Tesis
Tesis
Tesis
Licenciatura en Psicología.
Año 2021.
2do cuatrimestre.
ÍNDICE
Objetivos..…………...……………..…………………………………..……….….4
Metodología………………………………………………………..……….…...…4
Marco teórico……………….……………………………………...………...……4
Desarrollo…...………………………………………………………..…...………10
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Agradecimientos
A mis viejos y mi familia, por bancarme y acompañarme durante toda la carrera con
amor, paciencia, escucha.
A mis amigxs, por la compañía, el aguante, las risas, la música. Por las mil noches
de charla y debate.
A mis compañerxs del Signo, por el deseo colectivo de una facultad nacional y
popular.
A cada uno de los docentes que me crucé a lo largo de la carrera, por contagiarme
su pasión por el psicoanálisis, la salud pública y la educación de calidad.
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● Planteo del tema y el problema.
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axioma “no hay relación sexual” para pensar la sexuación? ¿Qué estatuto para el
cuerpo sexuado?
Para reflexionar acerca de las preguntas planteadas, se tomarán
fundamentalmente desarrollos del psicoanálisis lacaniano.
● Objetivos:
- Objetivos específicos:
- Circunscribir la noción de real lacaniano.
- Delimitar la noción de sexuación.
- Precisar la noción de lo real de la sexuación tomando los desarrollos
teóricos de la última enseñanza de Jacques Lacan
- Analizar las consecuencias que se desprenden de dicho real para
pensar la sexuación.
● Metodología
● Marco teórico
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Soria en La sexuación en cuestión (2020), seminario dictado en la Escuela de
Orientación Lacaniana que recorre problemáticas centrales respecto de la sexuación
y las teorías de género. Se tomarán distintas líneas de desarrollo que presenta
dicha autora, algunas de ellas serán desplegadas brevemente a continuación.
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Tomando esta noción de “límite”, resuena la definición que Lacan da de lo
real en El Seminario, Libro 17 (1969-1970): lo real como imposible, como tope
lógico. En esta misma línea puede leerse lo que posteriormente será el axioma “no
hay relación sexual”. Fabián Schejtman (2013:56) señala: “conviene partir de lo
siguiente: que no hay relación sexual. Tal es el real propio del psicoanálisis”. Dicho
señalamiento resulta de gran importancia para la presente tesis; interesa
fundamentalmente tomar dicho real como punto de partida, como un operador
fundamental para analizar la sexuación.
En primer lugar, cabe señalar que ya desde los inicios del psicoanálisis la
sexualidad se escinde de la biología, partiendo del concepto de pulsión: concepto
límite, fronterizo entre lo psíquico y lo somático que rompe con la noción de
sexualidad existente en la época de Freud.
Respecto al concepto de sexuación, Claudio Godoy (2013) señala que dicho
concepto es introducido por Lacan junto con la formalización lógica de las fórmulas
de la sexuación en los años ‘70. Sostiene que a partir de dicha formalización, que
sitúa principalmente en el Seminario 19 (1971-1972), Seminario 20 (1972-1973), El
atolondradicho (1972) y Televisión (1973) se extraen “consecuencias lógicas,
clínicas y éticas” (Godoy, 2013:157). El autor sostiene que cabe señalar asimismo
algunos antecedentes de dicho concepto. Lacan, en su retorno a la obra freudiana,
muy tempranamente en su enseñanza indica cómo la asunción de la posición
sexuada implica un pasaje por lo simbólico. En el Seminario 3 (1955-56), señala:
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central entre Edipo y sexuación: podemos pensarlo, tal como señala Mazzuca
(2013), como el “aparato de sexuación” (p.321). Es decir, dado que en el ser
hablante el instinto está perdido por estructura, es necesario que la diferencia sexual
sea sostenida desde lo simbólico: es allí donde el complejo de Edipo es un elemento
fundamental para pensar la sexuación. Es a partir del Seminario 17 cuando Lacan
comienza a complejizar la lectura del Edipo, pensándola en términos lógicos. El
Edipo se constituye entonces en un mito, “un intento de dar forma épica a lo que
opera a partir de la estructura” (Lacan, 1974: 558). En el Seminario 18, Lacan
señala:
¿Quién no se da cuenta de que el mito del edipo resulta necesario para
designar lo real? Porque es exactamente lo que él pretende hacer. O, más
exactamente, aquello a lo que el teórico se limita cuando formula este
hipermito, es a que lo real, hablando con propiedad ¿se encarne en qué?,
¿en el goce sexual como qué? Como imposible, puesto que el edipo designa
el ser mítico cuyo goce, su goce propio, ¿sería el de qué? El de todas las
mujeres. (p.32).
Es posible leer aquí cómo se empieza a delinear otra lógica para pensar el
mito edípico y su vínculo con la sexuación: ya no se trata de un aparato simbólico
que normaliza o permite el acceso a la sexualidad -como podía leerse a la altura del
Seminario 3-, sino más bien su estructura de mito da cuenta de ese intento de
hacer-con ese imposible, ese goce sexual que por estructura es imposible como tal.
Es posible situar esta conceptualización como un antecedente de lo que
posteriormente será la elaboración de las fórmulas de la sexuación: allí se delinean
dos lados, dos modos de fallar la relación sexual. (Soria, 2020:252).
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concepto de sexuación presente en el Seminario 20, motorizados por algunos
cuestionamientos que se realizan desde las teorías de género respecto del modo en
que el psicoanálisis conceptualiza la sexualidad. Allí, señalan que la pregunta que
orienta el trabajo puede desdoblarse en dos vías: por un lado, los autores se
interrogan por la asunción sexuada o lo real del sexo, y por otro lado por aquello que
suple la relación sexual imposible de escribir. En ese punto señalan que el falo se
constituye como aquel elemento que posibilita algún acceso a lo real del sexo en
tanto instrumento, y al mismo tiempo obstaculiza la relación. Sostienen que la
sexuación puede pensarse como “una operación por la cual el sujeto se afecta de
un imposible” (ibid.:3), y suponen dos tiempos lógicos: en el primero, la sexuación
se delimita como un imposible que afecta al cuerpo; y en segundo lugar, la asunción
de una posición sexuada como un tratamiento de ese imposible, que lo recubre.
Reflexionando acerca de la época, los autores sostienen que la dupla Nombre del
Padre-falo “ya no rige con exclusividad la traducción de lo real del sexo en el
discurso”. (ibid.:5). Se trata entonces de nuevas invenciones singulares para
nominar lo real del sexo, hacer-con ese imposible.
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“permite pensar una posición en relación al goce y al abordaje del otro sexo, que
siempre es otro” (p. 4). Asimismo, sostienen que allí está en juego algo del orden de
la elección, y no tanto de la “asunción”, como podía leerse en los primeros
momentos de la enseñanza lacaniana. Desde dicha lectura señalan que podría
realizarse una separación entre sexo y género, conceptos que remiten a distintas
dimensiones de la posición sexuada del sujeto. Sostienen que muchas de las
críticas que se esgrimen desde algunas teorías de género parten de una
superposición conceptual entre sexo y género. En este sentido, señalan que “las
identificaciones en su vertiente simbólico-imaginaria, como las propone Lacan,
serían entonces un modo de hacer con ese real del sexo que no cesa de no
escribirse”. (Surmani y otros, 2017:5)
Por último, cabe destacar el trabajo de San Miguel, Guirao y Pettorossi
(2020), Sexuación, falo y lo real del sexo. Allí, las autoras retoman algunas líneas de
trabajo ya desarrolladas en ¿Qué es la sexuación?, ubicando a la sexuación como
aquella operación que afecta al ser hablante de un imposible, y a la posición
sexuada como un tratamiento de ese imposible. Tomarán algunas de las críticas que
se realizan desde la teoría de género hacia el psicoanálisis, fundamentalmente a
partir de la exposición de Paul Preciado en las Jornadas de la Escuela de la Causa
Freudiana. Un punto central que destacan es la crítica que Preciado realiza a la
noción de diferencia sexual. Las autoras señalan allí cómo la noción de diferencia
sexual para el psicoanálisis no se reduce a una cuestión biológica o anatómica, sino
que la ubican “como nombre de la castración, es decir de lo imposible respecto de la
sexualidad, leído en el axioma ‘no hay relación sexual’.” (ibid:120). En relación a la
elección de sexo, y tomando como referencia algunos aportes de Jean Claude
Maleval, señalan que un punto nodal para pensar esta elección desde el
psicoanálisis es la noción de fijación: las opciones no son infinitas, sino que se
inscriben y soportan en un punto de fijación pulsional.
Por otro lado, se preguntan: ¿Cómo se inscribe ese imposible de la no
relación sexual en el psiquismo? En este punto, destacan que el único acceso que
tiene esa operación real al inconsciente es a través del falo. Pero en ese punto,
destacan: “(...) en el período que estamos estudiando el falo es semblante y
contingente dando lugar a otro tipo de suplencias respecto de ese real.” (p.123).
En ese sentido realizan una diferenciación central: la sexuación está
articulada “a un vacío real y no a un núcleo de identidad”. No se trata sólo de una
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oposición significante, más ligada al semblante “hombre/mujer”, sino que la
sexuación implica “un modo de goce específico que anuda un real e implica una
inscripción en lo inconsciente.” (Ibid.)
● Desarrollo
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trauma, y su articulación con la repetición. Allí, el autor señala que es a partir de la
noción de lo traumático que se pone en juego la noción de tyché, caracterizada por
Lacan como “encuentro con lo real” (1964:62). Así, Lacan señala:
Esta articulación entre trauma y real es central para poder analizar el lugar de
la sexualidad en psicoanálisis. Resuena en este punto la indicación que Lacan hará
posteriormente: aquello que Freud llama sexualidad hace agujero en lo real
(Lacan,1974b:588). El trauma asimismo implica una ruptura, una irrupción de una
cantidad no tramitable para el aparato que rompe la homeostasis. Este punto es
central para analizar la articulación entre real y sexuación.
Pero aquí, indica Schejtman, se liga otro concepto central: la compulsión de
repetición. Hay un lazo entre real, trauma y repetición. La compulsión de repetición
implica una “cara real de la repetición” (Ibid.:427). En este punto, lo real puede
situarse como “lo que vuelve siempre al mismo lugar” (Lacan, 1968-69:195). Señala
Schejtman que esta compulsión de repetición “no tiene otro fundamento más que el
encuentro contingente, el encuentro azaroso, traumático, con lo real (...)” (Ibid.). Y
en este punto, el trabajo del inconsciente está motorizado por “lo que de lo real no
cesa de no escribirse” (Ibid.:428).
Eso que no cesa de no escribirse se articula con otra caracterización de lo
real, quizás la fundamental para la articulación con la sexuación que se pretende en
el presente trabajo: lo real como imposible, como tope lógico.
Antes de pasar a esta caracterización, interesa mencionar otra dimensión de
lo real: lo real pulsional. Para ello se tomarán dos referencias centrales: la respuesta
de Lacan a una pregunta de Marcel Ritter, en 1975, y “Agujero y autismo” por
Fabián Schejtman (2015).
En primer lugar, cabe destacar que la pregunta que realizará Ritter es en
relación al ombligo del sueño freudiano. Sostiene que dicho ombligo se relaciona
con lo no reconocido. A partir de allí, se plantea si ese ombligo del sueño, eso “no
reconocido” puede relacionarse con lo real, lo no simbolizado. Y es así como se
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interroga: “¿De qué real se trata? ¿Es lo real pulsional?” (1975:126). A partir de la
intervención de Ritter, Lacan señala:
(...) es cierto que hay un real pulsional. Pero hay un real pulsional únicamente
en tanto que lo real es lo que en la pulsión reduzco a la función del agujero.
Es decir, lo que hace que la pulsión esté ligada a los orificios corporales.
(p.127)
Es decir que Lacan ubica allí un real pulsional articulado a los orificios
corporales, a ese cuerpo recortado en zonas erógenas. Al respecto, Schejtman
(2015) señala:
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eso que no cesa de no escribirse, deja una marca: el ombligo del sueño da cuenta
de ello.
Se puede ubicar entonces ese punto de imposible, de agujero en el
inconsciente: no hay relación sexual.
A partir de allí, podemos ubicar la dimensión de lo real articulado con lo
imposible. Esta caracterización, señalada por Lacan en El Seminario, libro 17,
implica pensar a lo real no sólo como simple tope, sino como un “tope lógico”,
“aquello que de lo simbólico se enuncia como imposible” (Lacan, 1969-70:131). Es
decir, hay allí un límite a lo simbólico, un agujero. Ahora bien, ¿Cuáles son los
alcances de esta noción de lo real como imposible? ¿Cómo se puede pensar desde
allí la sexuación?
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título de paradigma es también la promoción, en el corazón del sistema
freudiano, del padre de lo real, que pone en el centro de la enunciación de
Freud un término de lo imposible. (p.131).
Es la posición del padre real tal como Freud la articula, a saber, como un
imposible, lo que hace que el padre sea imaginado necesariamente como
privador (...). Es una dependencia necesaria, estructural de algo que
precisamente se nos escapa y que es el padre real. Y está estrictamente
excluido que se defina de una manera segura al padre real, si no es como
agente de la castración. (...) La castración es la operación real introducida por
la incidencia del significante, sea el que sea, en la relación del sexo. Y es
obvio que determina al padre como ese real imposible que hemos dicho (...)
solo hay causa de deseo como producto de tal operación (p.136)
Interesa destacar de dicha cita varias cuestiones: tal como destaca Nieves
Soria (2020), podemos leer allí cómo Lacan plantea un real de la castración que
implica al lenguaje mismo: hay una incidencia del significante en la relación del
sexo, que introduce a la castración como operación. Es llamativo también esa
sutileza que Lacan señala al pasar: sea el que sea. Se abre en este punto una
pregunta, crucial para la época actual: ¿Dejaría allí abierta la posibilidad a pensar en
la incidencia de otros significantes, más allá del Nombre del Padre, para pensar su
incidencia en la relación del sexo?
Por otro lado, así como define a la castración como efecto del lenguaje, del
mismo modo caracteriza al padre real. (Ibid:135). En este punto, Nieves Soria
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señala: “El padre real es producido por la castración a la vez que aparece, en el
discurso del amo, como agente de la misma” (p.154).
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que culmina en la afirmación: no hay relación sexual. En este punto cabe
preguntarse ¿De qué hablamos cuando hablamos de sexualidad en psicoanálisis?
Es así como Lacan indica: “lo que Freud muestra del funcionamiento del
inconsciente no tiene nada de biológico. Nada de esto tiene derecho a llamarse
sexualidad más que por lo que se llama relación sexual”. (Ibid:30). Y continúa
estableciendo una diferenciación fundamental entre la relación sexual y la
sexualidad, ligada más bien a la biología y a su bipartición XX/XY. Allí, puntualiza:
esta dimensión se diferencia centralmente de lo que está en juego para el
funcionamiento del inconsciente: las relaciones entre el hombre y la mujer. En
función de este planteo lacaniano, Marcelo Barros (2011) señala que lo que está en
juego en el psicoanálisis se trata de las relaciones entre el hombre y la mujer, aún
cuando no hay relación entre ellos. Lo que atañe al psicoanálisis no tiene que ver
con la biología o psicosociología de los sexos, ni siquiera como un aspecto psíquico
entendido como “perfiles psicológicos de la masculinidad y la feminidad”. (p.42). Lo
que atañe al psicoanálisis respecto a “las relaciones entre el hombre y la mujer”:
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este se esfuerza en sostener el semblante mismo, hay de tiempo en tiempo real”.
(ibid.:32). Entonces, hay el campo del semblante en lo tocante a la relación sexual,
pero también, en los límites del discurso, hay lo real. Y ¿De qué real se trata? Es allí
donde Lacan retoma la lectura sobre Edipo: un mito necesario para designar que lo
real se encarne en el goce sexual como imposible. El Edipo designa un ser mítico, el
padre que goza de todas las mujeres. En este punto destaca: este mito se impone
por el discurso mismo, es un intento de hacer-con ese goce sexual imposible. Y allí
avanza un poco más: el modo en que este goce sexual se vuelve de algún modo
articulable es a través del falo, en la medida en que éste es su significante. Señala:
“el falo es propiamente el goce sexual por cuanto está coordinado con un
semblante, es solidario de un semblante” (Ibid.:33).
Ahora bien, Lacan insistirá en un punto central a lo largo de este seminario:
hay algo en la relación sexual que escapa a lo simbolizable, un obstáculo que se
presenta allí: “se mezcla el goce” (Ibid.:100). Es por el hecho mismo de habitar el
lenguaje que se confronta allí con la imposibilidad de simbolizar la relación sexual.
El discurso se topa allí con un límite: no hay relación sexual. Y sobre ese límite,
sobre ese vacío, se construye el discurso del neurótico. En este sentido, la
castración implica algún intento de arreglo entre goce y semblante. (Ibid:153). En
este punto, Lacan señala:
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origen la relación no es hablable. Y sobre ese real hay un intento de suplir eso que
falta, de imprimirle un sentido. En este punto, la castración será una operación que
recubre de algún modo este agujero estructural: implicaría más bien una defensa
ante un agujero previo, el agujero estructural de la no relación sexual.
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función de la castración, que es un límite a ese supuesto goce todo del primer
tiempo, goce imposible. Todos castrados” (p.33). Este al menos uno que se sustrae
de la función fálica, se constituye como el límite que posibilita la construcción del
“para-todos” de la castración.
En este punto, podemos señalar en el padre mítico de la horda primordial una
doble vertiente: es agente de la castración, “quien, al sustraerse de la misma
(al-menos-uno-que-no) soporta, haciendo de límite al ‘para-todo’, el universal de la
castración” (Schejtman, 2014:55). Es decir, es aquel que al sustraerse de la
castración, la instaura como universal.
Podemos entonces ubicar la función del padre mítico como aquel operador
estructural que señalamos anteriormente, por su función de excepción, en tanto
funda el conjunto. Y allí podemos avanzar un paso más: se constituye como aquel
que al negar la función fálica, funda la castración. Es esta negación de la de la
función φx la que “funda el ejercicio de lo que, con la castración, suple la relación
sexual, en tanto ésta no puede escribirse de ningún modo”. (Lacan, 1972-73:96). Es
decir, ubicamos a ese padre mítico, no afectado por la prohibición; y a su vez, que
exista una x que diga que no implica un límite, una puesta en suspenso de la
función fálica: ubicamos allí a la castración. Es interesante cómo lo señala Lacan en
lo anteriormente citado: la castración se vuelve entonces la operación que suple de
algún modo esa relación sexual imposible de escribir.
Señalamos entonces del lado izquierdo de las fórmulas: para todo aquel que
se ubica de este lado, rige la función fálica; se afirma como universal. Allí,
Schejtman (2012) señala: todos aquellos que se ubican de este lado de las fórmulas
“son universalmente tomados por el Edipo...por la función fálica. De este mismo lado
nos va a quedar el goce fálico (...) como un goce regulado por la castración” (p.55).
Es entonces esta función de excepción que da lugar a un goce posible: “En el
nivel de al menos uno del Padre, se introduce ese al menos uno que quiere decir
que el asunto puede andar sin. Como el mito lo demuestra (...) ello quiere decir que
el goce sexual será posible, pero será limitado” (Lacan, 1971-1972:44).
Posible, pero limitado: ya no se trata de ese goce del padre mítico, goce
ilimitado, sino que encuentra su límite en la función fálica: función que proporciona
cierto encauce al goce. Es a partir de la operatoria que introduce la castración en el
ser hablante, que ese goce imposible como tal del primer tiempo encontrará una vía
posible: el goce fálico.
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❖ Lado derecho: inexistencia de la excepción. No-todo.
20
❖ Lo real ¿En las fórmulas?
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Es decir, pareciera que hay allí una intuición lacaniana respecto a la vigencia
o no de la operatoria de la castración en tanto “artefacto de discurso”, que además
podría ser históricamente situado.
Soria ubica allí cómo la función de excepción puede ubicar también una
segunda vertiente: no es posible escribir el sexo sin la función fálica. Es en este
sentido que puede leerse también la inexistencia de La mujer: “como no hay
posibilidad de escribir el sexo sin el falo, La mujer no existe. Esa inexistencia tiene
un estatuto de real, se trata de un ‘no hay’, de una imposibilidad (...) que debemos
ubicar en términos lógicos. (p.247)
Incluso, sostiene que tenemos que pensar este segundo real como
lógicamente anterior a la función de excepción: la invención del Edipo es
consecuencia de la imposibilidad de escribir el sexo si no es a través del falo.
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En el Seminario 19, indica que la misma no es la función de la relación
sexual, sino precisamente la que impide el acceso a ella (Lacan, 1971-72:20).
Posteriormente, en El atolondradicho (1972) señala: “todo sujeto en cuanto tal (...)
se inscribe en la función fálica para precaverse de la ausencia de relación sexual”
(p.482). Es decir, la función fálica implica en este punto una doble vertiente: es la
que impide el acceso a la relación sexual, pero a la vez es, de algún modo, ese
recurso para recubrir aquel agujero en lo simbólico, ese punto de imposible.
En este punto, Queipo y Surmani (2017) destacan: “(...) la función fálica es
un obstáculo en el punto donde lo que no hay se hace existir de forma fallida. Como
no hay relación sexual, el falo viene a nombrar el agujero en lugar de esta escritura.”
(2017, p.6). En esta misma línea, Marcelo Barros (2011) señala: “El falo es una
función media y no mediadora” (p.40), se constituye como aquel elemento tercero
que está entre los sexos, cada uno se vincula a éste. Se constituye más bien como
“garantía de su no-relación”, obstáculo con el que cada uno se enfrenta. (Ibid.:41).
Siguiendo el desarrollo planteado, la función fálica implica un ordenador, un
“operador lógico” (Queipo, Surmani, 2017:4): es a partir de dicha función que
podemos delimitar el lado izquierdo y derecho de las fórmulas. Será un operador
fundamental: en función de ella podemos ubicar dos modalidades de goce, dos
posiciones respecto del falo.
En El atolondradicho (1972), Lacan caracterizará al falo como aquel que, por
el discurso psicoanalítico, toma una característica central: un órgano se hace
significante; se aísla de la realidad corporal. Es interesante el lugar que le otorga allí
al psicoanálisis: hace del órgano un significante, lo eleva a esa categoría. En esta
misma línea podemos leer lo que señala en El seminario, libro 20 (1972-1973): “sólo
como contingencia, por el psicoanálisis, cesó el falo, reservado en los tiempos
antiguos a los Misterios, de no escribirse” (p.114). Es decir, la posibilidad de que el
falo cese de no escribirse “es la que ha otorgado el psicoanálisis, no sólo a los
sujetos, sino a la cultura, ya que fue Freud el primero en hacer del falo, síntoma.”
(Queipo, Surmani, p.5).
Retomando la diferenciación entre órgano y significante, Lacan señala que en
cuanto se articula en un discurso, ese órgano pasó al significante. Pero aclara: “Un
significante puede servir para muchas cosas, igual que un órgano, pero no a las
mismas.(...)” (p 480). Es decir, establece una diferenciación central entre la función
que tiene el falo en su carácter de órgano, de su carácter de significante. En ese
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sentido, señala: “Este órgano que pasó al significante horada el lugar desde donde
cobra efecto para el hablante (...) la inexistencia de la relación sexual.” (p.481). Es
decir que desde esta perspectiva, y en función de lo que veníamos planteando
anteriormente, la inexistencia de la relación sexual es resultado de la intervención
del significante fálico. Más adelante, Lacan puntualiza:
Es decir, que podemos ubicar, tal como señala Nieves Soria (2020), que el
falo en este punto se constituye como S1, como significante amo de la relación con
el sexo, “(...) relación que se inventa sobre el fondo de la inexistencia de la relación
sexual.” (p. 61). Sobre el fondo de esa inexistencia, el falo será el elemento que
posibilite algún tipo de relación con el sexo. En esta misma línea podemos leer
cómo Lacan puntualiza allí que la diferencia no estaría dada por una cuestión
anatómica, sino más bien por la relación de cada una de esas mitades al significante
amo: el falo. En este sentido, San Miguel, Guirao y Pettorossi destacan: “la
sexuación consiste en la operación por la cual el sujeto se afecta de un imposible.
Luego el falo será la traducción en el inconsciente de dicha operación que es real.”
(p.125).
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conceptualizan ciertos teóricos y teóricas queer dicha diferencia; sino más bien
intentaremos ubicar algunos puntos nodales para pensar cómo se articula la
cuestión de la diferencia sexual en psicoanálisis.
En primer lugar, interesa destacar el planteo de San Miguel, Guirao y
Pettorossi (2020). Las autoras proponen pensar a la diferencia sexual como nombre
de la castración, de lo imposible respecto de la sexualidad. La diferencia sexual se
constituye entonces como “aquello que agujerea el sentido” (Ibid.). En este sentido,
puntualizan: “la diferencia es biológica por un lado y significante por otra. La
vertiente de la diferencia significante es una traducción que tramita lo real del
psicoanálisis y que falla cada vez (...)” (Ibid.) Por lo tanto, los lados de las fórmulas
de la sexuación no están ligados a una cuestión de anatomía o identidades
sexuales, sino más bien son modalidades de goce respecto a ese significante amo:
el falo. Señalan que estos lados “no indican qué es ser hombre o ser mujer.
Reparten dos modos, el goce del Uno y lo Otro, en los que se pueden situar
hombres o mujeres ‘a elección’ (...) la biología tiene una parte mínima en este
asunto.” (p.126).
En esta misma línea, Marcelo Barros (2011) destaca que el estatuto de la
diferencia sexual para el psicoanálisis no es de la misma naturaleza que las demás
diferencias. Este planteo es similar al que realiza Copjec en El sexo y la eutanasia
de la razón: la diferencia sexual no es asimilable a otras diferencias: de clase, de
raza, de nacionalidad. Es así como la autora sostiene que la categoría de diferencia
sexual no es algo a ser deconstruido, ya que la deconstrucción es una operación
que se efectúa sobre elementos culturales, significantes -por ejemplo, el género-.
(Copjec, 2006:31).
Retomando el planteo de Barros, el autor se pregunta entonces qué estatuto
se le otorga desde el psicoanálisis a la diferencia sexual, cómo se conceptualiza la
misma. En este punto, señala que cuando desde el psicoanálisis hablamos de
diferencia sexual, la misma implica pensar en un “límite irreductible para ambos
sexos”. (p.43). No se trata de una polaridad entre dos sexos y la (no) relación que
hay entre ellos. Se trata de dos modos de vérselas con el falo, con la función fálica.
En este punto, señala al falo como aquella función que hace diferencia, es decir que
“agujerea de un modo particular a cada uno, al varón y a la mujer” (Ibid.)
Ahora bien, ¿Qué lugar para la anatomía? ¿Cómo podemos leer a la luz de lo
desarrollado la fórmula freudiana “la anatomía es el destino''? En este sentido, el
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autor destaca cómo, a la altura del Seminario 10, Lacan elabora la noción de
anatomía ligándola a su función de corte. Puntualiza allí: “el cuerpo del psicoanálisis
es un cuerpo anatomizado, recortado por el significante, significado por el Otro.”
(p.58). En este sentido, señala que la presencia/ausencia del pene es un dato
significante: se significa como ausencia a partir de una operación simbólica. Por ello,
señala: “la diferencia sexual anatómica trae consecuencias a nivel de la lógica de
los goces y de la constitución del deseo de uno y de otro lado.” (Ibid.). En esta
misma línea, Nieves Soria (2020) también señala que la dimensión de la anatomía
en su función de corte se articula con el falo en la medida en que opera articulado a
la castración, “como objeto caído”. (p.212).
Retomando esto último, en el Seminario 19 Lacan señala: “la pequeña
diferencia (...) pudo ya tener efectos sobre la manera en que fueron tratados como
hombrecito y mujercita” (1971-72:16). Pero allí precisa: el juicio de reconocimiento
en que se basan los adultos que rodean a ese niño y esa niña se basan en un error:
(...) Ese error consiste en reconocerlos sin duda a partir de aquello por lo cual
se distinguen, pero en no reconocerlos más que en función de criterios
formados bajo la dependencia del lenguaje, si es cierto que, como propongo,
justamente porque el ser es hablante hay complejo de castración. (Ibid.)
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biológico, sino que es de otro orden: el recurso al Edipo da cuenta de ello. La
relación del sujeto al falo se produce “independientemente de la diferencia
anatómica de los sexos” (Ibid.)
Interesa destacar varias cuestiones de lo que Lacan argumenta allí: tal como
señala Soria (2020), Lacan no señala cuál es el obstáculo que se pretende
transgredir, pero que cuando pretendemos escribir “Hombre=Mujer” allí hay algo que
no cierra. El planteo lacaniano, entonces, se trata más bien de ubicar en la
diferencia sexual sus puntos de imposible.
Es en este mismo seminario donde señalará que la repartición entre hombres
y mujeres es producto de la incidencia del significante: “El lenguaje es tal que para
todo sujeto hablante, o bien es él o bien es ella. Esto existe en todas las lenguas del
mundo. Es el principio del funcionamiento del género”. (p.38). Es decir, que la
repartición entre hombres y mujeres es efecto del lenguaje, es dual. Más adelante
señala: “Dicho esto, no sabemos qué son el hombre y la mujer. Durante un tiempo
se consideró que esta bipolaridad de valores sostenía suficientemente, suturaba, lo
tocante al sexo.” (Ibid.)
Podemos pensar, en este punto, que lo que Lacan está señalando allí es que
durante algún tiempo esa polaridad significante hombre/mujer saturó lo tocante al
sexo, parecía volver equivalente ese “funcionamiento del género” con lo tocante al
sexo. Ahora bien, respecto a la polaridad sexual, el obstáculo que Lacan ubica es la
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castración. Respecto a la misma, señala: “Es absolutamente claro que nada tiene de
anecdótico, que ella es rigurosamente fundamental en lo que no instaura pero sí
vuelve imposible el enunciado de la bipolaridad sexual como tal.”(Ibid.). Es decir,
que es por la intervención de la operatoria de la castración, que la bipolaridad sexual
como tal no puede escribirse.
Podemos ubicar entonces, la diferencia sexual como articulada a dos modos
de goce distintos respecto de la función fálica. Allí hay entonces un punto de
imposibilidad central: no puede inscribirse un significante que represente a lo
femenino y a lo masculino, sino más bien se inscriben allí dos modalidades de goce
respecto al falo.
● Conclusión
A lo largo del presente trabajo hemos ubicado algunos puntos centrales para
pensar la sexuación desde el psicoanálisis lacaniano, articulado fundamentalmente
con la dimensión de lo imposible, bajo el axioma “no hay relación sexual”.
Destacamos el lugar del Edipo en tanto mito que recubre ese imposible,
novela que arma cada quien para hacer-con ese imposible. Pero más allá del mito,
ubicamos también ese operador estructural que es el padre real, como nombre de lo
imposible mismo. Padre real que en la novela edípica se imaginariza, se instituye
como agente de la castración.
Puntualizamos en este sentido que la operatoria de la castración implica una
doble vertiente: se constituye como aquello que vuelve la relación sexual imposible
como tal, a la vez que implica un modo de hacer-con ese imposible estructural.
Ubicamos en este punto la incidencia del lenguaje en la imposibilidad de la relación
sexual, dando lugar a la caracterización de la castración como operación real en
tanto hay algo de lo real en juego por la entrada en el lenguaje.
Conceptualizamos las fórmulas de la sexuación como resultado de esa
operación de lectura lacaniana, con sus consecuentes “lados”, dos modos de fallar
la relación sexual; que no implican un significante para lo femenino o lo masculino,
sino más bien dos posiciones respecto al significante amo: el falo. Ubicamos
también en este punto las dimensiones de lo real presentes en las fórmulas.
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En función de lo planteado, un punto central que atravesó todo el recorrido
tiene que ver con el interés de analizar qué de lo sexual interesa al psicoanálisis.
Destacamos a lo largo del recorrido cómo ello no le concierne desde el punto de la
anatomía, ni la biología, sino más bien cómo se articula con los modos de goce, en
tanto sujetos afectados por un imposible: no hay relación sexual.
En este sentido, es interesante cómo Lacan en 1974 destaca el avance de la
ciencia sobre la sexualidad, su apropiación. Y allí, señala: “Ninguna efervescencia
(...) podría eliminar lo que da testimonio de una maldición sobre el sexo, que Freud
evoca en su ‘Malestar’”. (p.110). Cualquier teoría, cualquier construcción de la época
acerca de la sexualidad, no hace más que mal-decirla: hay algo de lo sexual, de lo
imposible que conlleva, que es ineliminable: allí entonces el psicoanálisis se
constituye como discurso que cierne esos puntos de imposible, recordándonos que
cualquier teoría que pretenda un “saber” sobre el sexo está destinada a la errancia.
Por último, interesa señalar que muchos de los interrogantes que fueron
desplegados a lo largo del presente trabajo fueron suscitados por la lectura de
algunas y algunos teóricos queer y de género. En este punto, la brújula que orientó
el trabajo no fue la “defensa” del psicoanálisis de ciertas críticas, sino más bien
poner a trabajar algunos de los conceptos, teorizaciones y nociones centrales
acerca de la sexuación. Consideramos que ese es un punto interesante para seguir
pensando: allí donde se interroga al psicoanálisis, sostener la pregunta. No para
plegarse cuasi religiosamente a las críticas, pero tampoco para responder desde los
prejuicios, o clausurando la discusión.
Encontramos una vertiente allí para seguir sosteniendo la potencia del
psicoanálisis: allí donde los imperativos de la época constituyen moralidades,
saberes sobre la sexualidad, el psicoanálisis agujerea el discurso: nos recuerda que
“todo saber es un fragmento, (...) en cada estadio queda un resto no solucionado”.
(Freud, 1909:83).
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● Bibliografía
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