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Hilarioneslava Cecilianismo

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Hilarión Eslava (1807-1878),

precursor del Cecilianismo


en España
JOSÉ LÓPEZ-CALO*

1. USOS Y ABUSOS EN LA MÚSICA RELIGIOSA

P ara entender lo que fue el Cecilianismo y lo que significó don Hilarión


Eslava en ese movimiento dentro de la historia de la música religiosa en
España, es indispensable decir algo sobre lo que motivó esa necesidad: los
usos y los abusos en la música religiosa.
La música religiosa llegó a una de sus cotas más altas, y seguramente la
que, en conjunto, debe ser considerada la más alta de toda la historia, a par-
tir de la segunda mitad del siglo IX, cuando el llamado “canto gregoriano” al-
canzó, después de una evolución de varios siglos, una perfección suprema,
tanto desde el punto de vista técnico y estético como desde el de la religiosi-
dad, en todos sus aspectos. Durante unos dos siglos mantuvo esta perfección
suprema, no tanto en la composición, pues el repertorio quedó completo, o
casi, desde aproximadamente mediados de ese siglo IX, sino en su interpreta-
ción; y esta última constatación es importante, por cuanto esa interpretación
exigía un esfuerzo considerable, de aprendizaje y de ejecución.
Ese canto era estrictamente monódico, aunque muchas de sus partes las
interpretaba el coro de los monjes, y se cantaba siempre sin acompañamien-
to instrumental alguno. Pero hacia finales del siglo XII un nuevo tipo de mú-
sica, la “polifonía”, es decir, música a varias voces, alcanzó, después de un
proceso evolutivo de casi doscientos años, una perfección muy grande, tanto
técnica como estética, dando origen a la primera “Ars Antiqua” que, partien-
do de París, particularmente de la catedral de Nôtre Dame en cuanto a eje-
cución práctica y de la Universidad por lo que se refería a los aspectos teóri-

* Catedrático Emérito de la Universidad de Santiago de Compostela.

[1] 577
JOSÉ LÓPEZ-CALO

cos, llegó, en muy poco tiempo, a toda Europa, alcanzando, a finales del si-
glo XIII, un desarrollo tan intenso, que dio origen a una variante importante
de ese arte, que en los libros de historia de la música es llamada “Ars Nova” y
que abarca, aproximadamente, todo el siglo XIV1.
Para comienzos de ese siglo, sin embargo, es decir, cuando la “Ars Nova”
estaba ya configurada en sus principales características, se habían ido intro-
duciendo en la música religiosa una serie de elementos ajenos a la espirituali-
dad propia de un arte que debía servir tan sólo para la dignificación del cul-
to, lo que obligó al papa Juan XXII a intervenir, condenando esos abusos, con
un documento, Docta Sanctorum Patrum que, aun sin ser probablemente una
bula papal, sí fue promulgado con toda solemnidad el año 13252.
Después de recordar que la finalidad de la música religiosa es la de rendir
a Dios el culto debido y en la forma debida y, además, “excitar la devoción de
los fieles”, y cómo todo eso se había recibido por la tradición de los Santos
Padres (“Docta Sanctorum Patrum auctoritas”), añade, respecto a los abusos
recientes:
Pero algunos discípulos de una escuela nueva, mientras atienden a me-
dir los compases, prefieren crear con nuevas notas melodías propias antes
que cantar las antiguas [...]; cortan la melodía con hoquetos y la afeminan
con discantos, y aun a veces introducen en ellos triples y motetes en len-
gua vulgar, de modo que en ocasiones hasta desaparece el carácter funda-
mental del antifonario y del gradual3.
Llega a denunciar que algunos imitan, con gestos y visajes, el sentido de
esos cantos nuevos4. Naturalmente, en la segunda parte del documento prohí-
be expresamente esos abusos y manda a los prelados que los cantores que no
se avengan a seguir lo aquí prescrito sean depuestos de sus oficios. Permite,
sin embargo, que “alguna que otra vez”, sobre todo en algunas fiestas princi-
pales, se añadan al canto eclesiástico “algunas consonancias melódicas”,
cuidando, sin embargo, que permanezca intacto e íntegro el canto llano, y
no se inmute por ello nada de música tan bien ordenada; particularmente
porque las melodías de este canto, agradando al oído, provocan la devo-
ción y levantan a Dios los ánimos de los cantores5.

1
Por supuesto, todo eso es bien conocido por los especialistas de historia de la música; pero pa-
reció conveniente recordarlo aquí dado que, por el carácter de la revista Príncipe de Viana, en que se
publica este trabajo, puede ser que lo lean personas que no sean especialistas en esa rama del saber.
2
Una edición crítica moderna de este importante documento pontificio puede verse en ROMITA,
Fiorenzo, Jus Musicae Liturgicae, Roma, Edizioni Liturgiche, 1947, pp. 47-51. Una buena traducción al
español, junto con el original latino, fue publicada en OTAÑO, Nemesio, La música religiosa y la legis-
lación eclesiástica, Barcelona, Isidro Tres Oriol, 1912, pp. 10-13. De él tomo la traducción de los pá-
rrafos o frases que cito a continuación. No consta explícitamente la categoría curial del famoso docu-
mento, pues el manuscrito más antiguo que lo transmite no la expresa; tan sólo dice, respecto a la fe-
cha y al lugar de emisión, que fue expedido en Aviñón, “en el año noveno de nuestro pontificado”; y
aunque no se conserve el original ni otra fuente directa en los archivos pontificios, no puede dudarse
de su autenticidad, y ni siquiera puede excluirse que se trate de una verdadera bula pontificia.
3
Sed nonnulli novellae scholae discipuli, dum temporibus mensurandis invigilant, novis notis inten-
dunt fingere suas, quam antiquas cantilenas cantare malunt [...]; nam melodias hoquetis intersecant, dis-
cantibus lubricant, triplis et motectis vulgaribus nonumquam inculcant, adeo ut interdum antiphonarii et
gradualis fundamenta despiciant.
4
Gestibus simulant quod depromunt [...].
5
Per hoc autem non intendimus prohibere quin interdum, diebus festis praecipue, sive sollemnibus in
Missis et praefatis divinis officiis, aliquae consonantiae, quae melodia sapiunt [...]supra cantum ecclesiasti-

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HILARIÓN ESLAVA (1807-1878), PRECURSOR DEL CECILIANISMO EN ESPAÑA

No fue la única vez que a lo largo de la Edad Media levantó la Iglesia su


voz para denunciar abusos en la nueva música, pues fueron varios los papas,
así como diversos concilios, lo mismo que escritores eclesiásticos, los que in-
tentaron reconducir la música sagrada hacia lo que, en verdad, era su único
fin y su mejor expresión: el culto a Dios y la devoción de los fieles.
Todo fue inútil. La música siguió su curso. Y realmente hay, de los siglos
XIII y XIV, un no pequeño número de composiciones que no se comprende
bien cómo pudieran cantarse en las iglesias. Hasta tal punto llegó entonces la
degradación de la música religiosa.
Todo se purificó, en buena parte, en el siglo XV, sobre todo en su segun-
da mitad, con la introducción de un nuevo estilo musical, el del Renaci-
miento, que adoptó, en los compositores que podríamos llamar la generación
de los dos últimos decenios de ese siglo, es decir, entre Dufay y Josquin, un
estilo melódico mucho más religioso que el que había imperado en los siglos
XIII y XIV, una armonía más equilibrada y, si se puede decir así, más “armo-
niosa”, e incluso un estilo musical basado en el contrapunto imitativo, muy
acorde con la solemnidad religiosa, y hasta devoto, propio del templo y de su
música.
Desgraciadamente, esta nueva música conservó también algunos resabios
de la medieval, particularmente algunos de aquellos “motetes en lengua vul-
gar”, que decía Juan XXII, es decir, componer misas sobre melodías profanas,
incluso cantando algunas voces los textos profanos de esas canciones, mien-
tras las otras cantaban el texto sagrado.
El siglo XVI purificó esto del todo, o casi. Pero incluso un compositor tan
modélico como era Cristóbal de Morales (ca. 1500-1553) tiene algunas de es-
tas misas. No era éste el único elemento que parecía poco conforme con el
verdadero espíritu de la música religiosa. De hecho, fueron varios los conci-
lios nacionales o provinciales que, a partir de hacia 1500, dictaron normas
proponiendo una purificación de la música que entonces se cantaba en las
iglesias, particularmente en las catedrales, para hacerla más religiosa, más de-
vota6, culminando todo esto con diversos cánones y preceptos del Concilio de
Trento.
Se ha magnificado mucho el papel del Concilio de Trento como impulsor
de la reforma de la música sagrada. Naturalmente que su influjo fue muy
grande, decisivo, en la renovacion de la Iglesia, creando el “nuevo mundo” re-
ligioso del que hemos vivido hasta hace muy pocos años; también lo fue en
los aspectos estrictamente litúrgicos, encargando al papa la reforma y edición
oficial de los principales libros litúrgicos: misal, breviario y pontifical. Pero la
influencia de Trento no fue tan grande en lo que se refiere a la música pro-
piamente dicha: respecto del canto llano, la reforma de Palestrina-Zoilo-Ane-
rio-Suriano, que culminó en la “Edición Medicea” de 1614-1615, significó
bien poco, incluso en Italia, aunque en el mundo germánico tuvo un mayor
influjo, hasta el punto de que llegaría a constituir un importante capítulo del

cum simplicem proferantur, sic tamen ut ipsius cantus integritas illibata permaneat, et nihil ex hoc de bene
morata musica imutetur, maxime quum huiusmodi consonantiae auditum demulceant, devotionen provo-
cent, et psallentium Deo animos torpere non sinant.
6
Pueden verse algunos de estos textos –que, sin embargo, no sos los únicos– en ROMITA, Jus Mu-
sicae Liturgicae, pp. 52-58.

[3] 579
JOSÉ LÓPEZ-CALO

“Cecilianismo” del siglo XIX; menor aún fue el influjo trentino respecto de la
polifonía, excepto en el caso de Milán, donde el celo del cardenal Carlo Bo-
rromeo, con su maestro de capilla Vincenzo Ruffo, trató de crear un nuevo
tipo de música polifónica, conforme al espíritu del Concilio, que no tuvo ma-
yor trascendencia.
En cambio, el Concilio sí tuvo un influjo, indirecto sí, pero decisivo, en
la evolución de la música de la Iglesia, creando el espíritu religioso de devo-
ción, de fervor, incluso de ascetismo y mística, que daría a la Iglesia y al mun-
do esa corte de santos de la segunda mitad del siglo XVI, en verdad única en
la milenaria historia de la Iglesia. Ese espíritu religioso, que en muchos casos
–Guerrero,Victoria y tantos otros– alcanzaba un auténtico misticismo de vi-
da espiritual muy alta, manifestada en sus composiciones musicales, se unió
a lo que, en definitiva, fue el motor básico y casi causa principal de la mara-
villosa polifonía de la segunda mitad del siglo XVI que san Pío X, con toda ra-
zón, ponía en su Motu Proprio de 1903 casi a la par con el canto gregoriano
como ideal de la verdadera música religiosa.
Pero esa segunda mitad del siglo XVI elevó a la categoría de indispensables
en el culto dos elementos musicales que ya se estaban gestando en los veinte
o más años anteriores a 1550 y que tendrían una parte decisiva en lo que iban
a ser los “usos y abusos” en la música religiosa de los tres siglos siguientes, has-
ta que se llegó a un punto en que todos, autoridades eclesiásticas y músicos
de iglesia, y hasta músicos de fuera de ella, clamasen por una “restauración”,
volviendo a lo antiguo, “que sería un progreso”7. Esos dos elementos son la

7
“Volvamos a lo antiguo y será un progreso” es una frase que suele atribuirse a Verdi en una car-
ta presuntamente dirigida a Wagner; en realidad, no fue dicha exactamente de ese modo, ni menos fue
dirigida a Wagner, pero sí aparece en una carta a un gran wagneriano y con una expresión que viene a
decir eso mismo; es, de todas formas, el mejor testimonio de aquel sentir universal, dentro y fuera de
la Iglesia, a finales del siglo XIX. Esa frase la escribió Verdi en una carta escrita el 14 de abril de 1892 di-
rigida a Hans von Büllow, en respuesta a una que éste le había enviado una semana antes desde Ham-
burgo, pidiéndole perdón por unas frases que había publicado, muchos años atrás, contra Verdi; por
cierto que en esa carta Büllow refiere precisamente la frase evangélica de “no la letra que mata, sino el
espíritu que vivifica”. Creo que merece la pena copiar las frases exactas de la carta de Verdi que se re-
fieren a esto. Después de manifestar su gratitud al gran maestro germánico por su carta y por su since-
ridad, y de asegurarle que “los artistas verdaderamente superiores juzgan sin prejuicios de escuela, de
nacionalidad o de tiempo” [“Gli artisti veramente superiori giudicano senza pregiudizi di scuole, di na-
zionalità, di tempo”] y que las diferencias entre los artistas “del Norte” y los “del Sur” es fortuna que
existan, añade: “¡Felices vosotros, que sois todavía los hijos de Bach! ¿Y nosotros...? También nosotros,
hijos de Palestrina, tuvimos un día una escuela grande..., ¡y nuestra! Ahora se hizo bastarda y amenaza
ruina. ¡Ojalá que pudiésemos volver a comenzar!” [“Felici voi, che siete anora i figli di Bach! E noi? Noi
pure, figli di Palestrina, avevamo un giorno una scuola grande... e nostra! Ora s’è fatta bastarda e mi-
naccia rovina! Se potessimo tornare da capo?]. Véase CESARI, A. y LUZIO, A., I copialettere di Giuseppe
Verdi, Milán, 1913, pp. 375 y ss.
En España es bien conocida la actitud de Barbieri, del todo parecida a la de Verdi. Expuso sus
ideas en el discurso que pronunció el 8 de mayo de 1889 en el Congreso Católico de Madrid y causa-
ron gran impresión, de modo que el discurso fue publicado inmediatamente después en La Ilustración
Musical Española e Hispanoamericana. Recientemente ha sido reproducido en CASARES RODICIO, Emi-
lio, Francisco Asenjo Barbieri, Madrid, Instituto Complutense de Ciencias Musicales (ICCMU), 1995,
vol. II, pp. 444-452. Menos conocido era un escrito firmado el 18 de marzo de 1880, que se conserva
manuscrito en la Biblioteca Nacional, dentro del “Legado Barbieri”, y que también publicó Emilio
Casares, esta vez en el volumen segundo de sus “Escritos de Barbieri” (Documentos sobre música espa-
ñola y epistolario, Madrid, Fundación Banco Exterior, 1988, pp. 294 y ss.). Merece la pena copiar al-
gunos párrafos, que sintetizan, de modo admirable, esos “usos y abusos” –y él usa esta misma expre-
sión– en la música religiosa. Curiosamente, Barbieri se manifiesta contrario al “canto de órgano”, por
el hecho de que la polifonía contrapuntística no permite entender la letra o texto que se canta que se-

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HILARIÓN ESLAVA (1807-1878), PRECURSOR DEL CECILIANISMO EN ESPAÑA

introducción de los instrumentos en la música del culto y la popularización


de las composiciones en lengua vulgar, primero en la Navidad, pronto en el
Corpus, y luego también en otras ocasiones del año litúrgico.
Los instrumentos entraron al principio como conjunto independiente de
la capilla musical de cantores, para intervenir en ocasiones puntuales; pero
pronto se fueron introduciendo en la interpretación de la polifonía, primero
como apoyo armónico, para la sustentación de las voces, para pasar luego a
duplicar las voces de la polifonía, formar más tarde “coro” propio pero unido
al coro o “coros” de los cantores y, finalmente, en el siglo XVIII, alcanzar una
importancia cada vez más preponderante y profanizante.
Los cantos en vulgar, que desde comienzos del siglo XVII adoptaron el
nombre, prácticamente único, de villancicos, concebidos en origen con el no-
bilísimo fin de acercar los fieles, que en su mayoría no conocían el latín li-
túrgico, al sublime y entrañable misterio del Nacimiento del Redentor, expe-
rimentaron muy pronto una degradación paulatina y continuada, que dege-
neró en auténticas banalidades y vulgaridades. Fueron muchas, pero siempre
vanas, las voces que a lo largo de todo el siglo XVII se levantaron para denun-
ciar esos abusos; fueron muchas, pero siempre vanas, las iniciativas que en to-
do ese siglo los cabildos de nuestras catedrales tomaban, año tras año, para
atajar esos males. Los resultados de esas denuncias y medidas de corrección,
cuando surtieron algún efecto, fueron siempre parciales y momentáneos. Más
aún: desde comienzos del siglo XVIII, con la introducción de la música italia-
na, sobre todo de la ópera, nuevos elementos profanizantes se agregaron a los
heredados del siglo XVII, tanto por lo que se refiere al uso de los instrumen-
tos en la música de iglesia como por las formas musicales y aun el estilo mis-
mo de la música.

2. EL CECILIANISMO
El problema, lejos de ser exclusivo de España, era universal. Más aún:
en Italia llegó a extremos incluso superiores a lo que había sucedido en Es-
paña. Pero hay que insistir en que las autoridades eclesiásticas a todos los
niveles se esforzaron, una y otra vez, en intentar remediar la situación, siem-
pre con resultados prácticamente nulos. Son numerosos los concilios, tan-

ría, según él, la que causaría la devoción de los fieles que él considera, con toda razón, el fundamen-
to mismo o razón de ser de la música religiosa. Por ello dice: “De aquí viene cantar en forma que la
letra no se entiende, ni aún percibe, y así a los oídos del pueblo no llega más que la armonía y conse-
cuencia de las voces, porque con esta sola quieren satisfacerle y agradarle”. Y continúa así: “El mismo
principio tuvo el uso o, para decir mejor, el abuso de los villancicos, que no solamente no nos convi-
da a devoción, mas nos distrae de ella, particularmente aquellos que tienen diversidades de lenguajes
y hoy son tan usados; porque el oír ahora un castellano, luego un portugués, después un vizcaíno o
gallego, tras ellos un negro o moro, ¿qué efecto puede hacer semejante música, sino forzar a los oyen-
tes, aunque no quieran, a reírse y a burlarse, y a hacer la Iglesia de Dios un teatro de comedia, y de
casa de oración sala de recreación? Ya las cornetas, sacabuches y otros instrumentos de que también
han dado en usar algunos religiosos, claro es que todos sirven y se inventaron más para deleitar que
para otra cosa”. El modo en que está publicado este documento parece indicar que es del propio Bar-
bieri; pero pienso si no se trata de un texto antiguo, copiado por Barbieri, si es que lo que se conser-
va en su legado es autógrafo de él, detalle que yo desconozco; que refleja su modo de pensar parece
seguro, pues de lo contrario no lo habría copiado; pero el estilo, y aun determinados aspectos del con-
tenido y hasta el lenguaje, parecen deber situar este texto en la segunda mitad del siglo XVII; además
parece que directamente se refiere no tanto a las catedrales, sino a las iglesias de religiosos.

[5] 581
JOSÉ LÓPEZ-CALO

to provinciales como nacionales, en todas las naciones, que dictaron nor-


mas correctivas intentando atajar los abusos. También los papas intervinie-
ron, una y otra vez, incluso con los documentos más solemnes, en el mis-
mo sentido8.
Todo, digámoslo una vez más, fue inútil, y la música siguió su curso. Pe-
ro hay que hacer una matización importante: sería un error deducir de eso
que toda la música que entonces se componía y se interpretaba en las iglesias,
y en concreto en las catedrales, era ésa. Había, ciertamente, abusos; hubo
siempre abusos; pero no toda la música era así. Más aún: no sería exageración
decir que esas músicas criticadas eran la excepción, no sólo porque se usaban
en días contados –muy pocos en todo el conjunto del año litúrgico–, sino
porque incluso en esos mismos días se interpretaban otras obras del todo di-
versas. Y para referirnos a lo que más interesa aquí, que es el caso de España,
las numerosas composiciones que se van conociendo del siglo XVIII y de la pri-
mera mitad del XIX, demuestran palmariamente que, en efecto, esas músicas
profanizantes estaban muy lejos de ser las únicas, y ni siquiera las más habi-
tuales.
Pero existían, de todas formas. Curiosamente, el remedio vino, no de las
autoridades eclesiásticas, sino de los músicos mismos. El más eficaz, el que re-
sultaría de verdad eficaz y definitivo, vino de Alemania o, para ser más preci-
sos, de un pequeño grupo de sacerdotes del sur de Alemania, la Baviera, dan-
do origen a un movimiento que muy pronto fue bautizado como “Cecilia-
nismo”. El que podría ser llamado “pre-iniciador” de ese movimiento fue
Caspar Ett (1788-1847). Entusiasmado desde sus años juveniles con la poli-
fonía clásica del siglo XVI, fue nombrado en 1815 organista de la iglesia de
corte de San Miguel de Munich e hizo interpretar el Viernes Santo del año si-
guiente (1816), el Miserere de Gregorio Allegri (por cierto, en una versión que
no era la que se cantaba en la Capilla Sixtina, sino en una que había publica-
do Burney en 1771), que fue el comienzo de sucesivas, y cada vez más im-
presionantes interpretaciones de música polifónica del Renacimiento, parti-
cularmente de la escuela romana, que hicieron en una ocasión exclamar al
nuncio pontificio ante la corte de Baviera: “En verdad, aquí se canta mejor
que en Roma”.
Ett, sin embargo, no pretendió extender sus ideas fuera del ámbito de la
ciudad de Munich, por lo que no puede ser considerado como verdadero ini-
ciador de lo que sería el movimiento ceciliano. Si a alguna persona se le pu-
diera dar ese título sería a Karl Proske. Nacido en 1794 y establecido desde
1823 en Ratisbona, fue ordenado sacerdote allí en 1826, siendo elegido ca-
nónigo de la colegiata “Capilla Antigua” en 1830. Por fortuna, el obispo de
Ratisbona Michael Sailer participaba plenamente de los ideales reformistas
de Proske, por lo que pidió a éste que le preparase un memorial sobre “la me-
jora de la música sagrada en las catedrales”, documento que el propio obis-
po presentó a su ex-discípulo y gran amante y promotor de las artes, el rey

8
El documento pontificio más conocido de todos los anteriores a la segunda mitad del siglo XIX
es la carta encíclica de Benedicto XIV Annus qui, del 19 de febrero de 1749, dirigida a los obispos de los
Estados Pontificios con ocasión de la preparación del Año Santo de 1750; pero también otros papas pro-
mulgaron diversos documentos, incluidas bulas, sobre este mismo tema.

582 [6]
HILARIÓN ESLAVA (1807-1878), PRECURSOR DEL CECILIANISMO EN ESPAÑA

Luis I de Baviera, quien aprobó plenamente el proyecto9. El mismo rey pa-


trocinó tres sucesivos viajes de Proske a Italia –en Roma estuvo, en conjun-
to, catorce meses; además visitó las principales ciudades italianas–, a fin de
recoger obras musicales antiguas, que dieron como resultado la inmensa Bi-
blioteca Proske, con una cantidad asombrosa de música, que se calcula en
cerca de 30.000 composiciones de los siglos XV al XVIII y que aún hoy sigue
siendo fuente inagotable e insustituible para los estudiosos.
En Ratisbona Proske hacía interpretar algunas de estas composiciones pri-
mero en su propia casa, con un coro de aficionados que él había reunido, lue-
go en la catedral, ayudado por Johann Georg Mettenleiter. Tras los viajes de
Proske a Italia con tan espectaculares resultados vino, de nuevo, la decisión
del rey Luis I, quien en 1838 decretó que “en la catedral de Ratisbona, que
acaba de ser restaurada arquitectónicamente a su estilo original, no se inter-
pretará más música que el canto coral, a cappella, sin acompañamiento ins-
trumental”.
Todas estas iniciativas, sin embargo, quedaban limitadas al ámbito local,
casi personal. Todo cambió con Franz Xaver Witt (1834-1888). Ordenado sa-
cerdote en 1856, fue profesor de canto gregoriano en el Seminario de Ratis-
bona, donde se identificó plenamente con los ideales de Proske, de modo que
en 1865 publicó un folleto titulado Estado actual de la música religiosa católi-
ca, particularmente en la Alta Baviera, dirigido, como añadía expresamente, “a
los sacerdotes, maestros de coro y amigos de la música sagrada”. El primero
de enero del siguiente año 1866 apareció el primer número de una revista,
fundada y dirigida por él –y en la práctica hecha exclusivamente por él– que
tituló Hojas volantes para la música religiosa católica (Fliegende Blätter für Kat-
holische Kirchenmusik), con un objetivo mucho más ambicioso, pues iba diri-
gida “a los maestros de las escuelas populares de Alemania, a los directores de
coro, organistas y amigos de la música”; dos años después Witt comenzó la
publicación de otra revista, más ambiciosa todavía; su título lo dice todo: Mú-
sica Sagrada. Ayudas para la reforma y promoción de la música religiosa entre los
católicos. Pero Witt quería algo más: la fundación de una “Asociación Gene-
ral Germánica de Santa Cecilia”, para promover la reforma de la música sa-
grada; propuso la idea en 1867, en el 18º Congreso Católico de Innsbruck,
pero no fue aprobada. Sí lo fue en el del año siguiente en Bamberg. No sola-
mente eso, sino que, a través de los obispos alemanes –que, en general, se ha-
bían identificado plenamente con el movimiento de renovación nacido en
Ratisbona– presentes en el Concilio Vaticano I, solicitó nada menos que la
aprobación pontificia de la nueva asociación, que Pío IX concedió con su bre-
ve Multum ad commovendos animos, del 16 de diciembre de 1870.
Dos personas más, entre las que mayor influjo tuvieron en los primeros
momentos del movimiento ceciliano, se deben mencionar todavía: el sacer-
dote Franz Xaver Haberl (1840-1910) y el editor Friedrich Pustet (1798-
1882). El primero recogió la rica herencia espiritual de Proske y Witt, fue un

9
“Es voluntad de Su Majestad el rey que, a fin de realzar el servicio divino en las iglesias, espe-
cialmente en las catedrales, el canto litúrgico y la música de los coros eclesiásticos se restablezcan según
las normas del buen estilo antiguo […]” (Rescripto de la secretaría del Rey de 9 de septiembre de 1830;
véase WEISEMANN, Carl, Geschichte der Kirchenmusik, Ratisbona, Pustet, 1906; hay también una tra-
ducción italiana, publicada igualmente en Ratisbona por la misma editorial en 1908.

[7] 583
JOSÉ LÓPEZ-CALO

transcriptor y editor incansable de música polifónica, y en 1874 fundó la Es-


cuela de Música Sagrada de Ratisbona. Pustet, por su parte, fundó en 1826,
siempre en Ratisbona, la editorial que lleva su nombre, especializada desde
sus comienzos en libros religiosos, y que sería el vehículo a través del cual los
primeros cecilianistas publicaron sus numerosísimos libros, tanto las edicio-
nes de música antigua como los teóricos, entre los que creo deber mencionar
uno de los primeros, el Magister Choralis, de Haberl, publicado en 1864, del
que, por cierto, el mismo Pustet publicó en 1889 una hermosa traducción al
español, pero no –y el dato es bien digno de tenerse en cuenta– para España
ni por iniciativa española, sino para Méjico, concretamente por iniciativa del
obispo de Querétaro; el decreto episcopal autorizando la edición está firma-
do en Querétaro el 7 de junio de 1888; en 1898 se hizo una segunda edición,
siempre en Pustet de Ratisbona10.
El movimiento germánico se extendió rápidamente en Estados Unidos,
gracias a los numerosos emigrantes alemanes, que para mediados del siglo XIX
constituían grupos compactos y muy bien organizados, en los que brillaron
compositores de la talla de Johannes Baptista Singenberger, que en 1873 fun-
dó la Sociedad Americana de Santa Cecilia, de la que fue primer presidente;
fundó también una revista, Caecilia, que dirigió en sus primeros años. Otro
país donde se extendió muy pronto este movimiento fue Irlanda, gracias al sa-
cerdote Nicholas Donnelly (1837-1920), que en 1873 hizo un viaje a Alema-
nia, durante el cual oyó, en la catedral de Ratisbona, las magníficas ejecucio-
nes de gregoriano y de polifonía clásica que le impresionaron profundamen-
te; como consecuencia de ello fundó, en 1878, la Asociación Ceciliana de Ir-
landa y la revista mensual Lyra Ecclesiastica, que sería el órgano oficial de la
Asociación y cuyo primer número salió el primero de octubre del mismo año
187811.
Pero la Asociación Ceciliana más importante, después de la germánica, y
quizás al par de ella, fue la italiana, por lo que significó de punto de partida
para otras naciones, y en concreto para España, y por lo que influyó en la San-
ta Sede, tanto en la redacción y promulgación de los varios “Reglamentos”
para la música sagrada como, en particular, para el Motu Proprio de Pío X de
190312. El alma de ese movimiento fue Guerrino Amelli. Nacido en Milán en

10
La bibliografía sobre el Cecilianismo alemán es muy abundante, pero no parece necesario ci-
tar aquí esos libros, la mayor parte de los cuales, por añadidura, están en alemán, y muchos de ellos
son de difícil acceso, por ser de finales del siglo XIX o de la primera mitad del XX. No me consta que
haya ningún resumen amplio en español. Para las notas que aquí presento me he basado en fuentes
originales.
11
DALY, Kieran Anthony, Catholic Church Music in Ireland, 1878-1903, Dublín, Four Courts Press,
1995, passim.
12
Como se ha dicho en la nota 10 para el movimiento alemán, también la bibliografía sobre el Ce-
cilianismo italiano es extensísima. Un resumen breve pero completo, en italiano, puede verse en BAG-
GIANI, Franco, “La musica sacra a Ratisbona dalla fine del sec. XIX e i suoi riflessi sulla prassi liturgico-
musicale italiana”, Bollettino Ceciliano, vol. 100 (2005), pp. 259-265. Otro resumen más completo, pe-
ro en una publicación menos asequible, se encuentra en ROMITA, Fiorenzo, La preformazione del Motu
Proprio, Roma, Desclée, 1961, que es fundamental en la historiografía de la reforma de la música sa-
grada, sobre todo en Italia, por los numerosos documentos y datos nuevos que saca a la luz. También
poco asequible, pero que debe mencionarse por ser uno de los más completos, es el largo apéndice (pp.
208-235) de la Storia della Musica Sacra de Carl WEINMANN (Ratisbona y Roma, Editorial Pustet, 1908).
Finalmente hay que citar la larga serie de artículos de Emidio PAPINUTTI: “I Congressi Nazionali de

584 [8]
HILARIÓN ESLAVA (1807-1878), PRECURSOR DEL CECILIANISMO EN ESPAÑA

1848, estudió la carrera sacerdotal en el Seminario de Monza y fue ordenado


sacerdote en 1870, dedicándose desde entonces a la reforma de la música sa-
grada. En 1877 fundó la Asociación Italiana de Santa Cecilia y la revista Mu-
sica Sacra. Desplegó una intensa actividad organizativa durante casi diez años,
hasta que en 1885 ingresó como monje en la abadía benedictina de Monte-
casino, donde llegó a prior y donde murió en 1933.
El movimiento italiano fue muy diverso del alemán, ya que, más que ha-
cia la recuperación e imitación de la música del pasado, es decir, de la polifo-
nía renacentista, se orientó a la creación de una nueva música, un nuevo es-
tilo musical, acorde a los nuevos principios estéticos y litúrgicos, y esto in-
cluso antes del Motu Proprio de Pío X. Pero es importante señalar que uno de
los prelados italianos que más se significaron en el movimiento de renovación
en los últimos decenios del siglo XIX fue precisamente Monseñor Giuseppe
Sarto, que en 1903 sería elegido papa con el nombre de Pío X. Nacido, de fa-
milia humilde, en Riese (Venecia), en 1835, fue nombrado obispo de Man-
tua en 1884, y en 1893 ascendió a patriarca de Venecia y fue nombrado car-
denal. Intervino activamente en diversos procesos del movimiento que de-
sembocaría en el famoso documento de 1903, que él promulgó, pocos meses,
casi semanas, después de ser elegido papa.
El que puede ser considerado como primer compositor de la nueva ten-
dencia en Italia es Giuseppe Terrabugio (1842-1933), aunque tiene también
muchas composiciones en el ampuloso estilo del siglo XIX; esto mismo suce-
de, por lo demás, en España (aunque el hecho es poco conocido) con el ma-
estro de capilla de la Catedral de Valladolid Vicente Goicoechea, máximo ex-
ponente de la “nueva música”, que para el Padre Otaño, y aun para los que
participamos de ese movimiento muchos años más tarde, constituía el ideal
de música religiosa. Pero el que realmente creó el nuevo estilo en Italia, sobre
todo en lo que se refiere a la melodía, pero también en el acompañamiento,
fue Lorenzo Perosi. Nacido en 1872, era hijo del maestro de capilla de la Ca-
tedral de Tortona y aprendió la música desde muy niño, interesándose siem-
pre, de modo particular, por la música sagrada; para profundizar más en el
conocimiento e interpretación de ésta estuvo, entre noviembre de 1890 y sep-
tiembre de 1891, en la abadía benedictina de Montecasino; y, siempre con el
deseo de una más completa formación en la mejor música religiosa, se trasla-
dó, en enero de 1893, a Ratisbona, a fin de profundizar, con aquellos supre-
mos maestros del Cecilianismo alemán (Haberl y Haller, entre otros), el co-
nocimiento y práctica de los grandes polifonistas del Renacimiento. Vuelto a
Italia, a finales del mismo año, Perosi fue primero maestro de canto en el Se-
minario de Ímola y luego maestro de capilla de San Marcos de Venecia y, a
partir de 1898, maestro de la Capilla Sixtina, cargo que conservó hasta su
muerte, acaecida en Roma el 12 de diciembre de 1956.

Musica Sacra”, en Bollettino Ceciliano, 1996-1997; el primero fue publicado en el número de junio-ju-
lio de 1996 y el último en abril de 1997, y constituyen una base insustituible, por los numerosos datos
hasta ahora desconocidos que presenta el autor de todo el proceso reformista en Italia; es importante la
síntesis histórica que publica Papinutti en el primero de los artículos, como introducción, sobre los abu-
sos e intentos de reforma anteriores al movimiento de la segunda mitad del siglo XIX, refiriéndose pre-
cisamente a Italia.

[9] 585
JOSÉ LÓPEZ-CALO

Perosi creó un estilo musical del todo personal, basado en una melodía
sencilla, elegante, sin grandes exigencias técnicas ni complicaciones interváli-
cas o rítmicas, pero rebosante siempre de profunda religiosidad, junto con
una notable belleza y elegancia; el acompañamiento –siempre para órgano so-
lo– era un poco más exigente, pero sin atisbo alguno de profanidad o de vir-
tuosismo. Sus obras más difundidas, en particular por lo que respecta a Es-
paña, y las que más influjo ejercieron sobre los compositores italianos y de
otras naciones, son algunas de sus misas, en particular la de requiem, la misa
a dos voces de hombre, la a tres voces de hombre y las dos “pontificales”. Y si
algo vale el testimonio personal de quien, como yo, vivió intensamente ese es-
píritu desde los lejanos años 30 del siglo XX hasta que el movimiento litúrgi-
co, y eclesiástico en general, posterior al Concilio Vaticano II acabó con los
casi dos mil años de historia de música religiosa en la Iglesia, deberé decir que
esas composiciones, junto con las de otros compositores italianos –Casimiri,
Refice– y españoles –Goicoechea–, que nacieron a imitación de las de Pero-
si, sonaban indefectiblemente en nuestras celebraciones, llenándonos de fer-
vor y entusiasmo religioso y litúrgico.

3. INTENTOS REFORMISTAS EN ESPAÑA ANTES DE ESLAVA


También en España, como había sucedido en los demás países, y en con-
creto en Alemania, Francia e Italia, la música religiosa había sufrido repeti-
dos embates. Aun prescindiendo de lo que sucedió en la Edad Media, hay
que recordar, por la trascendencia que tuvo para el futuro, hasta llegar a Es-
lava, lo que sucedió con la música en lengua vulgar desde aproximadamen-
te la mitad del siglo XVI, o sea, los “villancicos” de que ya se hizo mención.
Todo nació de unas “canciones” de Navidad. Los biógrafos de fray Hernan-
do de Talavera, primer arzobispo de Granada después de la reconquista de
1492, afirman que fue él quien tuvo la genial idea de sustituir los tradicio-
nales responsorios litúrgicos en latín, en los maitines de Navidad, por unas
“cancioncillas devotas”, compuestas en parte por él mismo, a fin de que los
mahometanos convertidos a la fe cristiana comprendieran mejor el signifi-
cado de los misterios que se estaban celebrando en la catedral. De aquí, aña-
de uno de los más famosos biógrafos del santo arzobispo, “quedó la costum-
bre en toda España de hacer estas fiestas y regocijos de música en los maiti-
nes y oficio divino”13.
Para mediados del siglo XVI esa práctica se había extendido a toda Espa-
ña, iniciándose simultáneamente una tendencia que, de nuevo, llegaría hasta
los tiempos de Eslava: la degradación de los textos y de la música. La alegría
misma de la fiesta, el carácter popular que asumió, por la naturaleza misma

13
SIGÜENZA, Fray José de, Historia de la Orden de San Jerónimo, Madrid, 1600-1605, parte 3ª, ca-
pítulo 33. Esta cita, junto con otras referentes a los orígenes de esta práctica musical en España, fue pu-
blicada en LÓPEZ-CALO, José, La música en la catedral de Granada en el siglo XVI, Granada, Fundación
Rodríguez Acosta, 1963, vol. 1, y de ahí la han tomado, asumiendo esa misma opinión, prácticamente
todos los autores que después se han ocupado de este tema, que son muchos. Hoy sabemos que las co-
sas no sucedieron exactamente así, pues después de la publicación de ese libro se han conocido datos
que demuestran que la práctica venía de algo antes. Este último hecho es cierto, aunque no invalida,
en lo sustancial, la afirmación de fray José de Sigüenza, ya que los hechos anteriores se refieren a ac-
tuaciones ocasionales y no tuvieron la trascendencia de lo iniciado por fray Hernando de Talavera.

586 [10]
HILARIÓN ESLAVA (1807-1878), PRECURSOR DEL CECILIANISMO EN ESPAÑA

del misterio que se celebraba –baste pensar en los “nacimientos” que comen-
zó a construir nada menos que San Francisco de Asís en el siglo XIII– hacían
que fuese natural, casi inevitable, ese proceso descendente de la calidad lite-
raria y musical. A ello se añadía que el repetir, año tras año, y en un número
considerable los mismos conceptos básicos, obligaba a poetas y maestros de
capilla a inventar nuevos motivos, literarios o musicales, que llegaron a ago-
tar la materia, con las consecuencias fácilmente comprensibles; los maestros
tuvieron que seguir escribiendo cada año diez o más “villancicos” –que fue el
término que, tras las oscilaciones del siglo XVI, quedó como único desde co-
mienzos del XVII–, con la particularidad de que cada vez se fueron haciendo
más largos y complejos, lo que aumentaba consiguientemente las dificultades
y ayudó a la progresiva degeneración de poesías y músicas.
El problema, en este sentido, comenzó muy pronto. La primera colección
que nos transmite algunos de estos “villancicos” de Navidad, la de Uppsala,
es buena prueba de ello, pues aunque tiene varios de excelsa factura literaria,
tiene otros, como los números 45 y 46, que ya abren las puertas a otras for-
mas literarias y, consiguientemente, musicales, bien diversas:
Cancionero de Uppsala, nº 45.
E la don, don Verges María,
e la don, don, peu cap de sang,
que nos densaron.
E la don, don14.
Cancionero de Uppsala, nº 46
Ríu, ríu, chíu,
la guarda ribera;
Dios guarde el lobo
de nuestra cordera15.
No es, pues, de extrañar que a partir de comienzos del siglo XVII se en-
cuentren, en las actas capitulares de todas las catedrales españolas, numerosos
acuerdos para tratar de resolver el problema, y en particular que muchos ca-
bildos adoptasen la fórmula de nombrar una comisión a la que el maestro de
capilla tenía que presentar los textos de todos los villancicos antes de comen-
zar a ponerlos en música, para censurar su contenido teológico y poético. Es-
ta práctica se hizo pronto universal y persistió en el tiempo mientras duraron
los villancicos, pero confieso, como ya he expresado en otras ocasiones en que
toqué temas similares al presente, que nunca he comprendido los criterios
que guiaban a estas comisiones capitulares en su juicio, pues sólo muy raras
veces aparece la noticia de alguna crítica o dificultad por parte de los censo-

14
Mitjana atribuye esta pieza, con interrogante, a Mateo Flecha; despues de cada estrofa de cua-
tro versos, se repite el estribillo E la don, don; las estrofas, todas de cuatro versos, son siete. Véase Can-
cionero de Uppsala, introducción, notas y comentarios de Rafael Mitjana, transcripción musical en no-
tación moderna de Jesús Bal y Gay, Méjico, El Colegio de Méjico, 1944; y Cancionero de Uppsala, trans-
cripción de Rafael Mitjana, estudio introductorio sobre la poesía y la técnica musical por Leopoldo
Querol Rosso, Madrid, Instituto de España, 1980.
15
La “cordera” es la Virgen; la poesía mezcla conceptos de la Inmaculada Concepción con los del
Nacimiento del Señor; el estribillo Ríu, ríu, chíu no se repite en todas las estrofas, pero sí en varias; las
estrofas son seis, pero muy largas, de doce versos, estructuradas en varias partes. Para las ediciones de
esta pieza, véanse las referencias bibliográficas mencionadas en la nota anterior.

[11] 587
JOSÉ LÓPEZ-CALO

res, mientras que tanto la poesía como la música de esos mismos villancicos
dejan, a mi juicio, mucho que desear.
El problema, lejos de reducirse, se fue agrandando según pasaban los
años, pues ya antes de que finalizara el siglo XVI se había establecido la ley, no
escrita pero universal, y tan estricta que no admitía excepción, de que esos vi-
llancicos tenían que ser nuevos, poesía y música, cada año; y si alguna vez el
maestro se descuidaba o repetía algunos textos o algunas composiciones, el
Cabildo se apresuraba a llamarle la atención, exigiéndole la novedad, e inclu-
so amenazándole con que, si repetía la falta, el Cabildo encargaría la compo-
sición a otro músico, pagándole a costa del salario del mismo maestro.
A lo largo de todo el siglo XVII se mantuvieron esas tendencias en sus di-
versos aspectos sin que hubiese cambio sustancial, dentro de la lógica evolu-
ción que experimentaron la música y la poesía en esos años. Pero es digno de
notarse que ninguno de los tres grandes teóricos españoles del siglo XVII –Ce-
rone en 1613, Lorente en 1672 y Nassarre a finales del siglo16– aluden en sus
voluminosos tratados a este problema. Tampoco se podía esperar, en buena
lógica, otra cosa, dada la orientación que los tres dieron a sus libros. Tan só-
lo Nassarre, en las “Cristianas advertencias para maestros de capilla, compo-
sitores y músicos”, que antepuso al segundo volumen, incluye repetidos la-
mentos sobre los abusos de algunos maestros, pero todo en términos genéri-
cos, idénticos a los de otros muchos tratadistas de todos los tiempos sobre los
que él se apoya y a los que cita constantemente, que no significan nada con-
creto. Es bien significativo, por ejemplo, que el primero de los autores que ci-
ta, después de San Pablo y Santo Tomás de Aquino, es San Agustín, al que
vuelve una y otra vez; por supuesto, quien no podía faltar, en esa larga serie
de autores que él cita, era el Padre Atanasio Kircher (Kircherio, lo llama él),
además de Lanfranco y otros.
Los cambios vinieron con el siglo XVIII, sobre todo en la música, en que
cambió todo, desde la concepción de la melodía hasta las formas musicales,
pasando por los instrumentos. Se puede decir, sin exageración, que la música
del siglo XVII era aún la “antigua”, mientras que la que se introdujo a partir
de hacia 1700 fue la “moderna”. Los cambios más visibles e inmediatos se die-
ron en la música en castellano, en que llegaron a adoptarse, y ya casi desde el
comienzo mismo del siglo, formas musicales tan nuevas como las cantatas y,
por supuesto, los recitados-arias en lugar de los tradicionales “villancicos” de
Navidad y Corpus, que también siguieron existiendo, por supuesto, y hasta
eran, con mucha diferencia, los más numerosos, pero también esas otras for-
mas nuevas fueron muy usadas.
Uno de los cambios que más influjo tuvieron, en todos los órdenes, en el
siglo XVIII fue el de los instrumentos, sobre todo con la introducción de los
violines, que muy pronto se convirtieron en indispensables. Pocos decenios
después de comenzado el nuevo siglo los cambios habían sido tales que sus-

16
Es bien sabido que, aunque los dos volúmenes de la obra de Nassarre Escuela Música están pu-
blicados en 1723 y 1724, los tenía preparados antes de finalizar el siglo XVII; y, en todo caso, el autor re-
fleja en todo el tratado la música del siglo XVII, no la del XVIII; véase a este respecto el “estudio preli-
minar” de Lothar Siemens a la edición facsímil de 1980, en la Institución “Fernando el Católico” de la
Diputación de Zaragoza, en que aclara éste y otros puntos de la edición, lo mismo que de los Frag-
mentos Músicos de 1683.

588 [12]
HILARIÓN ESLAVA (1807-1878), PRECURSOR DEL CECILIANISMO EN ESPAÑA

citaron quejas por doquier y a todos los niveles contra la profanización de la


música religiosa. La más conocida de esas quejas la constituye el “discurso”
14º del Padre Feijóo, que él tituló “Música de los templos”17. Es verdad que,
como repetidas veces se ha comentado, el Padre Feijóo en ese tratado, como
hace en otros de su extensa obra, es apasionado y, por tanto, algo exagerado;
pero no cabe duda que refleja una realidad poco menos que diaria de la mú-
sica que se oía en los templos en su tiempo cuando escribe, casi al comienzo
de su tratado:
Las cantadas que ahora se oyen en las iglesia son, en cuanto a la for-
ma, las mismas que resuenan en las tablas. Todas se componen de menue-
tes, recitados, arietas, alegros, y, a lo último, se pone aquello que llaman
Grave, pero de esto muy poco, porque no fastidie. ¿Qué es esto? En el tem-
plo, ¿no debiera ser toda la música grave? ¿No debiera ser toda la compo-
sición apropiada para infundir gravedad, devoción y modestia? Lo mismo
sucede en los instrumentos. Ese aire de canarios, tan dominante en el gus-
to de los modernos y extendido en tantas Gigas, que apenas hay sonata que
no tenga alguna, ¿qué hará en los ánimos sino excitar en la imaginación
pastoriles tripudios? El que oye en el órgano el mismo menuet que oyó en
el sarao, ¿qué ha de hacer sino acordarse de la dama con quien danzó la
noche antecedente? De esta suerte, la música, que había de arrebatar el es-
píritu del asistente desde el templo terreno al celestial, le traslada de la igle-
sia al festín. Y si el que oye, o por temperamento, o por hábito, está mal
dispuesto, no parará ahí la imaginación18.
Apasionado, sí, y algo exagerado, también. Pero realista. Porque basta pe-
netrar en cualquier archivo de una catedral española y ver la música que se
conserva de ese siglo XVIII, que es mucha, o incluso consultar algunos de los
ya numerosos catálogos de archivos de música de nuestras catedrales en que
se describen estas composiciones, para darse cuenta de que la situación que el
Padre Feijóo denuncia en ese párrafo, y en otros de ese “discurso”, y aun en
algunos otros tratados, lejos de ser inventada, responde a una realidad dema-
siado exacta. Véanse, si no, dos ejemplos de un manuscrito de órgano de esa
época (Ejemplos 1 y 2)19:

17
FEIJÓO, Benito Jerónimo, Teatro crítico universal, o discursos varios en todo género de materias, pa-
ra desengaño de errores comunes, tomo I, “nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Su-
plemento en sus lugares”, Madrid, Imprenta de Joaquín Ibarra, 1777, pp. 285-309. Hay diversas edi-
ciones modernas, varias de ellas antológicas. Entre la abundante bibliografía sobre ese discurso, las dos
publicaciones más importantes, que considero básicas, son MARTÍN MORENO, Antonio, El Padre Fei-
jóo y las ideologías musicales del XVIII en España, Orense, Instituto de Estudios Orensanos “Padre Feijóo”,
1976, y el segundo volumen de la conocida monografía de Francisco José LEÓN TELLO: La teoría espa-
ñola de la música en los siglos XVII y XVIII, Madrid, CSIC, 1974.
18
FEIJÓO, “Música de los templos”, en Teatro crítico universal, I, p. 287.
19
Hace años que poseo este manuscrito en mi biblioteca. Nunca, hasta hoy, había dado cuenta de
él. Lo adquirí en Granada hace ya más de cuarenta años, aunque se puede dar por seguro que no fue
escrito en Granada pero sí en Andalucía, o quizás en Guadalupe, ya que contiene varias composiciones
de maestros y organistas de ese monasterio.

[13] 589
JOSÉ LÓPEZ-CALO

Ejemplo 1. Fray Domingo [de Santiago], Minué para tecla. Santiago de Compostela, Biblioteca de José
López-Calo.

Ejemplo 2. [Alonso] Ramírez de Arellano, pieza para tecla (1756). Santiago de Compostela, Biblioteca
de José López-Calo.

590 [14]
HILARIÓN ESLAVA (1807-1878), PRECURSOR DEL CECILIANISMO EN ESPAÑA

El “Fray Domingo” mencionado en la partitura del Ejemplo 1 es fray Do-


mingo de Santiago, organista y maestro de capilla a mediados del siglo XVIII
en el convento de Guadalupe (Cáceres); “Ramírez de Arellano”, el composi-
tor del Ejemplo 2, supongo que será Alonso Ramírez de Arellano, activo en
Cádiz hacia 178020; las manchas que se notan en el papel del primer ejemplo
son debidas a la corrosión de la tinta. Ese minueto es el único que se en-
cuentra con ese nombre en el manuscrito; pero hay otras composiciones que,
aunque tengan otros nombres, tienen ese mismo estilo, como sucede con la
de Ramírez de Arellano del Ejemplo 2.
La realidad de la música que criticaban Feijoo y otros era cierta. Pero tam-
bién es verdad que en la segunda mitad del siglo XVIII, y sobre todo según se
avanzaba hacia el final del mismo, se perciben en las composiciones, y en con-
creto en las composiciones en castellano, diversos síntomas de intentos de
mejora en todos los sentidos, empezando por los textos de los villancicos, en
los que esos cambios son más visibles y cada vez más frecuentes, y siempre, o
casi siempre, para bien. Hay una clara diferencia, en este sentido, entre los
textos de los villancicos del siglo XVII, en particular de la segunda mitad del
siglo, y los del XVIII, sobre todo los posteriores a 1750, que son de una cali-
dad poética superior y de más variados conceptos. Y sin embargo, en esa se-
gunda mitad del siglo XVIII comienzan a percibirse deseos de suprimir los vi-
llancicos y volver a la música litúrgica en latín; y este proceso se fue hacien-
do cada vez más intenso según se avecinaba el final del siglo, acabando por
ser suprimidos los villancicos en no pocas de nuestras catedrales, para ser sus-
tituidos, en la Navidad, por los responsorios litúrgicos de los Maitines, y en
el Corpus por motetes construidos sobre textos de la liturgia, tanto de la mi-
sa como del Oficio. Hubo catedrales, y precisamente de las principales –Bur-
gos, Valladolid, Granada– donde, a pesar del acuerdo expreso de sustituir los
villancicos, y concretamente los de esas dos grandes festividades, Navidad y
Corpus, por la música litúrgica en latín, se mantuvieron, coexistiendo ambos
géneros musicales durante decenios.
Pero hay que hacer una matización importante: es verdad que los villan-
cicos en castellano fueron sustituidos por las composiciones litúrgicas en la-
tín; pero no lo es menos que esas nuevas composiciones no eran, desde el
punto de vista musical, mucho más “litúrgicas”, más “religiosas”, más devo-
tas, en una palabra, que los villancicos a los que sustituían. Esto es verdad so-
bre todo en los responsorios de los Maitines de Navidad, que en buena parte
son extensas obras sinfónico-corales con largas, a veces muy largas, “overtu-
ras”, que tanto se parecen a las de las óperas de entonces, sobre todo en el res-
ponsorio primero, de la serie de ocho de que constaban los Maitines; otros
responsorios, sobre todo los intermedios, eran más sencillos, frecuentemente
a solo o a pocas voces; pero estos intermedios estaban compuestos en compás

20
Véase DÍEZ MARTÍNEZ, Marcelino, La música en Cádiz. La catedral y su proyección urbana du-
rante el siglo XVIII, Cádiz, Universidad, Diputación y Ayuntamiento de Cádiz, Centro de Documenta-
ción Musical de Andalucía y Unicaja, 2004, pp. 479 y ss. El catálogo de las obras de Ramírez de Are-
llano conservadas en Cádiz –por el momento las únicas que se conocen de él– puede verse en PAJARES
BARÓN, Máximo, Catálogo del Archivo de Música de la Catedral de Cádiz, Granada, Centro de Docu-
mentación Musical de Andalucía, 1993, pp. 467-471; las datadas van desde 1779 hasta 1784; hay una de
1796, pero parece que esa fecha se refiere al año de copia, no al de composición.

[15] 591
JOSÉ LÓPEZ-CALO

de 6/8 o en otros similares que se prestaban a ritmos bien poco “litúrgicos”.


El ambiente navideño de alegría, con las inevitables connotaciones a los pas-
tores y demás, impelía a esas prácticas y a otras similares. Por el contrario, los
motetes del Corpus siempre tuvieron un carácter más devoto, aunque tam-
bién en ellos es habitual el uso de la orquesta completa, grandes solos o for-
mas como “recitado y aria”, que tanto se parecían a las óperas italianas de en-
tonces.
Hubo otros dos géneros litúrgicos de particular significado en los que
también se usó mucho un estilo ampuloso, con los consiguientes peligros pa-
ra la liturgicidad y espiritualidad de la composición musical: las lamentacio-
nes y misereres de Semana Santa, en que abundan mucho tanto las composi-
ciones grandiosas a cuatro y ocho voces, como las solísticas, de refinado bel
canto.
Todo lo expuesto, en sus variados aspectos, tanto positivos como negati-
vos, debe también tenerse presente para explicar algunas de las prácticas de
Eslava y demás compositores de su tiempo. Porque las corrientes purificado-
ras, claramente perceptibles dentro de la marcha general de la música de nues-
tras catedrales hacia finales del siglo XVIII, continuaron, y cada vez con más
insistencia, en el XIX. Esta tendencia, que fue haciéndose cada vez más insis-
tente, tuvo un apoyo externo en las circunstancias políticas del convulso siglo
XIX. Primero fueron las leyes, reales órdenes, etc. de José Bonaparte que, aun-
que efímeras, como efímero fue su reinado, hicieron que, no obstante las le-
yes y decretos derogadores de Fernando VII, ya nunca la situación económica
de nuestras catedrales fuera la que había sido hasta entonces. Lo mismo debe
decirse del trienio liberal de 1820 a 1823 y, naturalmente, después de la muer-
te de Fernando VII en 1833, de las subsiguientes leyes y decretos antirreligio-
sos, que culminaron en la desamortización de Mendizábal dos años después.
Es verdad que muchas catedrales consiguieron sortear, de alguna manera, la
tempestad que todo aquello supuso, pero la realidad es que fueron sólo “arre-
glos” para las solemnidades principales y que prácticamente todas las cate-
drales, sin una sola excepción, tuvieron que disminuir, a veces radicalmente,
sus efectivos musicales, hasta quedar éstos reducidos a una débil sombra de lo
que habían sido.
Pero esos factores externos, aun existiendo, y aun habiendo tenido, como
tuvieron, un fuerte influjo, no fueron, con toda evidencia, la razón principal
de la autopurifiación de la música que se nota en los maestros de la primera
mitad del siglo XIX, sino que esa autopurificación fue una consecuencia de
una corriente artística y religiosa que no aparece codificada en ningún libro
ni fue consecuencia de un impulso personal (como en el caso del Cecilianis-
mo alemán o en el de la renovación del canto gregoriano en Francia), sino que
fue consecuencia de un ambiente que se había ido creando.
En los archivos de nuestras catedrales hay una gran cantidad de música de
esta primera mitad del siglo XIX que demuestra claramente esta tendencia pu-
rificadora. Desgraciadamente, hasta ahora la única catedral de la que se ha
publicado una selección suficiente de la música de este período, como tam-
bién de los siglos anteriores y de la segunda mitad del siglo XIX y del XX, y
que, por tanto, permite un acercamiento sobre bases seguras al proceso evo-
lutivo de la música religiosa en España en este período, es la de Burgos; yo
mismo he sido recientemente el editor de esta música, en concreto en los vo-

592 [16]
HILARIÓN ESLAVA (1807-1878), PRECURSOR DEL CECILIANISMO EN ESPAÑA

lúmenes XII –siglo XVIII, pero que llega hasta 1810 aproximadamente,– y XIII
–primera mitad del siglo XIX– de los que he dedicado a esa catedral21; y si bien
no es elegante citarse uno a sí mismo, en este caso no tengo más remedio que
hacerlo, ya que, repito, es la única música publicada con un criterio plena-
mente representativo de las varias tendencias de esta época.
Pues bien: en esos dos volúmenes de Burgos se ve, con toda claridad, la
diferencia de concepción musical que hay entre las obras de, por ejemplo,
Gregorio Yudego (maestro desde 1792 hasta 1824, aunque hacia 1810 dejó de
componer, por falta de salud) y las de Plácido García Argudo, organista de la
Catedral de Burgos desde 1798 hasta 1825, en que fue nombrado maestro (se
jubiló en 1829, pero fue autor de una buena parte de la música de la catedral
desde que Yudego dejó de componer) y, por supuesto, las de Francisco Gon-
zález Reyero (nombrado maestro en 1829, siguió en Burgos hasta su muerte,
acaecida en 1866, pero tuvo que dejar de servir el magisterio por problemas
de salud desde 1860). Yudego aún pertenece al siglo XVIII, por lo que sus obras
incluyen, por lo general, orquesta completa, y sus melodías son, con mucha
frecuencia, ornadas, y aun muy ornadas; pero también es verdad que dos
Christus publicados de este maestro22 son espléndidos motetes de una perfección
estilística y religiosa tal, que bien podría firmarlos el más celoso cecilianista
de la segunda mitad del siglo XIX; lo mismo sucede con el himno de Com-
pletas Te lucis ante terminum 23 y con otras obras; se trata casi de excepciones,
pero existen, y constituyen una prueba más de la tendencia que entonces co-
menzaba a tomar cuerpo entre nuestros compositores, de un cambio hacia un
estilo musical más litúrgico.
En efecto: frente a la tendencia que, salvo esas excepciones que se acaba de
señalar y otras similares, Yudego mantiene aún en sus composiciones, según la
herencia recibida del siglo XVIII, las obras de los otros dos maestros de la pri-
mera mitad del XIX son ya otra cosa, comenzando por la misa de García Argu-
do que abre el volumen XIII, para tiple solista, primer coro, también de solistas
a cuatro voces, segundo coro “de ripieno” y acompañamiento de solo órgano,
ya plenamente realizado en la partitura original, apoyado por el contrabajo, sin
ningún otro instrumento; o el salmo de Completas Cum invocavero, también
para tiple solista y coro acompañante a cuatro voces, con también sólo acom-
pañamiento del órgano y del contrabajo. Esas obras y las demás que constitu-
yen el citado volumen XIII demuestran palmariamente que estamos ante un
mundo de estética, y aun de espiritualidad musical religiosa, del todo nuevo.

4. INICIATIVAS REFORMISTAS DE ESLAVA


Era indispensable hacer todo ese recuento de lo sucedido, en España y
fuera de nuestra nación, en la evolución de la música sagrada y acerca de los
varios intentos de reforma, recuento que, aunque del todo incompleto, ha re-
sultado, quizás, exageradamente extenso para un breve estudio como el pre-

21
LÓPEZ-CALO, José, La música en la Catedral de Burgos. Vol. XII. Musica (III). Siglo XVIII, Burgos,
Cajacírculo, 2002; LÓPEZ-CALO, José, La música en la Catedral de Burgos. Vol. XIII. Musica (IV). Siglo XIX
(I), Burgos, Cajacírculo, 2003.
22
LÓPEZ-CALO, La música en la Catedral de Burgos. Vol. XII, pp. 479-488.
23
Ibidem, pp. 490-495.

[17] 593
JOSÉ LÓPEZ-CALO

sente; pero sólo con esa visión de conjunto se pueden enjuiciar adecuada-
mente los esfuerzos renovadores de Eslava, lo mismo que su obra, tanto mu-
sical como teórica, y tanto en lo que tiene de positivo como en lo que tiene
de negativo, al menos según los criterios de juicio en que actualmente nos po-
nemos, pues por los numerosos testimonios de sus contemporáneos sabemos
que ellos tenían un concepto de muchas de las obras de Eslava del todo dife-
rente del que nos formamos nosotros.
Miguel Hilarión Eslava nació en Burlada, un pueblecito en las afueras de
Pamplona, el 21 de octubre de 180724; pocas semanas antes de cumplir los diez
años fue admitido como niño de coro de la Catedral de Pamplona; cuando
tenía 15 años, por haber cambiado la voz, asumió el cargo de instrumentista,
junto con otras obligaciones en la Capilla de la misma catedral, entre ellas la
de componer música para ella; su principal profesor en Pamplona fue el ma-
estro de capilla Julián Prieto, con quien estudió, además del solfeo, la armo-
nía y composición, ampliando luego sus estudios en esta última asignatura
con Francisco Secanilla, maestro de capilla de la Catedral de Calahorra; en
1828 ganó por oposición la plaza de maestro de capilla de la Catedral de El
Burgo de Osma, donde permaneció hasta 1832, en que fue elegido para el
mismo puesto de la Catedral de Sevilla; finalmente, en julio de 1844 fue ele-
gido maestro de la Capilla Real de Madrid, cargo que conservó, primero co-
mo “maestro supernumerario” y desde 1847 como titular, hasta su muerte,
que le sobrevino en Madrid el 23 de julio de 1878.
En Madrid, además de su cargo principal de maestro de la Capilla Real,
Eslava fue profesor de composición en el Conservatorio desde 1854 y, duran-
te unos meses, también director, cargo que asumió de nuevo más tarde, pero
siempre de forma transitoria y breve. La revolución de septiembre de 1868,
con su implacable sed de revancha contra todo lo hecho por el gobierno an-
terior, destituyó a Eslava de sus dos cargos, maestro de la Capilla Real y pro-
fesor del Conservatorio; el cese del primer cargo era lógico, dado que el nue-
vo gobierno suprimió, sin más, la Capilla de Música, dejando a todos sus
miembros en la calle, sin respetar en modo alguno los derechos adquiridos,
en concreto en el caso de Eslava, pues él tenía su cargo por oposición, en pro-
piedad; su destitución en el Conservatorio, en cambio, era del todo arbitraria
y dictada sólo por la política del nuevo gobierno de eliminar todos los nom-
bramientos anteriores, sólo por el hecho de haber sido hechos por la reina y
su gobierno, sin fijarse en la valía o aptitud de las personas que ocupaban esos
cargos; el gobierno cambió incluso el nombre del Conservatorio sólo porque
se lo había puesto la reina cuando lo creó, sustituyéndolo por el de “Escuela
Nacional de Música”; afortunadamente, la decisión de quitar a Eslava el car-
go y sueldo de profesor del Conservatorio fue tan arbitraria e injusta, y el
prestigio del compositor era tan grande, que poco después, también por ges-
tiones de hombres tan eminentes como Barbieri y Monasterio, junto con la
presión popular, se le restituyó en el sueldo de profesor, y hasta se le devol-

24
La más completa biografía de Eslava hasta ahora publicada es la de ANSORENA, José Luis, “Bio-
grafía de D. Hilarión Eslava” en Monografía de Hilarión Eslava, Pamplona, Diputación Foral de Nava-
rra, 1978, pp. 1-118; se trata de una biografía exhaustiva, construida sobre documentos originales y, en
conjunto, definitiva. De ella tomo los datos que resumo en el texto, así como algunas citas que opor-
tunamente menciono.

594 [18]
HILARIÓN ESLAVA (1807-1878), PRECURSOR DEL CECILIANISMO EN ESPAÑA

vieron los honorarios que se le habían suprimido. Más tarde, cuando la res-
tauración alfonsina, se restituyó a Eslava en el puesto de director de la Capi-
lla Real, devolviéndole también lo que había dejado de cobrar, y en la cátedra
del Conservatorio, aunque su estado de su salud, que para entonces era ya crí-
tico, no le permitió una actividad continuada y eficaz en ninguno de los dos
cargos.
Efectivamente, el daño estaba hecho y había sido enorme. Y si bien el
prestigio del anciano profesor y maestro, lejos de disminuir, seguía creciendo
de forma masiva y constante, y hasta contribuyó decisivamente a ello la gra-
vísima injusticia que el gobierno había hecho con él, aquellas dos destitucio-
nes, con todo lo que llevaron consigo, sobre todo lo sucedido en el Conser-
vatorio, afectaron gravemente a su salud, sin que las constantes muestras de
estima y admiración que recibía lograran compensar el derrumbe que aque-
llas injusticias le causaron, a lo que se juntaba el desgaste que una vida de in-
tensísimo trabajo había causado en su otrora fuerte naturaleza.
Pasemos ahora, tras este breve recuento biográfico, a centrarnos en las ac-
tividades de Eslava en pro de la mejora de la música religiosa, que tienen dos
aspectos: el teórico y el práctico, que deben ser estudiados individualmente.
Eslava fue el primer músico español que se propuso un plan de mejora de
la música religiosa a nivel nacional y que, en sus escritos, creó un cuerpo doc-
trinal coherente, y bastante completo, respecto a la música religiosa como,
por lo demás, hizo en otros campos de la música, en particular en la pedago-
gía, ya que sus métodos de solfeo, de armonía y de composición quedaron co-
mo clásicos, y aun muchos músicos españoles que nos formamos a partir de
los años 30 del siglo XX los hemos utilizado para nuestro aprendizaje musical.
Eslava no solamente fue el primero, sino que hasta la llegada del Padre Ota-
ño, en los comienzos del siglo XX, tras el Motu Proprio de Pío X, fue el único
que intentó una tal empresa de reforma, también porque nadie, como él, dis-
frutó de una posición de autoridad nacional indiscutible25. Es imposible re-
producir aquí todas sus iniciativas, y menos los escritos, que son muy nume-
rosos, en pro de la mejora de la música religiosa en España, por lo que recor-
daré sólo los dos o tres que creo son los principales y que bastan para el pro-
pósito del presente escrito.
La primera gran iniciativa, y quizá la más importante, data de 1852, aun-
que es evidente que los pasos que entonces dio Eslava fueron fruto de una
meditación larga y profunda, seguramente de meses, si no de años, y se pue-
den resumir así: el 3 de marzo de ese año se estableció en Madrid una “Aso-
ciación de la Lira Sacro Hispana”26, de la que formaban parte diecisiete músi-
cos, casi todos de la Capilla Real –de la que, no lo olvidemos, Eslava era el

25
Entre Eslava y Otaño está Felipe Pedrell, pero éste constituye un caso particular, diferente de los
otros dos. Véanse algunos datos sobre Pedrell al final del presente trabajo.
26
ANSORENA, “Biografía”, p. 71, la llama “Unión Artístico-Musical”; no me consta de dónde ha-
ya tomado él este nombre, pues Eslava no lo usa en su Breve memoria histórica de la música religiosa en
España, que publicó con la última entrega de la Lira Sacro-Hispana y que constituye la fuente más di-
recta de lo que sabemos de todo eso. Esa “Unión Artístico Musical” existió, pero en otro momento y
con otras finalidades; me faltan elementos de juicio para afirmar si, efectivamente, la “Unión Artístico
Musical” tuvo algo que ver con la constitución de la sociedad fundada el 3 de marzo de 1852.

[19] 595
JOSÉ LÓPEZ-CALO

maestro–; Eslava, con su “ejemplar modestia” como, en frase feliz, la define el


Padre Rubio27, se autocoloca en el último lugar de la lista de socios fundado-
res: los objetivos de la empresa los define él de la siguiente forma: “El objeto
de esta Asociación fue la publicación de una colección completa de las mejo-
res obras de música religiosa, compuestas por los más acreditados maestros es-
pañoles, tanto antiguos como modernos”28.
Después de explicar que la Asociación se dividió en acciones, de las que
cada miembro suscribió una, excepto el propio Eslava, que suscribió tres, ex-
pone los motivos que llevaron “a los profesores mencionados” a emprender la
magna obra:
El mal estado de la música religiosa en nuestras catedrales, y el des-
cuido y abandono de sus archivos musicales, hacían temer la desaparición
y pérdida de obras que merecían duradera gloria. Añádase a esto que esas
excelentes obras, especialmente las antiguas, aunque se conservasen en los
archivos, se hallaban en libros de atril o en papeles separados y sin parti-
ciones, lo que hacía imposible su estudio. De esto se seguía que los viaje-
ros extranjeros, instruidos en el ramo, que visitaban nuestros archivos, sa-
caban sus apuntes a la ventura, elogiando o vituperando después sin haber
podido tomar los debidos conocimientos en la materia.
Hubo también otra consideración muy importante para emprender es-
ta publicación. Todos los profesores inteligentes en historia musical estaban
convencidos de que no era posible que poseyéramos la correspondiente a Es-
paña, escrita debidamente, si antes no se publicaban trabajos parciales acer-
ca de cada uno de los cuatro ramos o géneros principales en que se divide el
arte, que son: 1º, el religioso; 2º, el dramático; 3º, el popular; y 4º, el didác-
tico. En efecto, ¿cómo es posible que un solo individuo haga aisladamente
todos los estudios e investigaciones necesarias, para reunir las obras, datos y
noticias indispensables en cada uno de esos cuatro ramos, tratándose de una
nación que ha tenido la mayor incuria y abandono en la conservación de los
documentos y obras más interesantes al arte? Es muy difícil hallar un hom-
bre que a sus vastos conocimientos literario-musicales, a su gran práctica en
el arte y a su fino criterio, reúna la paciencia y actividad que son necesarias
para tan difícil empresa. Porque es necesario tener presente que en el día las
historias sobre bellas artes, si no van comprobadas con documentos y mo-
numentos, no merecen estimación alguna.
No contento con eso, y seguramente que para asesorarse mejor a través
del estudio directo de lo que se hacía en otras naciones, Eslava se propuso re-
alizar un largo viaje por Europa que, efectivamente, consiguió hacer en la pri-
mavera-verano de ese mismo año 1852; él dice que la finalidad de ese viaje era
estudiar y copiar las obras de música española que existiesen en las bibliote-
cas de las naciones que iba a visitar, y menciona en concreto las bibliotecas de
París, Berlín y Viena; pero la impresión que se saca es que él quería informarse
bien de los movimientos religiosos de esas naciones, en particular por lo que
se refería a la recuperación de las obras históricas.

27
RUBIO, Samuel, “Eslava musicólogo - Lira Sacro-Hispana”, en Monografía de Hilarión Eslava,
pp. 151-175; la frase citada está en la p. 156, “Ejemplar modestia de Eslava con respecto a la realización
de su obra”.
28
ESLAVA, Hilarión, Breve memoria histórica de la música religiosa en España, Madrid, Imprenta de
Luis Beltrán, 1860, p. 1.

596 [20]
HILARIÓN ESLAVA (1807-1878), PRECURSOR DEL CECILIANISMO EN ESPAÑA

El resultado, como se sabe, son los diez imponentes volúmenes de la Lira Sa-
cro-Hispana, que aún hoy causan asombro por su envergadura y por el colosal es-
fuerzo que Eslava, por sí solo, tuvo que realizar. Con razón escribe el Padre Rubio:
Se trata de una empresa que hoy mismo nos asustaría; que de hecho
no se ha vuelto a repetir, aunque su necesidad es bien patente y apre-
miante; que supone un tesón, una fuerza de voluntad y una constancia,
para no desmayar ante el cúmulo de dificultades que tuvo que vencer Es-
lava, rayanos en lo milagroso29.
Y un poco más adelante: Imagínese el acopio de material que habría logrado
Eslava si hubiera contado con los medios de que disponemos hoy para obtener co-
pias sin movernos de nuestro estudio”. Al año siguiente, y mientras Eslava seguía
recogiendo materiales para su magna obra y dirigiendo su publicación, acometió
otra parecida que, aunque de menor extensión, no fue menos benemérita, en to-
dos los sentidos: la de reunir una antología de música orgánica30. La finalidad de
esta nueva empresa, era, en el fondo, la misma: la mejora de esta rama de la músi-
ca religiosa en España. Lo expone él en el prólogo de la publicación:
El objeto de la obra que ofrezo a mis comprofesores es de la más alta
importancia: Constituir el verdadero género orgánico-religioso, establecer
las bases y reglas que para él deben regir, dar un gran número de piezas
compuestas con sujeción a ellas, esclarecer la historia de los organistas es-
pañoles y proponer todos los medios más conducentes para mejorar este
ramo, que es uno de los más importantes del arte musical. He aquí los fi-
nes que en esta publicación me propongo.
Los medios, sin embargo, serían diversos de los que usó en la Lira. En ésta se
propuso recopilar una antología de composiciones musicales españolas de todos
los tiempos; en el Museo, en cambio, lo que hizo fue pedir a varios organistas com-
positores una serie de obras, escritas expresamente para esta antología, o que ya
tuviesen compuestas, pero que juzgasen, en alguna manera, modélicas, de modo
que pudiesen servir, tanto para el uso de los demás organistas en las funciones li-
túrgicas como de modelo de composiciones organísticas para los demás.
Desde este punto de vista que es, repitámoslo, el de Eslava, tengo que con-
fesar que siempre me he quedado perplejo porque, realmente, no se acaba de
comprender qué entendía él por modelos de composiciones organísticas. Él, en
la “Breve memoria histórica de los organistas españoles”, al hacer, como en la
Lira, un recorrido por las formas musicales y estilos de los sucesivos períodos
históricos, se detiene en modo particular en la “decadencia” en que, según él,
había caído la música organística después de que, en el siglo XVIII, los organis-
tas hubiesen abandonado el género fugado y adoptado el que él llama género li-
bre, que ocasionó esa “decadencia” del siglo XIX. Escribe Eslava:
Los organistas que se dedicaron al género libre casi exclusivamente, no
se contentaron con lucir su habilidad en el órgano, sino que quisieron
también ser pianistas y hacerse aplaudir en los salones; y así como el gé-
nero libre influyó en la decadencia del género fugado, el piano influyó, a
su vez, en la decadencia del libre orgánico.

29
RUBIO, “Eslava musicólogo”, p. 153.
30
ESLAVA, Hilarión, Museo orgánico español, Madrid, 1853-1854. Como hizo con la Lira, Eslava publi-
có el Museo orgánico por entregas; la primera salió en septiembre de 1853 y la última en noviembre de 1854.

[21] 597
JOSÉ LÓPEZ-CALO

Y un poco más adelante concreta así su pensamiento:


Éstos [los que él llama “nietos” de los primeros que abandonaron el gé-
nero fugado], con algunas honrosas excepciones, han llegado a confundir,
hasta cierto punto, el género religioso con el profano, y el de piano con el
orgánico. No son ya organistas, sino pianistas de más o menos habilidad, a
quienes, por lo general, les falta de cabeza todo lo que les sobra de dedos.

Pues eso, ni más ni menos, es lo que son –o al menos me parecen a mí–


la mayor parte de las composiciones de esta, por lo demás, magnífica antolo-
gía: una buena parte de esas composiciones más parecen pensadas para el pia-
no que para el órgano, sobre todo los ofertorios, pues las elevaciones suelen
ser más pausadas y religiosas. Incluso algunas composiciones del propio Esla-
va, aunque son, a mi juicio, de las más inspiradas y recomendables de toda la
colección, adolecen de no pocos de estos defectos. Véase, si no, el comienzo
del Ofertorio nº 1 del compositor (Ejemplo 3) y un fragmento perteneciente
a la “Plegaria” de su Elevación nº 1 (Ejemplo 4):

Ejemplo 3. Hilarión Eslava, Ofertorio nº 1, fragmento inicial (Museo Orgánico Español, vol. I, p. 28).

598 [22]
HILARIÓN ESLAVA (1807-1878), PRECURSOR DEL CECILIANISMO EN ESPAÑA

Ejemplo 4. Hilarión Eslava, Elevación nº 1, fragmento de la “Plegaria” (Museo Orgánico Español, vol. I,
p. 36).

El mismo año en que Eslava fue nombrado profesor del Conservatorio de


Madrid, fundó la revista Gaceta Musical de Madrid, creada, según rezaba el
prospecto en que se anunciaba su comienzo, por “una sociedad de artistas”,
pero en realidad por él mismo, que fue también su director en los años de vi-
da de la publicación, y cuyo primer número salió el 4 de febrero del siguien-
te año, 1855. Pues bien: ya en ese primer número, después de un artículo fir-
mado por el propio Eslava sobre “El arte musical en España”, se encuentra
una “Exposición que dirigen a S. M. los profesores de Madrid”, fechada el 30
de noviembre de 1854 y firmada por 49 músicos, encabezados precisamente
por él, por Eslava. Esa larga exposición tenía por objeto solicitar de la reina
una medida equitativa y justa, que, contribuyendo al mejor culto tributa-
do a Dios en su santo templo [...], facilite seguro medio de sostener deco-

[23] 599
JOSÉ LÓPEZ-CALO

rosamente la música religiosa, parte esencialísima y de la mayor impor-


tancia en el arte que cultivan, y verdadera necesidad en una nación por ex-
celencia católica.
La esencia de la proposición que hacían era la necesidad de cubrir las nu-
merosas plazas que habían quedado vacantes tras la desamortización de Men-
dizábal de 1835, y que, no obstante lo decretado por el Concordato de 1851,
no se habían cubierto todavía, o estaban servidas por personas incompeten-
tes; entre otras medidas concretas que solicitaban estaba la de que esas plazas
no tuviesen que ser cubiertas por eclesiásticos, como implícitamente se de-
terminaba en el Concordato, sino por seglares competentes, y siempre a tra-
vés de oposiciones, a fin de garantizar el nivel técnico y artístico que exigía la
excelsa finalidad de la música religiosa.
No contento con eso, Eslava publicó, en el número 3, del 18 de febrero –la
revista era semanal– un artículo de fondo, firmado por él, con el “Plan que se
propone para las capillas y escuelas musicales”. Este artículo es de la mayor im-
portancia para comprender sus ideas. Hoy puede sorprendernos en más de un
aspecto, pero hay que ponerse en el ambiente y circunstancias en que él lo es-
cribió y, de todas formas, es indispensable detenerse un momento en él, pues es
fundamental para comprender qué entendía él por la reforma y mejora de la
música religiosa, y los medios prácticos que sugería para lograr ese objetivo. Me-
rece la pena copiar, ante todo, los primeros párrafos, pues en ellos plantea Esla-
va el problema tal como él lo veía. El documento comienza así:
El estado en que han quedado las capillas musicales de España por las dis-
posiciones adoptadas en el último Concordato celebrado con la Santa Sede,
es tristísimo. Un maestro, un organista, dos cantantes, contralto y tenor, el
sochantre y los niños de coro forman la capilla de una iglesia metropolitana,
y los mismos, excepto el contralto, forman la de una sufragánea.
¡A la orquesta y doble coro, cuyo eco majestuoso resonaba en otro
tiempo por las bóvedas de nuestras catedrales, sucede hoy el miserable
conjunto de tres o cuatro voces!
El culto exterior de nuestra santa religión requiere pompa y majestad,
y la música contribuye poderosamente a este objeto, cuando es digna del
templo por su mérito y por su ejecución.
Las catedrales de España, tan hermosas en general, tan grandes, exigen
que el conjunto de la capilla musical corresponda a la grandeza y magnificen-
cia de la basílica. El querer que la capilla de una catedral sea como la de un
convento de monjas o de una pequeña parroquia es, a nuestro modo de ver,
un verdadero despropósito. Si nos hallásemos en el caso de un obispo o de un
cabildo, haríamos todos los esfuerzos posibles por reunir siquiera un doble co-
ro de ocho voces, para que, unidas al órgano, actuasen dignamente en los sa-
grados oficios; y si no nos fuese posible reunir estos elementos renunciaríamos
a la capilla música y nos contentaríamos con solo el canto llano.
La circunstancia de exigirse por el Concordato que sean clérigos los
profesores de las catedrales dificulta más y más la organización de sus ca-
pillas. Además, las rentas que en él se asignan a dichos profesores no guar-
dan entre sí proporción alguna equitativa. El maestro de capilla, que, ade-
más de dirigir y componer obras, está encargado de la enseñanza de los ni-
ños de coro, goza la misma dotación que el contralto y tenor, cuyas obli-
gaciones se limitan únicamente a cantar su respectivo papel. Esto no es
justo, por razones que nadie ignora.

600 [24]
HILARIÓN ESLAVA (1807-1878), PRECURSOR DEL CECILIANISMO EN ESPAÑA

Cuán poco meditada ha sido esta materia lo prueban los tristes resul-
tados que tocamos. Una gran porción de iglesias catedrales han expedido
edictos para varias plazas que se hallan vacantes, y no se han presentado
opositores, o se han provisto de cualquier modo. En otras, sin embargo de
haber vacantes, no se proveen, por saberse con certeza que no hay sujetos
dignos de ocuparlas, si han de ser sacerdotes.
La solución que Eslava proponía consistía, en lo fundamental, en estable-
cer escuelas de música en todas las catedrales, que deberían actuar de acuer-
do con el Conservatorio, y hasta parece sugerir que pudieran tener validez
académica; los profesores serían los propios músicos de las catedrales; y, por
supuesto, volvía a insistir en la necesidad de suprimir la cláusula que obliga-
ba a que los músicos fuesen sacerdotes. Esta última idea era poco menos que
imposible de soslayar, ya que el Concordato adjudicaba sendos “beneficios”
eclesiásticos a esos cargos musicales; es verdad que muy pronto las catedrales
comenzaron a aplicar la fórmula de pasar esas cantidades a la “Fábrica”, para
poder admitir seglares en esos cargos; pero ello llevaba consigo otras compli-
caciones, como un determinado número de misas que esos “beneficiados” te-
nían obligación de celebrar, en virtud del cargo que desempeñaban.
Naturalmente, ni el gobierno respondió a la “exposición” de 1854, ni la
propuesta de Eslava tuvo efecto práctico alguno, a pesar de las varias veces que
en la revista vuelven, él y otros, sobre estos temas. Pero Eslava ideó otras ini-
ciativas, no menos importantes, que produjeron frutos más positivos que esas
que se han mencionado, como también publicó otros impresos donde expu-
so sus proyectos de reforma de la música sagrada, que también deben cono-
cerse; y ya que hemos comenzado exponiendo lo que podría ser llamado
“concepto teórico” o “básico” de lo que él creía que debía ser la música sa-
grada, y, por tanto, por dónde, y cómo, debía acometerse la tan ansiada re-
forma, vamos a detenernos todavía un poco en la visión teórica de Eslava
acerca de la música sagrada y su reforma.
Eslava, a lo que parece, evolucionó no poco en este punto. O al menos eso
se deduce de la comparación de esos primeros escritos “teóricos” con los que
escribió más tarde. De todos ellos hay uno que destaca de manera decisiva so-
bre los demás: la ya citada Breve memoria histórica de la música religiosa en Es-
paña, escrito que él, con su modestia habitual, califica de “breve”, pero que en
realidad contiene conceptos verdaderamente excelsos, y donde ofreció, de una
manera más completa y prácticamente definitiva, su pensamiento.
En el capítulo que, a petición del Padre Ansorena, redacté en 1978 para la Mo-
nografía de Hilarión Eslava, analicé con detencion esas opiniones del gran maes-
tro navarro con amplias citas textuales, para presentar su pensamiento de una ma-
nera más segura y directa, por lo que no creo necesario reproducirlas de nuevo
aquí31. Pero sí me parece indispensable copiar algunos párrafos porque, en verdad,
constituyen las bases teológicas sobre las que Eslava funda su pensamiento:
El hombre, criado por Dios, dotado de un alma racional y hecho rey
de la creación, admiró desde luego las maravillas del universo, se recono-
ció deudor de inmensos beneficios y prorrumpió en cantos de alabanza al

31
Véase LÓPEZ-CALO, José, “Hilarión Eslava, compositor de música sagrada”, en Monografía de
Hilarión Eslava, pp. 119-150.

[25] 601
JOSÉ LÓPEZ-CALO

supremo Creador de tanta maravilla y dador de tantos y tan grandes favo-


res. El hombre, conociendo su pequeñez a la vista de la omnipotencia de
Dios y de su infinita bondad y sabiduría, con voz sumisa y respetuosa le
prestó humilde adoración. El hombre, en fin, viéndose rodeado de infini-
tos peligros, de enfermedades y males de todo género, levantó su trémula
y doliente voz y dirigió su plegaria a Aquél que es el único que podía so-
correrle en sus aflicciones y angustias. Y he aquí los tres principales afec-
tos que debe expresar la música religiosa, y que son los que determinan su
carácter, considerado su origen y esencia.
Algunos autores de allende el Pirineo han sentado el principio de que
el carácter de la música religiosa es únicamente la plegaria; pero de lo que
acabamos de indicar se deduce claramente que los afectos de alabanza y
adoración son tan naturales y razonables como los del ruego o plegaria. De-
cimos más: esos tres afectos hemos dicho que son los principales, para ma-
nifestar que no son los únicos, y que hay otros que de ellos se derivan, o a
ellos se dirigen. Medítese un poco sobre la letra de las lamentaciones de Je-
remías, del Te Deum laudamus, de las lecciones de Job, del Gloria in excel-
sis Deo, y sobre todo de la incomparable y sublime poesía del Dies irae, dies
illa, y se verá la necesidad de expresar, no sólo los afectos dichos, que for-
man el fondo, sino también el pesar, arrepentimiento, alegría, tristeza,
amor, dulce esperanza, santo terror, etc.
La mayor parte de ese opúsculo la constituye una larga exposición de lo que
fue la música religiosa española en los siglos XVI al XVIII; las características de la
música de esos siglos las resume Eslava en tres estilos: el “antiguo”, es decir, el
contrapuntístico del siglo XVI, para el que dice “se necesitaba ser buen contra-
puntista y haber hecho buenos estudios escolares, que son los que constituyen
lo que llamamos talento”; el “llano”, que dice consistía en “procedimientos sen-
cillos respecto a la melodía y armonía, dando toda la mayor expresión posible
a la letra y haciendo jugar a la orquesta con ritmos marcados, a veces con gran
brillantez”, añadiendo que este estilo “era el que más se acercaba al teatral”; y el
tercero, al que llama “mixto” y que, dice, “participa del primero y segundo, y
de consiguiente era el más rico y variado, y preferible a los otros dos”.
La conclusión de todo su pensamiento la resume en los párrafos siguien-
tes, con los que quiero cerrar esta breve exposición de los ideales de Eslava
acerca de la música sagrada:
Nosotros admitimos estos tres estilos y todos los compuestos de ellos,
con tal que se observen en los mismos los principios filosóficos que hemos
establecido en esta Memoria. Queremos la expresión religiosa que debe ca-
racterizar la música del templo; y para ella admitimos todos los recursos
del arte y todas las formas, por diversas que ellas sean. Sólo rechazamos de
la iglesia toda música que nada exprese, o que exprese lo que no debe y sea
impropio de los sentimientos religiosos. Somos contrarios a las opiniones
extremas. Creemos errónea la opinión de aquellos que quieren que se
adopte el género de imitación a la Palestrina como el non plus ultra de la
perfección de este ramo. Reprobamos también el extremo opuesto, practi-
cado por muchos maestros modernos, que consiste en escribir para la igle-
sia no sólo música teatral sino también del género bufo. Nosotros, que
apreciamos justamente el mérito de los maestros Mercadante, Rossini,
Weber, Mozart y otros que, además de sus excelentes obras lírico-dramáti-
cas, han compuesto algunas piezas religiosas muy dignas de sus relevantes
talentos, rechazamos otras de este mismo género y compuestas por dichos

602 [26]
HILARIÓN ESLAVA (1807-1878), PRECURSOR DEL CECILIANISMO EN ESPAÑA

autores, porque son completamente teatrales. Queremos también que los


pensamientos del género religioso no tengan reminiscencias profanas, co-
rrespondientes a la música dramática ni a la popular. Queremos igual-
mente que se alejen del templo esos giros cadenciales que se oyen todos los
días en el teatro al fin de los períodos melódicos. En fin, queremos músi-
ca de verdadero carácter religioso, que no recuerde a la música profana por
sus ideas, por sus ritmos, ni por su estructura.
Sin embargo de esto, y a pesar de que nosotros admitimos en la igle-
sia todos los instrumentos, exceptuando los de percusión, vamos a clasifi-
car brevemente las diversas formas de la música religiosa respecto a los ele-
mentos que en ella deben emplearse, avalorando el grado de conveniencia
de cada una de ellas.
La primera forma, y la más propia del templo, es la música a voces so-
las. E1 efecto de una gran masa de solas voces es tan magnífico, sublime y
religioso, que ninguna otra forma es a ella comparable. Ninguna presenta
con tanta verdad la idea de un pueblo congregado para alabar a Dios, ado-
rarle y dirigirle sus plegarias. Las voces naturales, puras y expresivas que ex-
halan pechos palpitantes sin mezcla de los sonidos artificiales que produ-
cen los instrumentos, son de un valor e importancia incomparable. Noso-
tros, pues, creemos que las piezas a voces solas, escritas con los recursos del
arte moderno, y no con solos aquellos que usaban los grandes maestros del
siglo XVI, como quieren algunos, son preferibles a todas las que pueden es-
cribirse con orquesta [...].
La segunda forma es la de voces acompañadas del órgano, del cuarte-
to de cuerda o del viento-madera; pero no cabe duda que ella aminora la
pureza de efecto, comparándola con la de solas voces [...].
La tercera forma es la de voces con acompañamiento de orquesta. Esta
forma, al mismo tiempo que es la que se presta a más ricos y variados efec-
tos, en razón de que contiene en sí los recursos de la primera y segunda y los
que a ella son propios, es la más expuesta a las reminiscencias teatrales, que
deben evitarse. Nosotros aceptamos esta tercera forma con la condición de
observarse en ella no sólo los principios artísticos y filosóficos que en esta
Memoria quedaron establecidos, sino también las restricciones siguientes: 1ª,
deben excluirse los solos de instrumentos, exceptuándose en algún breve pre-
ludio o intermedio; 2ª, no deben practicarse esas especies de parlantes en que
la orquesta lleva el discurso musical acompañando a ella simplemente las vo-
ces, a no ser en algún trozo corto como medio pasajero de variedad; 3ª, de-
ben evitarse ciertos ritmos de acompañamiento, muy usados en la música te-
atral, o si se practican deben ser poco duraderos, y como recurso momentá-
neo de variedad. Bajo estos principios están escritas nuestras obras con or-
questa, publicadas en la Lira Sacro-Hispana.

CONCLUSIONES
Con toda razón el Padre Ansorena, después de hacer un amplio recorrido
por los variados intentos de Eslava de corregir los defectos que según él tenía
la música religiosa de su tiempo, de publicar un buen número de sus textos
sobre sus ideales de música en las iglesias, y de comparar todo eso con las
obras del mismo Eslava, escribe:
Cuando él [Eslava] habla, a partir de 1855 de las cualidades que deben
adornar la música religiosa, hay una palmaria contradicción con sus pri-

[27] 603
JOSÉ LÓPEZ-CALO

mitivas partituras. Él mismo se arroja arena a los ojos. De ahí deducimos


que Don Hilarión renunciaba a estos pecados de juventud y que pública-
mente estaba reconociendo: así es como no hay que componer32.
No eran sólo las obras de juventud. Mucho más habría que aplicar ese jui-
cio a las obras posteriores, en concreto a muchas de las que Eslava compuso
en Sevilla y sobre todo a las de Madrid. Las de Sevilla se conservan en el ar-
chivo de esa catedral, aunque algunas de las que publicó posteriormente da-
tan de aquella época; las de Madrid son, sobre todo, las que publicó en la edi-
torial e imprenta que su sobrino Bonifacio Eslava33 había fundado en Madrid,
por iniciativa del propio Don Hilarión y con su ayuda; porque, en verdad, se
trata de obras que contradicen, “palmariamente”, para usar la expresión del
Padre Ansorena, los ideales que Eslava refleja en sus escritos34.
Y sin embargo, fuerza es reconocer que, al lado del Eslava tradicional-
mente conocido y citado, el que pudiéramos definir como el de las grandes
lamentaciones de Semana Santa, el de las “secuencias”, del oficio de difuntos
y, sobre todo, el del Miserere sevillano de 1835-37, hay otro Eslava muy dis-
tinto, el de la Misa breve en re menor, op. 128, el del Tu es Petrus de 1870, y
sobre todo el de los “motetes a cuatro voces con acompañamiento de órga-
no”, dignos del mejor cecilianista alemán como comenté, en el citado artícu-
lo de la Monografía, a propósito de algunas frases del Tu es Petrus. Creo un de-
ber reproducir aquí estas frases que entonces publiqué, comentando esas
obras espectaculares del período de Madrid:
Pero ése no fue el único Eslava de esta época: estaba también el de las
composiciones a voces solas, o con acompañamiento de órgano, ‘en estilo
antiguo’; composiciones en las que Eslava se adelantó a su tiempo, antici-
pando el cecilianismo y, desde luego, las tendencias de la reforma de San
Pío x. A este grupo pertenece, ante todo, su excelsa, aunque breve, colec-
ción de motetes. Los cuales, es importante tenerlo presente, tuvieron tam-
bién una enorme difusión por las catedrales españolas y contribuyeron efi-
cazmente a la propagación de este género, tan importante, de música reli-
giosa, sirviendo de modelo e inspiración a otras muchas. De hecho, hay
copias de ellos en muchos archivos catedralicios, algunas hechas en pleno
fervor postpiano de pureza litúrgica35.
Véase, como confirmación y ejemplo representativo, el comienzo de su
Ave Maria, a cuatro voces mixtas y órgano (Ejemplo 5).

32
ANSORENA, Biografía, p. 82.
33
Propiamente era Bonifacio San Martín Eslava; véase ANSORENA, Biografía, p. 20.
34
En la ya varias veces citada Monografía de Hilarión Eslava, pp. 346-370, publiqué como apén-
dice a mi artículo “Hilarión Eslava, compositor de música sagrada”, y como apéndice al cuerpo de ar-
tículos que constituyen el libro, un “Catálogo provisional de las obras religiosas de Hilarión Eslava”;
estructuré ese catálogo provisional en los cuatro períodos en que se articula su obra como composi-
tor: Pamplona, Burgo de Osma, Sevilla y Madrid, y añadí unas pocas obras que se conservan en va-
rios archivos o que son “de época incierta”. Posteriormente, y a lo largo de muchos años, he ido com-
pletando ese “catálogo provisional”, que desde hace tiempo tengo concluido, aunque nunca lo he pu-
blicado.
35
LÓPEZ-CALO, “Hilarión Eslava, compositor de música sagrada”, p. 144.

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HILARIÓN ESLAVA (1807-1878), PRECURSOR DEL CECILIANISMO EN ESPAÑA

Ejemplo 5. Hilarión Eslava, Ave María a 4 voces mixtas y órgano, fragmento inicial.

Se impone, finalmente, una conclusión: ¿Fue Eslava un cecilianista? ¿Fue un


precursor del Cecilianismo? Cecilianista, en sentido estricto, no; eso desde lue-
go. El Cecilianismo, tal como lo concibieron los alemanes para corregir los erro-
res y abusos que en aquellos años centrales del siglo XIX convertían la música que
entonces se usaba en las iglesias en una cosa poco digna de la alta misión a que,
por definición, estaba destinada, volvió su mirada hacia el pasado, hacia la poli-
fonía clásica del siglo XVI, y, además de recuperar aquellos tesoros tantos años
ocultos y aquella tradición poco menos que perdida, inventó un nuevo lengua-
je musical, moderno, sí, pero imbuido del espíritu que había inspirado las gran-
des creaciones músico-religiosas de otros tiempos. Eslava, por el contrario, afir-
ma expresamente que no es ése el camino para corregir los errores y defectos de
la música de su tiempo y conseguir la restauración de la auténtica música reli-
giosa; no desdeñaba, sin más, aquella música; y la mejor prueba de ello es que él
fue el primero en España que intentó recuperar la mejor tradición del Siglo de
Oro poniendo a disposición de todo el que quisiera usarla una magnífica anto-
logía de nuestra mejor música de finales del siglo XV y de todo el XVI, y aun de
comienzos del XVII; pero decía también que la imitación de ese estilo no era, di-
ce él gráficamente, “el Non plus ultra de la perfección de este ramo”.
En este sentido, estricto, riguroso, Eslava no era, ciertamente, un cecilia-
nista. Pero aunque difiriese del Cecilianismo alemán en los medios, sí era un

[29] 605
JOSÉ LÓPEZ-CALO

cecilianista en la finalidad que pretendía, empresa a la que, como hemos vis-


to, dedicó hercúleos esfuerzos. Estos esfuerzos, las realizaciones de Eslava,
fueron, por lo general, mal comprendidas y duramente criticadas por los que
vinieron detrás de él. El Padre Ansorena, en la introducción a su ya varias ve-
ces citada biografía de Eslava, copia diversos testimonios, a favor o en contra
del compositor36. Entre los que atacan a Eslava, Ansorena cita algunos textos
que Felipe Pedrell publicó en Música Sacro Hispana, la revista de su discípu-
lo, el Padre Otaño. Yo mismo, en un largo artículo sobre el Miserere de Esla-
va, publiqué otros muchos37; y no son los únicos ni todos los que se pudieran
aducir. En cierto modo, los ataques de Pedrell se podrían comprender, dado
el carácter apasionado que siempre le caracterizó, que eclipsó sus por lo de-
más notables cualidades y condicionó gravemente sus muchos méritos y be-
neméritas iniciativas38.
Eslava no fue, pues, un cecilianista en sentido estricto. Pero sí un autén-
tico predecesor del Cecilianismo en España, en cuanto que el espíritu que le
movía era el mismo que, casi por entonces, movía a Witt y demás iniciadores
de este movimiento. Y en el fondo era el mismo espíritu que movía a Barbie-
ri y a otros pioneros (incluso al mismísimo Pedrell) que, quizá partiendo des-
de otros puntos de vista, aspiraban a lo mismo. Más aún: creo que se puede
afirmar, con toda verdad, que Pedrell y otros “reformadores” españoles no ha-
brían sido lo que fueron si no hubiera existido antes un Eslava, que abrió el
camino que conduciría a los movimientos de finales del siglo, los pedrellianos
y los demás, para concluir en la gran reforma del Padre Nemesio Otaño39.

36
ANSORENA, Biografía, pp. 4-7.
37
LÓPEZ-CALO, José, “El Miserere de Eslava”, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de Santa
Isabel de Hungría, nº 27 (Sevilla, 1999), pp. 199-259.
38
ANSORENA, Biografía, p. 5, dice: “Incomprensibles las palabras de Felipe Pedrell, si no conocié-
ramos su fanatismo, que le llevó a arremeter por igual contra otros nombres venerables”. Véase, a este
respecto, VILLALBA MUÑOZ, Luis, Felipe Pedrell. Semblanza y biografía, “Imprenta de la Tierra de Se-
govia”, 1922, passim, sobre todo a partir de la p. 91; ya el primer párrafo de ese importante folleto lo di-
ce todo: “Felipe Pedrell.- He aquí la figura más grande de la música contemporánea española. Y no es
incompatible con la valía real y positiva de su personalidad artística el que alrededor de su nombre mu-
sical y en la apreciación crítica de su labor se haya tejido una paradoja de juicios desconcertantes, pues
nada más cierto que Pedrell ha resultado para sí mismo, y que él mismo se ha labrado, una verdadera
paradoja”.
39
El movimiento “ceciliano” o “pre-ceciliano” en España está aún por estudiar. Desgraciadamen-
te, los pocos artículos que sobre la música religiosa española de la segunda mitad del siglo XIX se han
publicado en estos últimos años aclaran poco, pues por lo general se limitan a poco más que repetir
conceptos y hechos tan conocidos que se convierten casi en lugares comunes; algunos dan la impresión
de que sus autores no leyeron nada, o casi nada, de la música del siglo XIX que se guarda en los archi-
vos de nuestras catedrales, quiero decir de las composiciones mismas, en particular las latinas, a pesar
de que es en esos archivos donde está la casi totalidad de esta música y donde hay numerosísimos ejem-
plos bien significativos de lo que en realidad fue. Un ejemplo entre los muchos que se podrían citar es
el caso de Antonio García Valladolid, maestro de capilla de la Catedral de Valladolid, que tiene una pro-
ducción musical extraordinariamente rica y que en 1865 –es decir, el mismo año del folleto de Proske–
compuso para su Catedral de Valladolid una interesantísima serie de versiones del himno a la Virgen
Ave maris stella en polifonía pura, a cappella, en estilo “polifónico” del más puro contrapunto imitati-
vo; algunas de las versiones son de otros autores, entre ellas –y el dato es bien significativo– la de Juan
Navarro, de la edición de 1590, que García Valladolid copia transcribiéndola a notación moderna, in-
cluido el “canon in diapason” de la estrofa Vitam praesta puram. Y aún habría que añadir que esas com-
posiciones polifónicas de García Valladolid fueron muy usadas en el culto solemne de la catedral cas-
tellana, como lo demuestran la partitura y las partichelas de las mismas, que se conservan en el archi-
vo de esa catedral y que están sobadas, y hasta ajadas, por el mucho uso. Repito: esa iniciativa del maes-
tro vallisoletano es de 1865.

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HILARIÓN ESLAVA (1807-1878), PRECURSOR DEL CECILIANISMO EN ESPAÑA

Pedrell no lo comprendió así, ni podía comprenderlo, dado el carácter tan


particular que tenía. Por eso son, hasta cierto punto, comprensibles los ata-
ques, algunos muy duros, que él lanzó contra Eslava. En cambio, son menos
comprensibles los juicios que otros, posteriores a Pedrell, lanzaron contra el
gran maestro navarro. El más incomprensible, para mí, es el de Anglés; y lo
digo con no poco dolor, pues Anglés, además de ser el excelso hombre que
todos sabemos fue, es para mí maestro venerado y una de las personas a quie-
nes más debo en la vida. Pero eso no me impide seguir sin comprender, hoy
como hace casi cincuenta años, lo que escribe en el volumen I de su Diccio-
nario de la Música Labor:
Pocos músicos pudieron influir tanto en el arte español de su tiempo
como Eslava, dados los importantes cargos que ejerció en Madrid, espe-
cialmente desde el punto de vista pedagógico; sin embargo, tal influencia
resultó bastante negativa, pues, como dice muy acertadamente Mitjana,
Eslava poseía más buena voluntad que clarividencia40.
Ojalá que una mayor distancia en el tiempo y un mejor conocimiento de
la realidad de la obra y pensamiento de Eslava nos lleven a una visión más jus-
ta de lo que él hizo, también en beneficio de la música religiosa española.

RESUMEN
El artículo estudia el importante papel que tuvo el compositor navarro Hila-
rión Eslava (1807-1878) como precursor en España del Cecilianismo, una co-
rriente que tuvo gran fuerza en Alemania, Italia y otros países, y que introdujo
notables reformas en la música religiosa. El trabajo se articula en cuatro sec-
ciones: 1) Usos y abusos en la música religiosa; 2) El Cecilianismo; 3) Intentos
reformistas en España antes de Eslava; y 4) Iniciativas reformistas de Eslava.

ABSTRACT
This article studies the important role played by the Navarran composer Hi-
larión Eslava (1807-1878) as precursor in Spain of Cecilianism, a movement
which enjoyed great impetus in Germany, Italy and other countries, and
which originated significant changes to religious music. The article is organ-
ised into four sections: 1) The use and abuse in religious music; 2) Cecilian-
ism; 3) Attempts at reform in Spain prior to Eslava; and 4) Eslava’s reform ini-
tiatives.

40
ANGLÉS, Higinio y PENA, Joaquín, Diccionario de la Música Labor, vol. I, Barcelona-Madrid,
Editorial Labor, 1954, p. 835.

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