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Representar y Disponer - A. Mockus (Selección)

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Introducción

La autocomprensión del conocimiento parece haber ido dejando atrás el predominio del
modelo de la percepción y cada vez acude más a conceptos que privilegian el lenguaje, la
acción y la combinación de ambos. Incluso el más rápido y superficial examen de la
filosofía contemporánea lo pone de manifiesto.

La obra de Descartes puede ser comprendida como un intento no solo de auto-


comprensión sino de autofundamentación discursiva. Pero, aunque esta fundamentación se
apoya primordialmente en el discurso, acude en última instancia a un remanente del
arquetipo de la percepción: la reflexividad del discurso captada en su inmediatez es
“interiorizada” y convertida en algo a lo que es posible un acceso inmediato y
certero.Descartes cree encontrar así un sustrato firme y seguro a partir del cual emprender
la tarea —desarrollada en las Meditaciones metafísicas1— de una recuperación de lo real,
recuperación paso a paso afianzada en la certeza de la evidencia. De un modo que configura
la problemática filosófica de la modernidad, Descartes intenta reconstruir lo real desde su
representación en la conciencia, como objeto de pensamiento;así, lo que subsiste del
arquetipo de la percepción queda inscrito fundamentalmente en la relación entre conciencia
y representación.

El papel central de esta noción de representación en la metafísica moderna y su estrecho


vínculo con las filosofías de la conciencia se comprende mejor si se pone en contraste con
una noción que sobrevive en el terreno del arte: la representación como acontecimiento
vinculante. El examen de este contraste remite al estudio —aquí apenas esbozado— de
otras nociones premodernas como la de repraesentatio de la patrística, la repraesentatio de
Quintiliano y la phantasia de los estoicos. En los tres casos se trata de una determinada
relación entre lenguaje y presencia. Ya sea por una encarnación que en nada desvirtúa
aquello que se encarna, ya sea por un excedente de perfección ornamental en el testimonio,

1
En adelante citaremos la edición francesa de Garnier-Flammarion de 1979, dando únicamente la paginación
de Adam y Tannery (de ahí la abreviaturaMédit. AT).
Introducción

ya sea porque lo que se presenta adviene develando en forma muy parcial una trama que
nos desborda —la del logos hecho destino—, lo que se hace presente se manifiesta como
previo y autónomo con respecto al sujeto. Más bien el sujeto es el llamado a colocarse en el
ámbito instaurado por la representación y lo representado. La representación no es aquí lo
que ocurre o pre-existe primordialmente en la conciencia del sujeto; es algo provisto de
autarquía en cuyo campo puede ser interpelado el hombre, siendo llamado a reconocerse
como tributario de algo que lo trasciende.

Pero ¿cuál puede ser el origen del corte cartesiano? ¿de dónde viene ese “representar”
que en caso de poseer ciertas cualidades puede otorgar tanta certeza? Una lectura de las
Reglas para la dirección del espíritu(19…) sugiere que la noción cartesiana de
representación, y sobre todo su subordinación al imperativo de una captación inmediata de
conexiones necesarias, tiene como raíz la experiencia cartesiana del poder de la
extensionalización y de la reducción de muy diversos problemas a relaciones entre
magnitudes representables gráfica y algebraicamente. Es como si Descartes, a sabiendas del
cambio de terreno, hubiese querido prolongar un modo de conocer radicalmente apoyado
en la intuitivación posibilitada por dispositivos escritos (gráficas y expresiones algebraicas)
a un terreno en el cual esos dispositivos no podían ya operar. Así como desde una buena
representación gráfica se podía resolver y recuperar en todos los términos relevantes un
problema de óptica o de geometría, así también lo bien representado ya no sobre el papel
sino en la conciencia debía permitir resolver los grandes problemas de la metafísica, siendo
posible recuperar incluso (a partir de una lectura prácticamente inmediata de relaciones que
en el nivel de la idea misma asumida como representación se reconocerían como
necesarias) la existencia misma de uno de los objetos de la representación (Dios).

Esta interpretación de la empresa cartesiana, que indudablemente entraña riesgos,


permite esbozar una reconstrucción de la noción de “representación” propia de la
modernidad. Si se invierte el camino seguido por Descartes, en vez de interiorizarse la
percepción puede ser referida —aunque se la relegue así a las tareas propias de un
imprescindible auxiliar— a cierto tipo de lectura y de escritura. En el límite, la evidencia
cartesiana parece haber nacido en cierto tipo de relación con lo puesto sobre el papel. Se

2
Introducción

hace así posible pensar la especificidad de la representación en el horizonte moderno sin


remitirla en última instancia al ámbito de la conciencia y de la subjetividad. Describiéndola
de una manera muy escueta, la representación no sería más que lo que permite el paso de
un juego de lenguaje a otro caracterizado, en general, por una mayor precisión y rigidez en
sus reglas y, concomitantemente, mayores posibilidades de inferencia (llegándose en el
caso límite al cálculo). Es claro que, tomada en este sentido, la representación es
construcción humana, pero también —en la medida en que es capaz de instaurar un nuevo
juego de lenguaje, en la medida en que amplía las posibilidades de resolubilidad discursiva,
articulando eficazmente lenguaje y acción y llegando a proporcionar en el límite las
certezas propias del cálculo— adquiere la autarquía propia de lo que es incorporado en la
tradición y como tal nos interpela. De este modo, incluso en el terreno mismo predilecto de
la técnica y de las ciencias, las dos nociones de representación antes contrapuestas
encuentran una dimensión común.

Después de señalar algunos síntomas del desplazamiento de la autocomprensión del


conocimiento hacia el terreno del lenguaje y la acción (numeral 1), el capítulo aborda la
reflexión sobre la noción de representación en cuatro pasos:

- El proyecto cartesiano de auto-fundamentación y el privilegio de la


representación (la representación en las Meditaciones metafísicas) (numerales 2 y 3);

- La otra idea de representación: la representación como acontecimiento


vinculante; en el arte parece persistir una huella de este segundo sentido que puede
ponerse en relación con la repraesentatio en Tertuliano y en Quintiliano y, más
contrastivamente, con la phantasia de los estoicos (numeral 4);

- Exploración del modo en que la representación cartesiana puede vincularse a un


uso muy cartesiano del lenguaje; en efecto, una lectura de las Reglas para la
dirección del espíritu sugiere que Descartes intenta trasladar ciertas cualidades de un
conocimiento afianzado en dispositivos gráficos a un conocimiento afianzado en una
captación inmediata de algo en la conciencia (numeral 5);

3
Introducción

- Reinterpretación de la empresa cartesiana en términos de un intento de


configurar y privilegiar cierto tipo de lenguaje; esa reinterpretación nos pone en
camino hacia una reformulación de la noción moderna de “representación” que la
sustrae hasta cierto punto de su dependencia con respecto a las filosofías de la
conciencia, pero conserva sin embargo su carácter de expresión de la posición
característicamente moderna del hombre frente a lo real y al mismo tiempo da cuenta
—aunque sea parcialmente— de la estrecha conexión (también destacada por
Heidegger como específicamente moderna) entre cálculo y representación (numeral
6).

Tal vez el afán de esbozar una respuesta a la pregunta por lo que en el horizonte de la
modernidad puede ser la representación nos ha llevado a lecturas forzadas o simplemente
equivocadas. Obviamente no es disculpa suficiente subrayar que el presente no pretende ser
un trabajo de historia de la filosofía y que ni siquiera intenta una reconstrucción de la
historia de un concepto. Lo que nos interesa ante todo es abrirnos camino hacia la noción
de representación que a nuestro juicio acompaña la actual precomprensión del ser como
disponible. De todas maneras, por la conciencia de los peligros antes señalados (y aunque
sabemos que al apoyarnos así en una serie de fragmentos no nos protegemos de errores de
lectura o de interpretación global) nos hemos permitido recargar las notas a pie de página
con citas bastante extensas. A pesar de todos los riesgos que implica el intento de poner en
relación horizontes tan diversos, esperamos que nuestro texto pueda ser leído como una
suerte de diálogo en cuyo interior el contraste con tradiciones de pensamiento anteriores y
posteriores ayuda a poner de relieve la originalidad de algo tan central para la filosofía
moderna como la noción cartesiana de representación y tal vez justifica la dirección en la
que intentamos reconsiderar esa noción.

4
5.

La representación como dispositivo de certeza: de los gráficos y los signos sobre el


papel a las ideas claras y distintas en la conciencia

La representación tal y como aparece en las Meditaciones de Descartes tiene un


carácter acentuadamente “mental”. Más exactamente, corresponde a una relación
inmediata de la conciencia subjetiva (un ego que frente a la radicalidad de la duda
metódica ha tenido que reconocerse como pura res cogitans, como mero soporte
incorpóreo del pensar) con lo que desde esa relación se predetermina como objetivo. Lo
objetivo es precisamente lo que se presta a esa relación. En realidad, ese privilegio de la
inmediatez que aparece en las Meditaciones o en el Discurso del método, no es una mera
opción infundada. No cabe suponer que Descartes haya lanzado arbitrariamente la semilla
de los equívocos centrales de la filosofía moderna. Lo que tal vez ha hecho Descartes es
exponer en su máxima generalidad la perspectiva que a él mismo se le abría a raíz de una
serie de experiencias fructíferas de delimitación y construcción en algunos campos del
conocimiento.

A nuestro parecer es en las Reglaspara la dirección del espíritu (más que en las
Meditaciones) donde pueden hallarse indicaciones sobre el carácter de certeza inmediata
atribuido a ciertas representaciones privilegiadas, y específicamente sobre la labor previa
que en muchos casos esa certeza presupone: una labor de delimitación y de construcción
para asegurar la inmediatez. En las Reglas juega un papel central la traducción
espontánea (mecanismos de la sensación, de la imaginación, de la memoria) o deliberada
(criterios y procedimientos ofrecidos por Descartes como parte de su método) de todo lo
sensible a figuras; igualmente sucede con la traducción —en la medida en que lo exigen
las limitaciones y la necesidad de simultaneidad en la consideración—de figuras y de
relaciones puestas bajo forma de figuras (o reconocidas a partir de las figuras) a trazos y
signos escritos. Se trata de un laborioso camino al final del cual todo lo relevante se ha
5. La representación como dispositivo de certeza…

hecho captable mediante un coupd'oeil. Descartes ofrece razones a priori e indicaciones


de procedimiento que prácticamente aseguran que ese camino de “extensionalización” y
“simbolización” pueda seguirse paraenfrentar todas las cuestiones que atañen a lo
sensible. Aunque lo incorpóreo, que no posee figura o no puede traducirse a figura y que
será precisamente lo privilegiado en las Meditaciones, queda por fuera de ese proyecto de
traducción a un conocimiento certero mediante figuras y signos, ello puede y debe ser
conocido, según Descartes, con el mismo tipo de necesidad y de inmediatez intuitiva. La
inmediatez intuitiva de las “ideas claras y distintas” como punto de llegada ideal y como
criterio de verdad está —a nuestro juicio— calcada de la inmediatez intuitiva que
Descartes había alcanzado y experimentado en diversos campos del conocimiento
matemático y natural. En las Reglas es muy claro el papel que juega en este sentido el
empleo pertinaz de las figuras y de los signos. La figura y el signo escrito son
dispositivos cuyas cualidades de plena accesibilidad, de posibilidad de una
caracterización explícita exhaustiva, y de reductibilidad a elementos simples, suscitan una
experiencia de plena posesión y dominio que termina confiriéndole a la síntesis
laboriosamente construida (Descartes dirá “preparada”) los rasgos de la evidencia
inmediata. Tal vez esta experiencia de inmediatez y de cabal entrelazamiento entre
elementos plenamente dados es el secreto del ideal de inmediatez intuitiva que Descartes
instala en el centro mismo de la metafísica moderna. En otras palabras, sospechamos que
las cualidades de nitidez, inmediatez e incorregibilidad supuestas (y buscadas) en la
relación de la conciencia subjetiva con sus objetos podrían no ser sino expresión de una
ilusión —y una voluntad— suscitadas por el entusiasmo con la transparencia de la
mathesis.

5.1. El comienzo de las Reglas para la dirección del espíritu parece paradójico.
Mientras la primera regla se apoya en una crítica de las restricciones que involucra toda
especialización y manifiesta las pretensiones omnienglobantes del proyecto cartesiano
(“dirigir el espíritu para que pueda formar juicios sólidos y verdaderos sobre todas las
cosas que se le presentan”. Reglas, AT, X, 3592), la segunda establece una tajante
delimitación del ámbito de objetos relevantes: aquellos susceptibles de ser conocidos con

2
Citamos la traducción de Ezequiel de Olaso y Tomás Zwanck (Descartes, Reglas, pp. 33-131). Los pasajes
se indicarán con paginación de AT. El subrayado, tanto en esta cita como en la siguiente, es nuestro.

6
5. La representación como dispositivo de certeza…

certeza (“Debemos ocuparnos únicamente de aquellos objetos que nuestro espíritu parece
poder conocer de un modo cierto e indudable”. Reglas, AT, X, 362). Se trata de
conocerlo todo pero dentro de ese todo solo se admite lo que puede conocerse con
certeza. En cierto sentido, el conjunto de las reglas no hace más que desarrollar esta
aparente paradoja mostrando cómo el privilegio de la certeza puede ser fructífero y
terminar siendo menos restrictivo de lo que parece en un principio.

Descartes concibió las Reglas para la dirección del espíritu como un tratado con tres
partes, cada una formada por doce reglas. En las doce primeras Descartes considera
“haber expuesto todo lo que a nuestro juicio puede facilitar de algún modo el uso de la
razón” (Reglas, AT, X, 429). En las doce siguientes, de las que sólo redactó nueve,
Descartes se propone tratar las cuestiones “que se comprenden perfectamente aunque se
ignore su solución”. Para la tercera parte, que hasta donde sabemos nunca fue escrita,
deja las cuestiones “que no se comprenden perfectamente” (Reglas, AT, X, 429). Lo
“perfectamente comprensible” ocupa el primer plano aunque repetidas veces se anuncia
como preparación para un paso que en las Reglas no se da; de un modo sintomático, en la
redacción misma de las Reglas Descartes aplaza la consideración de lo otro.

7
5. La representación como dispositivo de certeza…

La primera parte de ese escrito culmina con la regla XII que, según Descartes, puede
considerarse como la conclusión de lo expuesto en las once primeras. 3 El propio
enunciado de la regla es muy general:

“Finalmente es preciso emplear todos los recursos del entendimiento, de la


imaginación, de los sentidos y de la memoria, lo mismo para tener una intuición
distinta de las proposiciones simples que para comparar convenientemente lo que
se busca con lo que se conoce, a fin de descubrirlas, o para encontrar aquellas
cosas que deben ser comparadas entre sí, de modo que no se deje de lado ningún
recurso de la habilidad humana” (Reglas, AT, X, 410).

Esta movilización de “todos los recursos” y el énfasis en la comparación serán de


hecho desarrollados en la segunda parte de las Reglas. El comentario bastante extenso4
que acompaña esta regla encierra más bien una exposición global de la teoría del
conocimiento de Descartes. Tal exposición permite un inventario ordenado de aquellos
“recursos” y prepara la tesis según la cual todo conocer será un comparar. El punto de

3
Como ya se señaló, mientras la primera regla expone y justifica la amplitud de la pretensión del proyecto,
la segunda propone una drástica autolimitación a favor de aquello que pueda conocerse con certeza. Según
Descartes, esta regla “nos prohibe perder el tiempo” (Reglas, AT, X, 364); así la delimitación propuesta
apunta en dirección a lo que hoy llamaríamos eficacia o productividad de la discusión y que significa un
privilegio radical de aquellos argumentos que garantizan la aquiescencia del interlocutor y por ende el
establecimiento del consenso (las “discrepancias entre los hombres de talento” no son sino el síntoma de la
ausencia de tales argumentos: “si las razones del uno fueran ciertas y evidentes, las podría exponer al otro
de tal manera que terminara por inclinar también su entendimiento”, Reglas,AT, X, 363). A continuación
(regla III), Descartes señala los dos únicos medios de indagación que quedan abiertos: intuir con claridad y
evidencia o deducir con certeza. La investigación de la verdad requiere del método que no es más que “el
orden y la disposición de los objetos a los que debemos dirigir la penetración de la inteligencia para
descubrir alguna verdad” (Reglas, AT, X, 379), yendo de lo complejo y oscuro a lo simple y claro para
regresar luego de esto a aquello (reglas IV y V). Debe reconocerse un orden que corresponde a las
jerarquías y a las “distancias” lógicas entre las ideas (regla VI). Ante la imposibilidad de captar estas
últimas mediante una sola mirada deben someterse a revisión mediante un “movimiento continuo e
ininterrumpido del pensamiento” para lo cual es necesaria una enumeración completa y ordenada (regla
VII). Donde la intuición resulte imperfecta hay que detenerse; además es menester habituarse a reconocer
intuitivamente la verdad con distinción y claridad y adquirir sagacidad en el seguimiento del orden en cosas
sencillas ya descubiertas por otros (reglas VIII, IX y X). Además el “movimiento continuo” requerido por
la regla VIII debe acompañarse de una reflexión sobre las diversas relaciones entre lo sucesivamente
considerado, procurando “concebir distintamente varias cosas a la vez” y aprendiendo a apreciar la
intuición intelectual como opuesta a la deducción y a la enumeración (regla XI). A estas alturas del texto, el
llamado a cultivar la captación simultánea de un conjunto de cosas y de relaciones es aún muy genérico. En
la segunda parte de las Reglas adquirirá un contenido bastante más específico ligado de raíz con el uso de
dispositivos gráficos y simbólicos.
4
Los textos que acompañan las reglas XII y XIV son, de lejos, los más extensos (ocupan, respectivamente,
19 y 14 páginas de las 110 páginas consagradas a las reglas en la edición Adam-Tannery).

8
5. La representación como dispositivo de certeza…

partida es el enunciado del carácter primordial de la relación sujeto-objeto 5 y una


caracterización general de ambos polos: un “nosotros que conocemos” y los objetos del
conocimiento.

5.2. Según Descartes, el “nosotros que conocemos” puede caracterizarse


completamente por cuatro facultades: sentidos, imaginación, memoria y entendimiento.
Como veremos, la explicación del funcionamiento de las tres primeras confiere un papel
crucial a las figuras; en cambio la cuarta, el entendimiento, se caracteriza por una
relación dual con ellas: de un lado, es capaz de captarlas en cuanto formadas o recibidas
en la fantasía con máxima distinción; y, del otro, se define prácticamente por su
capacidad de conocer prescindiendo de ellas (al actuar como entendimiento “puro”).

Descartes comienza, en efecto, ofreciendo una explicación completamente mecánica


de la sensación, dondeel mecanismo es además el mismo para los cinco sentidos: la parte
(o “membrana”) más externa del correspondiente órgano recibe la huella del objeto
externo. Tal “recepción” consiste en una modificación de su figura. Apoyándose además
en un ejemplo significativo (la utilización de diversos tipos de rayado sobre el papel para
representar diversos colores), Descartes afirma tajantemente la posibilidad de traducir
todas las cualidades y, más precisamente, todas las diferencias cualitativas a figuras: “la
multitud infinita de las figuras basta para expresar todas las diferencias de los objetos
sensibles” (Reglas, AT, X, 413;el subrayado es nuestro). Una transmisión mecánica (sin
traslado de materia) hace que la figura formada en la parte externa de cada sentido se
transfiera al sentido común que la imprime en la “fantasía” o imaginación. En ambas
ocasiones Descartes emplea el símil del sello que imprime una figura en la cera. En
realidad, Descartes afirma explícitamente que no se trata de una metáfora:“[la fantasía] es
una verdadera parte del cuerpo, y de una magnitud tal que sus diversas partes pueden
revestir varias figuras distintas entre sí, y que suelen guardarlas durante mucho tiempo, y
entonces reciben el nombre de memoria” (414).6 Además en esa fantasía pueden
5
“En lo que se refiere al conocimiento de las cosas, hay que considerar solamente dos puntos: nosotros que
conocemos y los objetos que deben ser conocidos” (Reglas, AT, X, 411).
6
Puede verse aquí un claro paralelismo con la idea estoica de que la representación es una huella (typosis)
en el alma semejante a la producida por los anillos en la cera. Es más: en la última aclaración Descartes
parece tener en cuenta las objeciones de Crisipo a Cleante según las cuales “es imposible que haya varias
figuras al mismo tiempo en un mismo lugar” (Diógenes Laercio, VidasVII, 50; y Sexto Empírico, Adv.
Math., VII, 228).

9
5. La representación como dispositivo de certeza…

originarse nuevas figuras, lo que le permite a Descartes explicar la imaginación en tanto


facultad activa y su relación con el movimiento.7 Si los sentidos pueden provocar la
formación de figuras en la imaginación, también la imaginación puede suscitar los
movimientos requeridos para posibilitar ciertas sensaciones. Del mismo modo,
entendimiento e imaginación son facultades que pueden actuar cada una sobre la otra. Sin
embargo también existen objetos que el entendimiento debe conocer prescindiendo
completamente de la imaginación y de la sensación.8

Aunque Descartes presenta todas estas explicaciones como debiendo ser admitidas ya
que, al igual que las que hacen los geómetras,“no disminuyen en nada la verdad de las
cosas” y “de ningún modo debilitan la fuerza de las demostraciones” (Reglas, AT, X,
412), él insiste en otorgarle un sentido literal a las mismas:

“[...] todos los sentidos externos [...] solo sienten pasivamente, hablando con
propiedad, de la misma manera que la cera recibe la impresión de un sello. Y no
se piense que esto se dice por analogía, sino que se debe concebir que la figura
externa del cuerpo que siente es realmente modificada por el objeto del mismo
modo que la que hay en la superficie de la cera es modificada por el sello”
(Reglas, AT, X, 412).

Si por un lado todos los sentidos reciben en primera instancia figuras, por el otro el
carácter visual y táctil de la figura la convierte en objeto óptimo de los sentidos. 9 Es así
como Descartes puede emplear una vez más el mismo esquema de absolutización-
delimitación usado en las dos primeras reglas. Por un lado, “el concepto de figura es tan
común y simple que está implicado en toda cosa sensible”; y por el otro, por ejemplo para
explicar el color sin “admitir inútilmente o imaginar a la ligera un nuevo ser [...]
solamente hacemos abstracción de todo, excepto lo que tiene naturaleza de figura”
(Reglas, AT, X, 413). Podemos limitarnos deliberadamente a la consideración de las

7
Aquí, en cambio, la formulación es compatible tanto con la concepción aristotélica, como con la
concepción estoica del papel de la phantasia en el movimiento.
8
Aquí también se podría establecer una relación con los “incorpóreos” de los estoicos.
9
“Es muy útil concebir así estas cosas, porque nada cae bajo la acción de los sentidos tan fácilmente como
una figura, pues se toca y se ve” (Reglas, AT, X, 413).

10
5. La representación como dispositivo de certeza…

figuras, tanto más cuanto toda diferencia sensible es expresable mediante diferencias de
figura y todo conocimiento de lo sensible revela ser una comparación.

El entendimiento es para Descartes una fuerza incorpórea unitaria, activa y pasiva que
puede “recibir […] las figuras del sentido común simultáneamente con la fantasía”, que
puede “aplicarse […] a las que guarda la memoria”, o que puede “formar otras nuevas”.
En cuanto activo el entendimiento imita al sello, en cuanto pasivo a la cera (pero —
Descartes lo indica enfáticamente— esta vez sólo en sentido metafórico). Queda
esbozado así un doble uso del entendimiento: frente a lo incorpóreo debe defenderse solo;
frente a lo corpóreo,en cambio, debe ayudarse con la imaginación y los sentidos y
también acudir a un segundo sensible que son las figuras artificiales “reducidas”, las
cuales son “más útiles en cuanto más breves”.10 Queda esbozado así el papel que
Descartes asignará más adelante a las figuras trazadas y a los signos escritos.

5.3. Las “figuras” juegan así un papel relevante en ambos polos de la relación entre
sujeto y objeto de conocimiento. En la medida en que consideremos en las cosas
solamente las figuras (y traduzcamos las demás cualidades y relaciones a ellas), y en la
medida en que privilegiemos selectivamente en nosotros la claridad, en el completo
“darse”—propio de las figuras— se hace alcanzable esa inmediatez intuitiva que
caracteriza la “evidencia”que Descartes busca. Esta opción por las figuras permite
además dar un contenido bastante preciso a la oposición, decisiva para el método
cartesiano, entre las cosas simples y las cosas compuestas. Lo simple es aquello en torno
a lo cual el conocimiento puede nuclearse intuitivamente para partir hacia la conquista de

10
En el mismo texto en que Descartes resume la doble característica del entendimiento introduce las
consideraciones que le permitirán privilegiar las figuras trazadas y los signos escritos:
“[...] se concluye con certeza que si el entendimiento se ocupa de objetos que no tienen nada de corpóreo,
no puede ser auxiliado por aquellas facultades [los sentidos, la imaginación y la memoria corporal], sino,
por el contrario, para no verse entorpecido por ellas será preciso prescindir de los sentidos, y despojar en lo
posible a la imaginación de toda impresión distinta. Pero si el entendimiento se propone examinar algo que
pueda referirse al cuerpo, su idea se ha de formar en la imaginación lo más distintamente posible, y para
hacerlo con mayor comodidad hay que mostrar a los sentidos externos la cosa misma que esa idea
representa. Una pluralidad de objetos no hace más fácil para el entendimiento una intuición distinta de cada
uno. Mas para sacar una deducción de una pluralidad, cosa que es preciso hacer ordinariamente, debemos
excluir de nuestras ideas sobre las cosas todo lo que nos exija una atención inmediata a fin de que la
memoria pueda retener fácilmente el resto; y, del mismo modo, no es necesario presentar entonces las cosas
mismas a los sentidos externos, sino más bien algunas figuras reducidas de las mismas que, con tal de que
basten para evitar las fallas de la memoria, serán más útiles cuanto más breves” (Reglas,AT, X, 416-7; el
subrayado es nuestro).

11
5. La representación como dispositivo de certeza…

lo complejo.11 Pero lo simple no está en las cosas mismas sino que viene dado en
necesaria relación con el conocimiento.12 La afirmación es casi tautológica: en cuanto
concierne al conocimiento, la cosa es en el modo en que se presta al conocimiento. Por
ello el conocimiento puede ser “contraevidente” con respecto a los sentidos y a las
opiniones recibidas. Por ello puede también deslizarse, sobre la base de suposiciones
como las que hacen los geómetras, en dirección a la autofundamentación.

La figura es en las Reglas un ejemplo recurrente de lo que Descartes llama una


naturaleza simple. Desde el punto de vista de la existencia real, no hay figuras separadas
de la extensión y de la corporeidad y, sin embargo, el conocimiento sensible ocurre
porque la figura se transmite con cierta independencia de la extensión y de la corporeidad
y, sobre todo, porque el entendimiento puede considerarla por separado y encuentra en tal
consideración un alto grado de seguridad.

5.4. Lo que hace Descartes es construir y afianzar progresivamente un campo por


principio exento de error que se organiza en torno a las ideas simples, pues en su
captación no puede haber equivocación u oscuridad. El campo así afianzado corresponde
al ámbito de operación válida de la “intuición intelectual”. Para Descartes, en efecto,

“[...] la intuición intelectual se aplica ya a conocer todas esas naturalezas simples,


ya a todas las conexiones necesarias que existen entre ellas y finalmente a todo lo
demás de que el entendimiento tiene la experiencia precisa de que existe en sí
mismo o en la fantasía” (Reglas,AT, X, 425).

Aunque la figura formada a propósito de un objeto puede ser infiel, la captación por
parte del entendimiento de esa figura en tanto figura que se ofrece al entendimiento no
puede contener engaño alguno. Si se cancelan sus pretensiones de fidelidad y se toman en

11
En efecto, para construir la oposición entre cosas simples y cosas compuestas, Descartes solicita
previamente que se le acepte una separación entre lo que es hablar de una cosa en particular refiriéndonos a
su existencia real, y lo que es hablar de ella en relación a nuestro conocimiento. Esta diferencia es decisiva
para la definición misma de lo que es una cosa simple porque, mientras desde el primer punto de vista (el
de la existencia real) algún cuerpo extenso figurado puede ser uno y simple, en relación al conocimiento no
es simple y presenta tres naturalezas: corporeidad, extensión y figura, siendo cada una de éstas simple
porque “la inteligencia no puede dividirlas en varias cuyo conocimiento sea más distinto aún” (Reglas, AT,
X, 418).
12
La afirmación de Descartes en este sentido es tajante: “no podemos entender nunca nada más allá de esas
naturalezas simples y de la especie de mezcla o composición que existe entre ellas” (Reglas, AT, X, 422).

12
5. La representación como dispositivo de certeza…

su facticidad, las huellas grabadas o producidas en la imaginación se convierten en meras


manifestaciones inmediatas de lo que efectivamente son: “todo lo recibido de la
imaginación está verdaderamente grabado en ella” (Reglas,AT, X, 423).

Esta dimensión de verdad en la facticidad (que tan importante papel juega en la


fenomenología de este siglo) es constitutiva de la noción cartesiana de experiencia:
“Experimentamos todo lo que percibimos por los sentidos, todo lo que aprendemos de
otros y, en general, todo lo que llega a nuestro entendimiento, ya del exterior, ya de la
contemplación refleja que realiza de sí mismo” (422-423). Con una actitud bastante
estoica, Descartes asume como eje ineludible de la experiencia la facticidad de los
cogitata en tanto que cogitata. La experiencia queda así desarmada: “ninguna experiencia
puede engañar jamás al entendimiento si se limita solamente a la intuición precisa del
objeto, tal como lo posee en sí mismo o en imagen” (423). Canceladas las pretensiones de
fidelidad a las cosas reales, las ideas que llegan al entendimiento o se forman
espontáneamente en él pueden ser objeto de una captación inmediata y certera. Se
produce así una generalización del acceso inmediato a las figuras al acceso inmediato a
las ideas. Estas aparecen como “poseídas […] en sí mismas o en imagen” por el
entendimiento, pero su posesión en sí mismas se modela —especialmente en cuanto a sus
cualidades de inmediatez y certeza— sobre su posesión en imagen. Indicaremos algunas
implicaciones de esa generalización.

5.5. Descartes postula que las naturalezas simples pueden ser de tres clases: las
puramente materiales, o “las que no conocemos más que en los cuerpos como la figura, la
extensión, el movimiento, etc.”; las comunes, que son “las que indiscriminadamente se
atribuyen ya a los objetos corpóreos, ya a los espíritus, como la existencia, la unidad, la
duración y otras cosas semejantes”; y las puramente espirituales, que son “las que el
entendimiento conoce por una luz innata y sin el auxilio de ninguna imagencorpórea”
(Reglas,AT, X, 419; el subrayado es nuestro). Descartes señala cómo, por ejemplo,

“nos es imposible imaginar ninguna idea corpórea que nos represente lo que es el
conocimiento, la duda, la ignorancia, la acción de la voluntad, que podemos
llamar volición, y otras cosas semejantes, todas las cuales conocemos, sin
embargo, verdaderamente y con tanta facilidad que nos basta para ello con estar

13
5. La representación como dispositivo de certeza…

dotados de razón” (419).13

Ahora bien, los tres tipos de naturalezas simples van a ser objeto de un conocimiento
inmediato e incontestable: “estas naturalezas simples son todas conocidas por ellas
mismas y no contienen ninguna falsedad” (Reglas,AT, X, 420;el subrayado es nuestro).
La única posibilidad de error está en una composición equivocada.14 Del conocimiento
inmediato e incontestable de las figuras, Descartes da el paso al conocimiento inmediato
e incontestable de las ideas; el costo de esta generalización terminará siendo doble: la
identificación entre razón (“luz natural”) y apercepción reflexiva, y la teoría de las ideas
innatas. El entendimiento “puro” ha sido concebido a imagen y semejanza de un
entendimiento “impuro” que se supone que conoce lo sensible a través de un acceso
inmediato a figuras.

El método cartesiano no es más que el ordenamiento y la disposición de todos los


objetos del conocimiento de un modo tal que sea posible conocerlos a través de una
sistemática reconducción a ese tipo de inmediatez.

5.6. Si la patencia de la figura le sirve de modelo a Descartes para concebir la idea


como representación privilegiada del objeto, a su vez es posible que esa patencia no sea
en el fondo más que una extrapolación de la que ofrecen las figuras trazadas y los signos
escritos. Unas y otros son reconocidos en su materialidad sensible y privilegiados como
auxiliares del conocimiento en la segunda parte de las Reglas.15 ¿Pero son meramente
auxiliares? Hemos recordado ya que esa segunda parte trata sobre las cuestiones “que se
13
Nos parece que el hecho de que para Descartes las nociones comunes puedan conocerse de ambas
maneras (“por el entendimiento puro o por el mismo entendimiento que ve por intuición las imágenes
materiales de las cosas”, Reglas, AT, X, 419-20) apoya nuestra sospecha de que el conocimiento de lo
incorpóreo es en Descartes un conocimiento calcado en sus rasgos del conocimiento de lo corpóreo
(mediado por las figuras) y de que la única diferencia sustancial (de la que se derivarán todas las demás) es
que en el conocimiento incorpóreo no se puede conocer mediante figuras.
14
Según Descartes “no podemos engañarnos más que cuando nosotros mismos componemos de algún
modo las cosas que creemos” (Reglas, AT, X, 423). Al mismo tiempo, la intuición, la captación inmediata
de la necesidad vuelve a ser la guía en esa composición: “Pero está en nuestro poder evitar este error, a
saber no uniendo jamás varias cosas entre sí, a no ser que veamos por intuición que la unión de la una con
la otra es absolutamente necesaria” (425).
15
La regla XV reza: “Casi siempre es también útil trazar estas figuras y presentarlas a los sentidos externos
a fin de mantener por este medio más fácilmente la atención de nuestro pensamiento” (Reglas, AT, X, 453).
En un comentario, allí mismo, Descartes explica la función instrumental atribuida al trazado de las
figuras;se trata de “trazarlas para que al ponerlas delante de los ojos se formen más distintamente sus
imágenes en nuestra imaginación”.

14
5. La representación como dispositivo de certeza…

comprenden perfectamente”, es decir,aquellas sobre las cuales la aplicación de las reglas


puede llevarse a feliz término. Con respecto a esas cuestiones Descartes garantiza
comprensibilidad y no solubilidad (aunque ésta pueda derivarse de aquella). Los
dispositivos facilitados por la escritura (figuras y signos) derivan por construcción su
sentido de su uso potencial. Este se prevé y se orienta de modo que facilite —en las
cuestiones “plenamente comprensibles”— la plena realización de cada uno de los pasos
del método cartesiano.

Que una cuestión pueda comprenderse “perfectamente” significa, pues, que es


reductible a cosas simples y claras, que puede someterse a una descomposición
(“división”) y a una enumeración exhaustiva, que es susceptible de un ordenamiento que
permite pasar de la intuición de las cosas simples involucradas a la de las relaciones
relevantes (reglas V a X). Significa, además, que todo lo involucrado puede ser ordenado
de tal manera y aprehendido o representado bajo la forma de figura, de tal modo que la
cuestión en su conjunto pueda ser intelectualmente intuida por un movimiento continuo e
idealmente instantáneo (en el sentido de una captación simultánea —como la que ofrece
una ecuación— de todos los elementos y relaciones involucrados) (reglas XI y XII). En la
segunda parte de las Reglas, Descartes intenta concretar el camino hacia
dicha“comprensión“ en las cosas que son susceptibles de ella. Sucintamente ese camino
corresponde a la reducción de todo conocimiento del tipo que está en discusión a una
comparación16, específicamente a una comparación entre magnitudes 17 que a su vez puede
16
“[E]n todo razonamiento solo conoceremos con precisión la verdad mediante una comparación [...]Todo
conocimiento que no se adquiere por la intuición simple y pura de un objeto aislado se adquiere por la
comparación de dos o más objetos entre sí [...] casi todo el esfuerzo de la razón humana consiste en
preparar esta operación” (Reglas, AT, X, 439-440). La preparación de la comparación (en la cual jugarán
un papel importante la extensionalización y la representación mediante figuras simples) es lo decisivo
“porque cuando [la operación de comparación] es manifiesta y simple no hay necesidad de ninguna ayuda
del método, sino que basta únicamente la luz natural para lograr la intuición de la verdad que se obtiene por
aquella” (440).
17
La preparación de la comparación es una explicitación de lo que puede ser comparado, de lo común a las
cosas comparadas. Toda comparación entraña una reducción a la igualdad que es, según Descartes,
precisamente algo “comprendido bajo la noción de magnitud”. La argumentación —un poco escueta— de
Descartes es la siguiente: “Observemos que las comparaciones se llaman simples y manifiestas cuando la
cosa buscada y la cosa dada participan igualmente de cierta naturaleza; y que las demás comparaciones solo
necesitan preparación porque aquella naturaleza común no está igualmente en las dos, sino según ciertas
otras relaciones o proporciones en las que va envuelta; y que la mayor parte del esfuerzo humano no
consiste más que en reducir estas proporciones, de modo que se vea claramente la igualdad que existe entre
lo que se busca y algo conocido. […] Se debe notar después que solo es susceptible de más y de menos lo
que puede ser reducido a esta igualdad, y que todo ello está comprendido bajo la denominación de
magnitud” (Reglas, AT, X, 440). Más adelante, dentro del mismo comentario a la regla XIV, Descartes

15
5. La representación como dispositivo de certeza…

ser traducida a una comparación de extensiones 18abocable mediante figuras simples


trazadas sobre el papel cuando se trata de solo dos magnitudes 19 y con la ayuda de signos
—lo más concisos posibles— en el caso de que intervengan más de dos magnitudes.20 La
inmediatez con que las correspondientes figuras se ofrecen al entendimiento es decisiva.
Tal vez el germen mismo de la “claridad y distinción“ cartesiana debe buscarse en su
práctica de clarificación y simplificación de figuras y simbolismos. Sin esta referencia a

afirmará tajantemente: “solo hay dos géneros de cosas que se comparan entre sí: las pluralidades y las
magnitudes” (450).
18
Descartes pasa cuidadosamente de las magnitudes en general a la extensión. Anuncia que se trata de
“servirnos, no del entendimiento puro, sino del entendimiento auxiliado por las especies pintadas en la
fantasía” valiéndose del hecho de que “de las magnitudes en general no se dice nada que no sea posible
referirlo también a cualquier magnitud particular”. Y prosigue: “De donde es fácil concluir que nos será útil
aplicar lo que veamos que se dice de las magnitudes en general a aquella especie de magnitud que se pinta
más fácil y distintamente que las demás; ahora bien, que esta especie de magnitud es la extensión real del
cuerpo, con abstracción de todo, excepto de que tiene figura, se sigue de lo dicho en la regla duodécima,
donde vimos que la fantasía misma con las ideas que existen en ella no es otra cosa más que un verdadero
cuerpo real extenso y figurado. Lo cual es también evidente por sí mismo, puesto que en ningún otro sujeto
se muestran más distintamente todas las diferencias de las proporciones [...]”.
Descartes concluye el párrafo con un resumen del modo en que las cuestiones perfectamente determinadas
se dejan referir completamente a la extensión y a las figuras: “Quede pues, ratificado y fijo que las
cuestiones perfectamente determinadas no contienen más dificultad que la que consiste en desarrollar las
proporciones en igualdades; y que todo aquello en que encontremos precisamente esta dificultad puede y
debe ser separado fácilmente de cualquier otro objeto, y luego ser referido a la extensión y a las figuras, de
las que, por lo tanto, vamos a tratar exclusivamente desde ahora hasta la regla vigésimoquinta, dejando de
lado toda otra consideración” (Reglas, AT, X, 441; los subrayados son nuestros). La extensionalización
permite una radical homogeneización de las cuestiones: “Aquí, pues, nos ocupamos de un objeto extenso,
no considerando en él más que la extensión misma [...] suponemos que todas las cuestiones han sido
llevadas a un punto en que no se pretende otra cosa que conocer una determinada extensión comparándola
con otra ya conocida. Como no esperamos conocer aquí ningún nuevo ente, sino queremos solamente
reducir las proporciones, por complicadas que sean, al punto de llevar lo desconocido a la igualdad con
algo conocido, es cierto que todas las diferencias de proporciones que existen en los demás sujetos pueden
hallarse también entre dos o más extensiones, y, por consiguiente, basta considerar para nuestro fin en la
extensión misma todo lo que puede ayudar a exponer las diferencias de las proporciones y que consiste
solamente en tres cosas: la dimensión, la unidad y la figura” (447).
19
Se trata de recurrir de una manera muy selectiva a las figuras que expresan óptimamente las
proporciones: “En cuanto a las figuras, ya se mostró antes cómo únicamente por medio de ellas se pueden
formar las ideas corporales de todas las cosas; nos queda por advertir en este lugar que de sus innumerables
especies diferentes solo emplearemos aquí las que expresan más fácilmente todas las diferencias de
relaciones o proporciones. Pero solo hay dos géneros de cosas que se comparan entre sí: las pluralidades y
las magnitudes; y tenemos también dos géneros de figuras que nos sirven para concebirlas; pues, por
ejemplo, los puntos

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5. La representación como dispositivo de certeza…

lo que es una figura o una notación sistemáticamente depurados, la idea de las “ideas
claras y distintas” puede perder sus especificidades cartesianas.

Esmediante figuras y signos y sobre figuras y signos que los imperativos cartesianos
de reductibilidad a elementos simples claros y distintos, de ordenabilidad y de
enumerabilidad pueden no solo satisfacerse a cabalidad sino garantizar una plena
captación sintética como la requerida en la regla XI. También es esa la perspectiva en la
que la extensionalización de todas las cualidades sensibles arroja sus frutos. Aunque cada

que representan un número triangular, o el árbol que explica la genealogía de alguien etc., son figuras que
sirven para representar la pluralidad; en cambio, las figuras continuas e indivisas, como el triángulo, el

cuadrado, etc. representan magnitudes” (Reglas, AT, X, 450-1).


Descartes va a privilegiar la representación mediante figuras rectangulares (porque “entre las dimensiones
de una magnitud continua no hay ninguna que concibamos con más perfecta distinción que el largo y el
ancho” (Reglas,AT, X, 452)) y segmentos de recta. En geometría y en “cualquier otra materia” es menester
abstraer las proporciones y para tal propósito “basta conservar... las superficies rectilíneas y rectangulares o
las líneas rectas que llamamos también figuras, porque mediante ellas como mediante las superficies
imaginamos que el sujeto es verdaderamente extenso [...] y finalmente [...] mediante estas mismas figuras
debemos representar lo mismo las magnitudes continuas, como también la pluralidad o el número [...]el
espíritu humano no puede encontrar nada más simple para exponer todas las diferencias de las relaciones”
(452; el subrayado es nuestro).
Por eso en el desarrollo de la regla XV se propondrá el trazado de figuras rectangulares (“por lo que se
refiere a los términos de la proposición, si se ha de atender a la vez a dos de sus magnitudes diferentes, las
mostraremos mediante un rectángulo, cuyos dos lados serán las magnitudes propuestas”) y se propondrán
tres maneras de representar la unidad (“por un cuadrado ⃞, si la consideramos como larga y ancha, o por una
línea ____________ , si sólo la consideramos como larga, o finalmente, por un punto● , si no la
consideramos de otro modo que en cuanto componente de la pluralidad”, Reglas, AT, X, 453).
20
Según la regla XVI “las cosas que no exigen la atención inmediata de la inteligencia, aunque sean
necesarias para la conclusión, es mejor representarlas por signos muy concisos que por figuras completas”
(Reglas, AT, X, 454). La función de esos signos es doble: sustituyen la memoria y posibilitan la captación
simultánea. Esto hace posible respetar la limitación de las figuras que sólo permiten, según Descartes,
representar adecuadamente dos dimensiones: “[...]como no se deben contemplar, según dijimos, en una y
misma intuición de los ojos o de la inteligencia, más de dos dimensiones diferentes de las innumerables que
pueden representarse en nuestra fantasía, es importante retener todas las demás, de modo que se nos
presenten fácilmente siempre que sea necesario, para cuyo objeto parece que la naturaleza ha instituido la
memoria. Pero como esta facultad es muchas veces fugaz, y para no vernos obligados a emplear parte de
nuestra atención en renovar la memoria mientras estamos ocupados en otros pensamientos, el arte ha
inventado muy felizmente el uso de la escritura, confiados en cuya ayuda no confiamos aquí absolutamente
nada a la memoria, sino que, dejando libre toda la fantasía para las ideas presentes, trazaremos sobre el
papel lo que es preciso retener, y esto por medio de signos muy concisos para que después de haber
examinado distintamente cada cosa según la regla novena podamos, de acuerdo con la undécima, recorrer
todas con un movimiento rapidísimo del pensamiento y ver intuitivamente, a la vez, el mayor número
posible” (454-5; el subrayado es nuestro).

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5. La representación como dispositivo de certeza…

ente sea susceptible de infinitas dimensiones, las cuestiones plenamente comprensibles


son aquellas en las que el análisis permite aislar y representar adecuadamente las
dimensiones relevantes.21

Figuras y signos como los construidos por Descartes llegan a tal grado de concisión y
de exhaustividad, y se mueven a tal punto en el terreno de la necesidad, que su uso
adquiere rasgos de intemporalidad y de universalidad que pueden terminar justificando
plenamente la idea de una captación completa, inmediata e “incorregible”. La certeza y
su privilegio se han incubado sobre el papel.22 La noción cartesiana de representación
deriva posiblemente de lo que puede entenderse como una buena representación sobre el
papel. Lo que ella es, no como copia o imagen especular de lo real 23 sino como su plena y
Sobre la base de un ejemplo, Descartes advierte que su uso de los signos no está subordinado (como lo
puede estar para los calculadores) al logro del resultado sino a la expresión clara y distinta de las relaciones
de dependencia involucradas: “Todo esto lo distinguimos nosotros que buscamos un conocimiento evidente
y distinto de las cosas; pero no los calculadores, que se sienten satisfechos con tal de encontrar la suma
buscada, aunque no adviertan cómo depende de los datos, en lo que, sin embargo, consiste única y
propiamente la ciencia” (Reglas, AT, X, 458). Antes Descartes ha propuesto su notación para las
magnitudes conocidas, para las desconocidas, para sus múltiplos y sus potencias, afirmando que “con este
procedimiento no sólo economizaremos muchas palabras, sino, lo que es más importante, presentaremos
los términos de la dificultad tan puros y despojados que, sin omitir nada útil, no contendrán, sin embargo,
nada superfluo y que ocupe inútilmente la capacidad del espíritu cuando la inteligencia tenga que abarcar
varias cosas a la vez” (455).Según Descartes su método da cuenta de aspectos fundamentales de la
aritmética y de la geometría. Antes de exponer lo que entiende por objeto extenso y por dimensión, afirma
que se propone “demostrar acerca de él [el objeto extenso], lo más fácilmente que podamos, todo lo que
hay de verdadero en la aritmética y en la geometría” (447). Sin embargo, Descartes considera
explícitamente que el alcance de su método desborda ampliamente el ámbito de las matemáticas: “[...] no
temo decir que esta parte de nuestro método no ha sido inventada para resolver los problemas matemáticos
sino más bien que éstos casi deben ser aprendidos sólo para ejercitarse en la práctica de este método” (442).
21
“Por dimensión no entendemos otra cosa que el modo y razón según la cual un sujeto es considerado
como mensurable [...] en el mismo sujeto puede haber infinitas dimensiones diversas y que si bien no
añaden nada en absoluto a las cosas mensurables, se entienden de la misma manera, ya tengan un
fundamento real en los sujetos mismos, o bien hayan sido imaginadas por arbitrio de nuestra inteligencia
[...] Y, sin embargo, todas estas cosas se comportan del mismo modo [...]” (Reglas, AT, X, 447-8; el
subrayado es nuestro). Tales dimensiones, tengan base real o intelectual deben ser consideradas por pares
cuidando que dejar de considerar a alguna en cierto momento no signifique su negación. Paradójicamente
hasta la unidad que podría ser “abstraída” conserva en Descartes un substrato multidimensional: “[...] pero
de cualquier modo que sea representada y concebida [la unidad], entenderemos que es un objeto extenso en
todos los sentidos y susceptible de infinitas dimensiones” (453).
22
Según Descartes su método da cuenta de aspectos fundamentales de la aritmética y de la geometría. Antes
de exponer lo que entiende por objeto extenso y por dimensión, afirma que se propone “demostrar acerca
de él [el objeto extenso], lo más fácilmente que podamos, todo lo que hay de verdadero en la aritmética y
en la geometría” (Reglas, AT, X, 447). Sin embargo, Descartes considera explícitamente que el alcance de
su método desborda con mucho el ámbito de las matemáticas: “[...] no temo decir que esta parte de nuestro
método no ha sido inventada para resolver los problemas matemáticos sino más bien que éstos casi deben
ser aprendidos sólo para ejercitarse en la práctica de este método” (442).
23
Nuestra lectura de Descartes ha sido orientada en parte por algunas sugerencias contenidas en el trabajo
de RortyPhilosophy and theMirror of Nature (1979). En particular resulta importante su énfasis en el

18
5. La representación como dispositivo de certeza…

despótica aprehensión sobre el papel, puede comprenderse mejor en relación a esa


práctica moderna por excelencia que es el diseño. La representación —si evitamos
algunos de los malentendidos suscitados por la generalización de Descartes, sin renunciar
empero a su descubrimiento— no es más que el anverso del diseño. La diferencia más
importante sería que el diseño pretende anticipar una práctica mientras que la
representación permanece en un horizonte más teorético. Sin embargo, hasta donde la
conocemos, una de las reflexiones más radicales sobre el método experimental y sobre
los sistemas de signos, la adelantada por Peirce, subraya de nuevo la profunda unidad
entre ambos.

5.7. En Descartes la representación de lo sensible tiene lugar a través de una


mediación ineludible: la figura que ha sido presumida como dotada del tipo de
accesibilidad inmediata que se logra cuando se emplea una buena gráfica o una buena
notación en matemáticas. Mediante esa accesibilidad inmediata de la figura Descartes
logra romper la ilimitada red de relaciones involucrada en todo conocimiento, red que tal
vez no podría ofrecer en ningún punto específico una resistencia frontal a la duda
escéptica metódicamente exacerbada. La representación de lo no sensible es una
prolongación de la representación de lo sensible a lo que no tiene figura ni puede
traducirse a figuras. Así las ideas que formamos a propósito de los objetos incorpóreos, al
igual que las figuras que se forman en nuestra imaginación a propósito de lo sensible, se
ofrecen —en tanto que tales— a la captación completa y sin error por parte del
entendimiento. La figura sólo puede ser falsa si no se la toma en tanto que mera figura, si
se pretende que ella da cuenta de algo que se encuentra más allá de ella. Los objetos
incorpóreos son prácticamente definidos por Descartes por el hecho de que, aunque no
pueden alimentar el circuito de formación de figuras en la imaginación, pueden ser

“acceso inmediato e incorregible” que en Descartes caracteriza la relación de la conciencia con las
“representaciones privilegiadas”. Nos parece sin embargo que a falta de una genealogía como la que hemos
esbozado, se puede exagerar la arbitrariedad de la inmediatez y certeza de las representaciones cartesianas.
Locke es quien emplea la metáfora del espejo (AnEssayConcerningHuman Understanding, II, 1, 25).
Nuestra lectura muestra por qué Descartes no puede valerse de esa metáfora para pensar la noción de
representación. La “figura” que se le presenta con inmediatez al entendimiento presupone procesos de
selección y transformación (extensionalización). Claro está que esta selección y transformación — que
opera con notorio éxito en buena parte de la investigación contemporánea— encuentra sucedáneos
problemáticos cuando se trata de enfrentar lo incorpóreo. Rorty no considera el modelo latente de la
mathesis, tal vez porque su enjuiciamiento, más que contra Descartes, está dirigido contra aquellos de sus
herederos y contrincantes que mantuvieron y radicalizaron una filosofía convertida en una teoría del
conocimiento centrada en entidades y procesos ubicados en una “conciencia subjetiva”.

19
5. La representación como dispositivo de certeza…

conocidos tan directamente como éstas. El entendimiento intuye así, sin ninguna
posibilidad de engaño, los objetos que “posee en sí mismo“.

Paradójicamente, al mismo tiempo que renueva — en una dirección subjetivizante—


la problemática de la adecuación entre intelecto y cosa, Descartes mismo acude en su
argumentación a un reconocimiento sin precedentes del papel de algunos elementos
objetivados (como las figuras trazadas y los signos escritos), reconocimiento que de
algún modo podría servir de base para una teoría del conocimiento sin sujeto (en el
sentido clásico), que se centraría en las relaciones entre tales objetivaciones y lo real, o
entre tales objetivaciones y los complejos de lenguaje y acción. En ambas direcciones
Descartes parece haber absolutizado una experiencia: la de la mathesis.

La extensionalización posibilita la traducción de cualquier relación a relaciones


geométricas representables gráficamente. La traducción es autosuficiente en el sentido de
que las figuras encierran plenamente lo relevante para el conocimiento de esa relación.
Además, las figuras empleadas son ilimitadamente repetibles. Su ubicuidad como
dispositivo contrasta sustancialmente con su capacidad para dar cuenta de la ubicación.
En este sentido la figura es un medio de ubicación perfectamente des-ubicado. Lo real es
primariamente lo que se deja reducir a figuras. Allí donde la red mecánica de la
producción y reproducción de las figuras no opera surge un garante que es el sujeto. El yo
y sus ideas surgen como la prolongación — por otros medios— de una radical
extensionalización.

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5. La representación como dispositivo de certeza…

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