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Argumento Ontologico y Cosmologico

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Ariel Jaslin Jiménez.

De los argumentos principales para demostrar la existencia de un ente


divino: el argumento cosmológico y argumento ontológico. Exposición
desde Aristóteles, Tomás de Aquino y Francisco Suárez.
En el orden de esta disciplina, la Metafísica, es prioritario llegar al entendimiento de si hay,
o no, un ente divino, pues se trata aquí del ente en cuanto ente, de sus causas, de sus tipos y
de sus demás configuraciones; verbigracia, el acto y la potencia, los géneros y las especies,
los predicamentos, etc.; y en lo que compete al discurso sobre las causas, alcanzar una
demostración la cual verse acerca de la naturaleza de aquello que ha causado todo lo que
existe es indispensable; de suerte que solemos decir que la teología natural -que parte de los
hecho (efectos) para proferir esclarecimiento de la causa primera- es muy importante para la
Metafísica, en un sentido medular.
Ahora, para la teología natural, el inteligir la naturaleza del ente de la cual esta es objeto en
tanto ciencia está condicionado por una pregunta fundacional: ¿Existe ente divino? La
columna central de esta ciencia es la respuesta que de esta pregunta se dé. Pues bien, a este
problema se puede responder de muchas y variopintas maneras, pero, para propósitos de este
ensayo se expondrán dos, porque se les considera las más importantes, ya que son
constituyentes explícitos o implícitos de cualquier otra demostración que se haga respecto a
este asunto. Estas respuestas son llamadas argumento cosmológico y argumento ontológico,
y serán abordadas desde tres autores centrales: Aristóteles, Tomas de Aquino y Francisco
Suárez. Se los considera prioridad en la exposición por razón de que tienen presentaciones
disimiles y, en parte, complementarias, lo cual ayuda a una mayor aprehensión de las
demostraciones presentadas.
Aristóteles esgrime una división de los tipos de ente, y esto es así gracias a aquel apotegma
que él dicta: “El ser se dice de muchas maneras”. Entre estas divisiones distinguimos dos
fundamentales. Por un lado, están los tipos de substancia; del otro está la distinción entre acto
y potencia. Primeramente, se dice que existe una sustancia sensible, de aprehensión sensorial,
la cual es identificable en el orden de lo corruptible (de aquello que se puede dar de otra
manera, y no necesariamente); hay, por otra parte, una sustancia eterna, véase, por ejemplo,
la materia primera, de la que se puede decir que es informe e indeterminada; por último, se
dice hay una que es inmóvil, ergo, incorruptible, y, por ser la causa eficiente aquello que
pone en movimiento a una cosa, diremos que, también, es incausada (si tomamos como causa
a aquello que genera movimiento, a mucho pesar de la pluralidad de significados que existen
del término “causa”). En segundo lugar, otra configuración o modo de ser de la sustancia es
el binomio del acto y la potencia; la potencia es propia de la materia y de lo sensible, de lo
que puede ser de otra manera; el acto pertenece al orden formal de los entes, en tanto aquel
contenga el modo télico de estos. El acto tiene una mayor jerarquía y una prioridad por sobre
la potencia; la potencia es sí misma de algo, i.e. el acto: o sea, a la potencia le sobreviene,
por necesidad de su naturaleza, actualizarse.
“En primer lugar porque las cosas que son posteriores en cuanto a la generación son
anteriores en cuanto a la forma específica, es decir, en cuanto a la entidad (así, el adulto es
anterior al niño, y el hombre al esperma: pues lo uno posee ya la forma específica y lo otro,
no), y porque todo lo que se genera progresa hacia un principio, es decir, hacia un fin (aquello
para lo cual es, efectivamente, principio, y el aquello para lo cual de la generación es el fin),
y el acto es fin, y la potencia se considera tal en función de él: desde luego, los animales no
ven para tener vista, sino que tienen vista para ver, y de igual modo, se posee el arte de
construir para construir, y la capacidad de teorizar para teorizar, pero no se teoriza para tener
la capacidad de teorizar, a no ser los que están ejercitándose: y es que éstos no teorizan, a no
ser de este modo, o bien, porque no necesitan en absoluto teorizar.” (Aristóteles, libero IX,
c.8, 1050a4 -1050a14)
La potencia, por sí misma, no puede generar movimiento; sino que requiere del acto, ya que
no puede actuar; luego, debe de haber un acto pleno, de potencia falto, el cual sea el ente
mayor en la escala del ser; de no haberlo, y dado que la potencia no puede actualizar ni
concretar nada, ya que está desprovista de la capacidad de informar, capacidad propia del
acto, no habría nada concreto ni con forma; hay, efectivamente, entes con forma, luego hay
un acto pleno.
En este argumento se habla de un ente generador, ingenito e incorruptible; cualidades todas
homologables con la divinidad. Hace referencia a la necesidad de esa causa incausada, como
algo que no puede no ser, y que se tiene que dar para que cualquier cosa se dé; de modo que
no solo se demuestra su existencia, sino su naturaleza.
Con la exposición del argumento del motor inmóvil esgrimida, pasemos, ahora, a un
aristotélico medieval, el cual viene a otorgarnos nuevo entendimiento sobre el ente divino:
Tomás de Aquino. Principalmente, Aquino nos da luz acerca de si puede haber conocimiento
fiable de Dios por parte de la razón natural. Y, ciertamente, en virtud de su labor de teólogo,
nos dice que sí; sin embargo, a la pregunta no se le puede dar una respuesta tan reducida,
porque tiene una importancia y es indispensable que sea respondida a cabalidad. Los matices
referentes a esta afirmación de que el conocimiento de Dios es posible a la razón natural son:
Dios es evidente quod se (para sí); no obstante, no es evidente quod nos (para nosotros). Dios,
en la plenitud de su esencia, no nos es dado cognoscitivamente, diremos, de manera evidente;
o sea, no es aprehendido simple e inmediatamente, ya que su naturaleza no se llega a
comprender del todo por medio del nombrar y del razonamiento.
“Hay que decir: La evidencia de algo puede ser de dos modos. Uno, en sí misma y no para
nosotros; otro, en sí misma y para nosotros. Así, una proposición es evidente por sí misma
cuando el predicado está incluido en el concepto del sujeto, como el hombre es animal, ya
que el predicado animal está incluido en el concepto de hombre. De este modo, si todos
conocieran en qué consiste el predicado y en qué el sujeto, la proposición sería evidente para
todos. Esto es lo que sucede con los primeros principios de la demostración, pues sus
términos como ser-no ser, todo-parte, y otros parecidos, son tan comunes que nadie los
ignora. Por el contrario, si algunos no conocen en qué consiste el predicado y en qué el sujeto,
la proposición será evidente en sí misma, pero no lo será para los que desconocen en qué
consiste el predicado y en qué el sujeto de la proposición. Así ocurre, como dice Boecio, que
hay conceptos del espíritu comunes para todos y evidentes por sí mismos que sólo
comprenden los sabios, por ejemplo, lo incorpóreo no ocupa lugar. Por consiguiente, digo:
La proposición Dios existe, en cuanto tal, es evidente por sí misma, ya que en Dios sujeto y
predicado son lo mismo, pues Dios es su mismo ser, como veremos consiste Dios; para
nosotros no es evidente, sino que necesitamos demostrarlo a través de aquello que es más
evidente para nosotros y menos por su naturaleza, esto es, por los efectos.” (Suma de
Teología. I. q. 2. a. 1)
Por tanto, Dios debe ser demostrado mediatamente, a partir de sus efectos, de los cuales
somos parte, en tanto criaturas; esta es una demostración a posteriori:
1. Todo ser es movible, excepto Dios: “La primera y más clara es la que se deduce del
movimiento. Pues es cierto, y lo perciben los sentidos, que en este mundo hay
movimiento. Y todo lo que se mueve es movido por otro. De hecho, nada se mueve a
no ser que, en cuanto potencia, esté orientado a aquello por lo que se mueve. Por su
parte, quien mueve está en acto. Pues mover no es más que pasar de la potencia al
acto. La potencia no puede pasar al acto más que por quien está en acto.” (Suma de
Teología. I. q. 2. a. 3)
2. Todo ser es efecto, excepto Dios: “La segunda es la que se deduce de la causa
eficiente. Pues nos encontramos que en el mundo sensible hay un orden de causas
eficientes. Sin embargo, no encontramos, ni es posible, que algo sea causa eficiente
de sí mismo, pues sería anterior a sí mismo, cosa imposible. En las causas eficientes
no es posible proceder indefinidamente porque en todas las causas eficientes hay
orden: la primera es causa de la intermedia; y ésta, sea una o múltiple, lo es de la
última. Puesto que, si se quita la causa, desaparece el efecto, si en el orden de las
causas eficientes no existiera la primera, no se daría tampoco ni la última ni la
intermedia. Si en las causas eficientes llevásemos hasta el infinito este proceder, no
existiría la primera causa eficiente; en consecuencia, no habría efecto último ni
causa intermedia; y esto es absolutamente falso. Por lo tanto, es necesario admitir
una causa eficiente primera. Todos la llaman Dios.” (Suma de Teología. I. q. 2. a. 3)
3. Todo ser es contingente, excepto Dios: “La tercera es la que se deduce a partir de lo
posible y de lo necesario. Y dice: Encontramos que las cosas pueden existir o no
existir, pues pueden ser producidas o destruidas, y consecuentemente es posible que
existan o que no existan. Es imposible que las cosas sometidas a tal posibilidad
existan siempre, pues lo que lleva en sí mismo la posibilidad de no existir, en un
tiempo no existió. Sí, pues, todas las cosas llevan en sí mismas la posibilidad de no
existir, hubo un tiempo en que nada existió. Pero si esto es verdad, tampoco ahora
existiría nada, puesto que lo que no existe no empieza a existir más que por algo que
ya existe. Si, pues, nada existía, es imposible que algo empezara a existir; en
consecuencia, nada existiría; y esto es absolutamente falso. Luego no todos los seres
son sólo posibilidad; sino que es preciso algún ser necesario. Todo ser necesario
encuentra su necesidad en otro, o no la tiene. Por otra parte, no es posible que en los
seres necesarios se busque la causa de su necesidad llevando este proceder
indefinidamente, como quedó probado al tratar las causas eficientes (núm. 2). Por lo
tanto, es preciso admitir algo que sea absolutamente necesario, cuya causa de su
necesidad no esté en otro, sino que él sea causa de la necesidad de los demás. Todos
le dicen Dios.” (Suma de Teología. I. q. 2. a. 3)
4. Todo ser es limitado; excepto Dios: “La cuarta se deduce de la jerarquía de valores
que encontramos en las cosas. Pues nos encontramos que la bondad, la veracidad, la
nobleza y otros valores se dan en las cosas. En unas más y en otras menos. Pero este
más y este menos se dice de las cosas en cuanto que se aproximan más o menos a lo
máximo. Así, caliente se dice de aquello que se aproxima más al máximo calor. Hay
algo, por tanto, que es muy veraz, muy bueno, muy noble; y, en consecuencia, es el
máximo ser; pues las cosas que son sumamente verdaderas, son seres máximos,
como se dice en II Metaphys. Como quiera que, en cualquier género, lo máximo se
convierte en causa de lo que pertenece a tal género— así el fuego, que es el máximo
calor, es causa de todos los calores, como se explica en el mismo libro 8—, del
mismo modo hay algo que en todos los seres es causa de su existir, de su bondad, de
cualquier otra perfección. Le llamamos Dios.” (Summa Theologiae. I. q. 2. a. 3)
5. Todo ser es relativo, excepto Dios: “La quinta se deduce a partir del ordenamiento de
las cosas. Pues vemos que hay cosas que no tienen conocimiento, como son los
cuerpos naturales, y que obran por un fin. Esto se puede comprobar observando cómo
siempre o a menudo obran igual para conseguir lo mejor. De donde se deduce que,
para alcanzar su objetivo, no obran al azar, sino intencionadamente. Las cosas que no
tienen conocimiento no tienden al fin sin ser dirigidas por alguien con conocimiento
e inteligencia, como la flecha por el arquero. Por lo tanto, hay alguien inteligente por
el que todas las cosas son dirigidas al fin. Le llamamos Dios.” (Suma de Teología. I.
q. 2. a. 3)
Siendo de orden deductivo, las vías tomistas se fundamentan en el argumento del motor
inmóvil, homologable al argumento cosmológico; de ese tipo fue el primero, y primero
también en la presentación de un proto-argumento ontológico, ya que Aristóteles sostiene
que el acto primero es absolutamente necesario, como dice de Dios San Anselmo; en
resumidas cuentas, que la esencia de Dios permite su pensamiento de parte nuestra, y si
tiene esencia tiene existencia, ya que aquella implica esta, por definición. A este respecto
habla Suárez, diciendo que los entes son ab se, o sea, que son por sí mismos, y son ab
alio, o sea, que son por otros; pero Dios, al ser increado, no puede recibir el ser del otro;
de esto se sigue que Dios es absolutamente por sí (cf. Diputaciones Metafísicas,
Diputación XXVIII, Sección 1, 6-8).
La distinción entre entes necesarios y contingentes parecen constituir la medula de los
dos argumentos (el cosmológico y el ontológico); ya que, a partir de demostrar la
condición de contingencia de la causalidad, se puede, adecuadamente, demostrar que hay
una causa incausada; de lo contrario, el proceso causal se extiende ad infinitum, y, así, no
habría universo. De modo que no se puede pensar al ente divino como inexistente, según
las demostraciones expuestas; no siendo la mera intuición del ente divino condición
suficiente para su conocimiento, toda demostración sobre él tiene que partir desde lo que
es cercano a nosotros.
Se denota acá, de nuevo, que entender cuál es la causa primera de todo lo que existe es
fundamental para la Metafísica, y cómo se han esgrimido argumentos tan trabajados para
propósitos arquicos; o sea, del orden de los principios. Es necesario, también, ver los
diferentes modos en los cuales se presentan los argumentos, y dilucidar las tan evidentes
similitudes y diferencias, a fin de que podamos verificar la complementariedad de las
posiciones.

Referencias.
-Aquino, T., (2001), Suma de Teología I, Biblioteca de autores cristianos, Madrid.
-Aristóteles, (1998), Metafísica Versión Trilingüe, Editorial Gredos, Madrid.
-Suarez, F., (1962), Diputaciones Metafísicas Volumen IV, Editorial Gredos, Madrid.

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