Antecedentes Históricos Ética de La Investigación
Antecedentes Históricos Ética de La Investigación
Antecedentes Históricos Ética de La Investigación
Facultad de Medicina
Escuela de Tecnología Médica
Carrera de Nutrición
La investigación en sujetos humanos tiene una historia de larga data, casi tan larga como la
historia de la medicina. La necesidad de conocer el organismo humano “por dentro”, de
desentrañar procesos internos, funciones e interacciones ha sido y continúa siendo un elemento
básico de la profesión médica. Como no podría ser de otra manera, esta necesidad de obtener
conocimiento es unánimemente reconocida como un bien de la profesión. Sin embargo, el modo y
circunstancias en que se obtiene ese conocimiento, necesariamente vinculado a alguna forma de
experimentación, ha sido siempre objeto de controversias en la historia de la medicina occidental
desde sus inicios. Podríamos decir entonces que la cuestión de los límites éticos, es decir, hasta
dónde y cómo se puede experimentar en el cuerpo de seres humanos sin apartarse de los fines de
la práctica médica, no es una cuestión nueva. Lo nuevo en todo caso es el replanteo de los fines de
la medicina en las últimas décadas y a quién compete decidir sobre ese límite.
La mayoría de los autores que se han ocupado del tema coinciden en que la investigación en seres
humanos registra un pasado tortuoso, que no se ha ahorrado crueldad, sufrimiento y abusos de
todo tipo (1). No importa qué tan lejos en el tiempo se rastreen sus antecedentes, ésta parece ser
la constante que ha signado la historia de la investigación en seres humanos y que ha determinado
en gran medida el desarrollo de códigos, guías, normas y leyes que, en general, llegaron después
de los sucesos aberrantes. Y es que, al igual que en otros ámbitos de la actividad humana, en la
ciencia y en particular, en la medicina, también hay víctimas y explotados, así como también hay
justificaciones de esa explotación que a veces revisten la forma de sofisticados argumentos.
b) Los aspectos éticos, concernientes a los criterios con que diferentes épocas juzgaron, también
de manera diferente, los procedimientos utilizados por los médicos para obtener conocimiento.
c) Los aspectos ideológicos (sociales, políticos y económicos) en los que debe insertarse el análisis
de los aspectos lógicos y éticos, si se asume que investigadores e investigados forman parte de
una estructura social en la que el intercambio entre el saber biomédico y las representaciones y
prácticas sociales no son una cuestión menor en esta historia y mucho menos en la actualidad.
1) Un primer período, que va desde los comienzos de la medicina occidental hasta fines del siglo
XIX.
2) Un segundo período, desde comienzos del siglo XX hasta mediados del mismo.
4) Un cuarto período, con el que se inaugura el tercer milenio y por el cual estamos transitando
conflictivamente.
Dedicaremos mayor esfuerzo de explicitación al tercer y cuarto período, dado que los problemas
éticos que allí se plantean son en gran medida cuestiones abiertas, sobre las que se centra el
debate actual sobre la ética de la investigación en seres humanos.
La exposición histórica de D. Gracia, toma como base dos dimensiones de la clínica que han estado
presentes en la medicina occidental desde sus comienzos, aunque no siempre los médicos hayan
sabido diferenciarlas, lo que sucede aún en la actualidad: la de la práctica y la de la investigación.
De acuerdo a ello, a la pregunta ¿Qué separa ambas dimensiones de la clínica? Se han dado
históricamente, según Gracia, dos respuestas:
El principio del doble efecto, que ha sido un pilar de la ética clásica –y lo continúa siendo, en la
medida que tiene sus representantes actuales, básicamente dentro de la moral católica, de gran
repercusión en la ética médica- establece que ciertos efectos indeseables que se derivan de un
acto necesario, realizado con intención benéfica, son moralmente permitidos. Un ejemplo típico
de la aplicación de este principio es la administración de drogas en dosis cuyo efecto puede ser
letal, para calmar el dolor y la angustia insoportables de un enfermo en estadio terminal. Se
entiende que el efecto primario que se persigue con el acto es disminuir el sufrimiento del
moribundo, aunque secundariamente, el mismo acto produzca el efecto de acelerar el proceso del
morir.
Se entiende pues, en este planteo que el efecto principal buscado con el acto médico era curar o
aliviar al enfermo, pero si en ocasión de ello, el médico podía adquirir conocimientos, esto no era
contrario a la moral.
La segunda respuesta, surgida ya en el siglo XX, diferencia ambas dimensiones “por un factor
objetivo, como es la validación. (...) Según este segundo criterio, nada puede considerarse
diagnóstico o terapéutico si en el proceso de investigación no se ha probado su condición de tal y
que por tanto, nada puede pertenecer a la práctica clínica que antes no haya pasado por la
investigación clínica.”
El concepto de validación adquiere así una importancia cada vez mayor en la medicina actual
(también llamada “medicina basada en evidencia”) de modo que traza una línea divisoria entre las
prácticas médicas coexistentes: las que son clínicas=validadas y las que no revisten esa condición,
que a su vez pueden ser de dos tipos: las que están en proceso de validación (prácticas
experimentales) y las que no están en proceso de validación (prácticas empíricas).
Primer período
Los procedimientos en que se basó el desarrollo de las ciencias biológicas en general y de las
ciencias médicas en particular durante este período que se extiende desde la medicina hipocrática
hasta finales del siglo XIX, fueron:
- La analogía, que consiste en aplicar al ser humano los conocimientos adquiridos en otras
especies biológicas.
- El azar, ya que las heridas ocasionadas en guerras o accidentes proveían un aprendizaje fortuito a
los médicos que intervenían tratando de curarlas.
- La enfermedad, como una suerte de situación experimental de la que el médico aprendía, como
hemos visto, intentando diagnosticarla y curarla en la persona enferma.
En definitiva, pareciera ser que durante este extenso período, la investigación en seres humanos
con fines puramente cognoscitivos, si bien no ha sido una práctica infrecuente, no contó con el
consenso de la comunidad médica, que la consideró inmoral básicamente por las razones
apuntadas más arriba.
No obstante, es preciso entender bien lo siguiente: no es que los médicos antiguos estuvieran en
contra de la investigación, ya hemos dicho que la obtención de conocimiento ha sido siempre un
fin valioso para la medicina. Sólo que supeditado a un fin más valioso en torno al cual se instituyó
la práctica médica: el beneficio (cura o ayuda) de los enfermos.
Por eso es importante tener en cuenta el cambio de lógica que trajo aparejado el desarrollo del
método experimental en el ejercicio de la medicina a partir del siglo XVII, que plantea el
interrogante: ¿Cómo curar o ayudar (y en su caso, prevenir) sin antes experimentar?
A propósito de ello, las respuestas de Thomas Percival (finales del siglo XVIII) y de Claude Bernard
(mediados del siglo XIX) dan cuenta de este cambio de lógica que repercute en lo que se considera
bueno para los enfermos, aunque sin abandonar el modelo “clásico” que, como vimos, antepone
el beneficio del paciente sobre el que recae el acto médico a la ampliación del conocimiento,
reconocida como un objetivo benéfico, pero secundario.
En palabras de Percival:
“Es por el beneficio público, y especialmente por el bien de los pobres (...) por lo que los nuevos
remedios y los nuevos métodos (...) deben ser ideados. Pero en la ejecución de este saludable
objetivo, el médico debe hallarse escrupulosa y concienzudamente dirigido por la sana razón.” (Th.
Percival, 1803)
Los nuevos remedios y nuevos métodos a los que Percival se refiere como un objetivo saludable
aluden sin duda a los frecuentes experimentos farmacológicos y quirúrgicos que se realizaban por
la época en los cuales, la intención terapéutica parecía desdibujarse bastante en la obtención de
conocimiento útil para otros y a futuro. Frente a ello, Percival no condena ni paraliza el avance de
la mentalidad científica que se perfila ya en la medicina, pero recomienda un proceder guiado por
la sana razón, es decir, por una recta conciencia (ética) del fin benéfico del acto médico al que se
subordinan los otros objetivos.
“Se tiene el deber, y por consiguiente el derecho de practicar sobre el hombre una experiencia
siempre que ella pueda salvarle la vida, curarle o procurarle una ventaja personal. El principio de
moralidad médica y quirúrgica consiste, pues, en no practicar jamás sobre un hombre una
experiencia que no pueda más que serle nociva en un grado cualquiera, aunque el resultado pueda
interesar mucho a la ciencia, es decir, a la salud de los demás.”
Esta respuesta ubica a Bernard dentro de la tradición hipocrática. Sin embargo, Jonsen (3) observa
que moribundos y condenados a muerte no eran considerados “pacientes”, de modo que las
obligaciones de beneficencia médica no recaían sobre ellos, sino sólo la prohibición de la ética
cristiana de no dañar al prójimo. Esto significa que se podía experimentar con estos sujetos sin
violar los preceptos de la ética médica. Algo similar puede decirse de los pobres y mendigos y de
otros grupos socialmente excluidos y condenados.
Segundo período
Como hemos podido ver, a lo largo del extenso período caracterizado más arriba, no aparecen
referencias a la cuestión de la voluntariedad de los sujetos de experimentación, ya fueran ellos
enfermos o sanos, como un requisito importante para llevar a cabo un experimento. Esto se
explica por el modelo paternalista de ejercicio de la profesión médica que se mantuvo vigente y
prácticamente incuestionado hasta mediados del siglo XX. El supuesto era, desde luego, que el
médico sabía lo que era bueno para el paciente y actuar de modo contrario era actuar en contra
de la ética médica, con las excepciones que hemos visto más arriba, los condenados a muerte,
quienes no eran considerados pacientes.
Sin embargo, las cosas fueron un tanto diferentes en el terreno de la experimentación, tanto en
Europa como en Estados Unidos: en esta nueva etapa que se inicia en los primeros años del siglo
XX, ya no estará claro que el beneficio de un paciente concreto sea el criterio único y fundamental
para justificar la experimentación en seres humanos. La lógica de la investigación, que registraba
cambios importantes por esa época, produciría cambios importantes también en la ética médica,
de modo tal que podrán justificarse moralmente experimentos que causen daños inequívocos,
incluso la muerte, a los sujetos sobre los que se experimentaba, en la medida en que éstos
hubieran dado su consentimiento voluntario. Veamos esto con mayor detalle.
Este exige, según Gracia, las siguientes condiciones, que veremos con cierto detalle por su
importancia para comprender la naturaleza de la moderna investigación clínica y las cuestiones
éticas que derivan de ella:
2. La priorización de las investigaciones prospectivas sobre las retrospectivas, puesto que ello
permite definir con mayor exactitud los factores constantes y así conocer con mayor precisión el
comportamiento de las variables.
3. La división de los sujetos en los que se realiza la investigación en dos grupos: grupo activo
(tratado con el producto experimental) y grupo control (tratado con un producto de acción
conocida o con placebo).
4. La aleatorización en la asignación de los sujetos a cada grupo, para evitar o neutralizar los
sesgos de la investigación.
5. El control de los factores subjetivos de todos los que intervienen en el estudio (simple ciego,
doble ciego, etc.)
Llegó un momento en que no alcanzaría con que los investigadores experimentaran sobre sí
mismos, sus familiares o los asistentes de sus propios equipos: la necesidad creciente de reclutar
participantes, llevó a justificar la validez moral de un experimento, aún con riesgo de muerte, si el
sujeto daba su consentimiento voluntario. En términos generales, esto se interpreta como un
avance de la autonomía sobre la beneficencia. Sin embargo, si analizamos las circunstancias de
esos experimentos, vemos que se trata de sujetos que de un modo u otro tienen fuertes
condicionamientos debido a una situación que hoy llamaríamos de vulnerabilidad (soldados,
sujetos institucionalizados, minorías raciales, etc.)
Los abundantes ejemplos que dan cuenta de los abusos y denuncias ponen en tela de juicio el
avance de la autonomía, si por ella entendemos la capacidad de las personas para ponderar sin
coacciones los riesgos y beneficios de su participación en un experimento. Del hecho de que
algunos investigadores, indagados sobre la validez moral de ciertos experimentos que causaron
daño a personas sanas, justificaran los mismos declarando que eran morales porque habían sido
consentidos no se sigue que realmente lo hayan sido (4).
Tercer período
Ya no es importante la intención de los investigadores sino sus acciones y las consecuencias que
de ellas se derivan y no son los mismos investigadores quienes evaluarán estas consecuencias sino
un sistema normativo que tenga en cuenta los intereses de la sociedad en su conjunto y de los
grupos vulnerables en particular.
El primer código que pretendía establecer criterios de regulación para la investigación en seres
humanos, paradójicamente se redactó en Alemania en 1931 (5).
Este hecho parece ser de algún modo, un primer antecedente para demostrar la insuficiencia de
los Códigos para prevenir acontecimientos.
El Código de Nüremberg de 1947, fue el primer código, luego de la regulación alemana antes
mencionada, en el que se plantea el derecho del individuo a dar su “consentimiento voluntario” y
donde se especifica la importancia de esta regla en tanto sostiene en su Art. 1 que el sujeto debe
gozar de capacidad legal y competencia para realizar una elección libre y estar completa y
verazmente informado para llevarla a cabo.
En 1948 la Asociación Médica Mundial adaptó a su código de ética los postulados de Nuremberg y
los incorporó con prescripciones para los médicos.
Desde los años 50 en particular en EEUU se comienza un largo camino en el terreno de las
regulaciones a través de los National Institute of Health que fueron construyendo las primeras
normativas nacionales y que posteriormente muchos países tomaron como referentes.
En el apartado siguiente se verán los contenidos más importantes de cada una de las
declaraciones de los últimos años.
Una descripción detallada del desarrollo histórico de ellas puede verse en la bibliografía que se
adjunta como material obligatorio (véase Aspectos éticos de la investigación con seres humanos
en Vidal, Susana en su apartado Antecedentes. Los Códigos, Reglamentaciones y Declaraciones).
Esta situación, de constante reparación ante graves violaciones de derechos básicos de las
personas, se ha repetido hacia fines de los noventa con la reacción que produjeron las
investigaciones llevadas a cabo en mujeres embarazadas con VIH estudiando la transmisión
vertical del SIDA en África y que fueran denunciadas por la editora del NEJM, como investigaciones
no éticas en países en desarrollo.
Aún más profunda es la crisis actual de las normativas cuando la declaración universal por
excelencia, Helsinki, ha sufrido duros embates tanto desde el ámbito científico como desde los
sectores que defienden intereses del mercado farmacéutico, que fueron determinando paulatinas
modificaciones que atenúan o diluyen su carácter universalista. Para el tratamiento de este tema
deberá revisarse el trabajo de Garrafa Volnei que acompaña la bibliografía obligatoria de este
módulo.
Cuarto período
1. La validez del respeto por la dignidad personal como fundamento de los derechos que deben
ser protegidos.
2. La necesidad de un único estándar ético que trate con igual respeto y consideración a todos los
seres humanos.
4. Los criterios de justicia que deberían regir, en definitiva, los aspectos éticos de la investigación
biomédica.
1. Rothman, David J.: Human Research: Historical Aspects, en Warren T. Reich (Editor).
Encyclopedia of Bioethics, Revised Edition. The Free Press, Simon & Schuster MacMillan,
New York, 1995. Jonsen, Albert R.: The birth of Bioethics, Oxford University Press, New
York-Oxford, 1998. Gracia, Diego: Profesión médica, investigación y justicia sanitaria, Ed. El
Búho, Santa Fe de Bogotá, 1998.
2. Celso, Los ocho libros de la medicina, Barcelona, 1966, pp. 14-15 cit. por Gracia D., Op. Cit.
p.83).
3. Jonsen, A., Op. Cit. p. 127.
4. Jonsen A., The birth of Bioétics, pp. 130-31
5. Sass H.M. ”Reichsrundschreiben 1931: Pre- Nuremberg German Regulations concerning
New Therapy and Human Experimentation“. The Journal of Medicine and Philosophy. 8:
99-111, 1983. cit. en Kottow. Miguel L. “Investigación en Seres Humanos. Principios Éticos
Internacionales”. Cuadernos del Programa Reg. de Bioética. OPS. Nro. 3, 1996. pp. 41-52.