—No me parece justo que me trates así, sabes? Tú definitivamente no conoces a tu padre.
—Y tú sí? –Heather resopló de manera poco femenina y se fue de nuevo a admirar la ropa que se
compraría. Georgina miró la roja cabellera de su hija haciéndose mil preguntas. Realmente nunca
había intentado seducir a Phillip, y en el fondo, creía que ya era un poco tarde para ponerse con esas
tonterías.
Aunque… había veces que lo miraba y anhelaba algo más.
Heather tenía razón, era tonta, porque al contrario que Phillip, ella sí se había enamorado de su
marido.

Llegó la noche del sábado y Heather se estrenó uno de sus tantos trajes nuevos; un vestido de falda
volada y sin mangas color verde botella bastante oscuro que contrastaba perfectamente con su piel
pálida y color de cabello. Éste lo llevaba más o menos recogido en un moño alto, dejando que se
escaparan mechones rojos por algunos lados del peinado.
Estaba un poco nerviosa. Su prometido iba a llegar y ella no sabía cómo actuar frente a él.
Lo que todos le habían dicho era que se odiaban el uno al otro, pero y si… y si él quería darle un
beso? O peor! Si decidía que, ya que eran pareja, él tenía todo el derecho de llevársela a la cama?
No sabría qué hacer! No sabía si Heather había tenido relaciones antes, aunque era muy probable, la
juventud de hoy en día no era para nada como la de su época.
Qué hacer?
Georgina entró en la sala donde se hallaba dando vueltas y le sonrió sentándose en un mueble.
—Estás nerviosa?
—No conozco a… mi prometido. No sé cómo he de reaccionar.
—Sé tú misma. Igual, en el pasado apenas se vieron un par de veces.
—De verdad? Ni siquiera somos amigos?
—No. He de decirte que no le caíste muy bien… pero bueno, tú tampoco fuiste muy amable… —
agregó Georgina, recordando que en esa ocasión Heather no sólo lo insultó, sino también a su madre,
a su padre, a su abuela y abuelo—. Pero no sé, tengo el presentimiento que la tú de ahora le va a
gustar.
—No me digas. Estoy hecha un manojo de nervios.
En el momento se escuchó el ruido de un auto aparcar al frente de la casa, y Georgina se puso en
pie para salir de la sala.
—No… no te vayas –le pidió Heather—. No quisiera verme a solas con él.
—Lo siento, pero él pidió hablar contigo antes de la cena.
—Qué? Para qué?
—Eso lo sabrás tú en un momento—. Se escucharon las voces de Phillip y el recién llegado en el
vestíbulo, y que se iban acercando. Georgina se los encontró en la puerta, y los dos hombres
entraron.

Raphael conocía a Heather. La había visto antes, claro, y sabía que era guapa, por eso no esperó
que la belleza pelirroja que la esperaba al fondo de la sala con actitud nerviosa lo afectara como lo
hizo. Fue como un golpe directo a la entrepierna.
Por qué? Era esa la misma niña rica malcriada que él había conocido antes, no? En ese entonces no
le inspiró ninguna emoción, ni siquiera un mal pensamiento, a pesar de lo hermosa que era.
Pero esta mujer de aquí, de pie, apretándose una mano con la otra, en ese vestido que apenas le
llegaba a las rodillas, y que sin embargo era bastante recatado, era preciosa, simplemente exquisita.
Ella alzó la mirada y…
—Ralph! –exclamó, antes de caer desmayada al suelo.
Alrededor todo fue conmoción. Georgina lanzó un grito asustado, Raphael corrió a ella y la alzó en
sus brazos para acomodarla suavemente en el sofá más próximo. Phillip ya estaba planeando llamar
un médico o una ambulancia hasta que Raphael le dijo que era un simple desmayo, que no era para
tanto.
Por qué lo había llamado Ralph? Se preguntó.
Empezó a darle leves golpecitos en sus mejillas que estaban más pálidas de lo normal.
—Heather? –la llamó—. Heather, despierta!
Heather escuchó la voz, mientras estaba allá abajo, como en lo profundo de un pozo.
El destino era malo. El destino era cruel. Le había hecho ver una alucinación. Era Ralph, era su
Ralph! El mismo cabello, los mismos ojos verdes y expresivos, la misma apostura, era él. Por qué le
hacían esto? No podría con la tortura!
—Ralph… —volvió a balbucear.
—No soy Ralph. Soy Raphael.
—No… —susurró ella, abriendo de nuevo sus ojos para encontrarse con el rostro del hombre que
la había perseguido en sueños por más de sesenta años. Los ojos se le inundaron de lágrimas, y le fue
inevitable elevar ambas manos y tocarlo, por si no era real. Tenía que tocarlo, tenía que sentirlo, y su
tacto no la engañó. Eran las mismas mejillas enjutas y ásperas de Ralph, sus mismas cejas, la misma
nariz recta, los ojos verdes tan expresivos.
Y los labios, los labios de Ralph!
Elevó también su rostro a él y lo besó.
En el pasado, había besado un par de veces a Ralph, pero ninguno de sus besos se pareció a este
de ahora.
Él retiró la cabeza y la miró entre sorprendido y expectante, como esperando que ella de un
momento a otro le saltara encima desnuda. Phillip carraspeó rompiendo la magia del momento y
Heather cayó en cuenta de dos cosas: que se había besado con un hombre delante de sus padres, y
que este no podía, de ninguna manera, ser Ralph. Su Ralph, si seguía vivo, debía tener ochenta y tres
años cumplidos.
—Debe ser… la conmoción –la excusó Georgina—. Recuerda que hace poco tuvo un accidente.
Creímos que el único efecto secundario era la amnesia, pero…
—Estoy bien, mamá. Perdonen el espectáculo.
—Bien, entonces los dejamos solos –anunció Phillip, y tomó a Georgina del brazo para llevarla
afuera.
El hombre con el rostro de Ralph seguía mirándola claramente esperando una explicación.
—Yo… lo siento, de verdad… Tal vez como dice mamá…
—Por qué me llamaste Ralph? –ella guardó silencio por un instante, buscando en su mente
confundida la respuesta.
—Es… el nombre de un viejo conocido.
—Qué tan viejo?
—Qué?
—Ralph es mi abuelo—. Heather sintió que de nuevo le faltaba el aire.
—Qué?
—Ralph Branagan. Mi abuelo.
Se iba a desmayar otra vez. Intentó enderezarse, pero el aire no entraba a sus pulmones. Ralph
Branagan, Ralph Branagan, se repitió en su mente. Era un nombre que había susurrado para sí todas
las noches desde su adolescencia, a veces con una sonrisa, a veces entre lágrimas… la mayor parte
de su vida, entre lágrimas.
Se sentó, y él masajeaba su espalda cuando vio que no era fingido aquél ataque.
—Sufres de asma?
—No que yo sepa.
—Entonces es real tu amnesia? –Heather cerró sus ojos. El timbre de voz de este hombre era
levemente parecido al de Ralph, pero encontró algunas diferencias en el acento—. De qué conoces a
mi abuelo?
—No… no lo conozco.
—Acabas de… confundirme con él, no?
—Confundirte? –Raphael la miró entornando sus ojos, como pensándose si decir o no lo que se le
venía a la mente ahora mismo.
—Todos dicen que soy idéntico a mi abuelo. Las ancianas que lo conocieron en su juventud así lo
dicen—. Dejó salir el aire sonriendo—. Qué curioso, todas las personas que me llamaron Ralph
alguna vez tenían más o menos su edad. De qué lo conociste tú?
—No conocí a tu abuelo. Y yo simplemente… sufrí un accidente, me hicieron un tac cerebral, los
médicos pensaron que la amnesia era la única consecuencia, pero ya veo que se equivocaron—.
Intentó ponerse de pie, pero no pudo, y Raphael tuvo que volverla a ayudar a sentarse. Él no se quitó
de su lado, la miraba como estudiándola.
—Está bien, guárdate tus secretos –dijo al fin, aunque tenía que reconocer que era muy
descabellado que alguien de la edad y la posición social de Heather lo conociera. Además, en la
época que él estuvo vivo, Heather era aún una niña. Si en verdad lo había conocido, no había manera
de que lo confundiera con él.
Heather dejó salir el aire aliviada, pues al fin la dejaría en paz con el tema, y no se atrevió a
mirarlo
—De todos modos –siguió él—, tienes que conocer el propósito de esta reunión.
—Qué reunión?
—Esta que estamos teniendo ahora. Es sólo para advertirte una cosa. Luego de tu infortunado
accidente, he resuelto que no eres la mujer adecuada para ser mi esposa. Es decir, que por mi parte,
el compromiso entre los dos quedaría anulado.
—Qué? No!
—Pero no fui yo quien dio su palabra, fue papá, y él insiste en que te dé otra oportunidad—.
Heather lo miró con ojos grandes. No sabía por qué, pero de un momento a otro quería ser Heather,
quería serlo con toda el alma y conservar a este hombre aquí a su lado, aunque no fuese Ralph, sólo
su nieto.
Pero él estaba hablando de romper el compromiso.
—Otra oportunidad? –preguntó.
—Seis meses –continuó Raphael—. El compromiso durará seis meses, al cabo del cual, si tú
llegases a portarte como sueles hacer, cometiendo otra locura como salir ebria y drogada a conducir
con exceso de velocidad, o a serme infiel, el contrato se disolverá.
—Y si no?
—Al cabo de los seis meses, nos casaremos—. El aire le faltó de nuevo.
—En otras palabras –logró decir—, tengo seis meses para que te enamores de mí?—. Él frunció el
ceño.
—Yo no diría tanto. Sólo demuestra quién eres, realmente—. Eso le produjo risa. Quién era ella?
Si tenía que demostrarlo, tendría que ir por su ropa de anciana y hacer lo que hacía antes. Ella ya no
era ni Sam ni Heather, se hallaba perdida entre dos identidades en las que no encajaba. Este Raphael
le estaba pidiendo un imposible.
Alzó su mirada hacia él y otra vez sintió en su vientre las volteretas que produjeron su desmayo.
¿Qué le estaba queriendo decir el destino? ¿De esto se trataba todo? ¿Para esto había aterrizado
aquí?
—Perdóname otra vez por… lo ocurrido.
—Te disculpas por besarme? No estuvo mal –ella lo miró fijo a los ojos verdes; los de él
sonreían.
Ay, Dios, si él hacía ademán de besarla ahora, ella no encontraría las fuerzas para negarse.
—No dices nada?
—Qué quieres… que te diga?
—No lo sé, la última vez que nos vimos no estuviste tan callada –ella apretó los labios, pero él
siguió—. En verdad me di cuenta de que hay en el idioma mil formas de insultar a toda la familia de
un ser humano sin repetir palabras por más de quince minutos—. Heather ahora tenía los ojos
cerrados.
—Esa era… la yo de antes.
—No me esperaba esto de ti. Te excusas tras un cambio de personalidad que milagrosamente
ocurrió luego del accidente?
—Ese tipo de experiencias cambia a las personas.
—La verdad, nunca lo he creído.
—Y tú qué hiciste? Te dejaste insultar, a ti y a tu familia, sin decir nada?
—No me diste tiempo de contraatacar, porque inmediatamente después de enseñarme tu bonito
dedo medio y recomendarme que me lo metiera por mis partes, te fuiste—. Ella meneaba la cabeza.
—No fue un buen comienzo.
—Eso crees? Fue idea tuya—. Ella alzó la mirada, pero era tan parecido a Ralph, que le dolían los
ojos. Se recostó en el mueble y miró al techo, deseando que quienquiera que la pusiera en esta
encrucijada le diera una explicación, una directriz, un consejo. Estaba en una situación que nunca
imaginó, ni había leído en sus novelas más locas y estrafalarias.
—Ya sé lo que debo hacer si quiero romper este compromiso… pero… qué debo hacer si quiero
que se mantenga? –Raphael la miró confundido, sin saber qué decir. No esperó que ella quisiera
mantener el compromiso. Lo que esperó, de hecho, fue una pataleta de colección y la cancelación
inmediata de todos los proyectos. ¿De verdad quería ella quedarse a su lado?
La Heather de antes habría hecho la pataleta, se dijo. Esta Heather era totalmente distinta. No sólo
vestía y se peinaba distinto, la fuerza, o la energía, o lo que fuese que brotaba de ella ahora era
totalmente diferente. Quizá y era cierto que los grandes acontecimientos, como regresar de la muerte,
cambiaban a las personas.
La miró, recostada en el sofá, con las piernas extendidas y el cuello expuesto por mirar hacia
arriba. Su cuerpo reaccionó de inmediato. No le molestaría tener a esta mujer en su cama. Ella era
preciosa. Pero siempre había sido preciosa, la misma por fuera; por qué era ahora que a su mente
acudían mil fantasías?
—Si te soy sincero –contestó él al fin—, no es mucho lo que tienes que hacer.
Ella lo miró, y como si hubiese logrado atisbar a través de una rendija lo que pasaba por su mente,
se sonrojó. Él la deseaba, eso estaba claro, y se sintió tan halagada que no supo qué decir. En su
mente no encontró ni una sola vez en que un hombre la hubiese emocionado de aquella manera. Ni
siquiera Ralph.
Un momento.
Qué estaba sucediendo?
La sangre es la sangre, había dicho Tess. La piel es la piel.
Fuera lo que fuera, ella deseaba tocar la de él.
Soy una anciana de ochenta años que habita temporalmente el cuerpo de una joven de veintitrés, se
dijo, reprendiéndose a sí misma. Si mi cuerpo llegara a alborotarse como el de una quinceañera,
tengo todo el aplomo mental para controlarme.
Y sin embargo, la piel era la piel.

La cena transcurrió tranquilamente. De alguna manera Heather sabía cómo actuar en una mesa
exquisitamente dispuesta, con todos los tenedores. Era como si a su mente acudieran los
conocimientos que necesitaba para estar allí, en esa posición. Como si fuera la Heather que fue
criada entre paños y manteles.
Sentía la mirada constante de Raphael, aunque ella lo esquivaba. Phillip dominaba la
conversación, y todo lo que hacía era hablar de trabajo y de personas desconocidas para ella.
Georgina la miraba como si por el simple hecho de haberse presentado, y haber conseguido mantener
la compostura, se mereciera el cielo.
—Cómo se llama tu empresa? —Le preguntó a Raphael.
—Branagan Enterprises—. Contestó él dejando su copa de vino sobre la mesa.
—Eres muy rico?
—Algo, sí.
—Cariño –susurró Georgina—, recuerda que no es de buena educación preguntar ese tipo de cosas
directamente.
—Si no pregunto directamente, nunca sabré la verdad. Es más rico que tú, papá? –Phillip
carraspeó.
—Tú deberías saberlo. Supuestamente estudiaste para trabajar en las empresas Calahan, pero no,
te dedicaste a otras cosas.
—Entonces, si los dos aquí son muy ricos, entre los dos son más ricos aún. Qué estrategias tienen
para la labor social?
—Perdón? –preguntó Phillip, exasperado.
—Todas las grandes empresas apoyan a fundaciones para ayudar a los menos favorecidos –miró a
Raphael, que sonreía con la mirada—. Lo hace tu empresa?
—Claro que sí. Como tú dices, es obligación. Casi exigido por el gobierno.
—Entonces puedes ayudarme.
—En lo que necesites, aunque no pareces una persona poco favorecida.
—Obviamente la ayuda no es para mí –contestó Heather molesta, dándose cuenta de que intentaban
burlarse de ella, o peor, tratarla como a una niña que no debía meter su naricita en sus grandes
asuntos—. Antes de irte, me gustaría que me dejaras la dirección de tu oficina, o la de la persona
encargada en esa área.
—Sí, señora –contestó Raphael.
—Qué planeas hacer? –preguntó Georgina, otra vez en un susurro. Era como si temiera que su voz
se escuchara claramente.
—Ayudar a personas menos favorecidas, claro.
—Muy loable! –exclamó Phillip, y aquello dijo claramente que pensaba que todo era un farol de su
hija para echarse al bolsillo a su prometido, y él la apoyara. Heather lo miró severa, como el niño
que no sabe comportarse en la mesa. Tenía ochenta años, después de todo.
—No, no es para nada loable. Es triste. Tres personas aquí se pudren en dinero mientras que otros
cientos allá afuera luchan para conseguir el pan diario.
—Querrás decir cuatro –la corrigió Raphael. Cuando ella lo miró confundida él se explicó—. Tú
también te pudres en dinero. No sólo eres la única heredera de los Calahan, sino que, si todo sale
bien, serás también la señora Branagan. Y tú precisamente no has hecho nada por los menos
favorecidos—. Heather se mordió los labios. Él tenía un punto.
—Bueno, no es como si pudiera disponer de ese dinero –se defendió—. Más bien, acaban de
reducir a la mitad mi mesada—. Fue turno de Phillip para explicarse.
—De alguna manera tenía que castigarte por tus locuras…
—Estamos cenando… —volvió a susurrar Georgina.
—Un castigo muy leve –dijo Raphael, ignorando a Georgina—. Yo habría sido más severo.
—Ah, eso es fácil de imaginar –rezongó Heather y esto provocó una sonrisa en Raphael. Heather,
esta Heather, tenía chispa, una mente aguda y una lengua rápida. Miró sus labios con deseo de
besarla, y al darse cuenta de la intensidad de su anhelo dejó de mirarla. Estaban cenando, y lo que él
quería era ponerla sobre la mesa y subirle la falda. Tenía que controlarse, no podía dejar ver su
debilidad. Esta Heather podía ser una fantástica actriz, y no quería pasar por tonto de nuevo por
culpa de ella.

Cuando la cena hubo concluido, Heather hizo lo que sus padres esperaban de ella y acompañó a
Raphael a subir a su auto. No sabía nada de marcas de coches, pero aquél parecía uno muy lujoso. Él
sacó la llave de su bolsillo, pero en vez de encaminarse al coche, se giró a mirarla a ella.
—Estas muy guapa esta noche—. Aquello la tomó fuera de lugar.
—Eh… gracias –Él sonrió.
—Cualquiera diría que estás muy poco acostumbrada a los cumplidos—. Ella no dijo nada—. Si
de verdad quieres jugar a la niña buena –dijo él buscando algo en el bolsillo de su chaqueta—, esta
es la dirección de mi oficina. Allí puedes ir para hablar de tu proyecto de ayudar a los menos
favorecidos.
Heather recibió la tarjeta, estampada en letras negras, simples, sin adornos.
—Cómo se hizo rica tu familia?
—Perdón? –preguntó él extrañado.
—Disculpa. Fue muy impertinente de mi parte.
—Bueno, es que, como dijo tu madre, esas preguntas no se hacen directamente.
—Dar rodeos sólo es perder el tiempo. Ir directo al grano te facilita bastante las cosas.
—Hablas como una abuela –sonrió él, y eso la hizo quedarse callada—. Pero contestando a tu
pregunta, no fue tan espectacular. El abuelo se casó con una mujer cuyos padres tenían algo de
capital, y montó un pequeño negocio con el que pudo darle una buena a educación a mi padre.
Después él pudo hacer crecer ese negocio, hizo buenos amigos y buenos contactos, y entonces, con su
matrimonio con mi madre aumentó su capital. Ya luego todo fue un camino ascendente hasta donde
estamos ahora.
—Buenos matrimonios, buenos negocios –susurró Heather, con algo de rencor. Aquello era cierto.
Los padres de la rubia y hermosa Cinthya tenían más o menos dinero; los de ella, en cambio, siempre
habían sido unos pobres diablos que vivían de su trabajo, y apenas si pudieron pagarle la facultad de
educación, y le tocó a ella trabajar duro para ganarse becas y mantenerse.
—Tal como haremos tú y yo, tal vez.
—Por qué aceptas este matrimonio? No podrías tú elegir a cualquier mujer en el mundo?
—Sí, podría –aceptó él—. Pero los negocios son los negocios, y si esto, de paso, hace feliz a mi
padre, por qué no?
—No hablas de tu abuelo.
—Él murió hace diez años –Heather alzó su mirada hasta él un poco impactada.
No supo qué pensar. Ralph había muerto hacía diez años y ella ni se había enterado. Tampoco
sintió nada. Al no estar él en el mismo mundo que ella, si era su alma gemela, ella debió sentir algo,
no?
—Murió viejo y achacoso –siguió él—, pero había llevado una buena vida. Sólo tuvo a mi padre,
así que también fui su único nieto, y por ende, su favorito. Le encantaba ver que me parecía mucho a
él—. Heather no lo pudo evitar y sonrió. Ella le habría dado diez hijos y cuarenta nietos. Pero bueno,
eso ya no lo sabría nunca—. Por qué sonríes así?
—Así como? –preguntó ella, alarmada.
—Así como papá cuando le recuerdan los viejos tiempos.
—No sé de qué hablas. Me estás hablando de tu vida.
—Exacto. Aún estoy intrigado. Me llamaste “Ralph” y te desmayaste.
—Ni yo misma lo sé.
—No mientes tan bien como pensé.
—Qué?
—Que al ser como eres pensé que eras también una mentirosa consumada, pero ahora mientes y yo
lo puedo ver.
—Es tu problema si me crees o no –intentó girarse para internarse en la mansión, pero entonces él
la tomó del brazo y la pegó a su cuerpo. Todas las terminaciones nerviosas del cuerpo de Heather se
activaron, expectantes.
Alzó su mirada hasta sus ojos y encontró que él estudiaba sus labios, tenía la respiración agitada…
y ella también, notó.
—Eres tan hermosa Heather –susurró él casi sobre sus labios. Como si se mandaran solas, sus
manos rodearon su rostro, le acarició una de las cejas, y pasó la punta del dedo índice por la nariz.
Lo sentía a lo largo de todo su cuerpo, del cuerpo de Heather, pero era Sam la que quería besarlo.
Una imagen de sí misma, anciana y fea, la espantó, como si en vez de la esbelta pelirroja, la que lo
fuera a besar fuera la abuela, y dio un par de pasos alejándose. Aquello debía ser incesto.
Él la miró con una pregunta en los ojos. Había estado a punto de besarlo, lo sabía. Por qué de un
momento a otro se había arrepentido? Dejó salir el aire en un suspiro de decepción y se encaminó a
su auto.
—Buenas noches –le dijo, y se sentó en el asiento del piloto, puso el auto en marcha y desapareció
en la noche.
Heather masajeó su cuello con una mano y miró al cielo despejado. Qué había estado a punto de
hacer? Iba a besar al novio de Heather!
Pero ahora era su novio, pensó.
Se iba a volver loca, definitiva y absolutamente.
Si la verdadera Heather volvía, pensó mientras atravesaba el umbral de la puerta, echaría todo a
perder, con su forma de ser lo haría un infeliz para siempre, y no quería. Él era no sólo guapo y
atractivo; era listo, educado, y sabía, buen chico. Buen hombre, se corrigió, aunque no sabía su edad.
—No importa su edad –se reprendió—. Tú ahora tienes veintitrés.
Pero se sentía de cien.
-5-

—Y Heather? –preguntó Georgina, asomándose a su habitación, que estaba vacía y pulcramente


arreglada.
—Salió temprano, señora –contestó la joven que miraba en derredor preguntándose qué hacer, ya
que la señorita había hecho la limpieza en vez de ella.
—Madrugó?
—Eso parece.
—Heather nunca madruga. Sabes a dónde fue?
—Ni idea, señora. Pero fue con John.
—Ah, bueno –Georgina salió un poco extrañada. No era normal que su hija madrugara tanto.
Apenas eran las siete de la mañana!

Heather se presentó en el Hospital General de San Francisco, allí donde había ido los últimos
doce años a hacer su trabajo de voluntaria en el pabellón de niños con cáncer.
Reconocía a casi todas las personas allí, a las enfermeras, los doctores, los internos con sus ojos
cansados y cabellos despeinados. Aquella era como su casa.
—Buenos días –saludó a Helen, una de las enfermeras recepcionistas, pero en vez de la sonrisa
amable que siempre le dedicaba, ahora la miraba un poquito indiferente.
—Buenos días, señorita, en qué la puedo ayudar?
—Quisiera visitar a la señorita Samantha Jones –Helen y las demás se miraron entre sí, luego la
miraron a ella.
—Es… alguna familiar de la señorita?
—No, no lo soy… quiero decir… —piensa, piensa! Se dijo—. Hace tiempo un familiar tuvo
cáncer, y nos hicimos amigos de Samantha aquí. Fue un gran apoyo para nosotros.
La historia funcionó. De inmediato el rostro de las enfermeras se ablandó, y una de ellas incluso se
ofreció a guiarla hasta la habitación donde la tenían.
—Entonces conoces a Sam? Cuál es tu nombre?
—Heather Calahan
—Nos alegra mucho que vengas a verla, Heather. Han venido varias personas, pero la mayor parte
del tiempo está sola. Como no tenía hijos, ni nietos…
—Claro.
Entraron a una pequeña habitación, y Heather se vio a sí misma acostada en una cama de hospital,
anciana, arrugada, con sus cabellos canosos recogidos en una trenza y reposando sobre su pecho.
Aquello realmente la impresionó. Se llevó ambas manos a la boca y dejó salir un sollozo.
Esa era ella. Así la veían las demás. Verse a sí misma en un espejo, o reflejada en los cristales no
daban una idea exacta de cómo era en verdad.
Extendió su mano y tocó la de ella. Estaba cálida.
—No sabemos qué la mantiene viva –dijo la enfermera, un poco conmovida por la reacción de
Heather—. Pero los médicos no han querido desconectarla de las máquinas. Tal vez vuelva, y si
vuelve, nos alegraremos de verdad. Aquí la queríamos mucho—. Heather posó en la enfermera sus
ojos llorosos.
—De verdad?
—Claro que sí. Si usted la conoció puede decirlo. Siempre entregada a los demás, siempre
haciéndolo todo por el otro. Nos tocaba reñirla porque se olvidaba de comer por estar
constantemente trabajando. Era una persona muy hermosa.
Heather soltó una sonrisa que pareció más bien un sollozo.
—Es… bonito que hablen así de ti cuando ya te has ido.
—Pero ella no se ha ido. Sigue aquí. En algún lugar ella está. Sigue siendo Sam—. Cerró sus ojos.
Tal vez aquello no era tan cierto, ella no seguía siendo Sam. Ahora estaba viviendo en una mansión,
no en una pocilga; vistiendo trajes de diseñador, no cosas compradas en los mercados de las pulgas;
prometida a un guapísimo hombre millonario, no sola.
Soltó la mano de Sam y la miró fijamente, cada arruga, cada bolsita, cada mancha en el rostro,
cada cana. No quería volver. La ancianidad nunca le había producido horror, ni asco, y no se trataba
de eso. No quería volver a esa vida estéril de antes, tan solitaria. Como Heather, podía hacer las
mismas cosas de antes, podía hacerse querer otra vez, pero nunca, nunca sola. Lo peor de su vida
anterior no fueron sus arrugas y canas, no; fue la soledad, y volver a ser Sam representaba eso,
volver a estar sola.
—Este es mi número –le dijo a la enfermera, al tiempo que escribía en un papel su teléfono—. Si
se toma alguna decisión con respecto a la vida de esta mujer, me gustaría estar informada.
—Sí, señorita, pero…
—Ah, otra cosa… quién está asumiendo los gastos de hospitalización?
—Eh… el hospital, claro.
—No, me gustaría que carguen la cuenta a mi tarjeta, por favor. De ahora en adelante yo pagaré.
—De acuerdo. Entonces acompáñeme para rellenar sus datos.
Antes de salir, Heather se volvió al cuerpo anciano que yacía sobre la cama. Se inclinó a ella y
besó su frente.
—Puedo sacar lo mejor de Sam y de Heather y unirlo en mí –le susurró al cuerpo casi inerte que
antes había sido el suyo—. Puedo ser lo mejor de las dos ahora.
Salió de la habitación haciendo planes. Tenía mucho por hacer.

—Entonces lo que usted quiere es… que la siga? –preguntó el detective privado, que no lo
parecía. Llevaba una chaqueta de sarga bastante ordinaria y una corbata horrible. El cabello castaño
largo hasta el cuello, aunque prolijo. De todos modos, nadie se giraría a mirarlo dos veces en la
calle, lo cual venía muy bien con su profesión.
—Sí, eso es lo que quiero decir –contestó Raphael, mirando al hombre fijamente. Nunca se
imaginó tener que llegar a esos extremos, pero se había tomado muy en serio la advertencia que
pendía sobre él. Anoche Heather se portó encantadora, toda una dama, buena y preocupada por los
menos favorecidos… pero hacía poco más de una semana había estado a punto de matarse por ir
ebria y con una alta dosis de coca.
Estaba prevenido. Heather le gustaba físicamente, le atraía a niveles vergonzosos, pero no podía
fiarse de ella.
—No necesito explicarle la importancia de esto, solo quiero que comprenda cuál es mi objetivo:
lo que quiero es saber si Heather Calahan es digna de ser la siguiente señora Branagan.
—Será sencillo. Si es tan licenciosa como usted mismo dice, no necesitaré ni dos semanas.
—Bien, se lo agradeceré si es así de rápido.
—Entonces nos estamos viendo, señor Branagan.
—Cuento con su discreción.
—La discreción es la base de mi éxito—. Y con esas palabras lo dejó.
Raphael se recostó en el espaldar de su silla masajeándose los ojos con ambas manos. Nunca
esperó tener que llegar al extremo de hacer seguir a su novia, pero aquello era de vida o muerte. No
quería obnubilarse por la belleza de Heather, ni por lo encantadora que ahora era.
Miró sobre su escritorio todo el trabajo que le esperaba. Ahora que su padre estaba en Sydney, él
estaba a cargo. Aquello era una especie de entrenamiento, y tenía que dar la talla. Si bien sería él
quien heredara todo cuando su padre se retirara, prefería que esto fuera bajo la unanimidad de la
mesa directiva.
Llevaba una hora concentrado en un contrato cuando su secretaria lo llamó para darle la insólita
noticia de que su novia lo estaba esperando afuera.
—Quién?
—Heather Calahan, señor. La hago pasar? –qué querrá? Se preguntó Raphael. Miró su reloj; se
acercaba la hora del almuerzo.
Entonces recordó que él le había dado su tarjeta la noche anterior.
Heather entró a su despacho luciendo un hermoso conjunto azul marino, y el cabello recogido y
peinado a medio lado. No llevaba faldas, notó. Era un pantalón corto que le daba un aspecto juvenil y
sexy, pues dejaba al descubierto sus hermosas piernas.
—Vaya, a qué debo el honor? –preguntó poniéndose de pie y encaminándose a ella.
Heather miró en derredor. El espacio estaba amoblado con muy buen gusto, dominando los tonos
tierra, desde el más claro en los muebles hasta el más oscuro en la moqueta. Le quedaba bien a él,
pensó.
—Anoche tuvimos una conversación. Ya lo olvidaste?
—Ah, y yo que pensé que era porque te morías por verme –sonrió él.
Eso también, pensó ella, pero no dijo nada.
—Realmente es porque quiero saber cómo puedo trabajar con las fundaciones que apoya Branagan
Enterprises.
—De veras te importa tanto?
—Crees que si no fuera así estaría dispuesta a invertir mi tiempo libre en esto?
—No lo sé. Qué hacías antes con tu tiempo libre? Según sé, tenías mucho; no trabajabas, no
estudiabas…
—Yo tampoco lo sé. Pero eso ya no importa. El pasado está atrás.
—Muy fácil para ti decirlo.
—Exacto, porque no lo recuerdo –hubo un duelo de miradas. Los ojos verdes no soltaron a los
grises. Él esperaba que ella bajara la mirada en algún momento, pero no fue así; ella se la sostuvo
hasta el final.
Derrotado, caminó hacia su intercomunicador y habló con su secretaria. Le dio algunas
indicaciones y a cambio pidió datos, que apuntó en una libreta.
—Estas son las personas a cargo –le dijo, volviéndose a ella cuando hubo concluido la llamada y
dándole un papel. Tendrás que pedirles una cita y entrevistarte con ellos.
—Tú podrías… ayudarme a acelerar ese proceso.
—Pensé que de verdad te interesaba esto –contestó él encogiéndose de hombros. No me va a
ayudar, pensó Heather, y eso sólo la hizo sonreír. Se equivocaba si pensaba que poniéndole
obstáculos tan nimios como ese se iba a rendir.
—No importa –le dijo—. Me las arreglaré.
—Ya te vas? –preguntó él un poco decepcionado cuando la vio darse la media vuelta.
—Es hora de comer.
—Te invito.
—La verdad, pensaba…
—Qué. Ya tenías cita con otra persona? –la verdad, pensaba llamar a Tess e invitarla a comer en
algún bonito lugar, pero no podía decirle eso. Heather no tenía amigas, y habría resultado muy raro
que de un momento a otro le apareciera una, y de tan diferente estrato.
—No. No tengo cita con nadie.
—Entonces déjame invitarte. Supuestamente vamos a casarnos, y tenemos que empezar a
conocernos, no te parece?
La sonrisa de él la mantuvo allí clavada mirándolo sin capacidad para decir nada. Raphael era
realmente alto. Ella no era ninguna enana, y aun así él le sacaba una cabeza. Su cuerpo era más bien
espigado, y la ropa de ejecutivo le sentaba demasiado bien.
Si también había heredado el cuerpo de Ralph, entonces también tendría un torso velludo y
musculoso, de cintura y caderas estrechas. Lo había visto cientos de veces sin camisa y bajo el sol.
Cómo sería el de Raphael? Por encima de la ropa parecía que era igual.
A su mente vino un recuerdo de sí misma, mirando furtivamente a Ralph de adolescente, pues eran
vecinos, y a él sorprendiéndola en su fisgoneo. Habían bromeado y ella se había enojado negando
hasta la muerte el haberlo estado observando. Él había estado cortando leña, porque era su labor
temprano por la mañana. Estaba bronceado, y sudado, pero sus ojos verdes eran vivarachos y
sonrientes. Los mismos ojos de Raphael.
Él miró su reloj, hizo un par de llamadas más, tomó unas llaves y la tomó del codo guiándola
afuera.
—A qué sitio te gustaría ir? –ella pestañeó un poco sorprendida, pues se había perdido en sus
propios pensamientos.
—No… no conozco ninguno.
—Ah, cierto, que estás amnésica.
—No tienes que fingir que me crees.
—Bueno, no es culpa mía si desconfío de ti. Qué comida te gusta? –Heather suspiró, otra pregunta
trampa.
—Aún no sé lo que me gusta. Llévame a donde quieras—. Él sonrió deteniéndose. Volvió a
tomarla del codo, y esta vez se acercó a ella hasta que sólo hubo un palmo de distancia entre los dos.
—Eso se podría interpretar de mil maneras, sabes? –Heather se sonrojó. Se decía que era muy
difícil sonrojar a una anciana, pero una anciana virgen era otro cuento.
—Eres bastante descarado.
—Soy directo—. Contestó él retomando el camino.
La misma sonrisa traviesa, pensó Heather.
Cuando estuvieron afuera, Raphael fue atento y le abrió la puerta para que entrara, luego entró él y
puso el auto en marcha. Mientras se ponía el cinturón de seguridad, Heather pensó en que aparte de
los coches de la mansión de los Calahan, nunca había subido a un auto tan caro.
—Parece que te gustan las cosas finas.
—Me gustan. Casas grandes, autos finos, mujeres hermosas… quién diría que no a ese tipo de
cosas?
—Nadie, creo –sonrió ella.
—La verdad es que los Branagan no siempre fuimos ricos. Abuelo era muy pobre, me contaba
historias, y sé que trabajó duro desde muy joven.
—Sí –confirmó ella, y luego se dio cuenta de la metedura de pata—. Quiero decir… sí?
—Sí –reafirmó él, mirándola curioso—. Vivió toda su vida aquí, en San Francisco.
—También tú?
—No, yo estuve varios años en Londres.
—Por eso tienes ese acento.
—Un poco, sí. Mamá lo odia. Dice que no concibe que un americano, luego de unos años en el
viejo continente, se le hayan pegado tales mañas. No para de darme lata.
—Tu madre vive?
—Sí, pero están separados; ella y papá—. Él se detuvo en un semáforo. A esa hora del día, el
tráfico era un poco pesado. Mirando distraídamente a la calle, Raphael siguió con su historia—. Al
parecer mi madre fue un poco… libertina. Llegó a ponerle el cuerno a papá, o algo así. Lo cierto es
que él pidió el divorcio, pero entonces ella quedó embarazada. Papá no se creyó que fuera suyo, así
que esperó. Me crié con mi madre los primeros cinco años de mi vida, y en una ocasión, por la
insistencia del abuelo, papá vino a visitarme y encontró que al ser idéntico a Ralph, obviamente yo
era un Branagan, y me reconoció.
—Qué… historia…
—Sí. Hasta en los más altos estratos se ven estas cosas—. Comentó él sonriéndole con ironía.
—Me vas a hacer responsable de los actos de tu madre, entonces?
—De qué hablas?
—Crees que seré como ella? Que luego de casados, te pondré el cuerno?
—Digamos que… estoy cincuenta-cincuenta. Abierto a toda posibilidad—. Heather miró por la
ventanilla un poco molesta. Luego dejó salir el aire, pensando en que él tenía razones para
desconfiar. Ella misma lo haría. Cómo hacer para que cambiara de parecer?
Sólo que él se enterara de que no era Heather, sino Samantha. Miró su perfil, concentrado como
estaba en conducir.
No se lo creería, concluyó. Aquel era un secreto que se llevaría consigo el día que tuviera que
dejarlo.
Otra vez le dolió el corazón, o tal vez fue el alma. Lo miró de nuevo preguntándose cómo sería una
vida con él.
Increíblemente, ni siquiera cayó en cuenta de que desde anoche había dejado de anhelar a Ralph.

—Parece que te gustan las verduras –comentó él viendo cómo ella se llevaba un brócoli a la boca.
—Son el alimento más sano y nutritivo. Buenas para la piel, el cabello y las uñas. Tú deberías
comer un poco más—. Raphael sonrió.
—Constantemente me recuerdas a una abuela—. Heather se atragantó y empezó a toser. Raphael
tuvo que darle golpecitos en la espalda.
—Estás bien?
—Una simple disnea –logró articular.
—Disnea?
—Cuanto te falla el aire, y si estás comiendo, pasa esto.
—Ya—. Él la observó por un segundo, y luego simplemente sonrió. Esta Heather no dejaba de
sorprenderlo—. No eres vegetariana, pero comes más verduras que carnes.
—Qué observador.
—Tengo que serlo. Eres mi futura esposa –Heather lo miró atentamente con las mejillas un poco
coloreadas.
—Sólo soy una especie de novia a prueba. Estás constantemente buscando fallas en mí para
descartarme, y decirle a tu padre, triunfante, que tenías razón—. Él entrecerró sus ojos mirándola.
—Me encanta tu agudeza.
—No soy tonta. Eres muy inseguro. De verdad no crees que podrías gustarme lo suficiente como
para mantenerme fiel a ti? O está tu desconfianza generalizada hacia todas las mujeres? –él bebió un
sorbo de su vino.
—Lo que me quieres decir es que mis dudas no tienen nada que ver con que tú anteriormente…
—Lo que fui anteriormente ni siquiera lo recuerdo, y si ves, tampoco estoy haciendo ningún
esfuerzo para ello. Estoy intentando iniciar una nueva vida, pero si vas a estar constantemente
restregándome mis errores pasados, me temo que no podremos avanzar.
Raphael alzó sus cejas un poco impresionado. Nadie le había cantado la tabla de ese modo antes.
—Entonces te gusto? –y fue turno de Heather de incomodarse.
—Eres guapo.
—Sólo por eso?
—Inteligente… y algo me dice que también eres buena persona.
—Gracias.
—Mirando así, someramente, tenemos más de lo que tienen papá y mamá actualmente.
—O mis padres.
—Dame una oportunidad –le pidió ella de repente. No supo cuándo, pero se le hizo urgente que él
pusiera de su parte. Samantha nunca pidió oportunidades, y por eso se quedó sola—. Dame una
oportunidad de verdad, de corazón. No te decepcionaré.
Él miró la mano de ella, que se movió hasta la suya, tomándola suavemente. Lentamente, él
entrelazó los dedos con los de ella. Había estática entre los dos, a ella parecía faltarle la respiración
de nuevo.
—Antes nunca pasó esto entre los dos.
—Haz como que yo antes era otra persona –sonrió ella, feliz de ver cómo se ablandaba él.
—Es una apuesta muy alta.
—Es una locura. Pero hay que cometer locuras de vez en cuando.
—Cariño, no te queda a ti decir ese tipo de cosas.
—Aunque lo dudes, esta Heather que ves aquí ha vivido muy poco. No sabe nada de nada—.
Raphael sonrió. Aquello era una vil mentira; Heather había vivido demasiado para sus veintitrés
años de vida. Pero viéndola allí, con mirada que mostraba anhelo al tiempo que inocencia, le fue
fácil creerla.
—Una oportunidad.
—Será suficiente.
—Luego de la cual…
—Nos casaremos. Pariré los hijos que quieras –Raphael se echó a reír un poco ruidosamente.
—No seas tan sumisa.
—Pelearemos para ponerle un poco de emoción a la cosa –sonrió ella con picardía.
—Mmmm… eso suena bien—. Él tomó la mano de ella y la llevó hasta sus labios, dándole un beso
suave, y el corazón de Heather se derritió un poco más—. De todos modos, iremos despacio –pidió
él—. Todavía tengo que conocer a la nueva tú.
—No hay problema –contestó ella, y él notó que ahora tenía otro semblante. Heather se terminó su
copa de vino y alabó al chef por el plato. Luego le sugirió a Raphael que le dejara una buena propina
al mesero por buen mozo, y utilizó exactamente ese término: “buen mozo”.

Cuando la llevó a su casa, se quedaron dentro del auto por espacio de un minuto, en silencio.
Luego, lentamente, él desabrochó su cinturón de seguridad y se acercó a ella. Heather reconoció sus
intenciones un poco tarde, y cuando se dio cuenta de que lo que él buscaba era un beso, le dio risa.
—Quiero besarte y tú te ríes?
—Lo siento, es que nunca…
—Nunca qué? –ella se mordió los labios y recostó su cabeza al asiento. Estuvo a punto de decirle
que nunca se había besado con chicos en el interior de un coche, pero aquello quedaba totalmente
fuera de lugar. En cambio, tomó el rostro masculino entre sus manos y lo besó. Sintió la lengua de él
empujar suavemente y se dejó invadir. Sentirse mujer era algo tan viejamente olvidado que sintió que
se resbalaba de la silla. Raphael estaba besando ahora su cuello, un sitio altamente sensible, que le
hizo soltar un gemido y ponerle la piel erizada.
Él se retiró bruscamente, con la respiración acelerada, e incómodo por la presión en sus
pantalones. La miró por un segundo y aquello no ayudó nada. Ella tenía el rostro arrebolado, los
labios rojos por sus besos.
—Creo que será mejor que bajes.
—Sí—. Murmuró ella, pero no hizo ademán de bajar. Raphael volvió a reír.
—Baja, mujer, o te violaré aquí—. Aquello la sacó definitivamente de su éxtasis. Desabrochó
rápidamente el cinturón, abrió la puerta y salió. Sin mirarla de nuevo, él aceleró.
-6-

—Y se besaron? –Preguntó Tess impresionada.


—Sí.
—Y qué tal fue? –Heather soltó un suspiro bastante descriptivo. Había salido de nuevo con John a
la hora que sabía su amiga estaría de nuevo en casa, y nada más llegar, se habían puesto a cotorrear
como dos abuelas con mucho que contar de sus nietos.
—Vas a tener sexo del bueno, cómo te envidio –aquello la alarmó un poco, y el semblante le
cambió.
—Crees que Heather fuera virgen? –Tess no disimuló lo chistoso que aquello le sonaba y rió de
una manera que parecía más bien un grito.
—Una mujer como ella? Tan hermosa, sofisticada y con tanto dinero? No lo creo.
—Vaya…
—Mejor para ti. Disfrutarás del sexo sin el dolor que trae romper el himen. Es una gran ventaja,
créeme. Ninguna mujer olvida su primera vez, y no porque fuera especialmente placentero, sino por
el dolor! –Heather sonrió.
—Creo que en mi caso me saltaré algunas cosas, y viviré dos veces otras. Pero mírame, ya lo estoy
asumiendo.
—Es una realidad. Sólo tienes que tener cuidado de no embarazarte.
—Qué?
—Te ha bajado la regla, no? –Heather negó, con el rostro de nuevo arrebolado por la pregunta tan
íntima—. Cierto que tú hacía años no menstruabas ya… Como dices, tendrás que pasar dos veces por
esto…
—Tendré que tomarle el ritmo de nuevo.
—Las toallas higiénicas han cambiado mucho desde tu última vez, sabes? Y los tampones.
—Me imagino. Sólo espero que este cuerpo no sea propenso a los cólicos… porque el mío sí lo
era…. Dios! –Tess se echó a reír.
—Una cosa por la otra. Menstruarás, ovularás… tendrás las hormonas necesarias que te permitirán
vivir a plenitud el sexo… Raphael sí que lo vale. Él te gusta, verdad?
—Bueno, es guapo, inteligente, muy agudo…
—Me refiero a lo elemental. Te gusta a niveles básicos—. Heather simplemente apretó sus labios
—. Vamos, nunca pudiste olvidar a Ralph, y fui testigo de cómo a lo largo del tiempo se te
presentaron pretendientes aún a tu edad!
—Pero es muy diferente, esos eran ancianos.
—Y este Raphael… quien casualmente es su nieto… El destino te ama, Heather—. Ella sólo
sonrió—. De verdad es tan parecido?
—Dos gotas de agua. Mismos ojos, misma estatura, misma sonrisa… sólo que este Raphael tiene
otra chispa, es decir…
—Son dos hombres diferentes, y de épocas muy distintas. No pueden ser iguales también por
dentro.
—Sí, definitivamente a este no le importa sacar a la luz mis defectos.
—Los defectos de Heather, que le hicieron mucho daño, recuerda.
—Es para que me hubiera botado sin contemplaciones. Gracias al cielo que fue su padre el que
hizo el convenio y no él. Definitivamente es el cielo el que me está dando una segunda oportunidad.
—Y serás muy tonta si no la aprovechas.
—Pero y… cuando acabe? Él quedará solo, o peor, con la verdadera Heather… no quiero hacerle
ese daño. Nada me garantiza que Heather, cuando vuelva, haya cambiado.
—Y quién dice que ella va a volver?
—Mi cuerpo sigue vivo! No te dice eso algo? –Tess guardó silencio y sólo la miró un poco
preocupada.
—No importa, Sam, o Heather, o quien quiera que hayas decidido ser. Aprovecha el tiempo ahora.
No pienses en el después. Fue así como se te pasó la oportunidad la primera vez.
—Sí, pensé… si Ralph la deja plantada seremos unos fugitivos, habremos construido nuestra
felicidad sobre la desgracia de otro.
—Y te quedaste sola.
—Amargamente sola.
—Entonces ahora… no pienses. Déjate llevar. El destino, la vida, o quienquiera que fuera te puso
aquí, en este tiempo, en este lugar… da gracias y aprovecha—. Extendió su mano y apretó su brazo
con cariño. Heather sonrió simplemente. Eso iba a hacer. Eso estaba haciendo.

En los días siguientes, Heather estuvo muy ocupada, para asombro de Georgina, de Raphael, y
hasta del mismo Phillip.
No sólo Raphael había mandado seguirla, también Phillip, y constantemente recibía reportes de
cada lugar al que iba, cada persona con la que se veía. Él no podía permitir que su hija volviera a
hacer tambalear sus negocios con los Branagan.
Pero estaba sorprendido.
—Dices que… va a fundaciones? Todos los días?
—Y a Branagan Enterprises. Se entrevista todo el tiempo con las personas a cargo del apoyo a las
fundaciones. Al parecer, tiene a Taylor, la encargada, un poco estresada con sugerencias y nuevas
ideas.
—Mi hija trabajando para Branagan?
—No sólo eso. Visita constantemente el Hospital General San Francisco… más que todo al
pabellón de los niños con cáncer, y uno que otro anciano que se halla solo allí.
—Me estás hablando de Heather Calahan?
—Y aparte del señor Raphael Branagan, sólo sale para encontrarse con Tess Warden –siguió el
investigador—. Una mujer de veintiocho años, madre de tres hijos.
—No la conozco.
—Es porque… es de bajo estrato social.
—Por qué sale con mi hija?
—Tal vez es una beneficiada de la fundación… tal vez se hicieron amigas así—. Phillip sacudió
una mano quitándole importancia.
Pero Raphael no se la quitó. Él no creía que Tess Warden fuera un personaje equis en esta nueva
vida de su novia.
—Heather saliendo con una mujer de otro nivel social y que además tiene tres hijos? –le preguntó
a su propio investigador privado—. No es eso extraño para alguien que sólo tenía amigos varones y
adictos?
—El perfil que me dio de ella anteriormente no encaja para nada con esta Heather que he tenido
que seguir. La señorita Calahan no cruza una calle sin antes fijarse si hay algún anciano o
discapacitado que necesite ayuda; deja siempre buenas propinas en los sitios en los que compra, se
levanta temprano, entra temprano a las oficinas Branagan y luego va al hospital San Francisco, sale
sólo para almorzar… y luego se encuentra con esta mujer, Tess Warden, para charlar. A veces en
casa de esta, a veces en un parque mientras los niños juegan…
—Tess Warden –repitió Raphael—. Algo importante acerca de ella?
—Está casada con August Warden, pero el hombre hace más de un año que no vive con ella. La
mujer trabaja y se mantiene por sí misma.
—Vaya…
—Quiere que continúe con la vigilancia, señor Branagan? –Raphael miró en derredor. Esta vez se
habían citado en otro sitio. No quería suscitar la curiosidad de sus empleados con la presencia de
este hombre que claramente no venía por cosas de trabajo. Ahora estaba en una cafetería bastante
lejos de los sitios que él frecuentaba.
—Cuánto tiempo puede una persona fingir un cambio de personalidad?
—Eso no lo sé. Una máscara no dura mucho. Pero si desea estar más tranquilo, puedo seguirla un
par de semanas más—. Raphael respiró profundo. Odiaba lo que estaba haciendo, pero no tenía otra
alternativa.
—Sí, un par de semanas más, al cabo de las cuales, si no hay un cambio en su conducta, daremos
por terminada esta locura.
—Bien.
El hombre se puso en pie y dejó a Raphael solo en la mesa en la que habían estado hablando. Éste
se cruzó de brazos mirando por la ventana hacia la calle.
Habían pasado ya tres semanas desde el accidente, y dos desde que la hiciera seguir; se había visto
con ella unas cuantas veces, más que todo en el edifico Branagan, donde tenía sus oficinas, pues ella
insistía en ir casi a diario para verse con Lisa Taylor, la ejecutiva a cargo del área. Branagan
Enterprises no tenía una fundación propia, sino un fondo que se dedicaba a elegir las fundaciones ya
existentes y las apoyaba, hasta el momento, con simples donaciones de dinero. Sabía que las ideas
que traía Heather eran un tanto revolucionarias y arriesgadas; según las quejas de Lisa, que ya se
sentía bastante asediada por su novia, Heather pretendía hacer la participación de la empresa más
activa.
Aquello era perfecto para la empresa, pues tenía más y mejor publicidad, además de menos
impuestos; pero implicaba más personal, y por lo tanto mayor inversión.
Respiró profundo, pues había tenido que vérselas con Lisa Taylor, quien pensaba que Heather
Branagan sólo era su novia de turno, y una muy puntillosa; todavía no se atrevía a presentarla ante la
sociedad como su prometida.
Su teléfono empezó a sonar en el momento, y al ver que era su padre, dejó el dinero de la cuenta
sobre la mesa del restaurante en el que había estado hablando con el investigador y se encaminó a la
salida, hacia su auto.
—Cómo van las cosas con tu futura esposa?
—Todavía no he decidido nada –le contestó.
—Eso quiere decir que la chica se ha portado bien.
—Aparentemente.
—Qué muchacho más difícil eres.
—Ya estás en suelo americano?
—Acabo de bajar del avión. Sabes que en una semana es el aniversario de la muerte de tu abuelo.
—Sí, lo sé.
—Se cumplen diez años. Hasta tu madre me llamó para decirme que quiere asistir.
—Vas a hacer algo especial?
—Sólo flores. El viejo Ralph odiaba las ceremonias.
—Sí, lo sé –sonrió Raphael.
—Lleva a tu novia.
—Ya veré.
Cortó la llamada y se internó en su auto, pensando si a esta nueva Heather le molestaría
acompañarlo en el aniversario de muerto de un anciano que no conoció.

—Qué haces? –le preguntó Georgina a Heather, al encontrarla sumamente concentrada frente a un
portátil en su habitación. En realidad lo miraba como si fuera la primera vez que tenía uno delante.
—Sé usarlo.
—El qué.
—Esta cosa.
—Hablas del portátil? Claro que sabes usarlo. Y todo lo que tenga que ver con aparatos que casi
piensan por sí mismos.
—No es extraño?
—Para nada… Oh… lo dices porque… estás recobrando la memoria? –Heather la miró, y en vez
de alegría, lo que vio en los ojos de Georgina fue aprehensión.
Se echó a reír.
—Sólo lo que es bueno, al parecer… Sé usar un portátil, el teléfono, sé cómo navegar en
internet… —sacudió su cabeza.
—Y qué haces ahora?
—Busco un buen servicio de Catering.
—Para qué?
—Quiero organizar una velada para recaudar dinero para Childhood & Hope, que es una de las
tantas fundaciones a las que Branagan apoya, y por lo que veo, la más olvidada… Es de niños con
cáncer, mamá . Sé que se puede hacer, y como Raphael no me presta mucha atención en eso, pues
quiero hacerlo. La actual presidente es una inepta, a mi parecer. Sólo trabaja con lo que se les sale
del bolsillo a los Branagan.
—Quieres decir que tienen bajos recursos?
—Quiero decir que podrían ayudar más, pero esa Lisa Taylor es una perezosa.
—Si sigues así, terminarás quitándole el puesto.
—No me lo he propuesto aún –Georgina sonrió.
—Yo podría ayudarte con la velada. Sólo dime de qué magnitud la quieres.
—De verdad?
—Por favor, con quién crees que estás hablando? Crees que tu padre se casó conmigo sólo por mi
cara bonita? –Heather la miró fijamente sonriendo—. Soy muy hábil en las artes sociales.
—Y la mejor madre del mundo! –exclamó Heather, lo que sorprendió a Georgina hasta conseguir
emocionarla.
Juntas, empezaron a planear el evento.

Esa noche, Raphael llegó a casa de los Calahan, y notó que Heather tenía una sonrisa
especialmente burlona en su rostro. Aquello le dio mala espina.
—Algo importante de lo que no me he enterado te ocurrió hoy?
—No hay manera de que te enteres de todo lo que me pasa en el día –arguyó ella, y él sonrió para
sus adentros.
—Y por qué sonríes así?
—Porque acabo de planear con mi madre una fiesta.
—No me digas…
—Lo chistoso es que lo tenemos todo, la fecha, el tema, los invitados… pero no tenemos donde
hacerla.
—Caray. Qué problema.
—Por eso estaba pensando en tu casa –Raphael la miró alarmado.
—Una fiesta dirigida por ti en mi casa… Seguro.
—No te dije que la organizaré junto a mi madre?
—Y por qué no la haces aquí, en la tuya?
—Porque es para el beneficio de tu empresa, así que corresponde en tu casa.
—Para la fundación? Quién te pidió…
—Nadie me pidió nada, yo tuve la iniciativa de hacerla… Eso ayudaría a recaudar fondos, lo que
traduciría en más personas beneficiadas, y menos impuestos para tus empresas.
—Cómo sabes que entre más personas beneficiadas, menos impuestos pagaré?
—Porque lo sé, por eso.
—Y a qué tipo de personas invitarás?
—Unos cuantos tipos, problemáticos y adictos, nada especial –él la miró con ojos entrecerrados,
sabiendo que se burlaba de él. Heather no aguantó la risa, y él no aguantó más las ganas y la besó.
Heather, como solía hacer, levantó ambas manos hasta su rostro y le devolvió el beso, luego rodeó su
cuello con sus brazos.
—Jovencitos, no se han casado, así que si no es en privado, no justificaré ese comportamiento –
Phillip bajaba las escaleras, y aunque tenía una expresión severa, en los ojos se le notaba que estaba
más que contento por haber visto a su hija besarse con su futuro yerno y socio.
—Lo siento, Phillip…
—Ah, no te preocupes, muchacho, ya sé que esa hija mía es irremediable. Controla tus hormonas,
mujer! –la reprendió Phillip, y Heather se sintió ultrajada. Llevaba milenios sin hormonas!
—Le estaba contando a Raphael que estoy organizando una fiesta con mamá para Childhood &
Hope, la fundación que se orienta en la atención y ayuda a los niños con cáncer y que la empresa de
Raphael apoya. No dice nada porque quiero organizarla en su casa.
—No digo nada? –objetó él.
—No te oí quejarte.
—Pero cómo así? –se quejó Phillip—. Organizas una fiesta para su empresa y no haces nada por la
mía? Dónde están tus lealtades?
—Ni siquiera me prestaste atención cuando te dije que quería hacer algo.
—Dijiste que querías hacer algo?
—Tengo que ser todo el tiempo tan directa? –Raphael no pudo evitar reír.

Durante la cena, la charla fue bastante amena. Los cuatro conversaban tranquilamente de cosas que
ahora tenían en común. Cuando Phillip se enteró de que Georgina estaba apoyando a Heather con su
fiesta, no tardó en protestar.
—Para mí hace tiempo que no haces ese tipo de cosas.
—Bueno, tal vez es sólo que necesito que de vez en cuando me pidan el favor –murmuró Georgina,
elevando a sus labios su copa de vino. Phillip la miró extrañado por llevarle la contraria en algo.
—Mamá es la mejor –afirmó Heather mirando a Raphael—. Encontró un muy buen catálogo de
empresas de servicio de Catering en menos de nada.
—Llevo años haciéndolo, aunque hace rato entré en desuso.
—Y además –siguió Heather—. Me ayudará para hacer de anfitriona en la fiesta. Conoce a todos y
con todos se lleva bien. Es una joya de mujer.
—Y muy guapa, además –agregó Raphael, cuando comprendió las intenciones de Heather.
—Exacto! Qué bueno que un hombre joven y buen mozo como tú lo nota. Cuando tenga su edad,
definitivamente quiero lucir como mamá. Estás segura de que me pariste? –Georgina soltó una risita
nerviosa.
—Y doliste bastante!
—Tú tendrías una aventura con alguien como ella, Raphael? –Raphael miró de reojo a Phillip, que
observaba a todos con cara de pocos amigos.
—Pues, con todo el respeto que Phillip se merece…
—Lo ves, madre? Eres la mejor—. Georgina miró un segundo a Phillip, que parecía molesto de
verdad, pero que no decía nada. Sonriente, miró a Heather con mucho agradecimiento. Aquella
noche, por una vez, no fue una sombra.

—Por qué haces ese tipo de cosas? –le preguntó a Raphael, cuando, luego de la cena, se quedaron
a solas. Heather sólo se alzó de hombros.
—También quiero que mamá sea feliz. Es una buena persona y se lo merece—. Raphael sonrió y la
atrajo a su cuerpo con un brazo. Él se recostó al espaldar de un sofá, y la metió entre sus piernas.
—Tú pareces empeñada en solucionar la vida de los demás. Ayudas en la fundación, ayudas a tu
mamá…
—Sólo que… tengo esta nueva oportunidad, y soy muy diferente a lo que solía ser. Tengo dinero,
influencias… por qué no aprovecharlo?
—Sí, qué desperdicio –susurró él olisqueando sus orejas. De inmediato, el cuerpo de Heather
reaccionó, y por dentro, ésta no paraba de sonreír. Raphael era un hombre bastante sensual, no perdía
oportunidad para tocarla, olerla o besarla. Y a ella eso le encantaba, porque adoraba su fuerza, su
aroma, y hasta el tono de su voz.
Metió las manos debajo de su traje y acarició su pecho, a lo que él no tardó en reaccionar.
—Sabes lo que me estás haciendo?
—No, qué? –él le tomó la mano y se la guió hasta su entrepierna, y Heather, o más bien la anciana
Sam, se escandalizó. Se retiró de él como si le hubiesen mostrado una serpiente. Raphael se echó a
reír.
—Cualquiera diría que eres virgen.
—Pero… pero por eso tienes que hacer eso?
—Qué?
—Hiciste que lo tocara!
—No seas tan mojigata.
—No soy mojigata, no soy mojigata!
—Ok, ok. Ven y demuéstramelo –ella lo miró de hito en hito.
—No me prestaré a tus juegos.
—Creí que te gustaba jugar –él le tomó de nuevo el brazo y la volvió a acercar. Aunque ella ahora
estaba tiesa como un palo, él no paraba de sonreír—. Estás toda sonrojada.
—Y tú… eres un… eres un… diablillo!—. Ahora Raphael se estaba carcajeando abiertamente.
—De todas las palabras del mundo… no te sabes una más fuerte? –Heather seguía seria, aunque la
risa de él era bastante contagiosa—. Ven aquí –le susurró él—. Crees que cuando nos casemos, no
tendrás que tocarlo?
—Pero…
—Pero qué –él volvió a mirarla, y vio que de verdad ella se hallaba incómoda por todo lo
sucedido. Besó sus mejillas y respiró profundo tratando de calmarse a sí mismo. Tendría que ir más
despacio de lo que se propuso—. Está bien, no te acosaré más—. Ella lo miró con desconfianza—.
Te lo prometo –él levantó su mano, y al fin Heather sonrió.
—Diablillo –le susurró, y Raphael volvió a besarla, aunque esta vez mantuvo las manos quietas.

Heather bajó del auto y miró el enorme jardín de la casa paterna de Raphael. Allí había vivido
Ralph sus últimos años.
La casa era preciosa, una verdadera casa de veraneo de dos niveles, blanca y compuesta más que
todo de cristal, que no dejaba ver nada hacia el interior, pero que de seguro sí permitía ver de
adentro hacia afuera. En el exterior, había muchas palmeras y rocas negras decorando el jardín, y en
el momento, un hombre podaba el césped bajo la brillante luz del sol. Heather se puso su sombrero
blanco que hacía juego con su vestido mirando hacia el cielo azul. Hacía un delicioso calor.
Suspiró, pensando en que si Ralph se hubiera casado con ella, no habrían llegado a ser los ricos
que ahora eran, ni a vivir en mansiones como aquella, pues su unión no le habría reportado ningún
beneficio económico con el que empezar ningún negocio.
—Y bien? Es suficiente para ti? –le preguntó Raphael, saliendo de la casa vestido con una camisa
de lino blanco algo transparente, y el cabello un tanto despeinado. Olvidando los anteriores
pensamientos acerca de Ralph, Heather quiso meter sus dedos entre esos cabellos y suspirar y
suspirar… Raphael le tendió una mano y ella la recibió sonriente.
—Es preciosa.
—Me alegra que te guste.
—Aquí viviremos si nos casamos?
—A menos que quieras vivir en mi apartamento de soltero.
—No lo conozco aún.
—Porque no has querido, cariño—. Ella lo miró de reojo, preguntándose qué insinuación sexual
había debajo de aquella simple frase. Sonriente, él se inclinó a ella y besó suavemente sus labios.
—Esta es la esposa que no quieres?
—La novia, papá, aún es la novia.
—Ajá! –Exclamó Richard sonriéndole a Heather, y esta tuvo que respirar pausadamente. Éste de
aquí era el hijo que Ralph y Cinthya habían tenido. Era de mediana estatura, de mejillas sonrosadas y
cabellos rubios encanecidos; era mucho más bajo que su hijo, y no tenía su color de piel tampoco,
era más bien idéntico a Cinthya, su madre; no había sacado nada de Ralph. Al parecer, toda aquella
belleza masculina se había concentrado en Raphael.
Qué ironías de la vida.
—No sé si me conoces, bella dama, pero yo soy…
—Richard Branagan. Un placer, señor.
—El placer es todo mío –contestó Richard encantado—. Si te gusta mi hijo, tengo que decirte que
la idea de casarlos fue mía.
—Una brillante idea.
—Como todas las que salen de mi cabeza.
—Papá conoce a Phillip desde hace mucho tiempo. Parece que te vio un día en tu casa y quedó
encandilado contigo –contó Raphael.
—Bueno –dijo Richard, mientras precedía la marcha a través del vestíbulo hacia uno de las salas
—, tengo que admitir que tengo debilidad por las cosas bonitas, lo que incluye las mujeres.
—Sólo que yo no soy una cosa.
—Qué lengua tan rápida! –Volvió a exclamar Richard dando una palmada y sonriente.
—No sabes tú cuánto—. Richard volvió a reír. Al verlo así, comprendió que esa manera de reír de
Raphael se la había heredado a su padre.
Entraron a una enorme sala redonda cuyo techo alcanzaba el segundo nivel de la casa, y del que no
sólo pendían arañas de cristal, sino también ventiladores de largas aspas. Los muebles eran blancos
y acogedores. Desde cualquier lugar de la sala se podía ver el hermoso jardín, verde y azul por la
piscina, sus palmeras y las tumbonas blancas. Era precioso.
—Bien, me dijeron que quieres usar mi casa para un banquete o algo así.
—Tengo unos cuantos invitados en mi lista–explicó Heather, mientras Richard la tomaba del brazo
y la guiaba hasta uno de los sofás para que se sentara—. Todas personas con dinero que mis padres y
Raphael conocen. Me gustaría que escucharan algunas propuestas que tengo… para que aflojen un
poco sus billeteras.
—Tienes la fortuna de que las empresas Branagan sean serias y sólidas, cariño, de lo contrario,
ninguno de ellos te aceptaría la invitación.
—Sí, lo sé.
—Qué les ofrecerás a cambio de su dinero?
—No… no comprendo.
—En las galas de beneficencia –explicó Raphael, al tiempo que se sentaba a su lado en el sofá—,
sueles ofrecerle algo a los invitados; además de una buena comida, un entretenimiento; tal como un
cantante, una subasta, o algo parecido.
—Una subasta?
—Para lo cual –agregó Richard elevando su dedo índice—, necesitarás objetos valiosos.
—Tendrías que pedirle a algunos artistas que donen sus obras.
—Eso… va a estar complicado.
—Claro que no! –exclamó Richard. Al parecer no sabía hablar en voz baja—. Cuando les digas
para qué es, encantados te darán lo que les pidas.
—A estas galas siempre viene mucha prensa, es publicidad para ellos por muy poco esfuerzo.
—Están versados en esto –comentó ella mirando a uno y a otro.
—Bueno, hemos organizado unas cuantas.
—Mamá ha organizado unas cuantas –corrigió Raphael. Richard farfulló algo ininteligible.
—Mamá también… pero hasta ahora sólo hemos considerado en dónde y cuándo hacer la fiesta, y
la comida.
—Georgina sabe del tema, sólo que Calahan no está tan metido en el tema de las fundaciones como
nosotros.
—Será porque venimos de abajo –dijo Richard, arrellanándose en el sofá—, y sabemos lo que es
la necesidad. Papá se rompió la espalda para que hoy tuviéramos lo que tenemos—. La mirada de
Heather se dulcificó a niveles diabéticos cuando escuchó aquello. Raphael no se lo perdió, y por
alguna razón, sintió celos de su abuelo muerto.
—En fin –dijo, como para sí, sacudiendo un poco su cabeza—. Ya pensaste qué ofrecerle a los
invitados?
—Quieres una fiesta estilo moderno, con artistas del Rock, Pop, o algo más bohemio?
—Piensa en la edad de los comensales.
—Si son abuelos, no metas demasiadas locuras.
Heather se echó a reír, siendo bombardeada por sugerencias una tras otra. Estos dos tenían una
mente muy dinámica, y eran capaces de tomar decisiones importantes de un momento a otro,
guiándose simplemente por el instinto. Comprendió cómo fue que hicieron tanto dinero en un corto
plazo de tiempo, sobre todo Richard.
Y ella se sentía a gusto entre los dos, en un momento, hasta se relajó, y permitió que Raphael la
apoyara en su pecho mientras seguía hablando con Richard. La casa era preciosa, el clima era
perfecto, y estaba al lado de un hombre que la enloquecía no sólo en sus sentidos, también se estaba
colando poco a poco en su mente y en su corazón.
Y aquello tenía mucho mérito. A lo largo de su vida había conocido muchos hombres, con
diferentes niveles de inteligencia o bondad en su ser y había sido amiga de casi todos ellos, y
ninguno, nunca, consiguió lo que este jovencito había logrado en tan pocas semanas…
Sentirse a gusto, en casa, pero sobre todo, sentirse mujer.
-7-

—Cómo murió Cinthya? –le preguntó Heather a Richard al final de la tarde, el sol se iba metiendo,
pero ellos permanecían en la enorme sala acristalada desde donde aún entraba la luz.
Ambos hombres alzaron la mirada; Raphael, porque no recordaba haberle dado el nombre de su
abuela, y Richard sorprendido de que a su nuera le interesaran esos detalles de su familia.
—Ah, este chico aún no había nacido –contestó Richard—. Cáncer. Cáncer de mama.
—Vaya, lo siento –contestó Heather un poco impresionada. Raphael tenía veintiséis años, y si
había muerto antes, indicaba que había sido a sus cincuenta, o antes… muy joven, a su parecer.
—Fue bastante duro para la familia –siguió Richard—. En un momento ella estaba muy bien, llena
de vida y de la alegría que la caracterizaba –Heather lo miró sintiendo la tristeza en las palabras de
Richard—, y en otro momento, paff! Nada. Ya no era ella, ya no había nada de la Cinthya sonriente.
El cáncer la consumió en menos de tres meses –Heather pestañeó repetidas veces intentando
ahuyentar las lágrimas.
—Fue bastante… rápido.
—Ah, pero no por eso menos doloroso, créeme. Y el viejo Ralph murió porque ya estaba muy
viejo. Un paro cardiaco.
—Igual que yo –susurró Heather sin pensar, pero no lo suficientemente bajo como para que
Raphael no escuchara.
—Cómo?
—Que mi abuela! Igual que mi abuela –se apresuró a corregir—; la mamá de Phillip, quiero decir,
mi padre… murió así… Me lo contó Georgina… digo, mamá… No sé ni lo que estoy diciendo!
—Heather, te sientes bien?
—No…Yo, ah…
—Sácala al jardín a que tome aire –sugirió Richard, mirándola preocupado—. No dices que hace
poco sufrió un accidente?
—Ven—. Raphael le ofreció su mano y la condujo al jardín.
Heather se dejó guiar y caminó unos pasos respirando profundo, intentando que el aire se quedara
en sus pulmones y las lágrimas no salieran.
Miró en derredor, Raphael no estaba; se hallaba sola en el jardín.
Eres Heather, eres Heather, se repetía. No te puede afectar cómo fue la vida de Ralph y Cinthya,
porque eres Heather, la prometida de Raphael… su nieto.
Oh, Dios.
Respiró hondo, y a pesar de sus esfuerzos, no pudo evitar que las lágrimas salieran, y es que
simplemente no era capaz de imaginarse a Cinthya en el estado en que Richard se la había descrito, y
fue cuando cayó en cuenta de lo mucho que la había echado de menos todos esos años. Con el
matrimonio entre Ralph y Cinthya ella no sólo había perdido al amor de su vida, sino también a su
mejor amiga.
No supo cuánto tiempo estuvo allí, inhalando y exhalando, tratando de sincronizarse con Heather.
Poco a poco, la quietud del paisaje logró calmarla, logró tomar distancia entre Samantha y Heather
y logró establecerse justo en el medio, su punto de equilibrio. Cinthya y Ralph eran parte de su
pasado. Su presente era extraño, y actualmente sólo había una persona con la que podía hablar de
aquello, pero no podía enloquecer. Tenía que ser fuerte.
Se quedó mirando en derredor a medida que su agitado corazón volvía a sus latidos normales, y se
permitió mirar en derredor y admirar el jardín, que era hermoso; la piscina era curva, no cuadrada, y
en dos de sus extremos tenía palmeras que decoraban y daban sombra. Alrededor, las tumbonas
esperaban a alguien que se echara sobre ellas, y hacia una de ellas caminó.
—Ten –le dijo Raphael, ofreciéndole un vaso de cristal con un líquido ambarino. Ella se puso en
pie de un salto, nerviosa como estaba, lo recibió y se bebió la mitad casi de un trago—. Hey,
despacio, que no es agua –Heather tosió poco decorosamente—. No estás bien.
—No, es sólo que… estoy nerviosa! La fiesta… no sabía que fuera a ser tan complicado.
—Sí, la fiesta –repitió él poco convencido—. Pero si es eso, no te preocupes. No la harás sola –
ella lo miró interrogante—. Puedo poner a tu disposición a varias personas para que hagan equipo
contigo –dijo él.
—De verdad?
—Así no tendrás que hacerlo todo por ti misma.
—Oh, Raph! –ella lo abrazó. Y él aprovechó un poco el momento para apretarla contra su cuerpo.
Cuando ella se retiró, él hizo pucheros.
—Y sólo eso? Me deshago de personal calificado que me será muy útil en mi compañía para
ayudarte a ti y sólo me das un abrazo?
Sonriente, Heather lo besó. Por una vez, fue ella la que lo buscó con su lengua (se iba haciendo
experta en besos de ese tipo) y fue quien jugueteó con la suya, seduciéndolo. Raphael bajó las manos
hasta sus nalgas, y las apretó a través de la fina tela del vestido blanco que llevaba esa tarde.
—Tú… tienes manos largas –él rió.
—Y dedos largos… y lengua larga… y otras partes sobresalientes de mi anatomía—. Esta vez
Heather no se escandalizó, sólo se echó a reír. No podía cambiar la forma de ser tan juguetona de
este hombre. Y para qué? Así estaba perfecto; perfecto para ella, que no sabía nada de nada.
—Te sientes mejor?
—Mmm, tus besos tienen un efecto calmante en mí.
—Eso no me conviene, lo que quiero es enloquecerte.
—Ya lo haces, créeme –dijo ella mirando sus labios.
Luego de otro beso volvieron al interior, y Richard se ofreció a enseñarle el resto de la mansión a
Heather. Fue de habitación en habitación al tiempo que le iba contando historias. Ralph se había
mudado allí cuando ya Cinthya había muerto, pues fue hasta entonces que Richard logró conseguir la
casa. Heather entró un poco aprehensiva a la habitación que había ocupado Ralph hasta el día de su
muerte.
—Tuvo una buena vida –comentó Richard—. Murió con una sonrisa. Como si no se arrepintiera de
nada.
—De nada?
—De nada.
—Así lo dijo? “No me arrepiento de nada”? –preguntándose por qué aquello era importante para
ella, Richard trató de hacer memoria de los últimos minutos de vida de su padre.
—Bueno, ese día se acababa de dar una ducha. Yo entré para colaborarle, aunque a él le fastidiaba
que lo hicieran sentir como un inútil. Cuando se estaba poniendo la camisa, le dio el dolor en el
pecho –Richard respiró profundo—. Creo que comprendió que era su hora, porque caminó hasta
aquí, hasta la cama, y no hizo caso de mi alarma… ah, yo chillaba como un cerdo pidiendo ayuda;
alarmé a todos en casa. Pero él me tomó del brazo, me sonrió y me dijo: “Todo está bien. Así tiene
que ser. Ojalá te haya enseñado algo bueno para tu vida con el ejemplo de la mía. Vive, toma lo que
te dan, y suelta lo que te hace daño”. Y ya.
Al final de su relato, encontró que Heather tenía los ojos humedecidos.
—Querida, no quería entristecerte… Dios, vienes de visita aquí y yo no hago sino contar historias
tristes, cómo lo siento.
—No, no… fue… bonito. Murió aquí, en esta bonita casa… sosteniendo la mano de su hijo…
—Bueno, eso sí—. Richard caminó hacia una cómoda, en la que se hallaba una foto de Ralph…
una exactamente igual a la que tenía Heather en una caja sombrerera muy vieja.
—Prestó el servicio militar en la fuerza aérea.
—Sí, en esa época todos querían ser héroes de guerra… —rió Heather, y cuando Richard la miró
extrañado, agregó—: Lo vi en las pelis—. Richard se echó a reír. La tomó por los hombros, aunque a
duras penas llegaba a ellos, y la llevó fuera de la habitación. Heather le echó un último vistazo a la
cama, y a todo el interior.
—El sábado iremos a llevarle flores –le anunció Richard, cuando bajaban de nuevo hacia la sala
acristalada—. Por si quieres acompañarnos.
—Me encantaría –Richard sonrió, la miró fijamente y vio que su deseo de ir era real, no sólo por
quedar bien con el suegro. Sonrió. Su hijo y ella hacían muy buena pareja; estaba más que contento
de haber sugerido aquella unión.
Heather iba con la mente en otro sitio. “Toma lo que te dan y suelta lo que te hace daño”, repitió en
su mente.
Si Ralph había vivido bajo esa consigna, con razón había sido feliz. Como ella no le dio nada
aquella vez que estuvo en su casa, aquella noche que se encontró confundido, no lo tomó; y si aquello
llegó a hacerle daño, simplemente lo soltó.
Ella no había hecho así, todo lo contrario. Había mantenido en su corazón el dolor de haberlo
perdido, y luego, había sufrido el miedo de pasar de nuevo por lo mismo. El resultado de todo
aquello fue su vida y su muerte solitaria.

Se encontraron de nuevo con Raphael abajo, y al verlo, prácticamente corrió a él, lo abrazó y lo
besó, pensando en que la vida le estaba dando ahora una nueva oportunidad para ser feliz, y que por
ningún motivo iba a desperdiciarla. Tal vez ese paseo por el pasado que sin querer le había dado
Richard había sido necesario para hacerle despertar. Ahora quería, y se le hacía urgente, vivir.
Afortunadamente, por fuera, sólo tenía veintitrés años, cualquier locura estaría justificada por la
edad.

Desde el mismo momento en que Heather volvió a su casa, luego de dejar la de Raphael y Richard,
se puso a manos a la obra en pro de la gala de beneficencia. Lo que Heather no imaginó es que
hubiera tanto que hacer. Se resistía a contratar una empresa organizadora de eventos, así que junto a
Georgina planeó el itinerario para visitar los estudios de renombrados artistas por todo el país para
pedirles que donasen sus obras de arte para la gala. Esperaba que pocos se opusieran.
El sábado llegó, y Heather buscó un vestido negro y sencillo y un hermoso arreglo floral para
acompañar a Richard y a Raphael en la ceremonia del décimo aniversario de la muerte de Ralph
Branagan. No se podía creer que lo hubiese sobrevivido tantos años… y menos que fuera a hacerle
honor en su tumba en su ceremonia de aniversario asistiendo en un paquete de sólo veintitrés.
Raphael fue por ella en su auto, iba un poco silencioso. Sólo le habló para decirle que su madre
iba a estar. Claire Branagan.
—Aún lleva el nombre de tu padre –comentó Heather.
—Nunca se divorciaron.
—Crees que todavía…
—Se quieran? –se adelantó él—. De niño tenía esa esperanza, pero nunca se cristalizó, así que…
—suspiró—. Ahora ya no tengo esperanzas con respecto a nada.
—Sí, lo sé –murmuró Heather mirando por la ventana, y Raphael no pudo evitar sentirse un poco
canalla. Desconfiaba de ella, al punto de hacerla seguir.
Una semana más, se dijo. Una semana más y despediría al detective privado, y ya no tendría que
cargar con esa culpa.
Llegaron al cementerio, y Heather bajó con el ramo de flores blancas que llevaba en su regazo.
Caminaron hacia el lugar indicado, y Heather se alegró de llevar lentes oscuros en su bolso, que no
tardó en ponerse.
Al lado de Richard, había una mujer alta y hermosa de cabellos castaño oscuro a la que Raphael
saludó besando en cada mejilla. Ella le susurró palabras de consuelo, y le acarició el rostro con
sonrisa afable. Al parecer, era una amorosa madre.
Luego, la saludó a ella sonriéndole y con un asentimiento de cabeza. Heather le devolvió el saludo.
Richard inició un corto discurso, contando cómo era su padre, las ocurrencias con que
frecuentemente los hacía reír, y cómo, hasta el último momento, mantuvo su cabeza en su lugar, con
mucha serenidad.
Heather, que en un principio había creído que eran unos ladrones que le habían robado el tiempo
con su Ralph; que había pensado toda su vida que él era suyo, por el tiempo compartido en la
infancia, por las cartas que se enviaron mientras él prestó el servicio militar; que había acusado a
Cinthya de traidora por habérselo arrebatado… tuvo ahora que reconocer que toda su vida había
estado equivocada. Ralph no era suyo; era de estas personas aquí. Hasta Raphael había pasado más
tiempo con él que ella. Llevaba su sangre y hasta su rostro.
Miró la lápida, y aunque no pudo evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas, comprendió que no
eran de amargura por haberlo perdido. Eran de aceptación.
Cuando cada uno dejó una flor, un arreglo, una oración, ella se acercó con sus flores, las dejó
sobre la fría hierba, y mirando las fechas inscritas en la lápida, susurró.
—Qué bueno que viviste la vida que se te dio. Qué bueno que fuiste feliz. Yo… trataré de serlo
esta vez.
Al lado de la de Ralph, estaba la tumba de Cinthya. Juntos hasta en la muerte. Se cruzó de brazos
sonriendo. En vez de celos, sintió ternura.
Cinthya le había dado a Ralph cariño, un hijo, un hogar. Tal vez no lo habrían tenido si ella le
hubiese tomado la mano aquella noche para conducirlo hacia su cama, como deseó haber hecho
durante la última noche de su vida.
—Me debes mucho, Cinthya –le susurró a la lápida. Cuando se giró, se dio cuenta de que Raphael
la estaba observando. Le sonrió retirándose un rojo mechón que el viento había echado sobre su cara.
Su cabello era bastante indecente sólo por su color, pero ahora se estaba luciendo.

—Era un abuelo adorable –contaba Claire, aquella noche, en la casa de los Branagan, pues habían
preparado una parrillada para los cuatro y se hallaban todos alrededor de la piscina y la barbacoa—,
y veía a través de los ojos de Raphael. Fue el único que insistió diciendo que era hijo de Richard. El
único que me apoyó.
Richard carraspeó fuertemente.
—Qué. Me van a decir que la futura esposa de Raphael no conoce la historia?
—La conozco –asintió Heather, tratando de ir con mucho tacto—. Raphael me la contó—. La
sonrisa de Claire se ensombreció un poco.
—Si te dejé un hijo desconfiado y reacio a enamorarse, es responsabilidad mía. Yo sembré su
desconfianza.
—Mamá…
—Pero es tarea tuya hacer que vuelva a creer –volvió a sonreír Claire, ignorando a Raphael que
estaba sentado a su lado, en la misma banqueta de hierro del jardín, y luego le rodeó los anchos
hombros con su brazo y le besó la mejilla—. A que es guapo mi bebé.
—Lo es.
—No soy un bebé.
—Siempre serás el bebé de mamá –canturreó Claire.
—Voy a cumplir veintisiete años!
—Y yo todavía quiero cogerte esos cachetes! –Heather no pudo evitar reír al ver el azoramiento de
Raphael, mientras era mimado por su madre. Richard los observaba sin decir nada, mientras atendía
la carne sobre la parrilla, y la noche se fue entre cervezas, carne asada, y una luna reflejada en la
piscina, tal como solían hacer, según ellos mismos contaban, cuando el viejo Ralph vivía.
Rato después, Richard se puso en pie a buscar más carne, y Claire fue detrás para ayudar. Raphael
arguyó ir por unas cervezas y Heather quedó sola en la piscina.
Se recostó en una de las tumbonas y miró el cielo despejado. La luna estaba llena, así que no se
veía ni una estrella.
Se sentía como si le hubiesen quitado un enorme peso de encima. Toda la vida había llevado el
dolor de haber dejado ir la felicidad. Pero claro, es que nunca vio posibilidad alguna de volver a
serlo. Ahora tenía posibilidades. Ahora lo estaba siendo.
Una botella de cerveza se presentó ante sus ojos. Raphael la sostenía para ella.
No bebía cerveza, pero más porque antes no era muy bien visto que una dama las bebiera, y luego
porque el médico siempre le prescribió: nada de alcohol. Ahora podía aunque fuera un poco.
La recibió y le dio un sorbo. Era suave y refrescante, y estaba helada.
—Mmmm –murmuró. Raphael se sentó a su lado en la tumbona, y sin previo aviso, se acercó a ella
y la besó.
En sus lenguas aún había restos de cerveza, así que el beso estuvo mezclado con la bebida y el
sabor de la cebada.
Raphael metió la mano debajo de su vestido y acarició la piel de su muslo, al tiempo que besaba
su cuello.
—No, allí no… —logró articular Heather. Había comprendido que en ese sitió debía haber una
especie de botón de encendido, o algo por el estilo, pero Raphael no hizo caso. Siguió besando y
lamiendo, y ella lo que hizo fue exponerle más su cuello para que siguiera.
Dioses! Aquello era sublime.
Y cuando estuvo a punto de soltar la botella y dejarla caer al suelo, él se detuvo. Sus ojos verdes
fulguraban en la oscuridad de la noche, y la devoraban con su respiración agitada.
—Cuando al fin hagamos el amor –le prometió— saldrán chispas.
La sangre de Heather terminó de derretirse con aquellas palabras. Quería el cumplimiento de esa
promesa. Ahora.
Pero Claire y Richard volvieron a asomar al jardín. Parecían estar discutiendo por algo, y el ánimo
de los dos se enfrió un poco.
—No les prestes atención, siempre están así –los excusó Raphael.
—Igual que papá y mamá –él le sonrió, como agradecido—. Así seremos tú y yo?
—No lo sé –respondió él—. Tendremos que poner ciertas reglas.
—Como qué.
—Mmmm… no serme infiel ya se promete en el altar…
—Raphael, no te seré infiel.
—En toda la vida?
—Me estás retando? Sabías que hay mujeres que se enamoran tanto y de tal manera que nunca
jamás permiten que otro hombre las toque? Y eso no es todo –siguió ella, mirando la noche oscura—
las hay que prefieren quedarse solas que con cualquier otro—. Él la miró entrecerrando sus ojos.
—Tú… eres ese tipo de mujer?
—No permita Dios que tengamos que averiguarlo contigo.
—¿Crees en ese tipo de amor que es… cósmico, predestinado, que los cielos y la tierra se
remueven y agitan sólo para que se realice? –ella apoyó su cara sobre su mano sonriendo y
mirándolo tiernamente.
—Sí, creo.
—No sabía que Heather Calahan fuera una romántica.
—Y yo no sabía que Raphael Branagan fuera tan cínico.
—Si ser cínico es ser práctico y realista… sí, lo soy.
—Pues te estás perdiendo de muchas cosas, cínico mío.
—Perdona el espectáculo, cielo –dijo Claire, poniendo sobre la falda de Heather una buena ración
de carne asada. Colesterol puro y duro para sus arterias, pensó ella, pero bueno, era joven, su
organismo aún podía procesar eso.
Raphael se puso en pie y caminó hacia su padre para ayudarlo a poner más carne sobre la parrilla
y las dejó solas.
—Nunca le gustó vernos discutir –comentó Claire, sentándose en la tumbona más próxima—. Es
mi culpa que no haya crecido en un hogar normal.
—Por qué te culpas tanto.
—No es espíritu de mártir, créeme… —rió ella con un poco de amargura—. Yo… realmente le
hice daño a Richard… cuando me arrepentí… ya fue demasiado tarde—. Heather extendió la mano
hacia ella, y Claire se la tomó y apretó con algo de fuerza—. Por favor, no le hagas lo mismo a mi
hijo. Por favor.
—No se lo haré. Mientras yo sea yo, no tendré ojos para otro hombre.
—Mientras tú seas tú? –preguntó Claire, confundida. Heather sonrió un poco.
—Yo… no sabría decir si lo amo… pero lo que sí sé es que le sería fiel toda mi vida… si tuviera
la posibilidad de pasarla a su lado.
—Y por qué no la ibas a tener?
—El destino a veces es bueno… pero a veces también es cruel… sólo quiero asumir que me tocó
el lado bueno.
—Hablas muy extraño… pero hace unos minutos te vi besarlo… mientras él te despierte todo eso,
y sea el único en conseguirlo… yo tendré esperanzas—. Volvió a apretarle la mano para luego
soltarla, y caminó de nuevo hasta Richard, con quien volvió a iniciar una discusión. Heather
entrecerró sus ojos observándolos. Aquello era muy extraño.
Cuando Raphael volvió a sentarse a su lado, con su porción de carne en las manos, y mirando a sus
padres furioso por estar discutiendo de nuevo, ella se echó a reír.
—Qué es tan gracioso?
—No lo comprendes?
—Qué.
—Aún se aman! –Raphael la miró como si de un momento a otro se hubiese vuelto loca—. Sólo
míralos. Discutir es el único modo de tener contacto sin perder el orgullo. Ella lo quiere… y a tu
padre se le van los ojos tras ella.
Raphael los observó por espacio de un minuto. Recordó entonces que si había aceptado la locura
de casarse con Heather fue porque su padre prometió volver con su esposa. Si Heather tenía razón, y
su padre aún tenía sentimientos por ella, aquello no le iba a ser difícil.
—Ves cosas donde no las hay.
—Y tú eres un ciego, además de cínico –y como si llevara años haciéndolo, se llevó un trozo de
carne a la boca, y luego un buen trago de cerveza.
Sonrió como tonta ante todas las cosas nuevas que estaba experimentando. Había dejado sus
rencores y soledades en la tumba de Ralph. Ahora estaba aquí, era joven, era hermosa, su novio
estaba demasiado bueno y podía comer carne y cerveza sin tener que preocuparse por su presión
arterial luego.
No había ningún lugar en el mundo en el que deseara estar. Por una vez, estaba feliz de ser quien
era.
Al sentir su mirada, Raphael se giró a ella. Alzó sus cejas interrogante, y ella sólo sonrió.
—Es que estás muy bueno –él sólo abrió más sus ojos. Heather se echó a reír. Raphael le quitó la
cerveza, pensando en que tal vez había bebido demasiado, pero ella no dejó de mirarlo y sonreír y
suspirar.
—Deja de mirarme así. Papá y mamá están delante.
—Y si no estuvieran… qué me harías? –Él la miró desde su escote hasta sus ojos.
—Si te lo digo en voz alta, a lo mejor y se sale la institutriz psicorrígida que hay en ti.
—Institutriz psicorrígida? Así me ves? –Él sólo guardó un silencio significativo, lo que la
provocó; Heather se acercó más a él en la tumbona, atrapó su cabeza entre sus manos y lo besó.
En un principio, Raphael no respondió a su beso, sabiendo que ella lo hacía sólo porque él la
había retado, pero dioses! Ese beso no era para nada fingido, ella estaba poniendo todo su empeño
en él. Pronto olvidó que Richard y Claire estaban a unos pocos metros y la besó fuerte y profundo.
No supo cuánto tiempo pasó hasta que al fin los dos se miraron. Tenían la respiración agitada, los
ojos brillantes y los labios hinchados; la piel les quemaba, y aun así, ardían en deseos de desnudarse
y tocarse todo lo que pudieran alcanzar.
—Sigues pensando que soy psicorrígida? –él se echó a reír.
—Esa es la palabra mágica? Para hacer que me violes la boca de esa manera? –con las mejillas
enrojecidas, Heather miró a otro lado, para dar con la mirada asombrada de Claire y Richard, que de
inmediato fingieron estar muy ocupados con su carne.
Ahhh, qué le había pasado? Nunca había perdido los estribos de esa manera!
Miró de nuevo a Ralph y lo vio acomodarse muy sutilmente en su lugar. Debía tener una erección
monumental, y estaba intentando disimular.
Sonrió y se tiró de nuevo en la tumbona apoyando su cabeza sobre sus antebrazos y sintiéndose
enormemente poderosa y sensual. Aquello era un juego de dos.
-8-

Los días se fueron pasando, y Heather se alegró de tener a mano el equipo que Raphael le ofreció
para trabajar; fue más que eficiente, funcionaban como un reloj perfectamente cronometrado, y
Heather comprendió cómo era que los ricos se hacían ricos. Parecían intuir cada sugerencia suya y se
adelantaban a cumplirla. Era maravilloso.
A Tess la llevaba de vez en cuando para aprovechar el tiempo y contarle todo lo que le estaba
pasando en su nueva vida, cómo a veces no se creía que todo aquello fuera real… y tan perfecto.
Tess sólo sonreía feliz por su vieja amiga.
—Quiero que asistas a la fiesta –le dijo Heather, una tarde que asistían a una degustación del
segundo servicio de catering que comprobaban para luego aceptar o descartar.
—De ninguna manera. Estás loca? Ni siquiera puedo pagar la entrada.
—Entrarás como invitada mía. Tengo pensado presentarte a Raphael y convencerlo de darte un
puesto de trabajo.
—Pero… tienes poder para hacerlo?
—Soy la nuera del presidente! La actual directora del manejo de fondos no es nada frente a mí.
—Eres temible! –Heather se echó a reír.
—Es increíble, pero creo que puedo hacerlo. Te dije que te ayudaría, y te conozco; sé que no
aceptarás dinero de la caridad, ni siquiera si viene de una fundación. Vamos, tú estudiaste!
—Dejé la universidad cuando quedé embarazada de Kyle, lo olvidaste?
—Pero hiciste siete semestres de negocios internacionales. Seguro que sabes más que yo de
finanzas, que supuestamente hice la carrera completa.
—De veras no tienes esos conocimientos? Porque, ya sabes, sabes usar un portátil, un
Smartphone…
—Pero no sé conducir, ni patinar sobre hielo… es como si me consignaran los conocimientos que
más necesito, y ningún otro.
—El universo está loco.
—Dímelo a mí. Entonces, aceptarás el puesto?
—Depende de la paga.
—Ya me aseguraré yo de que sea buena. Mientras, aprende cómo se hace –Tess se echó a reír.
Heather, como cuando era Sam, se esforzaba por el bienestar de los demás, y antes también tuvo que
recurrir un poco a la coacción. Había descubierto que en verdad se podía hacer más por las
diferentes fundaciones que Branagan Enterprises apoyaba; la tal Lisa Taylor era bastante inútil, pues
nunca había organizado una gala de beneficencia, y ella, en sólo unas pocas semanas, había
recaudado ya más dinero y hecho mejores planes de apoyo y acción que ella en todo lo que llevaba
en su puesto.
No se puede competir contra la tenacidad de una anciana, pensaba Tess, y Heather ahora sumaba a
la tenacidad el poder. Si se lo proponía, podía ser imparable.

—Nada –dijo Raphael, queriendo que sonara a pregunta, pero salió más como una afirmación.
—Nada –confirmó el detective privado. Estaban en el mismo restaurante bar que la vez pasada—.
Aparte de lo extraño que es que se vea con Tess Warden, nada.
—Tess Warden. Aún me parece increíble todo esto… —Se arrellanó en el mueble en el que estaba
y se masajeó el puente de la nariz—. Una noche tengo una novia escandalosa, que dice una
vulgaridad cada tres palabras; con maquillaje extravagante y ropa llamativa; que odia al mundo, que
no ve ni por su madre y casi se mata en un accidente por ir ebria y bajo los efectos de la coca. Todo
el mundo la odia y ella odia a todo el mundo; ni sus padres pueden controlarla! –suspiró—. Y al otro
día… tengo a una hermanita de la caridad a mi lado! Es buena, se preocupa por los necesitados tanto
que mueve cielo y tierra para conseguirles ayuda. Tiene una amiga, y no cualquier amiga; una mujer
trabajadora madre de tres hijos. Usa ropa sencilla, aunque de buen gusto. No va mostrando piel y su
maquillaje es apenas el necesario. Todos la aman y ella pareciera amar a todos! Tendrías que
escucharla hablar! Dice palabras como… “diablillo”, “buen mozo” y otras más –cerró sus ojos con
fuerza—. Puede cambiar tanto una persona? –preguntó, a nadie en particular.
—Eso lo sabrá usted, señor –contestó el hombre, que esta vez llevaba unos lentes de filtro
amarillo—, y en este caso parece que las evidencias no harán que usted cambie su pensamiento, así
que no tiene otra opción más que seguir su instinto.
—Instinto –repitió Raphael con voz monótona.
—Sí. Sígalo. Si siente que en el fondo todo esto es mentira, cancele la boda. Es su vida, después
de todo… pero si por el contrario cree, deje de angustiarse a propósito—. Y con esas palabras, el
hombre se puso en pie, tomando el cheque que Raphael le había extendido y salió del lugar.
Raphael se quedó mirando por el cristal de la ventana, que daba a la calle.
Creer o no creer… aquella era la cuestión.
Lo que él creía, muy en el fondo, era demasiado loco para ponerlo siquiera en palabras.
Sacudió su cabeza y salió también del lugar.
No quedaba más opción que seguir el consejo del detective, y dejarse llevar por su instinto, para
lo cual un detective ya no era necesario. Tendría que pasar más tiempo con su novia, y observarla
muy detenidamente y con sus propios ojos.

Seis semanas después de la ceremonia a Ralph, se celebró al fin la gala de beneficencia, y tal
como Heather había prometido, consiguió que Tess asistiera.
—Estás divina! –exclamó Heather cuando vio a su amiga bajar de un fino auto, que ella misma
había mandado para que la recogiera… y también había mandado el vestido y los zapatos, y las
joyas…
Tess estaba radiante, con su vestido de diseñador negro con lentejuelas plateadas en el cuello,
dejando al desnudo sus hermosos hombros. Tess era preciosa, y los kilos que había ganado luego del
embarazo de Nicolle ya los había perdido. No había necesitado dietas, pues las preocupaciones y su
ritmo de vida ya la ayudaban bastante para mantener la figura. Ahora, más bien, Heather la veía
demasiado delgada para su gusto.
—Heather… en este momento no sé si ahorcarte o abrazarte.
—Abrazarme es más diplomático. Anda, ven, hazlo –Tess la rodeó con sus brazos con fuerza.
Luego la soltó para admirarla a su vez.
—Pero tú… mujer! Estás…
—No sé aún cómo se hace –sonrió Heather con mirada radiante, pues llevaba un vestido de encaje
negro con muchas transparencias y un fondo del mismo tono de su piel, con una larga caída, y sin
breteles, dejando al descubierto un poco de su escote y buena parte de su espalda—, pero sólo es
desear un vestido –siguió— y lo tengo.
—Maldita afortunada –y volvieron a abrazarse—. Vas a tener que presentarme a tu hada madrina.
—No sé aún quién es, pero le debo demasiado. Ven, quiero presentarte a mis padres –dijo de
pronto, tomándola de la mano y guiándola al interior de la mansión Branagan.
—Y a Raphael, no lo olvides.
—Claro que no.
Cuando llegaron ante los Calahan, y Heather presentó a Tess como una amiga, Phillip no se podía
creer que aquella mujer no fuera la esposa de algún poderoso banquero. Lucía como tal. Intuyó
entonces que aquel vestido y aquellas joyas eran obra y gracia de su hija. Y aquello no hacía sino
dejarlo aún más perplejo.
—Qué joven es! –exclamó Tess al ver a Georgina—. Usted es preciosa; dígame el secreto. Tengo
sólo veintiocho años y no me veo ni la mitad de bien que usted.
—Eres igual de exagerada que Heather –sonrió Georgina, sumamente complacida. Aquella noche
iba de Azul oscuro, y su vestido no llevaba mangas, pues su piel aún podía ser mostrada.
—Le he dicho que todo es verdad –se defendió Heather—. Mi madre pudo haber sido Miss
California, pero era demasiado tímida para proponerse.
—No, estaba embarazada de ti—. Tess y Heather, lejos de escandalizarse, sólo rieron. Entonces
Phillip carraspeó.
—Ah, y este es mi padre, Phillip Calahan. Un rico hombre de negocios.
—Y ya? Eso es todo lo que tienes que decir de tu padre?
—Otra vez van a empezar? –murmuró Georgina.
—Entonces asómbrame. Haz algo de lo que me sienta orgullosa.
—Gano miles cada segundo que vivo, eso no es asombroso? Tu madre sólo es guapa y casi te
desmayas describiéndola.
—Qué vergüenza tener que contradecirte –atacó Heather, soltando un poco de veneno—, pero mi
madre no sólo es hermosa. Es buena, comprensiva y paciente. Que es mucho más de lo que se puede
decir de ti.
—Desde cuándo se llevan tan mal? –preguntó Tess a Georgina en un susurro.
—Desde que Heather nació… pero nunca habían discutido así… quiero decir… nunca por mí.
—Tal vez es que eres otra causa que Sam se echó al bolsillo… quiero decir… Heather.
—Otra causa? Oh! Aquí está Raphael—. El mencionado bajaba las escaleras, y sonreía a los
invitados con rostro radiante. Heather enseguida olvidó su discusión con Phillip y se lo quedó
mirando.
—Es él? –le preguntó Tess, y Heather apenas atinó a asentir con la cabeza.
Las dos vieron cómo varias mujeres se le acercaron y lo saludaron con toda la intención de
acapararlo, pero él sólo les sonrió cortés y las dejó para acercarse a ellas.
Ni Cenicienta habría soñado algo así.
—Me meo en las bragas –susurró Tess—. Es guapísimo.
—Te lo dije.
—No, cuando una anciana dice que un hombre es “buen mozo”, una nunca se imagina que te mojas
cuando lo ves.
—Tess!
—No me vengas ahora con que no te pasa!
—Pero…
—Qué encantadora estás esta noche, Heather –ella alzó la mirada hasta él, y quedó perdida en el
verde de su iris. Hasta que no sintió el codazo muy poco disimulado de su amiga, no espabiló.
—Ah… Tú… tú también estás muy guapo –Raphael le sonrió. Iba vestido como todos los allí
presentes, traje negro y corbata. Nada especial.
—Y esta hermosa mujer…
—Mi amiga… Una amiga…
—Tess –se presentó a sí misma—. Y tú eres el famoso Raphael Branagan.
—Famoso?
—Heather no hace sino hablar de ti.
—Exagera.
—Y qué cosas dice?
—Que besas muy bien.
—Tess!
—Ah…
—Te pediría una demostración, pero amo mucho a mi amiga, así que… no me vayas a rogar –
Raphael no lo aguantó y se echó a reír. Tess era bastante sincera.
—Tendré que vivir con eso.
—Siempre ha sido así, yo tengo que controlar a Tess.
—Creí que la alocada del dúo serías tú –comentó Raphael mirándola con ojos brillantes.
—No te creas –agregó Tess, sonriente—. Allí donde la ves, muchas veces hay que meterle prisa
para que haga las cosas. Pero siempre tiene buena intención.
Raphael sonrió, sorprendido de lo cómodo que se sentía entre estas dos mujeres, que entre otras
cosas, y de aquello tomó nota mental, parecía que fueran amigas desde hacía años; así lo decía no
sólo su lenguaje corporal, sino las palabras que sin querer se les salían.
Él sólo estaba siguiendo su instinto. Y aquellas últimas semanas habían sido demasiado
reveladoras.
—Una de las razones por las que quería que Tess viniera –siguió Heather— es porque quiero
proponerla para un puesto de trabajo, más que todo en el área de apoyo a las fundaciones… Ella hizo
ocho semestres…
—Siete, realmente –la interrumpió Tess.
—…de negocios internacionales en la Universidad de California. Y obtuvo muy buenas notas,
sabes? –Raphael sonrió de medio lado, mirando de nuevo a Tess, que parecía un poco incómoda
ahora.
—De verdad?
—Pues…
—No seas modesta. Lo dejaste porque August te pintó el cielo y la tierra y te embarazó –Tess se
sonrojó, y Raphael apretó sus labios disimulando una sonrisa.
—Entonces eres madre –logró decir.
—Sí, de tres niños.
—Preciosos, por cierto. Pero ahora Tess está buscando un empleo. Algo en lo que la puedas
ayudar, cariño?
—Heather! –reclamó Tess en voz baja. Heather no estaba siendo nada sutil, quizá vengándose por
sus comentarios de hacía un momento, pero ella sonreía con inocencia.
—Bueno, no sé de vacantes, pero podría…
—Con esta fiesta de beneficencia recaudaremos bastante dinero –volvió a interrumpir Heather—,
por lo tanto, habrá más demanda de mano de obra. Tienes muchos aspectos que pulir en tu área de
recursos humanos.
—Lo dices por Lisa Taylor, que a propósito, acaba de llegar.
Las dos mujeres se giraron y vieron a la mujer alta y delgada entrar a la mansión y tocarse el
cabello oscuro mirando en derredor. A Heather se le fue calentando la cabeza.
—Te das cuenta de que ella no es una invitada, sino alguien que debía estar aquí desde hace horas?
—Bueno, tal vez tuvo un contratiempo –susurró Tess.
—Bah! –farfulló Heather y fue directo hacia la mujer.
Cuando Raphael vio que Tess iba detrás, la detuvo tomándola de un brazo.
—Tranquila, no creo que la riña, o algo así –le dijo, pero Tess se limitó a menear la cabeza con
una sonrisa.
—No la conoces.
Él alzó ambas cejas pero no se movió de su sitio. Vio a Heather cruzar un par de palabras con Lisa
Taylor y seguir derecho hacia su despacho privado. Entonces sí se preocupó.

—Para qué me traes aquí? –preguntó Lisa con tono altanero—. Pretendes hacerme un llamado de
atención, acaso?
—Sólo reclamarte, porque debería ser a ti a quien más se le agradeciera la organización de esta
gala.
—No me vengas con mentiras, niña –soltó Lisa, y cuando vio a Tess entrar en el despacho y cerrar
la puerta tras ella, la miró de arriba abajo—. Qué hace ésta aquí?
—Créeme, te conviene que me quede –susurró Tess, y se quedó quieta en su lugar. Lisa prefirió
ignorarla y se volvió a Heather.
—No te vengas con tus aires de grandeza, Heather Calahan. Yo no soy un hombre, como los
Branagan; a mí no me puedes deslumbrar con tu… coquetería.
—Ah, entonces no fue así como conseguiste tu puesto en la empresa? Porque déjame decirte que tu
gestión como directora de los fondos destinados al apoyo de fundaciones ha sido bastante
lamentable.
—Y tú haces una fiesta y ya te crees Cristo redentor?
—No me creo nada, y no vengas aquí con argumentos falsos de que yo me quiero llevar la gloria,
porque muchas veces fui a tu oficina dándote ideas para que las hicieras por ti misma, pero no! Te
pesaba demasiado el culo para moverte de tu silla a hacer algo.
—Cómo te atreves…?
—No! Cómo te atreves tú! Ahora vienes y me acusas de niña rica caprichosa cuando tú, a pesar de
venir de abajo, de saber lo que es la necesidad y la pobreza no haces nada por los que también están
padeciendo!
—Yo jamás…
—Exacto! Tú jamás! Esto no es altruismo, la necesidad de esos chicos en el pabellón de niños con
cáncer es real! Nunca has estado allí! No sabes lo que le puede cambiar la vida a un niño de esos un
dólar que done uno de estos ricachones!
—Sigues sin engañarme con tu discurso emotivo –dijo Lisa en tono áspero—. No sé qué te crees
ahora, cuando cualquiera que te haya conocido sabe que no eres más que una adicta a la que su novio
se avergüenza de presentar como su prometida.
Heather palideció, y sin pensarlo siquiera, se encaminó a Lisa dispuesta a estamparle su bonita
mano en su rostro, pero Tess cumplió su misión y se interpuso.
—No te dejes provocar –le dijo reteniéndola y usando un poco la fuerza, pero lo que en verdad
Heather quería era desarmarle su peinado y arruinar toda su ropa. Nunca se había peleado con nadie,
pero es que nunca nadie la había provocado tanto.
—No, no lo hagas –sonrió Lisa, triunfante—. No te metas conmigo, Heather. Podrías perder más
de lo que pretendes ganar—. Y echándole otra mirada despectiva, dejó el despacho.

Heather temblaba. Toda la rabia contenida estaba haciendo implosión.


—Tranquila –le decía Tess—. Respira, Sam. Vamos, vamos… no te vaya a dar un ataque cardiaco
por esto.
—No soy Sam. Soy Heather.
—Eso es, céntrate.
—Y ella tiene razón. Raphael se avergüenza de presentarme como su prometida.
—Pero por qué dices eso?
—Mira esto! –gritó mostrándole su mano, tan desprovista de anillo—. Supuestamente llevamos
tres meses prometidos… y nunca me ha presentado ante nadie como… como su prometida! Ni me ha
llevado a la cama, Tess, a estas alturas yo pensaba que él…
—No te adelantes a pensar cosas que no son. No des por ciertas las suposiciones de otros. Esa
mujer sólo se sintió amenazada; creyó que vas por su puesto, o peor, que lo quieres quizá para mí,
que me quedé aquí observando…— Heather la miró con determinación—. Ay, Dios –se quejó Tess
—, no me digas que te acabo de dar ideas.
Heather inspiró fuertemente, tanto que sus senos estuvieron a punto de salirse de su vestido. Hizo
aquello varias veces, tomó un papel de encima del escritorio de Richard, o Raphael, y se abanicó el
rostro.
—Heather?
—Tengo una fiesta a cargo. No la puedo abandonar.
—Pero… estas bien?
—Perfectamente. Esos niños me necesitan, Tess.
—Bien, me alegra, pero…
—Estoy en horas laborales, y tú y yo tenemos mucho que hacer.
Cuando ya se sintió que las lágrimas habían sido absorbidas por pura fuerza de voluntad, salió del
despacho y volvió a mezclarse entre los invitados, aunque esta vez no pudo parar de preguntarse si
todas esas personas la veían en realidad como una adicta, despreciándola; o peor, con lástima, pues
todos sabían que estaba prometida a Raphael Branagan, pero no había sido presentada oficialmente.
—Un momento, damas y caballeros –se escuchó a través de los parlantes estratégicamente
dispuestos en toda la casa. Aquella era la voz de Richard, y Heather no tardó en buscar la tarima
donde se hallaba el micrófono—. Quiero tomarme la libertad, y ya que es mi casa, por cierto… —se
escucharon risas entre el público—. Hay algo que mi hijo, Raphael, necesita hacer.
Heather llegó a unos pasos del entarimado que se había improvisado en la enorme sala acristalada
de los Branagan, y donde estaba reunida la mayor cantidad de invitados. Vio a Raphael sonreírle a su
padre y tomar el micrófono.
—Heather Calahan, ven aquí, cariño.
Los murmullos no se hicieron esperar, y Heather se señaló a sí misma, como dudando que se
refirieran a ella.
—Sí, tú… Hay otra Heather Calahan aquí?
—Yo me ofrezco! –gritó una anciana, y eso suscitó más risas. Viéndose reflejada en la anciana de
cabellos blancos que deseaba ser ella, Heather sonrió, y todos le abrieron paso en su camino hacia
Raphael. Se ubicó a su lado y esperó.
—Como todos aquí saben… estoy prometido a esta mujer. Lo siento chicas –agregó, mirando a la
anciana que se había ofrecido, y a su grupo de amigas de la misma edad. Estas se lamentaron
profundamente—. Y ya que hay música, y están todos aquí… Heather… deseas casarte conmigo? –
pidió él, abriendo delante de todos una cajita de cristal, en la que se hallaba el solitario de diamante
más hermoso que Heather hubiese visto jamás. Alrededor se escucharon expresiones de asombro de
las mujeres.
—Raphael… qué…? –Hubo suspiros, intentos de desmayo, y un silencio expectante por la
respuesta de Heather.
—Si dices que no –dijo él por fuera del micrófono, pero igual lo oyeron— te perderás muchos de
estos, sabes? Tengo muchos –los caballeros sonrieron, comprendiendo que intentaba seducirla con su
riqueza.
—Así fuera una simple roca lo que me ofrecieras, yo te diría que sí –contestó ella, y Raphael le
sonrió entre orgulloso y sorprendido. Le devolvió a Richard el micrófono, sacó el anillo de su
soporte y lo deslizó por el dedo de Heather entre vítores y aplausos, luego, le dio un beso que más de
uno ovacionó.
—La Juventud! –exclamó Richard por el micrófono—. Qué hermosa es la juventud!
Al bajar, todos empezaron a darle a ambos palmadas de felicitación y abrazos como si acabaran de
salir de la iglesia. Raphael condujo a Heather a una pequeña habitación privada, donde no había
ruido de la fiesta. La vio con el rostro cubierto por una de sus manos y se le acercó preocupado. Ella
lloraba.
—Dime que son lágrimas de felicidad.
—No.
—No?
—Lo hiciste porque escuchaste a Lisa Taylor.
—Heather…
—Y no me mientas! –le gritó ella. Raphael hizo una mueca bastante infantil y se cruzó de brazos.
—Quería darle una lección.
—Yo sólo te hubiese pedido que la despidieras, no todo este teatro—. Raphael sonrió.
—La despediré también.
—Raphael…
—Heather, no te equivoques conmigo –ella lo miró, completamente confundida—. Nadie puede
obligarme a hacer algo que no quiero—. Heather sonrió.
—Casi te obligaron a prometerte conmigo. Lo olvidaste? –Raphael negó meneando su cabeza y
sonriendo.
—No, no conoces la historia.
—Ah, no? Y cómo es?
—Papá te vio en tu casa, es verdad, se quedó encandilado contigo y de alguna manera obtuvo una
foto tuya, y me la mostró. Así, como si fueses un fino automóvil. Y me gustaste. Eres guapa.
—Gracias.
—Como él vio que no te hice ascos, habló con tu padre. Pero bueno, entonces tú te portaste como
lo hiciste, y le dije a papá que estaba empezando a dudar de este acuerdo. Y preciso tú fuiste y te
chocaste, ebria y bajo los efectos de la coca… y con tres tipos contigo.
—Raphael, yo…
—No, déjame terminar. Te odié, te desprecié, y quise dar por terminado el acuerdo a como diera
lugar. Es cierto, papá utilizó su discurso emotivo, y me chantajeó con aquello de volver con mamá.
Pero si en estas pasadas semanas yo hubiese querido, habría roto el compromiso. De alguna manera
habría elaborado las pruebas que necesitaba para deshacerme de ti y te habría tirado lejos—. Ella lo
miró con el ceño un poco fruncido, impresionada por lo que él acababa de admitir—. Pero no lo hice
–siguió él, acercándose más a ella—; decidí esperar y confiar en mi instinto. Y este no deja de
gritarme, sabes? Desde que te vi ese día en la sala de la casa de tus padres, y tú gritaste el nombre de
mi abuelo y te desmayaste –ella cerró sus ojos, y él siguió—. Algo me dice que es cierto, y tú no eres
la misma Heather de antes. Dime, Heather, estoy siendo un tonto? –los ojos de ella se humedecieron
de nuevo. Hoy estaba hecha una fuente automática.
Negó suavemente con su cabeza, y Raphael sonrió.
—Entonces acepta mi anillo y mi propuesta.
—Ya lo hice allá afuera.
—No, allá afuera fue para que el público y Lisa Taylor nos viera –susurró él rodeando su cintura y
pegándola a él—. Pero aquí, en privado, que es donde importa, aceptas casarte conmigo? –Entre
mocos y lágrimas, Heather asintió.
—Eres un tonto, pero sí, acepto.
—Te pasas de romántica, sabes? –Heather se echó a reír, mientras admiraba la piedra de diamante
en su dedo.
—Muchas gracias por lo que hiciste allá afuera.
—Cuando quieras. Somos cómplices ahora.
—Sí, eso parece… —Ella lo observó admirada. Era valiente. Este hombre de aquí era valiente.
Seguía lo que su instinto le decía ignorando todo lo que la razón le gritaba, y ella estaba más que
conmovida. Si hubiese actuado con más razón y cabeza fría, jamás le habría propuesto matrimonio,
pues ella, la Heather malhablada, caprichosa y adicta, no se lo merecía. Era solo que la otra Heather,
la que era capaz de amar hasta el autosacrificio, lo necesitaba desesperadamente.
Vamos, mujer, admítelo ya, dijo una voz más realista en su cabeza. Te mueres por él, morirías por
él.
Raphael sintió su mirada penetrante y carraspeó.
—Lamento el show de allá afuera, pero es que… bueno, me puse en tu lugar, y creo que es lo que
Lisa Taylor se merecía… y no me vas a negar que es lo que toda mujer sueña.
Heather sonrió y suspiró, rodeando su cuello con sus brazos.
— Sí, lo admito –dijo—. Quiero todos los romanticismos, y lo cursi, y lo rosa… pero… sólo
quiero que sea real.
—Es real, Heather. A pesar de que he tenido mi cabeza y mi corazón batallando todas estas
semanas, es real… —admitió él.
—Y al final quién ganará esa batalla?
—Quién quieres tú que gane? –preguntó él, llevándola paso a paso contra el espaldar de un sofá,
metiéndose entre sus piernas haciendo un lado los metros y metros de encaje negro. Heather lo miró a
los ojos enormemente esperanzada, lo quería allí, ahora, no importaba si afuera se desarrollaba una
fiesta que entre otras cosas era muy importante para ella.
—Quiero que gane cualquiera que te diga que te quedes conmigo –él se echó a reír, y sin poder
aguantarlo más, la besó.
—Eres hermosa.
—No, mi aspecto no –logró decir ella mientras él se desplazaba a su cuello, para besarla con
ternura—. Esto… se acabará. Mi piel se ajará, me saldrán canas, los senos se caerán… sé lo que te
digo.
—Oh, tu aspecto también es hermoso, pero yo me refería a tu alma.
—Oh, Dios! –exclamó ella rodeándolo con sus brazos, y besándolo otra vez.
—Antes eras guapa… pero sólo eso –siguió él, mientras la alzaba hasta sentarla en el espaldar del
sofá, para que sintiera la dureza de su entrepierna. Heather sentía desfallecer—. Ahora…
definitivamente eres una mujer de la que podría enamorarme perdidamente—. Eso la hizo levantar su
cabeza y mirarlo.
—De verdad?
—De verdad.
—Y qué pasa si… alguien dice de nuevo que en el pasado fui una adicta y…
—Lo despediré.
—Y si no trabaja para ti?
—Haré que su jefe lo despida –ella se echó a reír.
—No puedes ir despidiendo a todo el mundo!
—Que no se metan con lo que es mío entonces—. Heather se quedó quieta entonces, recordando
que luego de que Lisa había salido del despacho, Tess y ella habían tenido una conversación.
—Tú… dónde estabas cuando escuchaste a Lisa?
—Estos libreros son dobles, así que sólo una fina lámina de madera nos separa de la otra
habitación.
—Estuviste allí todo ese tiempo?
—Sí. Cuando Lisa soltó que me avergonzaba de ti, me di cuenta de que aquello era precisamente lo
que todos debían pensar, así que me apresuré a pedirle a papá que me ayudara haciendo el anuncio a
través del micrófono. Por qué? –Heather sacudió su cabeza sonriendo aliviada.
—Te portaste como un loco enamorado.
—Probablemente lo esté –ella se lo quedó mirando fijamente. Raphael sonrió y se encogió de
hombros, como restándole importancia a sus palabras.
Alguien pasó por la puerta de la habitación en la que estaban, y se escucharon sus voces desde
adentro. La fiesta afuera avanzaba, y ellos seguían aquí.
—Debemos volver.
—Ah, pero primero… –Raphael volvió a inclinarse a ella y devoró su boca otra vez. Heather
respondió a su beso con ansias, apretándose fuertemente contra él, odiando toda la ropa que impedía
que sintiera más de cerca su calor.
Él había dicho que probablemente se había enamorado, pero ella presentía que, por su parte, ya
había sucumbido. Así, tan simplemente. La anciana de ochenta años se había enamorado del
jovencito de veintiséis.
Él paró el beso a tiempo. A pesar de que el menor era él, tenía más autodominio que ella. Le
limpió el brillo labial, acomodó de nuevo sus cabellos y la tomó del brazo sacándola de allí.
Afuera, todos los veían y volvían a felicitarlos, y por el rostro un poco sonrojado de ella, intuían
que venían de alguna rápida sesión de sexo, o algo parecido.
No le importó. Se ubicó con Raphael en el centro de la pista, y todos alrededor parecieron dejarles
espacio, como si aquella fuera su boda, y ese su primer vals; y cuando empezó a sonar la música,
Heather agradeció al cielo y a la tierra ser Heather Calahan. Ella y nadie más.
Tess los miró a la distancia y sonrió. Aquello no era sólo aprovechar las oportunidades, ni tomar
lo que se te presentaba. Ver a su vieja amiga allí, tan hermosa, bailando en los brazos de aquel
apuesto hombre… parecía todo demasiado premeditado por alguien desde el más allá.
—Por favor –le rogó—, no le hagas sufrir luego.
-9-

Todo se estaba desarrollando con la mayor normalidad en la fiesta. Algunos alabando a Phillip por
esa hija tan eficaz y activa que tenía, y a Raphael por su acertada elección para esposa. También,
notó Phillip, muchos alababan a su mujer por varias razones; por lo guapa que estaba, por su sonrisa
radiante… Había tenido que detenerse a mirar qué era lo que tanto veían los demás, y tuvo que
admitir que era cierto, Georgina estaba radiante. Tendría un amante? Ya Raphael casi había admitido
que tendría una aventura con alguien como ella, así que no le extrañaría que algún otro joven se
entusiasmara con su mujer.
Eso le creó cierta molestia en alguna parte de su estómago.
—Me complace saber que estás muy bien –dijo Adam Ellington, un hombre de pasados treinta,
conocido por ser un mujeriego contumaz y que hacía unos cinco minutos había iniciado una charla
insulsa con su mujer. Georgina le sonreía, y Phillip no tuvo el ánimo para observar si era una sonrisa
de complacencia, o simplemente cortés.
—Gracias, Adam.
—Últimamente has estado un poco escondida. Estabas de viaje, o delicada de salud?
—No, ni lo uno ni lo otro –contestó Georgina, llevándose su copa de champaña a los labios, y
dándose cuenta de que estaba vacía.
—Permíteme –pidió Adam, tomando su copa vacía con solicitud y aprovechando que pasaba un
mesero con más copas para cambiarla por otra.
—Gracias –Adam miró de reojo a Phillip, que al parecer no le molestaba que hablara con su
mujer.
—Parece tu palabra favorita: “gracias”.
—Es sólo porque estás siendo muy caballero. ¿No hay mujeres solteras y más jóvenes por allí por
las que puedas hacer algo?
—¿Me estás despidiendo? La única otra mujer que me llama la atención es tu hija, y a esa se le ve
muy enamorada de su prometido.
Phillip miró al fin al hombre, ceñudo.
—Parece entonces que tendrás que esforzarte por mostrarte enamorada de tu marido –le dijo a
Georgina, sin mirarla, y Adam se echó a reír.
—Eso no es algo que se pueda hacer adrede. Es algo que debe salir natural.
—Pues mi mujer no es una presa disponible para ti, Adam –le dijo él con ojos entrecerrados.
Georgina miraba a uno y a otro sin saber qué decir.
—No me retes; podría empeñarme en conseguirla. Ella es hermosa, es joven… sólo me lleva unos
cuantos años, pero eso no me importaría, y lo sabes.
—Te prohíbo que…
—No me puedes prohibir nada. Aquí la única que me podría parar los pies es Georgina. Qué dices
tú, querida? –Adam la miraba expectante, como si de su respuesta dependiera el destino del
universo, mientras que Phillip miró a cualquier otro lugar menos a ella.
—Cuando me casé juré ser fiel.
—Y lo has sido hasta ahora?
—Sí.
—Por qué?
—Cómo que por qué?
—Estás enamorada? –Aquello volvió a llamar la atención de Phillip. Georgina sólo se echó a reír.
—No estoy interesada en mantener un affair contigo, Adam. De cualquier manera, si empezara a
portarme de manera inadecuada ahora, ya Phillip sabría el motivo, puesto que tuviste el descaro de
proponérmelo delante de él.
—Entonces tal vez debí tomarte del brazo y llevarte a un sitio privado… pero no me lo pusiste
fácil, ya que no te desprendes de tu marido. Phillip, eres un idiota con suerte –capituló Adam—, las
mujeres fieles a su marido son muy escasas, en toda mi vida sólo he conocido a un par, y tu mujer
está entre ellas… —sonrió, y Georgina notó que era una sonrisa más bien melancólica, y frunció el
ceño. Al parecer, este hombre soltero, rico, y guapo, no lo tenía todo en la vida.
Adam le tomó la mano a Georgina y depositó un suave beso en el dorso de sus dedos, inclinando
su cabeza y aceptando su derrota. Luego miró al Phillip, que no le sostenía la mirada a ninguno de los
dos.
—Valórala, hombre… —le dijo— De veras que podría empeñarme –le lanzó una mirada que
decía mucho, demasiado, y Phillip sólo apretó fuerte su mandíbula. Adam era un hombre con el que
hacía negocios, y era importante en la política. No quería tener que enfrentarse a él en nada, al menos
no hasta que su hija se casara de una vez por todas con Branagan… Pero miró a Georgina, que
miraba en derredor un poco azorada con la copa de champaña en su mano y respiró profundo. No se
había perdido nada. Aún era el hombre con la mujer perfecta a su lado y al que todos envidiaban.
Cerró sus ojos sintiendo bullir en su pecho la insatisfacción. Por primera vez en mucho tiempo,
Phillip Calahan no sabía qué hacer.
—¿Dónde está Heather? –preguntó Raphael acercándosele.
—No… no lo sé, la perdí de vista hace un rato.
Raphael dejó de inmediato a Phillip para ir a mirar en el jardín, en la piscina, en las
habitaciones… Lo había dejado solo con el fin de hacer una ronda y asegurarse de que todo en la
fiesta estaba funcionando a la perfección, aunque no era necesario; había vino suficiente, la comida
aún abundaba en las diferentes mesas del buffet, las personas que fumaban estaban en el jardín
degustando su puro o su cigarro, y las que no, estaban en el interior, bailando, o simplemente
charlando. Hacía más de veinte minutos se había alejado y la subasta estaba pronta a comenzar y
sabía que ella no quería perdérsela.
La encontró en la cocina, estorbando un poco al equipo de catering, y rodeada de las mismas
cuatro mujeres de edad avanzada que habían lamentado que Raphael se prometiera… y hablando de
recetas.
—Definitivamente puedes agregarle curry al cordero, qué no ves que el curry va con todo? –
discutía Heather.
—A menos que tu marido sufra del colon –apuntó una de las mujeres, de cabellos blancos que
rodeaban su cabeza como un halo divino. Raphael la reconoció como Dorothy Walker, la esposa de
uno de los más distinguidos banqueros del país. Ricos casi desde la misma independencia de los
Estados Unidos.
—En dado caso –siguió Heather—. Tendrás que preparar la mezcla tú misma excluyendo la
cebolla y el ajo.
—Eso es muy difícil, quién hoy en día prepara por sí misma la mezcla de curry?
—Comprando por separado las especias, obviamente; a menos, claro, que te dediques a secar y
moler cada ingrediente.
—No tengo tanto tiempo libre –dijo la del cabello blanco—. Me temo que Eddy se comerá su
cordero sin curry –Raphael se echó a reír, y las cinco mujeres lo advirtieron al fin. Heather se
sonrojó de inmediato. Cómo podía ver él que alguien como ella, de su edad, tuviera una
conversación así con cuatro ancianas en una cocina cuando afuera se desarrollaba una fiesta? Antes
de que él llegara, se había sentido en su salsa, hablando con gente que la entendía, que hablaba su
idioma, gente vieja, pero no había caído en cuenta de las repercusiones que todo esto podía traer.
—Ustedes, hermosas damas, están enseñándole a mi prometida a cocinar?
—Por el contrario, ella nos enseña a nosotras –respondió Dorothy.
—Pareciera que hubiese trabajado durante años en algún restaurante oriental –agregó Lucy
Stevenz, la abuela del actual alcalde de San Francisco. Raphael volvió a sonreír.
—Les aseguro que esas bonitas manos nunca han tenido que trabajar—. Heather se miró sus manos,
y recordó las suyas propias, tan manchadas y desgastadas por el trabajo. Claro que sí había tenido
que trabajar… y muy duro, por cierto. Había sido no sólo maestra, sino también cocinera, niñera,
aseadora, y mil oficios más cuya paga le permitió subsistir a lo largo de su vida. Alzó la mirada y
vio que Raphael la estaba observando.
—Esto se está caldeando aquí –Dijo Dorothy.
—Mejor que nos vayamos y los dejemos solos.
—Seguro que ya no hablarán de curry.
Raphael vio a las cuatro mujeres salir como gallinas fuera del corral y volvió a sonreírle a
Heather.
—Parecía que te estabas divirtiendo hasta que llegué.
—Ellas… son muy amables –susurró. Raphael le tomó el mentón y se lo alzó para que lo mirara.
—Supongo que viniste por algo y te distrajiste hablando con esas abuelitas –fue cuando Heather
cayó en cuenta de algo, le dio la espalda y empezó a hacer preguntas y a dirigir al equipo de catering
como si fuese un general. Al parecer, ella necesitaba comprobar que todo se estaba desarrollando a
la perfección. Raphael no dejaba de sonreír.
Rato después, y para alivio del equipo que laboraba en la cocina, la sacó de allí.
—Pero tengo que… —protestó ella.
—Lo que tú tienes que hacer, es atender a los invitados. Recuerda que esta fiesta fue tu idea.
—Pero es que me gustaría estar pendiente de…
—De la subasta, por ejemplo?
—Ya va a empezar? –él le enseñó su reloj, lo que la alarmó. Nunca había estado en una subasta,
no quería perderse esta, así que corrió hacia la sala acristalada, que había sido redecorada para la
ocasión.
Raphael simplemente sonrió al ver su entusiasmo y la siguió.
Todo fue bien.
Cada cuadro, cada jarrón, cada instrumento musical y prenda de vestir se vendió estupendamente.
Tess modelaba las joyas que llevaba puestas, y estas se vendieron a un exorbitante precio mientras
ella las lucía con una radiante sonrisa y de cara al público. Heather sabía que por dentro estaba
muerta de los nervios, y que pronto recibiría una regañina, pues había sido tomada por sorpresa.
Pero si se lo hubiese dicho con antelación, Tess jamás se habría prestado para aquello.
Todas las entradas se habían vendido y el equipo de catering pudo suplir la necesidad de alimentar
a todas aquellas personas. Al final de la velada, los invitados se despidieron uno a uno, y la tarea
luego fue hacer el balance. Las ganancias sobrepasaron las expectativas.
—Tambalea mi puesto? –le preguntó Lisa Taylor a Richard, que miraba sonriente a su nuera
celebrar la cifra alcanzada junto a Tess y Raphael.
—Eso lo sabrás tú.
—Richard, no puedes poner a una niña como directora del fondo!
—Bueno, tienes que admitir que ha hecho una mejor gestión que tú, aun sin que le paguen, ni
ostentar el cargo –sonrió él de nuevo, y la dejó sola para ir a felicitar a Heather por el éxito de la
velada. Lisa Taylor masculló algo ininteligible y salió de la mansión.

Tess miró las joyas en manos de su nuevo dueño con un poco de pesar. Se sentía bien llevar
encima algo tan costoso, pero no las volvería a ver, y el vestido que llevaba puesto jamás lo volvería
a usar, pues, cuándo? Dónde? En las presentaciones de la escuela de sus hijos?
Miró en derredor y vio a Heather, su vieja amiga Samantha, hablar encantada con Raphael y
sonreír como nunca lo había hecho, o al menos, como nunca la había visto. Ella podía ser Heather en
cuerpo, pero sus sonrisas, su mirada brillante, y muchas de sus expresiones aún eran de Sam. Sonrió
feliz por ella, y por una vez, casi que envidiándola.
—Dónde se conocieron? –Escuchó que alguien preguntaba. Se giró a mirar, y se encontró con un
hombre de tez blanca y cabellos renegridos. Los ojos azules parecían penetrarla como rayos x.
—Qué?
—Heather y tú, dónde se conocieron? –Se preguntó por qué le importaba tanto aquella respuesta.
No podía decir la verdad, y estaba segura que cualquier mentira que echara él la descubriría.
—No fue nada especial. Simplemente… pasó –él se echó a reír.
—Las mujeres y sus secretos…
—No es ningún secreto.
—Bueno, pero no deja de ser curioso… No eres muy conocida entre estas personas; sólo has
hablado con Heather, su madre y su prometido; las joyas que has traído no eran tuyas… Me hace
preguntarme de dónde has salido y cómo te conociste con Heather Calahan.
—Qué importa de dónde salí? Qué importa cómo hice una amiga? –preguntó, algo molesta.
—Las niñas de la alta sociedad no se mezclan con… ciertas personas. Eso podría arruinarles la
vida –Tess lo miró furiosa. No tenía nada de malo que Heather y ella fueran amigas, y no tenía por
qué soportar tales insultos. Dio media vuelta alejándose; era hora de irse, sus tres hijos estaban al
cuidado de Keren, la hija adolescente de Brenda, que se había ofrecido como niñera aquella noche
por unos pocos dólares.
Ya había estado bueno aquello de creerse cenicienta por una noche y fingir que era hermosa y
sofisticada. Las zapatillas la estaban matando; hora de volver a su calabaza.

—Y tú para dónde crees que vas? –Preguntó Raphael tomando la mano de Heather y deteniéndola,
pues ya iba tras sus padres para internarse en el auto de la familia.
—Pues… a casa –contestó ella, con la mayor inocencia del mundo.
—De ninguna manera. Esta noche te quedas aquí.
—Qué? –se giró a mirar a Phillip, pues aquello no era muy moral que digamos. Él debía decir
algo! Pero no, el padre simplemente empujó a su esposa al interior del coche y desaparecieron.
Estaba sola en el mundo.
Tess ya se había ido hace rato, pues tenía tres niños que cuidar, Richard había subido a su
habitación silbando como un mirlo, sus padres habían escapado, y ella se hallaba allí, en medio del
jardín, a merced de aquel hombre que claramente no tenía buenas intenciones con ella esa noche.
Raphael le tomó la mano y la condujo de nuevo al interior de la enorme casa, y ella iba pálida
como un queso.
Habían pasado casi tres meses desde que se enterara de que tenía prometido, y las costumbres
modernas decían que era normal que dos personas prometidas tuvieran sexo antes del matrimonio.
Por otro lado, no sabía si a la verdadera Heather le molestaría que tomara prestado su cuerpo para
también… hacer ese tipo de cosas.
—Estás nerviosa –observó Raphael, sonriendo. Ella negó mirando el piso—. Claro que sí, te
pusiste helada. Ven.
Llegaron a la sala acristalada, que ahora estaba bastante caótica, y sucia. Por inercia, Heather se
separó de él y empezó a organizar y a limpiar.
—Qué haces?
—Esto está…
—A quién le importa cómo esté? En la mañana entrará un batallón de gente y lo dejarán como
siempre. Ven, no intentes escabullirte.
—Pero Raphael, yo realmente no…
—No qué? –él se acercó a ella y la rodeó con sus brazos, más bien apresándola. Ah, allí se estaba
muy bien, pensó Heather, pero seguía mirándolo con los ojos abiertos llenos de miedo.
—Yo… nunca… —él alzó sus cejas esperando que concluyera esa frase—. Es decir… no
recuerdo…
—Mejor para mí, así simularemos que soy el primer hombre en tu vida.
—Pero es que lo eres!
—Después del accidente, sí—. La soltó de un momento a otro y caminó hasta el bar incrustado en
una de las paredes, y que ahora había sido bastante mermado por los invitados de aquella noche—.
Sabes que esta noche nos hiciste a mi padre y a mí un favor impagable? –comentó él al tiempo que
servía dos copas de vino tinto.
—No… no lo sabía.
—Sí, querida. Nos has incluido en la crema y nata de la alta sociedad –ella frunció el ceño un
tanto confundida.
—Ya no lo eran?
—No. No nacimos ricos, recuerdas?
—Pero tú sí.
—Eso no es suficiente.
—Y qué cambió ahora?
—Que personas como tu madre y tu padre me han aceptado, y también a mi padre, en su familia, y
tú sí eres nacida en la crema y nata. Además… –siguió él pasándole la copa de vino, ella parecía aún
confundida—. El que te codearas tan bien con esas mujeres en la cocina es simplemente fantástico.
Todos infravaloran a los ancianos, cuando estos tienen más poder del que parece en sus familias—.
Conmovida por esas palabras, le sonrió.
—Cómo sabes eso?
—Tuve un abuelo, lo olvidas? –sonrió Raphael—. Ellos tienen un olfato infalible. En más de una
ocasión mi abuelo le aconsejó a papá que hiciera o dejara de hacer negocios con ciertas personas, y
nunca se equivocó.
—Entonces… crees que esas mujeres aconsejarán a sus hijos y maridos que hagan negocios
contigo y tu padre?
—Esperemos que sí. Sólo hay un detalle en todo esto –siguió él, llevándola hasta otra sala donde
no había tanto desastre—, y es que seguramente te van a querer para sus propios hijos y nietos.
—Pero me acabas de presentar como tu prometida!
—Hasta que no estemos casados, no hay nada seguro—. Heather sonrió negando. Vio a Raphael
manipular un equipo de audio y poner una suave música.
—Todo esto… el vino, la música… es una red que estás tejiendo alrededor de mí para que caiga?
–él sonrió con picardía, una sonrisa que a ella le encantaba.
—Sí.
—Y no te avergüenza admitirlo?
—No –Heather sonrió, y bebió un sorbo de su vino.
—En todas estas semanas… Bueno… pensé que ibas a cancelar el convenio.
—Había una condición, y esta no se dio –dijo él acercándose, tomando de sus manos la copa de
vino y tomándola en brazos para dar los primeros pasos del baile—. Aunque bueno, apenas han
pasado dos meses. A menos que tengas planeado algo realmente siniestro, nos casaremos.
—Soy la más interesada en que esto continúe.
—Por qué, Heather?
—Cómo que por qué?
—Bueno, podrías estar coaccionada por tus padres, alguna amenaza…
—Te parece que estoy aquí bajo coacción? Al igual que tú, nadie me puede obligar a hacer algo
que no quiero, sabes? –él sonrió.
—Entonces tengo que asumir que verdaderamente ese accidente te cambió? –ella cerró sus ojos y
apoyó su cabeza en su pecho, escuchando los latidos de su corazón. Se quedó en silencio largo rato,
moviéndose al compás de la música, sin saber qué decirle. La verdad, jamás. Nunca le creería.
—Tal vez sí. Tal vez soy otra Heather… y ésta te quiere desesperadamente. Ésta tiene miedo de
perderte. Ésta está dispuesta a lo que sea con tal de conservarte—. Él le levantó el rostro para
mirarla fijamente a sus ojos gris pálido.
Nunca había visto algo así, que alguien amara a otro con desesperación, arriesgándolo todo,
dejándolo todo. No había conocido a su abuela Cinthya, así que no había sabido cómo había sido su
relación con el abuelo Ralph, y éste poco hablaba de ella. La de sus padres era un desastre, y
alrededor, todo lo que había era divorcios, rupturas, peleas por la custodia de sus hijos, etc. Él se
había resignado, sabía que su vida no sería diferente. Pero esta mujer le estaba dando esperanzas.
Sin embargo, pensó, la esperanza es como una rosa que trae sus propias espinas: el miedo.
Se inclinó a ella cerrando sus ojos, sintiendo miedo y esperanza al tiempo.
—No me rompas el corazón –le pidió, y se sorprendió a sí mismo de haber hecho esa petición.
La sintió sonreír, y luego ella alzó su mirada y le tomó el rostro entre sus manos.
—Mientras yo sea yo, eso nunca pasará.
Quiso preguntarle qué significaba eso de “mientras yo sea yo”, pero ella no le dio tiempo, pues le
bajó suavemente la cabeza para besarlo a profundidad. Un beso cálido, húmedo y desesperado; y sin
embargo, más tierno que cualquier otro beso que hubiese recibido jamás.
Estuvieron allí en la sala, bailando suavemente, compartiendo un vino, hablando simplemente de
mil cosas, dándose cuenta de que siempre tenían mucho que decir, y que los silencios nunca eran
incómodos.

Phillip vio a Georgina desaparecer en su cuarto de baño, y empezó a desatar el nudo de su corbata.
Miró la cama que compartía hacía casi veinticinco años con su esposa y sintió algo muy extraño. No
supo qué era, ni de dónde provenía.
—Heather estuvo preciosa hoy, cierto? –comentó Georgina desde el baño.
—Cierto.
—Y esa amiga que trajo! Cómo es que se llama?
—Tess –contestó Phillip.
—Tess… es encantadora… nunca antes le conocí amigas así… más bien… nunca antes le conocí
amigas… Ah, estoy tan contenta de que haya cambiado tanto!—. Georgina salió del cuarto de baño
aún con el vestido, pero ya sin los zapatos ni el peinado—. Me ayudas, por favor? –pidió ella,
ofreciéndole la espalda para que él bajara el cierre del vestido.
Era un gesto común y normal; el deber de todo marido: ayudar a desvestir a su esposa. Y sin
embargo, nunca antes se sintió como ahora.
En su mente resonaban las palabras de su hija. Georgina era hermosa, buena y, sabía, una flor que
no se había marchitado aún a pesar de que él, el jardinero, no le había echado agua en un buen
tiempo. Y luego le llegaron las atrevidas palabras de Adam. Él podría empeñarse en conseguir a su
mujer.
En aquella alta sociedad en la que ambos habían crecido, era normal tener amantes; mientras se
fuera discreto, podías tener aventuras por allí.
Bajó el cierre de su vestido, y cuando ella se alejaba, él le puso una mano en los hombros
desnudos.
No hubo ninguna palabra de por medio, y en el toque de Phillip no había connotaciones románticas,
pero Georgina se volvió lentamente y lo miró a los ojos. Él abrió sus labios, como si fuera a decir
algo, a preguntarle alguna cosa, y cuando nada le salió, elevó su mano a su cabello castaño rojizo
para rascarse la cabeza en un gesto nervioso, y eso la enterneció. Phillip nunca estaba nervioso, él
era correcto y perfecto, y nada le daba miedo ni nada le avergonzaba.
—Tienes algo para decirme? –preguntó ella apoyando suavemente sus manos sobre el pecho de su
marido, y él cerró sus ojos.
Tienes un amante? Quiso preguntar él. O aún eres sólo mía? Pero la pregunta no salió, pues si ella
se la devolvía, no podría ser sincero.
—No. Nada—. Ella lo miró un minuto más esperando, pero él no dijo ni hizo nada, simplemente se
alejó caminando hacia su propio cuarto de baño.
Georgina lo miró apretando sus labios, sin saber si sentirse desanimada o no. Era el primer
acercamiento que tenían en mucho tiempo.
-10-

—Es… grande –dijo Heather, mirando en derredor la habitación de Raphael, con las finas
zapatillas en la mano, y caminando descalza.
En el centro del dormitorio y apoyada en un pequeño muro blanco se hallaba la cama, de madera
oscura, sábanas blancas y de un tono verde olivo. Los ventanales guiaban a una terraza con mesa de
desayuno y daban vista al jardín con piscina. Había cuadros decorativos, cortinas blancas que ahora
estaban corridas y una araña de cristal pendía del alto techo. Una puerta estaba entreabierta y
Heather, curiosa, la terminó de abrir. Conducía a una especie de biblioteca privada, con televisor y
equipo de audio, y en un rincón, un aparador con una colección de lo que parecían autos de miniatura.
Admirada, Heather se acercó a mirarlos.
—Son… son juguetes?
—No, cariño. Son autos a escala –contestó Raphael con media sonrisa—. Una afición mía.
—Cuántos tienes?
—Sólo cuarenta y siete. Es que soy bastante caprichoso con eso.
—En qué sentido?
—Sólo adquiero los que cumplen ciertos requisitos, como la escala a la que están hechos, los
detalles… y los modelos.
—Son preciosos.
—Me alegra que te gusten. Los colecciono desde niño. Empecé con el abuelo –Heather se giró a
mirarlo. Él estaba apoyado en el dintel de la puerta, sin la corbata, en mangas de camisa y las manos
metidas en los bolsillos en una pose relajada—. Una vez que viajamos juntos, vio uno en un aparador
y me preguntó si me gustaba. Yo tenía diez años, claro que me gustaban, y me lo compró. Allí
empecé.
Caminó hasta el aparador y tomó un pequeño auto de color azul cobalto de sólo dos plazas y de
aspecto bastante antiguo—. Es éste. Un Ford Thunderbird, primera generación.
—Se ve tan… nuevo.
—Lo mandé restaurar. De niño jugaba con él, así que tenía unas cuantas rozaduras.
Heather tomó el pequeño automóvil en sus manos con mucho cuidado. Aquella era la clase de
cosas que se originaban sólo por tener una familia, por tener un nieto al que amas. Un detalle muy
sencillo, pero tan lleno de recuerdos y significados.
Dejó el Thunderbird en su sitio y miró en derredor. Había una pintura de Ralph, Cinthya y Richard
de niño que la llamó como si le hubiese gritado.
—Qué guapos se ven todos. Por qué no está en la sala?
—Porque el abuelo decía que no correspondía –Heather lo miró extrañada—. Él opinaba que el
cuadro que debería estar abajo es el de papá, mamá y mío. Pero ya sabes, no se dio así.
Heather respiró profundo mirando el cuadro. Algún día, se prometió, en la sala estaría el cuadro
de ella, Raphael, y el hijo que tuvieran. Algún día.
Volvió al dormitorio y dejó caer las zapatillas en la alfombra.
—Es muy amplio aquí.
—Sí, podemos jugar a la carretilla si queremos.
—A la carretilla? Qué juego es ese?
—De veras no lo sabes? –Heather sonrió negando, y la sonrisa maliciosa de él le dio una idea
aproximada de lo que era el juego de la carretilla. Abrió grande su boca.
—Eres un…!
—Un diablillo?
—La carretilla? En serio?
—Ya sabes, si la carretilla es muy bonita y el carretillero tiene buen estado físico, el juego durará
bastante.
—No lo puedo creer, qué imaginación tienes! –él se aproximó de repente para besarla, y sonriendo
le señaló la cama con la cabeza.
—Probamos con la carretilla estática?
—Parece un buen juego para empezar –él la giró entre sus brazos, poniéndola de espaldas, y le
bajó con mucho cuidado el cierre de su vestido. Este cayó al suelo, y Raphael comprobó que ella
sólo llevaba bragas. El vestido no permitía un sostén, y tampoco llevaba medias.
Sin tocarla apenas, él se inclinó a ella y besó la piel de sus hombros. Ella estaba muy quieta, y
apenas respiraba, así que suavemente la volvió a girar a él. Tal como sospechó, tenía los ojos
cerrados. Sonriendo, besó sus pestañas.
—Eres como esos niños que creen que si cierran los ojos, el monstruo del armario no los verá.
Heather abrió sus ojos y apretó sus labios. Sin embargo, y a pesar de su nerviosismo, elevó sus
manos y empezó a desabrochar los botones de la camisa de Raphael. Él la observó silencioso,
comprendiendo que aquel comportamiento virginal no era fingido. Tal vez era cierto, y luego del
accidente no tenía recuerdos de haber estado con ningún hombre.
Aquello lo obligaba a ir despacio y a ser sumamente cuidadoso, pero estaba encantado.
La ayudó sacándose la camisa, y cerró sus ojos cuando ella empezó a pasear sus manos por su
pecho y su vientre.
Ella lo miró y sonrió.
—Por qué cierras los ojos? Así no te verá el monstruo del armario?
—Mujer… estás sólo en bragas delante de mí… qué crees que veo si abro los ojos?
—Mis pechos? –él gimió, y Heather sonrió complacida. Acercó sus labios a una tetilla y la lamió.
Él inclinó hacia delante su cabeza, aún con los ojos cerrados, y el cabello se le vino hacia delante.
Él era hermoso, todo lo que había visto de él era hermoso. A diferencia de Ralph, Raphael era de
pecho lampiño, pero en el vientre había un caminito de vellos oscuros que se perdían en la pretina
del pantalón. El caminito a la perdición, pensó sonriente.
Desató el cinturón, y cuando quiso abrir la bragueta de sus pantalones, él se lo impidió. En cambio,
la alzó en sus brazos y la condujo hasta la cama. La depositó con cuidado sobre los edredones, y se
tendió al lado de ella.
Teniéndola allí, la miró largamente. Con una mano acomodaba sus cabellos rojos desparramados
sobre el edredón, mientras ella simplemente lo miraba.
—Tengo la impresión de que te estás conteniendo mucho.
—Oh, sí.
—No creo que la carretilla se vaya a romper –él se echó a reír, para luego acercarse y besarla.
Heather aprovechó para rodearlo con sus brazos y acariciar la tersa y cálida piel de su espalda.
Amaba su textura, su aroma, y su color. Raphael siguió besándola hasta que sus labios se hicieron
más exigentes, y empezó a mordisquear con suavidad los suyos. Pronto se olvidó de tocar y explorar,
se estaba perdiendo en un bosque de sensaciones jamás experimentadas, tal vez porque ahora estaba
semidesnuda en la cama de un hombre; tal vez porque ese hombre era Raphael, un regalo del cielo,
casi literalmente.
Raphael empezó a pasear sus labios por el cuello de Heather y hasta allí llegó el silencio de ella;
lanzó un gemido tan quedo y tan sensual, que él tuvo que detenerse para, más que mirarla, admirarla.
Al notar que él se quedó quieto, Heather abrió sus ojos.
—Qué… qué pasa?— Raphael sonrió.
—Sólo estoy descubriéndote.
—Oh, Dios, no te tardes! –él volvió a reír y bajó su cabeza hasta el valle entre sus senos, y allí
depositó otro reguero de besos. Tomó entre sus manos uno de sus pechos y lo miró como un botánico
mira una flor especialmente rara. Heather sólo miraba su cabeza oscura inclinada sobre ella, y alzó
sus manos para tocar sus cabellos.
—He estado pensando en lo que dijiste –susurró él.
—Qué… qué dije?
—Aquello acerca de que el cuerpo se envejece, y pierde toda su belleza… —la miró a los ojos; el
iris de los suyos de un verde cristalino que fueron cobrando un brillo travieso—. Sin embargo,
pienso que, mientras seamos jóvenes, hay que disfrutarlo.
—Totalmente de acuerdo, oh! –él había bajado la cabeza y atrapado en su boca uno de sus
pezones, lo rodeaba con su lengua áspera y succionaba absorbiéndole la poca cordura que le
quedaba. Cuando ya Heather estaba a punto de enloquecer, fue cuando él le dedicó la misma
atención al otro pezón; inconscientemente, abrió sus piernas para él, para que se acomodara en el
centro, y Raphael no tardó en responder a su llamado. Bajó su mano poco a poco y le acarició por
encima de las bragas negras de encaje, y se admiró increíblemente cuando la sintió tensarse como si
la hubiesen pegado a un cable de alta tensión. Lanzó un gemido largo, y la sintió vibrar bajo su mano.
Primer orgasmo, y sólo la había tocado.
No retiró su mano, sino que siguió acariciándola suavemente. Heather puso su mano encima de la
de él, quizá pidiendo algo más.
—Shhh –la calmó él—. Vamos despacio, nena.
—Llevo ochenta años yendo despacio! –él se echó a reír y volvió a besarla.
—Qué exagerada eres –y de un solo movimiento, le alzó las caderas, le sacó las bragas y la dejó
desnuda.
Heather cerró sus ojos, tímida. Él la estaba mirando fijamente allí, y si bien no había nacido con
ese cuerpo, esa era SU parte íntima actualmente. Se cubrió los ojos con ambas manos.
—Anda, abre los ojos, igual, el monstruo del armario ya te pilló –ella no dijo nada, pero le hizo
caso—. Nunca había visto el pubis de una pelirroja natural.
—Oh, Dios! –exclamó Heather, y él volvió a reír.
—Tenía mis sospechas de cómo sería, pero…
—No… no me gusta la cera… duele demasiado y… pero si prefieres…
—Así está perfecto –susurró él acariciando con el dorso de sus dedos los escasos vellos rojizos
que crecían en su vulva.
—De veras?
—Necesitas una demostración? –Heather abrió grande los ojos cuando él abrió la boca y se metió
todos sus labios mayores y menores dentro. Lamía, chupaba, y ella sentía que iba a enloquecer, que
su cuerpo estaba a punto de estallar, que la vida se le iba a ir a través de los labios de Raphael, pero
cuando él la penetró con su lengua, realmente creyó que moría.
Toda ella alcanzó una temperatura increíble, le hormigueaba la piel, lo sentía en la yema de los
dedos, en sus labios, en los dedos de sus pies, pero sobre todo, lo sentía en su interior, vibrando,
vaciándola.
Él alzó la cabeza cuando sintió que ella ya no podía más y volvió a sonreír.
Segundo orgasmo de la noche.
—Quieres ver a qué sabes?
—Qué? –alcanzó a preguntar ella, aturdida, pero él la besó, y tal como dijo, sintió parte de su
propia esencia en su boca. Dios, qué erótico era todo aquello. Cuando el beso paró, ya no sintió
timidez, pues ya no había rincón de su cuerpo que él no hubiese explorado, así que lo acarició
suavemente. Él temblaba.
Había pensado que todo aquello la había afectado sólo a ella, pues él sonreía y besaba muy
tranquilamente mientras devastaba su cuerpo, pero comprendió que también ella tenía un efecto sobre
él. Metió las manos entre los dos, y al fin, él le permitió desabrochar la bragueta de su pantalón.
Lo miró como pidiéndole permiso, pero él no hizo ni dijo nada. Tampoco se lo impidió, así que
Heather metió sus manos dentro de su ropa interior, y lo tocó.
Cerró sus ojos.
No sabía cómo debía ser una erección, pero así como las madres niegan tener hijos feos, aquella
de Raphael era perfecta.
Tampoco tenía idea de cuánto debía medir, o qué grosor debía tener, pero la de Raphael apenas si
le cabía en la mano.
Él lanzó un gemido quedo, y comprendió que si ella, con ese suave sonido se sentía divina y
poderosa, entonces los gemidos de ella debían ser iguales para él. Si a ella le encantaba que él
bromeara acerca de su cuerpo, entonces ella también podía decir alguna cosa sobre él.
—Eres… yo… Dios… —Él sonrió.
—Te he dejado sin palabras?
—Un poquito presumido, tú.
—Pero tengo con qué, cierto? –ciertísimo, pensó ella, y siguió tocándolo, desde la base hasta la
punta. La piel era increíblemente tersa, cálida, y cuando llegó al glande, lo sintió húmedo. No sabía
que pudiera ser así. Siguió tocando hasta encontrar la bolsa detrás de su pene, y la palpó con
suavidad.
Él se alejó de ella para poder quitarse los pantalones y los boxers, quedando desnudo ante sus
ojos. Aquello apuntaba hacia ella como una espada, orgullosa y peligrosa. Volvió a ubicarse sobre
ella, y Heather no tuvo miedo. Era su Raphael quien la besaba y la mimaba, y le decía que la
encontraba hermosa. Ah, Heather era hermosa, por lo tanto no se tomaba aquellos cumplidos para sí,
pero él le estaba haciendo el amor era a Sam. No a la vieja Sam, sino a Samantha, la que alguna vez
fue mujer, la que alguna vez fue joven y tuvo sueños y deseó ser besada y amada por un hombre. Lo
sintió en su entrada y una lágrima bajó por sus sienes. Al fin sabría lo que era ser “una sola carne”
con un hombre.
Y ciertamente, la carne de él entró en la suya, sin dificultad, pues estaba tan húmeda y resbaladiza
que todo él, tan grueso y tan largo, entró hasta el fondo.
—Oh, Dios! –gritó Heather.
Él se quedó allí, quieto, como esperando a que ella se acostumbrara a él. Sabía que era más grande
que la media, y muchas veces le hizo un poco de daño a sus compañeras por haberse apresurado.
Esta vez quería que fuera perfecto para ella, que cuando terminara, sintiera que había tocado el cielo
junto con él.
—Estás bien?
—No.
—No?
—No deberías… moverte un poco? Voy a morir, Raph! –Él se echó a reír, y la besó. Tomó uno de
sus muslos para que le rodeara la cadera, y ella volvió a gemir, pues el movimiento le había
producido un indescriptible placer—. Esto es simplemente… —él no la miró, concentrado como se
hallaba en tomar aire para mantener la cordura— simplemente… No sé cómo…
—No deberías –la atajó él—. Esto apenas empieza –y se movió con fuerza dentro de ella.
Heather vio estrellas.
Y estas no hicieron sino multiplicarse con cada embestida de Raphael. Lo sentía completamente
dentro de ella, casi como si lo estuviera viendo, casi como si estuviera allí, aunque sí estaba allí…
él le rozaba las paredes de su interior y éstas se acoplaban a su llenura y a su vacío de una manera
tan natural que pronto encontró el ritmo de sus movimientos. Empezó a mover sus caderas junto con
las de él, para ir a su encuentro cuando se acercaba, para llorar su ausencia cuando se alejaba. Era
una danza sublime, furiosa luego, incontrolable después.
Aquello era tener sexo. Puro y duro.
Él le tomaba las caderas y soltaba uno que otro gruñido, la besaba cuando alcanzaba sus labios, o
su oreja, o su cuello. Heather enterró sus uñas en su espalda y lo apretaba en su interior cada vez que
la colmaba. Sentía que toda ella se reducía a un solo lugar y a una sola sensación, hasta que ya no
hubo más nada alrededor, más que luz y fuego, más que calor y placer.
Aquella noche había escalado poco a poco una montaña virgen, y ahora se sentía en la misma cima.
Sólo que no era una montaña, era un volcán.
Gritó, y tal vez también lloró, y a lo mejor y soltó un taco, uno que tenía reservado en su memoria.
Sintió algo líquido y cálido en su interior, lava, pensó, pero sabía perfectamente qué era. Era el
orgasmo de Raphael en su interior.
Le tomó el rostro en sus manos y lo besó, agradecida, humilde por tan hermoso regalo. Feliz.
Él no se alejó de ella, ni se volteó sobre el colchón para tomar aire, sino que se quedó allí, quieto,
respirando profundo y abrazándola. Segundos después ya no pudo más y se derrumbó sobre ella,
aplastándola con su peso.
Heather no protestó, sino que se quedó allí, bajo él, sonriendo. Él aún estaba en su interior.
Pasaron los minutos en la más absoluta calma, hasta que él rompió el silencio.
—Lo sabía.
—Qué cosa?
—Habría chispas –ella rió.
—Chispas? Lava! Magma! Rocas de fuego derretidas y humeantes! –él alzó sus cejas, girándose en
el colchón para ponerla a ella encima y acomodarla sobre su pecho.
—Vaya… eso equivale… a un diez?
—Necesitas una calificación?
—Tal vez.
—No creo que deba darte un diez. La perfección es aburrida –él se echó a reír, y acarició su
cabello y su espalda encantado con ella. No imaginó que luego del sexo fuera a ser tan especial, que
pudiesen charlar así.
—Entonces siempre me vas a tener en vilo?
—Una buena maestra nunca le da la máxima calificación a su estudiante más prometedor –dijo ella
en voz queda y pausada, luego se le soltó un bostezo—, porque sabe que eso hará que a la próxima,
él intente superarse a sí mismo para poder alcanzarla.
—Sólo que tú no eres maestra, sería al revés… el maestro sería yo… —pero ella lo dejó hablando
solo. Su pausada respiración y la languidez de sus miembros le anunciaron que se había dormido sin
previo aviso. Sonrió—. Yo en cambio –susurró para sí— sí te doy un diez.
Y no mentía. Ella había estado fantástica.

—Je Ne Regrette Rien.


Raphael despertó y miró en derredor. Estaba oscuro. Miró en su reloj sobre la mesa de noche, eran
las tres de la madrugada.
—Je Ne Regrette Rien—. Volvió a escuchar. Era Heather, hablando dormida.
Sonrió y acarició sus cabellos.
—Parlez-vous français? –preguntó él en el mismo idioma. Pero ella no dijo nada.
“No me arrepiento de nada”, había dicho ella, y eso era algo más que un cumplido, aunque le hizo
preguntarse por qué tendría que arrepentirse. Era su novia, estaban oficialmente prometidos. No
había nadie alrededor que pudiera interponerse.
A menos que ella no se refiriera a lo que habían hecho aquella noche.
Frunció el ceño preguntándose a qué otra cosa podía referirse. Luego pensó que era un paranoico.
En esas semanas Heather le había demostrado que realmente había cambiado, que le quería. No sólo
se lo había dicho, también sus acciones lo habían demostrado. Y no había vuelto a verse, ni por
asomo, con sus antiguos amigos.
Ella lo buscó en la cama y se aferró a él como un náufrago a una tabla en altamar. Sonrió con
malicia y la puso boca abajo, para meter luego su mano bajo su cuerpo y buscar y acariciar con sus
dedos su clítoris. Ella reaccionó al instante, y elevó levemente las caderas como en una invitación,
que él prestamente aceptó, y la penetró desde atrás. Ella, entre dormida y despierta, lo sintió
invadirla, y pronto ya no importó en qué mundo estaba, su cuerpo era otra vez agua hirviendo,
bullendo por él.

Llegó la mañana y Heather se sentó sobre la cama mirando en derredor un poco desubicada. El
cabello rojo estaba despeinado y de cualquier manera sobre su cabeza, estaba desnuda, y tenía la
visión bastante desenfocada.
Lo primero que concluyó es que aquella, definitivamente, no era su habitación. Su habitación era
un cuartucho con papel tapiz barato de flores, una diminuta ventana y una cama sencilla llena de
almohadones.
Dónde estaba?
Sintió la calidez de alguien a su lado, y abrió grandes los ojos cuando todo vino a ella de golpe.
No era Samantha, era Heather, una niña rica y mimada, hija única de Georgina y Phillip Calahan; y
estaba prometida a Raphael Branagan, nieto de su antiguo y perdido amor, Ralph Branagan.
Ah, y anoche habían hecho el amor, y él había hecho con ella cosas increíbles, y sublimes; cosas
que la estaban sonrojando de nuevo sólo con recordarlas.
Volvió a tirarse en la cama. Demasiada información para antes del café.
Miró a su lado a Raphael dormido. Estaba boca abajo y abrazaba posesivo la almohada. Besó la
piel de sus hombros y acarició su espalda. Qué hombre, Dios, qué hombre!
Aquello era muy de una anciana a la que se le han agotado las palabras, pero no le importó.
Él despertó poco a poco, y cuando la vio, también con su visión desenfocada, le sonrió.
—Eres algo así como el sol de Japón por la mañana –murmuró, atrayéndola con un fuerte brazo.
—El sol de Japón?
—Rojo.
—Ah… —Se quedó allí un largo minuto, entre sus brazos, sintiendo el calor de su piel y los
latidos de su corazón. Y su increíble erección.
Él bajó su mano por su espalda hasta sus nalgas, y empezó a besar su cuello. Sonrió.
—Esto es normal?
—Normal, dices? No has leído en Cosmopolitan que el mejor sexo es el de la mañana?
—Cosmopolitan enseña eso? –él la miró fijamente.
—Tendré que pagar tu suscripción –Heather se echó a reír, y empezó a pasear su mano por el
cuerpo de él, delgado y fuerte, de hombros anchos y brazos musculosos, aunque no tanto que le
hicieran parecer algún fisicoculturista.
—Eres hermoso, sabes? –él sonrió.
—Mi aporte para la siguiente generación—. Aquello la enterneció.
—Te gustaría tener hijos? –él dejó salir el aire en un gesto muy parecido a un suspiro.
—Sí, dos o tres.
—De verdad? –Raphael asintió.
—Cuando era pequeño, mis amigos eran los del colegio, y eran todos unos ricachones presumidos.
Me hubiese gustado tener un hermano con el que compartir esa vida tan extraña que llevábamos;
éramos ricos, pero no cabíamos en la alta sociedad. Teníamos dinero, pero se nos aceptaba sólo por
ello. Era raro.
—Fuiste un poco solitario.
—No diría tanto, pero sí me hubiese gustado… —la miró—. Bueno, no creo que lo comprendas,
siempre has sido rica, en derredor todos sabían que debía tratársete de manera especial, pues algún
día dominarías un gran imperio.
Él se equivocaba de cabo a rabo, pero no dijo nada. Por el contrario, ella había crecido entre
personas que estaban demasiado ocupadas con sus propias vidas como para preocuparse por la de
ella. Gente demasiado preocupada por lo qué comer mañana, que no le importaba si se la trataba
bien o mal.
—Las apariencias engañan, Raph.
—Sí, lo sé… —y acto seguido, empezó a besarla y a pasear sus manos por todo su cuerpo. Esperó
con expectativa a que se ubicara encima de ella, como anoche, e hiciera su magia, pero él la tomó de
las caderas y la puso sobre él.
—Qué… —él no dijo nada, simplemente se guió dentro de ella y la penetró. Heather cerró sus ojos
extasiada, humedeciéndose a una velocidad increíble, aceptándolo, rodeándolo. Él empezó a guiar
sus caderas con sus manos, enseñándole cómo moverse, y ella no tardó en aprender.
Los sonidos de su cuerpo absorbiendo el de él en medio de aquella silenciosa mañana, le fueron
tan sensuales que le hicieron acelerar el ritmo.
Raphael se deleitó en la imagen de sus senos balanceándose al ritmo de sus movimientos. Elevó su
mano y tomó uno, acariciándola, y eso hizo que ella soltara un gemido.
Qué hermosa, y qué sensual. Qué alumna tan voraz.
-11-

Raphael conducía su auto con Heather a su lado. Ésta llevaba aún el vestido de anoche, y tenía
pintada en el rostro una sonrisa imposible de disimular. De vez en cuando, él alcanzaba su mano y se
la apretaba, sólo por tocarla.
Le hacía sentirse demasiado bien saber que esa sonrisa se la había puesto él en el rostro.
Dioses! Había perdido la cuenta de las veces que lo habían hecho la noche anterior, y esa mañana.
Lo que sí sabía es que el apetito sexual de esta mujer se equiparaba al suyo propio, que habían
dormido si acaso una hora seguida, y, que aún ahora, la seguía deseando.
El teléfono timbró, sacándolo de sus pensamientos. Puso el altavoz y contestó.
—Georgina? –saludó, al ver que era ella en la pantalla—. Ya vamos en camino…
—No, da la vuelta y esconde a Heather.
—Por qué? –preguntó extrañado.
—No puedes acercarte a la casa, por favor, hazme caso y da la vuelta—. Heather lo miró un poco
preocupada.
—Mamá, está todo bien?
—Ay, Dios, está el altavoz?
—Eh… sí…
—Díselo, se va a enterar de todos modos –se escuchó decir a Phillip.
—Mamá, qué está sucediendo?
Raphael, al sentir el tono preocupado de Georgina, y la advertencia de Phillip, maniobró para dar
la vuelta.
—Nena… la casa está asediada por periodistas –explicó Georgina—. De alguna manera se
enteraron de lo de tu accidente, y ha salido en todas partes.
—Qué? –bramó Raphael—. Cómo es eso posible? Creí que Phillip había acallado ese asunto!
—Claro que lo hice –se indignó Phillip—. Ya consulté con mis contactos en la policía, y me
niegan rotundamente haber dado el soplo.
—Entonces quién pudo ser?
—Estoy investigando, y lidiando con la prensa al mismo tiempo.
—Buscaré por mi parte, esto tuvo que ser alguien de adentro.
—A qué te refieres?
—Tal vez… alguno de los que iba con Heather en ese coche habló.
—No lo creo –dijo Phillip—. Pero de todos modos me aseguraré.
—Te estaré llamando—. Raphael cortó la llamada y miró a Heather, encontrándola blanca como el
papel y aferrada al cinturón de seguridad.
—No te preocupes, solucionaremos esto.
—No, Raph. El daño está hecho.
—No es para tanto, no serías la primera que se enfrenta a un escándalo…
—El escándalo no me importa! Es la fundación! He estado trabajando con ellos, perderán
credibilidad por mi culpa, por culpa de… Y ahora, nadie querrá donar un centavo, te das cuenta?
Raphael la estudió en silencio, admirado de que no le importara el escándalo sobre su persona,
sino cómo afectaba esto a la fundación que acababa de beneficiar.
De pronto, lo tuvo todo claro. La persona que había hecho esto tenía que ganar algo con sacar a la
luz pública el accidente de Heather en el pasado, algún beneficio propio. Dinero? No podía ser, por
qué actuar antes de chantajear a Phillip, a él, o a la misma Heather? No, esa persona había atacado,
ensuciando el nombre de Heather, por una razón muy específica; y no era sólo el escándalo público,
pues Heather no era una celebridad. Hollywood y sus celebridades estaban muy cerca como para que
un paparazzi le prestara demasiada atención a una simple niña rica.
Si no se hacía algo a tiempo, Heather se convertiría ahora sí y de manera negativa en una
celebridad, y perdería toda autoridad para trabajar en lo que, había descubierto, le encantaba: ayudar
a los demás. Una persona que trabajaba con dineros de la comunidad debía estar incólume en los
anales de la policía, y no era el caso.
Esta persona lo sabía, y he aquí el resultado. Con Heather fuera del cuadro, sólo había alguien que
se beneficiaría.
—Te dejaré en mi apartamento mientras me ocupo de esto; allí nadie irá a molestarte. Quieres que
llame a Tess para que te haga compañía? –Heather lo miró a los ojos con los suyos un poco secos
por la impresión que se acababa de llevar.
—Tess?
—Tu amiga, la que llevaste anoche a la fiesta.
—No… ella no podría dejar a los niños solos.
—Pues que los traiga consigo. Quieres? –Heather asintió, enternecida por la manera como él la
trataba y se preocupaba por ella.
Raphael se detuvo en un semáforo y volvió a apretar su mano con la suya.
—Saldrás de esta, no estás sola.
—Raphael, lo que me preocupa es…
—Childhood & Hope no puede darse el lujo de despreciar a Branagan Enterprises, donamos
demasiado dinero al año. Ya veré qué se me ocurre para salir de este pequeño bache.
—Pequeño bache? –rió Heather—. Estamos hablando de un accidenté por conducir ebria! Eso es
un delito!
—Sí, lo es… pero esa fue la Heather de antes, no? La Heather de ahora tose si se toma un trago…
Esa es la Heather por la que me voy a enfrentar a medio mundo.
—Oh, Raph! –exclamó ella, soltando su cinturón de seguridad y abalanzándose sobre él—. Dios,
cómo te amo—. Ella tenía su rostro enterrado en su pecho y lo apretaba fuertemente, así que no pudo
ver su expresión de asombro.
Sin decir nada, él simplemente cerró sus ojos y besó sus cabellos tan rojos. El corazón se le había
acelerado con aquella declaración.

Heather subió al apartamento junto a Raphael, un loft de lujo que ocupaba todo un piso para él
solo. Era francamente enorme. Los muebles eran de un azul pacífico con cojines blancos y verdes
dándole un toque alegre a la sala. El piso era todo de madera oscura, pulida y brillante, combinando
con algunos muebles y estantes donde había fotografías suyas y de sus padres. Un librero altísimo,
que tocaba el techo, separaba la sala de estar del comedor y la cocina, y pegada a una pared, una
escalera conducía al segundo piso, donde debía estar el dormitorio.
Heather caminó despacio admirándolo todo. En una de las amplias y blancas paredes, destacaba un
paisaje al óleo y espátula. Al parecer, a Raphael le gustaban los colores brillantes destacando sobre
el blanco.
Raphael tocó un interruptor en la pared y las cortinas se corrieron, permitiendo que entrara la luz
del día, y dejando ver el océano.
—Raph, es bellísimo.
—Te gusta?
—Sería tonta si digo que no—. Él sonrió al ver su rostro admirado. A veces parecía que no
estuviera acostumbrada a los lujos, ni a las cosas caras.
—Pero sigues prefiriendo la casa.
—Bueno… me pones en una disyuntiva—. Él sonrió. Se encaminó al teléfono e hizo un pedido a un
restaurante como para diez personas. Heather lo miró un poco ceñuda—. Los niños comen… pero no
es para tanto.
—No sé cuánto tiempo tengas que quedarte aquí. En un momento deberán traerte ropa. No es que
me moleste que andes desnuda por la casa, pero podría darte una pulmonía—. Ella sonrió
acercándosele para besar sus labios.
—Gracias por cuidar de mí.
—Pronto se hará mi trabajo permanente.
—Entonces estoy en muy buenas manos—. Él le sonrió y no desaprovechó la oportunidad para
besarla.
—Mientras llega algo para ti, usa mi ropa, ese vestido no se ve cómodo. Hay sudaderas,
camisetas, lo que necesites—. Heather asintió. Realmente estaba cansada de llevar ese traje y
deseaba ponerse algo más cómodo. Raphael estaba pendiente de todo, sonrió.
En el momento llamaron al interfono para anunciar la presencia de Tess Warden y tres niños con
ella. Heather la esperó ansiosa, y cuando estuvo arriba, abrazó fuertemente a su amiga.
—No te preocupes –le decía Tess, con la pequeña Nicolle en sus brazos, que al ver a Heather, se
precipitó a ella como siempre. Raphael notó que la niña se enroscaba alrededor de Heather como si
estuviera acostumbrada a estar allí—. Todo va a salir bien, ya vi en el diario la nota y es un asco.
Todo es un asco…
—Ya sabes que no me preocupa lo que digan de mí, al fin y al cabo… Quiero decir, lo que me
preocupa es la fundación…
—Ya sé que esa es tu principal preocupación, pero no por eso pueden hacer contigo lo que les da
la gana –protestó Tess dejando caer su enorme bolso al suelo—. Hay que encontrar al responsable.
—A eso voy –dijo Raphael, interrumpiéndolas, y tomando de nuevo su llave para salir—. Por
favor cuida de ella mientras no estoy.
—No te preocupes. Está en buenas manos.
—Lo sé –miró a los niños, que lo observaban con curiosidad.
—Ah… Este es Kyle –los presentó Heather—, Rori y… Nicolle.
—Son muy guapos.
—Gracias –sonrió Tess.
—Llámame, por favor –le pidió Heather. Él se aproximó a ella, besó sus labios y salió.
Cuando estuvieron solas, Heather simplemente apretó sus labios rehuyendo la mirada de Tess.
—No tiene caso que lo niegues. Ayer… te amaneció la fiesta –dijo, mirando a Heather de arriba
abajo y notando que tenía el mismo vestido de la noche anterior. Heather le abrió los ojos mirando
de reojo a los niños; delante de ellos era impensable decir la palabra con “s”. Tess se echó a reír y
Heather continuó en silencio, ahora con las mejillas sonrosadas.
—No seas tonta, mujer. No sabré yo del tema.
Para fortuna de Heather, en el momento sonó el interfono. Había llegado la comida.
Raphael llamó a la puerta de una pequeña casa en un barrio residencial. Un hombre de cabellos
color arena, de mediana estatura y ropa desaliñada le abrió la puerta. Al verlo, pareció reconocerlo,
pues se echó encima la humeante taza de café.
—Se-señor Branagan! Usted aquí! –exclamó mientras separaba de su piel la tela humedecida y
caliente.
—Lloyd Sanders?
—Ah… —el hombre miró hacia el interior de su casa –Sí, sí… soy yo… a qué debo el honor de su
visita?
—Podría pasar? –Lloyd volvió a mirar al interior; luego, con una sonrisa, lo hizo entrar.
Raphael miró en derredor. En la estrecha sala, que estaba igual de desaliñada que el propietario,
había una pequeña mesa de café, y sobre ella, una taza y el diario del día.
—El motivo de mi visita es sencillo –dijo Raphael, mirando al hombre desde su elevada estatura
—. Quiero que se encargue de rebatir la mala imagen que se está propagando de mi novia.
—Q-qué?
—Usted es periodista, señor Sanders. O por lo menos, se encarga de los cotilleos y notas de
diferentes tabloides y diarios. Podría ayudarme.
—Claro, claro… eh… siéntese.
—No, gracias. No voy a demorarme –además, pensó Raphael, por nada se sentaría en unos
muebles tan sucios.
—Es una pena, lo de su novia. Quiero decir… acabo de leerlo en el diario.
—Me gustaría que se entrevistara con ella. Lo del accidente fue eso, un accidente. Un error del que
aprendió mucho y que sucede muy a menudo… le hablé de las consecuencias que eso le trajo?
—Eh… no…
—Ahora mismo está ayudando como voluntaria para Childhood & Hope. Va todos los días en la
mañana al pabellón de niños con cáncer del Hospital San Francisco y recauda dinero para la
fundación que acabo de mencionar.
—Esa fue su pena? Quiero decir… su sentencia? Ayudar a la comunidad?
—No, se la autoimpuso. Ahora está comprometida con los niños con cáncer. Cree usted que una
persona pueda cambiar luego de una dura experiencia?
—Claro, claro…
—Pues eso le sucedió a mi novia; pero al parecer, por personas malintencionadas, no va a poder
seguir avanzando –el hombre lo miró en silencio, apretando la taza de café en su mano. Raphael se
volvió a dirigir a la salida. Antes de traspasar la puerta, se giró de nuevo al hombre—. Una última
cosa.
—Claro, lo que diga.
—Dígale a Lisa Taylor que la espero mañana a primera hora en mi oficina, que de no presentarse,
lo tomaré como su dimisión –y dicho lo cual, salió.
Lloyd Sanders se pasó la manga de su bata por su frente sudorosa. De las sombras, salió Lisa
Taylor no mejor vestida.
—Cómo lo supo? –le preguntó Lloyd—. Cómo supo que fui yo? Dijiste que no se enterarían!
—No lo sé –susurró Lisa, apretando los dientes—. Pero debí haberlo imaginado. No se le escapa
nada a ese cabrón.

Antes de subir a su auto, Raphael tomó su teléfono y repitió una llamada.


—Quiero que organices una rueda de prensa lo más pronto posible –le dijo a Peterson, el director
de prensa de Branagan Enterprises—. Llama a los medios más respetables que puedas. Gente seria.
—Claro. Para hoy mismo?
—Por favor. Puedes utilizar una de las salas del edificio Branagan, y llama a los que puedas.
Colgó la llamada y subió a su automóvil echándole un último vistazo a la casa de Lloyd Sanders,
imaginándose la discusión que se estaba llevando a cabo en su interior.

—Parece que ha terminado por convencerse de que soy otra persona –le dijo Heather a Tess,
mirando a Nicolle dormida sobre su regazo. Kyle y Rori se habían entretenido con el televisor, y
ahora miraban programas infantiles. Tess se puso en pie y recogió los platos de la mesa para lavarlos
en el fregadero.
—Si te apoya de esa manera, aun cuando el horrible pasado de Heather ha asomado su espantosa
cabeza, es que sí.
—Tengo miedo de decepcionarlo.
—Tú? Sam? No lo creo –sonrió Tess—. La única que podría hacerlo es la verdadera Heather –
Tess se quedó en silencio, y la miró de reojo—. Te enamoraste, verdad? –Heather dejó salir un
suspiro.
—Tardé en aceptar que me había enamorado de Ralph varios años. Siempre lo negaba para mí
misma. Llevo sólo un par de meses en conocer a Raphael y… y lo necesito. No quiero estar lejos de
él.
—Eso es amor? –Heather se echó a reír.
—Es un poco testarudo, pero eso me gusta. Y es juguetón, me mete mano cada vez que tiene
oportunidad… son cosas de él que he podido observar simplemente porque es mi pareja. No sabría
decirte si Ralph era juguetón, ni cómo besaba.
—Pero llegaste a besarlo.
—Besos de niños… nunca como los que me da Raphael.
—Es que con Ralph nunca te acostaste… El sexo le da otra dimensión a la relación; llegas a
conocer a la persona a un nivel muy personal.
—Tal vez…
—Y seguro que esto te ha ayudado a conocerte mejor a ti misma como mujer. Como amante—.
Heather sonrió sonrojándose.
—Ni te imaginas. Con él me comporto como si… como si tuviera quince años!
—Realmente tienes veintitrés.
—Me refiero a…
—Sé a lo que te refieres. Con él pierdes toda la solemnidad que tenías como anciana. Vuelves a
ser una niña.
—Entre otras cosas porque se vería muy raro que alguien como Heather se comporte como
Samantha… Aghh! –Exclamó Heather tapándose los ojos con un brazo—. Realmente he hecho cosas
increíbles!
—Mientras te haga feliz y no le haga daño a nadie… Verte a ti me hace tener esperanzas, sabes?
Sonrió Tess, secando el último plato y poniéndolo en su lugar. Se encaminó a Heather y tomó a
Nicolle de sus brazos, un acto muy natural que solía hacer cuando Heather era Sam. Cuando la tuvo
en los suyos miró a Heather y sonrió al no ver a la anciana Sam, la arrugada, pero hermosa Sam, sino
a esta despampanante mujer. Heather se puso en pie y señaló el segundo piso del apartamento con la
cabeza.
—No conozco este lugar, pero asumo que allá está el dormitorio.
—Seguro que a tu novio no le va a gustar que Nicolle duerma allí.
—No creo que le importe. Y la nena está rendida. Abajo, con el ruido del televisor de los chicos,
se va a despertar—. Heather precedió la marcha y ambas subieron al dormitorio.

Raphael llegó una hora después. Vio en la sala de televisión a los niños viendo su programa con un
alto volumen y sonrió. Rori, como recordó que se llamaba la niña, se giró a mirarlo y le agitó una
mano saludándolo. Kyle simplemente lo miró con un poco de reserva. Ambos eran de cabellos
castaño oscuro, y la niña lo llevaba largo hasta la espalda. Cuando él les sonrió, los niños
simplemente giraron de nuevo sus cabecitas hacia la pantalla.
En la sala de estar no estaban ni Heather, ni Tess, así que debían estar en el dormitorio.
—No seas paranoica, las únicas que lo sabemos somos tú y yo –le escuchó decir a Tess, y se
detuvo, ocultándose detrás de un mueble que procuraba darle un poco de intimidad al dormitorio,
pues este no tenía paredes, sólo una baranda que asomaba al piso de abajo—. Y tal vez Nicolle –
siguió Tess riendo—. Raphael nunca va a sospechar nada.
—No estoy segura de querer ocultárselo –dijo Heather, y Raphael frunció el ceño, preguntándose
de qué demonios estarían hablando—. Quisiera contárselo, es algo demasiado… grande… y si
hablando dormida se me sale?
—Qué se te va a salir? “No soy Heather, No soy Heather” –susurró Tess riendo, y Heather también
rió—. Por lo que debes rezar es por que la verdadera Heather no vuelva.
—Le estoy robando su vida!
—Corrección: ella perdió su vida. Iba ebria y hasta arriba de drogas. Se mató. Y tú no planeaste
nada de esto… Cuántas veces he de decírtelo, Sam? Aprovecha!
—No me llames Sam. De verdad aún no te acostumbras? –le reclamó Heather en un susurro.
—Es que en este momento eres más Samantha que nunca. Terca y pesimista. Me dan ganas de
pegarte!
Samantha? Se preguntó Raphael. El corazón se le aceleró. Qué estaba ocurriendo aquí? Quién era
esa?
—Lo horrible de todo esto es que tú tengas que pagar por los errores de esa loca. Ya decía yo que
tanta belleza no podía ser gratis.
—Un precio muy bajo que pagar, realmente. No me importa lo que digan de mí… o de Heather. Lo
que me preocupa es que esto pueda afectar a la fundación. Es lo que realmente me tiene en vilo…
Raphael dio media vuelta bajando de nuevo las escaleras. Tenía mil preguntas en mente. Por qué
hablaba Heather como si fuera una impostora? Lo sabía esta Tess Warden todo? Quién era
Samantha? Qué había sucedido con la verdadera Heather? Tess había dicho “se mató”. Estaba muerta
entonces? Y si estaba muerta, por qué estaba aquí?
Respiró profundo, pensando en que devanándose los sesos no iba a llegar a nada, sólo volverse
loco. Pero tenía que pensar algo rápido, investigar, saber la verdad. Por dónde empezar?
Por lo pronto, se dijo, tenía un nombre, Samantha; sólo necesitaba saber unos cuantos detalles más.
Volvió a subir las escaleras, esta vez haciendo ruido al pisar y llamando a Heather para
anunciarse.
Al llegar arriba, ésta le dio la bienvenida con un abrazo que se le antojó muy cálido. Ella lo
miraba sonriente, con los ojos llenos de una emoción que ahora se preguntaba qué era realmente.
Heather, notó, tenía puesta ropa suya.
—Parece que te invadimos la cama –dijo Tess señalando a su hija en el centro del colchón—, pero
es que no había más sitio.
—No te preocupes. Está todo bien?
—Perfecto –susurró Tess con una sonrisa. Raphael se dio cuenta de que ninguna de las dos parecía
nerviosa, como si no hubiesen estado a punto de descubrirlas hablando de algo demasiado serio.
—Quieres comer algo? –le preguntó Heather, y Raphael la recordó hablando con cuatro ancianas
acerca de recetas. Esta Heather sabía cocinar.
—Ah… no, gracias. Acabo de coordinar una rueda de prensa para esta noche, así que necesitarás
estar lista.
—Una rueda de prensa? Qué voy a hacer yo en una rueda de prensa? –Al ver que Nicolle se
removía en la cama, le tomó la mano y la llevó abajo. Tess bajó con ellos, se acercó al televisor, y a
pesar de las protestas de los niños le bajó el volumen. Luego se reunió con Heather y Raphael en la
enorme sala de estar.
—Vamos a crear una imagen de ti… —dijo él, y se dio cuenta de que esto encajaba con lo que
acababa de escuchar. La miró fijamente a los ojos—. Necesitamos decirle al mundo que el accidente
fue un terrible error del que aprendiste mucho, y que no eres, ni por asomo, esa Heather
descontrolada y loca que esa nota hace ver. Diremos que tu trabajo con las fundaciones son una
especie de “expiación”. Algunos dirán que debiste ir a la cárcel y no fue así por influencia de tu
padre.
—Lo cual es cierto –apuntó Tess, inmisericorde.
—Cómo les responderemos?
—Les dirás que estás haciendo trabajo social para pagar tu penitencia. De todos modos, es cierto
que vas todos los días al hospital, no?
—Cómo lo sabes?
—He investigado, Heather. No me he estado quieto.
—Es ideal –dijo Tess—. No podemos cambiar lo del accidente; después de todo, Heather iba más
que ebria. Pero sí podemos minimizar el daño aludiendo a todas esas personas que luego de un
accidente de ese tipo decidieron cambiar.
—Exacto –corroboró Raphael, notando la sutileza que utilizaba Tess para acusar a Heather… o al
menos, a la Heather de antes del accidente—. Muchos, hasta podrán verse identificados con ella.
—Y la persona con la que choqué… no dirá nada?
—Salió ilesa, por fortuna. El mayor daño lo llevó tu coche, y Phillip se hizo cargo de todo—. Vio
a Heather ponerse nerviosa, y a apretarse una mano con la otra, apretando sus labios. Verla así le
produjo un deseo de reconfortarla muy fuerte, a pesar de que a su mente se había vuelto a colar la
duda por la conversación que acababa de escuchar—. No estés nerviosa, no estarás sola.
—Nunca he estado en una rueda de prensa… o sí?
—No, que yo sepa.
—Me pondré muy nerviosa…
—Como te dije, no estarás sola. El jefe de prensa de la empresa estará allí como moderador, y yo
te acompañaré en la mesa—. Ella alzó la vista hasta él.
—De verdad?
—No te voy a dejar sola—. Ella lo miró de un modo que le hizo sentirse todopoderoso, y su
sonrisa radiante calmó su corazón. Fuera quien fuera esta Heather, era la que le gustaba. Tendría que
investigar quién era esa Samantha y qué había pasado con Heather en verdad; quién era esta de aquí y
por qué Tess estaba al tanto de todo, pero algo dentro le gritaba que esta Heather, la que había hecho
el amor con él anoche de una manera tan apasionada, era la que él quería—. En cuanto Phillip o
Georgina nos llamen para avisarnos que la prensa despejó tu casa, volveremos.
—Claro.
—Yo puedo estar? –preguntó Tess, y Raphael notó que la preocupación por su amiga era sincera.
—Claro. Tras bambalinas, pero podrás.
—Será suficiente.
—Ahora, he de dejarte de nuevo. Hay mucho que hacer.
—Arruinaron nuestro domingo –se quejó Heather, y él la besó sonriendo.
—Ya tendremos más domingos.
-12-

Los periodistas estaban todos de pie y esperando ante un atril tras el cual se ubicaría Heather.
Ésta estaba aún en una sala privada, pálida y respirando profundo. Llevaba puesto una sencilla
blusa blanca cruzada, y unos pantalones que llegaban poco más abajo de sus rodillas en un tono azul
turquesa; tacones, y el cabello recogido a medio lado, como prefería llevarlo.
Raphael le hablaba muy de cerca, sosteniendo entre sus manos su rostro y dándole palabras de
ánimo mezclados con consejos acerca de cómo debía verse y lo que era mejor decir.
Tess la miraba agradeciendo no estar en su lugar; aparecer ante la televisión local, aunque fuera en
imágenes editadas, para hablar de un accidente en el que iba ebria no era precisamente envidiable.
Sin embargo, tomó el brazo de su amiga y se lo apretó. Heather se giró a mirarla.
—Estás haciendo cosas que nadie de la gente común hace… aparecer en televisión, y quitar el
hipo con tus declaraciones. Esto es parte de la vida… de tu vida ahora. Disfrútalo también.
Raphael no se perdió palabra, y las miró de una a otra como un espectador de una final de tenis;
había comprendido que en cada cosa que Tess le decía a Heather había una clave que le ayudaría a
entender más lo que había escuchado que decían en su loft.
Ante sus palabras, Heather simplemente sonrió.
—He de salir allí y hacer como que simplemente voy a practicar un deporte extremo?
—Algo así. Y si algo saliera mal, estás en un sueño; simplemente, despertarás.
—No quiero despertar.
—Entonces procura mantener la calma.
Heather asintió apretando la mano de su amiga. Respiró profundo una y otra vez. Abrazó a su
amiga, besó a Raphael y simplemente salió a la sala. Raphael miró a Tess interrogante, pero esta
sólo le sonrió. Mil cosas, mil cosas por averiguar.
Salió a la sala también y observó cómo a pesar del alboroto de los periodistas levantando su mano
y gritando preguntas, ella simplemente parecía distante, como si, efectivamente, estuviera soñando.
Se ubicó tras ella, y al otro lado Peterson le dio la palabra a Lloyd Sanders.
—Señorita Calahan, es cierto que sufrió un accidente por ir ebria?—. Heather respiró profundo y
contestó:
—Sí, es cierto—. Hubo otro alboroto hasta que Peterson le dio la palabra a otro.
—Puede decirnos si es por la posición de su padre que usted no está en la cárcel? Porque usted
cometió un delito.
—No fui a la cárcel no por la posición de mi padre. Tengo otra clase de… penitencia.
—A qué se refiere con “otra clase de penitencia”?
—Disculpe, me da su nombre? –preguntó Heather, mirando ceñuda al periodista, y Raphael notó
que ya no tenía esa mirada distante; ahora parecía un poco molesta, y lo miraba como si ella fuera
una madre y el periodista un niño demasiado travieso.
—Robert Jackson.
—Bien, Robert Jackson, su edad, por favor? –Robert sonrió.
—La entrevistada es usted, señorita Calahan… —algunos periodistas rieron.
—Su edad, por favor? –Insistió Heather. Todos los otros periodistas miraban a Robert Jackson
esperando.
—Cuarenta y uno.
—Bien, Robert Jackson de cuarenta y uno. Y todos los demás. Como imagino que ninguno de
ustedes en su larga o corta vida ha cometido un error, está claro que no me van a entender. Yo cometí
uno, y estoy agradecida a Dios porque no hubo consecuencias, y a diferencia de muchas otras
personas, yo aprendí de mi error, y lo utilicé para impulsarme a cambiar y a mejorar. Mi penitencia,
que es autoimpuesta, es ayudar a la fundación Childhood & Hope, que por cierto, es una fundación
dedicada a ayudar a los niños diagnosticados con cáncer. Anoche, precisamente, celebré en casa de
Richard Branagan, mi futuro suegro, y en compañía de gran parte de la alta sociedad de California,
una fiesta que les beneficiará como nunca antes otra actividad lo hizo –volvió a mirar con severidad
a los periodistas, que estaban todos de pie, callados, y unos pocos, tomando nota—. Difícilmente
podría ayudar a esos niños si estuviese ahora presa, y si la misma policía no lo hizo, es porque
prometí trabajar abnegada e indefinidamente por ellos. Creo que soy más productiva afuera que
adentro. No le parece, señor Robert Jackson de cuarenta y uno? Ah, y a propósito –dijo antes de que
se le pudiera dar la mano a otro periodista—, yo sólo tengo veintitrés.
Raphael la miró y sonrió orgulloso desde su lugar. Las preguntas se desviaron todas hacia su labor
en la fundación, y el tiempo que llevaba trabajando para ellos. El ambiente se relajó visiblemente
hasta que se acabó el tiempo otorgado. Heather volvió a la sala en la que antes había estado, y
Raphael notó que ya no estaba pálida; tenía las mejillas sonrosadas.
—Estuviste fantástica! –exclamó Tess sonriendo y abrazándola.
—Crees que ya no hablarán de mí como lo hacen?
—Seguro sacarán un artículo larguísimo donde alaban tu capacidad de encontrar la luz en medio de
la oscuridad y alguna otra tontería.
—Eso espero.
—Y definitivamente, el haber tratado a ese periodista como un niño contumaz estuvo perfecto –
apuntó Raphael sonriendo.
—Me escuché muy severa?
—Un… poquito –contestó Tess riendo—. Pero fue genial, lo pusiste en su sitio.
—Y ahora –dijo Raphael, pasando su brazo por los hombros de Heather y guiándola a la salida—,
esperemos que alguna actriz salga desnuda por allí avergonzándose para que los medios olviden esto
rápidamente. Las invito a cenar, señoras?
—Me encantaría, pero tengo que ir por mis hijos –se excusó Tess. Se acercó de nuevo a Heather y
se despidió de ella besando su mejilla.
Heather y Raphael quedaron a solas y en silencio por unos segundos, hasta que llegó Peterson
anunciando que había despedido a todos los periodistas y que era seguro salir.
—Gracias, Peterson –le dijo Raphael. Heather estaba quieta en su sitio, sin mirarlo.
—Está todo bien?
—Yo… te agradezco todo lo que has hecho hoy por mí –alzó sus ojos a él, y Raphael la encontró
demasiado seria. Sonrió y se acercó a ella para rodearla con sus brazos. Ella quedó atrapada en su
cuerpo, y se permitió al fin respirar profundo. Sentía ganas de llorar. Había estado conteniendo un
ataque de nervios por demasiado tiempo, y ahora que todo había pasado, sentía su cuerpo bastante
tensionado. Allí entre los brazos de Raphael, sintió que se relajaba. Al fin.
—Te llevaré a tu casa.
—No… quiero decir… preferiría ir contigo –él la miró sonriendo.
—Bueno, entonces vamos a tu casa, recoges algo de ropa, y seguimos a la mía. Te parece? –ella
sonrió como una niña pequeña a la que le han prometido ir a una fiesta de princesas, y él tuvo que
inclinarse para besarla.
En casa, Georgina la abrazó y consoló al tiempo, le preguntó cómo le fue, y mientras Heather subía
a su habitación, le iba contando los pormenores de la entrevista. Phillip miró a Raphael, que
permanecía de pie en una de las salas, y se dirigió al bar para servirle un trago. Raphael lo recibió
agradecido.
—Cómo viste todo?
—Creo que se calmarán. Dejarán pasar esto. Incluso, lamentarán haber desperdiciado tanta tinta en
algo que no era para nada importante.
—Qué bien. No quiero ni imaginar qué hubiese sucedido si se enteran de que en el accidente uno
de los acompañantes de Heather murió, y el otro quedó en silla de ruedas—. Raphael lo miró
poniéndose un dedo sobre los labios.
—Heather no necesita saber eso. Bastante destrozada está sólo porque condujo ebria—. Phillip lo
miró atentamente.
—De verdad crees en el cambio de mi hija.
—Estoy totalmente convencido de que es otra mujer. Incluso quería preguntarte… estás seguro de
que tú y Georgina no tuvieron gemelas? –Phillip se echó a reír.
—Has pensado eso? Claro que no tuvimos gemelas. En el vientre de Georgina sólo latía un
corazón. Y si fuera otra mujer, nosotros, sus padres, ya lo habríamos notado. Pero no, es ella, con sus
mismos ojos y su misma piel, y las marcas de nacimiento en los sitios adecuados.
Raphael asintió un poco ceñudo. Eso descartaba una de sus más locas teorías. Recordaba
perfectamente oír a Tess decir que Heather, la verdadera, había muerto en ese accidente.
—Ella aún no recobra la memoria –dijo como para sí. Phillip le dio un trago a su vino.
—Y aquí entre nos –dijo—, Georgina y yo estamos muy contentos de que así sea. Ella teme que…
si vuelven sus memorias, también volverá la antigua Heather. Nos gusta más esta versión de nuestra
hija. Es casi… perfecta—. Raphael sonrió.
—Sí, tienes razón.

Heather metía en un pequeño bolso ropa y cosas de uso personal, como el cepillo de dientes y para
el cabello. Por primera vez, tendría objetos suyos en la casa de un hombre, y eso la ponía un poco
nerviosa.
—Tengo que preguntar: cómo la pasaste anoche? –Heather se detuvo en sus movimientos y miró a
su madre, sentada en su cama y mirándola con una sonrisa sabedora. Heather sonrió.
—No… no tengo palabras para describirlo.
—Entonces te fue más que bien—. Heather asintió.
—Raphael es… estoy enamorada, mamá. Estoy tan feliz de que me permita ser parte de su vida.
—Eso sonó muy humilde.
—Y cómo debería sonar?
—Él debería estar agradecido de que tú hagas parte de su vida –Heather sonrió negando.
—Creo que es un poco de las dos cosas, y el amor no es egoísta.
—Dónde aprendiste eso?
—Qué cosa?
—Eso que dices: “el amor no es egoísta”. Es como si tú me dieras una lección a mí.
—Pero es la verdad. El amor no se niega a sí mismo, y no se desvanece, y es inmortal.
—Y qué hacemos con esas parejas que una vez se juraron amor eterno y a la vuelta de un año se
están divorciando?
—No se amaban realmente. El verdadero amor espera. Para bien, o para mal, es inmortal.
Georgina miró a su hija un poco impresionada por el tono que usó al decir esas palabras.
—A veces te miro y me pareces una mujer muy anciana que ha vivido mucho… estás tan cambiada,
Heahter—. Heather se sentó a su lado y le sonrió.
—Mamá… no dejes ir tu oportunidad –Georgina la miró pestañeando.
—Qué… qué quieres decir?
—Que cada día que pasa sin lograr que te quiera, es un día perdido… leí eso en una poesía hace
tiempo. Cada día que hoy desperdicias, luego lo llorarás. Lucha por papá. Si lo amas, lucha por él.
Georgina apretó sus labios esquivando su mirada.
—Él no siente nada por mí. Nunca lo ha sentido.
—Se lo has preguntado?
—Qué? Yo? Por favor.
—Ah, comprendo. Eres orgullosa en el tema. Amar implica ser humilde. No es dejarse pisotear, ni
arrastrar, ni nada de eso, pero sí bajar un poco la cabeza de vez en cuando. Y ya que hablamos… qué
tienes que perder, aparte de tu orgullo?—. Georgina suspiró sin decir nada. Heather se puso en pie y
tomó el pequeño bolso donde había acomodado sus cosas—. Piénsalo. Que no llegues a anciana y te
lamentes por esas cosas que no hiciste, pudiendo hacerlas—. Se inclinó a ella y besó su frente, y sin
añadir nada más, salió de su habitación.

Llegó abajo, seguida de una silenciosa Georgina, y sonrió cuando vio a Raphael. Éste le quitó el
bolso de las manos y le tomó la mano mirando a Phillip.
—Esta noche me llevaré a tu hija a mi casa. Espero que no te moleste –le dijo. Phillip hizo una
mueca.
—Presiento que ustedes dos van a terminar viviendo juntos mucho antes de casarse.
—Entonces tendremos que casarnos pronto –sugirió Raphael.
—Estás cancelando el plazo de seis meses que exigiste? –preguntó Georgina, sonriendo.
—Sería una tontería mantenerlo ahora, que me he enamorado de su hija –Heather lo miró fijamente
con ojos grandes de sorpresa.
—Entonces podemos usar la misma fecha, pero para la boda! –exclamó Georgina.
—Qué dices? –le preguntó Raphael a Heather, que de un momento a otro se había quedado muda.
—Quieres casarte conmigo?
—Sí, quiero –contestó él riendo.
—Te hablo en serio, Raphael.
—Nunca he hablado tan en serio, Heather—. Phillip y Georgina miraron a Heather expectantes, su
respuesta era vital para los dos.
Heather sonrió con ojos humedecidos. Había personas que por suerte escuchaban una propuesta de
matrimonio varias veces en su vida, ella, en su vida pasada, no había escuchado ninguna. Y ahora
Raphael le estaba pidiendo delante de sus padres que se casaran pronto.
—Por mí –contestó— iría al juzgado mañana mismo.
—Ah, no! Eso sí que no! –protestó Georgina—. La boda de mi única hija no se limitará a una cena
y un papel firmado. Quiero una boda como Dios manda!
—No quiero nada demasiado grande.
—Una boda puede no ser multitudinaria, pero igual será como debe ser! Me pondré
inmediatamente con los preparativos de la boda.
—Yo correré con los gastos –dijeron Raphael y Phillip al tiempo. Luego se miraron y empezaron a
discutir. Heather miró a todos y no pudo evitar reír; Georgina empezó inmediatamente a hablar de
flores y tartas, mientras que Phillip discutía ante Raphael diciendo que pagar la boda de su única hija
era un deber y un placer que quería llevar a cabo.
Al final sólo Heather escuchaba a Georgina, y Raphael perdió la discusión ante Phillip. Acordaron
que el viaje de bodas lo pagaría entonces Raphael, tal como debía ser.

—Sonríes como tonta –le dijo Raphael a Heather cuando ya iban en el auto camino de su
apartamento. Esta noche, lo pasarían en el loft.
—Es que estoy feliz. Todo esto… parece demasiado soñado. A veces temo que no sea real.
—Y si no es real, qué podría ser? –preguntó él, curioso por su respuesta. Tal vez así lograra
vislumbrar a la verdadera mujer que tenía delante. Heather sólo se echó a reír.
—No tengo ni idea. Un sueño no es, no tengo tanta imaginación.
—Imaginación, eh? Yo creo que sí la tienes. Anoche eras muy creativa –ella se sonrojó de
inmediato, tal como esperó. Hablar de sexo fuera de la cama la avergonzaba, y adoraba esa faceta
suya.
—Anoche… Fue como esas cosas que sabes que si no las haces te arrepentirás el resto de tu vida.
—Por eso susurrabas dormida: “No me arrepiento de nada”—. La sonrisa de Heather se borró al
instante.
—Hablé dormida?
—Sip. No sabía que hablabas francés.
—Francés? No hablo francés.
—Pues dijiste: Je ne regrette rien—. Heather se echó a reír, aliviada.
—Es una canción –él la miró interrogante—. Una canción bastante vieja, de Edith Piaf. Debe ser
que la escuché por ahí y se me pegó.
—Si la escuchaste por ahí, es admirable que sepas el nombre de la cantante—. Al descubrir su
paso en falso, Heather se mordió los labios. Afortunadamente, él no hizo más comentarios, sino que
se puso a hablar de otras cosas, de la rueda de prensa, del lugar a donde quería llevarla a cenar…
Al llegar a ese punto, ella le pidió cenar en casa. No quería estar rodeada de extraños aquella
noche luego de la prueba por la que acababa de pasar. Complaciente, Raphael aceptó.
Al entrar al loft, Raphael encendió las luces y entró a la cocina para dejar las bolsas con comida
que habían comprado en su camino hasta aquí. Dispuso los platos para servirlos y no se sorprendió
cuando Heather entró con él para ayudarlo. Cenaron en la mesa del comedor, y Raphael sonrió
cuando ella alzó sus piernas para estar más cómoda, al tiempo que cenaba y hablaba con él. Tuvo que
aceptar que nunca se había sentido tan cómodo con otra mujer en el pasado. Con Heather, él era
simplemente Raphael, el hombre, no el empresario, el hijo de Branagan, el nuevo rico. Con esta
mujer de aquí, podía perfectamente hablar de nada, y al fin era todo. Reír, bromear, y tener el mejor
sexo del mundo. Todo en un mismo envase.
—Debí conocerte antes.
—Lo hiciste, y me odiaste –Raphael se echó a reír.
—Es verdad. Entonces… te conocí justo a tiempo?
—Ni más ni menos –sonrió ella.
—Y me llamaste Ralph. Aún siento curiosidad por ello –murmuró él, y ella bajó los ojos hasta su
comida. Qué sencillo sería todo si pudiera decirle la verdad, pensó ella, si él conociera quién era
ella en realidad; no tendría que estar mintiendo, ni ocultando tantas cosas. Lo miró llevarse un
bocado y algo en su corazón se removió. Amaba este hombre como Samantha Jones nunca amó a
Ralph. Darse cuenta que su amor por él había sido fácilmente superado por este hombre de aquí, le
hacía lamentarse un poco por todo lo que dejó de vivir, por lo mucho que se había engañado a sí
misma diciéndose que él era el hombre de su vida. Pero y entonces, si estaba destinado que era
Raphael el hombre para ella, por qué nació antes?
Había nacido sesenta años antes de tiempo.
Y si ella era para él, si hubiese nacido hacía veintitrés años como Samantha Jones, en este tiempo,
sería ella una mujer pobre, de padres pobres, como lo había sido? Habría tenido que abrirse camino
desde la pobreza hasta Raphael Branagan, el hijo del millonario empresario?
Habría, el destino, tejido los hilos de manera tal que Samantha Jones, la humilde, terminara al lado
de Raphael Branagan, el millonario? O habría sido, de cualquier manera, Heather Calahan? La niña
de padres ricos que fue comprometida con Raphael Branagan por un asunto de conveniencia social y
económica?
Tal vez la impostora era Heather, no Samantha.
Sacudió levemente su cabeza, tratando de espantar todos aquellos interrogantes, que no eran
nuevos, sino que se le presentaban día a día. Quería saber las respuestas de todas esas preguntas,
pero nadie se las daba, simplemente se abría ante ella un camino que hasta ahora había sido bastante
fácil de seguir, pues representaba todo lo que ella había deseado y que nunca fue.
Tal vez el destino simplemente estaba jugando con ella, como con una marioneta.
O tal vez todo se trataba de una enseñanza que indicaba que el amor puede morir y volver a nacer,
pues aún recordaba lo mucho que había amado a Ralph, y ahora era evidente que amaba a Raphael.
Vive el ahora, decía Tess, y no pienses en el después.
Era una enseñanza que sólo se podía aplicar a ella. Tal vez Tess le aconsejaba de esa manera
porque sabía que de todos modos, ella se mediría, no viviría demasiado alocadamente, como lo
había hecho Heather, la verdadera.
Viviría lo justo, lo que le tocaba, lo que era para ella.
Y entre todas las cosas que eran para ella, y que era claro que el destino le daba, era este hombre
de aquí al frente.
—Qué –preguntó él, con el tenedor a medio camino de su boca. Heather sonrió.
—Nada.
—Nada? Te quedaste muy seria y silenciosa de pronto –se metió su bocado de comida, y Heather
miró atenta los movimientos de su boca y su mandíbula al masticar.
—Pienso en ti.
—Mmm? –murmuró él, tragó y la miró con el ceño fruncido—. Creí que sólo se piensa en una
persona cuando ésta no está.
—Te equivocas.
—Sí, ya veo—. Heather apoyó su cabeza en su mano, y pestañeó adormilada. Raphael se puso en
pie y recogió los platos—. Qué haces? –le preguntó él, cuando vio que ella se metía a la cocina con
él.
—Ayudarte.
—Estás muerta de sueño, ve a la cama.
—Pero…
—Es mi culpa que anoche hayas dormido tan poco, y hoy no fue un día fácil. A la cama. Ahora.
—Gruñón –farfulló ella, dando media vuelta y encaminándose a la escalera que llevaba al segundo
piso. Raphael sólo sonrió y se encargó de los platos.
Cuando subió, la encontró en pijama y lavándose los dientes frente a su espejo. Sus movimientos
eran perezosos. Estaba claro que se estaba quedando dormida allí de pie.
—Yo que pensaba jugar contigo a la carretilla por todo el apartamento –ella se echó a reír y un
poco de espuma escapó de su boca.
—Ves lo que me haces hacer?
—Yo? No sé de qué hablas –él preparó también su cepillo de dientes, y empezó a imitar los
movimientos de ella, y Heather otra vez se lo quedó mirando reflejado en el espejo. Compartir un
baño, un espejo, cepillarse los dientes juntos… eran cosas demasiado pequeñas, demasiado
domésticas, y que sin embargo, la llenaban como nada antes la había llenado.
Terminó de cepillarse los dientes y salió del baño. Ya se lo había quedado mirando mucho rato
abajo. No quería parecer loca obsesiva.
Él la encontró de pie, frente a la cama, y la abrazó desde atrás besando su cuello con mucha
ternura. Como siempre, aquél lugar de su piel mandó órdenes de rendición al resto de su cuerpo, y se
recostó en su pecho con languidez.
—Creí que estabas cansada.
—Cansada también se puede hacer el amor.
—Mmmm, te lo recordaré cuando tengamos cuatro hijos, estés embarazada del quinto, no hayas
podido dormir en días y yo quiera meterte mano –Heather se echó a reír, al tiempo que visualizaba
perfectamente esa imagen.
—Si después de parir cuatro hijos y estar embarazada tú me sigues deseando, yo estaré más que
feliz de responder a tus demandas.
—Eso dices ahora –amenazó él, al tiempo que la alzaba y la ponía sobre la cama. Ella sonrió
cuando lo vio retirar los edredones y se ubicaba amenazador sobre ella. Pero Heather no tenía
miedo, al contrario, estaba ansiosa, y lo tomó de la camisa para acercarlo más y besarlo. Se sentó en
la cama para quitarle la ropa, y besar cada espacio de piel que iba exponiendo.
—Se te quitó el sueño.
—Sueño? Quién tenía sueño? –él sonrió y se dejó desnudar por ella. Cuando quedó en boxers, y
ella pudo ver bajo la tela la erección que cruzaba su entrepierna, él se dio a la tarea de sacarle su
pijama. La tomó de la cintura y la sentó sobre su regazo. Con mucho cuidado, desató su cabello, y
jugueteó con él esparciéndolo por su espalda y sus pechos, cubriéndolos con las hebras rojas,
enredándolo en sus dedos para luego besarlos.
Heather no sabía qué hacer con sus manos, así que rodeó su cuello y lo besó. Un beso profundo,
caliente, húmedo y oscuro, donde sus lenguas juguetearon hasta enredarse y volverse a desatar. Él
rodeó su cuello con una mano, arqueándolo para exponerlo a sus besos y lametones, sabiendo que a
ella le encantaba, conociéndolo como un punto exquisitamente sensible, y ella no lo decepcionó. Su
gemido envió corrientazos a todo su cuerpo, que ya pulsaba por ella.
—Eres mía –susurró él, y ella no pudo estar más de acuerdo.
Ahora estaban completamente desnudos, sentados uno frente a otro en el centro de la cama, y
Heather paseó su mano desde la frente de Raphael, pasando suavemente por su nariz, sus labios, su
cuello, para luego acariciar su pecho ancho y su vientre duro y plano. Lo miró a los ojos como
pidiendo permiso, y él solamente cerró sus ojos. Heather lo rodeó con su mano y se atrevió a mirar.
Esto había estado dentro de ella anoche. Era increíble que en su cuerpo hubiese espacio para algo
tan… grande.
Raphael, desnudo, no se parecía en nada a aquel paciente fuera de sí que vio aquella vez.
El mero pensamiento le hizo reír.
—Ves algo gracioso por allí? –Heather sacudió su cabeza.
—Sólo me hago a la idea. Esto yo… esto estuvo dentro de mí—. Él asintió y Heather vio formarse
en su frente gotitas de sudor, su pecho subía y bajaba con la respiración acelerada, pero no movía sus
manos; simplemente la estaba dejando explorar su cuerpo.
Sin que nadie le enseñara, ni nadie le indicara, Heather lo apretó en su puño, y Raphael lanzó un
gemido.
—Esto te gusta?
—Mujer… De veras estás haciéndome esa pregunta?
—Ah, podría ser que tú simplemente aguantas sin quejarte –sonrió ella, y volvió a apretar.
Raphael entonces se apoyó con sus manos sobre la cama y dejó caer la cabeza hacia atrás,
exponiendo su garganta, disfrutando del toque de ella. La luz de la luna entraba suave desde el
exterior, y en la penumbra, el cuerpo de Raphael se veía glorioso, tan poderoso, tan suyo.
Volvió a apretar su puño, pero intuyó que si intentaba moverlo, le haría daño, su mano estaba seca.
Miró en derredor. No quería soltarlo, quería sentirlo vibrar un poco más entre sus dedos.
Él se movió para mirarla y la encontró en su dilema. Sonrió.
—Usa tu saliva.
—Qué?
—Lo que oyes –susurró él quedamente, y volvió a cerrar sus ojos.
Heather acercó su cara al miembro palpitante de Raphael. Escupir sobre él se sentía demasiado
poco estético. Cómo mojarlo?
Alzó la cabeza para mirarlo, Raphael estaba en tensión, todo su cuerpo expectante, conteniéndose.
Parecía una tormenta largamente retrasada, una amenaza débilmente contenida. Así que se acercó a
él, con la boca hecha agua, y se lo metió en la boca.
Al sentir su calor, su humedad, su respiración, Raphael lanzó un rugido y volvió a echar la cabeza
hacia atrás. Apretaba sus puños y sus dientes en un gemido que parecía de dolor y placer al tiempo.
Era increíble, y sólo se lo había metido a la boca.
Ahora tanto su mano como él estaban húmedos, advirtió Heather; pero ella también, derretida,
hirviendo; su cuerpo se sentía como miel calentada por el sol. Atendiendo a sus propias demandas,
gateó hasta él y se ubicó encima de su cuerpo, volvió a tomarlo en su mano y lo guió hasta su centro.
Se fue dejando caer, empalándose, poco a poco, suavemente, y cuando lo tuvo todo en su interior, se
acabó la suavidad. Recordó que cada vez que ella apretaba su puño él gemía, así que intentó hacer lo
mismo, pero con su cuerpo.
Fue efectivo. Raphael volvió a rugir, y aunque parecía que había jurado quedarse quieto, sus
caderas se movían buscándola, deseándola.
Oh, qué bien se sentía. Qué hermoso, qué fuerte y qué suave. Elevó levemente las caderas y volvió
a dejarse caer. El cuerpo le reclamaba y ella ya sabía qué. Alzó sus manos hasta sus cabellos,
recogiéndolos en su coronilla sin demasiada atención y gimió por su propio placer. Con una de sus
manos agarró uno de sus propios pechos y volvió a balancearse.
Raphael la miraba desde su propia niebla de placer y la admiraba. Ella estaba entrando
rápidamente en ese país vertiginoso y sensual, casi que dejándolo atrás, y se apresuró a alcanzarla.
Le tomó las nalgas en una de sus manos y la obligó a mirarlo. Heather se movía sobre él cada vez
más rápido, ahora con los ojos enganchados a los de Raphael.
—Te amo –susurró.
Se acercó para besarlo, pero no le fue posible, su boca estaba ocupada gimiendo y tratando de
alcanzar aire. Raphael se movía ahora tan rápido, y la fricción entre sus cuerpo era tan fuerte que a
Heather le extrañaba que no hubiese salido humo y fuego de entre los dos.
Cuando los sorprendió el orgasmo, Heather lo abrazó, atrapándolo en su interior, mordiendo su
hombro y gritando su nombre. Él se dejó ir. Se tensionó desde su cabeza hasta sus pies, sintiendo el
mordisco de Heather en algún momento entre que moría y volvía, y el dolor sólo hizo alargar su
propio orgasmo.
Al final, él cayó sobre el colchón y Heather sobre él.
A los pocos segundos, la sintió respirar pausadamente sobre su pecho. Raphael se echó a reír.
—Vas a acabar conmigo –susurró. Su cabeza colgaba casi fuera de la cama, pero se quedó allí,
disfrutando ese momento, acariciando la piel de su espalda.
La dejaría dormir, pues lo necesitaba, pero lo que deseaba era ponerla de espaldas y volver a
empezar.
Suspiró, y no le importó lo poco masculino que sonó. Cuando pudo recobrar un poco las fuerzas, la
acomodó sobre la almohada y la cubrió con el edredón.
No se había dado cuenta de que también él estaba demasiado cansado hasta que, antes de que
pasara un minuto entero, él también cayó rendido.
-13-

—Los diarios hoy hablan muy diferente de ti –dijo Raphael entrando al dormitorio. Heather aún
estaba en la cama, enredada en las sábanas y desnuda. En una bandeja, Raphael traía lo que parecía
ser el desayuno y el diario. Llevaba puesta una sencilla camiseta y un pantalón pijama de franela que
le caía bajo en las caderas.
Se sentó en la cama con pereza y lo miró enfocando su mirada. Él, ciertamente, era algo hermoso
de mirar por las mañanas.
—Me estás trayendo el desayuno a la cama?
—Es sólo porque tengo la esperanza de volverte a hacer el amor luego –Heather sonrió. Se subió
la sábana cubriendo su pecho mientras Raphael ubicaba la bandeja de desayuno en su regazo.
Tostadas, huevos, tocino, jugo de naranja y café.
—Pretendes que me coma todo eso?
—No –le contestó, y sin mediar palabras, ensartó en el tenedor una tira de tocino y se la comió.
Sonriendo, Heather sorbió un poco de jugo de naranja.
—Y qué dicen ahora los diarios?
—Te describen como la buena samaritana; la mujer que luego de una dura experiencia, una
amenaza a su vida, ha decidido dedicarse a ayudar a los demás—. Heather frunció el ceño. En ella
no había sido así; siempre había tenido esa manía de meterse y ayudar, aun en contra de los mismos
beneficiados.
—Y eso es bueno o malo?
—Es bueno. La filantropía es un rasgo que muchos aplauden.
—No me considero una filántropa.
—Los filántropos nunca se consideran filántropos—. Ella lo miró de reojo masticando su tostada
—. No estás feliz? –siguió él—. Te dejarán en paz.
—Sí, eso me alivia—. Él miró la comida sobre la bandeja y Heather entrecerró sus ojos—. Qué
buscas?
Pero Raphael no dijo nada, sólo alzó repetidamente sus cejas sonriendo. Heather no pudo evitarlo
y sonrió.
—Esperarás por lo menos a que termine de desayunar? –él no dejó de sonreír.

—Que no hubo consecuencias? Que ayudar a los niños es una penitencia autoimpuesta? A quién
intenta engañar? –Exclamó Keith, sin saber si reírse o gritar.
Aquello era simplemente irrisorio; Heather Calahan era la mentirosa más experta que había
conocido jamás. Sus papitos riquimillonarios habían conseguido comprar a la policía y ahora
también a la opinión pública; ahora hacían ver a una drogadicta malhumorada y en extremo
malhablada como a una santa. En la fotografía del diario que sostenía parecía también una santa, con
su ropa cubriendo adecuadamente sus partes, y el cabello recogido a medio lado, maquillaje suave,
sonrisa honesta y mirada humilde.
Humildes mis pelotas, pensó.
Heather no tenía nada de santo, honesto o humilde, y seguro estaba odiando cada día en ese
hospital rodeada de niños enfermos, si es que en verdad lo hacía.
No era justo.
Craig había muerto en el maldito accidente, Justin estaba ahora en silla de ruedas, él no sufrió nada
grave porque tuvo la precaución de ponerse el cinturón, pero esa maldita, la causante de todo, estaba
ahora dando fiestas, paseándose del brazo de su rico prometido, escondiéndose tras el poder de sus
padres.
Quién le estaría proveyendo ahora su dosis?
Ah, alguien como ella se las arreglaría, eso sí. Pero esa burbuja de felicidad y engaños se le iba a
estallar pronto.
Lanzó el diario a un rincón donde ya se estaba acumulando bastante suciedad y se tiró en el viejo
sofá con ambas manos tras su cabeza. Respiró profundo intentando que la ira se aclarara para dejarlo
pensar mejor. Tenía que cobrárselas. Luego del accidente, Phillip Branagan los había persuadido de
recibir una gran cantidad de dinero para desaparecer de la vida de su hija. Justin, el pobre diablo que
no tenía a nadie más, había aceptado la indemnización, y también él, si tenía que ser sincero. Pero
ahora que veía que la dulce y buena de Heather estaba intentando crear una nueva imagen, podía
sacar más. Pero ya no se las entendería con Phillip, el padre, no; ese era un hueso duro de roer.
Entrecerró sus ojos analizando sus posibilidades. ¿Y si ese tal Raphael Branagan estaba dispuesto
a todo para cubrir a su noviecita?
Y si no?
Tal vez era mejor hablar directamente con Heather, si ella estaba colaborando con esa farsa era
porque de verdad estaba tratando de limpiar su reputación.
Sonrió de manera torcida. Entre más desesperada estuviera ella por limpiar su imagen, más
posibilidades tendría él de manipularla… o extorsionarla… o cualquier término aburrido que
explicara lo que él quería de ella.

“Otra vez?” quiso preguntar Jed Smith, el investigador privado, cuando recibió la llamada de
Raphael Branagan para que se volvieran a entrevistar.
—Otra vez yo –había contestado él sin saber la pregunta que se hacía el investigador cuando se
vieron de nuevo en aquél destartalado restaurante. Él sólo sonrió.
—Está su novia comportándose de manera…?
—Esta vez no se trata de mi novia –le dijo Raphael, acomodándose en su silla y apretando sus
labios—. Lamentablemente, de la persona que quiero que investigue ahora, sólo tengo un nombre:
Samantha; y unas cuantas pistas: Tess Warden, la amiga de mi novia.
—Samantha.
—Quiero saber quién es, o quién era. Lo que sea.
—Samantha –repitió el investigador—. Nada de apellidos?
—Si lo tuviera, no lo habría llamado.
—Cierto. Entonces esta mujer, Samantha, tiene algo que ver con Tess Warden.
—Eso parece.
—Puedo saber qué busca exactamente?
—Todo, quién es, qué hace, dónde está, qué edad tiene, su número del seguro social, todo.
—Está bien. Pero esto no será tan sencillo como vigilar a su novia.
—Eso lo entiendo. No me importa el costo. Quiero saber.
—Muy bien. En cuanto tenga algo, le avisaré. Eso es todo? –a modo de respuesta, Raphael se alzó
de hombros.
—Llámeme en cuanto tenga algo, lo que sea. No importa la hora, yo lo atenderé.
—Entiendo entonces que esto tiene prioridad para usted.
—Totalmente.
—De acuerdo –Jed se puso en pie metiendo ambas manos en su sobretodo marrón. Miró por un
momento a Raphael, que observaba el servilletero sobre la mesa. Éste alzó sus ojos hacia él, y Jed
no supo qué decir, sólo sonrió y dio la media vuelta alejándose.
Raphael respiró profundo. Estaba seguro de que esa Samantha algo tenía que ver con Heather, con
esta nueva Heather. No quiso hablarle de sus sospechas al investigador, ya que lo tildaría de loco, y
no sin razón.
Samantha, Heather, Samantha, Heather… esos dos nombres daban vueltas en su cabeza como un
trompo de dos colores.
Esa mañana había dejado a su satisfecha novia en su casa y había llegado con retraso a la oficina;
Lisa Taylor no apareció, lo que le hizo nombrar un nuevo director de fondos. Había pensado en la
propuesta de Heather, de nombrar a Tess, pero prefería estar seguro.
Sonrió. Se iba a casar con una mujer que no estaba seguro de conocer del todo, pero rehusaba
contratar en su empresa a la amiga de ésta. Estaba un poco loco.
Salió del restaurante y se metió en su automóvil preguntándose qué noticias le traería el
investigador, y cómo cambiaría eso las cosas, pues estaba seguro de que las cambiaría.

Los días pasaron bastante tranquilos. Sólo Georgina parecía agitada buscando temas para la boda,
colores y flores adecuadas. Heather la acompañaba sólo a veces, la mayor parte del tiempo estaba en
el hospital, o en la fundación.
Había notado que la gente la miraba luego de lo sucedido en los diarios, y donde más veces se
sentía observada era en el hospital, como si quisieran comprobar que de veras estaba haciendo
aquello que había dicho que hacía.
Visitaba a Samantha, su cuerpo, bastante a menudo. Según los médicos, no había evolución, ni para
bien, ni para mal, y allí seguía.
A veces le daba miedo tocar sus propias manos, como si con ese simple toque fuera a volver a su
cuerpo, dejando la vida que había forjado como Heather, y le daba miedo. Dejar a los que ahora eran
sus padres, el trabajo que estaba llevando a cabo, pero sobre todo a Raphael le aterrorizaba.
Así que vivía el día a día, consciente de que un día podría despertar y no ser ella, estar lejos, muy
lejos, separada de los que amaba. Sola.
Pasaba gran parte de sus noches con Raphael, jugando, hablando, haciendo el amor. Hablaban de
todo, y eso le encantaba. Siempre se había considerado una gran conversadora, y se había dado
cuenta de que Raphael le daba la talla. Además, las noches a su lado cada vez eran más candentes y
atrevidas. Sospechaba que ya no había posición que no hubiesen experimentado.
—Esto es increíble –le dijo una vez—. Nunca había experimentado algo así.
—En serio? —Preguntó él, con la respiración agitada, y un barniz de sudor abrillantando su piel.
Acababan de terminar una sesión de sexo muy loca en el suelo, con carretilla incluida—. Yo en
cambio –siguió él—. Tengo sexo así todo el tiempo—. Ella le mordió el brazo y él gritó quejándose.
Luego se echó a reír.
Apoyó su cabeza en el suelo.
—Crees que luego de casarnos sigamos así? Disfrutando tanto?
—Tengo esa fe –contestó ella, y cerró sus ojos, deseando vivir lo suficiente como para poder
enterarse de ello de primera mano.
—Puedes hacerme una promesa? Una antes de casarnos –pidió él girándose en el suelo, mirándola
fijamente. Ambos estaban desnudos sobre la madera pulida. Él debía tener las rodillas un poco
lastimadas, pero aun así se movía con desenvoltura.
—Una promesa? Dime.
—No nos ocultemos nada –ella lo miró fijamente, frunciendo levemente el ceño—. Por muy loco,
raro, sobrenatural, feo, triste que sea… no nos ocultemos nada.
Heather respiró profundo. Elevó su mano hasta él y acarició su oscuro cabello. Lo primero que le
pedía, y lo primero en lo que tenía que fallarle. Ella no podía contarle la verdad.
—Sólo si me prometes una cosa –él alzó sus cejas interrogante. Cómo podía ella pedirle que el día
que se fuera por favor la olvidara? Que si veía un cambio muy drástico en ella saliera corriendo
inmediatamente? Que cuidara su corazón y su vida? –Que me ames cada día que te sea posible.
Aquella era una petición muy rara, pensó Raphael. No era una petición de amor eterno, todo lo
contrario. Sonrió, pero la sonrisa no iluminó sus ojos. Por qué ella no le pedía que la amara para
siempre?
—Qué –preguntó ella al ver su mirada escéptica.
—Es… muy extraña, tu petición.
—Cualquier cosa puede pasarnos, no? Mira, yo pude haber muerto… en ese accidente.
—Pero no fue así. Prometeré amarte hasta la muerte…
—No! –exclamó ella—. Nunca hagas eso!
—Por qué no? Qué rara eres, mujer.
—Amar hasta la muerte… es autodestructivo!
—Mi decisión.
—Pero yo no quiero! Ámame hoy, ámame ahora… día a día, noche a noche…
—Eso es imposible, mujer. El verdadero amor es inmortal.
—Ay, no! –Él se arrodilló frente a ella, muy desnudo y desvergonzado, y la alzó en sus brazos para
llevarla a la cama.
—Qué haré con mi dama que no quiere que la ame eternamente?
—Eres el tipo más raro del mundo. Cuántos hombres quisieran esta oportunidad?
—Tengo una novia tonta, definitivamente –y diciendo esto, la apoyó en la cama. Heather sonreía
ahora, consciente de que aquella era la conversación más extraña que pudiese tener una pareja. Él se
sentó en el borde de la cama y la miró de pies a cabeza. Ella estaba relajada, tan expuesta y
desinhibida.
—Estás preciosa. Me encanta esa sonrisa que te queda luego de hacer el amor.
—Es la sonrisa boba.
—La sonrisa de boba satisfacción.
—La sonrisa de la boba satisfecha –ambos rieron, y ella le bajó la cabeza para besarlo, tan
suavemente, tan íntimamente, tan cálido. Él estaba muy despeinado, y sus movimientos eran
perezosos, pero su cuerpo estaba despierto. Pasó su mano por sus costillas, acariciando su piel, y él
la miró con las cejas alzadas, interrogante—. Deberíamos dormir.
—Sí, deberíamos –pero su mirada decía todo lo contrario, y Heather no pudo evitar volver a reír.

Temprano en la mañana, una mañana soleada y brillante, Georgina entró a una tienda exclusiva de
ropa, y la dependienta, al verla, la saludó cordial, reconociéndola como una clienta muy importante.
En su mente, las palabras de Heather daban vueltas y vueltas. Cómo hacer para conquistar a Phillip?
No creía que en su caso pudiera usar el término “reconquistar”, ya que entre los dos nunca había
habido romanticismos.
Miró una blusa especialmente hermosa de color rojo. No sabía si en ella se vería bien. Le habían
enseñado que a las rubias como ella ciertos colores la hacían parecer escandalosa.
Elevó su mano para examinar la textura de la tela cuando entraron dos mujeres a la misma tienda,
riendo y hablando. Una de ellas llevaba varias bolsas con compras.
—Ah… Señora Calahan! –exclamó la de las bolsas. La miró a los ojos intentando reconocerla. Le
sonaba de algo, pero no lograba ubicarla—. Trabajo para su esposo, la he visto un par de veces en la
empresa.
—Ah, disculpa… es que no voy mucho.
—Sí, lo sé. Yo soy Emily Porter, secretaria del área de contabilidad, y ella es mi amiga Amanda.
Está de compras! –exclamó la mujer, señalando lo obvio.
—Bueno, no me decidía aún…
—Esa blusa roja es preciosa –dijo Emily acercándose a la blusa y descolgándola de su soporte.
Miró a su amiga Amanda como pidiendo una opinión, y Georgina tuvo que admitir que a su piel más
bronceada y cabello oscuro le iba mejor el color que a ella.
Miró en derredor sintiéndose un poco perdida. Era lo feo de ir de compras sola, pero nunca había
hecho esto con nadie, y era notorio que Heather prefería estar trabajando que de tiendas. Sonrió de
manera más bien vacía a la dependienta, y notando que Emily y su amiga estaban ensimismadas en
sus cosas, salió del local.
Frunció el ceño un poco molesta. Pero molesta por qué? La chica no había hecho nada grosero, no?
De todos modos, ella no iba a comprar la blusa roja… que era cara y preciosa.
De pronto una alarma saltó dentro. ¿Cómo una secretaria del departamento de contabilidad podía
comprar cosas así de caras? No era su salario mensual equivalente al valor de aquella blusa? O al
menos un gran porcentaje de este, y no creía que alguien que ganara esa cantidad invirtiera la mitad
de su paga en una sola prenda.
Sabía de salarios de personas promedio gracias a Heather, que no paraba de mencionar que los
ingresos de los ricos como ellos eran insultantes frente al de las personas comunes. Era más que
seguro que una secretaria no podía costear por sí misma una blusa como aquella, y mucho menos todo
lo que llevaba en aquellas bolsas, si tal y como lo anunciaban eran de Gucci, Dior, y Dolce &
Gabanna.
Se detuvo en su caminata, y miró hacia la tienda. Regresó sobre sus pasos y volvió a entrar. La
dependienta volvió a sonreírle, y Georgina caminó con decisión hacia la blusa roja para mirar esta
vez el precio. Valía casi los mil dólares. Cuánto ganaban las secretarias hoy en día?
—No era esa la mujer de Phillip? –escuchó decir desde los vestidores, que estaban muy cerca de
la blusa roja. Silenciosamente, Georgina se acercó más, con la blusa en la mano pretendiendo estarla
analizando.
Phillip? Esa mujer se estaba refiriendo a su marido, al que todos llamaban muy respetuosamente
“Señor Calahan?”.
—Esa misma –contestó la voz de Emily, desde otro vestidor. Al parecer, ambas se estaban
midiendo prendas.
—Es guapa, eh?
—No seas boba. Esas señoras de alta sociedad son todas insípidas. Por eso sus maridos buscan
amantes tan fácilmente.
—Le vas a decir que viste a su mujer en una tienda de ropa?
—Para qué, qué ganaría con eso?
—No sé… Siempre es bueno que el hombre establezca comparaciones. Él debería separarse de
ella, no crees?
—Nunca lo hará, esa gente no se divorcia. Están las conveniencias sociales y todo eso. Por eso es
que disfruto lo que me pueda dar por debajo de la mesa. Que es todo este montón de ropa de
diseñador –y se echó a reír.
La dependienta se acercó a Georgina como para preguntarle qué necesitaba, pero ella elevó su
mano silenciándola inmediatamente. Sin embargo, las dos mujeres empezaron a hablar de ropa, y no
pudo escuchar nada más que le fuera importante.
Salió de la tienda nuevamente, esta vez a paso lento.
Algo que había sacado en claro era que sus sospechas habían resultado ciertas, Phillip tenía una
amante. Ah, no era una modelo, ni la esposa de otro, era una de sus secretarias, una muy consciente
de que no pasaría de ser la amante, y estaba muy cómoda en su posición.
—Señora… —dijo la dependienta, interrumpiendo sus pensamientos. Estaban fuera de la tienda,
por qué la molestaba?
—Qué quiere! –preguntó, molesta.
—Perdone, es que… va a llevar la blusa? Antes debe ser cancelada—. Una manera muy sutil de
decirle que había sacado sin permiso la blusa roja de la tienda sin pagarla. Ni loca volvería a entrar
a esa tienda, no mientras Emily Porter estuviera allí pavoneándose de la cantidad de dinero que le
estaba sacando a Phillip. El muy idiota. Le entregó la blusa a la mujer, quien la miró con un poco de
conmiseración que Georgina de inmediato odió. Empezó a caminar a paso enérgico hacia el sitio
donde John había parqueado el auto en el que andaba.
Phillip tenía una amante. Pero claro! Como la tal Emily misma había dicho, era muy normal hoy en
día! Con lo que no estaba de acuerdo era con aquello de que ella era una insípida. No lo era! Su
misma hija se lo decía, era guapa, inteligente y buena persona. Raphael casi admitió que tendría una
aventura con alguien como ella!
De pronto se detuvo.
Una aventura.
Recordaba que alguien se le había insinuado… no, se lo había propuesto muy descaradamente aun
delante del mismo Phillip.
Tomó su teléfono y marcó al número de Adam Ellington, que tenía desde hacía algún tiempo.
Esperaba que fuera el mismo.
—Ellington –contestó él por todo saludo.
—Adam? Soy… soy yo, Georgina Calahan… estás ahí? –preguntó ella cuando al otro lado sólo
hubo silencio.
—Eh… vaya, Georgina. Qué sorpresa escucharte. Necesitas algo? Estás bien? Te escuchas algo…
—No, no estoy bien. Podemos vernos ahora?
—En este momento?
—Sí, por favor. Necesito hablarte, necesito… Dios…
—Dime dónde estás –pidió Adam, y Georgina tomó aire; sentía que en cualquier momento iba a
estallar en llanto, y no, debía ser fuerte.
Le explicó el lugar donde quería verlo, y se subió al auto conducido por John.
En unos minutos se hallaba en un parque. Le pidió a John que la dejara sola por un momento, y
éste, obediente, se alejó. Georgina rebuscó en su bolso y sacó un pequeño espejo revisando su
maquillaje, que afortunadamente seguía en su lugar. Sin embargo, se retocó un poco.
Unos diez minutos después de estar esperando, apareció Adam Ellington atisbando por entre los
parterres de flores y árboles. Georgina se permitió analizarlo entonces. Adam era el candidato
perfecto para humillar a Phillip, era alto, muy acuerpado, sospechaba que esos anchos hombros no
eran producto de los rellenos de su traje, y definitivamente era muy guapo, con su cabello negro, piel
blanca y ojos azules francos y risueños. Sí, era perfecto para humillar a Phillip, que no era ni la
mitad de guapo que este de aquí. Cuando él la vio, sonrió y caminó enérgicamente a ella, le besó
cada mejilla saludándola.
—Estás bien? Me dejaste preocupado.
—Sí, estoy bien. Adam, quiero que seas mi amante—. Él abrió redondos sus ojos azules, y
pestañeó un poco por la sorpresa. Se echó a reír y le tomó el codo gentilmente invitándola a dar un
paseo.
—Disculpa, no estoy acostumbrado a ese tipo de… propuestas.
—Necesito un amante. Quiero tener una aventura contigo.
—Georgina…
—No me vengas con negativas, Adam! El otro día casi te arrojaste encima de mí, aun delante de
Phillip!
Adam respiró profundo y metió ambas manos en sus bolsillos mirando de reojo a Georgina
mientras caminaban.
—Él te hizo daño? –Después de un leve titubeo, Georgina contestó:
—Tiene una amante.
—Te acabas de enterar? –Ella se detuvo.
—Tú ya lo sabías?
—Georgina, no…
—Lo sabías! Y todo el mundo también, seguramente! Soy el hazmerreír de San Francisco!
—No seas tan trágica, no es para tanto.
—No es para tanto? Yo le he sido fiel toda mi vida, le di valor a lo que teníamos, crié a nuestra
hija, fui la esposa perfecta, por qué él sí puede tener una aventura y aun así parecer el hombre
perfecto? Y por qué diablos me estás rechazando?
—No te estoy rechazando –ella lo miró fijamente, esperanzada—. Pero tampoco te estoy aceptando
–Georgina resopló de una manera poco femenina—. Tienes que pensarlo, Georgina –insistió Adam
—. Sabes lo que implica tener una aventura, siquiera? Mentir –se contestó él mirándola un poco
duramente—, fingir, esconderse, y tener demasiada buena memoria para no caer en pequeñas trampas
que te encontrarás en el camino. Romper la confianza de todos, de tu hija, de tu esposo…
—Adam…
—Y al final qué te va a quedar? Si tan indignada estás, divórciate. Si lo que quieres es una
venganza, está bien, sigue adelante con esto y búscate un amante tú también, pero si Phillip no te ama
la venganza carecerá de sentido.
—Él… él no me ama. Eso es más que seguro.
—Entonces divórciate.
—No puedo! Maldita sea, no me casé para divorciarme—. Adam respiró profundo, dándole un
poco de tiempo para que ella asimilara mejor las cosas. Miró en derredor el parque; había pocas
personas por ser una mañana de entre semana cualquiera.
—Cómo te enteraste, Georgina? Los viste, acaso?
—Emily Porter. Acabo de encontrarme con ella en una tienda. Le estaba contando a su amiga el
dinero que le saca a Phillip por ser su amante.
—Hoy?
—Sí, tal vez por ser la amante del jefe puede salir y entrar de las oficinas a su antojo. Dijo que yo
soy una insípida! Dios! Por qué me duele tanto? –dijo como para sí—. Debí haberlo imaginado,
esperado; hace tanto que Phillip no me toca. Oh, Dios! –al verla así, Adam la acercó y la abrazó.
Georgina temblaba, no sólo de lágrimas, sino de indignación.
—Es una lástima que sea tan idiota. Porque tú eres muy bella.
—Pero no quieres tener una aventura conmigo. Eres un farsante, Adam Ellington –Adam sonrió
elevando levemente una de las comisuras de sus labios.
—Tal vez si me hubieses prestado atención en ese momento, en la fiesta, lo habría hecho.
—Qué cambió? –Adam se alzó de hombros.
—Recordé muchas cosas—. Georgina lo miró confundida a la vez que curiosa.
—Tú eres muy extraño.
—Siento no haberte podido ayudar. Pero tal vez sí te estoy ayudando… si se te ocurre otra manera
de vengarte y yo puedo ayudarte, sólo dímelo.
—Sí, se me está ocurriendo una manera.
—Sólo dilo.
—Ya que no quieres involucrarte de veras conmigo… podrías fingir que sí?
—Fingir… que sí?
—Lo que quiero es que Phillip… lo sepa. Podrías… no sé, ayudarme a fingir un comportamiento
extraño, tal como si de verdad estuviera teniendo una aventura—. La risa de Adam fue serena y llena
de humor.
—Georgina… eres un caso.
—Me ayudarás? –Él la miró de reojo aún sonriendo.
—Está bien. Te ayudaré.
-14-

—Y bien? –le preguntó Raphael a Jed Smith—. Algo importante?


Jed sólo se encogió de hombros y se sentó frente a Raphael en la misma mesa de siempre. Esta vez
no arrojó sobre la mesa ningún sobre amarillo lleno de fotografías, sólo se sentó tranquilamente y
dejó salir un poco el aire.
—Le contaré, además de lo que encontré, cómo lo encontré.
—Necesito saberlo?
—Sólo escúcheme, no tomará mucho tiempo.
—Está bien –contestó Raphael, un poco impaciente. Jed tomó aire y empezó.
—Como lo único en concreto que tenía era a Tess Warden, estuve vigilando muy de cerca sus
movimientos… pero en su comportamiento no hallé nada fuera de lo normal para una mujer sola,
madre de tres hijos, excepto las salidas a verse con su novia, o las visitas de ésta. Así que en su
ausencia pregunté en el edificio a una mujer que salía si de casualidad conocía a alguien llamado
Samantha –Jed miró a Raphael en una pausa que pretendía ser dramática.
—Y… —apuró Raphael.
—Y Samantha, Samantha Jones vivía en ese edificio.
—Ajá. Ya tenemos un apellido… Espera, dijiste “vivía”?
—Vivía.
—Se fue a otro lugar? Viajó? Está aquí en el país aún?
—Déjeme continuar. Según lo que la mujer que me dijo, pude constatar que Samantha Jones es una
anciana de ochenta años que sufrió un paro cardíaco hace poco más de tres meses y desde entonces
está interna en el hospital de San Francisco.
—Qué? Una anciana?
—Inicié una conversación con otro anciano vendedor de libros en la misma calle, (ya sabe, los
ancianos saben todo y conocen a todos) acerca de Samantha, algo como: “Tess la quiere mucho”, y
esas cosas, y el hombre, Higgs, no malició nada en mí, porque inmediatamente empezó a hablar
maravillas de esta mujer—. Raphael lo miró un poco confundido—. Según palabras de Higgs,
Samantha es la mejor persona que él haya conocido jamás; la admiraba muchísimo porque hasta el
último día de vida con buena salud, trabajó en el pabellón de los niños con cáncer en el hospital en
el que ahora está interna—. Un sudor frío empezó a recorrer la espalda de Raphael. Jed siguió—: En
las tardes daba clases de inglés a inmigrantes, como voluntaria; y vivía de su pensión como maestra.
—Ella… está viva?
—Al parecer, sí.
—Al parecer? No investi…
—Claro que sí. Incluso fui a verla. Efectivamente, Samantha Jones está en estado vegetativo desde
hace unos tres meses. Como le dije antes, sufrió un paro cardíaco. Tess Warden, su vecina y amiga,
llamó esa noche a su puerta para devolverle algo que se le había quedado en su casa, al parecer
había estado de visita momentos antes, le pareció extraño que no le abriera la puerta, ya que acababa
de entrar, y la encontró en su habitación, inconsciente. Todo el edificio reaccionó y la llevaron al
hospital donde presentaba su voluntariado. Las enfermeras también hablan maravillas de ella.
—Tú… la viste?
—Sí, la vi. No le hice fotografías… me pareció…
—Cualquiera puede ir a verla?
—Como Samantha no tuvo hijos, y tampoco tiene familia, las enfermeras no ponen problemas para
que extraños vayan a verla. Sólo hay que decir que eres un vecino del mismo edificio, y te dejan
pasar—. Raphael se pasó una mano por la cara—. Puedo hacerle una pregunta? –dijo Jed mirándolo
fijamente.
—Claro, adelante.
—Por qué es importante Samantha Jones para usted?—. Raphael simplemente sacudió su cabeza;
no podía contarle a este extraño que tenía la loca idea de que su novia no era quien parecía ser, y con
las nuevas que acababa de recibir, todo era aún más raro—. Esta carpeta contiene los datos más
importantes acerca de Samantha Jones –siguió Jed al ver que no obtenía respuesta y poniéndola sobre
la mesa. Raphael la acercó y la abrió—. Son, tal como lo pidió, todos sus datos, documentos e
identificación. Incluso agregué los datos del hospital.
Raphael miró la fecha en la que Samantha fue ingresada; la misma noche del accidente de Heather.
—Y… —continuó Jed, apoyando ambos antebrazos en el borde de la mesa y mirando a Raphael
como si estuviese deseando que le preguntara qué seguía— me tomé la molestia de averiguar quién
paga los gastos de hospitalización de la mujer. Ella está en una bonita habitación privada, y no creo
que Tess Warden, o el seguro de la misma Samantha pueda cubrir eso.
—Y quién paga? –preguntó Raphael, con un nudo en la garganta. En el fondo, sabía la respuesta.
—Su novia. Heather Calahan.
Cerró sus ojos deseando salir de allí e ir de inmediato al hospital y verlo todo con sus mismos
ojos.
Sentía que esto era algo que no podría preguntarle a su novia directamente. Por qué Heather
pagaría la hospitalización de una extraña? A menos que Tess se lo pidiera. Pero no lo creía, Tess no
pedía ni para sí, ni para sus hijos, según había comprobado por sí mismo; mucho menos para otro.
—Algo más? –le preguntó Raphael al investigador privado, que seguía inquieto por las reacciones
de Raphael.
—Investigué un poco más a fondo, y encontré que según la antigua forma de vida de Heather
Calahan y la de Samantha Jones, no hay la más remota posibilidad de que estas dos mujeres se
conocieran. Así que la razón por la cual su novia paga la hospitalización de la anciana me es un
misterio aún. Si usted me lo pide, seguiré investigando.
—No es necesario. De aquí en adelante, corre por mi cuenta.
—Claro.
Raphael sacó su chequera y escribió en número y letras la cantidad acordada. Le pasó el cheque y
se puso en pie un poco presuroso.
—Le agradezco… todo. Sus servicios. Ha sido muy eficiente.
—Es mi trabajo, señor Branagan—. Raphael asintió un poco distraídamente, se dio la vuelta y
salió.
Ya en el auto, abrió de nuevo la carpeta que le acababa de dar Jed y miró una fotografía de
Samantha Jones, era una de documento, la misma que aparecía en un carné de salud. La sonrisa y el
brillo en sus ojos le eran demasiado conocidos. Cerró la carpeta dejándola en el asiento del copiloto
y puso el auto en marcha.

Phillip llegó a la mansión y encontró a una extraña sentada en los muebles de una de las salas. Esta
mujer estaba sentada con una pierna cruzada sobre la otra y leía una revista muy ensimismada.
Llevaba jeans oscuros, zapatos de taco alto, una blusa rojo vino dejaba ver un poco el canalillo de
sus senos, llevaba el cabello rubio oscuro suelto en suaves ondas y flequillo. Alzó la mirada y a
Phillip le faltó el aire; era su esposa.
—Georgina?
—Ah, llegaste –dijo ella, volviendo a mirar la revista.
—Estás… estás… —Georgina volvió a mirarlo, esta vez interrogante.
—Te cambiaste el… cabello.
—Ah, gracias por notarlo. Sí; esta tarde me hice un cambio de look.
—Y la ropa, estás más…
—Una pequeña inversión –contestó ella, quitándole importancia. De repente dejó la revista a un
lado y dio unos pasos hasta el bar. Phillip advirtió un delicioso trasero bajo la tela del jean.
—Te apetece un trago?
—Bue… bueno.
Georgina le sirvió con mucha parsimonia, y Phillip miró las ondas de su cabello, y el brillo que
despedían bajo la luz de las lámparas. Ella le pasó la copa de vino.
—No vas a tomar tú? –preguntó él al notar que ella no se servía.
—No, de hecho, estoy cansada, me voy a la habitación. Si quieres cenar, avísale a Susana. Ella te
servirá.
Phillip frunció el ceño sintiéndose un poco frustrado. Por lo general, ella misma le servía la cena,
y así ya ella hubiese comido, se sentaba a su lado para hacerle compañía. La mayoría de las veces se
quedaban en silencio, pero ella estaba allí. La siguió con la copa en la mano hasta las escaleras, y
una vez allí, no se perdió el suave balanceo de sus caderas al subir. Se tomó todo el vino de un trago.
Georgina estaba eufórica. No esperó tener tanto éxito en su primer ataque. Se miró al espejo del
baño y sonrió victoriosa. “Ataque” era la palabra perfecta, pues la guerra acababa de iniciar; si
Phillip Calahan creía que podía tener una amante sin sufrir las consecuencias estaba muy equivocado.
Sonrió al recordar los consejitos que le dio Adam. Había sido una conversación muy extraña, pues
él se comportaba más como un viejo amigo que como alguien que acababa de recibir una propuesta
para que fuera su amante.
El cambio de look había sido idea de Adam, y el cambio en su comportamiento se le había
ocurrido a ella solita. Simplemente ya no le nacía atenderlo como antes, estar pendiente de él.
Aunque ahora que lo pensaba, se estaba perdiendo de la cena a su lado.
Qué cena ni qué nada, se reprendió a sí misma. Esos largos silencios? Verlo masticar y tragar es
tan erótico? Ni siquiera te comparte cómo fue su día. Eres tan masoquista?
Respiró profundo aceptando la voz de su conciencia. Tenía que darse su lugar.

Phillip entró a la habitación, y Georgina lo sorprendió de nuevo. Esta vez, por su pijama. Era
diminuta, de encaje negro, ceñido a su… aún esbelto cuerpo.
Cuántos años tenía su esposa?
Cuarenta y tres.
Había parido una hija hacía veintitrés. Se había casado con él a los diecinueve. Era virgen la
noche de bodas.
Ah, suspiró Phillip. Se le estaban viniendo muchos recuerdos justo ahora.
Miró a Georgina con la intención de sonreírle y decirle que recordaba cuando, la primera noche,
ella había salido del cuarto de baño llevando una bata de seda blanca tan larga que le cubría los pies,
que estaba tan tímida que temblaba en sus brazos. El cabello era rubio oscuro como el de ahora,
recordó. Había olvidado que Georgina había empezado a aclarárselo poco después del nacimiento
de Heather.
Sin embargo, esta Georgina de ahora, simplemente lo ignoró y se metió bajo las sábanas dándole la
espalda, como solía hacer, y él se quedó allí como un idiota, en medio de la habitación, en silencio, y
completamente vestido aún.
—Estás enojada conmigo? –preguntó, y de inmediato se arrepintió. Aquello era una conversación
demasiado… de pareja.
—Tengo que estarlo?
—No, pero… estás muy cambiada, no sólo por fuera, quiero decir…
—No estoy enojada. Ya duérmete. Mañana madrugas.
Phillip asintió como un niño que ha sido regañado. Caminó hacia su cuarto de baño y recordó que
aquella era la rutina de cada noche.
Cuando se puso su propia pijama, y se metió en su lado de la cama, recordó cuando le presentaron
a Georgina. Había sido en una cena que sus padres habían organizado para tal fin. La fecha de la
boda se fijó para ocho meses después. Ambos eran demasiado jóvenes e inexpertos, y se adhirieron
al compromiso porque no tenían otra opción. Luego se habían casado, nació Heather… y desde
entonces no tenían intimidad. Ni siquiera se habían planteado la idea de tener otro hijo.
Miró a su mujer al otro lado de la cama, muy quieta y lejana.
Estaba ella desde entonces intocada? Nadie, aparte de él, había estado en una cama con ella?
Él, ciertamente, no.
Hizo una mueca. Era imposible que una persona aguantara tanto sin sexo. Georgina debía tener un
amante.
Pero algo dentro se opuso, e insistió. No lo creía.

Raphael entró al Hospital General de San Francisco luego del almuerzo. Sabía que Heather estaba
en el ala de pediatría, así que se anduvo con cuidado. No quería tener que mentirle acerca de su
visita a ese lugar.
No se presentó ante las recepcionistas. Gracias a la información que el investigador le había dado,
sabía cuál era el número de la habitación de la mujer.
Cuando estuvo frente a la puerta, tomó el pomo y lo giró con cuidado. Casi esperaba que le
cambiara drásticamente la vida cuando la traspasara.
Pero tenía que saber.
Anoche, por primera vez desde que empezaran a hacer el amor, había puesto una excusa para no
verla: el trabajo. Y en cierta forma era cierto, pero no pudo concentrarse en nada. Todo daba vueltas
en su cabeza.
Necesitaba saber.
Entró a la habitación, muy aséptica y luminosa, con una única cama, y en ella, una mujer. Se acercó
poco a poco. Llevaba una manilla plástica con su nombre: Samantha Jones.
Se estuvo allí unos minutos, observándola. Por las arrugas de su rostro, ella parecía ser de las que
reía mucho, tenía el cabello totalmente blanco, hasta la punta, lo que indicaba que tampoco intentó
ocultar sus canas con tintes. Su pecho subía y bajaba levemente, viva, pero no viva a la vez.
Tragó saliva y recordó los detalles que de ella sabía. Tenía ochenta años, no había tenido hijos.
No tenía familia. Era pobre y vivía en el mismo edificio que Tess Warden.
Tenía que ir a ese lugar, tenía que verlo con sus propios ojos. Pero ahora se quedó aquí, cerca de
ella, e incluso tomó su mano y la miró. Unas manos manchadas y arrugadas, unas manos que
indicaban que había trabajado duro en la vida.
Quiso hablarle, pero las palabras se le atragantaron. Qué le podía decir? Era obvio que ella no
estaba aquí, que no lo escuchaba. Dónde estaba, entonces? Oh, la respuesta venía a él como una ola
furiosa y destructiva, pero era demasiado surrealista como para creerla sin antes tener una prueba.
Una enfermera entró y lo encontró de pie al lado de su cama.
—Ah, también es un conocido de Sam? –le preguntó sonriente.
—Eh… sí, sí.
—Esta semana ha sido afortunada, muchos han venido a verla.
—De verdad?
—Sí –contestó la enfermera, revisando los aparatos conectados a Samantha—. Heather, la hermosa
pelirroja, siempre viene, es la más constante; Tess, amiga de Sam, que ya conocemos; un hombre que
dijo que era su vecino, y ahora usted. Es bueno que vengan a verla; si le hablan, le leen, y esas cosas,
puede que despierte.
—Hay posibilidades de que despierte?
—Muy pocas, realmente, pero nada se pierde, verdad?
—Qué pasará si despierta? –la enfermera lo miró un poco confundida, y cayó en cuenta de que la
respuesta que esperaba no se la podía dar ella—. Quiero decir… su salud…
—Eso no lo sabemos, pero esperemos que sea para bien. Que ella al menos pueda despedirse
como se debe de los seres que ama.
Raphael pestañeó un poco impresionado, y sin agregar palabras salió de la habitación.
Qué le estaba pasando?
Se estaba volviendo loco, eso estaba pasando.
Era demasiada casualidad que la misma noche que Samantha Jones sufrió un paro cardíaco,
Heather Calahan sufriera un accidente mortal.
Heather había muerto en ese accidente, ahora estaba seguro. Los médicos lo habían dicho, la
habían perdido por un momento, pero había regresado. Pero, quién había regresado realmente?
Heather lo sabía, ella debía saber toda la verdad. Era de esto que hablaba con Tess ese día en su
apartamento?
Qué se te va a salir? “No soy Heather, No soy Heather”, había oído decir a Tess entre risas.
Heather tenía miedo de confesar una gran verdad entre sueños. Ya una vez la había oído hablar
dormida, y según ella, era la frase de una canción que escuchó en la calle y se le pegó.
Llegó hasta la zona de parking del hospital y se internó en su auto. Lo puso en marcha y se alejó de
la zona lo más pronto que pudo. Tenía que poner en orden sus ideas antes de volver a verla, no sabía
cómo reaccionaría, y estaba seguro de que en sus manos estaba el futuro de su relación con ella.
De él dependía si seguir con el compromiso o no.

—¿En serio amas tanto tus libros que prefieres cargar con ellos que volverlos a comprar? –le
preguntó Tess a Heather, viéndola poner en un pequeño maletín, muy caro, por cierto, un libro tras
otro. Heather sonrió.
—No sólo porque los ame, y sí, los amo; es más bien porque tengo ediciones tan viejas y tan
bonitas que ya no han vuelto a salir. Muchas de estas obras dejaron de circular hace tiempo, así que
sí, me llevaré mis libros a casa.
—No decías antes que no querías invadir el espacio de Heather y no sé qué más?
—Y aún temo invadir demasiado su espacio, ya sabes, por si vuelve… pero han pasado tres
meses, y yo sigo aquí, en su cuerpo… A veces, como hoy, tengo la fe de que Heather no va a
volver… y entonces yo me siento como una terrible egoísta ladrona de vidas y cuerpos y
juventudes…
—Pero no es tu culpa! Es la hora y aún no has conocido a la persona que les hizo esto a Heather y
a ti. Tal vez sea para siempre, no has pensado?
—Creo que siempre viviré con el miedo de… que todo esto acabe de un momento a otro –Heather
miró la estantería prácticamente vacía y se encaminó a su habitación.
—Mis discos. Sólo me llevé unos cuantos, los de Edith Piaf. Pero sabes cuánto valen estas
bellezas?
—Sam, tienes que decírselo a Raphael –Insistió Tess, y Heather respiró profundo.
—Usas mi nombre cuando vas a hablarme de cosas serias, no te has dado cuenta?
—No piensas decírselo? –Heather miró los acetatos en sus manos, tan cuidados que parecían
nuevos.
—No me va a creer.
—Y si sí?
—Yo… de veras no creo que me crea. Va a pensar que estoy loca, que intento eludirme… Heather
de verdad le hizo daño, y hasta ahora es que ha empezado a confiar de veras en mí. No quiero dañar
eso.
—Pero y cuando se casen…
—Cuando nos casemos –contestó Heather, mirando a su amiga a los ojos y con expresión algo
dolida—, estaré muy ocupada viviendo cada día a la vez, como Heather, o como Sam. No me
importará quién sea si estoy a su lado. Y si el cielo me da un año, o el resto de la vida, Tess, igual he
de disfrutarlo sin pensar en lo que quedó atrás. No quiero pensar en la posibilidad de perderlo, me
aterra!
—Ya, ya… —la interrumpió Tess, posando una mano sobre su hombro—. No quería que te
pusieras así. No insistiré más con lo de decirle a Raphael.
—Te haré una promesa.
—Está bien.
—Si vivo lo suficiente como para tener un hijo… se lo contaré.
—Es decir… le dirás a Raphael todo…
—Todo.
—Que antes solías ser una anciana de ochenta años, que estuvo enamorada de su abuelo…
—Realmente tengo que contarle eso?
—Y que el día de tu “muerte”, no te fuiste ni al cielo ni al infierno sino que apareciste en un
hospital y en el cuerpo de una niña de alta sociedad de veintitrés años.
Heather respiró profundo como si acabara de correr una maratón.
—Se lo contaré todo. Y si no me cree… siempre puedo achacárselo a la depresión posparto, y
todo eso—. Tess se echó a reír.
—Bien pensado. Bueno, eso es algo. Yo es que con las mentiras no me las entiendo, ya sabes.
—Sí, lo sé. Gracias por cuidar de mí, Tess –sonrió Heather bajando de otro estante los discos de
acetato.
—Algo más? –preguntó Tess mirando en derredor.
—Mmm… debería llevarme mi ropa.
—Para qué, para asustar a Raphael en Halloween? –Heather se echó a reír de nuevo—. No vas a
mirar en el baño?
—Allí no hay nada. Espero que hayas sacado mi champú y mi jabón.
—Sí, gracias.

Raphael salió del baño de la habitación de Samantha Jones en cuanto las dos mujeres abandonaron
el apartamento con algo de torpeza. Caminó a paso lento hasta la sala y pegó la oreja a la puerta
asegurándose de que ya se habían alejado, y cuando ya no se escuchó más que el silencio en el
pasillo, se recostó a la puerta, sin fuerzas por el descubrimiento que acababa de hacer.
Samantha, Heather; Samantha, Heather…
Que esos dos nombres dieran vueltas en su cabeza como un trompo de dos colores no era una
coincidencia. Eran las dos caras de la misma mujer, que se habían vuelto una de tanto girar.
Las manos le temblaban, el mismo sudor frío que lo asaltó mientras hablaba con Jed Smith lo bañó
ahora. Se fue resbalando poco a poco en la puerta hasta caer sentado en el suelo y resumió en su
mente las conclusiones a las que acababa de llegar:
Heather realmente había muerto en ese accidente, la misma noche que Samantha sufrió un paro
cardíaco. Los médicos lo habían dicho, habían perdido a Heather por un instante en la mesa de
operaciones, e instantes después había regresado, sólo que no había sido Heather quien regresara.
No, aquello era una locura muy de cuento mágico.
Pero una locura que lo explicaba todo; ahora todo tenía sentido: su pérdida de la memoria, su
cambio de actitud, la ropa que vestía, sus nuevas costumbres, su manera de llevar el cabello, su afán
por criticar a los ricos y ayudar a los pobres, sobre todo a los niños enfermos y pobres.
Las expresiones que usaba, tales como “diablillo”, o “buen mozo”. Las regañinas que a veces le
daba y…
Oh, dioses, se estaba acostando con una anciana de ochenta años!
Quiso reírse, pero no pudo.
Ella no le iba a decir la verdad, no quería, tenía miedo de que no le creyera. Y no sin razón, lo
había descubierto por sí mismo y no podía creerlo del todo.
A qué estaba jugando el destino? Había alguien lo suficientemente aburrido allá arriba como para
jugar a esto?
Luego, una parte de la conversación se filtró en su mente. Samantha había estado enamorada de su
abuelo. Recordó que cuando lo vio por primera vez, al menos por primera vez luego del accidente, lo
llamó Ralph y se había desmayado.
Cada pieza empezaba a ocupar su lugar en el rompecabezas que eran estas dos mujeres, dos
mujeres que realmente eran una.
Estaba comprometido con Heather Calahan, pero se había enamorado de Samantha Jones. Era de la
mujer sabia, dulce, atenta, asombrada de todas las cosas, con la capacidad de perdonar de un niño de
quien se había enamorado.
Con razón Tess.
Con razón su actitud la primera vez que hicieron el amor.
Con razón su charla acerca de lo saludables que eran las verduras, sus frases de profesora estricta,
su sorpresa cada vez que veía algo caro y de lujo, su sonrisa cuando la llevaba a un sitio nuevo y
raro, su afán de ayudar a Childhood & Hope, sus peleas con Phillip, su amor por Georgina, sus
preguntas acerca de Cinthya y Ralph, su desinterés por el dinero, su…
Con razón todo!
Se puso en pie poco a poco y miró en derredor la pequeña sala que antes había sido de su novia.
Cuando llegó allí, no supo exactamente qué buscaba. Había forzado la puerta, sin dejar huellas; un
truco que había aprendido hacía tiempo, y esta puerta en especial no tenía una cerradura muy
complicada, así que había sido muy fácil y silencioso. Ya dentro, había mirado los libros y el
tocadiscos anticuado, sonriendo, pues le había recordado mucho a la habitación de su abuelo.
Todo parecía limpio y en su lugar, y él había permanecido allí, en el medio, sin atreverse a tocar
nada, pero con el deseo de hurgar para encontrar la verdad. Luego había sentido la llave en la puerta
y había corrido a esconderse en el baño. Desde ahí había escuchado todo, y había comprendido.
Sonrió. La habitación tenía el sello de Heather, tan cómoda y femenina, a pesar del reducido
espacio.
Se detuvo cuando se dio cuenta de que en realidad no era Heather, era Sam. Heather era una
caprichosa y malcriada niña que había hecho de todo con tal de destruir su vida y lo había
conseguido.
Pero y él? Dónde quedaba él? Qué papel jugaba él en medio de toda aquella locura? Era una
simple marioneta movida por los hilos del destino?
Qué había de sus sentimientos?
Sin saber qué pensar, salió de la habitación cerrando la puerta con mucho cuidado. Ya fuera del
edificio, se aseguró de que ni Tess ni Heather estuvieran por allí, y caminó un par de cuadras más,
donde había dejado su coche, para volver a casa, o a la oficina, o a donde se le antojara ir.
Tenía mucho en qué pensar.
-15-

Richard vio a su hijo caminar hasta las tumbonas dispuestas alrededor de la piscina. Caminaba
como un zombi, con las llaves del auto en la mano, sin mirar nada. Desde la ventana, vio que se
sentaba y le daba vueltas a sus llaves en las manos con mirada perdida.
Sonrió y caminó hasta él. Se sentó en la tumbona de al lado y le puso la mano sobre una de sus
rodillas para atraer su atención.
—Me llamó Phillip. Me dijo que en tres meses te casarás con su hija. Es eso cierto? —Él no
contestó, sólo se pasó la mano por la nuca, masajeándose—. Te lo estás pensando? Te arrepentiste?
—No, yo… tengo un poco de pánico, supongo…
—Ese pánico debe darte justo antes de la boda, no a tres meses.
—Tú… Tú sentiste miedo?
—No. Me casé confiado en que sería mi felicidad, algo para toda la vida.
—Pero no resultó así.
—No tiene por qué ser igual para ti.
—Siempre me lo dices.
—Porque es lo que pienso, y temo que por miedo a tener una vida tan horrorosa sentimentalmente
como lo fue la mía, tú dejes de vivir la tuya—. Raphael respiró profundo y miró a su padre.
—Qué opinas de Heather?
—Ya sabes lo que opino de ella.
—Fuera de su físico.
—Oh. Bueno… cuando la vi la primera vez, allá en casa de Phillip, pensé que sería como esas
niñas ricas caprichosas e indomables, pero pensé que tú tenías el espíritu suficiente para hacerlo.
Ella era hermosa y valía la pena esforzarse… pero luego la conocí de verdad y me llevé una gran
sorpresa.
—Qué sorpresa?
—Fue ella la que terminó domándote a ti. Es tan… especial… —Richard sonrió— A veces me
recuerda a una madre, hablando con tanta propiedad de la vida, y de todo en general, y luego tiene la
mirada de una niña deslumbrada por las cosas más sencillas… Sin embargo, son esas ambivalencias
las que la hacen diferente, adecuada para ti, que ya no te deslumbras con nada, que todo perdió
interés.
Raphael frunció el ceño y miró de nuevo las llaves en sus manos haciendo una mueca.
—Estoy enamorado de ella, pero…
—Y ella de ti, de eso no tengo dudas –Raphael cerró sus ojos, y Richard analizó a su hijo
cuidadosamente—. Se está portando ella de manera inadecuada?
—No, no es eso.
—Te ha sido infiel?
—No! Nunca lo sería.
—Hasta ese punto confías en ella? –eso lo hizo reír. Algo tenía muy claro: Heather, Sam, nunca le
sería infiel; nunca arriesgaría lo que tenía con él.
—Sí.
—Entonces?
—Yo… Supongo que sólo estoy confundido.
—Aclárate. Me llamó para decirme que vendría temprano para prepararnos la cena. Dice que
quiere hacernos su receta especial de raviolis –Raphael lo miró confundido—. No me preguntes –le
contestó Richard—, mencionó eneldo, limón y no sé qué más. En fin, una excusa para pasar la noche
en tu cama. Espero que esos raviolis valgan la pena.
—Lo valdrán. Ella sabe cocinar.
—Ah, claro, seguro de niña hizo cursos de cocina italiana –Raphael se echó a reír. Nada más lejos
de la verdad. Y luego ya no pudo aguantar la risa. Tenía una novia con mente y habilidades de
anciana, cuerpo de diosa y corazón de niña. Cualquiera con dos dedos de frente le diría que era la
mujer perfecta.
Siguió riendo hasta que le saltaron las lágrimas, al punto que cuando alzó la mirada, encontró a
Richard observándolo preocupado.
—Ah… sólo estoy tratando de deducir si soy un hombre afortunado, bendecido por los dioses, o…
No sé, ella es tan… ella.
—Tu madre nunca cocinó para mí, no me fue fiel, no se quedó conmigo toda la vida, dudé que su
hijo fuera mío; nos destrozamos la vida el uno al otro. Y aún no me atrevo a divorciarme, siempre
esperé que ella se aburriera y lo pidiera. Tu novia, en cambio, te ama; te es y te será fiel según tu
confianza; cocina para ti, pone cualquier pretexto para pasarlo contigo, se quiere casar, y se ve más
que ansiosa por iniciar una vida contigo, con hijos, perros, gatos, etc… Yo definitivamente opino que
eres afortunado.
Eso lo dejó en silencio, y se asombró al ver que le era fácil imaginarse esa vida al lado de
Heather, o Sam.
Diablos, cómo debía llamarla en su mente ahora?
Heather, Heather, se dijo. No vaya a ser que se te salga “Sam” en voz alta y la cagues.
Se puso en pie y siguió a su padre hacia el interior.
—A qué horas te dijo que venía?
—Ya debe estar por llegar. Qué pasó con tu teléfono? Ella dijo que la enviaba directo al buzón.
—Se me quedó sin batería.
—Ah.
Minutos después llegó ella, cargada con bolsas, sonriente, y con el cabello suelto y un poco
despeinado. La vio bajar del auto y John la ayudaba con los paquetes. Al verlo sonrió ampliamente y
buscó su boca para besarlo, pero no se quedó mucho tiempo en la entrada, sino que fue directo a la
cocina para ponerse a la labor.
En minutos tuvo todo dispuesto, no se le veía desesperada manejando varias sartenes y ollas sobre
la hornilla, incluso usaba adecuadamente el delantal, los guantes, y todos los instrumentos de cocina.
No lo pudo resistir. De repente, el pecho se le llenó de algo, algo muy fuerte, algo que lo inundaba,
lo rebosaba, y tuvo que acercarse a ella, tomarla de la cintura y besarla profundamente.
Tomada por sorpresa, ella le devolvió el beso entre risas.
—Te voy a manchar la camisa!
—Y qué importa eso? –preguntó él besándola de nuevo. Sin poderlo resistir, y con una cuchara
grande de madera sucia de la salsa que preparaba, le rodeó el cuello y le devolvió el beso.
—Se me va a quemar…
—No me importaría.
—A mí sí. Te deja mal sabor en la boca –él se echó a reír, totalmente encantado. Se alejó de ella y
miró la encimera.
—Te puedo ayudar?
—Sólo si prometes no estorbar.
—No prometo nada.
—Raphael!
—Está bien, está bien! Si pico bien esto –dijo, señalando lo que parecía ser una cebolla de tallo
largo— me darás un beso luego?
—Cobras muy caro los favores.
—Creí que después de ese enorme diamante, tenía besos garantizados.
—Majadero! –lo regañó ella sonriendo, y Raphael volvió a reír.

La cena transcurrió entre risas y abundantes Raviolis. Richard comió hasta quedar repleto, y
Raphael incluso amenazó con desabrocharse el cinturón para que le cupiese más. Los raviolis habían
quedado deliciosos.
Al final de la cena, ella se había puesto en pie con la intención de organizar la cocina, pero
entonces él le tomó la mano y la guió hasta su habitación, con toda la intención de desnudarla y
hacerle el amor.
—Es mi pago por cocinar tan bien? –preguntó ella sonriendo, a la vez que desabrochaba los
botones de su camisa, y él no dijo nada. Ahora que sabía quién era ella de verdad, sentía que todo
estaba en paz, todo tenía sentido, no había dudas, preguntas ni nada que pudiera enturbiar su
felicidad. Si ella era un regalo del cielo, estaba más que dispuesto a recibirlo, y, si tenían toda la
vida, o sólo unos meses, también los disfrutaría.
Aunque, viéndolo bien, pensó mientras la depositaba sobre su cama, desnuda y anhelante, más le
valía a quien quiera que hiciera todo este montaje que lo mantuviera hasta que volvieran a alcanzar
los ochenta años. Esta vez juntos, y llenos de nietos, por favor.

—Definitivamente tus raviolis tenían algo afrodisíaco –dijo Raphael, un par de horas después, en
su habitación. Heather se echó a reír.
—Escupí encima de ellos.
—Pobre papá! –Heather rió a carcajadas, y de repente él se sentó en la cama, con el rostro
iluminado por una idea.
—Qué –preguntó ella, un poco cautelosa.
—He pensado que… Nunca has esquiado. No te gustaría?
—Esquiar? Pero es verano!
—Hay lugares con nieve perpetua a donde podemos ir en cualquier época del año! Está Chile,
Argentina… no te gustaría?
—De veras viajarías conmigo? Y tu trabajo?
—Soy el hijo del dueño, si no puedo sacar unas vacaciones, de qué me sirve eso? –Heather volvió
a reír.
—Esquiar?
—Y luego podemos ir, no sé, a París?
—Oh, me encantaría! La torre Eiffel…
—He oído que México tiene paisajes inolvidables. Están también las aguas termales de Japón…
—Eso te va a salir caro…
—Que valga la pena tener dinero.
—Y por qué quieres hacer todo eso ahora?
—Porque –contestó él volviendo a enterrar su rostro en su cuello, extendiéndose cuan largo era
encima de ella— no quiero que nos sorprenda la vejez deseando haber hecho más. No te parece?
Ella le tomó la cabeza para mirarlo fijamente a los ojos, sorprendida de hallar en él ese tipo de
sabiduría. Él estaba alzándole las cejas como solía hacer cuando quería convencerla de algo.
—Por dónde empezaríamos? –preguntó ella, decidiéndose.
—Lo que tú quieras, donde tú quieras.
—Me vas a malcriar.
—Creo que eso no es posible. Tú me malcriarás a mí.
—Ah, yo? Te recuerdo que me llevas tres años, jovencito.
—Te llevo tres años, y me dices “jovencito” –contestó él riendo. No había imaginado cuán
divertido podía llegar a ser tener una relación con una anciana, y él estaba planeando disfrutarlo al
máximo.

Georgina se llevó la copa a sus labios con suma delicadez, sonriendo. Adam acababa de decir algo
muy gracioso, pero no podía reír como quería, los comensales empezarían a murmurar más de lo que
ya hacían.
Estaban en un restaurant sumamente caro y lujoso. Un sitio donde sabía que Phillip vendría esta
noche. Había visto el pago de la reservación.
—Te estás metiendo en un enorme problema de tipo social –le dijo Adam—. Van a creer que
somos amantes, y te van a destrozar.
—No podrán. Y si lo hacen, no me importa. No dependo de ninguna de estas personas para vivir.
Hace tiempo que dejó de importarme la opinión de los demás.
—Ah, de veras? Así que las convenciones sociales te traen sin cuidado?
—Cuando Heather estuvo en problemas todas esas personas lo que hicieron fue murmurar, y de
frente ni se daban por enterados, así que no, las convenciones sociales me tienen sin cuidado –
respiró profundo—. La única cosa que conseguía que yo siguiera las reglas ya se murió.
—Qué.
—Mi matrimonio.
—Murió? De veras? –preguntó Adam, mirándola ceñudo—. Creí que estabas haciendo esto para
revivirlo, pero me parece que te diste por vencida—. Georgina negó haciendo una mueca.
Se sentía sola, muy sola. Ah, la vida era más fácil desde que Heather era otra persona, pero ella
siempre estaba ocupada, o con los niños pobres, o con su novio, y no se lo reprochaba. Todos
alrededor siempre estaban muy ocupados, menos ella, que sólo tenía a cargo su casa y su matrimonio,
y este último estaba hecho un desastre. Sabía que la colaboración y la amistad de Adam no serían
indefinidas, y hasta ahora se estaba dando cuenta de lo mucho que lo necesitaba. Lamentablemente, a
quien quería a su lado, riendo y charlando, era a su marido.
Afortunadamente, Adam había rehusado ser su amante, ahora se preguntaba cómo hubiera hecho si
hubiese tenido que seguir adelante con esto.
En el momento entró Phillip, con Emily del brazo. Apretó los dientes llena de ira, y al verla así,
Adam le tomó la mano, llamando su atención.
—Hey, acógete al plan.
—Qué plan?
—“No importa lo que Phillip haga”, ese plan.
—Pero sí me importa.
—Finge.
—No puedo…
—Lo vas a echar a perder todo…
Phillip vio a Georgina y quedó de una pieza. Emily tuvo que seguir su mirada para descubrir por
qué se había detenido de repente.
Georgina lo miró a los ojos, y al verlo así, encontró al fin la serenidad que necesitaba para
enfrentarlo. El que estaba obrando mal era él, no ella. Ella sólo estaba tomando las riendas de su
propia vida.

Phillip quiso que la tierra se abriera y se lo tragara de un momento a otro.


Qué mala suerte tenía!
Preciso aquella noche? De veras?
Había invitado a Emily a ese lugar, y en su bolsillo llevaba unos pendientes de diamantes porque
planeaba dar por terminada su relación aquella misma noche, y va y se aparece Georgina en el
restaurante.
De pronto frunció el ceño. Qué hacía ella allí? Y con quién estaba?
—Vaya –susurró Emily cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo—. Qué bien
acompañada que está.
Al oír aquello algo dentro con gusto y sensación ácida empezó a corroerlo. Esperaba estar
equivocado, esperaba…
El hombre se movió levemente y pudo saber quién era. Adam Ellington. El maldito.
Sin pensar en lo descarado que podía parecer, caminó hasta ellos, con Emily casi colgando de su
brazo, y se paró en medio de los dos, que se hallaban sentados a una mesa.
—Vaya, Adam, lo estás pasando bien con mi mujer? –Adam pestañeó, asombrado de que él tomara
la ofensiva.
—Sólo disfruto de su compañía, como parece que haces tú con esta joven dama.
—Querido –dijo Georgina con voz suave—. Qué haces tú por aquí con una secretaria del
departamento de contabilidad? Emily Porter, no? –le preguntó ella mirando a la mujer, que alzó sus
cejas como si no le importara lo que estaba sucediendo.
—Georgina, necesito hablar contigo inmediatamente.
—Perdona, pero acabamos de llegar y…
—No me hagas repetirlo, cariño…
—No iré.
—Qué has dicho?
—No hagas una escena, Phillip –pidió Adam, pero la mirada asesina que éste le dirigió lo dejó en
silencio.
—Georgina?
—Acabo de decir…
—Entonces hablaremos aquí, delante de todos, ya que al parecer no te importa lo que los demás
piensen…
Georgina miró en derredor. Algunas cabezas se habían girado a ellos y cuchicheaban. Qué chisme
tan suculento, la esposa que había ido a cenar con su amante y se encontró con su esposo y la amante
de éste.
Resistiéndose a estar más tiempo en boca de la gente, dejó la servilleta sobre la mesa y se puso en
pie, mirando a Phillip de manera amenazadora.
Phillip la tomó del brazo, pidió al Maître el abrigo de la señora y la condujo fuera, dejando a
Emily sola y de pie en medio del restaurante. Ésta simplemente ocupó el lugar de Georgina y miró a
Adam alzando una ceja y cruzándose de piernas.
—Odio los líos de este tipo. Nada como llevar las cosas en silencio y en paz. No estás de
acuerdo?
Por debajo de la mesa, sintió el pie de la mujer ascender por su pantorrilla. Se echó a reír.
—Yo odio a las zorras como tú, que no bien han salido de la cama de un hombre y ya se quieren
meter en otra.
—Estúpido.
—Puta.
—Gay.
—Por despreciarte?
—Se te murió el pajarito?
—Para ti, sí.
Emily se cruzó de brazos y la expresión le cambió tanto que ya no se veía nada guapa.
—Se demorarán?
—No creo que regresen.
—Podrías tener la gentileza de llevarme a mi casa? –le preguntó ella cuando él se puso en pie.
—No.
—No eres nada caballeroso.
—Tú no eres una dama. Disculpa –dejó dinero sobre la mesa y salió del restaurante con paso
decidido.

—Qué te crees que haces, Phillip Calahan? –exclamó Georgina, mientras Phillip la llevaba casi
arrastrada a la zona de parking—. Con qué moral vienes a reprocharme el venir a una cena con Adam
Ellington?
—Entonces no vas a negar que es tu amante?
—Tú, estúpido! Traes a tu amante, le compras ropa de diseñador, la enseñas en lugares públicos y
me reprochas a mí? Por qué puedes tú tener un amorío y yo no? –Phillip se detuvo en su caminata y la
tomó de ambos brazos con tanta fuerza que ella tuvo que soltar un quejido.
—Dime! Es Adam tu amante?
—Y qué si lo fuera? Qué te importa! Hace milenios no tienes nada que ver conmigo, somos poco
más que dos compañeros de habitación. Por qué te importa lo que haga!
—Porque eres mi esposa, maldita sea!
—No soy nada! No soy tu mujer, no soy tu amiga, no soy nada! Déjame en paz!
Él la soltó. La vio masajearse los brazos y se sintió terrible. Se pasó las manos por el cabello y
respiró profundo.
—Lo… lo siento, no quería hacerte daño.
—No, seguro que no…
—Emily es…
—Tu amante, no tienes que ocultarlo más.
—Cómo… cómo lo supiste? –que él ni siquiera se preocupara en negarlo, le dolió, así que dejó de
masajearse los brazos y se puso en jarras.
—El mundo es pequeño. Me la encontré en una tienda gastando tu dinero, y se lo escuché decir. Es
tu amante. Desde cuándo, no sé, pero lo es! Ahora dime, de casualidad tiene Heather un hermanito?
Alguien que se presentará a tu muerte reclamando herencia?
—Claro que no!
—Pues bien! Qué esperas? Ve y complícanos más la vida!
—Por eso has hecho todo esto? Por eso… tu cambio de look y de actitud?
—Qué esperabas, que luego de escuchar que soy una insípida yo me quedara de brazos cruzados?
—Entonces todo es una farsa?
—No. Adam sí es mi amante.
—Georgina!
—Y le quiero! –Él se movió bruscamente, pensando que había levantado la mano para pegarle,
ella dio un grito, pero Phillip sólo la tomó para besarla. Y hacía tanto tiempo que no era besada por
nadie, que Georgina se rindió demasiado fácilmente. Pasados unos minutos él se separó de ella. Sin
fuerzas, Georgina se dejó caer en su pecho, preguntándose por qué no había sucedido todo esto
mucho antes.
—Mentirosa.
—Qué?
—Adam ni siquiera te ha besado—. De inmediato, Georgina se quedó tiesa como un palo. Se alejó
un paso de él, y con todo el placer del mundo, le estampo su mano en la cara.
—Púdrete –le dijo, la frase favorita de Heather, la antigua Heather.
Salió de la zona de parking, y ya fuera, detuvo un taxi.
—Georgina! –gritó Phillip, pero ella, sin hacer caso, se subió—. Mierda! –exclamó Phillip. A
unos pasos se encontró a Adam, y de inmediato empuñó las manos—. Tú, maldito hijo de perra!
—Yo te lo dije –le contestó Adam con toda calma—. Te dije que la valoraras, que tuvieras
cuidado.
—No vas a tener a mi mujer!
—Es tu mujer de veras? A mí me parece la mujer de nadie. De hecho, es más tu mujer la puta esa
que dejaste dentro que Georgina.
—Emily no…
—Que no es una puta? Quieres saber qué hizo en cuanto vio que su relación contigo peligraba?
Buscarse otro benefactor –Phillip lo miró en silencio, sorprendido—. De veras, a veces pareces un
niño. Relájate, hombre; si te enfrentaras a una pelea conmigo, de seguro perderías.
Phillip lo miró de arriba abajo, midiéndose con él, pero Adam tenía razón. Además, había
escuchado que Ellington se mantenía en forma practicando deportes de lucha.
Al instante salió Emily, haciendo pucheros.
—Me dejaste allá dentro sola –le reclamó—. Ya se fue tu mujer?
—Que pasen buena noche –dijo Adam, y se alejó hacia donde debía estar su auto. Phillip respiró
profundo.
—Emily, esto se acabó.
—Qué? Nooo! –exclamó ella con voz extremadamente dolida, incluso le tomó la solapa de su traje
como una niña que no quiere ser abandonada.
—Sí, se acabó. Eso era lo que te iba a decir hoy, incluso… —se metió la mano en el bolsillo, y sin
ceremonias, le entregó la pequeña caja de terciopelo que contenía un par de pendientes de diamante.
Emily lo tomó y lo abrió abriendo los ojos grandes de sorpresa. Luego, mordiéndose un labio, lo
guardó en su pequeño bolso.
—Gracias por todo –dijo Phillip—. Siento que esto acabara así, esperaba que fuera menos
dramático.
—Entonces no es porque ella se dio cuenta?
—No, ya planeaba terminar contigo.
—Puedo saber por qué? Puedo esmerarme mucho más para complacerte.
—No… no se trata de eso –contestó Phillip sintiendo un poco de fastidio por el toqueteo de Emily.
Lo curioso era que antes no le molestaba.
—Y qué esperas –preguntó ella—, volver con tu esposa? –y se echó a reír. Phillip la miró
extrañado; Emily nunca se había expresado así de nadie.
—Es mi mujer.
—Divórciate. Los dos sabemos que tienes bastante voltaje para disfrutar la vida. Ella no te va a
satisfacer.
—Es mi problema, no te parece? –contestó Phillip, ahora francamente molesto. Ella se pegó a él,
buscando excitarlo, pero Phillip se volvió a alejar, esta vez con una mirada severa.
—No quiero causarte problemas, Emily. Acepta que terminamos.
—Los ricos siempre imponiendo su voluntad.
—Bien que la aceptaste mientras te pasé dinero.
—Está bien. Volverás a mí cuando no puedas con el aburrimiento… y allí estaré yo… tal vez.
Sacudiendo su cabeza, Phillip detuvo un taxi y metió a Emily en él, pagó por adelantado la carrera
y de inmediato se fue de nuevo hacia su auto. Esperaba que Georgina hubiese ido a casa y no a otro
lugar. Tenía mucho que aclarar con ella.
-16-

—Está bien, entonces primero los Alpes Suizos –dijo Heather apuntando en una pequeña libreta el
itinerario. Raphael había decidido tomarse dos semanas de tiempo fuera del trabajo. Estaban
sentados en la sala acristalada, ella con la libreta en la mano sentada en un cómodo sofá, él con la
cabeza apoyada en su regazo y sosteniendo un iPad, mientras navegaba en internet y buscaba los
sitios que ambos iban sugiriendo.
—Nunca he ido a los Alpes suizos.
—Yo sí que menos… al menos que yo recuerde –se apresuró en corregir ella, y Raphael sólo
sonrió.
—Tenemos que ir a Venecia, mira –dijo él señalándole las fotografías de las góndolas—. Dicen
que huele a alcantarilla, pero no podemos dejar de ir—. Ella se echó a reír.
—Las Vegas. Has ido?
—Sí, he ido.
—Ah…
—Pero volveré a ir por ti.
—Gracias—. Ella se quedó callada un momento, y él movió la cabeza para ver a qué se debía.
Heather tenía los labios apretados—. Me gustaría conocer Escocia.
—Escocia? Qué tiene de especial?
—Es que… últimamente he leído muchas novelas medievales, y… no sé, quisiera conocer un
castillo feudal de verdad.
—Entonces vamos a Escocia, y nos hospedaremos en un castillo.
—No tienes un castillo!
—Pero tengo amigos que sí. Algún otro sitio? –Ahora Heather estaba sonriendo.
—No lo sé, tú insistes en dejar París para la luna de miel.
—Es porque sé que no hablas francés, y si un franchute de esos quiere conquistarte, no va a poder.
—No van a intentar conquistarme!
—Eres la mujer más hermosa del mundo, obviamente lo intentarán.
—Estás loco.
—Río de Janeiro? –preguntó Raphael para distraerla.
—Río? Caray… no se me había ocurrido.
Raphael simplemente sonrió.
—Sería genial ir en carnavales, no te parece?
—Será la locura, más bien –él no dejó de sonreír.
—Tus padres me van a acusar por acapararte –dijo él de repente, cambiando de tema—. Primero,
casi no has salido de mi casa estas últimas semanas; segundo, pienso llevarte a un viaje por el
mundo…
—Ni lo habrán notado. Creo que al contrario, estarán felices de que les deje la casa para ellos
solos.
—Ah, sí? –preguntó él elevando la mirada hasta ella. Heather sonrió con picardía.
—Mamá cambió de look, y también su forma de vestir. Tal vez en este momento están en plena
reconciliación. No quiero estar allí para interrumpirlos—. Raphael alzó sus cejas.
—Muy razonable. Estoy de acuerdo. Tendrás que quedarte aquí más tiempo, no es que me haga
feliz pero… auch! –exclamó cuando Heather enterró sus nudillos en sus costillas.
—Admítelo. Estás encantado de que me quede acá.
—Sólo por el sexo. Aaauch! –volvió a gritar.

Phillip entró a la casa, subió las escaleras de a dos escalones por vez y caminó directo a la
habitación sabiendo que allí la encontraría; pero estaba vacía. Caminó hasta el cuarto de baño. Sus
cosas estaban allí, pero ella no.
—Georgina? –llamó.
Bajó de nuevo las escaleras, buscándola por toda la casa, hasta que preguntó al servicio y le
dijeron que estaba en el jardín.
Phillip la halló en la oscuridad, con una botella en la mano, y mirando el vacío.
—Georgina –dijo él suavemente—. Tenemos que hablar.
—Sí, supongo que sí –ella sonaba más calmada, y Phillip aspiró hondo, tratando de normalizar su
respiración. Esperaba que le gritara cosas, y se pusiera imposible, pero al parecer, podrían tener una
conversación razonable. Se acercó poco a poco hasta ella.
—Estás ebria? –Georgina se echó a reír.
—Tenía esa intención, pero no. Tú no vales una borrachera.
—Georgina…
—No, no, no. No empieces. Sabes qué es lo irónico aquí? –dijo ella girándose a mirarlo y
elevando su dedo índice. Phillip la admiró entonces. Ella estaba sacando a flote su carácter; ya no
más la Georgina que se tragaba todo para no molestar.
—Qué –preguntó él.
—Que no sé qué pelear! Teníamos un matrimonio desastroso! Cero intimidad! Y no hablo sólo de
sexo. Phillip… tú ni siquiera sabes cuál es mi color favorito!
—No creo que deba saber tu color favorito para que seamos una pareja perfecta…
—A lo que me refiero es que dicho matrimonio no valía la pena! Ni nos contábamos qué pasaba en
el día, ni lo que queríamos, o lo que no queríamos –siguió ella, con voz ofendida—. Nada! Me he
sentido tan sola estos años, Phillip…
—Georgina, cariño… —ella se echó a reír.
—Se oye tan rara en tus labios esa palabra: “cariño”—. Phillip bajó la mirada apretando sus
labios.
—Lo siento.
—Qué?
—Lo siento –repitió él—. Siento haberte defraudado… lo de Emily, lo de… dejarte sola todo este
tiempo.
—Lo sientes? De veras? No te creo.
—Georgina!
—Deberíamos divorciarnos.
—Estás hablando en serio?
—Claro! Así podrás seguir con Emily Porter sin tener que esconderla, no te parece genial?
—De veras quieres divorciarte? Me estás echando toda la culpa a mí, pero tú, Georgina, tú…
—Yo qué? –gritó ella—. Te fui fiel! Estuve allí para ti siempre! Fui la esposa perfecta, te parí una
hija, esperé y esperé y esperé hasta que casi me hice vieja!
—Y crees que fue suficiente? O es que olvidas que eras casi invisible? Te asustaba hablar, hacerte
notar, hasta reír en voz alta! Cómo querías que te notara si hacías todo lo posible por evitarlo?
—Y por eso violaste el acuerdo?
—Cuál acuerdo, maldita sea, si tú y yo no nos casamos por amor!
—Tú qué sabes!!! –Phillip la miró en silencio, y al ver su metedura de pata, Georgina luchó por
destapar la botella, pero no era muy experta con el sacacorchos, y volvió a rendirse, frustrada.
—A ver –dijo él, quitándole la botella, y con facilidad, la descorchó. No había vasos a la mano,
así que se pegó al pico de la botella y bebió un trago largo. Luego la volvió a mirar, como
analizándola, pero ella estaba concentrada en beber también.
—Me estás diciendo… que en algún momento de todos estos años, tú… te enamoraste?
—No, idiota –dijo ella, limpiándose la boca con el dorso de la mano, y caminando hasta una de las
banquetas del jardín.
Idiota? Se dijo él, un poco molesto, pero entonces sonrió y la siguió.
—Entonces? –preguntó sentándose a su lado.
—Mañana, convénceme de que estaba totalmente ebria cuando hice esta confesión.
—Lo que tú digas.
—Yo… siempre estuve enamorada de ti –dijo ella mirándolo de reojo. Phillip se quedó en
silencio por un largo momento, momento en el que ella volvió a beber de la botella.
—Siempre?
—Siempre.
—Y… por qué nunca dijiste nada? –ella se echó a reír.
—No seas tonto. El que se enamora pierde—. Phillip se sentó a su lado en la banqueta, le quitó la
botella, tomó otro sorbo y volvió a mirarla. Esta Georgina era diferente. Desde hacía unos días era
diferente.
—Sí, tienes razón –aceptó él—. Éramos unos niños. Yo… un poco idiota, demasiado joven. Cómo
me iba a dar cuenta?
—Hablas como si hubieses sido idiota en el pasado, pero aún lo eres –él la miró elevando ambas
cejas.
—Estás empeñada en hacerme sentir idiota.
—Lo eres. Te acostaste con esa muchacha más joven –él tuvo la decencia de apartar la mirada.
—Lo siento.
—Y ella sólo te estaba sacando dinero. Se lo oí decir en esa tienda sabes? Muy orgullosa de sí
misma… Te acostaste con ella, y dices “lo siento”, pero seguro que si yo me acostara con Adam
Ellington…
—No te acostarás con él, no lo permitiré –la interrumpió él.
—…seguro que un “lo siento” no va a bastar.
—Georgina, lo de Emily fue algo pasajero. Y no volverá a ocurrir –Georgina se echó a reír.
—Cómo podría creerte?
—Porque… ¿por qué iba a buscar a una mujer allá fuera… si la que tengo aquí me gusta más? –
dijo él acercándose, pero Georgina se echó a reír de nuevo, rompiendo el momento.
—Ahora intentas arreglarlo con un “me gustas”?
—Debí serte infiel mucho antes, si eso iba a sacar la fiera que llevas dentro al fin.
—No juegues con migo.
—Ha bastado esto para al fin conocer a la verdadera Georgina.
—Es decir, que no te arrepientes.
—Todo ha sucedido como tenía que ser. Dame una oportunidad, Georgina.
—Te di toda mi vida! –volvió a exclamar ella—, y sólo me heriste!
—Lo siento –volvió a decir él—. Me equivoqué al pensar que nuestro matrimonio era como tantos
otros, vacío, desprovisto de emociones! Creí que era tan indiferente para ti como tú lo eras para mí.
Creí que sólo te conformabas con el acuerdo de nuestros padres, y te acogías a él por las
conveniencias. Cómo iba a imaginar siquiera que sentías algo por mí cuando te encargaste muy bien
de ocultarlo?
—Ahora es mi culpa –susurró ella.
—No! –contestó Phillip, y le tomó el brazo para girarla en la banqueta y mirarlo—. Dios, todo esto
está mal. Si empezamos a buscar culpables… me temo que aquí vamos a estar toda la noche.
—No quiero estar toda la noche aquí, hace frío—. Phillip se echó a reír, sorprendido de las
reacciones de ella.
Hubo un silencio, en donde ambos le dieron un sorbo a la botella y miraron a ninguna parte. Sólo
se escuchaban sus respiraciones, y los ruidos de la noche. Al verla encogerse y frotarse los brazos,
en una noche de fin de verano, Phillip se quitó el saco de su traje y cubrió con él sus hombros.
—Lo que se me ocurre –dijo él, interrumpiendo el silencio—, es… volver a empezar? –ella giró
su cabeza para mirarlo.
—Volver a empezar?
—De verdad quieres divorciarte? –ella se recostó al espaldar de la banqueta y respiró profundo.
—Tengo que… ponerlo todo en perspectiva. Nuestro matrimonio fue muy… raro. En cierta
forma… tienes razón en muchas de las cosas que dices –él se reclinó también en la banqueta.
—Y divorciarnos no tiene sentido. Yo, al menos, no quiero. Y si además… tú aún sientes algo por
mí… Si… con mi estupidez no maté ese sentimiento… me gustaría que me dejes luchar por ti.
Ella hizo un sonido como si riera, y él se giró a mirarla, pero la encontró secándose la comisura de
los ojos.
—Te juro que no volverá a pasar –insistió él—. Esta noche la llevé a ese restaurante para terminar
con ella. Te aseguro que es la verdad.
Georgina volvió a tomar aire y respiró profundo, mirando fijamente los ojos castaños de su
marido. Había sentido mucha ira cuando se enteró de lo de Emily, desplazada, y tal como ella misma
lo había dicho, insípida. No sabía ahora qué iba a pasar. Todo estaba cambiando alrededor; Heather
había cambiado, Raphael, ella misma, y ahora Phillip.
Si aceptaba su propuesta, y volvían a empezar, a dónde llegarían? Podría ella tener al fin un
matrimonio de verdad?
Recordó las palabras de su hija: el amor implica humildad. Y realmente, prefería arrepentirse de
haberle dado la oportunidad que por no haberlo hecho. No tenía nada que perder, no?
Elevó su mentó todo lo que pudo y murmuró:
—No te será fácil conquistarme—. Phillip rió. Ahora veía a quién le había sacado Heather su
tozudez.
—Déjame intentarlo, siquiera –Se aceró a ella para besarla, pero Georgina rehuyó al movimiento
—. Ah… lo siento…
—Soy asquienta. Tengo el presentimiento de que con esa misma boca besaste a esa otra… y no
digamos lo demás…
—Georgina… casi volví a ser virgen de tanto tiempo que llevaba sin estar con una mujer.
—Ah, tú hablas de virginidades recobradas. A mí me volvió a crecer el himen! –él volvió a reír.
—Me gustará volver a desflorarte.
—Asqueroso –pero él simplemente rió. Se puso en pie y le tendió la mano. Tenía que darle
tiempo, y lo comprendía. Sólo esperaba que no fuera demasiado. Estaba ansioso por empezar a
sembrar en ella para luego poder cosechar.

Adam Ellington conducía un Mercedes Benz e200 azul oscuro; fino, caro, confiable, aburrido…
Tal como él.
Deambuló por la ciudad hasta que llegó a un sitio que venía frecuentando los últimos días; más
específicamente, desde el día que la volvió a ver en la fiesta de Heather Calahan.
Era ella, no había duda. Ahora tenía otro apellido, pero era ella: Tess.
Hizo una mueca al recordarlo. Ella ni siquiera había dado muestras de recordarlo. Lo había mirado
sin preguntarse siquiera si lo había visto antes. Pero claro, la última vez que se vieron fue hace casi
quince años, y él había cambiado mucho desde entonces, cómo lo iba a recordar?
Miró hacia las luces que asomaban por la ventana. Una de esas era de su apartamento. Nunca había
entrado al edificio, pero intuía que allí dentro no había mucho espacio. Tess se había casado y tenía
nada menos que tres hijos. Toda una vida hecha.
Encendió el motor del carro reprochándose el haber venido hasta aquí. Qué ganaba con recordar el
pasado? Él también se había casado y divorciado, también había continuado con su vida. Por qué el
volverla a ver iba a cambiar en algo las cosas? Se alejó de la calle llamándose tonto a sí mismo,
esperando para la próxima que se sintiera solo no volver a caer en sensiblerías de ese tipo. Tenía
treinta y un años, por Dios!
En una de las ventanas, asomó el rostro de Tess Warden atraída por el sonido del motor del auto al
arrancar, pero ahora la calle estaba sola. No había nadie por allí.
Bajó las persianas haciendo una mueca y sintiéndose rara por asomarse en una noche tan fría, pero
era una especie de sentido arácnido que le impulsaba a asomarse.
Dio la vuelta mirando a Nicolle dormir, su compañera de cama. Quién, sino ella? Desde que
August se había ido, no la compartía con nadie. La abrigó bien y se dedicó a organizar la casa,
aprovechando que sus hijos ya estaban dormidos y era el único momento en que podía terminar dicha
tarea sin que en algún lugar de la casa donde ella no tuviera su ojo puesto ocurriera un desastre.

Se podía amar demasiado? Se preguntó Heather. Se podía ser demasiado feliz?


Habían sido unos días, unas semanas, de ensueño. Nunca, nunca, hubiese podido imaginar que todo
sería así… tan perfecto. Tan perfecto que tenía miedo.
No podía dejar de pensar en que Raphael, sin proponérselo, le estaba dando todas aquellas
experiencias que eran valiosas tanto para ser recordadas. Esquiar, bucear, volar, tirarse de un puente,
flotar en aguas saladas, viajar en primera clase, en tercera, en un jet privado. Tomar café en
Colombia, tequila en México, y whiskey en Escocia. Ver un amanecer desnuda en la playa, recoger
conchas, correr en pantaletas por la casa (con Raphael detrás), contar estrellas, emborracharse y
vomitar, ir a una fiesta de disfraces a la que no fuiste invitada, nadar entre delfines…
Todo estaba pasando demasiado rápido, demasiado bellamente, demasiado…
Heather la estaba mirando desde un rincón, y se reía. Nunca la había visto mientras ella fue ella,
pero sabía que esa era su risa malvada y de odio. La odiaba a ella, por estarle robando su vida.
—Crees de veras que va a ser para toda la vida? –le dijo, con su voz aterciopelada y una ceja
levemente alzada, y Sam empuñó una anciana mano en su pecho, pues su corazón se había saltado un
latido.
—Yo… no pedí esto –susurró con voz quebrada—. Yo no hice esto.
—Pero bien que lo estás aprovechando, maldita perra.
—Y por qué no? –al ver que ella entrecerró sus ojos mirándola con desprecio, preguntó—: Vas a
volver? L-lo vas a hacer?
—Te asusta la idea de que vuelva? –preguntó a su vez Heather con suma satisfacción al sentir
miedo en su voz, caminando hacia ella, contoneándose suavemente y poniendo la uña de su índice
bajo su arrugado mentón.
—No le hagas daño, por favor –pidió, sabiendo que en algún lugar estaba Raphael. Al oír aquello,
Heather hizo un puchero.
—Estás loca? Pero si él será mi perrito faldero.
—Intenta cambiar… él podría enamorarse de ti.
—Hipócrita, tú no quieres eso.
—Pero quiero que sea feliz!
—Qué abnegado de tu parte. Pero las dos sabemos que todo es una mentira, sólo estás saciando tus
propias ansias teniendo sexo con mi cuerpo, usando mi belleza y mi juventud para tus propósitos
egoístas, disfrazándolos de buenos actos, pero sólo estás saldando tu propia deuda. Crees que eso es
altruista? Piensas quedar como una santa, una heroína cuando no eres más que una farsante!
—No es cierto!
—Aburrida a más no poder! Hasta cuándo planeas llevar esta insulsa historia? Dónde están las
emociones?
—La felicidad no es insulsa.
—Y por eso eres una fracasada. Por eso en tu vida pasada fuiste una grandísima perdedora.
—Cállate.
—Aprovecha mientras llevas este paquete –se rió Heather, señalándose a sí misma de pies a
cabeza—. No te va a durar eternamente. Y por qué iba a durar? Es antinatural; usurpadora.
—Cállate.
—Mentirosa –escupió Heather, con veneno—. Ladrona. Maldita roba prometidos. Roba padres.
Roba rostros… Te arrebataré lo que es mío, lo que por derecho me pertenece, lo que, por más que te
esfuerces, no lograrás conservar…
—CÁLLATE!! –gritó! Y tal vez también lo hizo despierta, porque se descubrió a sí misma sentada
en la cama, llorando, y Raphael intentando calmarla.
Tardó unos instantes en darse cuenta de que todo había sido un sueño. Que ella era Heather, y
Heather no estaba por allí.
—Estás bien? –preguntó él con voz preocupada. No, no estaba bien, pero no podía decirle eso.
Qué le podía decir? “No soy yo”? “El fantasma de la verdadera Heather me acosa”? –Tranquila –
susurró Raphael intentando calmarla—, sólo fue una pesadilla.
Sí, se dijo ella, pero y si no? Y si era una advertencia que le decía que su burbuja de felicidad
estaba a punto de estallar? Lo perdería? Perdería a Tess, a Kyle, Rori, Nicolle… a Georgina y hasta
a Phillip? Se perdería para siempre a sí misma?
Si eso ocurría, rogaba al cielo y al infierno que por favor al otro lado de la muerte le borraran por
completo la memoria, porque de lo contrario, pasaría una eternidad sufriendo en la misma medida en
que ahora era feliz.
—Hey, calma –le dijo él, pasando suavemente las cálidas palmas de sus manos por sus brazos
fríos cuando la escuchó sollozar.
—Abrázame –le pidió, y él no tardó en hacerlo.
Aunque no podía decirle por qué, aunque no podía darle detalles, Heather lloró. Tenía miedo, y
éste era como un ser vivo, frío y húmedo que reptaba por su piel y se instalaba en su pecho y en su
alma. Se aferró fuertemente a Raphael, pero ni aun teniendo su piel al alcance de sus manos, su
aroma en su olfato, su voz en su oído, pudo calmarse; al contrario, le eran un recordatorio de lo que
ahora tenía y que en cualquier momento podía perder. Su felicidad estaba cimentada sobre una
mentira, y éstas, algún día, se descubrirían.
Soy Heather, soy Heather…
Pero ya el mantra no ejercía su magia sobre su agitada alma. El alma de una anciana que odiaba la
mentira, pero que ansiaba demasiado ser amada.
Esa era su locura de amor. Pero como todo terrible pecador, ella no se arrepentía.
-17-

Keith estuvo atisbando los alrededores del Hospital General de San Francisco por varios días,
varias semanas, hasta que al fin la vio.
La seguridad de la mansión era demasiada como para sobrepasarla, así que tuvo que idearse un
plan para verla en otro lugar, y el más público era el hospital. Una mañana al fin tuvo suerte, y la vio
bajar del automóvil de la casa, conducido por un hombre que debía ser su chófer. Se preguntaba por
qué usaba un chófer si ella sabía conducir y odiaba depender de otro para hacer sus diligencias.
Heather era muy independiente.
Salió de su escondite y entró al hospital tras ella. Cuando estuvo a punto de perderla en la sala de
pediatría, la alcanzó.
—Al fin te dejas ver, Heather –ésta se detuvo y miró al hombre que le hablaba; alto y delgado, sus
cabellos castaño claro y un poco largo. Era un joven guapo, pero se notaba que había perdido peso
recientemente, y parecía molesto con ella por algo. No lo reconoció, así que frunció levemente el
ceño, sonriendo, y disculpándose.
—Perdona…
—Qué, ya no me recuerdas? –Heather hizo una mueca.
—Sufrí un accidente hace poco… perdí la memoria… yo… Lo siento tanto… —Keith se echó a
reír.
—Increíble. Aun delante de mí vas a sostener esta farsa? –dijo él señalando en derredor y
abarcando con su gesto el hospital. La sonrisa de Heather se fue borrando poco a poco—. Necesito
hablar contigo, en privado.
—Lo siento, pero es verdad que no…
—Nos vemos en mi apartamento, donde siempre. Tenemos que hablar.
—Pero no sé quién eres.
—Si no vas, atente a las consecuencias –Keith se alejó dejándola con la palabra en la boca, y
Heather lo miró hasta que desapareció. Y ahora qué iba a hacer? No sabía su nombre, para poder
preguntar por él a alguien más. Respiró profundo. Era el primer amigo de Heather que conocía y no
le gustaba mucho.
Pasó toda la mañana preguntándose qué querría este hombre, pero no lo conocía y además, algo
dentro se le revolvía cuando pensaba en él. Ni loca iría sola a un encuentro con este hombre.
Al llegar a casa, empezó a rebuscar entre las cosas viejas de Heather en busca de un dato, una
información que le llevara a deducir o saber qué tipo de persona era este hombre y qué tipo de
relación tenía con él, pero eso mismo ya lo había hecho antes sin encontrar nada, lo que le había
llevado a pensar que Heather o era muy egoísta, que no guardaba ningún tipo de evidencia de su
amistad con los demás, o simplemente no tenía amigos.
El viejo teléfono móvil de Heather se había perdido con el accidente, y el que tenía ahora era uno
que Phillip le había conseguido nuevo, con un número también nuevo, sospechaba que muy a
propósito para que sus viejas amistades no la contactaran y ella no tuviera posibilidad de
reencontrarse con ellas.
Respiró profundo y se preguntó qué tan urgente sería lo que ese hombre quería, pues no sabía
dónde era “donde siempre”, y no iría ni si lo supiera. Aunque tampoco tenía modo de saberlo.
Tratando de sacarse aquellos pensamientos de la cabeza, se fue desnudando y caminó hacia su
guardarropa para elegir lo que se pondría aquella noche; Raphael quería llevarla a una discoteca esta
vez, y ella estaba sumamente emocionada con la idea.

Keith estaba furioso. A las seis de la tarde se le hizo obvio que Heather no tenía intención de ir a
verlo. Ella habría ido, un poco furiosa por haberla amenazado, pero habría ido… Sin embargo, se
había pasado toda la tarde esperando y nada. Como conocía su vida noctámbula, se fue de nuevo a
atisbar los alrededores de la mansión para ver a dónde pensaba ir ella esa noche y seguirla. Cuál fue
su sorpresa al ver que Raphael Branagan, el hombre que ella más despreciaba, llegaba a eso de las
ocho a recogerla en un deportivo.
Los siguió hasta una de las discotecas más populares de la ciudad. Ella se veía emocionada,
sonreía y se colgaba del brazo de ese imbécil como si al desprenderse de él se la fuera a llevar el
viento. Heather no había cambiado de costumbres, sólo de acompañante.
Pues estaba muy equivocada si creía que lo iba a desechar como a un trapo sucio.
Afortunadamente, era cliente habitual del lugar, y el vigilante apostado en la entrada lo dejó entrar
sin muchos problemas. Entró al sitio, caminó a la barra y pidió una cerveza mientras miraba
alrededor buscando a la pelirroja.

Heather estaba feliz, en otro mundo, en otro ambiente. Los sitios donde los jóvenes se reunían para
divertirse en su época eran muy diferentes a los de ahora; éstos eran mucho más liberados, y
sospechaba que también un poco más corrompidos. Pero no temía nada, estaba al lado de Raphael y
sabía que a su lado nada malo le iba a pasar.
Bailaron largo rato hasta que sintió que sus pies y su vejiga iban a reventar, y entonces pidió un
break para ir al baño, en el que había unas cuantas mujeres mirándose al espejo y hablando entre sí.
Entró a uno de los lavabos, pero cuando iba a cerrar la puerta, un hombre se lo impidió. Al verlo,
quiso gritar, pero entonces él le puso su mano en la boca impidiéndoselo. Era el mismo hombre que
la había abordado esa mañana en el hospital.
Las mujeres que se miraban al espejo soltaron una risita, como si simplemente se tratara de una
pareja que pensaba hacerlo en el baño, y salieron de allí.
—No grites, no creo que quieras hacer un espectáculo –dijo Keith pero no hizo ademán de quitarle
la mano, sólo se la quedó mirando y sonriendo—. Casi había olvidado lo hermosa que eres, lo buena
que estás—. El hombre paseó sus ojos por su cuerpo y Heather odió cada segundo de su escrutinio.
Se sentía ultrajada, el único hombre que podía hacer eso era Raphael… Raphael! Estaba esperándola
en su mesa, y no tenía forma de saber que se hallaba en un aprieto. Empezó a agitarse intentando
liberarse del hombre. Quiso arañarlo, pero él le tomó ambas manos con demasiada fuerza,
lastimándola, y siguió presionando sus labios impidiéndole hacer ruido. Ella estaba contra una de las
paredes del lavabo y tenía el cuerpo de él presionando contra el de ella, y Heather odiaba ese
contacto, lo que la hacía querer gritar más.
—Ya deja de revolverte como una gata! Ni que no hubiésemos estado igual de juntos antes –ella lo
miró sorprendida, y por una vez, quieta y en silencio. Keith se echó a reír—. Me vas a decir que
también olvidaste eso? Hieres mis sentimientos, bonita.
Heather agitó su cabeza, intentando decirle que era verdad que no lo recordaba, aunque la realidad
era que ni siquiera lo conocía.
—Te advertí lo que sucedería si no ibas a verme, creí que habías entendido que hablaba en serio.
Así que aquí me tienes. Todavía te tengo un poco de cariño y por eso no te hice una escena delante de
tu prometido, así que me vas a escuchar. Prometes que no gritarás si te libero? –Heather no quería
prometer nada, le asqueaba sumamente estar en el mismo sitio con él, que la tocara, que la mirara,
pero si el prometerlo la iba a liberar por lo menos de su sucia mano sobre su boca, lo haría, y que
Dios la ayudara luego.
Asintió mirándolo fijamente a los ojos.
—Eso es, así me gusta –despacio, Keith retiró la mano, y ella enseguida se limpió los labios con el
dorso de la suya.
—Te dije que sufrí un accidente, no te recuerdo, y creo que un amigo de verdad no me haría esto! –
él se echó a reír.
—No me vengas con estupideces de ese tipo. Tú y yo éramos más que amigos, y siempre te
excitaron este tipo de cosas… —ella lo miró espantada al deducir que en el pasado habían sido
amantes—. Ah! Eso también lo olvidaste? Me partes el corazón! –pero era obvio que él no le creía.
—Qué… qué es lo que quieres de mí?
—Dinero.
—Por qué tendría que darte dinero?
—Parece que también olvidaste lo que sucedió en ese accidente.
—Te dije que…
—Ok, ok! Ya me sé tu cuento de niña buena donde perdiste la memoria y sufriste un cambio de
conciencia, ahora te vistes como una monjita y ayudas a la gente pobre. Leí los diarios. Pero tú y yo
sabemos que eso es una farsa. Y como sé que si lo estás haciendo es porque quieres conservar algo,
te va a costar. Vamos, Heather, te sobra el dinero; puedes ir compartiendo un poco conmigo, por los
viejos tiempos.
—Ya sé lo que es esto. Nunca dejarás de sobornarme por algo que ni siquiera sé si es verdad –
Keith se rió con fuerza, echándole su aliento en la cara, lo que le repugnó.
—Está bien, está bien, jugaremos tu juego y te refrescaré la memoria—. Se volvió a acercar a ella,
apretándola contra la pared, y Heather luchó por no volver a gritar. Dios! Se estaban pasando los
minutos. Pensar en que Raphael la esperaba allá en las mesas la angustiaba más—. A ver, por dónde
empiezo? Mmm… no nos vayamos tan lejos. La noche del accidente. Sexo alcohol y drogas. Tú, yo,
Justin y Craig.
Heather lo miró un poco sorprendida. Sabía que la noche del accidente Heather había ido ebria y
tal vez drogada, pero no se preocupó por averiguar dónde había estado ni qué había estado haciendo
momentos antes. Presentía que lo iba a descubrir ahora.
—Sabes que Craig te hizo un video? Tú, doblemente penetrada… lo que daría tu novio por ese
video –Esta vez Heather abrió su boca además de sus ojos, y Keith se echó a reír—. No, espera! Lo
que darían las páginas de pornografía por un video de una celebridad como tú, que ahora se hace
pasar por buena, por subir ese video! Me haría rico, Heather! –rió Keith—. Pero mira que soy bueno,
y no lo he hecho. Recuperé las cosas de Craig. El pobre murió en ese accidente –al ver que Heather
palidecía aún más, se volvió a pegar a ella y le susurró—: tus papitos no te dijeron lo que les
sucedió a los que iban contigo en el auto esa noche, verdad? Pues déjame ilustrarte: Craig murió;
salió disparado del deportivo y se rompió el cráneo. Fue instantáneo, afortunadamente. Justin está
paralítico. Se partió en dos una de sus vértebras lumbares. Crack!! –exclamó él, ilustrándole lo que
decía—. Todo por ti, que ibas al volante.
A Heather se le humedecieron los ojos. Por ellos, aunque no sabía si merecían su conmiseración;
por la antigua Heather, aunque aquí lo que sentía era más bien ira; y por sí misma. Tendría que pagar
las consecuencias de los actos de otro sólo para poder seguir disfrutando un poco más de la vida.
Éste sería su precio a pagar.
—Cuánto… cuánto quieres?
—Ah, ya vas entendiendo. Por ahora, sólo necesito diez de los grandes.
—Diez… de los grandes?
—Diez mil, bonita. No soy pretencioso. Nunca he trabajado, ya sabes, y por el tiempo que estuve
fuera, en el hospital, perdí unos cuantos clientes…
—Clientes? –repitió ella—. Pero… no que no trabajas? –él se echó a reír.
—Consumías drogas. De dónde crees que la obtenías?
Ella le echó una mirada significativa, y él asintió. Así que él era su camello. No sólo su amante,
que la compartía con otros dos hombres al mismo tiempo, sino que le daba o vendía drogas y ahora
la chantajeaba para sacarle dinero. Estaba empezando a sentir náuseas.
—Diez de los grandes, para empezar. No te molestaré mucho, no quiero que te ganes un problema
con tu novio o tus padres y eso te sirva de excusa para dejar de pasarme dinero.
—Y… y si me niego a darte dinero? –preguntó ella, aunque la respuesta era obvia.
—De veras lo quieres saber? –Heather cerró sus ojos. Quería llorar. No estaba acostumbrada a ser
amenazada de esta manera, no estaba acostumbrada a ser chantajeada, a sentirse tan vulgar, tan sucia
—. Está bien, te lo diré: todos se enterarán de que realmente eres una asesina, que tus padres taparon
todo el asunto a su conveniencia. Verán el video de Craig, obviamente, y sabrán lo putita que eres…
lo que no te conviene. He visto que te importa mucho ese tal Branagan, que antes despreciabas como
a la mierda, y créeme bonita que ningún hombre es feliz al ver a su mujer con tres hombres al mismo
tiempo. Ni siquiera con dos, no sé por qué, son unos egoístas… Entonces, qué nos queda? Que nada
de prometidos, tendrías que irte a Alaska, o a África para esconder tu bonito culo, adiós vida que
hasta ahora conoces… Me entiendes ahora lo que te quiero decir?
Una lágrima rodó por la mejilla de Heather. El cuadro que él le pintaba era demasiado sombrío. Ni
siquiera estaba segura de que él en verdad tuviera ese tipo de pruebas en contra de ella, pero un
simple rumor echaría a perder su tambaleante dignidad frente a la opinión pública, que ahora le era
tan valiosa.
—Vamos, no te pongas así –susurró él contra su cuello, pero lo que con Raphael hubiese sido un
preludio a una deliciosa sesión de sexo, con este hombre era la puerta al horror.
—No me toques! –gritó.
—Te encanta que te besen en el cuello.
—No se te ocurra! Suéltame! –ella elevó sus manos, y para defenderse, lo arañó.
—Tú, maldita puta! –él volvió a tomarle ambas manos con fuerza y atrapó su boca con la suya.
Heather se moría de asco. Su lengua se metió en su boca y empezó a pasearse por ella y por más
que intentaba girarse, echarlo fuera, él poseía demasiada fuerza. Cuando sintió que metía su mano en
su entrepierna, quiso morirse. Ese sitio era privado, era suyo y de quien ella quisiera compartirlo,
nunca había sido tan ultrajada, tan abusada. Iba a ser violada aquí? Tendría que presentarse ante
Raphael más tarde con la sensación del toque de otro hombre en su cuerpo?
No lo podré resistir, se dijo. No soy capaz de superar esta prueba.
Pero este hombre seguía desnudándola, y aunque para ello había tenido que liberar sus manos, la
fuerza de ella no era suficiente contra la de este tipo.
Violada en los baños de un bar. No quería eso en sus memorias.
Tú, Dios, Destino, quien seas que me trajiste aquí, oró, que sepas que prefiero morir a pasar por
esto. No quiero tener que soportarlo, tener que recordarlo por el resto de mi vida con asco y
vergüenza, tener pesadillas por la noche con esto, porque sé que las tendré, y luego, tener que verle
la cara a Raphael después de haber vivido esta experiencia… aunque no sea mi culpa, aunque luché
hasta el final…
Una voz se coló en su subconsciente.
No, eran sus oídos reales, embotados por el miedo y el terror.
—Heather?
Era Raphael! Llamándola!
Heather estaba contra una pared de concreto, pero las divisiones de los demás lavabos eran de
metal, así que hizo lo posible por estirar una mano, una pierna, y golpear. Fue un golpe muy leve,
pero una contestación, al fin y al cabo, y fue suficiente.
Raphael apareció en el lavabo como un ángel vengador sacado de alguna película de acción. Pateó
tan fuerte la puerta que ésta se abrió con violencia, roto el simple pestillo que la aseguraba. La cara
que hizo al ver a Keith encima de ella fue épica. Heather nunca había visto a Raphael así.
De un momento a otro cogió a Keith del cuello, lo tiró al suelo, se puso encima de él y empezó a
golpearle la cara como si fuera algún saco de arena. Heather no lo veía claramente, sólo sabía que
ahora era libre, que tenía sus senos expuestos, que sentía ganas de vomitar tan fuertes que pensó que
lo haría allí mismo.
Al escuchar un extraño sonido, como de un hueso roto, se giró a mirar. Keith intentaba defenderse,
pero tenía el rostro casi desfigurado y se había quedado sin fuerzas. Quiso gritarle a Raphael para
que se detuviera, para que no lo matara, pero en algún sitio recóndito de la Samantha buena y
piadosa, había también una Samantha vengativa; Raphael sólo estaba haciendo algo que ella misma
hubiese querido hacer.
Pero no sería bueno para él que lo matara.
—Raphael! –lo llamó, pero ese hombre estaba en otra dimensión, inalcanzable por su furia—.
Raphael!!! –gritó—. No lo mates… la policía… te llevará! –él alzó su mirada a ella, pero sus ojos
parecían nublados.
—Este cabrón… te tocó… —Ah, él hizo más que tocarla, pero tenía que rescatarlo, a Raphael, de
sí mismo.
—Amor, no importa. Estoy bien.
—Sí importa, Heather, déjame matarlo!
—Pero te perderé! –la gente se había empezado a aglomerar. Antes no habían dicho nada porque
una pareja lo hiciera en un baño, pero ahora estaban siendo atraídos por la pelea. Si un vigilante
escuchaba, y venía a asegurar el lugar, ellos tendrían problemas. Se puso en pie, tomó a Raphael del
brazo e intentó moverlo, pero él era algo así como una roca.
—Raph, por favor, él no importa. Vámonos—. Le tomó el rostro en sus manos y lo giró para que la
mirara. La respiración de él era agitada, y sus ojos todavía tenían esa niebla de rabia descontrolada,
pero se iba aclarando poco a poco.
—Vámonos de aquí, llévame a casa, por favor—. Usar el tono desvalido fue efectivo, de
inmediato él se levantó de encima de Keith, que estaba inconsciente, y la revisó de pies a cabeza.
—Estás bien?
—Sólo quiero darme un baño. Llévame a casa.
—Sí, enseguida. Déjame encargarme de…
—No! Déjalo!
—Pero Heather, casi te viola!
—Lo matarás! No quiero tener que hacerte visitas conyugales en la cárcel! –él no pudo evitarlo y
se echó a reír. Se inclinó a ella para abrazarla, pero Heather rehuyó al gesto. Todavía tenía en su
boca el sabor de Keith, y no quería que Raphael lo advirtiera. Sentía como si por todo su cuerpo
hubiesen regado estiércol. Le urgía un baño.
Tal vez Raphael lo comprendió, y volvió a mirar con ira el cuerpo de Keith en el suelo. Intuyendo
lo que pasaba por la mente de su novio, lo tomó del brazo y lo arrastró fuera. Ésta vez él se dejó
llevar, y llegaron juntos hasta la zona de parking.
—Tu bolso –dijo él, al advertir que ella no lo llevaba consigo, y se devolvió. Pero lo que en
verdad hizo, cuando ya tuvo el bolso de Heather en las manos, fue pasarle un par de billetes a uno de
los vigilantes del sitio—. El hombre que está medio muerto en el baño de mujeres –le dijo—,
asegúrate de llevarlo a su casa, mañana vendré por su dirección.
El hombre vio los doscientos dólares y alzó ambas cejas, recibiéndolos.
—Copiado –le contestó, y Raphael volvió rápidamente al auto, donde lo esperaba Heather.
Ella había estado llorando, había barrido sus lágrimas tan pronto lo vio asomarse, pero Raphael se
dio cuenta de todos modos. Como ya antes había intentado consolarla, y ella no se había dejado ni
abrazar, se dio prisa en poner el auto en marcha y llevarla hasta su loft.
Heather iba pensando en lo que iba a hacer. No sabía si podría cumplir con las demandas de
dinero de Keith. Diez mil dólares no eran una cantidad que ella pudiese sacar del banco sin que su
padre lo advirtiera y luego hiciera preguntas. Sobre todo ahora, que llevaba un estilo de vida tan
frugal.
Qué iba a hacer?
No tenía ni idea, y ahora ese hombre debía estar más que furioso por el ataque de Raphael.
Lo miró, estudiando su perfil, sus facciones un poco endurecidas aún por los rezagos de la ira que
acababa de sufrir.
Este hombre era formidable. Realmente la había salvado de ser violada. El hombre tierno, que la
tocaba con cariño y dulzura, que le sonreía con la mirada llena de amor y luz, se había transformado
en una bestia enloquecida y oscura, que sólo hasta que vio el rostro de su enemigo ensangrentado, y
ella le habló, pudo salir de su trance demencial. Le miró los nudillos, lastimados, y aun así no sintió
miedo de él. Esa fuerza y esa demencia estaban a favor de ella, justo lo que necesitaba en ese
momento donde no sólo era una Samantha desvalida, ultrajada y casi violada, sino una Heather que
había provocado problemas en el pasado y que ahora necesitaba protección.
Heather, Heather! No era sólo alcohol y drogas. Sexo con tres al tiempo? Y se había dejado hacer
un video? Tanto se odiaba a sí misma?
No encontraba, en su mente, su crianza y su educación, un motivo por el cual una mujer se hiciera
eso a sí misma más que la autodestrucción. Pero, por qué una mujer tan hermosa, rica y afortunada en
la vida querría autodestruirse? Era muy extraño.
—Te sientes bien? –preguntó él, abriéndole la puerta para que bajara. Habían llegado al edificio
donde Raphael tenía su loft y ni cuenta se había dado, tan ensimismada como iba en sus
pensamientos.
Tomó la mano que él le ofrecía y se dejó llevar hasta el ascensor, donde se reclinó sobre él.
Raphael respiró profundo, ahora por lo menos dejaba que la tocara. Esperaba que su miedo fuera
pasando poco a poco. Necesitaba asegurarse de que estaba bien.
En cuanto entraron al apartamento, Heather caminó hasta el baño. Fue dejando un reguero de ropa
por su camino, y entró completamente desnuda a la ducha. Abrió la llave del agua, que salió fría al
principio, y se puso bajo ella. Inmediatamente después puso jabón en su mano y lo esparció por todo
su cuerpo.
Sucia, estaba sucia, sobre todo en los sitios en los que él había tocado, su cuello, sus senos, su
entrepierna.
Tomó una esponja de baño e hizo bastante espuma, se la pasaba por el cuerpo estregando,
frotando, pero le parecía que no era suficiente.
—Eh, te vas a lastimar –dijo Raphael detrás de ella. Heather giró su cabeza para mirarlo, y lo
encontró desnudo.
—Raphael, yo realmente…
—Shht… —la calló él, y le quitó la esponja de la mano. Tomó el tarro del champú y se puso un
poco en el hueco de la mano, luego lo calentó con las palmas y se lo aplicó a ella en el cabello, con
suavidad, masajeando su cuero cabelludo con la espuma. Al sentir su toque, Heather al fin se fue
relajando, y a pesar de que tenía el rostro húmedo por el agua, sintió rodar las lágrimas—. Quieres
hablarme de eso?
—No –contestó ella, a pesar de que el tono de él había sido dulce.
—No te despreciaré, Heather, ni cambiaré mi forma de mirarte.
—Es sólo que… me da tanta vergüenza… y asco.
—Lo entiendo –dijo él, con una calma engañosa—. Aún opinas que fue buena idea dejarlo vivo? –
Heather dejó salir una risa que pareció más bien un sollozo.
—No lo hice por él, lo hice por ti.
—Lo sé.
—Te quiero, y no quiero que te hagan daño.
—Miraste mal, el daño se lo llevó él.
—Sabes a lo que me refiero –dijo ella girándose a mirarlo. Raphael tomó más jabón y empezó a
pasar sus manos por el cuerpo de ella. Él parecía conocer los sitios donde ella más quería limpiarse,
porque por allí pasaban sus cálidos dedos.
—No te hizo nada, verdad? –preguntó él, insistente, a la vez que amontonaba espuma encima de
uno de sus pezones.
—No… sólo… lo intentó. Cómo supiste que estaba en problemas?
—Te tardaste demasiado, y me preocupé, así que me metí al baño de mujeres.
—Te escuché –dijo ella, cerrando sus ojos—. Te escuché llamarme.
—Te llamé muchas veces.
—Oh, Dios, Raph, estaba tan aterrada, que ya al final sentía que no veía, no escuchaba…
—He leído que en algún momento del ataque, es normal que la víctima cierre sus sentidos para
abstraerse –mentira, él acababa de googlearlo. En cuanto vio que ella se metía a la ducha, y
empezaba a tardar, se preocupó, así que decidió hacerle caso a su instinto y meterse con ella—. Es
un mecanismo de defensa.
—Pero te escuché.
—Sí, y me permitiste así destrozarle la cara a ese malnacido –ella lo sorprendió abrazándolo.
Había supuesto que no soportaba el contacto físico, y que así sería por un buen tiempo, pero ella lo
estaba abrazando con fuerza, pegada a él como una lapa.
—Gracias—. Raphael sonrió, y pasó sus manos enjabonadas por la delgada espalda de ella.
—Cuando quieras.
—No, eso significa que tendría que volver a pasar por esto, y no se lo deseo ni a mi peor enemiga.
—Mmm, salgamos a la calle, a cualquiera que veas con cara de vicioso, lo golpearé por ti –
Heather se echó a reír, algo que creyó que no volvería a ocurrir en por lo menos diez años.
—Te amo, Raphael.
—Puede mi amor curarte?
—Oh, sí –él la movió un poco, para que el agua que salía de la ducha le aclarara el jabón del
cuerpo y el champú. Heather tomó entonces jabón y empezó a pasearlo por el cuerpo de él.
—No hagas eso.
—Pero quiero lavarte también.
—Cuidado allí abajo; es automático –Heather se rió mirándolo, y, efectivamente, una erección se
había iniciado. Heather lo miró a los ojos aun sonriendo.
—El vicioso eres tú.
—Quieres pegarme? –propuso él, alzando repetidas veces las cejas, como acostumbraba hacer
cuando se portaba juguetón con ella. Heather volvía a reír.
—No lo sé, tal vez.
—Me dejaré atar, no tengo esposas, pero puedes usar una de mis corbatas.
—Y con qué te pegaría?
—Mmm, no tengo fustas. Crees que debamos comprar un kit sado? –Heather rió ahora con más
ganas. Le tomó la cabeza, bajándosela para alcanzar sus labios y lo besó. No entendió por qué había
rechazado sus besos y abrazos antes, si eran el mejor bálsamo del mundo.
-18-

Raphael se dejó arrinconar por Heather en el baño. Tenía las manos jabonosas de ella por su piel y
sintió la suya erizarse, aunque el agua estaba caliente y flotaba vapor en el ambiente. Ella pasó sus
dedos por un pezón masculino, que se decían que eran tan inútiles como una cortadora de hielo en el
desierto, pero nop, los suyos estaban muy sensibles, tan expectantes como él.
El último mes había sido completamente revelador. A Heather le gustaba realmente el sexo,
disfrutaba con él, y le seguía cuanto juego a él se le ocurría. Ella ahora tenía una expresión un tanto
nerviosa, dudosa, pero era comprensible, dada la experiencia por la que acababa de pasar.
—Nena –murmuró—, no te obligues a ti misma.
—Pero quiero hacerlo –contestó ella, besando su pecho.
—No tiene por qué ser hoy, yo esperaré –ella miró hacia abajo, eso de allí contradecía
completamente sus palabras. Sonrió y lo amó, lo amó por estar dispuesto a esperar aunque su cuerpo
clamaba otra cosa.
Sin embargo, se separó de él y volvió a meterse bajo la ducha, terminando de aclarar su pelo y su
cuerpo. Dejando salir el aire, entre decepcionado y aliviado porque ella aceptaba su sugerencia,
Raphael le ayudó a enjuagarse el jabón del cuerpo.
Cuando salieron del baño, Heather caminó hasta la cama, se agarró fuertemente de la piecera en
una pose en la que le enseñaba a él todo su trasero, y lo miró.
—Hazlo ahora –le dijo. Raphael tragó saliva y se pasó la mano por la nuca, la respiración
tremendamente agitada.
—Heather…
—Tendré que rogarte?
—Oh, Dios, no –contestó él, liberándose de la toalla y caminando hasta ella con su erección como
un remolque. Se ubicó tras ella, y tras comprobar que estaba lo suficientemente húmeda, la penetró
desde atrás. Heather se dobló sobre la cama lanzando un gemido largo al sentirlo a plenitud en su
interior. Había comprendido que sólo de esta manera borraría los restos del miedo que acababa de
sentir, y sólo Raphael podría ayudarla. Sintió las manos de él en su espalda y sus nalgas y empezar a
moverse en su interior. Bajó la cabeza y vio sus testículos balancearse con cada movimiento y se
humedeció aún más. Se agarró fuertemente del edredón, pero no cerró sus ojos, se concentró en él, en
las sensaciones, en su voz que gemía queda y la llamaba por su nombre.
Dioses! Aquello era sublime!
Raphael la enderezó y pegó la espalda de ella a su pecho y la alzó para ponerla de rodillas en la
cama, con dos dedos buscó su clítoris para masajearlo y llevarla a la copa del placer. Heather gritó
un duro gemido cuando él con una mano apretaba un pecho, con la otra mano desastraba el pequeño
botón en su entrepierna, y con su lengua recorría su oreja. Los dos empezaron a moverse como algas
en el fondo del mar, suave, fuerte, continuo.
Cuando ella estuvo a punto de correrse, Raphael tuvo la brillante idea de retirarse de su cuerpo.
—No! –gritó ella—. Por qué? –él sólo alzó una ceja, la puso de costado en la cama y se ubicó tras
ella.
—Por esto.
—Quieres matarme.
—Sólo de placer –se movió suavemente para volver a penetrarla, y Heather volvió a sentir que se
corría. Él tomó su muslo y lo separó del otro abriéndola de piernas.
—Mira –le dijo, señalando el espejo de cuerpo entero que tenían delante. Heather lo escuchó a
medias, pero hizo caso, y lo que vio la abrumó. El miembro de Raphael entraba y salía de su cuerpo
y para ella se vio hermoso, glorioso; luego se vio su propio rostro, un rostro con el que ya se había
familiarizado, y lo vio contorsionado por el placer.
—Así es… —susurró él en su oído— como te veo yo, cuando te hago el amor.
—Oh, Raph…
—Así te veo en mis sueños…
—Aahh… —gimió ella, sintiendo más humedad, más calor, más dolor por contener lo que estaba a
punto de explotar. Quiso preguntarle: sueñas conmigo? Tienes fantasías cuando no estoy a tu lado?
Pero era sólo por conocerlas, quería conocerlas; él ya había admitido que soñaba con este rostro
lleno de absoluto placer.
Lo apretó con fuerza en su interior, no pudiendo contenerse más, no queriendo contenerse más,
pero otra vez él salió de ella.
—Raphael, te voy a matar!
—Necrofílica –la acusó él, y eso la hizo reír, pero su risa se borró cuando lo sintió entrar de
nuevo. Ahora él estaba sentado en la cama, y ella de espaldas con su cuerpo completamente abierto
ante él. La tomó de las caderas, elevándolas hasta las suyas, y volvió a tomar el ritmo.
—Por qué lo haces? –se quejó ella, un poco tardíamente. Él no dejaba de moverse en su interior, y
se le dificultaba pensar con claridad. Cuando él respondió, ya se le había olvidado que había hecho
una pregunta.
—Porque puedo –había dicho él.
Ya no hubo más interrupciones.
Heather sintió que bizqueaba, que boqueaba, que perdía el control. Sintió su orgasmo llegar como
una ola caliente y furiosa, que en parte la ahogaba, y en parte la liberaba. Cómo había podido vivir
sin esto por tanto tiempo?
La respuesta le vino de inmediato: porque ni siquiera lo había probado. Una vez probado el sexo,
el sexo con Raphael, se había hecho adicta.
Arqueó su espalda y cerró sus músculos interiores como un puño, y Raphael se vio obligado a
detenerse en sus embates y rugir como un prisionero de guerra cuando al fin viene su muerte.
En ella ya no había violencia, ni urgencia, sólo una tremenda calma, así que pudo disfrutar de la
vista: su hombre teniendo un orgasmo.
Lo sintió derramarse en su cuerpo, y ella simplemente lo observaba, con sus manos lo acariciaba,
recibía en su palma los besos y mordiscos que él le daba. Él debía verse en un espejo también. Su
rostro era precioso.
Segundos después, él se derrumbó encima de ella, con la respiración agitada aún y el cuerpo
hirviendo. Para Heather, lo más hermoso que había visto jamás. Sus ojos se fueron cerrando, tan
satisfecha como estaba, y cuando él se movió para no ahogarla bajo su peso, ella ya estaba dormida.
—Qué vicio el que tienes –sonrió él, y salió de su interior con sumo cuidado. Se abrazó a ella, y
en pocos instantes, él también se durmió.

Heather despertó asustada, y de inmediato sintió la voz y las manos de Raphael tranquilizándola.
Esperaba que estos episodios no fueran a darse muy seguido por culpa del idiota del bar, del que ni
siquiera sabía el nombre.
—Estás bien? –Heather asintió—. Tienes que contármelo, Heather –siguió él. Quiero que me lo
cuentes tú; mañana lo buscaré, y lo mataré…
—No, Raphael!
—Entonces cuéntame.
—Tal vez eso sólo haga que adelantes el asesinato.
—Aun así, quiero saber por qué te atacó.
—Un violador no necesita motivos para atacar.
—Heather… —ella se sentó en la cama, cubierta con las sábanas, y le dio la espalda mientras él
seguía acostado. Respiró profundo varias veces mientras intentaba organizar sus ideas. No podía
contarle todo, pero sí una parte.
—Es un viejo amigo de… mío. Quiero decir, antes del accidente; no lo recuerdo—. Raphael se
apoyó en el codo escuchándola atento y traduciendo lo que en verdad ella le decía. Con que un
amante de Heather había reaparecido. Se imaginaba para qué.
—Qué quería? –preguntó, sin embargo.
—Dinero.
—Por qué?
—Dice que si no le doy… diez mil dólares pronto, le contará a todos que en ese accidente un
hombre murió y el otro quedó en silla de ruedas—. Raphael dejó salir el aire molesto, pero cuando
él no pareció sorprendido, ella se giró a mirarlo—. Tú lo sabías, verdad?
—Sí.
—Y por qué nunca me lo dijiste?
—No necesitabas saberlo.
—Claro que sí! –gritó ella—. Te das cuenta que por eso podría ir a la cárcel? Dios mío! –
murmuró ella, sintiéndose angustiada otra vez.
—No irás a la cárcel, no lo permitiré –le aseguró él—. Y si fueras, yo sí te haría la visita
conyugal.
—Raphael, no estoy de broma. Este hombre me dijo que… —se detuvo, había estado a punto de
revelarle lo del video.
—Qué, que eran amantes? –ella lo miró a los ojos—. Heather, lo que hicieras antes de enamorarte
de mí no me importa—. Ella quiso reír; él no sabía lo que decía, ese hombre aseguraba tener un
video donde ella lo hacía con dos, o tres, no le había quedado claro. Seguro que ver algo así sí que
le importaba.
—De todos modos –siguió ella, más calmada—, tendré que pensar en lo del dinero. No quiero que
algo así salga a la luz.
—Yo me encargaré, no te preocupes.
—No Raphael. De verdad, temo que…
—No te preocupes, no lo mataré. Hoy en día ocultar un asesinato no es tan fácil –ella lo miró de
reojo y Raphael se rió.
—A veces pareces un niño –murmuró ella meneando su cabeza.
—Pero hay momentos en que soy todo un hombre, verdad?
—Oh, sí –sonrió Heather. Ella apoyó su cabeza en su hombro respirando profundo—. Gracias por
salvarme en ese bar.
—De nada.
—Tuve mucho miedo, de verdad.
—Lo sé. Y ahora, duérmete.
—Tengo hambre.
—En serio?
—En el bar no comimos nada, lo recuerdas? –él fingió molestarse, pero igual salió de la cama y
buscó un pantalón para ponérselo. Ella lo miró mientras se cubría sonriendo—. Quiero pancakes.
—Sí, señora.
—Ensaldada y queso. Y sopa de pollo.
—Como ordene.
—Y jugo natural. A esta hora las bebidas sintéticas me engordarían las caderas.
—Claro. No quiero una novia gorda—. Heather se echó a reír y lo observó mientras él bajaba al
primer piso. No se sorprendió nada cuando, ni tres minutos después, él subió con leche y galletas y
una simple manzana.
—Y mi cena? –le reclamó ella, él simplemente se robó una de sus galletas, y con la boca llena le
contestó:
—No quiero una novia gorda.

En la mañana, Raphael llegó temprano a la dirección que le había dado el hombre al que le había
pagado por llevar a Keith a su casa la noche anterior. Era un edificio bastante viejo y maloliente.
Cuando le abrió la puerta, el mismo hombre que la noche anterior estuvo a punto de violar a su novia,
intentó cerrarla inmediatamente, pero Raphael logró imponerse.
—No me golpees, por favor! Anoche me rompiste la nariz! –gritó Keith. Raphael lo observó
atentamente. Él había elevado ambas manos como para defenderse de su ataque, por si éste venía;
ciertamente, tenía la nariz torcida y el resto de la cara con cortes y moratones.
—Sólo vengo a hacerte una pregunta.
—Hazla y lárgate—. Raphael se le acercó lentamente, y Keith se arrepintió de inmediato del tono
que usó.
—Conocías a Heather de antes? –Keith lo miró. Era un poco más alto que él, y definitivamente más
fuerte. Un sudor frío le bañó la espalda.
—Y-yo… le vendía la coca que consumía.
—Entonces sólo eras su camello? Nada más personal? –él lo sabía todo, se dijo Keith, así que no
tenía caso mentirle, y tal vez sólo lo estaba probando.
—Teníamos sexo e íbamos a fiestas de vez en cuando.
—Ya.
—Después del accidente, no. Ella simplemente desapareció, con eso de que perdió la memoria…
—Heather no sólo perdió la memoria –lo interrumpió Raphael, y se alejó de Keith, no olía muy
bien—ella no es la misma de antes. Eso te habrá quedado claro –Keith sólo lo miró de reojo—. No
te voy a hablar de lo diferente que es ahora, sólo te diré una cosa: si por casualidad llegase a saberse
lo de las consecuencias del accidente, si un pequeño rumor, duda o susurro llegara a colarse, tú lo
pagarás.
—No soy el único que lo sabe, está también Justin…
—Ah, pero hasta ahora, tú has sido el único que ha mostrado agallas suficientes como para
enfrentarse tanto a los Calahan como a los Branagan –Keith elevó a su ojo una bolsa de agua fría que
había dejado en una mesa cuando fue a abrir la puerta y cerró sus ojos mientras sentía el fresco
aliviarlo.
—No pensé que ella fuera a contarte.
—Heather no me oculta nada –mintió, y Keith debió saberlo, porque se echó a reír, aunque sin
mucha fuerza, pues cada movimiento facial le provocaba un dolor intenso. Raphael lo miró elevando
sus cejas de manera significativa, y Keith se arrepintió de haberse reído—. Sabes algo de ella que yo
no?
—No, simplemente no creo que lo sepas todo de ella.
—Veo que crees que sabes más de mi novia que yo. Aclarémoslo –dijo él cruzándose de brazos en
una pose de aparente calma. Keith se alejó otros pasos más de él.
—Ella tenía gustos… muy duros… en cuanto a sexo. Le gustaban las orgías. Te lo dijo? –Raphael
frunció el ceño de manera perentoria, y Keith tragó saliva.
—Tengo un video que lo confirma.
—Tienes un video de Heather en una orgía? Quiero verlo.
—Estás loco?
—Lo quiero –amenazó Raphael, y Keith buscó el teléfono; luego de disponer el video se lo pasó.
De inmediato la sucia y maloliente sala se llenó de los sonidos de Heather gimiendo de placer, junto
con las voces de otros hombres. La calma con que Raphael miró de principio a fin el video, sin
alterarse, sin gritar, sin amenazarlo a él, lo abrumó. Qué tipo de hombre era este?
Cuando el video terminó, Raphael simplemente se guardó el teléfono en el bolsillo y lo miró con
aspecto aburrido.
—Hay copias de esto?
—No, lo juro.
—Más te vale.
—De veras no te importa lo que acabas de ver?
—Ya sé que te sonará extraño, pero no, y no por una sencilla razón: la Heather de antes del
accidente no es la misma mujer con la que estoy ahora. Ver esto es para mí como… ver porno de mal
gusto. Gratis, pero de mal gusto.
—Eres un tipo raro.
—Lo sé. Y como eres un tío inteligente, te irás de la ciudad, buscarás tu vida en otro lado, o la
próxima vez me ocuparé de que tu cara quede totalmente irreconocible. Créeme que no me costará
nada, y al contrario, me producirá un enorme placer y alivio deshacerme de ti.
—Necesito dinero, por culpa de Heather ahora estoy mal!
—Ese es tu problema.
—No es justo que ella esté tan bien mientras Craig está muerto, Justin en silla de ruedas y yo en la
miseria!
—Tú ya estabas en la miseria antes. Parasitaste a Heather por un largo tiempo y creíste que sería
para siempre. Ella era una estúpida que también creyó que viviría para siempre y no habría
consecuencias de sus actos. De Justin se ocupó Phillip, no le faltará nada de aquí hasta que muera,
aunque tampoco fue una santa paloma; también él iba ebrio y drogado, al igual que Craig, al igual que
tú. Búscate la vida, así como has hecho hasta ahora, pero a mi novia ni se te ocurra volver a tocarle
un pelo, porque lo lamentarás profundamente. Te lo juro.
Y con esas palabras, lo dejó, simplemente atravesó la puerta y se fue. Sus palabras resonaron en su
mente por largo rato. Él hablaba como si Heather hubiese muerto, como si la de ahora y la de antes
fueran dos mujeres totalmente distintas, y su comportamiento al ver el video así lo evidenciaba.
O tal vez sólo era un lunático.
Los ricos eran gente rara, eso él lo sabía, para la muestra Heather, que teniéndolo todo, había
empezado una carrera segura hacia la muerte.
Pero Raphael Branagan tenía razón, la Heather que tuvo sexo con él alguna vez, la zorra cabrona
que lo gritaba y humillaba cuando y cuanto quería, y la Heather que habló con él en el hospital, y que
él arrinconó en el baño eran dos totalmente distintas. Ni siquiera olían igual.
Se sentó con cuidado en uno de sus sofás llenos de ropa y suciedad y sacudió levemente su cabeza,
intentando sacarse esos pensamientos de su mente. Ahora en lo que tenía que pensar, era en qué hacer
con su vida. Ya ni siquiera podría seguir en San Francisco.

—Pero… de verdad intentó violarte? –Preguntó Tess, espantada. Se detuvo en la tarea de doblar la
ropa de alguno de sus hijos y miró a Heather con lástima y rabia al tiempo—. Ese maldito! Lo
denunciaste?
—Claro que no! Qué quieres, que ventile lo que era Heather antes del accidente?
—Mierda! Atada de pies y manos!
—No sé qué hacer, Tess. Raphael dijo que se encargaría, pero dudo seriamente de sus métodos.
Hubieras visto cómo se transformó mientras lo golpeaba.
—Porque el cabrón se lo buscó. No debió dejarlo vivo.
—Sí, claro, y entonces la policía se lo habría llevado.
—Los ricos no van a la cárcel.
—No abuses –Tess se echó a reír. Se sentó en la cama al lado de Heather, quien la ayudaba
doblando ropa de niña con la misma parsimonia con que hacía las cosas cuando era una anciana. Le
apretó suavemente una mano y ella encontró sus ojos.
—Espero que no te vaya a quedar algún trauma por culpa de ese malnacido—. Heather suspiró.
—Anoche tuve pesadillas, pero no te preocupes, Raphael está a mi lado.
—Mmmm… me imagino las sesiones de…
—Tess!
—¡De rehabilitación por el miedo postraumático! no iba a decir nada!
—Te conozco! –Tess se echó a reír, admitiendo su culpa.
—Entonces? Hubo sesión o no? –Heather la miró negando.
—Se te nota la falta de sexo, mujer.
—Sí verdad? Pff!! –Tess se puso en pie y miró por la ventana—. Hay veces en que siento que lo
haría con un loco.
—Exagerada –rió Heather.
—No, no exagero… pero he perdido toda posibilidad… tengo tres hijos, estoy casada con un
hombre que simplemente desapareció…
—Podrías divorciarte, y estoy segura de que habrá alguien a quien no le importe que vengas con
paquete.
—Tienes razón, porque el que me acepte a mí, ha de aceptar a mis hijos. Por ellos soy capaz de
dejarlo todo, nunca los dejaría a ellos.
—Pues eso ya te hace una excelente madre, porque las hay que prefieren a un desconocido que a
sus propios hijos.
—Sí… pero no podría juzgarlas. El amor de un hombre también es irremplazable. La seguridad
que te da, la confianza –volvió a mirar por la ventana, deseando saber por qué esperaba que por allí
apareciera la solución a sus problemas, a su soledad.
—La policía no te dice nada de August? –Tess negó suavemente—. Ni siquiera un cuerpo flotando
en el río? Nada?
—Nada. Saben lo mismo que yo, que se fue de gira con su banda de música y sus amigos, pasó la
noche en un motel con una fulana, y no volvió a encontrarse con el resto, todos ellos volvieron a casa
con sus familiares, pero August no.
—Espero que si sigue vivo tenga una muy buena explicación. De verdad—. Tess no dijo nada,
como si simplemente ya no esperara nada. Sólo lo sentía por sus hijos, ya se le habían agotado las
excusas para su ausencia. Kyle, que era quien más lo recordaba, ya no se creía sus respuestas, así
que había tenido que decirle que no sabía dónde estaba su papá, y que tampoco sabía si volvería.
Se sintió un poco nerviosa cuando tuvo a Heather al lado y le apoyó una mano en su hombro.
—Ojalá el hada madrina que me ayudó a mí, se acuerde también de ti –Tess sonrió enseñando sus
dientes, bonitos y parejos.
—Espero que no usando el mismo método. Amo demasiado a mis hijos.
—Ah, yo también espero que sea de otro modo. Tendría yo que quedarme a cargo de esas tres
pulgas.
—Descarada! Sé que los amas!
—A ratos.
—Los amas con todo tu corazón!
—Por pedazos.
Siguieron discutiendo amistosamente, y la tarde se les fue entre risas y bromas, conversaciones
trascendentales y simple charla. Lo de siempre.
-19-

Phillip entró a la mansión con una sensación de alivio y calma; por una vez en su vida.
Nunca se había sentido así, nunca había esperado tanto el final de la jornada para estar en casa y
ver a su esposa. Era una sensación inigualable. Encontró a Georgina en la sala comedor disponiendo
la mesa para la cena. Al verlo, le sonrió.
—Llegas temprano –le dijo, y siguió ubicando los tenedores sobre la mesa. Él se metió una mano
en el bolsillo mientras con la otra aún sostenía el maletín de cuero donde traía unos documentos que,
si le daba tiempo o ánimo, más tarde revisaría. Miró a su esposa de pies a cabeza y se deleitó con la
vista. Podía decir que la estaba descubriendo apenas—. Qué? –preguntó ella al sentirse observada.
—Estás hermosa –Georgina alzó una ceja.
—Gracias—. Y entonces Phillip respiró audiblemente, y Georgina volvió a mirarlo interrogante.
—No me lo pones nada fácil.
—Qué cosa?
—Esto –señaló él, apuntándola con su mano, y luego a sí mismo—. La verdad, es que no sé qué
debo hacer. Rosas? Muy trillado; te digo que estás hermosa y actúas como si no me creyeras. Qué
regalos podría darle a una mujer que lo tiene todo? Cómo conquisto a mi propia esposa? He estado
pensando en eso todo el día, casi no pude concentrarme en nada; yo simplemente… —se detuvo
cuando vio a Georgina muy cerca de él. Se había distraído en sus quejas y no notó que ella había
caminado hasta hallarse a un palmo de distancia.
—Pensaste en mí?
—Todo el maldito día.
—Pues que me digas eso es más hermoso que cualquier rosa y cualquier regalo –él la miró un poco
confundido.
—Es en serio?
—Como tú dices, qué podrías darme que ya no tenga? Eso nos prueba –dijo ella, acomodando la
solapa de su traje, sin necesidad –que el amor no se puede comprar.
—Ojalá fuera así. Yo daría una fortuna por el tuyo –Georgina se echó a reír, y Phillip sintió
muchos deseos de besarla—. Tenemos que poner un par de reglas.
—Ah, sí?
—Sí. Sugiero la primera: besos—. Georgina arrugó su entrecejo.
—Besos?
—Al irme por la mañana, y al llegar por la noche, y antes de acostarnos.
—Tres besos al día?
—Mínimo.
—Mmm… Ok. Yo tengo otra regla.
—A ver.
—Llamadas –cuando él no dijo nada, ella se explicó—. Por lo menos una al día, o un mensaje,
algo que me diga que…
—Que estoy pensando en ti.
—Nunca lo hemos hecho, y…
—Y todo fue un desastre.
—Deja de terminar mis frases.
—Es sólo porque sé lo que sigue –Georgina volvió a reír—. Y si empezamos ahora? –propuso él,
elevando su mano hasta el rostro de ella y retirando un mechón de cabello—. Con lo de los besos –
explicó. Ella no dijo nada, y Phillip se inclinó poco a poco y tocó suavemente sus labios con los
suyos, parecía más bien el primer beso de dos niños, y probablemente así era.
—Oh, por Dios! –exclamó alguien. Como el par de adolescentes que fue pillado por sus padres,
Georgina y Phillip se separaron al escuchar la voz de su hija. Heather los miraba con ojos
desorbitados y ambas manos sobre su boca atrapando un grito. A su lado, Raphael sonreía de medio
lado con picardía.
—Ah… Heather, Raphael. Bienvenidos.
—Mamá, me hubieses dicho que no viniéramos, yo habría…
—Raphael, hoy preparé unos wraps que estoy segura te van a encantar! –la interrumpió Georgina,
tremendamente sonrojada. Heather miró a Phillip, que apretaba los labios y sonreía mientras
escapaba de la sala hacia algún lugar para lavarse las manos y deshacerse del maletín.
—Oh, seguro que me van a encantar, todo lo que haces es sencillamente delicioso –la agasajó
Raphael besando el dorso de su mano, Georgina simplemente le pegó amistosamente en el hombro.
—Galán.
—Mamá… —insistió Heather, pero Georgina volvió a actuar como si nada hubiera pasado.
—En unos minutos estará la cena. Desean tomar una copa de vino antes?
—Mamá!
—Yo, feliz –aceptó Raphael, y tomó a Heather por los hombros con una mano, y con la otra le tapó
la boca—. Phillip una vez me habló de un vino en su bodega…
—Sí, para allá voy –sonrió Georgina y de inmediato se escabulló. Raphael soltó a Heather, que
enseguida le reclamó.
—Por qué hiciste eso! No viste lo que pasó? Se estaban besando!
—Tienes la sensibilidad de un ladrillo. No pensaste que a lo mejor Georgina no quiere hablar del
tema delante de mí?
—Pero tú también la viste!
—Pero no soy su hijo. Y realmente, me sentiría tremendamente abochornado escuchando las
confidencias de tu madre, así que… mejor así—. Heather se cruzó de brazos—. Por qué te pones así?
—No confío en Phillip… digo, papá.
—Estás celosa?
—Celosa? De quién?
—De tu papá. Se está robando a tu madre.
—No seas tonto.
—Si Georgina y Phillip se llevan bien, muy bien, tendrá menos tiempo para ti.
—Eso es infantil.
—Tú acabas de portarte como una niña –ella le echó malos ojos, y al instante apareció Phillip.
Tenía las mejillas levemente coloreadas, y miró a Raphael y le tendió la mano. Heather lo miraba
casi con ojos entrecerrados de sospecha, buscando un atisbo, una señal, algo que le dijera que sólo
estaba fingiendo. Pero cuando Georgina entró a la sala, vio cómo se le iluminó el rostro, y entonces
supo que era verdad lo que Raphael decía. Estaba celosa, celosa como una niña de cinco años
porque le estaban robando la atención de su madre.
Complejo de Edipo a sus ochenta años. Ya no le faltaba nada para ver.

—Cariño, mañana es la cita con Fournier –dijo Georgina durante la cena, refiriéndose a un famoso
diseñador de vestidos de novia francés—, y me han dicho que es sumamente quisquilloso, así que
debemos madrugar para ir a su taller.
Heather miró a Raphael subrepticiamente. Habían ido adelantando poco a poco los detalles de la
boda; se casarían en una pequeña capilla a las afueras, un domingo a las diez de la mañana, y luego
tendrían un almuerzo en una casa a las afueras que habían alquilado para ello. Sólo faltaban ocho
semanas para la boda.
—No hay problema –susurró Heather.
—Tienes alguna preferencia con respecto a las flores? –preguntó Georgina mirando a Raphael—,
mañana debemos escogerlas.
—Oh, no. Ninguno. Todo tuyo.
—Luego de la cena te mostraré unas tarjetas para que también ayudes a elegir –Raphael miró a
Heather pidiendo auxilio, pero ésta sólo sonrió. Se vengaría sometiéndolo al suplicio de elegir
tarjetas para su boda.
—Ah… bueno –contestó Raphael, con apuro—. Pero seguro que lo harían bien sin mí.
—Tu ayuda nos vendrá bien—. Heather sonreía con malicia. Pero para su decepción, no tardaron
mucho; luego de la cena, Georgina simplemente le señaló unas cuantas tarjetas que ya estaban
preseleccionadas, y fue poco lo que Raphael tuvo que hacer. Coincidieron pronto en los gustos y
cuando ya estuvo el asunto resuelto, Georgina salió de la sala.
Heather resopló furiosa.
Raphael, en cambio, tenía sus brazos extendidos en el espaldar del sofá, con una pierna cruzada
sobre la otra, y la miraba sonriendo.
—No la culpes.
—Quién la culpa?
—Es sólo que se frustraron tus ganas de verme padecer. Al final, tu madre estaba menos interesada
que yo en tardar mucho eligiendo diseños de tarjetas. Tal vez… tenía cosas más importantes que
hacer.
—Cállate…
—Cosas que podrían estar sucediendo ahora mismo.
—Raphael! Lo último que quiero es imaginarme a esos dos… Ah! Ya lo hice! –Raphael rió
estruendosamente viendo a Heather enfurruñada. Se levantó del sofá para sentarse al lado de ella.
—No era eso lo que querías? Que tu madre también encontrara la felicidad? –Heather dejó salir el
aire como un globo que se desinfla.
—Sí, claro que sí.
—Bueno, dale una oportunidad a Phillip. Él también merece ser feliz –Heather lo miró a los ojos.
—Desde cuándo eres tan maduro?
—Oh, es sólo cuando me conviene.
—Te conviene ahora?
—Podrías llevarme a tu habitación, tus padres no se darán cuenta—. Eso la hizo reír.
—No, sigues siendo un niño.
—Pero me quieres.

Georgina cerró la puerta de la habitación y recostó su cabeza en la puerta, dándose pequeños


golpecitos y mortificándose por la escena de abajo; y para completar, luego había parecido ansiosa
por desaparecer. Phillip salió de su cuarto de baño y la vio en ese estado.
—Georgina? –asustada, ella levantó su cabeza. Phillip sostenía en sus manos una toalla de manos,
y aún estaba vestido.
—Ah, eso sólo que… Dios, hice un papelón abajo. Ahora Heather y Raphael deben estar pensando
lo peor! Quisiera simplemente que la tierra se abriera y me tragara completa… —se detuvo cuando
escuchó a Phillip reír.
—No te mortifiques tanto. Es sólo que no la acostumbramos desde niña a que nos viera besarnos.
Muchos hijos ni se inmutan por las demostraciones de cariño de sus padres—. Georgina apretó sus
labios aún mortificada.
—Sí, tal vez, pero diablos! Fue tan… incómodo.
—Hasta que ella llegó, sí, lo fue. Pero antes… Quiero decir… nos debemos dos besos hoy.
Ella lo miró a los ojos, y pestañeó un poco.
—Me… estás reclamando dos besos?
—Habíamos quedado en que tres diarios, no? Sólo va uno—. Georgina sonrió sintiéndose traviesa.
—Pero el acuerdo apenas empezó hoy.
—Pero tiene efectos retroactivos.
—Dios! Son muchos años sin besos!
—Más vale ponernos al día ya. No te parece? –Riendo, Georgina lo vio acercarse y buscar su
boca con la suya. Le rodeó el cuello con ambos brazos y recibió sus besos, el primero de muchos.

Te diviertes? –dijo una voz.


En aquél lugar, donde no había tiempo ni sombras, una sonrisa flotó en el aire. Una sonrisa de
satisfacción.
Como nunca –dijo—. Los humanos son tan divertidos.
No llevas ya mucho tiempo con esto?
Ah, ellos se inventaron un plazo, no yo. Seis meses terrenales.
Llegarán a los seis meses?
Qué crees que deba hacer?
Es tu historia –dijo, como si simplemente no quisiera inmiscuirse, pero parecía más bien
interesado.
Un poco de caos –dijo con entusiasmo—. Un poco de incertidumbre. Un poco de miedo. El amor
es como el oro; debe ser probado. Entre más fuego soporte, más puro resultará ser.
El amor de los humanos es finito.
Sí, pero lo finito no le quita lo verdadero.
Qué sabio. Aun para tu edad. Pondrás fuego sobre este amor?
Me encantará.
Y qué si resulta ser puro?
Oh, aún no lo he pensado. Pero para qué me apresuro? Tengo la eternidad para pensarlo.
Hay un alma que te reclama.
Lo sé, pero me es indiferente en este momento.
Cuando termines de divertirte, ocúpate.
Es una orden?
Te gusta el papel de hada madrina que te han dado –explicó.
Las hadas madrinas son seres inferiores, de veras no hubo nada más sublime con qué
compararme?
Termina ya con esto. Seis meses es demasiado tiempo.
Sí, Señor.
Pero la sonrisa siguió flotando en el ambiente. Amor, fuego, oro puro. Era hora de empezar.

Heather Calahan abrió sus ojos y se encontró acostada en una cama de hospital. Lo supo por el
olor de la habitación, y las barras metálicas en los laterales. No sabía por qué, pero estaba
sumamente cansada, con dolor en casi todo el cuerpo. Como si llevara mucho tiempo sin moverse.
Un pitido se escuchó, era el aviso de una de las máquinas que la rodeaban. Todo estaba en
penumbra, y ella tenía una manguerilla con oxígeno en su nariz. Cuánto tiempo llevaba allí?
Intentó sentarse, pero no pudo, realmente estaba cansada y adolorida.
Hizo memoria de lo último que recordaba. Ella, Justin, Craig y Keith en el deportivo, venían de
pasar una noche loca, y ella había sido lo suficientemente estúpida como para ponerse al volante.
No tardaba en llegar Phillip y darle una buena regañina, y la patética de su madre a llorar y darle
consejos. Tendría que pasar por todo eso, pero se lo había buscado. Tenía una regla, y era que si no
quería episodios incómodos con sus padres, estos no debían enterarse de nada de lo que hacía.
Tenía que salir de su casa, y era lo que más deseaba en el mundo: alejarse por fin de ese par de
perdedores que aún intentaban controlar su vida como si todavía fuese una niña pequeña, pero
dependía demasiado de Phillip como para irse lejos. Y luego estaba el dichoso matrimonio al que se
vería obligada a contraer.
Raphael Branagan, recordó que se llamaba, y anoche debió haber una cena con él en su casa. Se
había quedado plantado, el muy sonso.
Anoche… a menos que hubiese pasado más tiempo allí.
Qué día era?
Sólo sabía que era de noche. Todo estaba en penumbra, pero se veía que no era una habitación
cualquiera. Sus padres, ellos debían haberse encargado.
—Estúpidos todos –susurró, pero se quedó en silencio de inmediato. Esa no era su voz, no como la
que sonaba en su cabeza. Se había dañado la garganta?
Elevó su mano hasta su cuello y se lo tocó, encontrándolo flácido… y arrugado?
—Qué diablos? –exclamó. Se habría quemado? Sólo eso faltaba, que el auto explotara y ella
sufriera graves quemaduras! Pero no tenía vendas, ni una sola.
Con dificultad, se sentó en la camilla y siguió tocándose. Arrugas, flacidez, pequeños bultitos…
Una enfermera entró corriendo y encendió una luz. Al verla, sonrió y exclamó:
—Samantha! Has vuelto!
Samantha? Se preguntó Heather, y entonces algo horrible sucedió: se miró las manos, y estas
estaban arrugadas, manchadas, sus uñas desgastadas y amarillentas. Eran las manos de una anciana.
—Qué mierda es esta? –gritó con horror al verlas. Y otra vez, esa no era su voz. Retiró la sábana
que la cubría y debajo de la bata de hospital encontró un cuerpo fofo, unos senos caídos, unas piernas
delgadas y un poco venosas.
Todo alrededor empezó a dar vueltas. La droga que había consumido anoche debía ser la puta
madre de todas las drogas, que le estaban empujando a tener la peor de las alucinaciones.
—Un espejo! –reclamó—. Tráiganme un maldito espejo!
—Sam, cálmate.
—Qué Sam, cuál Sam. De qué putos rayos me hablas, que me traigas un espejo, estúpida retrasada!
—Qué le pasa? –preguntó una enfermera entrando.
—No… no lo sé, nunca la había visto así.
—Esto es una pesadilla! –exclamó—. Es una maldita pesadilla, quiero despertar, quiero despertar!
AYUDA!!

Heather despertó dando un salto. Había tenido la pesadilla de siempre: Heather, la verdadera
Heather, volvía. Pero esta vez había sido mucho más imaginativa oníricamente hablando, pues
Heather había vuelto en su antiguo cuerpo, como Samantha.
Miró a Raphael a su lado, quien dormía plácidamente. La había convencido no sabía cómo, o tal
vez sí sabía, de quedarse en su casa y juntos habían subido a su habitación y habían hecho el amor. El
acuerdo había sido que inmediatamente después él se iría a su casa, pero helo aquí, holgazaneando
entre sus sábanas.
Sonrió y se inclinó para besar su pecho. Él simplemente se acomodó para seguir durmiendo.
Buscó una bata para cubrirse y caminó hacia el cuarto de baño para mirarse en el espejo. Se sentía
nerviosa, con un mal presentimiento, como si su sueño, o pesadilla se fuera a hacer realidad, o como
si la que fuera a despertar en su antiguo cuerpo no fuera a ser Heather, sino ella misma.
Sería lo justo y lo correcto, no? Aunque le producía terror. Si volvía a su antiguo cuerpo, por más
que amara a Raphael Branagan, ya no podría estar con él, pues, cómo podía una anciana de ochenta
años amar a un joven de veintiséis?
Pero tal como no había hecho nada para que se realizara este cambio en su vida, tampoco podía
hacer nada para evitar cualquier otro que viniese. Sólo le quedaba esperar, y ser otra vez un juguete
al viento, una espectadora de su propia vida.
Cerró sus ojos sintiéndose tremendamente impotente.
Debió prever que al vivir la vida se quedaría acostumbrada, amañada. Debió prever que una vez
probado el amor, se haría adicta a él y ya no querría volver. No iba a ser peor amar y luego ser
abandonada? No habría sido mejor no haber sido amada, no saber nada? Pronto lo iba a descubrir.
Pronto sabría lo que se sentía el haber vivido, y también, el estar muerta en vida.
—Hazlo ya –dijo, no estaba segura a quién—. Lo que tengas que hacer, hazlo ya.
Una lágrima rodó por su mejilla y sentía el pecho oprimido. Trató de meter aire en sus pulmones,
pero la presión era fuerte y a duras penas pudo suspirar.
Cuando regresó a su habitación, encontró su teléfono celular vibrando sobre la madera de su mesa
de noche. Lo tomó, reconociendo el número del hospital, y un miedo horrible, parecido a un bloque
de hielo, se instaló de inmediato en su pecho.
—Sí? –preguntó con un hilo de voz.
—Señorita Heather Calahan? Perdone la hora de la llamada, pero usted nos pidió que le
avisásemos sin tener en cuenta el horario sobre cualquier eventualidad acerca de la señorita
Samantha Jones.
—Sí… sí. No hay problema. Hay… alguna novedad?
—Sí, señorita Calahan. La paciente ha despertado.
El teléfono estuvo a punto de resbalársele de las manos, pero lo atrapó a tiempo.
—Q—qué?
—Hemos tenido que sedarla, pero sus signos vitales y sus reflejos han vuelto.
—La sedaron? Por qué?
—Oh, bueno, algunos pacientes despiertan con un alto índice de ansiedad. La Señorita Jones
seguramente se hallaba confundida. Intentó golpear a una enfermera, y gritaba cosas confusas. Pero se
encuentra bien, se lo aseguramos. Señorita Calahan? –preguntó la enfermera cuando pasaron unos
segundos y no obtuvo respuesta al otro lado de la línea.
Heather tenía sus ojos fuertemente cerrados. Una lágrima había brotado de uno de ellos.
—Mañana a primera hora estaré allí.
—Muy bien, aquí la esperamos, y perdone la hora de la llamada. Que tenga buena noche.
—Gra… gracias.

Soltó el teléfono y se giró para mirar de nuevo a Raphael, quien no había despertado a pesar del
ruido de su voz. Se miró las manos, tan jóvenes y hermosas, enredó entre sus dedos las hebras de
cabello rojo que caían hasta su cintura. La respiración se le agitó y pronto ya no entraba aire en sus
pulmones. Corrió a prisa hasta el baño, y una vez allí, vomitó en el lavabo.
Se había acabado. Aquél era el fin.
—Heather? –escuchó preguntar a Raphael—. Nena, estás bien?
Pero ella no pudo contestarle, sólo soltó un sollozo, lo que le hizo preocuparse más.
—Heather, nena—. La alzó en sus brazos y la llevó hasta la cama. Ella se aferró a él como a una
tabla flotante en medio de un naufragio.
—Tengo algo –sollozó—, tengo algo que confesarte.
—Heather? –se extrañó él.
—No, no. No soy Heather. Nunca he sido Heather—. Él la miró atentamente, pero Heather sólo
volvió a llorar—. Ha vuelto –dijo—. Heather ha vuelto.
Aún en medio de su confusión, Raphael entendió perfectamente lo que su novia intentaba decirle.
Cuando la encontró llorando y vomitando en el baño, creyó simplemente que tendría que ir con ella
de urgencias a un hospital, o ir hasta la cocina y prepararle una infusión. Pero aquello era lo que
también él había temido. Su peor miedo.
La abrazó fuertemente y le besó los cabellos. Nadie le iba a arrebatar a su mujer. Si tenía que
luchar contra la misma muerte, lo haría, pero ella se quedaría justo aquí, donde estaba, en este
momento y en este lugar.
-20-

—Creí que nunca me lo dirías –susurró Raphael, con ella acostada a su lado y apoyada en su
pecho mientras él la rodeaba con sus brazos. Eran las dos de la mañana; faltaba mucho para el
amanecer, pero ninguno de los dos podría dormir, no con la bomba que les acababa de estallar en las
manos.
—Qué cosa? —Preguntó ella fingiendo ignorancia.
—Lo de Sam… y Heather –Heather se enderezó en la cama y lo miró sorprendida.
—Lo sabías?
—Sí.
—Qué sabías?
—Que no eres Heather. Naciste hace ochenta años como Samantha Jones.
—Oh, Dios! –exclamó ella saliendo de la cama y dando unos pasos alrededor. Raphael
simplemente se sentó y siguió:
—No te preocupes –pidió él con voz calma—. Nadie lo sabrá—. Heather se giró a mirarlo.
—La persona que menos quería que se enterara eras tú. Desde cuándo lo sabes?
—Desde poco antes del viaje.
—Lo sabes desde entonces? Cómo te enteraste?
—Te escuché a ti y a Tess hablar –Heather se llevó una mano a los labios, como si pudiese
corregir así su indiscreción—. Y luego –siguió él— hice mis propias averiguaciones y saqué
conclusiones. Todo tuvo sentido entonces.
—Raphael… yo…
—No te preocupes –sonrió Raphael—. Al principio me sentí confundido, y un poco engañado…
pero tuve que comprender que no tuviste la culpa de nada… y que simplemente estabas tomando lo
que la vida te daba.
Heather se sentó con suavidad en la cama y quiso alcanzar una de sus manos y tocarlo, pero no se
atrevió. Tenía miedo de verse a sí misma como una anciana que intenta propasarse con un jovencito.
Ya estaba empezando. Ya estaba, poco a poco, empezando a perderlo.
—Raph…
—Tienes que ver las cosas del lado positivo. Sí, al parecer despertó Heather, pero mira, tú sigues
aquí, en este cuerpo…
—Es tan raro hablar de esto contigo –dijo ella, alejándose de él y sentándose en el otro borde de
la cama dándole la espalda.
—Ah, para mí fue un choque –sonrió él, moviéndose hacia ella muy despacio, como si temiera
asustarla—. Me había enamorado de una anciana; le estaba haciendo el amor a una anciana. Pero…
una anciana con el cuerpo de una diosa y el corazón de una niña, me dije; te amo, Sam.
—Oh, Dios mío! –sollozó ella, y sintió a Raphael abrazarla por la espalda.
Ella empezó a llorar. De angustia, de dolor, y en el fondo, de felicidad. Raphael la amaba a pesar
de todo. Raphael amaba a Sam, no a Heather. Sin embargo, y a pesar de reconocer su aceptación, no
fue capaz de girarse.
Raphael la rodeó con sus brazos y la apoyó en su pecho mientras ella lloraba y se desahogaba. No
intentó girarla para que lo mirara a los ojos, ni la obligó a hablar, y tampoco le pidió explicaciones.
Sólo esperó a que ella se calmara, y cuando pasaron los minutos, y ella sólo sollozaba quedamente,
la arrastró poco a poco hasta la cama y la puso de espaldas. Suavemente, empezó a besarla.
—Ya no debemos hacer más esto –susurró ella, apartando su rostro de él.
—Por qué no? –preguntó Raphael, apoyándose en un codo para mirarla desde arriba.
—Es… antinatural.
—Entonces siempre lo fue; desde que despertaste en ese hospital has sido Sam –y luego, pasando
un dedo por el borde del escote de su bata, agregó—: Eso no te detuvo antes.
—Pero entonces yo podía fingir que era Heather y… no me sentía tan mal—. Él sonrió.
—Me tienes miedo sólo porque yo puedo ver a través de tu cuerpo y tu apariencia hasta tu alma? –
Heather lo miró a los ojos, con los suyos otra vez humedecidos.
—Tal vez.
—Si me amas de verdad, eso no importará.
—Te amo de verdad –contestó ella enseguida—. Pero no debería, no debería!
—Esas palabras me hacen daño, Sam.
—No me llames Sam! –gritó.
—Eres Samantha! Sabes cuánto tiempo he deseado poder llamarte por tu verdadero nombre?
—No soy Sam, soy Heather –volvió a decir ella, saliendo de nuevo de la cama y alejándose de él
—, una Heather que tiene fama de estúpida porque abusó de su cuerpo y de la vida hasta encontrar la
muerte, pero que gracias a eso yo pude tener una segunda oportunidad para vivir! Sólo eso!
—Entonces qué soy yo? Lo que te vino más a mano para vivir esa segunda oportunidad? –preguntó
él duramente.
—Oh, Dios, no! Claro que no! –exclamó ella poniéndose ambas manos en la cabeza, intentando
desatar el embrollo en su mente—. Tú eres… Dios mío, tú eres mi regalo más preciado, mi don, mi
solaz, mi peor miedo y mi dolor juntos! Eres todo! Vivir como Samantha o como Heather no tendrá
sentido si no estás tú allí.
—Entonces déjame estar.
—No puedo!
—Pero por qué diablos no?
—No te das cuenta? Heather despertó! Está en mi cuerpo!
—Y eso qué? De todos modos es un cuerpo que pronto morirá.
—Cómo puedes hablar así?
—Ella no me importa! Siempre la odié, detesté la sola idea de tener que compartir la mesa con
ella, ahora te imaginas una cama? La vida entera!
—Pero yo sólo soy una impostora que pronto volverá a su sitio, y entonces qué?
—Eso no va a pasar.
—Cómo estás tan seguro? –preguntó ella, aún llorando—. No podrás amarme como hacías antes.
Dios, ni siquiera puedo imaginarlo! No, Raphael, esto se acabó ya.
—Se acabará en el momento en que uno de los dos muera. No antes. Y tú sigues viva, y aquí –dijo
él con una tremenda determinación, caminando otra vez hacia ella tan desnudo como estaba. Heather,
Samantha, no pudo evitar echarle una mirada completa a su cuerpo, al que amaba como lo amaba a
él. Era suyo… o al menos así lo sentía.
—Raphael…
—Te amo. Hiciste que me enamorara de ti, ahora hazte cargo.
—No puedo. Heather…
—Al diablo Heather, al diablo todo! Tú eres a quien quiero. Es por ti por quien voy a luchar. Si
me dan a elegir, elegiré mi vida junto a ti por encima de la de ella, así eso signifique que esa
estúpida tenga que morir.
—No creo que funcione así. No creo que nos den a elegir.
—Y si te dieran a elegir, Sam? –preguntó él tomándola de la barbilla para que lo mirara a los ojos
— Me elegirías a mí por encima de lo que es correcto? Por encima de lo que es el orden natural?
Samantha Jones nunca se había hallado ante tal encrucijada. Se apoyó una de sus manos en su
mejilla y trató de pensar. Qué haría? Si tenía la oportunidad de elegir, elegiría lo correcto? Volver al
cuerpo de Samantha y darle a Heather, la verdadera Heather, su propia oportunidad de corregirse en
la vida?
Ella ya había vivido su vida, muy mal, pero la había vivido, y ya había probado lo que era ser
amada, feliz, con todo lo que una mujer podía tener: belleza, dinero, unos padres que la amaban, y un
hombre casi perfecto. Sería capaz de elegir esta vida por encima de la vida de otro?
—Mi felicidad estaría cimentada sobre la desgracia de otro –dijo, más para sí, pero Raphael la
escuchó, y fue como un puñal directo a su corazón. Se alejó de ella riendo de una manera extraña y
buscó su ropa para empezar a vestirse. Samantha lo miró como a través de un cristal deforme. Él se
estaba vistiendo, y a pesar de que había reído, en su rostro no había ni pizca de humor o alegría—.
Qué… qué haces?
—Dejarte. Eso hago –Samantha sabía lo que era un paro cardiaco, y el dolor en su pecho y en su
alma se parecía mucho a eso.
—Por… qué?
—Porque eres, después de todo, una egoísta –contestó él con dureza—. Si Heather sólo piensa en
sí misma, tú sólo piensas en los demás, pero no has caído en cuenta de que al dejarte a ti misma en
último lugar, me dejas a mí mucho más atrás; si te sacrificas a ti misma, estás despedazando mi vida.
Hiciste que me enamorara de ti, pediste una oportunidad y te la di, y ahora estás echándolo todo a la
basura con un simple y estúpido “es lo correcto”, y no quiero esto –él tenía la camisa puesta, pero sin
abrochar, y ella lo mirara como si simplemente todo estuviera siendo parte de un sueño—; no quiero
tu amor a medias –siguió él—, no quiero que te estés preguntando si estar conmigo está bien –se
acercó a ella hasta casi juntar sus narices—. Todo o nada, Samantha Jones. Conmigo no es de otro
modo.
—Raph…
—Señor Branagan, para ti.
—Pero… —él salió de la habitación abrochándose su camisa, y aunque lo llamó, no se giró ni a
mirarla, y mucho menos se detuvo. Lo siguió hasta la puerta y lo vio entrar a su auto con ademanes
furiosos –Raphael! –volvió a llamarlo—. Raphael, entiende! –pero él no hizo caso, simplemente
encendió el motor y salió a toda velocidad de los jardines de la mansión.
Samantha, en el cuerpo de Heather, se quedó sola en la escalinata de la entrada de la enorme casa.
Se sentó allí mismo con los ojos secos, incapaz de llorar, incapaz de decir nada.
Intentó repetir en su mente todo lo que él le había dicho, y en parte tenía razón. Todo o nada. Vivir
a medias no era una opción. Ella antes había elegido nada y fue horrible, pero él estaba equivocado
si creía que podía elegir todo. No podía. El “todo” para ella, estaba vedado por la simple y llana
razón de que esta no era su identidad. Ella no era Heather, ella era una anciana de vacaciones en el
cuerpo de Heather.
Es esto lo que quieres? –dijo—. De haberlo sabido, lo hago desde mucho antes.
—Esa voz –susurró Samantha poniéndose en pie poco a poco y mirando en derredor, pero no había
nadie, estaba sola en el jardín de entrada de la mansión de los Calahan—. Esa voz la he escuchado
antes.
Es esto lo que quieres? Estás segura?
—Dime si seré Heather por siempre y elegiré –pidió ella casi en un ruego—. Dime si era su
destino morir ese día y yo podré ser feliz… y estar en paz.
Es que tienes que saberlo todo? Por qué no te olvidas de Heather? Se merece ella tu
conmiseración?
—La merece tanto como cualquier otro ser humano, y yo no puedo simplemente tomar su vida,
aunque pudiera. No tengo la frialdad como para luego vivir con eso.
Entonces perderás a Raphael por…
—No! Sólo quiero…
Qué quieres? Decide rápido, agotas mi paciencia intentando ser más buena que los buenos.
—Sólo quiero a Raphael. Sólo lo quiero a él.
Aceptas las consecuencias?
—Dime las consecuencias!
Qué mujer más horrible eres. Con razón te dejó.
—Pero… —de alguna manera, el ser que estuvo hablando con ella se ausentó. No la había visto,
no lo había sentido, no sabía si era hombre o mujer, no sabía si era un espíritu, un fantasma, pero
fuera lo que fuera, ya no estaba allí.
Volvió a sentarse en los escalones de la entrada sintiendo frío y vacío dentro y fuera de su cuerpo.
Ya estaba hecho. Lo que fuera que iba a ocurrir, era inevitable ya.
—Sólo quiero que Raphael sea feliz –susurró, por si alguien la escuchaba aún—, quiero que tenga
una vida hermosa, llena de éxitos y amor. Quiero que tome lo que la vida le da, y suelte lo que le
haga daño. Y me encantaría ser yo quien le de esa vida… pero… No soy Dios, sin moral ni
conciencia que me abrume luego. Por eso no soy capaz de elegir entre Heather y yo. No soy capaz de
elegir—. Miró al cielo despejado, y aunque quiso llorar, no pudo. Sólo sentía miedo, miedo y
soledad.
Se puso en pie poco a poco y entró a la mansión. Cuando estuvo en su habitación y vio las sábanas
revueltas de su cama lloró otra vez, ya lo estaba extrañando; ni siquiera había pasado una hora y ya
sentía que no podía estar sin él.
Pero no debía ser decisión suya. Cualquier decisión que ella tomara, quedarse o volver; vivir la
vida con Raphael, o privarse de ello; quedarse con el cuerpo de Heather, o volver al suyo propio,
sería una decisión que lamentaría con el paso de los años y ya estaba cansada de eso. Sólo en tres
meses había comprendido que la incertidumbre de vivir sin derecho a habitar el cuerpo de otra
persona no la dejaba ser del todo feliz. Qué pasaría de aquí a unos años? Se volvería loca.
Cuando dejó a Ralph casarse con Cinthya, lo había lamentado profundamente, pero en el fondo le
aliviaba secretamente el no haber sido la causante de la desgracia de su amiga. Había tenido que
elegir en un instante su futuro y el de la rubia, y el resultado casi la había matado a ella, pero había
salvado a la otra.
Ahora no quería cargar de nuevo con aquello. No quería, tampoco, estar al otro lado de la
decisión, porque sabía que noche a noche, día a día, se vería en el espejo y encontraría a una Heather
reclamándole; que en sus sueños la acosaría hasta convertirlos en pesadillas y hacerla temer la hora
de dormir, tal como estaba sucediendo actualmente.
No soportaría vivir el resto de su vida así, y pronto dejaría de ser la mujer de la que Raphael se
enamoró. Sería infeliz ella, y lo haría infeliz a él.
No podía, por ningún motivo, dejar que eso sucediera.
Además, sólo era una humana, por Dios! No era en sus manos en las que debía descansar el destino
de nadie. Ella no estaba exenta de culpas y remordimientos; los padecía también.
Se tiró sobre las sábanas pensando en qué hacer. Mañana tenía cita para el diseño de su vestido de
novia, y también tenía que ir a ver a Heather al hospital. Necesitaría contarle a Tess todo por lo que
estaba pasando y desahogarse, pues era la única persona con la que podría.
Luego tendría que buscar la manera de volver a contactar con ese ser que al parecer tenía dominio
sobre su destino. Tenía que dejarle claro que ella no era una tonta que lo veía todo a blanco y negro,
que se creía más buena que los buenos… que sólo era alguien con una conciencia muy gritona y
despierta. Y rogarle que por favor la eximiera de tener que tomar el trago amargo de tener que
decidir. Sonaba cobarde, sí; parecía que sólo se lavaba las manos ante un asunto importante, pero
sólo estaba salvando a Raphael de vivir con una mujer que con el paso del tiempo se convertiría en
un monstruo lleno de culpa y dolor.
Era una locura, como lanzar los dados y dejar que el azar decidiera, como tirarse de un paracaídas.
Pero era su locura.
Y… y si la vida la dejaba al lado de Raphael? Está bien, no habría sido gracias a ella, pero
entonces tampoco habría sido su culpa la verdadera muerte de Heather.
Y si la vida la separaba de Raphael?
No lograba imaginarse ese panorama, era demasiado sombrío.
Diseñar un plan de acción la puso de mejor humor, y poco a poco se fue quedando dormida.
Una mano imperceptible al ojo humano se posó sobre su cabeza, y en el aire, se escuchó una
sonrisa, si las sonrisas podían oírse.
Eres tonta, mujer –dijo—. Tonta, y demasiado sabia, pero claro, tienes ochenta años. Yo ya he
decidido. Nunca hubo elección, nunca hubo nada que pudieras hacer. Raphael está molesto
contigo porque no has podido darle una respuesta, pero él no sabe que en verdad eres buena,
buena hasta el autosacrificio –hubo un suspiro—. Y no es natural serlo, por eso has llamado
nuestra atención. Por eso estás aquí. Si fueses alguien que pudiese elegir algo tan importante
pensando primero en sí mismo, como haría cualquier otro, no habrías vivido este extraordinario
evento… ni los que vienen. Eres diferente, oh… eres especial. Y yo sólo trabajo con gente
especial.

Fournier era un hombre difícil. Era exigente, la acusaba de llevar mala cara, y por tanto, de anular
sus instintos creativos.
—Lo siento –se disculpaba Heather, pero no le era suficiente. Sin embargo, hacia el final de la
mañana, y luego de subirla y bajarla mil veces de una pequeña tarima, medirle por aquí y por allá,
poner delante de su cara cientos de muestras de tela que a su parecer eran todos iguales, pudo
mostrarle varios bosquejos de lo que a lo mejor sería su vestido de novia.
Si bien Raphael la había dejado anoche, ella no iba a detener los preparativos. Iba a luchar hasta
el final.
—Tienes que llevar a tu amiga Tess a casa para arreglar lo del vestido de la dama de honor –le
dijo Georgina quien parecía ser más la novia que ella misma. Esa mañana estaba simplemente
radiante, mientras que Heather ostentaba unas severas ojeras y ojos hinchados.
Habían hecho una pausa para tomar un poco de té, mientras alrededor Fournier no dejaba de
revolotear hablando de encajes y patrones.
—Porque me imagino –siguió Georgina— que ella será tu dama de honor, no?
—Sí. Me matará si no la elijo –Georgina sonrió.
—Apresúrate a llevarla a casa.
—Tess tiene tres hijos, mamá. No puede dejarlos solos.
—Vaya, son tres? Que los lleve. Me encantará conocerlos. Tenemos un jardín muy grande! –
Heather simplemente asintió, sin mirarla. Georgina borró poco a poco su sonrisa—. Tú no estás bien.
Estás enferma?
—No, estoy bien, no te preocupes.
—Mientes. Problemas con Raphael? –Heather rehuyó su mirada.
—No, todo está bien.
—Bueno, sea lo que sea, espero que logren solucionarlo.
—Estamos bien, mamá—. Ella sólo sonrió, sin insistir.
Cuando al fin salió del taller de Fournier, se fue directa al sitio de trabajo de Tess, un hotel donde
hacía de recepcionista, en el que la conocían desde hacía ya mucho tiempo y por tenerle aprecio le
daban siempre los mejores horarios.
Había tenido que ir a verla en su hora de almuerzo y ahora iban de camino a un tranquilo
restaurante donde pudieran hablar. Tess la abrazó en cuanto la vio. La había llamado antes y le había
contado a grosso modo lo que estaba sucediendo con Heather, que había despertado y que no sabía
qué hacer.
—Irás a verla? –le preguntó Tess, y Heather hizo una mueca.
—No lo sé. Tengo miedo de lo que pueda suceder si nos encontramos.
—Temes que… cada una vuelva a su cuerpo y eso?
—Es posible, no?
—Creo que no es necesario que las dos estén en la misma sala para que intercambien almas, o
cuerpos, o lo que sea. La primera vez no fue así—. Heather respiró profundo y Tess pasó
delicadamente un dedo por debajo de sus ojos, señalando sus ojeras—. No dormiste bien anoche.
—No. Discutí con Raphael.
—Por qué?
—Él lo sabe todo.
—Qué?! –exclamó Tess—. “Todo” qué? De qué hablas?
—“Todo” es todo. Que realmente soy Sam… en el cuerpo de Heather.
—Dios! Cómo se enteró?
—Nos escuchó hablar.
—Mierda! Está molesto por que se lo ocultaste, o algo? Discutieron por eso?
—No… no fue por eso –contestó ella recostándose al espaldar del asiento con aire cansado. Cerró
sus ojos y Tess la vio tragar saliva y seguir—. Está molesto porque cree que si me dieran a elegir
entre Heather y yo, yo elegiré a Heather por encima de mí, por encima de los dos.
Tess miró por la ventanilla en silencio, un silencio acusador, y Heather tuvo que reír sin mucho
humor.
—Tú también lo piensas, verdad?
—Bueno, ya lo hiciste una vez, no? –Heather volvió a cerrar sus ojos y esta vez apoyó su
antebrazo sobre ellos—. Ponte en su lugar –pidió Tess—. La mujer que ama va a preferir salvar a
una drogadicta que su amor por él. Yo también estaría tremendamente ofendida.
—Ustedes no comprenden. Yo no tengo el poder de elegir.
—No se trata de que tengas el poder o no. Se trata de elecciones, tus elecciones hablan mucho de
ti, de tus sentimientos… de tus verdaderos sentimientos. El amor, para poder sobrevivir, a veces
tiene que ser egoísta, Heather.
—No estoy de acuerdo con eso.
—Si hubieses seducido a Ralph aquella noche, qué habría pasado? Habrías tenido una vida con él,
un hijo, un nieto, y a estas alturas, estarías muerta, sí, pero habrías vivido tu propia vida sin tener que
usurpar la de nadie más. El egoísmo que no cometiste hace sesenta años tendrás que cometerlo ahora.
Es eso… o la repetición de la historia.
—Tess… —dijo Heather enderezándose en su asiento y mirando fijamente a su amiga—. Amo a
Raphael más de lo que alguna vez amé a Ralph, y a él lo amé, te juro que lo amé… Acaso no tengo el
derecho a tener un amor legítimo? Un amor mío, sólo mío, no uno que haya tenido que arrebatarle a
alguien más? –Tess se quedó en silencio, admitiendo que su amiga tenía un punto en eso.
—Pero Raphael es tuyo, y de nadie más. Siempre lo fue.
—Excepto por el pequeño detalle de que realmente no soy Heather, sino una usurpadora. Quiero
que por una vez en la vida no haya que hacer elecciones. Quiero por una vez en la vida vivir el amor
sin tener que preocuparme luego de quién por mi culpa está sufriendo. Quiero, si tengo luego diez o
sesenta años de vida, pensar que hice las cosas bien, que todo está en orden. Tú y Raphael me piden
que actúe como una irracional jovencita de veintitrés años, Tess, pero no tengo veintitrés años, tengo
ochenta! He visto la vida casi tres veces más que ustedes, así que tengo experiencia en eso del
karma, el sentimiento de culpa, y las deudas de vida. La gente no tiene idea, pero “el resto de la
vida” es demasiado tiempo cuando eres infeliz. Me entiendes ahora?
Tess asintió suavemente y el coche se detuvo. Ambas salieron, en silencio, pensativas, y entraron
al restaurante. Cuando estuvieron sentadas en su mesa, Tess le tomó una mano y la hizo mirarla a los
ojos.
—La única solución entonces –dijo— es que la vida elija por ti, y que sea lo que Dios quiera –
Heather sonrió.
—Pero Raphael no entiende eso.
—Haz que lo entienda. Ve a verlo.
—Está furioso.
—No conoces a los hombres –rió Tess, y un mesero les trajo el menú.
—No, enséñame –pidió Heather.
—Los hombres, cuando están furiosos, son bastante más fáciles de reconquistar que nosotras las
mujeres. Sólo hay que usar la palabra secreta.
—Qué palabra?
—Sexo –Heather rió más alto esta vez.
—Hablas en serio? –Tess alzó una ceja.
—No olvides que estuve casada cinco años. Sólo es que le hagas una pequeña insinuación, y
caerá redondito.
—No creo que Raphael vaya a caer tan fácil. Me terminó anoche.
—Vaya. Ve comprándote lencería de encaje negro entonces.
—Tess!
—Y pídele perdón –siguió Tess, ya más seria—. Y cuéntale todo. Como Sam. Cuéntale toda tu
vida si es necesario… hasta que entienda.
Heather asintió y se dedicó a mirar el menú pensando en que era lo que más había deseado:
contarle a Raphael todo, absolutamente todo.
Ojalá la entendiera. Ojalá la perdonara por su incapacidad de elegir, porque, aunque le dieran la
oportunidad, ella declinaría y dejaría a los más sabios, a los que verdaderamente tenían el poder,
hacerlo por ella.
-21-

—Señor Branagan –anunció la secretaria—, la señorita Calahan está aquí.


Aquello lo tomó por sorpresa.
Ah, esperaba fervientemente que ella se lo pensara, que reflexionara, pero no imaginó que a la
tarde siguiente ella estaría aquí. Esperaba que fuera para decirle lo que él ansiaba escuchar.
—Hazla pasar –ordenó, y segundos después apareció ella, Sam, pero que prefería ser llamada
Heather. Llevaba un sencillo conjunto verde limón, y sandalias que casi dejaban al desnudo sus pies,
pero que eran preciosas. Toda ella estaba hermosa, y él sólo pudo hacer una mueca.
—No te esperaba por aquí –le dijo. Ella elevó su mirada hasta él y encontró en ella incertidumbre.
—Pensé… Pensé que estarías tan enojado conmigo que no me recibirías.
—Ah, de veras?
—Y realmente no me preparé para… hablar contigo –eso lo hizo reír.
—Pero tenías que decirme algo…
—Te amo –soltó ella de pronto. Raphael se quedó en su sitio como si le hubiesen clavado los pies
en el suelo—. Siento haberte hecho creer anoche que eres menos importante para mí que mi sentido
de la justicia –él frunció el ceño, confundido.
—Haces todo esto por… tu sentido de la justicia? –ella miró en derredor, caminó hacia los
muebles y se sentó. Respiró profundo varias veces y eso lo preocupó. Se sentó cerca de ella, en
silencio, esperando cualquier cosa que tuviera que decirle.
—Cuando tenía trece años –empezó ella— conocí a Ralph Branagan, tu abuelo –eso le hizo alzar
sus cejas, sorprendido—. Sus padres llegaron desde otra ciudad y se instalaron en la casa al lado de
la nuestra. Cuando eso, los espacios entre casas eran más amplios, así que nosotros teníamos mucho
jardín para jugar. Yo… me enamoré de él al instante, pero nunca se lo dije –cerró los ojos y volvió a
respirar profundo, como si simplemente buscara fuerza para seguir—. Nunca se lo dije –repitió—,
así que cuando cumplí diecinueve años, llegó una hermosa rubia de ojos azules que me quitó a Ralph.
—Mi abuela.
—Sí –Heather sonrió con tristeza—. Yo lo amaba, pero ella era más hermosa que yo, era buena,
sabía cocinar también, y sus padres eran importantes. Tenían dinero… no mucho, pero algo sí. Y
Ralph se enamoró de ella, y no lo culpé. Deberías ver mis fotografías de joven, era realmente muy
simple, cabello castaño y sin ninguna gracia –Heather, aunque ahora a quien veía era a Samantha,
cerró sus ojos con fuerza y siguió—. La noche antes de la boda… Dios, voy a destrozar la imagen
que tienes de tu abuelo…
—No importa, quiero saber.
—Esa noche él fue hasta mi casa. Se asomó por la ventana de mi habitación y yo lo dejé entrar, tal
como siempre hacía, aunque… —se apresuró a aclarar— sólo era para charlar o hablar, nunca
fuimos más allá de los besos.
—Comprendo.
—Él me dijo esa noche que estaba confundido. Que no estaba seguro de casarse a la mañana
siguiente.
—Te dijo eso?
—Sí, no te estoy mintiendo.
—Y tú qué hiciste? Ah, espera –interrumpió él antes de que ella pudiera hablar—. Le dijiste que
se casara con mi abuela, que era lo correcto. A que sí.
Heather se mordió los labios.
—Y una parte de mí lo lamentó por el resto de mi vida.
—Y qué aprendiste de eso, Heather? –ella se echó a reír.
—Hice bien, en parte, también.
—Mierda, Heather! –exclamó él levantándose de su asiento.
—Ellos se casaron y fueron felices; tuvieron a Richard… y Richard te tuvo a ti. Hice bien –ella se
puso en pie y caminó hasta él, que la miraba entre furioso y confundido—. Es cierto que luego quise
haberle tomado la mano y metido en mi cama para seducirlo. Lo habría hecho! Pero no pude, y… si
se repitiera la historia, seguro que lo volvería a hacer.
—Por qué?
—Porque mi error no fue haberlo dejado ir esa noche. Mi error fue no haber luchado por él desde
el principio. Tuve sesenta largos años para reflexionarlo, sesenta largos años hasta que pude
conocerte. Por eso desde el mismo instante que te vi, supe cuál era mi destino ahora… mi destino era
luchar por ti; y no al final, sino desde el mismo inicio, tal como no hice por tu abuelo. He estado
contigo sólo tres meses de mi vida, y han sido los tres meses más hermosos, y si tuviera que esperar
otros sesenta años para estar contigo otra vez así, lo haría.
—Y crees que la vida nos ofrecería esa nueva oportunidad? –ella se acercó más a él.
—Nunca me casé —siguió, como si no hubiese escuchado su pregunta y continuando con su
historia—. En mi juventud… mi primera juventud, nunca pude amar a otro hombre. Me dediqué a
trabajar, a leer, a escuchar música, y a escabullirme de mi propia realidad –ella tenía ahora los ojos
húmedos de lágrimas contenidas—. Se llegó la hora de jubilarme y me jubilé. Se llegó la hora de
morir y… sufrí un infarto un mes antes de cumplir los ochenta años. Estuve por unos momentos en un
lugar muy extraño, y una voz me preguntó qué era lo que más quería en el mundo—. Ella levantó su
mano hasta el rostro masculino, y él giró la cabeza, casi involuntariamente, para besarle la palma de
la mano.
—Y qué le contestaste?
—Volver a empezar. Hubiese podido pedirle que me llevara de vuelta a aquella noche donde
Ralph me contaba lo que le sucedía, pero yo pedí volver a empezar. La voz sin rostro no dijo nada
más, y eso es todo lo que recuerdo, y luego de eso, desperté… en este cuerpo, con el nombre de
Heather, y tenía unos padres que se preocupaban por mí… y casualmente, estaba prometida con el
nieto de mi antiguo amor.
—Y aún crees que todo ha sido casualidad? –ella rió entre lágrimas.
—No, creo que todo está perfectamente planeado. Anoche volví a escuchar esa voz.
—Dios, Sam, qué te dijo? …quiero decir…
—Shht –lo calló ella, poniendo suavemente sus dedos sobre sus labios—. Voy a hablar con
Heather hoy.
—Qué? No!
—Tengo que verla. Debe estar furiosa, confundida, y…
—No Heather! No vayas!
—Por qué no?
—No lo sé, no sabría decirte más aparte de que tengo el presentimiento de que en cuanto tú y ella
estén en el mismo lugar, todo cambiará radicalmente y no quiero.
—Crees que cada una volverá al cuerpo que le pertenece?
—No lo sé, pero… para qué arriesgarnos?
—Entonces me perdonas por lo de anoche?
—Diablos, mujer!
—Pasé una noche terrible, y una mañana peor, sin ti.
—Dios! –exclamó él abrazándola con fuerza, encerrándola entre sus brazos y su cuerpo y
apretándola todo lo que podía sin llegar a lastimarla—. Debería zurrarte por ser tan terca.
Ella simplemente sonrió, sintiéndose terriblemente aliviada. Luego él le tomó la barbilla entre los
dedos, y bajó su rostro hasta besarla. Allí se estuvieron por unos minutos, sin decir nada, aunque
había mucho qué decir; sin más preguntas, aunque había mucho que saber.
El silencio los envolvió largo rato, lleno de miedo e incertidumbre, pero con la esperanza de que
aún tenían otro minuto para estar juntos.

Las enfermeras estaban tristemente confundidas. Su querida Samantha las trataba peor de lo que
alguna vez imaginaron, era odiosa, exigente, y se sabía más tacos que todas ellas juntas. Se negaban a
creer que esta fuera la misma Samantha que ellas conocían, y a pesar de sus groserías, la atendían
como si simplemente fuera la misma del pasado. Todo era muy extraño.
A eso de las tres de la tarde llegó Heather Calahan acompañada de su prometido, Raphael
Branagan, para escuchar el parte médico. El doctor los sentó frente a su escritorio y, uniendo las
yemas de sus dedos los miró fijamente.
—Su estado de salud no es bueno –les dijo—. Su corazón está muy débil, y bueno, las rabietas que
ha tenido no la ayudan mucho. Hemos decidido tenerla sedada la mayor parte del día, pero también
eso es contraproducente.
—Cuánto… cuánto tiempo le queda? –preguntó Heather, en un hilo de voz.
—Yo diría dos, tres días. A lo sumo, una semana –el doctor vio cómo el hombre apretaba los
dedos de la mujer en un gesto de confortación—. Si pueden hablar con ella y pedirle que se tome las
cosas con calma…
—Lo… lo intentaré.
—Heather… —empezó a decir Raphael, pero ella simplemente negó.
—Tengo que verla. Tal vez pueda tranquilizarla.
—Está bien –dijo el doctor—. Y como ya está visto que no podemos hacer nada por ella, le
recomiendo que la lleven a casa, a estar con los suyos en las horas que le falten.
—Gra… gracias.
—Siento mucho no poder hacer más por ella, pero hasta aquí llega el poder de la ciencia médica.
Alargar su vida sólo será perpetuar el padecimiento. Le tenemos aprecio a Samantha, y lamentamos
profundamente esto, pero… es la ley de la vida: nacer, crecer… y morir.
Heather se puso en pie asintiendo, y luego de estrechar la mano del doctor y volver a agradecer sus
atenciones, salieron del consultorio.
Raphael apoyó una mano en la espalda de Heather y la acompañó hasta la habitación en cuya
puerta estaba el nombre Samantha Jones. Cuando estuvieron allí, Raphael volvió a besarla, esta vez
sin querer soltarla.
—Nada me va a pasar.
—No estoy tan seguro.
—Vamos, cariño. No creo que funcione así… y no podré estar huyendo de ella para toda la vida.
—El “toda la vida” de ella se reduce a unos pocos días.
—Tú estás seguro de que al morir ella yo estaré a salvo, pero no hay garantía de nada.
—Dices las cosas más sombrías –Heather se echó a reír y volvió a besar sus labios.
—Te amo, Raphael Branagan.
—Te amo, Samantha Jones –ella sonrió negando, y le dio la espalda para entrar a la habitación.

Samantha atravesó la puerta y vio el cuerpo anciano recostado en la camilla. Estaba conectada aún
a los aparatos eléctricos, pero ya no tenía la manguerilla de oxígeno. Ella entreabrió los ojos poco a
poco, y al identificarla, los abrió grandes llenos de sorpresa.
—Tú, maldita puta del infierno!
—Hola… Heather.
—Así que esto es lo que ha estado sucediendo. Malnacida, tienes mi cuerpo!
—Yo no hice nada, Heather. Estuve tan sorprendida como tú cuando desperté –Heather se echó a
reír.
—Sorprendida pero feliz, verdad, estúpida? Dime, disfrutaste? Porque no te va a durar para
siempre.
—Eso no lo sé. Has… has hablado con alguien de esto?
—Con quién, idiota, si esas estúpidas enfermeras creen simplemente que estoy loca.
—Una voz… no escuchaste una voz decir…
—Ahora tú también crees que estoy loca? Qué voz ni qué putadas. Sácame de aquí! –gritó Heather
extendiendo, furiosa, una mano hacia ella como para tocarla—. Devuélveme mi maldito cuerpo.
—Yo no puedo hacer nada!
—Dame la mano!
—No grites! Tu corazón está mal!
—Pero no es mi corazón! Es el tuyo! Maldita hija de puta, QUE ME DES LA MANO!!
Raphael entró, atraído por los gritos.
—Qué está pasando aquí? —Al verlo, Heather se mostró un poco confundida y lo observó
atentamente; luego, al reconocerlo, soltó una estruendosa carcajada.
—Lo sabía. Lo sabía! No me digas que también papá y mamá lo saben y se han confabulado contra
mí.
—Heather… cálmate –ordenó Raphael—. Quieres morir?
—No estaría a punto de morir si esta imbécil no me hubiese robado mi cuerpo. MI CUERPO!
—Se te olvida que casi te mataste por ir ebria y drogada mientras conducías? Perdiste el derecho a
vivir cuando te buscaste tú solita la muerte!
—Raphael! –susurró Samantha, tomándolo del brazo.
—De qué derechos me estás hablando? Es mi puto cuerpo, hago con él lo que me dé la gana, si
quiero beber, bebo; si quiero fumar, fumo!
—Eso lo dejaste muy clarito…
—Silencio los dos! –gritó Samantha.
Heather simplemente no toleraba verla. Esa era ella, ese era su cabello, sus manos, su voz. Los
ancianos ojos que ahora tenía se llenaron de lágrimas por la impotencia que sentía.
—No tienes derecho a estar allí –le dijo entre dientes, mirándola con rencor—. Si llegase a morir
habitando esta pila de mierda que tenías por cuerpo, te perseguiré por toda la eternidad!
—Heather, entiende, yo no…
—Desde el infierno rezaré para que seas la más infeliz de todas las mujeres!
—No!!
—Heather, cálmate! –pidió Raphael, preocupado de que de un momento le diera un paro cardiaco
y se desencadenara el infierno.
—Y cada vez que te mires al espejo –siguió Heather, con la voz anciana y quebrada— sabrás que
le robaste la vida a otra persona, que tú no eres tú, que eres una usurpadora, una ladrona.
Raphael se apresuró a sacar a Samantha de la habitación, ésta estaba pálida y temblaba.
Ya fuera, se seguían escuchando los gritos y maldiciones de Heather.
—No le prestes atención –le pidió, pero sus palabras eran vanas. Comprendió que lo que acababa
de augurar Heather, la de adentro, era lo que la mujer que ahora tenía entre sus brazos más temía, y
por fin la comprendió. Si Samantha se quedaba en el cuerpo de Heather, toda la vida pendería sobre
ella la culpa de haberle arrebatado el cuerpo de otra mujer, eso le iría restando felicidad,
tranquilidad y paz hasta dejarla seca.
—Dios, Dios –rezó. Sintió miedo por primera vez. No podía perderla, pero tampoco podía tenerla,
así que la abrazó fuertemente, como si pudiera fundirla con su propio cuerpo, como si con sus meros
brazos pudiese salvarla y protegerla de la tragedia y la muerte.
Samantha se separó de él y encontró que tenía los ojos húmedos.
—Mi amor, no llores.
—No lloro —mintió él, y tragó saliva—. Todo va a estar bien. Te juro que todo va a estar bien.
Ella sonrió sabiendo que nada podía hacer él para mantener ese juramento. Simplemente se recostó
a él mientras juntos se alejaban de la habitación. Heather había parado de gritar, quizá porque al fin
se cansó, o creyó que nadie la escuchaba. El pasillo quedó desierto y la tarde siguió su curso, una
tarde normal en un hospital general.

Samantha, Raphael y Tess se miraban las caras el uno al otro en silencio. Estaban en el estrecho
apartamento de ésta última y le habían contado todo lo sucedido en el hospital. Cómo los había
recibido Heather, las cosas que había gritado, y las amenazas lanzadas.
—Está loca –había dicho Tess, pero ninguno había agregado nada más, y ahora estaban en silencio.
Rori y Kyle jugaban con sus juguetes en la sala, y Nicolle, que ya caminaba, los rondaba
arruinándoles el juego de vez en cuando y volvía corriendo a los brazos de su madre cuando se sentía
amenazada. Ahora estaba en brazos de Tess, pero tenía el ojo puesto sobre el juego de sus dos
hermanos mayores.
Samantha miraba a los niños, distraída. Ya no añorando el tener hijos, como si simplemente
hubiese comprendido que no tendría esa oportunidad.
A lo largo de su vida había visto nacer y crecer muchos niños, pero sentía que amaba más a estos
tres por alguna extraña razón.
—Por lo menos no sucedió nada… sobrenatural –siguió Tess—. Es decir, sigues siendo Heather.
—Sí… al menos.
—Ella insistió en tomarle la mano –dijo Raphael—. Como si intuyera que al tocarla todo volvería
a la normalidad.
—Entonces tal vez –intervino Tess—. Mientras no tengas contacto físico con ella…
—No es tan sencillo, Tess. Tú misma lo dijiste: no fue así la primera vez. Dios, hablemos de otra
cosa, sí?
—Sí. De la cena, por ejemplo –propuso Tess, poniéndose en pie y dejando a Nicolle en el suelo
para dirigirse a la cocina.
—Ah, mamá dice que te quiere ver para hablar de lo de tu vestido de dama de honor. Tal vez
debamos llevarte hoy.
—Hoy?
—Sí, hoy. Y llevamos a los niños, y de paso conoces mi… la casa –sonrió Samantha, y Tess miró
a Raphael subrepticiamente. Ambos comprendieron lo que intentaba hacer: Samantha empezaba a
despedirse desde ya.
—Sí, iremos, pero me temo que me llevará un tiempo vestirlos a todos.
—Yo te ayudaré! Me haré cargo de Nicolle. Raph, tú puedes ayudar con Kyle.
—Lo intentaré –contestó él sonriendo, al verla de mejor humor.

Un par de horas después, estuvieron en casa de los Calahan. Georgina se mostró gratamente
sorprendida al ver llegar a Tess y su familia. Alzó a Nicolle en sus brazos y le hizo mimos. La niña
no la rechazó, como solía hacer con los extraños, sino que de inmediato consideró a la mujer su
nueva amiga… o quizá su nueva mascota, pues no quería soltarla luego.
—Me hubiese gustado tener más hijos –soltó Georgina de repente, mirando a los niños jugar en el
jardín desde las ventanas de la cocina, Raphael estaba con ellos. Tess y Heather la miraron
sorprendidas.
—Y por qué no tuviste más? –Georgina sólo sonrió. No venía al caso contarles que luego del
nacimiento de Heather, entre Phillip y ella no había vuelto a suceder nada. Y presentía que ya era
demasiado tarde para encargar otro bebé—. Tendré los de Heather –sonrió—. Seré una abuela
mimosa y alcahuete—. Tess miró a Heather, pero ésta sonreía de una manera vacía; la sonrisa no le
llegaba a los ojos.
—Cuando Tess se casó –dijo Heather—. Ella quería tener doce hijos.
—Doce? –exclamó Georgina—. Estás loca, mujer?
—Es verdad, quería tener bastantes. Pronto me di cuenta de que no era muy práctico.
—Para nada! Dios, criar a Heather sola fue un infierno! Perdona, cariño –se disculpó mirando a
Heather. Ésta sólo rió.

La noche cayó y los cinco adultos y dos de los niños se sentaron en la mesa; al parecer, Nicolle no
había aguantado tanta emoción y había caído dormida. Georgina, con mucho placer, le preparó una de
las habitaciones de la casa, y puso a una de las mujeres del servicio para que estuviera pendiente de
la bebé.
Al ver a Phillip hacer amistad con Kyle, Tess se mostró sorprendida. El niño no socializaba con
hombres adultos, la explicación que el psicólogo de la escuela le había dado para este
comportamiento era que consideraba a los hombres una amenaza para el recuerdo y la imagen que
tenía de su padre, así que distanciándose de ellos, el niño intentaba proteger las memorias que de él
tenía; Kyle realmente había adorado a August. Al parecer, sentía que Phillip no era ninguna amenaza.
Rori, en cambio, era coqueta y hablaba con soltura con todos. Parecía enamoriscada de Raphael,
pues llamaba su atención a cada rato agitándole la mano, sonriéndole, u ofreciéndole bocados de su
plato. Tess miraba a Heather avergonzada, pero ésta sólo reía al ver el acoso y derribo que la niña
estaba llevando a cabo para robarle a su novio.
Cuando la cena llegaba a su fin, John se acercó a Heather de manera silenciosa y susurró algo en su
oído. De inmediato ésta palideció. Miró a Raphael, y éste con la mirada le preguntó qué pasaba.
—Heather? –preguntó Tess.
—Tengo… tengo que hacer algo. Ya vengo—. Dejó la servilleta sobre la mesa y salió del
comedor intentando disimular la prisa. Raphael miró a Tess, con el deseo de ir tras ella, pero si
hacía aquello, alarmaría demasiado a Phillip y Georgina.
Heather bajó a la sala principal, encontrando a una Samantha Jones mirando todo en derredor con
las manos en la espalda. Llevaba un abrigo que le quedaba algo ajustado, claramente robado a
alguien en el hospital, y el cabello recogido de cualquier manera en la coronilla. Llevaba también
unas pantuflas grandes blancas del hospital. Claramente tenía un aspecto extraño.
Cuando la vio, dibujó en su rostro arrugado una amplia sonrisa que no tenía nada de agradable ni
acogedor.
—Es hermosa mi casa, verdad?
—Qué haces aquí, Heather?
—Es increíble lo que una apariencia de anciana puede lograr. Hice carita de perro hambriento y
convencí a Jon para que me abriera la puerta y me dejara entrar hasta aquí.
—Pero deberías estar en el hospital!
—El doctor fue a verme, y le hice escupir todo. Me van a mandar mañana a mi casa, a saber qué
cuchitril será, para que muera en paz. O algo así. Así que escapé del hospital y vine en un taxi hasta
aquí. Que por cierto, lo pagó John. Qué buen hombre, cierto?
—Heather…
—No, no, no… No te preocupes, no me interesa que mis padres sepan de esta locura –por el
rabillo del ojo, vio que Raphael se acercaba y se apresuró a hablar—. Quiero que, cuando yo vuelva,
todo sea como antes. Estoy aquí sólo porque quiero que eso ocurra lo más pronto posible.
—Qué?
—HEATHER! –gritó Raphael, pero fue demasiado tarde. Ella había tenido escondido tras su
espalda el atizador de la chimenea, y lo había levantado en contra de la pelirroja. Ésta cayó al suelo
con un golpe seco, y un fuerte chorro de sangre salía de su sien derecha. Enloquecido, Raphael corrió
hasta su novia y puso su mano sobre la herida para restañar la sangre.
—Sam? –la llamó con voz rota, angustiado—. Samantha! Oh, Dios no. Sam!!
Alertados por los gritos, bajaron Georgina, Phillip y Tess, que al ver el espectáculo, empezaron a
gritar y a correr. Nadie se dio cuenta de que la anciana de cabellos blancos se llevaba una mano al
costado y boqueaba en busca de aire; cayó al suelo empuñando aún el arma improvisada en su mano
y con los ojos abiertos.
Y para las dos mujeres, todo se volvió oscuridad.
-22-

Los seres humanos son bastante impredecibles –dijo, mirando la escena de sangre y la cara de
angustia de todos los presentes.
Phillip llamaba desesperado una ambulancia; Raphael se inclinaba sobre el cuerpo de la pelirroja
y lloraba llamándola; Tess, con las mejillas mojadas por las lágrimas, cubría los ojos de sus hijos
presionándoles las cabecitas contra su regazo, y los sacaba de la sala; Georgina, sin importarle si se
manchaba de sangre, estaba arrodillada al pie de su hija, cuyo cuerpo estaba flácido; y en la alfombra
se seguía extendiendo la marca de sangre.
En el corazón de Heather hay maldad –dijo, refiriéndose a las almas, no al cuerpo.
Lo sé –dijo—. Quién le dijo que si mataba a Sam ella volvería a su cuerpo?
Se lo imaginó sola. La pregunta es: a qué cuerpo volverá si acaba de asesinarlo? Se le pasó la
mano con el atizador.
Aunque los sonidos eran fuertes, aunque ya se habían percatado de la anciana tendida en el suelo
con el rostro lleno de susto y sosteniendo aún el arma, había silencio. Ellos gritaban, pero sus gritos
no llegaban hasta aquí. El rojo de la sangre y de los cabellos desparramados de la joven no se
percibía; los seres inmortales que analizaban la escena y la detallaban a profundidad, habían
bloqueado todo dolor, todo sonido, todo color para lograr ser objetivos.
Y luego, si se podía, el ambiente se puso aún más denso por la presencia del segador de almas.
Alrededor todo se puso frío aun para el par que miraba a Heather y a Samantha elevarse de sus
propios cuerpos. El segador de almas estaba allí, en cuerpo presente, mirando a una y a otra con los
brazos en su espalda, vestido de blanco y con rostro apacible. Era uno de los seres más justos entre
los inmortales, muy pocas veces vencido, jamás herido por la espalda.
No me lo imaginé así –dijo—. No esperé que me sorprendieran.
Tienes mucho que aprender aún.
Ya lo sé.
El segador de almas los miró y les sonrió sin humor. Muy pocas veces tres seres de ese tipo
estaban en el mismo lugar; que esto se diera sólo podía significar una cosa: las almas de las dos
mujeres que acababan de morir eran valiosas para esos dos.
Inclinó su cabeza hacia un lado, como intuyendo lo que hacían, como sus ojos no eran terrenales,
podía verlos. Caminó hacia ellos y el par de almas que acababa de recoger lo siguieron como si
estuviesen atadas a él; cuando ya estuvo lo suficientemente cerca, los reconoció. Inclinó su cabeza
ante el mayor, y no la levantó hasta que se le dio permiso.
Valiosas? –le preguntó.
Mucho –contestó el Mayor de los tres.
Si mi Señor las necesita, las tendrá.
Puedes oponerte, si así lo deseas.
El segador de almas guardó silencio por un instante, y miró a las dos mujeres, dormidas, tras él.
Tengo en mis manos dos almas muy opuestas entre sí –dijo—. Ira y dolor percibo entre las dos,
y un profundo conocimiento de la una hacia la otra. No nacieron unidas, pero han muerto más que
entrelazadas. No podrán ser separadas ni en la vida, ni en la muerte, hasta que un ciclo se
complete.
Un ciclo. Muy sabio –ante la mirada interrogante de la Menor, el Mayor sonrió. A veces olvidaba
que era demasiado joven, así que le explicó—: nacer, crecer, reproducirse y morir; eso es un ciclo.
Ah.
Eso nos abre muchas posibilidades.
Yo no veo ninguna –dijo la Menor.
Sé que puedes enviarme a mi lugar con sólo una palabra –dijo el segador de almas, inclinando
de nuevo su cabeza—. Espero tu orden.
No, no vuelvas aún a casa. Quédate por un día con nosotros. Tal vez necesitemos de nuevo de
tus servicios.
El segador de almas volvió a inclinar su cabeza ante el Mayor, y la Menor se quedó admirada al
ver que hasta la misma muerte se inclinaba ante su maestro.
Un ciclo, pensó.
Ahora lo entendía. Había muchas posibilidades.

Samantha Jones había nacido un dieciséis de Agosto, en el año mil novecientos treinta y tres. Fue
la menor de cinco hermanos, la única mujer. Pero ser la última no la había eximido de los trabajos
duros, como sucede en algunas familias. Al contrario, trabajaba tanto o más que sus hermanos
mayores.
En su hogar no había espacio para holgazanear, así que desde los cinco años se levantaba a las
cuatro de la mañana para ayudar en lo que hubiese que hacer, cuando tuvo siete, ya era experta
lavando trastos, y cuando ya alcanzó la hornilla, aprendió a cocinar.
Nadie nunca le dijo: eres guapa; ni: qué guapa estás hoy; o: qué bonito te queda ese vestido. Tenía
el cabello del color del lodo, y los ojos igual. Su rostro era más bien de facciones comunes, aunque
con una bonita nariz.
Sus padres estaban todo el día ocupados, labrando, cosiendo, cocinando, y en mil cosas más. A
ellos no les habían dado palabras de cariño cuando niños, así que al no conocerlas, tampoco se las
dieron a sus hijos… ni siquiera a su hija menor.
Cuando Ralph llegó al pueblo, todo se iluminó.
Los Branagan no eran una familia numerosa, más bien, sólo tenían a Ralph y un joven que al
parecer habían adoptado en la familia, y también eran muy trabajadores.
Ralph, el único hijo del matrimonio, era alto, tenía el pecho salpicado de vello a pesar de que sólo
tenía dieciséis, y la sonrisa más hermosa que un hombre jamás pudo tener.
Él era muy diferente a los hermanos de Samantha; la saludaba, le agitaba la mano y le sonreía
cuando la veía, pero ella creía saber cómo tratar con varones mayores, así que intuía que si le
sonreía era sólo para burlarse de ella, y así pasó un año.
Un día, de camino a extraer la miel de los panales, lo encontró pescando a la orilla del lago; con el
torso desnudo, quieto como el tronco de un árbol y en silencio. Ella se le acercó poco a poco y sin
hacer ruido para observarlo. Le encantaba mirarlo de lejos.
No podía explicar por qué, simplemente todo alrededor cambiaba cuando él estaba cerca. No tenía
una amiga con quién compartir esas sensaciones, así que éstas seguían sin nombre, y se presentaban
sin falta cada vez que lo veía.
Y como no era una sensación desagradable, cada vez que tenía la oportunidad de mirarlo, lo hacía.
Esas caminatas hasta el panal de abejas eran preciosas. A veces lo encontraba allí, y ella podía
esconderse tras el tronco de un árbol para mirarlo, para desear ser más valiente y acercársele, para
imaginarse que eran amigos e iban a la escuela juntos.
—Estás ahí, eh, Sam? –dijo él con voz sonriente y ella se incomodó. Miró en derredor. Diablos!
Por qué la había pillado? Ella había sido todo lo silenciosa que había podido, y siendo la menor,
sabía ser silenciosa.
—Sólo… sólo pasaba –contestó—. No quería distraerte.
—Ven, siéntate –la invitó él, y eso la sorprendió.
—Pero espantaré tus peces.
—No lo creo. No eres torpe como para hacer eso. Ven.
Ella se sintió sumamente halagada porque alguien le dijo que no era torpe. No es que le dijeran
torpe todo el día, pero tampoco nadie le había dicho que no lo era, y mucho menos que era lista.
Caminó hasta él y se sentó a su lado en el barranco, debajo de sus pies estaba el agua. Ésta
brillaba bajo la luz del cielo primaveral. Todo el paisaje estaba lleno de colores, y Ralph atendía su
caña de pescar con la esperanza de capturar un buen pez. Todo estaba en calma y era hermoso. Qué
bueno era estar allí. Por una vez, qué bueno era ser ella.
—Por qué nunca me lo dijiste? –preguntó él de repente. Samantha lo miró con el ceño fruncido;
algo andaba mal—. Si lo hubiese sabido –siguió Ralph—, todo habría sido muy diferente, sabes?
Esta vez lo miró interrogante. Qué estaba sucediendo? De qué hablaba él? Así no era el recuerdo
que ella tenía. Ah, tenía muchos recuerdos de Ralph adolescente, semidesnudo y al sol. Nunca Ralph
le habló así, lo recordaría.
Pero este Ralph adolescente tenía los ojos ancianos. No era su vida pasada lo que estaba
sucediendo aquí, esto no era un paseo por su adolescencia, era una escena traída hasta su muerte, la
muerte que estaba viviendo. Intuía que nadie había muerto más veces que Samantha Jones.
Sonrió ante las jugarretas del destino, y en seguida la sonrisa se le borró. Raphael!
—Dónde… dónde estoy? Dios! Raphael! Tess!
—Quédate allí o me espantarás los peces.
—Ralph, debo regresar!
—A dónde? –la pregunta la dejó clavada en su sitio. A dónde?
La última imagen que tenía era de Heather en su cuerpo anciano elevando contra ella una vara
metálica. Se tocó la sien derecha y encontró que no tenía nada allí. Y sus manos… sus manos! Se las
miró. Eran las suyas, de cuando tenía catorce años, y sus piernas!, y su ropa!
Miró de nuevo a Ralph, que le sonreía.
—No estoy realmente aquí, verdad? Sólo es una alucinación.
—Tal vez. Pero me parece que me debes una respuesta. Por qué nunca me lo dijiste, Sam?
Ella dejó escapar el aire. Había llegado el momento de ajustar cuentas, y era obvio que Ralph
quería saber. Pues bien, hablaría.
—Porque fui cobarde –contestó, sin mirarlo.
—Bien dicho. Fuiste cobarde.
—Y qué hubieses hecho tú si te lo digo? –él sonrió de medio lado.
—Oh, tal vez tengo que agradecer que Cinthya no está aquí y no puede oír esto.
—Que no está quién? –dijo otra voz, y ambos se giraron. Era la mismísima Cinthya, rubia,
hermosa, vestida como para una fiesta, como solía estar, que se acercaba desde el camino y
caminaba por la hierba hasta ellos. Ralph se echó a reír en voz alta.
—¿Sentirás celos si le digo a esta mujer que si ella se me hubiese declarado, nos habríamos
casado y tenido diez niños?
Cinthya sólo arrugó su nariz, negando.
—Entonces te lo digo –siguió Ralph girándose a Samantha—. Me habría casado contigo y te habría
metido diez niños en la panza.
Samantha sonrió, imaginándoselo, y luego la sonrisa se volvió risa.
—Eso ya nunca será.
—No, ya nunca será.
—Yo siempre lo supe –dijo Cinthya—. En el corazón de este hombre siempre hubo un pequeño
espacio para ti. Él conservó tus cartas hasta el día de su muerte.
—De verdad?
—Pero hiciste bien –siguió Cinthya—. Yo habría hecho lo mismo por ti, amiga.
—Lo sé –los ojos se le humedecieron, sabiendo que Cinthya decía la verdad, y ahora se arrepentía
de haber deseado tomarle la mano a Raphael esa noche.
En el silencio que siguió, los tres miraron el horizonte del lago. No había tiempo aquí, ni peces,
pues pasaron las horas y nada sucedió. El sol no se puso, las hojas no cayeron, no pasó el viento…
estaba estancada en un recuerdo.
—Estoy enamorada de tu nieto, Ralph –dijo ella de repente, y rompiendo el silencio—. Lo amo.
—Lo sé. Es un chico afortunado.
—No, no lo creo. Me parece a mí que es el más desafortunado del mundo.
—Cuando eres amado por una mujer como tú, no importan las circunstancias, eres afortunado—.
Ella respiró profundo, sintiendo dolor en su corazón.
—Por qué estamos aquí?
—Porque tú lo deseas.
—Deseo estar aquí, con ustedes dos? Fueron mi pesadilla por años.
—Porque tenías muchas preguntas –explicó Cinthya—, deudas contigo misma; así que, dale. Qué
quieres saber? –ella volvió a sonreír. Se cruzó de piernas, sentada en el césped, sin preocuparse
mucho por cubrirse las rodillas debajo de la falda. Miró fijamente a Ralph y a Cinthya y preguntó:
—Fueron felices?
—Oh, sí –contestó Ralph.
—Muy buen sexo –siguió Cinthya.
—Debe ser de familia –rió Samantha.
—Claro que sí. Estamos muy bien dotados.
—Entonces todo está bien –suspiró de nuevo Sam—. Si ustedes fueron felices, yo puedo estar en
paz.
—La vida no siempre fue fácil –agregó Cinthya—. Llegamos a tener momentos duros, momentos en
los que casi nos separamos, pero logramos sobrellevarlo.
—Y luego vino Richard –siguió Ralph—. Un buen niño, pero terco como él solo.
—Era brillante –sonrió Cinthya, con los ojos iluminados de orgullo materno—, y pronto vimos que
se le daba muy bien hacer dinero.
—Llegó muy lejos, y Raphael llegará aún más lejos.
Samantha sonrió mirándolos, aún parecían una pareja compenetrada, una pareja que había vivido
toda una vida juntos.
—Lamento mucho lo del cáncer de mama –dijo, mirando de nuevo a Cinthya.
—Sí, yo también lo lamenté. Me dolió mucho no haber conocido a mi nieto, pero bueno. Así es la
vida.
—Es un hombre espectacular –dijo Samantha—. Es bueno, con muy buen sentido del humor.
Juguetón, sincero, sin doblez y con mucha templanza. Algún día llevará los asuntos de su familia con
madurez y con juicio—. Pestañeó repetidamente cuando los ojos le picaron por las lágrimas—. Le
gusta mucho reír, como a ti –dijo, mirando a Ralph, y con la voz débil por el llanto—. Y si algún día
llegara a tener hijos, seguro que…
Se detuvo y escuchó. Ralph había empezado a silbar, y Samantha tuvo que parar de hablar.
Se echó a reír. Era la melodía de una nana que en principio había sido una poesía que habían
compuesto entre los dos por una tarea de ella en el colegio, sólo la conocían ellos dos, y Nicolle. Y
luego Tess, pero Tess no conocía su magia.
—Nunca te olvidé, Ralph, y luego descubrí que era capaz de amar aún más.
—No estoy feliz de ver que tu vida no fue lo que yo hubiese pedido para ti.
—Todo se pasa muy rápido, y muy lento a la vez.
—Qué es lo que más deseas en el mundo, Sam? –preguntó Cinthya, y Samantha la miró extrañada.
Por qué le hacía esa pregunta?
Pero bueno, era un sueño, no?, una alucinación, así que contestó:
—Quisiera ser la mujer adecuada para Raphael. Vivir esa vida, esta vez un día a la vez. Construir
con mis propias manos mi futuro. Luchar por lo que tenga que luchar, reír, llorar, cantar… estar con
mis amigos… No importa si de nuevo el tiempo se pasa, no importa si de nuevo me hago vieja, me
salen canas o se me caen los dientes. Esta vez, habría valido la pena.
—Pero como la primera vez no fue así –dijo Ralph—, dedicaste tu vida a los demás. Te olvidaste
de ti misma.
—Valió la pena –sonrió Samantha—. Tal vez alguien, uno de esos niños a los que acompañé en su
muerte, rezó por mí, y la vida me dio tres meses más, tres maravillosos meses al lado de Raphael.
Los ojos volvieron a anegársele en lágrimas, y esta vez pestañear repetidamente no pudo
controlarlas, sino que resbalaron libres y salvajes hasta el mentón.
—Se pone el sol –señaló Cinthya.
Samantha miró el horizonte, pero todo estaba igual. Ni viento, ni pájaros, ni peces. Como una
fotografía.
—Te esperaremos aquí, Sam –dijo Ralph. Y seguiremos cantando y hablando.
—Aunque lo que prefiero –admitió Samantha, poniéndose en pie y secándose las lágrimas
inútilmente— es estar allá, con tu nieto, y crear nuevos recuerdos con él.
—Los recuerdos duelen cuando no eres feliz.
—Pero son mejores que nada.
—Lo dice la experiencia –agregó Cinthya, sonriendo.
—Y vaya que sí. Lo sé mejor que nadie.
—Se pone el sol –esta vez fue Ralph quien lo dijo, y Samantha miró de nuevo hacia el horizonte,
encontrándolo exactamente igual.
De repente, sintió dolor en el pecho. Su cuerpo se convulsionaba, y dolía, dolía muchísimo. Lanzó
un grito, y abrió sus ojos, para encontrarse al interior de una ambulancia, rodeada por paramédicos.
—La paciente está estable –dijo la voz de una mujer—, hemos logrado traerla de vuelta.
—Quizá no sea necesaria la operación.
—Eso lo sabrán los médicos cuando la vean.
Samantha pestañeó. El sonido de la sirena era ensordecedor, y el vehículo se bamboleaba de
manera violenta por desplazarse a toda velocidad a través de las calles de San Francisco, aunque
ella se hallaba bien atada a la camilla.
Por qué estaba viva? Por qué estaba aquí, de camino al hospital?
Y Heather?
De repente, se sintió extraña, grande, pesada. Movió su cabeza e intentó levantar una mano, pero le
costaba mucho, se sentía sin fuerzas, adolorida, cansada. Luchó para que su mano obedeciera a su
orden, sin conseguirlo. Los paramédicos hablaban entre sí en términos que ella no comprendía.
De repente, la ambulancia se detuvo, y movieron su camilla hacia el interior de la sala de
urgencias del Hospital General de San Francisco. La llevaban rápido, y ella pudo al fin levantar su
mano y verla.
Era una mano anciana.
Samantha se echó a reír, aunque nadie escuchó su risa, y nadie vio las lágrimas que resbalaban por
sus sienes.
Ella era otra vez Samantha Jones, en cuerpo y alma.
Fin del paseo por la juventud.
-23-

Heather estaba atrapada. Todo estaba oscuro y frío. Golpeaba las paredes llamando, pero no tenía
a quién llamar. Ni a mamá, ni a papá.
Sólo llamaba a alguien, quien fuera, que la sacara de allí.
Por qué la vida la odiaba tanto? Eso sólo había hecho ella odiara la vida, y luego todo se había
vuelto un círculo vicioso.
Paredes, paredes duras, inquebrantables, negras, la rodeaban y la atrapaban. Y a pesar de lo
furiosa que estaba, de los tacos que soltaba, de las maldiciones y los gritos, nadie venía. Cuánto
tiempo llevaba allí? Una eternidad? No lo sabía, no sentía cansancio, ni dolor, no podía saber si
afuera era de día o de noche, o si siquiera había un “afuera”.
Cuando se hizo evidente para ella que nadie vendría, se recostó a esa superficie dura y oscura
sintiendo desesperación. No veía nada delante de sus ojos, ni sus propias manos, nada.
—Sáquenme de aquí –rogó, ya sin la altanería del principio.
De pronto, una pequeña luz fue bajando, como una luciérnaga, y se quedó suspendida ante sus ojos.
Heather la reconoció de inmediato, y por primera vez en muchos años, en su rostro se dibujó una
sonrisa auténtica, pero era más bien una sonrisa triste.
Ella amaba esa luz, lo único que había amado en su vida estaba allí, en ese puntito blanco y
luminoso.
—Qué haces aquí? –le preguntó.
—Quería al fin conocerte, mamá –irremediablemente, los ojos de Heather se llenaron de lágrimas.
—No me conozcas así. Estoy hecha un desastre, atrapada en este horrible lugar.
—Es horrible porque aquí preferiste quedarte. Te cubriste con cosas que te fueron destruyendo
cada vez más. Ésta oscuridad que te rodea, la construiste tú misma.
—Lo sé! –gritó—. Lo sé. Soy una asesina, soy malvada, no tengo redención, todo eso lo sé,
maldita sea!
—Pero yo te perdoné –dijo la luz con voz tierna, sin hacer caso de sus gritos, y el llanto escapó
finalmente de los labios y los ojos de Heather—. Hace mucho tiempo te perdoné.
Heather se fue encogiendo poco a poco hasta caer a lo que debía ser el suelo. Lloró y lloró. Lloró
hasta que su alma se cansó, hasta que pasaron horas, o tal vez días; hasta que cambió la estación y
muchas almas nacieron y murieron, lloró hasta que ya no hubo más lágrimas.
Cuando se hizo el silencio, se quedó allí, tendida y mirando fijamente la luz, que aún no se iba.
—Era muy joven –se explicó, como si simplemente hubiese tenido esas palabras en sus labios por
mucho tiempo, anhelando que alguien las escuchara—. Tenía sólo catorce años. Mis padres jamás me
habrían perdonado, ni comprendido. Hice lo que imaginé que habrían hecho ellos.
—No los conociste. Tal vez te hubieses equivocado—. Heather cerró sus ojos.
—Tal vez. Eso ya nunca lo sabré –respiró profundo y extendió su mano a la pequeña luz, que le
rodeó los dedos. Sonrió al sentir que era cálido también—. No quería matarte, pero sentí que no
tenía alternativa –la pequeña luz permaneció en silencio—. Siempre fui algo difícil de tratar, así que
ellos todo el tiempo estaban recibiendo quejas de mí. Me creían, al principio, pero cometí el error de
mentirles una vez, una sola vez, y nunca más creyeron en mi palabra. Así que pensé que les dijera lo
que les dijera, yo sería culpable. Y así fue. Entonces me dije: si voy a parecer culpable, seré
culpable. Es muy fácil luego de la primera vez.
Suspiró, no apartaba la mirada de la luz. Ni siquiera pestañeaba, sólo la mantenía bajo su
vigilancia.
—Me quedé embarazada y tuve miedo, tuve mucho miedo. Presentí que mis padres me enviarían a
algún lugar lejos, que perdería todo lo que tenía, pero no me imaginé que al deshacerme de ti,
perdería mi alma. No te conocí, nunca escuché tu voz, pero te amé. Te amé tanto que al perderte te
llevaste todo lo bueno que quedaba en mí. Todo lo rescatable.
Volvió a llorar, aunque esta vez intentó controlarse.
—Empecé a odiar a mis padres, pues los creía culpables de mi desgracia, el origen de todos mis
dolores. Culpé a los hombres, pues ellos veían en mí simplemente un pedazo de carne muy apetecible
con el qué copular. Odié la vida, odié el cielo y la tierra, odié la gente que intentaba ser buena
conmigo, y quería morirme, busqué por todos los medios morirme, aunque la muerte me daba
terror… y tenía razón, mira dónde estoy. Tenía razón en temer.
Respiró profundo repetidas veces, tragó para pasar el nudo que sentía en su garganta y guardó
silencio por unos instantes.
—Me enceguecí tanto que no habría reconocido la bondad aunque me tropezara y cayera con ella.
Hice de mi vida un desastre—. Sonrió con ironía—. Y luego alguien ocupó mi cuerpo. En vez de
agradecer que iba a morir, tal como lo deseé, odié que alguien ocupara mi cuerpo. La estupidez
humana no tiene límites, amor mío.
—Conozco a Samantha Jones –dijo la pequeña luz—. Es muy diferente a ti.
—Imagino. Si le dieron la oportunidad de volver a ser joven, ha de ser una santa.
—No, no es una santa. Tiene lados grises, tal como tú.
—Pero apuesto a que son más sus lados blancos.
—Bueno…
—Eres mi hijo. No debes mentirme—. La pequeña luz se echó a reír, y la risa llenó de calidez el
corazón de Heather—. Nunca supe si serías niño o niña. Qué eres?
—En este momento, no soy ni un niño, ni una niña.
—Claro, sólo eras un embrión.
—Las almas no tienen sexo, mamá.
—Qué vida tan triste.
—Mamá… —Heather se echó a reír.
—Quisiera quedarme aquí contigo por siempre. Puedo?
—No, lo siento. Fui enviado aquí sólo por un momento.
—Quién te envió?
—Él.
—Él? Él quién?
—Tiene poder sobre vivos y muertos.
—Yo estoy viva o estoy muerta?
—No lo sé.
—Quédate otro momento más.
—Mira a tu alrededor –dijo la luz, y Heather hizo caso. No se había dado cuenta de que, mientras
hablaban, todo alrededor se había ido iluminando paulatinamente. Heather estaba frente a una playa,
tendida en la arena, con sus cabellos rojos despeinados y ondeando al viento.
Sonrió. Ya no sentía miedo, ni pena. La pequeña luz había venido hasta ella y le había cambiado
todo, tal como se lo cambió cuando se fue, allá en el pasado, cuando tenía catorce años.
—Esto es permanente?
—No lo sé.
—Para ser un espíritu enviado, ignoras muchas cosas.
—No soy un espíritu, sólo un alma.
—Dices las cosas más raras. Sobrevivirá Samantha Jones?
—No lo sé.
—Si te comunicas con ella, dile que lo siento. Tampoco quería matarla a ella… Dios, qué patético
se oye eso.
—Se lo diré.
—Dile a Él, al que te envió, que lo siento. Tal vez debí morir antes para que mi suplicio se
acabara, pero por alguna extraña razón, me mantenía viva.
—Todo siempre tiene un propósito—. Dijo la luz, que ya no se veía por el día tan luminoso. Su
voz también se iba apagando—. Me alegra haberte conocido, mamá.
—Oh, y a mí me hace feliz haber tenido una conversación al fin con mi hijo. Creo que ahora sí
puedo morir en paz.
—Tal vez te den una segunda oportunidad.
—Quién sabe.
—Podrías pedirla –desde un lado de la playa, Heather vio a alguien acercarse. Parecía un hombre;
tenía la complexión de uno, pero estaba vestido de blanco, y muy distante aún.
—Es Él?
—Sí, lo es. Tal vez te deje hablar—. Heather sintió miedo. A lo mejor venía a decirle cuál sería su
castigo eterno. Volver a la caja negra no, se dijo, pero ya no podía escapar, sabía que por más que
huyera, no lograría esconderse de ese ser.
—No te olvides de pedir una oportunidad –dijo la luz, y luego simplemente desapareció.

En la sala de espera, el silencio era casi sepulcral, interrumpido sólo y de vez en cuando por los
sollozos de Georgina y el sonido de los pasos de Raphael al ir de un lado a otro. Tess, quien había
dejado a los niños al cuidado del servicio de los Calahan, miraba con ojos secos a Raphael ir y
venir, mientras Phillip sostenía a Georgina, quien recostaba su cabeza en su hombro.
Todo parecía haberse precipitado demasiado rápidamente. En un momento, estas mismas personas
habían estado cenando y charlando, y luego, en un hospital esperando buenas noticias, con Heather al
borde de la muerte.
Las dos Heather.
De pronto, un médico se acercó a ellos, y miró significativamente a Tess, quien se puso en pie y
caminó hacia él al reconocerlo como el médico de Samantha. Phillip lo miró con sospecha, ya que
era obvio que estaban allí esperando noticias de Heather y parecía muy extraño que sólo la llamaran
a ella.
—Qué sucede? –le preguntó Tess al médico.
—Ahora mismo, usted es la persona más cercana a Samantha Jones.
—Ah…
—Ella está consciente –Tess lo miró fijamente, sin saber qué decir—. Si desea hablar con ella…
Qué hacer? Se preguntó Tess. No sabía qué decirle a Heather. No la conocía de nada, no podía ir
allí y ver el cuerpo de su vieja amiga poseído por un demonio que se había vuelto un asesino.
Pero tampoco podía dejarla sola, Samantha no habría querido eso, y sobre todo, el doctor vería
sospechoso que luego de haberla venido a visitar, rehusara verla consciente cuando tenía
oportunidad.
Asintió al médico y éste la guió hasta la habitación en la que estaba.
—Sea cuidadosa con ella –le pidió el doctor—. No hemos avisado a la policía de que está
consciente porque… bueno, ya sabe, la interrogarían y eso sería malo para su corazón.
—Muchísimas gracias.
—Oh, no te preocupes. Nos han preguntado y hemos alegado demencia senil, que a sus ochenta
años no sería extraño, pero sí que estamos asombrados de lo que dicen que hizo… —la miró como
esperando que ella admitiera o desmintiera todo, pero Tess no dijo nada, simplemente caminó hacia
la puerta de la habitación y la traspasó.
Cuando estuvo dentro, vio a la anciana dormida. Caminó a ella y le tomó una mano.
—Ay, Sam –susurró—. Cuántas cosas has tenido que pasar—. Entonces, la mujer tendida en la
cama abrió sus ojos y giró lentamente su cabeza a ella. Tess le soltó la mano y la miró conteniendo el
aire. No quería que Heather hiciera un berrinche porque ella había osado hablarle.
Pero no hubo ningún berrinche, sólo lágrimas en unos ojos muy viejos.
—Tess –susurró, y ésta tuvo que dar unos pasos atrás. Quiso decir algo, e incluso abrió la boca,
pero de sus labios no salía ningún sonido—. Soy… soy yo… —dijo la anciana—. Soy Sam, otra vez
aquí.
—Oh, Dios! Oh, querido Dios. Sam!!! –se precipitó a ella y la abrazó, y lloró.
—Ya, calma, calma –le susurraba Samantha—. No llores. Sabíamos que esto iba a pasar.
—No. Yo tenía la esperanza de que…
—De que me quedara en ese fantástico cuerpo de veintitrés?
—Ay, Sam, qué injusto es todo! Fue por culpa de la loca esa, estoy segura de que si no hubiese
sido así…
—No la acuses, tenía razón en estar furiosa.
—No, Sam. Tú siempre justificando a todo el mundo. No cabe duda de que en el cuerpo de una
anciana o en el de una niña, serás la misma –Sam levantó lentamente una mano hacia ella y acarició
sus oscuros cabellos. Tess levantó un poco la cabeza para mirarla; la veía demasiado débil,
demasiado cansada, y tuvo miedo. Iba a perder definitivamente a su amiga, y no quería.
—Tienes que prometerme una cosa –pidió Samantha.
—Ay, no. No hables como si te estuvieras despidiendo, Sam…
—Prométeme que no te vas a dejar hundir. No importa cuán difícil se ponga la situación, Tess…
—Sam…
—Y si Raphael quisiera ayudarte… aceptarás su ayuda, prométemelo Tess –por las mejillas de
Tess corrieron lágrimas, y ésta rompió a llorar de nuevo.
La primera vez, ella no había podido despedirse de su amiga. Esa noche, entró al pequeño
apartamento con la llave que Samantha le había dejado para emergencias cuando llamó a su puerta
para devolverle su abrigo y nadie le contestó. Le extrañó que no le abriese, puesto que acababa de
entrar y aún debía estar despierta; la había encontrado tirada en su cama, casi muerta, y luego había
estado en coma. Durante la semana siguiente, había tenido un sentimiento de culpa terrible, pues las
últimas palabras que le había dedicado no eran muy amables; ella la había regañado por ponerse a
hablar de la muerte, y de herencias.
—Sam, yo… —empezó a decir, pero Samantha la cayó abrazándola y masajeando suavemente su
espalda.
—Eres como una niña llorona.
—Estoy perdiendo a mi mejor amiga.
—No me estás perdiendo. Siempre estaré contigo. Nunca te abandonaré… estarán los recuerdos, y
tenemos bastantes… —el pecho de Sam subía y bajaba agitado.
—Sam, tranquilízate. Tu corazón… —pero no pudo seguir. Sam había empezado a cantar, y Tess
tuvo que guardar silencio.
Siempre había admirado cómo Nicolle se calmaba con esa nana, y era increíble, pero ahora ella
también se tranquilizaba. No tenía una letra especial, ni una melodía muy elaborada, todo lo
contrario, siempre se había preguntado qué tenía que ver un caballo con el cristal y un callejón. Por
qué todo en esa canción parecía tan sombrío y fantástico a la vez?
Y qué con Dios? Si se pudiera ir a él en caballos y siendo un niño bueno, todo habría sido siempre
muy fácil.
Tess se unió a la canción, pues se sabía la letra de tanto cantársela a su hija menor. La niña había
aceptado al fin la voz de su madre para dormirse, y ya no hacía los berrinches de siempre. Parecía
saber que Samantha no estaba al otro lado de la puerta dispuesta a calmarla y dormirla, y se había
resignado a conformarse con la de su madre.
Lo había entendido Nicolle, pero ella no.
Para ella, era demasiado cruel lo que le habían hecho a Samantha. Era como llevar a un niño
mendigo a un parque de atracciones y subirlo a cuanto juego, darle los dulces que siempre le habían
apetecido, toda la comida, todos los juguetes, toda la ropa, para, en la noche, simplemente
devolverle sus ropas andrajosas y abandonarlo de nuevo a las calles a que siguiera pasando hambre
y frío. Estaba segura de que ese niño jamás olvidaría ese día en ese parque, pero que secretamente,
preferiría mejor no haber conocido la felicidad.
Ella sabía perfectamente que después de perder la felicidad, la tristeza era mucho más profunda
que antes.
En su concepto, era mejor no haber sido amada, no saber nada.
Sam cantó un par de veces la nana y luego se quedó en silencio, Tess, ya más tranquila, levantó la
cabeza de su pecho y la miró sonriendo, pero Samantha se había quedado dormida de nuevo, y no
pudo decirle que traería a los niños para que los viera. Comprendió que no tendría tiempo, el reloj
biológico de Samantha llegaba presurosamente a sus últimas horas.
Y ella no tenía a nadie más en el mundo para que estuviera allí en ese momento.
Se quedó quieta por un instante. No, ella no estaba sola; estaba Raphael. Él, al menos, podría estar
con ella. Ni Phillip, ni Georgina, ni ninguna otra persona lograría entender lo que sucedía, pero
Raphael ya lo sabía todo.
Salió de la habitación casi corriendo, corrió por los pasillos, bajó por las escaleras cuando el
ascensor se tardó, llegó a la sala de espera donde se hallaban los padres de Heather y Raphael; se
acercó a él y le tomó el brazo.
—Qué sucede? –preguntó él, dejándose guiar.
—Es Sam.
—Qué pasa con Sam?
—Está despierta –Raphael se detuvo y la obligó a ella a detenerse también, la miró confundido por
un momento, y Tess observó el momento exacto en que él lo comprendía.
—Sam… Sam? –Tess asintió apretando sus labios. Él no salió corriendo hasta la habitación de
Samantha, tal como ella esperó, simplemente palideció, y se llevó una mano hasta sus cabellos,
desordenándolos aún más. Respiraba hondo buscando aire y tuvo que recostarse a la pared más
próxima.
—Raphael? –lo llamó ella, un tanto preocupada.
—Estás segura?
—Completamente; hablé con ella.
—Oh, Dios mío.
—Volvió a su… cuerpo. Ella dice que era lo correcto.
—Maldita sea! –a pesar de la maldición, en el rostro de Raphael no había ira, ni frustración, sino
un profundo desconcierto, y mucha, mucha tristeza. Ambos sabían lo que aquello significaba.
Tess tendió su mano hasta él y le tocó el brazo, sintiéndolo por él. No sólo ella estaba perdiendo a
su mejor amiga, él estaba perdiendo al amor de su vida.
Raphael ignoró su toque y se estuvo allí un minuto más, en silencio, cruzado de brazos y evitando
temblar. Tess tuvo que resignarse a dejarlo solo, pero antes de irse, él la llamó.
—Dónde está? –le preguntó en un hilo de voz.
—En la habitación de siempre—. Raphael asintió y se separó de la pared caminando como un
zombi por el pasillo. Tess se mordió los labios al verlo así.

Raphael no se apresuró. Cada paso le pesaba, le dolía en alguna parte, lo enojaba. En cambio, su
mente iba trabajando a toda velocidad. Qué le iba a decir cuando la viera?
Aquello tenía que ser una broma, una de muy mal gusto, y en cuanto viera el cielo le mandaría la
vulgaridad más verde y apestosa que se supiera.
Llegó hasta la habitación de Samantha Jones, y tomó el pomo de la puerta, con miedo a girarlo.
Aquella era una prueba a la que jamás esperó enfrentarse, pero una prueba que tenía que pasar. Si era
este el modo en que se iban a separar, él no iba a desperdiciar la oportunidad de verla una última
vez, de hablar con ella.
Llegado a ese punto, tuvo que apretar los dientes para contener la terrible necesidad de gritar, de
maldecir, de llorar. Tenía que ser fuerte para ella en esta ocasión; ella lo estaba pasando peor. Se
tomó un minuto más intentando pasar el nudo en su garganta, y cuando al fin se creyó listo, abrió la
puerta.
Cuando estuvo al otro lado, la encontró despierta, mirando por la ventana, recostada sobre sus
almohadas y con el rostro lleno de tristeza.
Se recostó a la pared viendo cómo ella se giraba hacia él, atraída por el ruido de la puerta al
abrirse.
Ella le sonrió, como siempre le sonreía cuando lo veía. Era una sonrisa preciosa, hacía que se le
iluminaran los ojos, que pareciera la mujer más hermosa sobre el planeta.
Ella era la mujer más hermosa del planeta, con sus arrugas, pecas, canas, bolsas y demás. En su
corazón habitaba el alma que lo había atraído desde el primer momento, la mujer que lo sedujo y le
pidió una oportunidad. La mujer que prefería morir a matar a alguien.
El corazón le dolió como si lo apretaran con púas.
—Hola, guapa –le dijo, sonriéndole como si fuera una escena muy casual, como si en vez de
acostada sobre una cama en el hospital, en el cuerpo moribundo de una anciana, ella simplemente
estuviera sobre su cama, en sus sábanas.
La sonrisa de Raphael al mirarla tenía un tinte triste, pero era la misma sonrisa de antes, un poco
pícara, y llena de amor.
—No quería que me vieras así –le dijo ella con su voz quebrada, y Raphael se la memorizó; esta
era la verdadera voz de Samantha.
—Por qué no? –inquirió— Sigues siendo la mujer más hermosa en el mundo—. Ella sonrió, y
pareció más bien un sollozo. Lo miró de arriba abajo, comprendiendo que él tomara distancia,
pensando que él no quería acercársele con muy buena razón. Él no estaba viendo a la hermosa joven
de la que se había enamorado, sino a una vieja enferma que quizá y hasta lo contagiaba con todos sus
males y su fealdad.
Él la sorprendió dando unos pasos hasta su camilla, y sentándose en ella. Le tomó una mano y la
subió hasta sus labios para besarla. De los ojos de Samantha salieron lágrimas que se perdieron por
entre los pliegues de sus arrugas.
—Esta… es la verdadera Samantha –le dijo ella, mirándolo a los ojos con una súplica velada.
—Pues esta Sam es hermosa –contestó él, sonriendo.
—No mientas. Soy el peor miedo de cualquier mujer.
—Eres mi sueño, eres todo lo que quiero.
—Oh, Dios, Raph… Raphael! –exclamó ella cuando lo vio inclinarse a ella poco a poco hasta
besar sus labios, unos labios tan arrugados y feos, a su parecer. Cómo podía él besarla así? –Estás
loco –le dijo cuando se separó de ella.
—Estoy besando a la verdadera Sam, no lo acabas de decir?
—Pero…
—Y todos, si tenemos suerte, llegaremos a viejos algún –siguió él, tomando un mechón de canas y
acomodándolo tras su oreja.
—Deberían poner más de ti en el agua que beben todos los hombres de la ciudad –Raphael rió, y
volvió a inclinarse a ella para besar sus mejillas, como si fueran muy hermosas, y el corazón se le
apretó como un puño. Allí estaba ella, tan vieja y moribunda, siendo besada por este joven, tan
hermoso y enamorado—. Siento mucho el haber irrumpido en tu vida de esta manera… y hacerte
pasar por esto. Tú estabas muy tranquilo en tus cosas, y vine yo a complicarlo todo…
—Yo, en cambio, estoy feliz de que lo hicieras –dijo él con voz suave, respirando profundo—.
Gracias a ti conocí el verdadero amor—. Samantha sonrió, y se quedó quieta cuando vio que él muy
tranquilamente se acostaba a su lado, se apropiaba de la almohada y la movía para que quedara
recostada en su pecho. Ella lo hizo feliz, agradecida por tener la oportunidad otra vez de estar allí,
agradecida porque él no se espantara y saliera corriendo.
Una vez más, tenía la oportunidad de escuchar los latidos de su corazón.
-24-

—Je ne regrette rien –susurró Samantha, y era verdad. Esta vez era verdad.
Raphael había buscado la letra de esa canción, y ahora la conocía, sabía lo que decía. Sonrió al
recordar que ella la había dicho dormida la primera vez que hicieron el amor. Ahora sabía a qué se
refería.
Samantha cerró sus ojos, sabiendo que se llevaría este instante a la eternidad. No importaba si ella
no era una bella jovencita, no importaba si no era guapa y al contrario: no sólo nunca lo había sido,
sino que ahora además estaba vieja y enferma, su cuerpo marchito; no importaba, porque estaba allí,
en los brazos del hombre que ella amaba, aspirando su perfume, escuchando su voz, y éste la sostenía
como si fuera un tesoro, algo muy valioso.
Tal vez a ojos de los demás la escena se vería muy extraña y algo patética: una anciana abrazada a
un joven en una cama de hospital. Alguno pensaría que era un nieto negándose a dejar ir a su
abuela… o quién sabe.
No le importaba. En el mundo sólo estaban ellos dos. Él, al parecer, veía más allá de su
apariencia, siempre lo había hecho, y le hablaba era a su alma, a su corazón. Soñaba con la Samantha
que trascendía en el tiempo y en la edad, con ese soplo de vida que estaba a punto de esfumarse.
Sólo eso era un motivo más que suficiente para que cualquier mujer en el mundo lo amara, y ella
tenía el privilegio no sólo de amarlo, sino también de ser amada por él, porque sabía que Raphael la
amaba. Que estuviera aquí era una prueba de oro que ella atesoraría si tuviese más tiempo para ello;
en cambio, la saboreaba y la vivía con las pocas energías que ya le quedaban.
Hundió su nariz en su pecho y aspiró fuertemente el aroma de su cuerpo, el que ya se le había
hecho tan familiar, y lo besó por encima de su camisa.
“No, nada de nada”, decía la canción. “No, no me arrepiento de nada”.
No importaba si no la estaba escuchando, en su corazón estaba sonando fuertemente. Tanto si
Heather vivía como si no, ella había tenido su cuarto de hora, había conocido a este magnífico
hombre, y había sido feliz.
“Con mis recuerdos he encendido el fuego; mis penas, mis placeres, ya no los necesito”.
Si en la eternidad tenía consciencia, ella se aseguraría de revivir todos los buenos momentos, hasta
éste, el de la dulce despedida, el de la amarga despedida. En su relación con Raphael no había
habido un solo momento que ella quisiera excluir de sus memorias; todos y cada uno de ellos habían
valido la pena.
“No, no me arrepiento de nada porque mi vida, porque mis alegrías, hoy comienzan contigo”.
Hasta cuando se pelearon, hasta cuando él la miraba con recelo, creyendo que era la antigua
Heather, y se negaba a darle una oportunidad.
Si su vida de esos últimos tres meses la metían en un disco de acetato, ella escucharía esa canción
por siempre, una y otra vez, hasta el infinito. Sería una canción que memorizara, un poco triste al
final, pero la mejor canción que dos personas jamás hayan podido componer. No se preguntaría
nunca qué seguía, qué hubiese pasado si… No, lo intentaría y no lo haría. Todos los “y si…” tendrían
que ser encadenados, como ahora estaban siendo encadenadas sus lágrimas.
Raphael buscó su teléfono en su bolsillo, y se puso a manipularlo hasta que encontró la canción y
la hizo sonar. Samantha sonrió.
—Recuerdas que me dijiste que era tu favorita?
—Nunca te lo dije –sonrió ella.
—Ah, es verdad; pero lo es, cierto?
—Sí.
—La busqué, y la descargué en mi teléfono –guardó silencio por unos segundos, mientras la
canción sonaba, luego dijo—: La escucharé cuando piense en ti—. Samantha había estado calmada
hasta el momento, siendo fuerte, pero imaginárselo solo, triste, pensando en ella, le hizo doler el
corazón. Así había estado ella mucho tiempo: sola, deprimida, añorando un amor perdido. Sólo que
la persona por la que ella lloraba estaba viva y haciendo su vida. No sería así en el caso de Raphael.
—Raphael, prométeme que…
—No te voy a prometer nada. No me pidas que más adelante te olvide, que busque otro amor. No
lo haré.
—Hazlo por mí.
—No podré –insistió él—. Por ti.
—Pero Raphael…
—En cambio –la interrumpió él—, te prometo otras cosas. Te prometo no dejar de amparar a
Childhood & Hope. Y te prometo que cuidaré de Tess y sus hijos.
—Gra… gracias… —aceptó ella. Hubo silencio otra vez, y Raphael buscó la mano de Samantha
para entrelazar sus dedos con los de ella. Todo sería menos doloroso si la mano de él también
estuviese arrugada, pensó, y sus ojos se humedecieron.
—Me dijiste que habías escuchado una voz… —quiso preguntar él, pero no fue capaz de continuar.
Quería saber si ella había tenido oportunidad de elegir. Si todo esto había sido porque ella no
soportaría vivir el resto de la vida sabiendo que había negado a otra persona la oportunidad de vivir.
—Sí, y es verdad. Hay alguien muy interesado en vernos sufrir. Es la única explicación que
encuentro ahora –respiró profundo y siguió—: aunque en un momento estuve muy agradecida por la
oportunidad que me estaba dando, ahora no puedo sino pensar que todo esto es muy cruel.
—La… la volviste a escuchar? La voz –ella frunció levemente el ceño, recordando.
—No. Sólo tuve un hermoso sueño.
—Ah, sí? Qué soñaste?
—Con Ralph –sonrió ella—. Y Cinthya. Ellos me esperan—. Raphael cerró fuertemente sus ojos y
pasó saliva. Samantha continuó—: Ralph me decía que de haber sabido lo que yo sentía por él, se
habría quedado conmigo… o algo así… Cinthya me confirmó que tuvieron una buena vida, a pesar de
todo. Que fueron felices. En mi sueño, los tres éramos los mismos del pasado, unos adolescentes.
Estábamos en un lago que quedaba cerca a mi casa, y donde Ralph acostumbraba pescar.
—Todo suena muy bonito –susurró, para que ella no notara que lloraba, y reclamándose a sí mismo
por no poder ser fuerte para ella—. Muy idílico.
—Oh, sí, lo era. Tal vez tantas novelas que leí en mi vida ayudaron a darle ese toque a la escena.
Tal vez vuelva allí cuando…
Cuando muera, quiso decir Samantha, pero la frase se quedó suspendida en el aire.
Era un hombre; no debía llorar.
O eso era lo que todos decían.
—Debí ser yo en lugar del abuelo –volvió a susurrar Raphael—. Yo me habría metido a tu
habitación en cuanto te conocí, y no a charlar simplemente.
—Sí, seguramente –rió Samantha.
—Habríamos tenido muchos hijos, te habría construido una casa grande. Con perro y todo.
—No olvides la casa del perro.
—Pero por supuesto, la casa del perro –rió Raphael—. Habríamos tenido que hipotecar la casa
para arreglar el tejado, o comprar un coche, pero no importa, te habría dado tu tejado nuevo.
—Habríamos tenido que trabajar muy duro para enviar a los chicos a la universidad –siguió ella,
sonriendo.
—Oh, seguramente. Pero seguro que si tenían tu tenacidad y mi cerebro, habrían conseguido becas
y otras cosas.
—Bueno, eso es algo.
—Sí… Habría sido una vida hermosa, Sam.
—Ya la tuve. Me diste los tres meses de vida más hermosos que una mujer pueda soñar. Esquié, y
patiné sobre hielo por ti. Vi cataratas y playas de muchos colores. También hice el amor contigo, y
fue lo más hermoso que alguna vez pude experimentar. Me hiciste mujer, tu mujer… realmente,
Raphael, si conseguiste que una anciana de ochenta años se enamorara de ti, eres capaz de cualquier
cosa.
—No debí dejar Paris para la luna de miel –se quejó él, sintiéndolo de verdad—. Nos faltó París,
mi amor. Nos faltó el resto de la vida.
—No, no llores, Raph…
—Dime a quién tengo que ir a reclamarle. Dime de quién fue la idea, Sam…
—Raph…
—Me vas a decir que te conformas con estos tres meses? Que eso es todo lo que esperaste? –ella
guardó silencio por un momento.
—No. Yo deseé estar el resto de la vida junto a ti.
—Ah, lo ves?
—Porque es maravilloso estar a tu lado. Porque fui tan feliz que me atreví a soñar con más. Sin
embargo, y ya que no se pudo, aquí, contigo, en este mismo instante, ya viví esa vida. Vi a nuestros
hijos, y hasta a nuestros nietos. Vi la casa, y vi al perro. Por eso digo que no me arrepiento de nada.
De nada, de nada.
Raphael rió, y se secó la lágrima que había escapado de sus ojos mientras sentía que ella lo
apretaba más fuerte en su abrazo.
—Aunque una cosa es imaginársela, y otra muy diferente, vivirla de verdad… —siguió diciendo él
—. En un momento estuve muy feliz de haberte conocido, por todo lo que aportabas a mi vida:
bondad, luz, y tanto amor… Ahora… ahora estoy triste, porque te estoy perdiendo—. Movió su
cabeza para besar sus cabellos canos y extendió sus brazos para frotar su espalda, para que no le
diera frío –Haberte besado hasta la saciedad no me será suficiente cuando no te tenga, sabes? Y
también, rompiendo toda la poesía que envuelve este momento, extrañaré que te lleves toda la
sábana…
No podía seguir, las lágrimas lo embargaban, así que se tomó su tiempo en normalizar otra vez su
respiración y su voz.
Ya no había nada que pudiera decirle, tenía atragantados todos los “te amo” que no le diría durante
el resto de su vida. Cómo iba él a enfrentarse al día de mañana sabiendo que no tendría oportunidad
otra vez de estar con ella? De hablarle, de hacerla reír.
Volvió a besar su cabello. Ya la estaba extrañando. Ya no podía tomarla de la mano y salir con
ella por ahí. Ahora él tenía demasiada vida por delante, y ella muy poca. El desequilibrio era
horrible y ofensivo.
—Estás helada –dijo, y entonces cayó en cuenta de que hacía rato ella no decía nada, ni se movía,
ni le volvía a besar a través de la camisa—. Sam? –la llamó, y la movió un poco. Las mejillas de la
anciana estaban mojadas por las últimas lágrimas; ella también había estado llorando en silencio,
pero ya no respiraba—. Sam? –volvió a llamar—. Oh, Dios, no. Sam? Heather? Sam!!
La abrazó fuertemente, y esta vez no le importó soltar el llanto. La llamaba en voz alta, aun
sabiendo que no le escuchaba, y que no le respondería. El cuerpo médico llegó instantes después, y
Tess tuvo que entrar y hacerlo reaccionar para que soltara al fin el cuerpo de Samantha.
Eran las tres de la mañana cuando Samantha Jones dio su último suspiro, y los médicos pusieron la
sábana blanca sobre su rostro.
Raphael no hallaba consuelo, así que se fue del hospital, no importándole nada más, y Tess fue
hasta la mansión de los Calahan para recoger a sus niños y llevarlos hasta su casa. Ya nada la unía a
estas personas. Ahora sólo estaba ella y sus tres hijos.

Hubo mucha gente en el funeral.


Estaban los vecinos, Brenda, Keren, Higgs, Tess y sus dos hijos mayores. También estaban varios
del hospital, y familiares de niños a los que Samantha había ayudado en sus etapas críticas con el
cáncer. Algunos de sus antiguos y actuales estudiantes que se enteraron de su estado de salud
acudieron a darle el último adiós a la anciana.
Muchos de ellos ignoraban que la noche de su muerte Samantha había escapado del hospital y
golpeado a una joven en la cabeza con intención de matarla. Todos los allí presentes sólo sabían que
había sido una mujer buena, dedicada a ayudar a los demás, que ponía armonía donde había
disensión, amistad donde había rencor.
Tess dedicó unas palabras a su amiga, aunque más que todo lo que hizo fue llorar. Los niños
arrojaron una flor sobre su ataúd, y así entregaron el cuerpo de la anciana de vuelta a la tierra.
Era un día normal, en una semana normal en la vida de la demás gente. No para ella.
Oh, sabía que los allí presentes de verdad querían a la anciana, pero muchos tenían la errónea idea
de que ya había llegado su hora, de que había sido una vida bien vivida, que ya no tenía más por
vivir.
Nada más lejos de la verdad. Tess opinaba que le habían arrebatado a Samantha la vida en la flor
de su juventud, porque la juventud no tenía edad, la juventud era un estado del alma. Y no había nadie
más joven que Sam, que se tomaba el tiempo para mirar un atardecer, o admirar un jardín; que odiaba
dormir, porque opinaba que era un desperdicio de tiempo; que leía y releía sus libros con la emoción
de un niño al que le traen un nuevo número de su cómic favorito, que amaba sin mirar rostros, ni
defectos, ni nada más.
Una anciana con el corazón de una niña, ella siempre lo había sabido, y que al fin pudo ser mujer
cuando conoció el amor. Su sonrisa nunca brilló tanto como entonces. Y se había ido, así, sin más.
Cuando todos se fueron yendo, Tess pudo ver a la distancia a un hombre vestido de negro, que
llevaba lentes de sol, y que al parecer había estado observando todo desde lejos.
Era Raphael.
No tuvo valor para acercársele y dedicarle algunas palabras de consuelo, y entendía que él se
mantuviera a distancia. Si bien ninguno de los aquí presentes eran familiares, la mayoría se conocía
entre sí. Él no era parte de la vida de la anciana Samantha Jones; si le preguntaban quién era él y
cómo la había conocido, habría tenido que mentirles a estas buenas personas, así que comprendía que
no estuviera de ánimo para esto.
—Mira, mamá. Es el amigo de Heather –señaló Rori, que lo conocía muy bien—. Vamos a
saludarlo?
—No, cariño. Otro día—. Le tomó la mano a cada uno y se alejó de la tumba de Sam; ya todos se
habían retirado y estaba sola.
Tess subió al auto de uno de los asistentes, que le había ofrecido llevarla a ella y a sus hijos.
Tenía que continuar con su vida, tal como le había prometido a su amiga. Ya no contaría con ella
para que la ayudara, ni le diera un consejo o un regaño cuando estuviese haciendo las cosas mal,
pero tendría que hacerlo. Sus hijos la necesitaban.

Raphael se acercó a la tumba de Samantha cuando estuvo seguro de haberse quedado a solas con
ella. Se quedó allí, de pie, en silencio, sin pensar en nada, sólo respirando, mirando fijamente la
arena removida, sabiendo que en ese espacio oscuro y frío estaba todo lo que él amaba.
Hizo una mueca, recordándose el no pensar.
Pero era imposible.
Lo chistoso era que cuando pensaba en Sam, pensaba era en la pelirroja, vivaracha y sonriente que
lo seducía y lo sonsacaba en ocasiones, o la mujer que él tenía que seducir y sonsacar a veces.
Sus pesadillas estarían de pagar y ver de aquí en adelante, pensó con cinismo. Pero al menos en
ellas la vería.
—Ay, Sam –susurró—. Qué hueco el que me dejaste en el corazón.
Se agachó poco a poco frente a su tumba, y tendió su mano hasta ella para tocarla, fría e indiferente
a toda la tempestad que se desataba en su interior.
No sabía qué sentir, además de dolor. No había espacio en el pasado en el que hubiese querido
cambiar las cosas. En cuanto supo quién era ella y la situación en la que estaba, luchó por hacer cada
día inolvidable. Sólo que aquello era un arma de doble filo; había sido tan especial, tan hermoso, tan
vivo, que lo había dejado seco por dentro al perderlo.
Su corazón ahora estaba tan frío y yerto como la arena que cubría a Sam ahora mismo.
Ni siquiera podía llorar.
Tenía que enfrentarse a muchas cosas ahora; Phillip no lo había llamado aunque se veía muy
extraño que hubiese desaparecido sin más del hospital luego de haber estado tan preocupado por
Heather. Seguro le preguntarían qué estaba pasando por su mente, y entonces él tendría que decir que
se rompía el compromiso. No importaba si la Heather que volvía ahora era una santa paloma que
hubiese rectificado sus errores o no, él simplemente no soportaría ni verla, era el cuerpo que había
amado con el alma de alguien a quien odiaba mucho. Una asquerosa combinación para sus sentidos.
Su padre pondría objeciones, pero no le importaría. Él no se casaría con esa mujer, y dudaba que
lo hiciera algún día con cualquier otra.
Su mente ni siquiera alcanzaba a desear que Sam volviese, en el cuerpo de quien sea, joven o
viejo, pero que volviese. Tenía más que claro que ya no volvería, no le habrían dado la oportunidad
de despedirse si no fuera así. Nunca se había comunicado con ese ser sobrenatural que había
destinado todo esto, la voz de la que había hablado Samantha; y en caso de que eso sucediera, dudaba
mucho que tuviera para él o ella palabras amables o de agradecimiento, así que si lo dejaban
tranquilo, rumiando su dolor y su pena, mejor.
Le había prometido a Samantha cuidar de Tess, y lo haría, pero no sabía qué hacer de aquí en
adelante para rellenar sus días. No sabía cómo enfrentarse a la vida ahora que había perdido los
propósitos que lo motivaban. Su vida estaba hecha pedazos, y lo peor es que no encontraba el ánimo
para empezar a reconstruirla, sólo sentía un dolor sordo y agudo que le robaba toda la energía y le
impedía pensar con claridad.
Esperaba que algún día se pasara, aunque fuera un poco.
Quiso hablar, decir frente a la tumba algo poético, especial; algo que evidenciara todo el amor que
estaba haciendo implosión en su corazón, y que lo mataría, pero no pudo.
Sólo se quedó allí, agachado frente a la tumba de Samantha, mirando sin pensar, y controlando muy
cuidadosamente su respiración.
Si abría la boca sería para gritar, y Sam se merecía más que eso.

Que Raphael no reclamara ni soltara maldiciones le llamó la atención.


Invisible, se arrodilló frente a él y estudió su rostro muy cuidadosamente. Este hombre tenía el
corazón, la vida y el futuro rotos y no decía nada.
Adelante –dijo, aunque el humano no la escuchaba—. Dónde están todas esas maldiciones, tacos
y vulgaridades que me prometiste en cuanto vieras el cielo? Está aquí, frente a tus ojos, así que
adelante! –pero Raphael no decía nada. Sólo miraba al frente y apretaba los dientes—. Los humanos
no dejan de sorprenderme. Caray, o es que me falta mucho por ver. Tengo varios cientos de años
por aquí, observándolos, y todavía me sorprenden.
Novata –dijo Él, y ella sintió su sonrisa—. Los he conocido tan fuertes que ni la más terrible
tempestad hace quebrar sus corazones.
Por qué? Qué tienen de especial ellos?
Sus corazones son flexibles como el bambú; el viento los dobla hasta hacerlos tocar el polvo,
pero luego que éste pasa, están de nuevo erguidos y orgullosos como siempre.
Pensativa, volvió a mirar a Raphael.
Te mereces una compensación por tu fortaleza –le dijo.
Una compensación? Crees que él quiere una compensación? Se ha enamorado de una mujer
destinada a morir mucho antes que él. Eso es crueldad, y él la reconoce. Quieres saber qué hay en
su corazón además de dolor? Ira, una ira tremenda. Agradece que eres invisible e inmortal. Él te
mataría.
Sí, es un hombre que se mancharía las manos de sangre por los seres que ama.
Y ahora que no se sabe lo que sigue… tienes muy pocos fans en la tierra, sabes?
Hablas así, siendo que lo sabes todo.
Alguien tiene que señalar la crueldad que hay en todo esto.
Gracias.
Extendió su mano y tocó la frente de Raphael, quien cerró sus ojos. Las lágrimas habían salido al
fin y rodaban por sus mejillas.
Aunque sabía por qué lloraba, en qué pensaba en ese exacto momento, no pudo dejar de
sorprenderse al ver su fortaleza exterior. Y para quién estaba siendo tan fuerte? Para sí mismo?
Nadie lo estaba viendo.
Te compensaré –le prometió.
-25-

—Han pasado dos semanas desde el accidente, y no has ido a visitar a mi hija al hospital. Por qué,
Tess? –preguntó Georgina, en el umbral de su puerta, y Tess no supo qué decir; había pedido a
Phillip que le consiguiera la dirección de Tess para ir a reclamarle, y allí estaba—. Eras su amiga,
no? O era todo mentira?
—Georgina…
—No, no. Sé clara, dime si tienes problemas con los hospitales, que aunque fuera esa la
explicación, nada te excusaría por dejar de ir a ver a tu amiga, a la que todo el tiempo hablaba de ti,
de tus hijos, y no hacía sino buscar formas de ayudarte.
Tess se mordió el interior de la mejilla sin saber qué decir. Si fuera Samantha la que estuviera en
ese cuerpo, en coma tras el terrible golpe en la cabeza, de verdad que sí se vería mal que no la fuese
a visitar, pero no era Sam, Sam ya se había ido para siempre. Sacudió su cabeza y dejó salir el aire,
Georgina se mantuvo en el umbral.
—Ve a verla –suplicó Georgina—. He estado con ella cada día en estas últimas semanas… No es
que esté pidiendo un relevo, o algo, no me canso de estar a su lado así como no te cansarías tú si
fuera uno de tus hijos… Pero ella no reacciona a mi voz, le es desconocida, así que te suplico, Tess,
si la clave está en ti, o en Raphael, yo rogaré todo lo que tenga que rogar.
—No tienes que rogar, Georgina –dijo Tess, poniéndose en el lugar de ella y comprendiendo su
dolor—. Iré… iré a verla.
—Gracias. Raphael no contesta mis llamadas…
—No creo que Raphael esté en condiciones de…
—Por qué? Es su novia! Su prometida! Estuve allí cuando pidió su mano, jurando que se había
enamorado de ella, era todo falso?
—No! No pienses eso!
—Pero han pasado dos semanas y mi hija permanece sola! –gritó Georgina, desesperada,
confundida—. Si no son ustedes las personas más falsas sobre la tierra, explícame qué sucede!
—Yo iré a verla… y trataré de contactar a Raphael…
—Mi hija no se merece que vayan a verla sólo porque su madre lo suplicó, pero si ustedes pueden
ayudarla, juro que haré lo que sea necesario… Habla con Raphael, por favor, trata de convencerlo
para que vaya a verla…
—Lo intentaré, Georgina.
—Te lo agradezco –le dijo ella, abrazándola. Cuando la soltó, Tess vio que se limpiaba unas
lágrimas—. Me haré cargo de tus niños, si quieres…
—No es necesario, en este mismo edificio está la niñera. Sólo dame un momento para llamarla y
para cambiarme—. Georgina asintió, y cuando Tess le pidió entrar y pasar a la sala, ella lo hizo.
Miró a Kyle y a Rori, que la observaban asomándose a la habitación. Rori le sonrió.
—Tú eres la mamá de Heather –le dijo. Georgina asintió con tristeza. Verlos le recordaba la noche
de la tragedia. La policía no había logrado decirles qué motivos había tenido la anciana para agredir
a Heather, y al morir ésta, la investigación careció de sentido. Sospechaba que Phillip no se había
quedado con esas, y había seguido investigando, pero hasta el momento, no le había dicho nada.
Quién era esa anciana? Por qué había lastimado a su hija? Qué motivos había tenido? Ella,
particularmente, no creía la historia de la demencia senil, ni nada de eso. La mujer se las había
arreglado para escapar del hospital y entrar a esa mansión específicamente. John había sido
despedido luego de lo sucedido por su irresponsabilidad, y lo que éste había dicho era que nunca
creyó que alguien como esa mujer fuera a tener tan oscuras intenciones.
Sabían que el nombre de la mujer era Samantha Jones, que vivía en un barrio de bajo estrato, y que
había muerto esa misma noche por un paro cardiorrespiratorio.
Georgina se sentía en la más terrible oscuridad, desesperada porque luego de la cirugía su hija no
despertaba. Los médicos no se explicaban cómo había sobrevivido, y ahora se preguntaban por qué
no despertaba. Era un simple vegetal, parecía no escuchar, no sentir, pero su corazón seguía latiendo,
y sus pulmones funcionando.

Tess salió a los pocos minutos de su habitación para abrirle la puerta a Keren, la adolescente que
siempre se quedaba con sus hijos en los casos en que necesitaba salir. Luego de hacerles las debidas
recomendaciones a los niños, las dos mujeres salieron del edificio.
Tess iba sintiéndose un poco culpable. Georgina tenía razón, ella debió haberla visitado, pero
como la muerte de Samantha aún la tenía en shock, se sentía sin fuerzas para afrontar otra prueba
difícil, y realmente, casi ni se había acordado de que el cuerpo de Heather estaba vivo y lo más
lógico era que su amiga fuera a verla aunque fuera una vez.
Se habían pasado dos semanas lentas y tristes para ella. Había sido demasiado horrible,
demasiado chocante ver a su amiga pasar de ser una hermosa joven, con tantas promesas en la vida,
con tantos proyectos y sueños a ser de repente una anciana a la que se le acabó la vida. Todo en una
misma noche.
Raphael debía estar mucho peor, y lo entendía. No se creía con el poder de convicción para ir y
decirle que fuera a ver a su supuesta novia. Él no atendería razones ni conveniencias sociales, y al
entenderlo, sabía que tampoco insistiría cuando él se negara. Georgina iba a tener que arreglárselas
sin Raphael, lo mismo que Heather.
En el camino, Georgina iba hablando del estado de salud de su hija, de lo que la policía les había
dicho acerca de esa anciana loca que había llegado a acabar con la tranquilidad de su familia; de
todo lo que había tenido que hacer para cancelar la boda, y mil cosas más. Los ojos de Tess se
nublaron al ver todo lo que Sam se había perdido, al imaginarse todo lo que pudo ser y no fue.
Llegaron pronto al hospital, y Tess se armó de valor para entrar y ver a la que ya no era Sam,
sino… la verdadera Heather.
—Háblale –le pidió Georgina, casi empujándola al interior de la habitación—. Dile cosas, léele,
cántale, lo que se te ocurra!
—Está bien, lo intentaré.
Traspasó la puerta y vio a la pelirroja tendida en la cama. Sus cabellos no habían perdido el
brillo, ni dejaban de ser lo primero que llamara la atención en ella. Se veía pálida, con las mejillas
casi traslúcidas, y una venda le rodeaba las sienes cubriendo sus orejas. Era el sitio donde había
recibido el golpe fatal que había desencadenado todo.
Sus labios estaban un poco resecos y ya no eran rosados como solían ser, sin embargo estaba
hermosa, como una bella durmiente esperando ser despertada por el beso del verdadero amor.
Quiso reír. Las hadas eran crueles, te vestían de princesa para, a la media noche, volverte a dejar
como la pobre cenicienta.
—Hola, Heather –dijo, recordando que Georgina le había pedido que le hablara—. No me
conoces, pero soy Tess, la amiga de Sam… —respiró profundo, porque ya se estaba llenando de
rencor contra ella—. Qué puedo decirte? Sam y yo éramos amigas, y no me siento para nada culpable
al decir que yo hubiese preferido que fueras tú la que se muriera en vez de ella—. Apretó los dientes,
sospechando que no era eso lo que se le debía decir a una enferma—. No te ofendas, pero es que tú
das asco. Sam en cambio, era sólo luz y bondad… y Dios! La extraño tanto! –se secó unas lágrimas y
miró de nuevo a la bella joven dormir, que aun a pesar de todo, seguía siendo hermosa.
—Creo que es injusto todo esto que le hicieron, si Sam hubiese muerto de verdad la primera vez,
yo simplemente lo hubiese aceptado como algo natural. Estaba muy anciana, su corazón estaba débil,
y ella casi estaba pidiendo morir ya. Pero en vez de eso, la trajeron aquí –dijo, señalando el cuerpo
de la pelirroja—, y eso me hizo creer, tener esperanzas para mí. Si la vida había obrado un milagro
con Sam, por quien ya casi no había esperanza, también lo haría para mí. Pero ahora ya no quiero
favores sobrenaturales, tienen un costo muy alto. No creo que esté dispuesta a pagarlo… yo no soy
tan buena y desinteresada como ella.
Se acercó más a Heather, y no pudo evitar tomar uno de sus mechones rojos y acariciarlo. Aún
sentía que estaba acariciando a su amiga Sam.
—Me ayudó en muchas ocasiones, sabes? –siguió Tess—. Estuvo allí en mis tres partos. El más
difícil fue el de Nicolle, porque ya August no estaba; también fue testigo de cómo mi matrimonio se
fue deteriorando hasta morir, y me limpió las lágrimas cuando él se fue y me dejó; luego, la
incertidumbre de si estaba vivo, o muerto… Ella me ayudó con todo, me dio apoyo y compañía
cuando me sentí sola; me regañó cuando fui testaruda… y era como una tía, o una abuela para mis
hijos… para mis tres hijos: Kyle, Rori y Nicolle. Están todos pequeñitos, y los dos mayores van a la
escuela. Nicolle a veces puede ser una verdadera pesadilla, pero es adorable. Sabes? Sam le cantaba
una nana con la que se tranquilizaba –se detuvo cuando las lágrimas la embargaron—. “En las calles
de San Juan” –empezó a cantar, más para sí que para la enferma— “dicen que hay un callejón…” —
se detuvo al ver algo increíble. De los ojos de la bella durmiente había brotado una lágrima.
Su pecho se agitó, buscando las razones por las que esto podía estar sucediendo. Tenía razón
Georgina? La clave estaba en ella y Raphael para que Heather despertara?
—Heather? –pero ella no se movió, ni pestañeó siquiera. Tess recogió en la yema de sus dedos la
lágrima y la miró como si no se pudiese creer que fuera real, como si ésta fuese una perla de valor
incalculable.
La puerta de la habitación se abrió en el momento y la escena se volvió más extraña aún. Un
desconocido, que no era doctor, pues no traía bata ni carné, la miraba como si quisiera atravesarla
con rayos x.
—Quién es usted? –él se echó a reír.
—De verdad que eres ofensiva.
—Qué?
—Soy Adam Ellington –contestó él—. Amigo de la familia –Tess lo miró estudiando su rostro; no
debía ser mayor de los treinta, y tenía el cabello negrísimo y los ojos azules impresionantes, era
guapo. No le sonaba de nada, pero bueno, ella no conocía a los amigos de la familia Calahan. Se
volvió a Heather y la miró, el rastro de lágrima seguía allí; tenía que avisarle a los doctores.
—Ha sucedido algo increíble. Heather… —lo miró, y él alzó sus cejas con interés—. Estaba
hablando con ella, le canté una nana y… —le mostró sus dedos, y la humedad que había en ellos—.
Ha llorado.
—De verdad? –preguntó Adam, aproximándose a Heather, y mirándola fijamente. Al ver el interés
que mostraba por ella, preguntó:
—Eras un amante, o algo?
—Qué? –preguntó él, extrañado.
—No, nada… —se apresuró a decir ella— iré a avisarle a los doctores—. Tess salió de la
habitación, preguntándose por qué se le había salido esa pregunta. Afuera esperó ver a Georgina,
pero no estaba por allí. Cuáles eran los doctores que atendían a Heather? Buscó entonces una
enfermera que la pudiera ayudar.
En la habitación, Adam miró a Tess desaparecer tras la puerta y tuvo que respirar profundo. Ella
no lo reconocía luego de haberlo visto en la fiesta que Heather había realizado en casa de los
Branagan. Se habían reencontrado allí, y lo que para él había sido un nuevo cambio en su vida, para
ella había sido… nada. Nada de nada.
—Estoy condenado –dijo, con una sonrisa triste. Se volvió a Heather, y la encontró con los ojos
abiertos. Dio un paso atrás por la impresión.
—Quién… quién eres tú? –preguntó ella en un susurro, y Adam se encontró boqueando como un
pez fuera del agua.
—Soy… soy… Adam, Adam Ellington—. Cuando terminó de hablar, ya ella tenía de nuevo los
ojos cerrados.

Samantha no dejaba de llorar. Estaba sentada en el suelo, y lloraba con la cabeza enterrada entre
sus rodillas, y lloraba, y lloraba. Dejar a Raphael le estaba costando la vida, pero seguía viva. Sentía
como si le arrancaran del pecho el corazón, pero éste seguía allí.
Lloraba, y ser consciente de su propio llanto la hacía llorar más. Al parecer, iba a recordar para
siempre, en el más allá, estuviera donde estuviese, su tragedia.
Era el peor castigo que cualquier dios griego ofendido se pudiese idear.
Había estado allí, había seguido en la habitación un par de segundos después de que su alma se
separara de su cuerpo. Había visto cómo él frotaba sus brazos y su espalda para infundirles calor
cuando la sintió fría, y luego, su terror al comprender lo que había sucedido. Por qué la habían
obligado a ver eso?
—Paren ya, por favor –suplicaba—. Paren ya. Duele demasiado. Duele demasiado.
Y siguió llorando por otra eternidad. No se cansaba de llorar, los ojos no le dolían, ni la garganta,
ni el estómago, nada. Sólo seguía llorando sin parar.
—Hasta cuándo? –preguntó alguien a su lado, y al oír esa voz, Samantha levantó súbitamente la
cabeza. Al verla, se puso en pie.
—Tú! –Heather la miraba con una media sonrisa.
—Quién más? –Samantha elevó hacia ella un dedo acusador, pero de su boca no salieron palabras.
Qué le iba a reprochar? El haberla quitado de su cuerpo? En principio, no era de ella. Y luego, había
muerto porque era lo que seguía. Heather no tenía culpa de nada. Pero ah, quería acusar a alguien.
—Por qué hiciste tal locura?
—Escúchate a ti misma. La locura no la cometí yo. Tú estabas en mi cuerpo, era mío. Lo
olvidaste?
—Acaso fue porque quise?
—Exacto. Si ni tú ni yo buscamos eso, alguien más lo hizo—. Samantha empuñó la mano que había
levantado. Miró alrededor y no reconoció el lugar. Era una playa de arenas blancas y aguas azules.
—Dónde estamos?
—Eso mismo me pregunto. Había encontrado al fin mi propia paz cuando llegaste tú con tus
lloriqueos—. Samantha le dio la espalda y se secó las lágrimas mirando el lugar. Era este el más
allá? Tendría que pasarlo al lado de Heather?
Qué castigo tendría que pagar? Tal vez era que no debió haberse enamorado de Raphael?
Raphael…
Al pensar en él, los ojos se le volvieron a nublar. Raphael llorando por ella, llamándola, y ella
deseando con todas sus fuerzas poder responderle, poder obedecer a su ruego, pero ya estaba al otro
lado de un abismo inquebrantable, insalvable: la muerte.
—Ay, por favor, no empieces otra vez.
—Quiero llorar y lloraré, maldita sea! –gritó Samantha. Heather se echó a reír.
—Se te oye tan raro maldecir.
—Para ti, seguro que sí, la experta soltando tacos!
—Sí, sí, sí. Yo, la mala; yo, la siniestra. Tal vez fue eso lo que nos unió—. Samantha se giró a
mirarla con rostro confundido.
—Unirnos?
—Mírate.
—Qué?
—Aquí no hay espejos, bonita. Mírate –Sam hizo caso, y se miró. Estaba en el cuerpo de Heather,
con el cabello rojo ondeando al viento marino, las manos cuidadas y hermosas, la curvilínea figura…
—Por qué? –la miró, y Heather también era Heather, con su cabello rojo, y las mismas facciones
que había visto antes en un espejo, era como descubrir de pronto que tenía una hermana gemela. Lo
único que las diferenciaba era la ropa; mientras que Samantha llevaba un recatado vestido blanco
que le llegaba a las rodillas, Heather lucía un pequeño top y un short que no cubría para nada sus
piernas, todo blanco también. Ambas estaban descalzas.
—Eso mismo me pregunto yo –siguió Heather—. Tal vez te acostumbraste tanto a mi cuerpo que en
tu conciencia tu alma tomó esa forma.
—Qué? –volvió a preguntar Sam, confundida.
—Aprendes muchas cosas raras cuando estás aquí –explicó Heather, esquivando su mirada.
—No quiero estar aquí –atajó Samantha—. Me gustaría estar muerta, muerta de verdad; sin
conciencia, sin recuerdos… y sin este dolor que me va a partir el pecho en dos.
Indiferente, Heather se sentó en la arena y la observó deambular por la arena. La escuchaba llorar,
y ella sólo se miraba las manos. Nunca se identificó con esas personas que lloraban a viva voz,
exteriorizando así sus sentimientos.
Tiempo después, minutos, o tal vez años, la vio acostarse en el suelo y permanecer allí, quieta. Se
acercó a ella de nuevo y se sentó a su lado.
—Tampoco puedes dormir aquí –le informó—. Ya lo intenté. El sueño no viene a ti.
—Entonces qué voy a hacer? –reclamó Samantha, Heather se alzó de hombros.
—Intentar ahogarte, no funciona, sigues respirando bajo el agua, bajo la arena, menos. Aquí no se
hace de noche, no llueve, no hace calor ni frío. Todo es como…
—Como en una fotografía.
—Exacto. Sólo está el mar, y sus olas, que van y vienen, van y vienen.
—No hay nadie más aquí? –preguntó, sentándose en la arena y recordando que en su foto particular
estaban Ralph y Cinthya.
—No, nadie.
—Claro, qué se podía esperar?
—Disculpa?
—Nada. Ya pasé antes por esto, pero en mi caso, yo me encontré con dos viejos amigos.
—Ah, conque es eso. Pues tienes razón; yo no tenía amigos, así que no tengo a quién encontrarme
aquí—. Excepto por el alma de su bebé, pensó Heather, pero no explicó nada.
Samantha hizo una mueca, y miró de nuevo hacia el océano. No había nubes, ni sol. Nada. Miró a
Heather de reojo, pensando que ya que no tenía nada para hacer y así pasar el tiempo, bien podía
hacer un par de preguntas. Aquí Heather y ella estaban en igualdad de condiciones, y no se podían
hacer daño.
—Te habrías casado con Raphael? –Heather se echó a reír.
—Claro que sí.
—Pero tú no lo amabas.
—Y eso qué tiene qué ver? Tenía que hacerlo, si no, habría perdido mis privilegios –cuando se
dio cuenta de que Samantha la miraba con rencor, volvió a reír—. Sácate de la cabeza los cuentos de
hadas, mujer. Nunca creí en eso.
—No creíste en el amor, querrás decir.
—No. No creí.
—Y si volvieras ahora… qué harías? –Heather se encogió de hombros.
—No quiero volver.
—Pero me estuviste reclamando! Incluso me golpeaste en la cabeza porque tomé tu cuerpo. Y
ahora me dices que no quieres volver? Hiciste todo eso y de todos modos no quieres volver?
—Para qué quieres que vuelva?
—No lo sé, para… vivir, por ejemplo?
—Vivir qué?
—La vida, joder! Vivir la vida!
—No tiene sentido para mí.
—Entonces?
—Entonces qué?
—Qué vas a hacer? –se desesperó Samantha— Buscarás de nuevo matarte? Y Raphael? No te
importa?
—Ni siquiera lo conozco.
—Dale una oportunidad! Es un hombre maravilloso!
—Hipócrita –soltó de pronto Heather—, qué maldita hipócrita eres –Samantha la miró con ojos
desorbitados—. A mí no puedes engañarme, Samantha. Quieres de todo en esta vida, menos que yo
me quede con Raphael. O de veras te lo imaginas teniendo sexo conmigo?
Sam abrió sus labios para decir algo, pero entonces la imagen de Raphael en una cama con ella la
asaltó como un latigazo en lo más sensible de su corazón.
Heather tenía razón, sus intentos de hacerle prometer a Raphael que la olvidaría y se buscaría un
nuevo amor, estaban todos cimentados en una falsa generosidad; ella no soportaba ni imaginárselo
con otra mujer en sus brazos, ni si era Heather con su mismo cuerpo.
Saberlo le dio ganas de llorar de nuevo. Quería a Raphael para ella sola, para siempre. Aunque
eso no tenía caso ya.
—No, no puedo ni imaginarlo.
—Ves? Deja entonces de desear una felicidad que en realidad no quieres—. Samantha volvió a
secarse las lágrimas e intentó regular su respiración, el llanto venía otra vez a ella.
—Pero imaginármelo solo y triste es casi igual de malo.
—Será su elección, de todos modos.
—Y tus padres? No volverías por ellos? Georgina es una mujer maravillosa, y no es que Phillip
fuera mi predilecto, pero…
—Samantha, nadie me extraña allá –contestó Heather mirando a otro lado, y haciendo una mueca
—. Si están llorando, no es por mí—. Derrotada, Samantha dejó caer sus hombros.
—Entonces no volverás.
—No.
—Hubieses podido cambiarlo todo, hacer que Raphael se enamorara de ti, que Georgina volviera
a florecer, que Phillip y ella volvieran a empezar. Hubieses conseguido tantas cosas…
—Nunca tuve energía para hacerlo –la interrumpió Heather—. Creo que quiero a mis padres, pero
tal vez no lo suficiente como para hacer algo por ellos. Mi vida era horrible, pero era cómoda. Si me
diesen la oportunidad de volver, seguro todo seguiría igual, porque esa es mi naturaleza. Me habría
casado con Raphael, sí, pero lo habría hecho un total infeliz. Habría mirado indiferente la separación
de mis padres, y así con todo. Hay algo mal en mí, ya lo sé –dijo, cuando sintió la mirada de
Samantha—. Pero simplemente soy así.
—Ya –suspiró Samantha—. Ahora lo entiendo todo –se echó a reír—. Por eso me enviaron allí.
Tú de veras ibas a morir esa noche. No sólo porque así estaba destinado, sino porque lo deseabas.
Hubo un silencio, en el que las dos, sentadas de igual manera frente al mar, observaron el ir y venir
de las olas.
—Entonces no debiste atacarme –dijo al fin Samantha.
—Me disculpo por eso, pero simplemente me enfureció verte usar mi cuerpo del modo como lo
habías hecho. Es como… diablos, Samantha, me invadiste. Invadiste lo más profundo de mi
intimidad. Tuviste sexo con mi cuerpo y… —se echó a reír— sólo espero que haya sido muy buen
sexo, que por menos, te mato de nuevo—. Samantha se echó a reír.
—Por eso no te preocupes.
—Y es que te veo muy satisfecha en ese sentido.
—Raphael es… —la sonrisa se le borró—. Y yo que prometí contarle todo, que no era Heather y
todo lo del cambio de almas, cuando pariera su primer hijo… Qué ilusa fui.
—Pensabas parir un hijo con mi cuerpo?
—Por Dios, Heather, pensaba vivir la vida a plenitud! No me importaba si para tener que
regresártelo intacto tuviera que hacerle unas cuantas cirugías estéticas.
—No lo decía por eso.
—No? Entonces? –Heather hizo una mueca, evasiva.
—Crees que estamos aquí las dos porque quieren que nos reconciliemos y todo eso? –preguntó en
cambio. Samantha frunció los labios sin saber qué pensar.
—Eso sí que será un castigo.
—Ya. Gracias por lo que me toca.
—Sospecho que estamos unidas por algo, y no nos hemos podido separar.
—Crees que es algo así como un rompecabezas, que debemos resolver?
—Tal vez.
—Quieres que lo intentemos? –Samantha sólo se encogió de hombros.
—No tengo nada que hacer en los próximos años.
—Ni yo.
—Entonces intentémoslo.
-26-

Phillip esperaba fuera de las oficinas de Raphael Branagan, llevaba en sus manos una carpeta con
documentos, fotografías, y evidencias.
Se había presentado allí sin anunciarse, sin contarle nada a Georgina para no preocuparla más.
Sabía que Raphael estaba en una reunión, y por eso esperaba. No había querido ir a Richard a
ponerle la queja del comportamiento de su hijo, venía directamente a él para obtener respuestas, pues
no sólo no había ido a ver a Heather al hospital, sino que también habían empezado rumores donde se
decía que Raphael se devolvía a Londres indefinidamente.
O él estaba dando por sentado que Heather nunca despertaría, o simplemente no le importaba lo
que fuera de ella en el futuro, y no sólo estaría incumpliendo con su palabra, y la palabra de su padre
si eso era así, sino que se estaba portando como el peor de los canallas.
La secretaria le anunció que ya Raphael podía recibirlo y él traspasó la puerta de la oficina. Al
interior, lo que vio lo sorprendió un poco; Raphael había bajado de peso; tenía ojeras, como si
llevase días sin dormir, y un aspecto un poco desaliñado, con las mangas arremangadas y el cabello
un poco desordenado. No creía que se debiese a problemas financieros, los Branagan habían ganado
millones en su última negociación. Entonces este aspecto cansado y de quien no ha dormido ni
comido bien se debía a otra cosa.
—Hola, Phillip –lo saludó él—. Pensé que irías directamente a mi padre.
—No eres un niño de cinco años para que vaya a ponerle quejas a Richard; eres un hombre adulto.
Y si me recibes con esa frase, es que sabes a lo que vengo—. Raphael sonrió de manera torcida y le
señaló los muebles, luego, él mismo se puso en pie y se sentó en el sofá.
—Vienes a reclamarme el no haber visitado a tu hija estos días, no? También sospechas que quiero
cancelar el compromiso, y es cierto. No me casaré con tu hija.
Phillip respiró profundo, y miró la carpeta que sostenía en la mano.
—Eso lo vamos a ver –dijo simplemente, en tono un poco ominoso mientras tomaba el asiento que
Raphael le brindaba. Raphael torció sus ojos, sabiendo que nada de lo que Phillip le dijera le haría
cambiar de opinión—. Samantha Jones –dijo de repente Phillip, y a Raphael se le erizó la piel— era
una afable mujer de ochenta años, vecina de Tess Warden. Sus apartamentos quedaban una puerta
frente a la otra. Eran amigas y vecinas desde hacía más de seis años—. Phillip miró a Raphael, y
encontró que éste apretaba su mandíbula intentando disimular la sorpresa, pero Phillip no se dejó
engañar—. Es decir, podría ir ahora mismo a la policía, para que apresen a Tess…
—Ni se te ocurra!
—Por qué no? Podría ser que Tess se confabulara con esa anciana para que intentara asesinar a mi
hija, no?
—Jamás. Tess no es una asesina, y Samantha menos!
—Es decir que conocías a la mujer.
—Mira, Phillip…
—No, no… Déjame terminar –Raphael se puso en pie y le dio la espalda dando unos pasos.
Phillip siguió—: Samantha estuvo en el hospital por tres meses, los mismos tres meses en que mi
hija… Heather… tuvo un comportamiento inusual. Fue buena, ayudaba a los niños pobres y enfermos,
salió de repente con una mejor amiga, y no una cualquiera, sino Tess Warden! Madre de tres hijos, y
vecina de la antigua Samantha… —vio a Raphael pasarse una mano por la cara, masajeándose—.
Cuando Samantha murió –siguió Phillip— Tess asistió al funeral con dos de sus hijos… y tú,
Raphael, tú estuviste en el sepelio.
—Phillip…
—He investigado, me ha tomado dos semanas tener todos los datos, o todos los que he podido. Ni
tú, ni mi hija conocían de antes a esta anciana, pero me encuentro con que no sólo tú vas a su funeral,
sino que mi hija pagaba con su dinero la hospitalización de la mujer.
—Mierda!
—Heather sí la conocía, fue a visitarla varias veces al hospital, las enfermeras lo corroboraron, y
como tú y ella estaban tan unidos y no tengo a quién más preguntarle, por eso te pregunto a ti. Qué
relación había entre esta mujer, Heather y tú? –Raphael se echó a reír, y eso sorprendió un poco a
Phillip.
—Menudo triángulo –dijo Raphael entre risas, pero no era una risa llena de humor, vio Phillip. Él
estaba lleno de amargura, y en un momento lo vio darle la espalda y servirse un whiskey. No le
ofreció uno a él, aunque bueno, era temprano aún.
—Dime lo que sea. Una vez me preguntaste si Heather tenía una gemela, y créeme que no sólo tú
advertiste su cambio tan extraño. ¿Por qué la Heather de después del accidente se comportaba
exactamente igual que a la anciana antes de su primer paro cardíaco? –abrió la carpeta y sacó varios
papeles, tomó uno de ellos y lo leyó—: Voluntaria en el pabellón de niños con cáncer en el Hospital
General San Francisco. Voluntaria en la enseñanza del idioma a inmigrantes en una escuela pública.
Vecina de Tess Warden, y según testigos, amigas. Luego Heather hace casi exactamente lo mismo,
excepto por la enseñanza a inmigrantes, todo, absolutamente todo, es lo mismo—. Miró a Raphael
esperando que este dijera algo, pero él solamente meneaba la cabeza. Lo vio darle otro trago a su
vaso, y sin mirarlo, dijo:
—Si ya tienes la respuesta, qué haces aquí? –Phillip frunció el ceño, comprendiendo y a la vez
confundido. Se puso en pie lentamente sin dejar de mirar fijamente a Raphael.
—Tú lo sabías? –Raphael asintió.
—Me enteré antes del viaje que hicimos por el mundo. Heather no era Heather… algo sobrenatural
ocurrió, y Heather era realmente Samantha Jones. Como comprenderás, era algo que si te hubiese
contado no me habrías creído. Ya has visto que si uno mismo no lo descubre y lo corrobora con sus
propios ojos, le parecerá una mentira.
—Entonces…
—Entonces no me casaré con la mujer que despierte, si es que despierta. Lo siento, Phillip.
Phillip se quedó como una estatua allí de pie, mirando a Raphael beberse su whiskey. Él
necesitaba uno, así que de repente se movió, encaminándose al bar y bebiendo un trago. Lo triste en
todo esto era que tenía que admitir que le gustaba más la extraña que su propia hija, y que con
Georgina habían hablado y dicho que preferían a la Heather buena de después del accidente que a la
anterior.
—Qué pasó con la anciana entonces, por qué entró así a la casa y…?
—La anciana que golpeó a Heather era tu hija, la verdadera, en ese cuerpo –Phillip se echó a reír
—. Sí, parece una locura –admitió Raphael—, o más bien una pesadilla.
—Pero la anciana murió.
—Sí…
—Quién murió realmente? –Raphael cerró sus ojos y Phillip vio en su expresión un infinito dolor,
entonces, también a él le dolió el corazón.
Comprendiendo, dejó el vaso de licor sobre la encimera del bar y se encaminó a la mesa de los
muebles donde había dejado su carpeta. La recogió lentamente, sabiendo que no habría nada en el
mundo que pudiese obligar a este hombre a cumplir con la palabra que había dado anteriormente. La
muerte de su verdadera novia lo eximía de todo contrato.
—Podría decirte que con quien te comprometiste fue con mi hija, no con esa mujer. Pero… —
sonrió sin humor— Pero le tomé cariño, le cobré respeto, algo muy difícil hoy en día.
Miró a Raphael, pero éste permanecía en silencio, con su vaso de whiskey en la mano y mirando
sin mirar. Con razón ese aspecto de cansado, debía llevar sin dormir bien esas dos semanas.
Qué podría decirle? Él tal vez recuperara a su hija, a esa mujer difícil y capaz de matar a otro, y
Raphael había perdido a la mujer de la que realmente se había enamorado. Miró al techo, como si
ese fuera el cielo y no supo qué pedir. Aunque intuyó que pidiera lo que pidiera, los hados harían lo
que se les viniera en gana.
—Bien… —susurró— He oído que te devuelves a Londres –Raphael sonrió.
—Los rumores sí que vuelan.
—Es verdad?
—Necesito hacer un viaje a Londres, pero no es algo indefinido. Lo he hablado con mi padre, y él
me ha convencido de que irme teniendo a mi prometida enferma me hará perder la simpatía de
muchos.
—Eso es totalmente cierto. Qué bueno que lo piensas… tal vez y hasta debas ir a visitarla, aunque
sea por las apariencias—. Raphael simplemente hizo una mueca—. Sólo piénsalo –dijo Phillip y se
metió bajo el brazo la carpeta con los papeles que demostraban quién era Samantha Jones en su
primera vida.
—Las negociaciones entre Branagan y Calahan seguirán. No tiene que estar todo supeditado a una
boda para que sea así—. Phillip se alzó de hombros.
—Gracias, aunque todo habría sido más fácil si te hubieses casado con mi hija. A la larga, tú
habrías terminado siendo dueño de todo, pues no tengo más herederos.
En el momento, su teléfono empezó a vibrar. Lo sacó y vio que era Georgina. Miró a Raphael y
señaló la puerta. Phillip miró a Raphael y le tendió una mano.
—Se me dan muy mal las despedidas, pero… –dijo, aun por encima del ruido que hacía el
teléfono. Raphael se aproximó a él y le palmeó la espalda.
—Ser tu yerno fue genial.
—Sí, claro. Es sólo porque la novia fue fácil de sobrellevar, de lo contrario, todo habría sido un
infierno.
—No habríamos llegado ni a hablar de boda.
—Seguro.
—Te deseo mucha suerte para cuando ésta mujer despierte, Phillip.
—Oh, vamos a ver qué nos depara el destino—. Raphael sonrió, y vio a Phillip dar la media vuelta
y contestar al teléfono mientras salía.
Se quedó allí de pie pensando en lo que había sucedido momentos antes. Phillip se había tomado
con mayor serenidad que él lo del cambio entre Samantha y Heather, como si lo hubiese venido
intuyendo desde hacía mucho.
Pero claro, al ser ellos los padres, serían los que más notarían los cambios en su hija, él no la
conocía de nada, sólo en un par de ocasiones la había visto y no se habían caído bien. Estaba seguro
que Heather accedería a casarse con él por las imposiciones de sus padres y las consecuencias que
traería el negarse, pero nunca pondría de su parte para llevar entre los dos una vida tranquila. Y él no
estaba interesado en una vida tranquila con ninguna mujer que no fuera Samantha.
Y ésta no estaba.
Hizo una mueca y volvió a su escritorio, a hundirse en el papeleo y el trabajo, que era su único
escape últimamente.

—Georgina? –saludó Phillip a su mujer contestando a su teléfono.


—Ha despertado, Phillip! –exclamó Georgina en cuanto escuchó la voz de su marido— Heather ha
despertado! —Phillip se quedó quieto en los pasillos de Branagan Enterprises. No dijo nada por
espacio de un minuto, y Georgina lo que hizo fue explicar lo sucedido—. Hice que Tess viniera a
verla, le pedí que le hablara, y no llevaba ni diez minutos dentro cuando salió para avisar a los
médicos. También Adam lo vio, dice que abrió los ojos y le habló.
—Le habló? –dijo por fin Phillip—. Qué le dijo?
—Le… le preguntó quién era.
—Heather no conocía a Adam de antes?
—No lo sé! Él estuvo en la fiesta de los Branagan, pero no recuerdo si Heather cruzó palabras con
él, o fue un invitado más para ella. Y desde entonces no ha vuelto a despertar, así que no sé si es que
de nuevo perdió la memoria; los doctores dicen que es muy posible…
—Perfecto –se quejó Phillip—. Heather despierta y lo hace ante alguien del que no estamos seguro
si conoce o no. Por qué no abrió los ojos delante de ti o Tess?
—Cariño, lo que importa es que despertó. Los médicos hablan de actividad cerebral normal, y
dicen que todo va por buen camino…
—Iré a verla inmediatamente.
—Aquí te espero. No me he separado de ella.
—Tess sigue allí?
—Oh, ella esperó hasta hace unos momentos, pero tiene tres hijos; no puede quedarse aquí todo lo
que quiera.
—Veo. Ya voy para allá—. Se despidió de su mujer y se encaminó a su automóvil para ir directo
al hospital. Tenía que darle la bienvenida de vuelta a su hija… y ajustar cuentas con ella.

—Es increíble. Ese maldito intentó violarnos? –le preguntó Heather a Samantha, y ésta asintió con
una mueca.
Habían estado caminando por la playa y hablando todo el tiempo, contándose detalles de la vida
de la una y de la otra. Parecía que ya no había secretos entre las dos. Había nacido una especie de
camaradería, complicidad, forjada quizá por ser tan iguales por fuera y distintas por dentro.
—Pero no te preocupes –contestó Samantha a la pregunta de Heather—, Raphael le dio una buena
tunda.
—Oh, cada vez me cae mejor Raphael. Aunque yo lo habría matado.
—Casi lo hace, pero pude convencerlo de que no. La policía no lo habría visto con buenos ojos.
—Muy seguramente –rió Heather-. Pero diablos! No había a mi alrededor nadie que mereciera la
pena?
—De veras pensaste que Keith lo valdría? Era él quien te suministraba la droga, no? Y no le
importaba tener tríos o cuartetos contigo… —Heather tuvo la decencia de sonrojarse.
—Vaya, sabes eso.
—Luego de saber que habitaba un cuerpo tan… usado, me sentí mal, pero entonces pensé en que al
menos no tenía esos recuerdos. El cuerpo es un instrumento, no hay culpabilidad en él, es la mente
que lo maneja.
—Qué manera de pensar. Es increíble que lograras crearme una nueva reputación –Samantha
sonrió con tristeza.
—Sólo intentaba ponerme a la altura de Raphael… y siempre te viene bien que te miren con
respeto en vez de con desprecio.
—Supongo que sí. A mí nadie me miró con respeto.
—Heredé tus problemas, pero supe sobrellevarlo, y ya al final era una Heather totalmente distinta.
—Te felicito. Imagino que fue una tarea hercúlea.
—Un poco –sonrió Samantha.
—Qué crees que va a pasar ahora?
—No tengo la menor idea. Ya debería haber sucedido algo, no?
—Sí, tal vez, pero nadie viene.
—Has hablado con… la voz?
—La voz tiene nombre propio… y sí, hablé con él.
—Es un “él”?
—Sí, es como un “él” –contestó Heather riendo—. Pero es justo. Supongo que es quien se encarga
de darle a cada uno lo que se merece, sea en la vida o en la muerte. Me dijo que estaba unida a ti,
que tuviera paciencia, y que abriera mi corazón; que yo sabría qué hacer en el momento dado. Por
eso no me extrañó cuando te vi aquí.
Samantha dejó salir el aire en un suspiro.
—Bueno, te han dado la cara a ti, al menos.
—Exacto. En el momento no comprendí nada.
—Y ahora?
—Ahora… siento que he saldado parte de mis deudas. Hablar contigo me ha hecho bien. No puedo
creer lo diferentes que somos, pero estoy segura de que si hubiésemos sido contemporáneas,
habríamos sido amigas.
—Eso crees?
—Tú no?
—No, no lo creo para nada—. Heather se echó a reír.
—Eres terca, y de las que quieren ayudar a los que tienen problemas, y no había nadie con más
problemas que yo. Habrías intentado ayudarme, y yo habría sucumbido a tu tenacidad. Creo que sí
hubiésemos sido amigas… una amistad rara y difícil, pero verdadera. No todas las mejores amigas
tienen que ser también almas gemelas, los polos opuestos se atraen, lo olvidas? –Samantha sonrió y
miró el horizonte del mar.
—Tal vez tengas razón, pero eso ya nunca lo sabremos.
Guardaron silencio por unos minutos, tiempo en el que siguieron caminando por la playa, que al
parecer, no tenía fin.
De pronto, Heather se detuvo, y se quedó totalmente quieta. Samantha encontró esto muy extraño, y
se puso en su campo visual.
—Heather? –ésta se echó a reír, pero no era una risa desquiciada, o nerviosa, era como si hubiese
comprendido un chiste que le contaran hacía tiempo—. Estás bien?
—Todo tiene sentido. Yo vi al dueño de la voz, tú no… realmente todo tiene sentido.
—No para mí. Querrías explicarme?
—Te gustaría volver aquí? –preguntó Heather en vez de contestar, y Samantha la miró sin
comprender.
—Volver aquí? Estoy aquí, no?
—No, seguramente querrás ir a donde estaban tus dos viejos amigos –dijo Heather, más para sí.
—Heather? –volvió a llamarla Samantha, ya preocupada. Heather la tomó por los hombros y la
miró, como estudiándola, y luego de pasar así un largo tiempo, se echó a reír de nuevo—. Te volviste
loca, acaso? –preguntó Samantha, pero Heather sólo sacudía su cabeza y reía.
—Definitivamente, Ellos saben cómo hacen sus cosas.
—Qué cosas?
—Tenías que ser libre primero. Tu antiguo cuerpo debía morir y volver a la tierra para que
pudieras ser libre de verdad.
—No entiendo lo que dices –y de repente, Heather la besó en los labios—. Heather!
—No te escandalices, es como si te besaras a ti misma en el espejo, no lo hiciste en tu
adolescencia?
—En mi adolescencia no tuve muchos espejos.
—Pobre. Escúchame. Recuerdas lo que te dije en el hospital? Que te seguiría en tus pesadillas, y
todo eso?
—Sí, lo recuerdo.
—No es así. No te acosaré simplemente porque no podré aunque quiera, y no quiero.
—Hablas como si fuera a volver… —su voz se fue apagando cuando advirtió la mirada de
Heather, era como si le pidiera que usara su cabeza para comprender algo, y Samantha lo hizo. Sintió
que palidecía. Volver? Podría volver?— Pero tú…
—No quiero volver, no te lo dije? Aquí he encontrado mi paz. Allá sólo tendré más dolor, más
luchas, culpas y recuerdos malos.
—Oh, Dios! Oh, Dios! –exclamó Samantha llevándose ambas manos a su boca, cubriéndola.
Heather volvió a reír cuando vio que apenas estaba comprendiendo lo que aquello significaba,
seguro que en lo primero que había pensado era en Raphael.
—Parece que estuvieras en medio de un orgasmo, mujer.
—Sabes lo que significa…?
—No, no lo sé. Pero tú sí lo sabrás.
—Oh, Heather… —Samantha se precipitó a ella y la abrazó. Heather no respondió a su abrazo al
principio, poco acostumbrada a ellos, pero luego lo fue aceptando, hasta que llego a responderle
rodeándola también con sus brazos.
—Te lo mereces, por buena.
—No, no creo que las cosas funcionen así. Hay mucha gente más buena en el mundo…
—Entonces fue que a Ellos se les dio la gana.
—Muy seguramente.
—Cuida a mis padres por mí.
—Heather… estás segura de que…?
—No volveré, Sam –dijo Heather, y luego repitió—: No volveré. Estaba escrito que moriría ese
día, y el día que me dieron la oportunidad de ser buena y generosa… fui e intenté matarte. Tal vez
tengo el alma más anciana y rota que la tuya. Existe un límite para lo que puedes hacer y dejar de
hacer, y yo lo traspasé. Además… no cambiaría este lugar por ningún otro. Tengo paz al fin, ya te lo
dije. Déjame aquí.
—Dios mío! Me siento tan…
—No se te ocurra llamarte a ti misma egoísta, estarías echándole tierra a mi intento de
generosidad. Te dejo mi cuerpo, mi nombre, mis padres; de aquí hasta que vuelvas a morir, son
tuyos.
—Dios! –volvió a exclamar Sam, con los ojos llenos de lágrimas, esta vez, de felicidad. Heather
sonrió al verla así. Estaba bien que los que querían vivir viviesen, por una vez ese deseo se hacía
realidad en alguien. Ella no era de esas personas, muchas veces se sintió suicida, y lo había
conseguido; había logrado acabar con su vida. Nunca había comprendido el lugar tan privilegiado en
el que estaba, su posición, su familia… hasta ahora, que veía a alguien como Sam ser feliz por ser
ella. Pero la felicidad de Sam apenas si alcanzaba a calentarle un poco el corazón. Ella tenía mucho
que aprender aún.
No le había contado toda su conversación con Él a Sam. Lo cierto era que de aquí en adelante,
estaría muy ocupada, y no necesitaría más su antiguo cuerpo. Sam se merecía esta oportunidad, y era
para que comprendiera esta verdad que la habían traído aquí por un momento en medio de la larga
eternidad que le esperaba.
Se sentó en la arena de cara al mar, y Sam hizo lo mismo.
—Se está poniendo el sol –dijo, y Sam asintió, comprendiendo lo que esas palabras significaban.
Samantha se acostó boca arriba en la arena, mirando el límpido cielo azul, y dando gracias,
gracias, gracias a quien quiera que le hubiese dado aquel inmenso regalo.
Heather la vio cerrar los ojos, y mientras su doble iba quedando dormida, fue desvaneciéndose
también.
—Vive y sé feliz por las dos –le dijo, y se quedó allí, sola, en la arena frente al mar. Ahora ella
tendría que esperar, por cuánto tiempo? No lo sabía. La eternidad apenas empezaba.

Samantha Jones abrió los ojos sintiendo un terrible dolor de cabeza. Abrió lentamente sus
párpados, pues había escuchado la nana que entre ella y Ralph habían compuesto hacía mucho, mucho
tiempo, y que le cantaba a Nicolle para que se calmara. Sólo había una persona adulta, aparte de ella,
que conocía esa canción. Estaría Tess allí con ella?
Había pensado que vería a Ralph antes de volver a estar de nuevo entre los vivos, pero no fue así;
en cambio, había aterrizado directo aquí; estaba en una cama de hospital, acostada, y sentía que le
iban a romper en dos la cabeza; la luz le lastimaba los ojos. Cuando los tuvo abiertos, nadie cantaba
la nana, al contrario, había un hombre de cabellos negros, alto y de ojos azules, muy parecido a un
ángel. Aunque no es que ella en su vida hubiese visto uno, pero éste debía serlo.
—Quién… quién eres tú? –le preguntó, pero el hombre no contestó, o si lo hizo, ella no lo escuchó.
Los ojos se le cerraron de nuevo, aunque ella ya no tenía miedo; estaba aquí esta vez para quedarse,
para seguir con la vida que había iniciado. Su cuerpo, al que por fin sentía suyo, había sufrido
recientemente un grave golpe, y debía recuperarse para estar otra vez llena de energía y vitalidad y
volver con los suyos. Los suyos. Al fin.
Era el regalo más hermoso, maravilloso y grande que jamás nadie hubiese podido recibir, así que
estaba muy agradecida. Aceptaría todo lo que viniese de aquí en adelante como lo que era: un divino
regalo del cielo.
-27-

Phillip miraba a Georgina sostenerle la mano a Heather, quien permanecía dormida. Los doctores
aseguraban que en cualquier momento despertaría, y ellos estaban allí esperando.
Había sido difícil ver a su esposa tan angustiada por su hija, todos los días preguntándose si
despertaría algún día. A veces les parecía que toda la eternidad habían estado allí, esperando a que
su hija reaccionara; la espera se hacía demasiado larga.
Esa mañana no era diferente, pero ahora había una esperanza: ella había despertado ayer en la
tarde, y según Adam Ellington, incluso había hablado con él.
—Crees que no te haya reconocido? –le había preguntado Georgina—. Los médicos dicen que es
probable que haya perdido de nuevo la memoria, después de todo, fue un terrible golpe en la cabeza.
—No lo sé –fue lo que contestó Adam—. Sólo hablé una vez con ella, no creo que eso sea
suficiente como para que, luego de un trauma como este, me reconociera.
Eso los dejaba en las mismas, y por eso estaban aquí.
Phillip no le había contado a Georgina la extraña relación que había entre Heather y Samantha
Jones, y él se sentía terriblemente culpable sólo por haber tenido un instante en el que deseara que
quien volviese fuera la anciana, y no su propia hija.
Sobrenatural, raro, de locos, esquizofrénico, quizá. Pero esa era la única explicación que había
hallado para toda esta locura.

Heather Calahan abrió sus ojos y encontró la tierna mirada de su madre. La sonrisa que se dibujó
en su rostro al ver que su hija despertaba al fin estaba tan llena de luz y felicidad que la contagió
inmediatamente.
—Mamá –le dijo.
—Dios! –exclamó Georgina apretando suavemente su mano— Gracias! Pensé que habrías perdido
la memoria!
—No… —susurró Heather—. Aunque me duele mucho la cabeza.
—Los médicos dicen que era de esperarse –dijo Phillip, mirándola muy concienzudamente—.
Recuerdas lo sucedido? –le preguntó luego.
—Una mujer… me golpeó –dijo Heather, sintiendo los párpados pesados, pero luchando por
mantenerse despierta.
—Una mujer que hasta hace poco estuvo interna aquí en el hospital –siguió Phillip. Heather frunció
el ceño, preguntándose por qué Phillip quería hablar de esto ahora.
—Phillip, cariño, seguro que ella hablará con las autoridades lo que tenga que hablar, pero luego.
No la atormentes con preguntas y datos ahora—. Phillip no dijo nada, sólo se quedó mirando a su
hija muy analítico.
—Cuánto llevo aquí?
—Dos semanas. Dos semanas eternas!
—Y Raphael? Tess? –Phillip se mordió los labios. Ésta no era su hija. Pero se quedó en el limbo,
sin saber qué sentir. Alivio porque era la Heather buena? Dolor al ver que su hija, la rebelde, nunca
volvería ya?
No, se dijo, ésta de aquí era su hija, fuese quien fuese.
Raphael estaría muy feliz de saberlo, se dijo, y también Tess… Pero en su corazón se estaba
produciendo una batalla campal entre dos sentimientos. Deslealtad, al admitir que prefería a la mujer
cuya mano Georgina sostenía en vez de a su propia hija; y alivio, porque la vida era mucho más fácil
con esta mujer buena, a quien el destino había hecho aterrizar en su regazo. Dio unos pasos hasta la
ventana y descorrió un poco la cortina para mirar hacia afuera preguntándose si no era demasiado
egoísta de su parte; él nunca había podido llegar hasta Heather, ni él ni Georgina… y sospechaba que
ninguno en el mundo.
De todos modos, sonrió con una mueca, no era como si le hubiesen preguntado a él para saber a
quién prefería.
—Tess estuvo aquí ayer –escuchó que contestaba Georgina ante la pregunta de Heather—, pero ya
sabes que ella no puede estar lejos de sus hijos por mucho tiempo.
—Dile que venga. Quiero verla. Y a Raph...
—Raphael canceló el compromiso.
—Phillip! –lo reprendió Georgina.
—Ella tiene que saberlo.
—Pero no ahora! Ni de éste modo! –ambos se quedaron sorprendidos cuando Heather, en vez de
ponerse a llorar, triste por la noticia, simplemente sonreía.
—Ustedes dos siguen siendo los mismos, por lo que veo.
—Cariño… —se apresuró a decir Georgina— hablaremos con Raphael, le diremos que…
—Por favor, no le digan que desperté.
—Qué? –preguntaron los dos al tiempo.
—Quiero darle la sorpresa yo misma –cuando dijo aquello, ya tenía de nuevo los ojos cerrados.
Ésta vez había estado más tiempo despierta, y había hablado más, pero igualmente debía estar
agotada. Georgina salió inmediatamente de la habitación para llamar a Tess y avisarle. A Raphael no
lo llamaría, no sólo por la petición de su hija, sino porque se había portado tan mal al no ir a verla
antes, que estaba pensando seriamente en decirle a Heather que reconsiderara su deseo de casarse
con un hombre que jamás cumpliría el voto de estar a su lado tanto en la salud como en la
enfermedad. Tal vez cuando lo supiera se desanimaría, se entristecería, pero ella era hermosa y
joven; encontraría pronto un nuevo amor.
—Tess? –saludó por el teléfono.
—Señora Calahan –contestó Tess al otro lado de la línea—. Cómo sigue todo?
—Heather despertó. Acabo de hablar con ella.
—Ah… —contestó Tess. Estaba en su casa, en su día libre, y sostenía en una mano una cesta llena
de ropa de los niños para ser lavada. Se quedó en silencio al pensar que Heather había despertado y
ahora a ella le tocaría fingir que eran amigas y se querían mucho. No creía soportar esa farsa por
mucho tiempo.
—Preguntó por ti –eso la dejó helada.
—Qué?
—Preguntó por ti –repitió Georgina—. Quiere verte. Oh, yo no le dije que en estas dos semanas tú
y Raphael fueron las personas más ingratas del mundo –siguió Georgina ante su silencio—, aunque
debería. Mi hija va a casarse muy mal si lo hace con Raphael.
—Raphael! –exclamó Tess, ignorando todo lo que había dicho Georgina—. Tengo que llamarlo
y…
—No, no hagas eso.
—Pero Georgina, él tiene que saber!
—Heather misma pidió que no le dijéramos nada. Quiere darle la sorpresa ella misma, pero bueno,
en cuanto se entere de que no fue a verla en estas dos semanas, quizá reconsidere lo de casarse,
Raphael me decepcionó mucho.
—Georgina… —Tess se moría por explicarle lo que estaba pasando, pero no podía.
—Me pidió que te dijera que vayas a verla. Te quiere a su lado.
—Oh, Dios mío, sí es Sam!! –exclamó Tess con deseos de llorar, y dejando el cesto de la ropa
sobre la primera mesa que encontró.
—Qué dices?
—Cómo está? –preguntó Tess— tiene que estar tan adolorida, la pobre!
—Muestras mucho más interés ahora, por qué…?
—Iré a verla en cuanto pueda. Oh, Dios mío! Qué maravillosa noticia! Gracias por avisarme,
Georgina. Dile a Sa… Heather que no estará sola más tiempo, iré a hacerle compañía ya mismo. Los
niños están en la escuela, y puedo dejar a Nicolle en la guardería. Suerte que es mi día libre…
—Bien, entonces aquí te espero.
Tess no había terminado de cortar la llamada cuando alguien llamó a su puerta; extrañada, pues no
esperaba a nadie, oteó por la mirilla y vio a una mujer joven vestida como ejecutiva que esperaba al
otro lado. Preguntándose quién sería y qué querría entreabrió la puerta.
—Diga?
—La señora Tess Warden?
—Sí, soy yo.
—Vengo de parte de Raphael Branagan. Puede recibirme? –aún más confundida, le abrió la puerta
y la dejó seguir. La mujer traspasó el umbral y le tendió una mano para saludarla. Se veía que ganaba
bien, su traje era carísimo, y aunque llevaba pocas joyas, las que tenían eran también de buen gusto.
—Estoy aquí porque vengo a ofrecerle una nueva oportunidad de empleo en nuestras dependencias.
Para esto, he venido personalmente a entrevistarla, y conocer sus niveles de estudio y capacidades…
—Ay, Dios –rió Tess, sabiendo que aquí estaba Raphael cumpliendo con la última voluntad de
Sam. Los ojos se le humedecieron; Georgina estaba muy equivocada si creía que Raphael no era el
adecuado para Sam, o más bien Heather. Tomó nota mental de irse acostumbrando a llamarla por el
nombre que aparecía en su identificación.
La recién llegada la miró extrañada.
—Está todo bien?
—No es un poco raro que venga usted a entrevistarme en mi casa? –preguntó Tess, secándose la
comisura de los ojos—, debería ir yo a su oficina, no?, como es normal?
—Bueno, admito que es un caso excepcional, pero fue a petición del mismo señor Branagan. Tiene
unos minutos?
Qué hacer? Se preguntó Tess. Samantha, o Heather, la esperaba en el hospital, y ella quería ir a
verla cuanto antes, pero esto también era importante. No quería dar la impresión de que despreciaba
el puesto, cuando era más que evidente que lo necesitaba. Miró su reloj. Tendría que vestirse más
aprisa luego, pero iría a ver a su amiga en cuanto terminara aquí.
Condujo a la mujer a sus raídos muebles y se sentó al frente, esperando que no se tardara mucho en
su entrevista y poder salir volando de allí cuanto antes.

Georgina estaba feliz de ver a su hija hablar y comer otra vez con relativa normalidad. Verla
dormida por dos semanas fue aterrador; ahora por fin el color estaba volviendo a sus mejillas y sus
labios.
Ella misma le daba de comer; y su hija, su bebé, se dejaba atender entre risas, incómoda por tanta
consideración, pero aceptando sus mimos. Había tenido mucho miedo de que no pudiese llevar una
vida normal, pero el último diagnóstico médico indicaba que todo estaba en orden, y que
simplemente tendría dolores de cabeza de vez en cuando. Un precio muy bajo que pagar por la vida,
y así lo había aceptado Heather. Era la misma Heather, dulce y buena, que respetaba la vida y con
muchos planes; no había vuelto a cambiar.
Ese era otro de sus miedos, que cuando volviera, su hija olvidara todo lo bueno que había vivido
estos últimos meses y retrocediera a ser aquella Heather violenta y enojada de antes; pero al parecer,
no sería así.
Cuando le estaba limpiando la boca, luego de haberse terminado la sopa, la puerta se abrió y
apareció Tess Warden, un poco agitada, y con el cabello no muy pulcramente recogido. Miró
directamente a Heather por unos instantes, y luego se echó a llorar.
—Santo cielo –dijo entre lágrimas— creí que… creí que…
Heather le extendió sus manos, y Tess no tardó en lanzarse a ellos. La abrazó fuertemente y lloró a
lágrima viva. El corazón de Georgina se arrugó un poquito, y salió de la habitación dándoles
privacidad. Ahora se sentía un poco mal por haber acusado a Tess de ser mala amiga.

—Eres tú! –dijo Tess cuando al fin sus lágrimas pararon—. Deja de morirte, quieres? Ya te he
despedido dos veces! Qué mala amiga eres, de verdad! –Heather se echó a reír.
—Ya, procuraré a la próxima morirme después de ti y no antes, para no hacerte pasar por esto otra
vez—. Tess se sentó a su lado en la camilla, mirándola fijamente, estudiándola.
—Te veo más linda que antes.
—Gracias.
—Por qué estás aquí? Tu cuerpo ya…
—Estoy aquí, porque aquí será a donde pertenezca de ahora en adelante.
—Sin más cambios?
—Sin más cambios. Para siempre.
—Qué bueno! Qué bien! Te eché tanto de menos! –exclamó volviéndola a abrazar.
—Y yo a ti… aunque para mí sólo pasaron unas pocas horas, y me encuentro con que aquí pasaron
dos semanas.
—Las dos semanas más horribles de mi vida… y las de Raphael, imagino. Es verdad que pediste
que no le dijéramos nada? –Heather asintió con un leve movimiento de la cabeza—. Por qué lo
torturas de esa manera? Ese hombre debe estar muy mal.
—Él no creerá que soy yo hasta que lo vea con sus propios ojos.
—Pero seguro que si soy yo quien se lo dice…
—No será por mucho tiempo. En cuanto salga de aquí, iré a buscarlo.
—Eso podría tomar una semana más… Sam, ten compasión de él –Heather sonrió.
—Ya no podrás seguirme llamando Sam. Ya no soy, ni seré nunca más, Sam. No te moleste
llamarme Heather. Esa soy yo ahora—. Tess respiró profundo.
—Está bien, tendré que irme acostumbrando esta vez sí en serio. Le dirás? A Raphael –ante el
silencio de Heather, Tess siguió—. Ese hombre está como muerto en vida. Estuvo en tu funeral, y lo
vi tan… tan solo, tan mal. Es que con sólo acordarme, se me arruga el corazón –Heather sonrió
cuando vio que Tess empuñaba ambas manos en su pecho haciendo la demostración.
—Es que quiero decírselo yo misma. Ver su cara cuando me reconozca… Imagino que lo está
pasando mal, tal como dices… pero ya se lo compensaré. Te juro que se lo compensaré.
—Está bien, te dejaré obrar a tu antojo… igual, nunca habías pedido algo así, para ti.
—No. Nunca.
—Estás siendo un poco rebelde, no crees?
—Sólo un poco. Tampoco está bien ser todo el tiempo y en exceso la niña buena –Tess rió.
—Si tú lo dices.
Los médicos dicen que todo está bien en mí. Tal vez mañana pueda salir.
—Bien. Me parece estupendo… Tu madre está un poco ofendida conmigo y con Raphael… como
no vinimos a verte…
—Ya lo olvidará. Es mi madre, quiere lo mejor para mí.
—Sí, y la entiendo. Pero si hubiésemos tenido la más remota esperanza de que quien volvería
serías tú, créeme que aquí habría estado a diario.
—Lo sé –sonrió Heather.
—Ah… estoy tan contenta –suspiró Tess—. Siento que me quitaron un enorme peso de encima.
—Y a mí –comentó Heather, y procedió a contarle la experiencia que había vivido con la
verdadera Heather en la playa, la conversación y todo lo demás. Allí se les volvió a pasar el tiempo,
como solía ser.

Raphael llegó a su loft y no se molestó en encender las luces. Arrojó las llaves sobre una mesa, y
se quitó la chaqueta que llevaba puesta.
Estaba cansado. Llevaba semanas sin dormir bien, y cuando lo hacía, era para tener pesadillas,
siempre la misma: en un momento, él estaba con Heather, ella vestida de fiesta, preciosa y sonriente,
y luego ya no era ella, sino la anciana que había muerto en sus brazos. En su pesadilla, Samantha se
desvanecía entre sus brazos como una estatua de arena, o cenizas, y él gritaba llamándola, para luego
darse cuenta de que en la realidad también gritaba.
Por eso dormía aquí, en el loft, y no en casa de su padre, realmente, no quería parecer aún más
patético despertando a su padre en la madrugada por sus gritos. Mejor se quedaba aquí solo sin
testigos de su locura.
Era una tortura, porque aquí era donde más tiempo había pasado con su novia, la que aún sentía su
novia.
Sintió algo extraño en la sala. Había alguien más allí, se sentía otra presencia, otra respiración.
Ladrones? Aquello sería muy extraño en la zona en la que vivía, y sobre todo en ese edificio, pero no
era imposible. No tenía un arma consigo, pero sabía luchar, así que se movió despacio hacia el
interruptor de la luz, preparándose para atacar o ser atacado.
Lo que vio lo dejó de piedra.
Heather estaba sentada en uno de sus muebles azules, con las rodillas juntas y su espalda muy
recta; una venda rodeaba sus sienes, y llevaba el cabello rojo recogido a medio lado en una trenza
que le caía hasta el pecho. Tenía esa sonrisa que le conocía tan bien, y ese brillo en su mirada.
Cerró sus ojos en un quejido suave, llevándose la mano al pecho, y se recostó a la pared más
próxima. Estaba en medio de otra pesadilla.
—Raphael? –escuchó. Tenía tan grabada su voz que era capaz de reproducirla en su mente y en sus
sueños con exactitud. No se atrevía a abrir los ojos.
Cálmate, se dijo, pronto todo pasará y despertarás en tu cama, solo.
—Raphael, mi amor.
—No –gimió Raphael—. Por favor… —Pero entonces sintió el toque de sus manos sobre sus
mejillas ásperas, y tuvo que abrir los ojos. Allí estaba ella, con rostro preocupado, buscando su
mirada.
—Soy yo –dijo ella con voz suave—. Estoy aquí.
Él no dijo nada, su respiración estaba agitada, y los ojos se le llenaron de lágrimas que pronto
rodaron por sus mejillas, siempre sucedía en sus sueños, siempre terminaba llorando como un niño,
sin vergüenza alguna, por su perdida, por su enorme soledad, y también, por lo injusto que le parecía
todo lo que había sucedido con Sam, y por ende, con él.
El final de esta tortura se aproxima, se volvió a decir.
Pero algo insólito ocurrió, algo que nunca ocurría en sus más de cientos de pesadillas. Ella se
empinó en sus pies para alcanzar su rostro y barrer con sus labios sus lágrimas, y luego besar sus
ojos humedecidos.
—Mi hermoso niño, por qué cierras los ojos? –dijo ella con voz sonriente—. El monstruo del
armario ya te pilló.
Sólo entonces Raphael se permitió analizar la situación con cabeza fría. No despertaba; la escena
se prolongaba y no cambiaba; Heather no se volvía la anciana Sam ni se desvanecía; nada más
sucedía, y el calor de su cuerpo junto al suyo empezaba a ser demasiado real… y demasiado
reconfortante.
—Parece que te convenciste a ti mismo de que jamás volvería –Raphael siguió en silencio,
pasando saliva y sin quitarle los ojos de encima—. Pero volví. Alguien ha sido muy bueno, y me ha
permitido estar aquí, otra vez contigo—. Ella tomó su barbilla, con una barba de días, entre sus
dedos y depositó un beso en la comisura de sus labios—. Estoy aquí para quedarme –siguió
diciendo, y volvió a besarlo, esta vez, en la otra comisura—. Seré Heather hasta que este cuerpo
envejezca y muera—. Ahora besó el sitio en el que su garganta y su mandíbula se unían con un beso
suave, y sacó levemente su lengua y lo lamió. Lo sintió gemir.
Raphael la tomó de los hombros y la separó de sí para mirarla. Era Heather, no había duda; tenía
vendada la cabeza aún, lo que indicaba que recién había salido del hospital. Pero no era Heather, la
verdadera, porque ésta no conocía la dirección de su loft, ni tenía una llave.
Y sólo había una persona en el mundo con la que él se había bromeado acerca del monstruo del
armario.
Pero tenía miedo de creer y que luego esa verdad se desvaneciera, como se desvanecía Sam en sus
pesadillas, así que sólo la observó por otro rato. Ella lo miraba, paciente.
—No estoy soñando –dijo él, y no fue una pregunta.
—No –contestó ella sonriendo.
—No estoy muerto, tampoco –eso la hizo reír.
—No, sé lo que se siente, y tú definitivamente estás muy vivo—. Raphael volvió a cerrar sus ojos.
—Dime los nombres de mis abuelos –Heather alzó sus cejas, él definitivamente quería pruebas
antes de permitirse creer.
—Ralph y Cinthya –y luego añadió—: Ralph fue mi primer amor, el chico al que le di mi primer
beso. Me habría casado con él, pero…
—Ya, ya… no tienes que decir tanto –ella volvió a sonreír, sabiendo que en el fondo, Raphael
siempre había sentido una pizca de celos por su abuelo. Se quedó muy quieta cuando él al fin la
rodeó con sus brazos.
Había hablado con los médicos y salido del hospital aquella tarde prometiéndoles mil y una veces
que se cuidaría. Había firmado una serie de documentos donde se hacía responsable de sí misma,
pues estaba saliendo de su hospitalización antes de tiempo y en contra de la voluntad de los médicos,
pero era que simplemente no podía dejar de pensar en Raphael tal y como Tess se lo había descrito:
solo, triste. Así que había convencido a su madre de que le prestara su auto y su nuevo chofer para ir
a casa para buscar entre sus cosas la llave del loft de Raphael, y luego ir a verlo. No podía dejar
pasar un minuto más sin hacerle saber que estaba aquí.
Saber que él sufría le hacía sufrir también, y no entendió cómo algunas personas se regodeaban con
el conocimiento de que su pareja estaba sufriendo de amor por ellas, y estiraban la tortura hasta
hacerla insostenible. Raphael no se merecía esto, su dolor y su perdida eran reales, así que por eso
se había escabullido aquí.
Cuando sintió el abrazo de Raphael, tan diferente a como se lo imaginó, pues esperaba euforia, y
quizá algo de violencia y él estaba siendo suave y delicado, sólo pudo sonreír. Él estaba cuidando de
ella aun cuando no terminaba de salir de su shock.
—Cómo… cómo…? –intentó preguntar él, ahora con los ojos secos y muy abiertos.
—No lo sé. Pero tengo mucho que contarte –él volvió a separarla un poco, esta vez para estudiarla
al completo. Tocó en su sien la venda blanca con mucha delicadeza.
—Tuve tanto, tanto miedo… Terror, diría.
—Lo siento. Vine en cuanto me fue posible. Quería verte cuanto antes.
—Oh, Sam! –ésta vez la abrazó más fuerte, estrujándola un poco entre sus brazos—. Sam, Sam…
Era increíble. Había perdido el amor, se había quedado solo para siempre, y de repente, ese para
siempre era totalmente distinto. Le habían devuelto a su Sam, a la mujer que lo había cautivado con
su sonrisa, su bondad, su tenacidad y su amor. La abrazó tan fuerte que casi la funde con su propio
cuerpo y su propio calor; la abrazó tan fuerte, que el universo se hizo más anciano, sirviendo
simplemente de testigo al reencuentro de estas dos almas que se habían perdido la una a la otra.
Heather le devolvió el abrazo, sintiéndolo plenamente desde la cabeza hasta los pies, así como
debía ser. Se sentía como si, luego de un largo camino a través de un intrincado laberinto, hubiese
encontrado la salida al fin.
Raphael siguió llamándola por su antiguo nombre mientras la mecía entre sus brazos, sin otras
palabras, sin gritos, ni danzas, ni más llanto; y no quiso corregirlo, decirle, como a Tess, que debía
empezar a acostumbrarse a llamarla Heather. Antes de asumir del todo su cambio de vida, quería ser
amada por última vez como Samantha Jones, y nadie tan perfecto para ello que el hombre que ella
también amaba.
-28-

Raphael aún no se lo creía. Tal vez aquello era un sueño, no una pesadilla. Un sueño hermoso,
donde recuperaba al amor de su vida, y todo era perfecto.
Pensó entonces que si aquello era un sueño, lo viviría al máximo, tal como había hecho Samantha
cuando despertó en el cuerpo joven de Heather. Sonrió al pensar eso.
Besó suavemente sus mejillas y buscó su boca para adueñarse de ella. Lamió sus labios con
delicadeza, y el beso poco a poco fue cobrando fuerza. Eran dos semanas sin besos, dos eternas
semanas. Quiso enredar su mano en sus cabellos, como solía hacer, pero entonces sintió la venda, y
todo su cuerpo se enfrió súbitamente. Su novia estaba herida, por esta vez, tendría que contenerse.
Se separó de ella, le tomó la mano, y tomando la chaqueta y las llaves, la condujo hacia la puerta.
—Qué haces?
—Tú estás herida. No creo que te hayan dado el alta.
—Pero quiero estar aquí contigo –dijo ella haciendo pucheros con los labios.
—Ah, mi amor, yo me muero por estar contigo también, pero tengo que cuidar de ti. Es mi trabajo,
no?
—Me llevarás de nuevo al hospital?
—Exacto –quiso protestar, pero entonces él la volvió a besar. Así quién protestaba? –Déjame
cuidar de ti –le pidió—. Recupérate completamente, y entonces, te haré de nuevo el amor con todas
mis fuerzas, ganas, y etc. –Eso la hizo reír.
—Está bien.
De inmediato salieron del edificio, y en su auto, Raphael la llevó hasta el hospital. Heather lo
miraba de reojo sonriendo. Si bien él tenía razón y la herida en su cabeza no había sanado del todo,
lo que quería era pasar la noche entre sus brazos.
Las enfermeras se mostraron aliviadas cuando vieron a Heather volver. Reacia a soltar la mano de
su novio, caminó junto a él hasta su antigua habitación. Justo la soltó para vestirse de nuevo con la
bata de hospital, vio a Raphael apoyarse en la pared para no caer al suelo y apretar la mandíbula con
los ojos fuertemente cerrados como si estuviera sufriendo. Angustiada, y con un grito, corrió a él.
Estaba frío, y cambiaba de colores como un camaleón.
—Ay, Dios, no me digas que estás enfermo! Raph! Háblame! –gritó ella tomándole el rostro entre
sus manos. Raphael se escurrió en la pared hasta caer al suelo, estaba sudando frío y Heather empezó
a llorar, llena de miedo. Nunca lo había visto así; Raphael nunca se quejaba de nada, nunca le dolía
nada, siempre tenía una salud formidable. Una de las enfermeras apartó a Heather a la fuerza, quien
no se quería desprender de él. Y otra le tomó el pulso a Raphael.
—Dime, muchacho, has estado alimentándote y durmiendo bien estos días? –Raphael no respondió.
Heather miró a la mujer uniformada de blanco con la esperanza de que aquello sólo fuera un desmayo
por agotamiento—. Tendrás que pasar tú también la noche aquí, para asegurarnos.
—Estoy bien –protestó Raphael.
—Qué tiene? —Preguntó Heather con un hilo de voz.
—A mi parecer –contestó la enfermera—, y por sus ojeras, este chico no ha dormido en días.
Hasta los más machos tienen un límite.
—Estoy bien –volvió a decir Raphael, terco.
—Qué recomienda? –preguntó Heather de nuevo, ignorando la mirada quee Raphael le lanzó.
—Primero, que lo examine un doctor; luego que él haya dicho lo mismo que yo, lo internará y le
pondrá un intravenoso para que recupere fuerzas. Depende de lo mal que esté, serán las horas que
tenga que estar aquí.
—Estoy bien, joder –volvió a decir Raphael, intentando levantarse y rehusando la ayuda de la
enfermera—. No fue nada, sólo un…
—A eso se le llama un síncope vasovagal, y si bien no es grave, sí requiere atención—. La
enfermera miró a Heather, que no le quitaba a Raphael los ojos de encima—. Yo recomendaría no
ignorar la protesta que su cuerpo ha hecho hoy—. Ante esas palabras, Heather asintió, se acercó a
Raphael, quien iba recuperando el color, y le puso ambas manos sobre el pecho.
—Cariño, déjate atender.
—Pero están exagerando, ni que hubiera sido un…
—Tú dijiste que tu trabajo era cuidar de mí –le interrumpió ella—, déjame cuidar yo de ti. Por
favor—. Ante esas palabras, Raphael no pudo volver a negarse; ella lo estaba mirando casi
suplicante, y entendía su afán para que se dejara ver por un médico, pues él habría hecho lo mismo en
su lugar. A regañadientes, aceptó y se dejó conducir para ser revisado y auscultado debidamente.
Mientras, Heather se volvía a vestir con la bata de hospital y se acostaba en su habitación privada.
Sonrió por la situación. Lo que debía ser una noche de loca y de desenfrenada pasión, se había vuelto
una de intravenosas y hospitales.
—Dónde está él? –le preguntó Heather a la enfermera que la ayudaba.
—A dos habitaciones de aquí, no se preocupe, está muy bien atendido.
—No, eso no lo dudo –dijo, y esperó a que saliera y apagara la luz para salir. Si bien iban a pasar
la noche en un hospital, no tenían por qué estar separados. Caminó descalza por los pasillos,
cuidando que nadie la viera, y abrió una puerta sin llamar. Encontró a Raphael mirando enfurruñado
el lado interior de su codo, donde estaba inyectada la aguja, como ordenándole con la mente al
líquido para que entrara rápido a su cuerpo. Al ver a Heather, su sueño se suavizó un poco, pero no
desapareció.
—Me siento como una señorita de nervios sensibles. Esto no es muy bueno para mi reputación.
—Descuida. Nadie lo sabrá –sonrió ella. Raphael sonrió al fin, y el corazón de Heather se saltó un
latido; qué guapo era este condenado, y aun con una intravenosa en el brazo, era endiabladamente
atractivo. Raphael la miraba de arriba abajo.
—Qué bata más sexy –eso le hizo reír. Caminó despacio hacia él y se subió a la camilla, luego,
muy tranquilamente, se acostó a su lado y apoyó la cabeza sobre el hombro masculino. Él la rodeó
inmediatamente con su brazo libre, y alcanzó su boca para besarla.
—Siento haberme desmayado como una abuela, y todo eso –dijo él.
—Las abuelas no nos desmayamos fácilmente –protestó Heather—. Todo lo contrario, son los
niños desobedientes que ni comen ni duermen bien y abusan de su salud los que van por allí
desmayándose y perdiendo el color –él torció la boca apoyando la cabeza en la almohada.
—Touché –dijo—. Estas dos semanas no dormí, ni sentí hambre; ni frío, ni calor…
—Si hubieses seguido por ese camino…
—No te preocupes, sé cuidar de mí mismo.
—Sí, eso se nota—. Raphael sonrió, dejándose regañar; al fin de cuentas, ella tenía razón. Buscó
la mano de ella, y entrelazó sus dedos con los suyos, tal y como había hecho cuando su mano era
arrugada y pecosa. Ahora era una mano joven, que armonizaba con la suya; todo estaba bien.
—Te amo, Sam. Estoy tan feliz de que estés aquí conmigo de nuevo…
—También te amo, pero ya no podrás seguirme llamando Sam.
—Ah, no?
—Soy Heather, cariño. Y seré siempre Heather. Empieza a acostumbrarte—. Raphael torció el
gesto, pero no dijo nada.
—Pero Samantha es más bonito que Heather.
—Eso es muy subjetivo. Si quieres, le pondremos Sam a la primera hija que tengamos—. Él
analizó la propuesta con la misma agudeza con que trataba sus negocios.
—Me parece bien –Heather sonrió, y se acomodó a su lado para rodear su pecho con su brazo, tal
como antes habían hecho—. Es increíble. Has vuelto de la muerte dos veces –siguió él.
—Oh, la primera vez fue un poco doloroso; yo estaba sola en una habitación, triste y lamentándome
por muchas cosas que dejé de hacer en mi vida. La segunda vez, yo estaba entre tus brazos… no me
dolió físicamente, pero… diablos, verte así…
—Me viste? –Heather sonrió triste al recordarlo, sus ojos incluso picaron un poco. Deseaba con
toda su alma borrar ese recuerdo, pero al parecer, sería algo que tendría en la mente hasta siempre.
—Luego hablé con Heather—. Siguió ella. Él se quedó quieto, atento—. Me contó muchas cosas,
las razones que tuvo, o que creyó tener…
—Esa loca.
—Fue muy incomprendida, y luego no tuvo a nadie que la sacara del pozo en el que cayó. La gente
en vez de ayudarla, la hundía más en la miseria.
—Necesitó a alguien como tú, tal vez –ella se quedó pensativa, recordando lo que Heather le había
dicho, que habían podido ser amigas la una de la otra. Suspiró pensando en que eso nunca habría sido
posible; sus caminos estaban cruzados, lo que indicaba que se encontraban en un punto para luego
volver a separarse irremediablemente. Movió su cabeza para mirar a Raphael, que tenía los ojos
cerrados mientras iba cayendo dormido; realmente estaba agotado, y no le gustaba mucho la palidez
de su piel, lo que acentuaba sus ojeras.
Sus caminos, los de Raphael y ella, no estaban cruzados, eran más bien paralelos. Ahora podrían
andar el uno al lado del otro por lo que les restara de vida, y deseaba fuertemente que ésta fuera
larga.
Lo será –dijo la voz, y Heather se tensó al oírla. Raphael estaba dormido, y sabía que sólo ella
podía escucharla—. Tengo una deuda con él, así que, sin que me lo haya pedido, ya sé qué es lo
que más quiere en la vida. Afortunadamente, su deseo coincide con el mío.
Heather cerró sus ojos y respiró profundo antes de hablar.
—Gracias por todo –le dijo—. Exceptuando por los pequeños y horribles momentos en que creí
que esto era un juego macabro entre dioses, todo ha sido perfecto—. La voz rió en su cabeza, y fue
una risa contagiosa, pura y cristalina.
Y ahora, qué es lo que más deseas en el mundo? –preguntó. Ah, eso ella ahora lo tenía más que
claro. Giró su cabeza y miró a Raphael dormido a su lado, con su respiración acompasada; agotado
por las dos semanas tan horribles que había pasado, y sin embargo, fuerte para ella.
—Tengo que decirlo en voz alta? –preguntó.
No –dijo—. Eso es más que evidente.
—Sin embargo –atajó Heather, antes de que la voz se fuera—. Hay alguien a quien quiero, y que
me gustaría que bendijeras con tu toque.
Lo que concierne a Tess, es con Tess –dijo la voz, sabiendo de quién hablaba Samantha.
—Pero…
Con Tess y nadie más –aseveró, y luego simplemente se ausentó.
Heather entrecerró sus ojos preguntándose qué sentido podían tener esas palabras. Bueno, la voz
no había dicho que ayudaría a Tess, pero tampoco lo había negado.
Ahora que tenía dinero, y era Heather para siempre, podía ayudarla en cuanto a la investigación
del paradero de August. Había desaparecido simplemente una noche, y no se sabía si estaba vivo o
muerto. La policía no había podido dar con él, y ninguna de las dos había tenido los recursos para
contratar a un investigador privado para tal misión. Ahora podía, y en el fondo, esperaba que August
estuviera muerto, o reclutado en alguna cueva en Afganistán; cualquier cosa en vez de saber que
había abandonado a su mujer y a sus tres hijos por puro egoísmo.
En fin, no podría solucionar nada esta noche; lo había intentado, pero al parecer, los hados no
querían involucrarla en más cosas. Presentía que esta había sido la última vez que escuchara esa voz,
y en cierta forma le alivió. Ya no más sobresaltos, quería una vida muy normal y ordinaria al lado de
su hombre; estando con él, sería difícil que fuera normal u ordinaria, pero igual lo disfrutaría.
—Quiero la luna de miel en París –dijo, mientras sus ojos se iban cerrando, y se sumió en un sueño
tranquilo.

Una enfermera entró cuando ya era hora de retirarle a Raphael la intravenosa, pero lo que encontró
la sorprendió y la enterneció a partes iguales. Raphael y Heather dormían en la misma camilla,
abrazados y agotados. Él tenía cuidado de no lastimarla, y ella de no obstruir con su abrazo el paso
de la intravenosa. Entró sigilosamente, y sin hacer ruido, aprovechó para poner la otra bolsa de suero
a Raphael, que de haber estado despierto, se habría opuesto.
Luego buscó una sábana y los cubrió con ella. No era muy ortodoxo que dos durmieran sobre una
camilla, pero por una noche no estaba mal, además, sabía que sería difícil separarlos, y aquello sólo
conseguiría interrumpir su descanso, que tanto necesitaban. Apagó la luz y salió dejándolos
tranquilos. Había muchas formas para recuperarse bien.

Cuando despertó, Raphael sintió que de veras había dormido. Por fin luego de tanto tiempo, sin
pesadillas, sin despertares súbitos a media noche. Movió su cabeza y vio que había amanecido; la luz
se colaba por entre las persianas de la habitación. Sintió el peso de Heather a su lado y sonrió. Aquí
era donde ella debía estar, su costado; era su lugar reservado. Se movió levemente y besó su frente, y
entonces recordó que tenía una intravenosa y no debía moverse mucho.
Pero la intravenosa no estaba, lo que indicaba que las enfermeras habían hecho su trabajo sin
despertarlos. Se quedó allí mirando a su novia dormir por un buen rato. La había perdido, sí, y ahora
la volvía a tener. Qué seguía? Iba a descubrir por sí mismo lo que sucedía luego del “felices por
siempre”, pero aquello no lo asustaba, en absoluto. Al contrario, estaba ansioso por ello.
Heather despertó poco después, un poco perezosa estirándose como una gata. Se giró y vio que
Raphael la observaba.
—Buenos días –le dijo ella. Él contestó con una sonrisa. Esa mañana, sus ojos verdes parecían
más claros, se veía claramente cada mota de color en su iris. Se movió un poco para darle el beso de
los buenos días. No era muy romántico estar los dos en una camilla estrecha de hospital, pero para
ellos bastaba de momento. El beso fue evolucionando, y Heather se movió poco a poco y rodeó sus
caderas con uno de sus muslos, donde Raphael posaba su mano y acariciaba. Ah, despertar así…
Pensar que podía haberse perdido de mañanas como ésta…
—De veras creen que podrán llevar eso hasta el final? –dijo la voz de alguien, y Heather y
Raphael alzaron a la vez la cabeza para ver a un médico observarlos con rostro severo.
—Dios querido –susurró Heather escondiendo su rostro en el pecho de Raphael, quien se echó a
reír.
—Sí, sí –se burló el médico—. Usted, señor Branagan, ya puede irse a su casa. Recuerde dormir
las horas habituales, y comer saludablemente. Y usted, señorira Calahan, tiene unos exámenes de
rutina en unos minutos—. Cuando el médico terminó de hablar, tanto Heather como Raphael habían
bajado de la cama. Raphael la ayudaba para que se apoyara en su brazo y así devolverla a su
habitación.

La mañana se fue rápida para los dos, Raphael fue a su casa, se dio una ducha y se cambió de ropa
y con el mismo ánimo volvió al hospital. Georgina se dio cuenta de que ahora sí estaba pendiente de
ella, y estaba atento a cada solicitud suya, y aunque lo miraba con desconfianza, no podía dejar de
intuir que su preocupación de ahora era auténtica.
Así se fueron pasando los días. Tess llevó a los niños para que Heather pudiera verlos, y habían
conversado hasta perder la noción del tiempo, y Raphael estaba con ella siempre que no tenía nada
urgente que hacer en la oficina. Aplazó su viaje a Londres para dedicarse a ella, y Richard estaba
más que aliviado porque su hijo estaba otra vez de buen ánimo, no deprimido como hacía unos días.
Llegó el momento en que Heather por fin fue dada de alta, y en vez de pasar aquella noche en su
casa, se fue al loft de Raphael. Aquella noche quería estar a su lado, volver a hacer el amor con él, y
así fue. Raphael la alzó en sus brazos y subió con ella las escaleras que la llevaban al segundo nivel,
donde se hallaba la cama.
—Me vas a malcriar –le dijo ella con una sonrisa, y rodeando su cuello con sus brazos.
—He intentado malcriarte todo este tiempo, tú simplemente eres una chica difícil –ella rió
apoyando su cabeza sobre el hombro masculino. Con cuidado, Raphael la dejó sobre la cama, y luego
se apoyó sobre el colchó y la miró a los ojos largo rato.
—Me siento bendecido –susurró él—. Tenerte es un regalo divino. A veces creo estar viviendo un
sueño—. Heather sonrió, preguntándose si alguna otra mujer en el mundo escuchaba a menudo
palabras como esa. Sabía que las había que no, ella había sido una de esas personas, tan carentes de
afecto, de mimos, de amor. Ahora lo tenía todo y en abundancia.
Elevó una mano hasta él y fue desabrochando los botones de su camisa uno a uno. Cuando tuvo su
piel al descubierto, paseó sus manos por el torso masculino, deleitándose en la suavidad y el calor
de su piel.
—Yo también me siento así –contestó ella, y con el pulgar, acarició uno de los pezones chatos de
su pecho—, y eso sólo me hace querer atesorarte—. Raphael sonrió, y se inclinó más a ella para
besar sus labios.
—Así que soy tu tesoro?
—Así como yo soy el tuyo –respondió ella, recibiendo los besos que Raphael iba dejando en la
piel de su cuello. Ah… qué bien se sentía aquello. Inmediatamente su cuerpo empezó a responder a
la invitación que Raphael muy sutilmente estaba tejiendo con sus besos y caricias. Cerró sus ojos con
absoluto placer, y con sus manos fue retirando la tela de la camisa, que obstruía su toque. Raphael se
enderezó para terminar de quitársela, lo que lo dejó con el torso desnudo, y Heather se relamió los
labios al verlo.
Aún sentía que no se acostumbraba a aquello; ser tan feliz, y ahora, ser feliz hasta siempre.
Muchas personas unían sus vidas con la incertidumbre de si aquello duraría, o si a la vuelta de
unos años, todo acabaría en nada. Otros, con la idea de que día a día tendrían una nueva lucha para
mantenerse unidos, por alguna razón, con tal de no separarse.
Ella agradecía esta tranquilidad, que le sumaba puntos a su felicidad. Sabía que Raphael y ella
estarían bien, juntos, felices. No sabía exactamente de dónde nacía esa seguridad, tal vez era por las
cosas tan extrañas y sobrenaturales que les habían ocurrido, o por la certeza que ambos tenían de ser
amados por el otro; todo se reducía a una verdad: este era su lugar en el mundo, los brazos de
Raphael. Y el lugar de Raphael era ella. Exactamente allí donde estaba, intentando entrar en su
cuerpo, que extrañamente estaba muy estrecho y…
—Ahhh!!! –exclamó Heather, en un grito no de placer, sino de dolor. Raphael se quedó quieto de
inmediato. Se miraron a los ojos por un segundo—. No, no puede ser –dijo ella ante su silenciosa
pregunta, y él se retiró poco a poco para mirarla.
—Sí, si puede ser –aseguró él, y se echó a reír. En la cama había unas gotitas de sangre.
—Nooo –se quejó ella—. Virgen yo? Noooo… qué sentido tiene? –ante esa pregunta, Raphael se
encogió de hombros.
—Quién ha dicho algo del sentido? Tiene sentido que tú hayas pasado del cuerpo de una anciana al
de una mujer joven? Que hayas experimentado la muerte dos veces y vuelto sana y salva?
—Pero creí que me libraría de esto –siguió Heather, poniendo su antebrazo sobre sus ojos, con los
labios fruncidos.
—Igual, sólo es una vez en la vida. Tal vez era necesario que supieras lo que se siente.
—Duele –dijo ella en voz queda. Raphael se tendió a su lado, y con un dedo acariciaba la piel de
su vientre, sin dejar de mirarla y sonreír—. No es justo –siguió ella—. Apuesto a que lo de la
menopausia no me lo van a quitar. Tendré que vivirla dos veces! –Raphael soltó la carcajada—. No
te burles!
—No me burlo –y al decir esto, se fue acomodando de nuevo sobre ella, y volvió a besar sus
labios.
—Podremos seguir? –preguntó ella, alarmada.
—Absolutamente. A menos que te duela demasiado –ella entrecerró sus ojos analizando la
situación.
—El problema es que eres bastante grande… no creo que podamos ir muy lejos.
—Ah… llevo semanas sin ti. Esto no durará mucho, te lo prometo –fue turno de Heather para
burlarse, y Raphael tuvo la suficiente humildad como para no protestar, en cambio, siguió besándola.
El cuerpo de Heather se había relajado un poco, así que fue capaz de aceptarlo cuan largo era de
nuevo en su interior. Dolor y placer. No sabía por cuál decantarse.
—Te amo tanto –susurró Raphael, entre besos, entre suaves embates, sabiendo que le hacía daño,
pero incapaz de detenerse. Heather cerró sus ojos, lo sentía pleno dentro de ella, y las palabras que
le dedicaba actuaban como un bálsamo y un afrodisíaco al tiempo. Poco a poco se fue relajando, y si
bien la incomodidad no pasó del todo, pudo darle paso al placer.
Su grito, esta vez, no fue de dolor.
Raphael se estuvo quieto por unos minutos. Salió de ella poco a poco y se dirigió al baño, de
donde volvió con un paquete de pañitos húmedos que acostumbraba tener desde que ella durmiera
aquí. Sacó unos cuantos y se dedicó a cuidarla, a posarlos sobre su piel, para que con su frescura,
ella sintiera un poco de alivio. Heather lo miró con una sonrisa, entre avergonzada y enternecida.
—Mejor? –preguntó él.
—Estás un poquito loco –dijo ella, sonriendo. Desnudo como estaba, Raphael se tendió a su lado,
la acercó con un brazo y la pegó a su cuerpo.
—Tal vez en unos días puedas estar bien, y volver a ser la devoradora de siempre.
—Devoradora yo? –preguntó ella arrugando su entrecejo.
—Esa que no me deja dormir en paz. Yo, un hombre tranquilo, sin demasiados apetitos –eso le
ganó un pellizco por parte de ella, y luego de quejarse de dolor, se echó a reír—. Si tienes energía
para lastimar a otros, también puedes tener sexo.
—Quieto allí. Todavía me duele!
—Qué mala resistencia ante el dolor. No quiero estar allí cuando tengas que parir. Auch!!! –volvió
a gritar, y siguieron bromeando y riendo, pues no tenían sueño, y sí en cambio, mucha energía
acumulada. La noche que había sido pensada para sexo desenfrenado, tuvo que ser invertida en risas,
bromas, conversaciones, y más tarde, comida.
Afortunadamente, estaban juntos por mucho más que el sexo, así que esos espacios no necesitaban
ser rellenados. Así también estaban bien.
-29-

Cuando a Phillip le dijeron que su esposa estaba fuera de sus oficinas y quería hablar con él, se
extrañó. Le pidió a su secretaria que la hiciera pasar inmediatamente; Georgina nunca iba a su lugar
de trabajo, y si estaba aquí, era porque sucedía algo grave o tan importante que no podía ser tratado
por teléfono.
Sus sospechas se acentuaron cuando la vio entrar pálida y con mirada nerviosa. Casi corrió a ella
para preguntarle qué pasaba. Georgina lo abrazó llorando.
—Qué tienes, mujer? Qué pasa! –preguntó él—. Dime algo, que me tienes con el corazón en un
puño.
—Lo siento tanto!
—Qué sientes?
—Es mi culpa!
—Qué cosa?! –la separó de sí, e intentó secarle las lágrimas, pero éstas volvían a salir.
—Fui al médico… —Phillip se quedó totalmente quieto, sintiendo cómo toda la sangre se le iba a
los pies—. Venía sintiéndome mal desde hacía algunos días… —no la dejó terminar, caminó con ella
hacia los muebles y la sentó, para luego situarse a su lado.
—Qué pasa, Georgina? –ella se tomó su tiempo, le esquivaba la mirada, y él le dio un par de
segundos para que se tranquilizara, al cabo de los cuales ella habló:
—Estoy embarazada.
Phillip quedó de piedra.
Luego de soltar la noticia, Georgina se recostó en el mueble y volvió a llorar.
—Lo siento! Pensé que a mi edad… pensé que era imposible! Y tú y yo… Oh, Dios, tú y yo…
quiero decir… —Al ver que él se ponía en pie, ella lo siguió—. Phillip, por favor, perdóname—. Él
se volvió a mirarla con el rostro contraído por mil emociones que pasaban todas al mismo tiempo.
—Perdonarte?
—Se supone que a nuestra edad ni siquiera… Se va a ver muy raro, yo, a mi edad, y en estas… —
Phillip se echó a reír, al fin. Georgina se lo quedó mirando como si de repente su marido se hubiese
vuelto loco—. Cariño, estás bien? –acto seguido, Phillip se aproximó a ella, le tomó el rostro entre
las manos y la besó en la boca, largo y profundo. Cuando el beso terminó, Georgina bizqueaba un
poco, y él tuvo que sostenerla para que no perdiera el equilibrio—. No estás molesto?
—Y por qué iba a estarlo?
—No lo sé… todos nos van a mirar raro…
—Y eso qué? Es nuestro hijo! Quieres tenerlo, verdad? –le preguntó en tono serio.
—Claro que quiero! Siempre quise tener más hijos!
—Pues perfecto! Me has hecho muy feliz! –Georgina no dijo nada más, sólo lo escuchó hablar y
hablar acerca de que deseaba que esta vez fuera un niño. En lo incómodo que sería volver a empezar
a cambiar pañales y levantarse a media noche, pero que entonces contrataría ayuda profesional—.
Tienes que estar al día con todo eso de los controles pre—no—sé—qué—cosa.
—Prenatales –le ayudó Georgina.
—Y una habitación, debes disponer una de las habitaciones… No creo que a Heather le guste la
idea de que la saquemos de la suya…
—Heather! –exclamó Georgina—. Todavía tengo que decírselo a ella! Santo cielo! Ni ella ha
quedado embarazada luego de casarse con Raphael, porque decidió esperar un poco, te imaginas yo,
su madre, con una panza que debería corresponderle a su hija?
—No te angusties por eso –le pidió Phillip, besando levemente sus labios—. Heather estará más
que feliz con la noticia.
—Phillip, pero tengo más de cuarenta, tenemos más de cuarenta… no se supone que seamos padres
a estas alturas.
—El cielo ha decidido bendecirnos con otro hijo, yo lo acepto gustoso. Tú no? –ella lo miró
fijamente. Ciertamente ésta no era la manera como esperaba que él reaccionase. Esperaba un poco de
frialdad, o un sermón por haber sido tan descuidada con su salud y ponerse en riesgo con un parto.
Pero este Phillip era diferente, recordó. Éste Phillip era tierno, y cuidaba de ella. Incluso la amaba.
Se dejó abrazar y decidió descansar en él. Todo saldría bien, hoy en día la ciencia y la medicina
habían avanzado muchísimo. No tenía por qué haber más complicaciones de las normales.
Phillip besó el cabello de su mujer tremendamente feliz. Si bien se había convencido a sí mismo de
que Heather era su hija, fuera quien fuera la que habitaba su cuerpo, siempre se había sentido con
remordimientos por la manera en que su hija, la verdadera, se había criado; o más bien, malcriado.
Esperaba esta vez hacerlo bien.
Raphael y él habían decidido no contarle a Georgina quien era realmente su hija, ni decirle a
Heather que ya Phillip lo sabía todo, pues, para qué? En qué beneficiaba saberlo todo? Por la paz
mental de ambas mujeres, habían dejado las cosas así.
El tiempo había pasado tan tranquilamente en ese último año, y luego de la boda que había sellado
la unión entre los Branagan y los Calahan, que ya prácticamente habían olvidado que en el pasado no
todo había estado bien. Tess Warden tenía ahora un buen empleo, y dirigía junto a Heather el fondo a
las fundaciones de Branagan Enterprises. Las alianzas entre las dos familias habían reportado
grandes ganancias, Richard Branagan estaba viviendo nuevamente con su esposa, Clare, y aunque
discutían de vez en cuando, ya se sabía que compartían habitación.

Heather y Raphael parecían haber sido tocados y bendecidos por alguna diosa pagana de la salud y
la belleza, entre más pasaban los días, mejores se les veía. Viajaban juntos, salían a menudo, habían
tenido su inolvidable luna de miel en parís y cantado en un bar a viva voz “Non, je ne regrette rien”,
y hecho gran parte de la lista que habían confeccionado hacía tiempo.
Habían decidido vivir en el loft de Raphael, mientras se construía la casa que tenían pensado para
los dos y sus futuros hijos. Heather se moría por embarazarse ya, pero Raphael le había pedido que
por lo menos esperaran a que la casa estuviera lista, para poder criar a su hijo cómodamente. Ella
había decidido hacerle caso, pues tenía razón. Si bien Richard y Clare les pedían constantemente que
se mudaran con ellos, ninguno de los dos quería ser un obstáculo para la nueva vida que esos dos
estaban construyendo, y además, tal como había dicho Raphael, con ellos dos allí, no podrían jugar
tranquilamente a la carretilla.
Esa tarde Heather regresó más temprano a casa. Su madre le había dicho que quería tener una cena
con los dos, y ella había insistido en que fuera en el loft, y que ella cocinaría. Extrañamente,
Georgina había aceptado sin dar muchos problemas, pues le encantaba hacer de anfitriona, así que
Heather volvía temprano cargada con las cosas que necesitaría para su cena.
—Qué bien huele –dijo Raphael al entrar en la casa, y desde la cocina, Heather le sonrió. Le
encantaba esta parte de su día. No se repetía mucho, pero cuando se daba, lo amaba. Ella,
esperándolo en casa, y preparándole sus deliciosos platos… muy anticuado, y muy hermoso.
—Mamá y papá vienen a cenar con nosotros esta noche –anunció ella.
—Celebramos algo?
—No que yo sepa… no es mi cumpleaños, verdad? –preguntó ella, lo que provocó su risa. Era él
quien debía estar pendiente de sus cumpleaños y otros datos importantes. Tenía muchos números que
aprender.
—No, fue hace seis meses.
—Ah. Tal vez sólo quieren venir y ver que estás tratando bien a su princesita.
—Ya lo comprobaron la semana pasada –dijo él acercándose a ella y besando su cuello—. Qué es
eso? –preguntó, señalando los preparados.
—Camarones al ajillo.
—Mmmm… sólo el nombre ya me abrió el apetito.
—Creo que tienes tiempo para darte una ducha, si quieres –él olisqueó sus axilas, y Heather se
echó a reír—. Anda, date un baño.
—Por qué?
—Porque si no, te tendré por aquí estorbando y robándote mis camarones.
—Niña mala –ella sólo sonrió, y luego de que le robaran un beso, lo miró hasta que desapareció.
Ese condenado cada día estaba más bueno. Suspiró dedicándose a sus camarones.
Una hora después apareció un Raphael fresquito y bien peinado, justo para abrirles la puerta a sus
suegros. Heather recibió a su madre con un abrazo, y se quedó inmóvil cuando la vio pálida y con
signos de haber llorado. De inmediato miró a Phillip con dos cuchillas bien afiladas en la mirada.
—Fui yo –admitió Phillip alzándose de hombros, y con una sospechosa sonrisa en el rostro;
cuando Heather le dedicó una mirada aún más asesina, se apresuró a añadir—: pero no de la manera
que crees.
—Hija… —empezó a decir Georgina, estrujándose los dedos—. Ay, esto es tan incómoda de
decir…
—No se van a separar, verdad? –preguntó Heather, y ambos lo negaron con un grito—. Entonces?
—Georgina está embarazada.
—Phillip! Quería decírselo yo.
—Cariño, si esperábamos a eso, Raphael y yo habríamos muerto de hambre. Qué huele tan bien?
—Es eso cierto? –preguntó Heather, con los ojos iluminados. Georgina asintió, y volvió a llorar.
Heather la abrazó con infinita ternura.
—Llora por todo –la acusó Phillip.
—Es tu culpa –aseveró Heather.
—Ya te lo había dicho—. Raphael se echó a reír. Palmeó la espalda de Phillip felicitándolo.
Luego se sentaron a la mesa, y una vez más comprobaron la destreza de Heather en la cocina.
—Cocinas tan bien… no pensé que ese curso de cocina que tomaras en tu adolescencia te sirviera
tanto, es una fortuna que no hayas olvidado eso luego del accidente. –Heather puso su copa de vino
sobre el mantel con una mueca que pretendía ser una sonrisa. A veces, como aquella, deseaba que
Georgina supiera la verdad con respecto a ella, y otras no; Georgina era madre, y sentiría
profundamente la muerte de su hija, además de la confusión que le produciría el saber que de todos
modos ella, o su cuerpo, estaba aquí. Además, ella se sentía su hija realmente.
—Bueno, ya ves –contestó Heather—. Con un poco de ganas, mejoré lo básico que aprendí—. Y
aquello era verdad.
La cena se pasó rápido, y la velada estuvo muy entretenida. Raphael y Phillip se entendían muy
bien, y hablaban de negocios, mientras que Heather y Georgina se dedicaban a hablar del embarazo,
y cosas de bebés.
—Verte no hace sino aumentar mis ganas de tener pronto un hijo –suspiró Heather.
—Por qué no lo encargas ya?
—Hemos decidido esperar… la casa aún se demora.
—No esperes. No hay como tener los hijos en la juventud. Mírame a mí, ahora tendré que volver a
pasar por biberones, cólicos, pañales y trasnochos –Heather sonrió con anhelo.
—Es lo que quiero para mí.
—Habla con Raphael.
—No, él tiene razón. Aquí no podríamos tener al niño, o la niña…
—Eso son tonterías. Cuando tienes un hijo, las cargas aumentan, es verdad, pero también éstas se
acomodan solas. Planear demasiado su llegada no garantiza que todo salga bien.
—Sí, tal vez tengas razón. Te has sentido bien?
—Tengo náuseas de vez en cuando, y mareos. Fue eso lo que me hizo ir al médico. El doctor casi
ni necesitó hacerme la prueba, con sólo preguntar los síntomas ya sabía lo que tenía –Heather rió con
ella.
Al final de la velada, Raphael y Heather quedaron solos de nuevo en el apartamento, sintiéndolo
demasiado solo.
Se miraron el uno al otro, y sin mediar palabras, empezaron a arrancarse la ropa.
Cuando, saciados, se hallaban en la cama volviendo a recuperar el aire y el ritmo cardiaco, no
pudieron más que reír.
—Eres un animal –lo acusó ella, él, como para no contradecirla, la acurrucó a su lado y ronroneó.
—Lo dices como si no te gustara, mi pequeña mentirosa –ella volvió a reír. Se quedaron en
silencio por largo rato, sólo se escuchaba el ritmo de sus respiraciones—. Lo quieres
desesperadamente, verdad? –preguntó él, sabiendo exactamente en qué pensaba ella. Heather se giró
a mirarlo.
—Hemos decidido esperar. Respetaré ese pacto.
—Qué pacto ni qué nada. Tengamos a nuestro hijo ya.
—Mmmm… estás seguro?
—Me encanta la actividad que hay que llevar a cabo para concebirlo, así que sí, estoy seguro –
Heather volvió a reír, y poniéndose a horcajadas encima de él, le dijo:
—Hacerlo no es lo mismo que criarlo. Así que vuelvo y pregunto: estás seguro?
—Será un hijo de los dos. Quiero ver cómo combinan nuestros genes, así que sí, estoy seguro –
llena de ternura, Heather se inclinó a él y lo besó en los labios. Raphael le levantó levemente las
caderas para introducirse en su cuerpo, y empezar a trabajar por el hijo que querían. Heather lanzó un
gemido al sentirlo de nuevo dentro, duro y grueso, colmándola.
—Cómo eres capaz –preguntó ella, casi sin aliento— de volver a hacerlo tan pronto?
—Es una muy buena pregunta –eso la hizo reír, pero la risa se quedó a medio camino, pues él
aceleró el ritmo de sus movimientos, y ella sólo pudo sentir. Una vez más, la noche fue sublime.

Heather la miraba desde un rincón, y Samantha se sentó en la cama, asustada. Ella había prometido
no acosarla en sus pesadillas. Entonces, qué hacía aquí?
—No, no. No te asustes –le pidió Heather, acercándose a su cama. Samantha miró a su lado a
Raphael completamente dormido. Sólo ella veía y escuchaba a Heather. Ella estaba hermosa, más
luminosa de lo que jamás la vio. Y sonreía, no con esa sonrisa macabra y burlona, sino con una
sonrisa auténtica.
—Sólo vine a darte un regalo. Bueno, es un regalo a mí misma.
—Un regalo?
—Sí, contestó Heather, y adelantó ambas manos, unidas como si dentro conservara alguna joya de
altísimo valor. Cuando las abrió, de ella escapó una pequeña luz, diminuta como la de una
luciérnaga, y cuando la tuvo delante, el corazón de Samantha se aceleró. Sentía felicidad, ternura. No
sabía que era la luz, pero ya la amaba.
—Cuida de él.
—Qué es?
—No lo sé, lo sabrás tú en nueve meses.
—Qué?
—Cuídalo mucho. Con tu vida. Es lo más hermoso que jamás podrá darte nadie. Prometes que lo
amarás?
La pequeña luz se posó sobre la mano de Samantha, y desapareció. Cuando miró a Heather, vio
que en los ojos de ella había lágrimas, y lo comprendió todo. Esta parte de su vida ella no se la había
contado en la playa, pero ahora no había necesidad. Lo sabía sólo con ver el amor y el anhelo que
había en su mirada.
—Te prometo que cuidaré bien de él. Sea lo que sea.
—Gracias. Sabía que podía contar contigo con respecto a esto.
—Tú… estás bien?
—Oh, estoy perfecta. Un poco ocupada, pero eso es bueno.
—Volveremos a vernos?
—No lo creo. De todos modos, vive bien, sé feliz.
—Ya lo hago. Ya lo soy –Heather volvió a sonreír.
—Eso me alegra muchísimo. Adiós, Heather.
No fue sino hasta que desapareció, que se dio cuenta de que Heather no la había llamado
Samantha. Se recostó de nuevo en su almohada, un poco pensativa. Y entonces se dio cuenta de algo
maravilloso: estaba embarazada.
Posó la mano sobre su plano vientre y supo de inmediato que esa pequeña luz habitaba ahora su
cuerpo.
Se abrazó a sí misma feliz. Dudaba que muchas mujeres pudiesen saber el momento exacto en que
se embarazaban, y ella tenía ese privilegio. Tendría un bebé suyo y de Raphael… no se podía ser
más feliz.
Miró a su marido dormido a su lado, y quiso despertarlo y compartirle la noticia, pero se contuvo.
Por unas horitas solamente, quería que ese bebé fuera solo suyo. Ya tendría Raphael mucho tiempo
para ponerse histérico y sobreprotector.
Por ahora, quería saborear el placer de ser quien era, de cosechar al fin los frutos de esta locura,
la locura que, según su amiga le había dicho, le debía a la vida. Una locura de amor.

—Fin—
Otras obras de Virginia Camacho

Ámame tú: Allegra Whitehurst debería ser una mujer feliz, pues lo tiene todo: belleza, dinero y
poder. Pero su novio de toda la vida le ha sido infiel, y luego de humillarla, la reta: Nunca encontrará
a un hombre como él; más guapo, más rico, y mejor en la cama. Allegra sólo quiere hacerle tragar
cada una de sus palabras, pero para conseguirlo, tendrá que internarse en una arriesgada aventura:
contratar un novio a sueldo.

Tu silencio: Juan José Soler nunca imaginó quedar atrapado en la trampa que él mismo diseñó: el
amor. Desde siempre, y sabiendo que es atractivo a las mujeres, ha jugado con ellas a placer, pero el
destino le enseñará que hay cosas que no se pueden evitar, que contra el amor no se puede luchar,
pero sobre todo, no se debe callar.

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