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Sabías Que El Teatro Empezó Con Una Fiesta

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Clase N° 14. Educación Artística. Teatro.

Queridos estudiantes: Recuerden que estamos evaluando.


 Comiencen a trabajar el día que llegan las clases, tienen una semana para hacer
consultas, para resolverlas, si las hacen el día anterior, no hay margen para ello.
 Busquen un lugar y un momento adecuado para trabajar así logran concentrarse.
 Lean las consignas y textos más de una vez, no se den por vencidos a la primera.
Confiamos en ustedes, en sus ganas de aprender y a conciencia, estamos
esperando sus consultas, sus dudas para resolver y aclarar. ¡Muchos éxitos!

¿Sabías que el teatro empezó con una fiesta?

El ritual y las fiestas dionisíacas


El canto y la danza estuvieron presentes en las fiestas de la fertilidad que los
griegos realizaban en honor de Dionisos, dios de los viñedos, del vino y de la
alegría. Según sus creencias, esta divinidad viajaba por el mundo con su
embriagada comitiva de sátiros, deidades de los bosques.

Celebradas al comienzo de la primavera, en las fiestas dionisíacas se originaron


las representaciones. La tragedia derivó de los cantos que entonaban un coro y
sus integrantes, cubiertos con una piel de cabra para representar a los sátiros.
Danzaban alrededor del altar o simplemente asistían al sacrificio de una cabra
macho en honor de Dionisos. Más tarde, el corifeo o director del coro recitaba solo
y representaba distintos papeles, acompañado de máscaras de lino o de madera.
Posteriormente se introdujo un actor que dialogaba. La comedia se originó en el
canto improvisado, alegre y burlón que celebraba la elaboración del vino y el inicio
de las cosechas. Poco a poco, dejó de ser Dionisos el único dios cuyas aventuras
se recordaban. Aparecieron representaciones de hazañas de otros dioses y
héroes. Así nacía el teatro.

1. Escuchen la explicación del filósofo José Pablo Feinmann sobre el culto a


Dionisio, con relación a los postulados de Friedrich Nietzsche entre los minutos
21:20 y 27:08 en el programa Filosofía aquí y ahora / Nietzsche: “Dios ha muerto”,
del Canal Encuentro.

A partir de lo que vieron:

Expliquen con sus palabras qué es lo dionisíaco.

Investiguen sobre el dios griego Apolo y reflexionen: ¿por qué se opone a


Dionisos?

¿Cómo se caracterizan y oponen en el video el “instinto” y la “razón”?


¿Por qué en las fiestas dionisíacas hay un “esplendor de la embriaguez”? ¿Por
qué esto sería una amenaza y un peligro?

2. A continuación, deberán investigar sobre la fiesta del carnaval y pensar su


relación con el origen del teatro y las fiestas dionisíacas.

3. Lean el siguiente fragmento del artículo periodístico “Tristezas y alegrías del


carnaval”, en La Nación, 18 de febrero de 2011, del momento en que regresaron
los días feriados de carnaval que se habían suprimido del calendario argentino,
por una disposición de la dictadura militar de 1976. Luego de la lectura, respondan
las siguientes preguntas:
 Enumeren las características que tuvo el carnaval en los diferentes momentos
históricos mencionados en el artículo. ¿Algunas coinciden con el carnaval que
ustedes conocen? ¿Cuáles?
 ¿Por qué les parece que el autor del artículo plantea que esta fiesta no
despierta “el entusiasmo de otros tiempos”?

Tristezas y alegrías del carnaval

Vuelven los feriados y en la Capital hay corsos en los barrios, pero la fiesta, tantas
veces prohibida, todavía no despierta el entusiasmo de otros tiempos

18 de Febrero de 2011

El carnaval es una antigua fiesta: en la época de los romanos se lo llamaba


bacanales o saturnales, y dionisíacas en la de los griegos. Fue bautizada con su
nombre actual por el cristianismo, que la admitió como antecedente inmediato de
la Cuaresma. Así, los sacrificios exigidos en este período se compensaban con las
diversiones extraordinarias previas al Miércoles de Ceniza.
Por eso había carnaval en la Edad Media, a pesar de que las transgresiones
propias del festejo chocaran con los preceptos religiosos, y por eso también en los
tiempos modernos persistió en los países católicos. La fiesta se instaló después
en las ciudades coloniales, mezclada en ciertas regiones, como en el Noroeste
argentino, con ritos prehispánicos.
La idea de caos y creación, del mundo del revés en el que el amo juega a ser
esclavo y éste a mandar, en el que el hombre se viste de mujer y el pobre de
príncipe, entre danzas, música, mascaradas, burlas, borrachera y libertad sexual,
generó conflictos con el poder por el antagonismo entre orden y desorden,
implícito en la fiesta.
Dicho antagonismo explica los vaivenes de esta celebración a lo largo de la
historia. El poder -temporal o espiritual- la necesitaba a la vez que aspiraba a
controlarla y administrarla.
Ejemplo de dichos vaivenes es lo ocurrido en la Argentina. La decisión
presidencial de volver a los feriados de lunes y martes de carnaval se anunció en
la Casa Rosada con acompañamiento de murgas, como una forma de reparación
del daño causado por la supresión de dichos feriados en 1976, por obra de la
dictadura militar. Esta última, consecuente con su proyecto de "disciplinar" a la
sociedad, limitó el festejo, sin prohibirlo.
Este tironeo entre autorizar y prohibir, tolerar y controlar, tiene una larga historia.
Precisamente en este febrero se cumple el bicentenario de la disposición del
Cabildo porteño que consideró "un negro borrón para los dignos moradores de
Buenos Aires perpetuar entre las costumbres reprensibles que supo tolerar por
pura debilidad el Gobierno antiguo la bárbara del carnaval". El Cabildo nombró
una comisión para que quedaran "olvidados para siempre los juegos del carnaval".
Desde luego, el intento fracasó.
Por cierto que el "Gobierno antiguo" también se había ocupado de limitar la
conflictiva fiesta en la que el diablo andaba suelto. Por tratarse de una celebración
exclusivamente urbana, a medida que las ciudades crecían el festejo se volvía
más y más incontrolable. Ése era el caso de Buenos Aires en el siglo XVIII.
La importante población de origen africano que había en la ciudad entonces
consideraba el carnaval un asunto propio y lo aprovechaba para bailar el
fandango, denunciado como pecaminoso por sacerdotes y funcionarios.
Ilustrado sobre estos asuntos, el gobernador Juan José Vértiz, en su afán por
modernizar a la sociedad autorizó los bailes de máscaras, como los que se hacían
en España, si bien reservados para la "gente decente". El permiso, aun limitado,
motivó una severa reacción del fraile franciscano Costa, quien amenazó a los
bailarines enmascarados con el infierno y la excomunión. Vértiz desterró al cura
porque había desafiado su autoridad y exigió que se pronunciara en el mismo
templo de Costa un sermón en desagravio propio. El episodio tuvo un desenlace
inesperado: el muy piadoso rey Carlos III, enterado por su confesor de lo ocurrido,
desautorizó al gobernador. En el Río de la Plata no debían permitirse bailes. En
España sí, dijo, y su palabra fue ley.
El incidente, relatado por José Torre Revello, resulta un ejemplo acabado de la
puja entre el poder espiritual y el temporal, y de las diferencias que se fueron
creando entre la metrópoli y sus dominios. Pero más allá de todas estas
disimilitudes, el carnaval continuó.
Si nos atenemos a las crónicas del antiguo Buenos Aires, a partir del cañonazo
disparado al mediodía desde la Fortaleza, todos jugaban con agua sacada del
pozo o del aljibe, con aguas sucias y hasta con basura. Esa violencia jocosa, ese
desenfreno permitido por tres días, daba pie a batallas amistosas entre mujeres
jóvenes que, ayudadas por negras y mulatas de servicio, defendían las azoteas de
sus viviendas contra la arremetida de jóvenes disfrazados que las atacaban a
baldazo limpio.
El juego, que fácilmente derivaba en hechos de violencia y en burlas crueles, tenía
entre sus partidarios a la plana mayor del ejército. Se cuenta que el general Lucio
V. Mansilla ganó fama por la dudosa hazaña de arrancarle un diente a una
anciana de un huevazo certero.
El dictador Rosas, que había autorizado las primeras comparsas de negros, se
aplicó más tarde a frenar los excesos carnavalescos: exigió permiso policial para
el uso de máscaras y prohibió disfrazarse de mujer, funcionario, militar y
eclesiástico. No conforme con esto, en 1844 prohibió "para siempre" el juego de
carnaval, por inconveniente a los hábitos de un pueblo laborioso e ilustrado y por
ser gravoso al Tesoro y a los trabajos públicos, a la higiene y al orden familiar.
Mencionó en particular el uso de un nuevo elemento, de carácter rural, las vejigas
de novillo con las que jinetes al galope golpeaban brutalmente a los peatones.
"Este juego torpe fue inventado por la gente de la Más-horca", anotó Juan Manuel
Beruti en su Diario.
Pero como en política es difícil que algo sea "para siempre", caído Rosas, el
gobierno liberal de Buenos Aires autorizó el carnaval, si bien mantuvo el permiso
policial para el uso de máscaras. Fue entonces cuando se empezó a bailar en los
clubes y en las salas de los teatros, y se impusieron los disfraces de beduino,
marquesa, Pierrot o Colombina, que daban la oportunidad de jugar a ser otro y de
soñar.
En los años de la Gran Aldea, Sarmiento defendió el significado profundo del
carnaval. La fiesta sirve para integrar a las autoridades y al pueblo en una
expansión común, afirmó. Como presidente de la Nación no se privó del corso a la
italiana, iniciado precisamente en su mandato:
"¡Qué hombre de Estado ni qué niño muerto! En aquel momento el Presidente
había tirado su presidencia a los infiernos. Sentado en una carretela vieja que la
humedad no pudiese ofender, abrigado con un poncho de vicuña, cubierta la
cabeza con un sombrero chambergo distribuía y recibía chorritos de agua,
riéndose a mandíbula batiente", escribió un testigo, el ingeniero Alfred Ebelot.
En su desarrollo histórico, la fiesta reflejaría los cambios registrados en la ciudad,
según puede leerse en Breve historia del carnaval porteño, de Enrique Horacio
Puccia. En efecto: cuando Buenos Aires se volvió cosmopolita, convivieron en los
corsos del centro y de los barrios distintas expresiones carnavalescas
representativas de las etnias, las clases sociales, la cultura y las ideas.
Las comparsas de negros que tenían sus organizaciones permanentes fueron las
primeras en concurrir a los corsos, trajeadas de lujo, al ritmo del candombe y
derrochando ingenio en versos improvisados.
Entre broma y broma, ellos contaban sus padecimientos y sus aspiraciones.
Competían con las agrupaciones de la gente de color las de los "niños bien" con el
rostro pintado de negro, un chiste tan repetido que terminó por cansar a los
espectadores. Por esos años desfilaron comparsas formadas por inmigrantes
italianos, españoles, vascos, franceses: Lago di Como, Nietos de Garibaldi, Unión
Ibérica, Orfeón Gallego... Hacia el 900, en la medida en que el gaucho empezaba
a volverse un símbolo nostálgico, el carnaval se tiñó de criollismo, y el disfraz de
Juan Moreira hizo furor. También se advirtió en corsos y teatros la asistencia de
prostitutas enmascaradas que se adueñaban de las fiestas. Se multiplicaron las
peleas y los desórdenes. Aparecieron los travestis.
Después de la modernización posterior a la Primera Guerra Mundial, la
convivencia entre ricos y pobres, paisanos y "cajetillas", "niñas decentes" y
prostitutas, coches lujosos y carros con habitantes de los conventillos se volvió
cada vez más difícil.
En los años 1920 y 1930, los clubes, los centros sociales y los estadios de fútbol
concentraron los festejos. Grandes orquestas típicas se disputaban el favor del
público, mientras el corso tradicional ganaba un nuevo espacio en la Costanera
para jugar con agua. En 1939, el municipio organizó en la plaza del Congreso "la
pista de baile más grande del mundo".
Los vaivenes políticos del siglo XX incidieron en el desarrollo de la fiesta, pero no
siempre con el mismo signo. En 1953, el gobierno de Perón dejó de organizar el
corso oficial para invertir ese dinero en "la salud física y moral del pueblo" (los
campeonatos infantiles), advirtió contra el juego de agua, exigió permiso policial a
los menores para disfrazarse y prohibió "bailar suelto".
Un gobierno de facto, el del general Aramburu, en 1956, incluyó el carnaval entre
los días no laborables, reservados a las celebraciones religiosas. Otro gobierno de
facto los suprimió, en 1976. De ahí que en 1983, cuando se restableció la
democracia, el carnaval recibiera trato especial y un lugar en los talleres barriales.
En 1997, se establecieron subsidios para las murgas.
Porque, entre tanto, la fuerza otrora imparable de las comparsas había cedido su
lugar a las murgas, llegadas con la inmigración española finisecular al Río de la
Plata. Estas agrupaciones, cuya historia ha narrado el músico, docente e
investigador Coco Romero, acompañaron la evolución de la sociedad. Fueron muy
machistas durante décadas, y esa percepción de la vida se puso en evidencia en
las letras burlescas de las canciones que entonaban. Hacia 1960, empezaron a
admitir mujeres. Más adelante, se incorporaron los travestis.
A principios del siglo XXI, las murgas encabezaron el reclamo por la vuelta del
feriado de carnaval: la "fiesta robada" debía volver a la calle. Este reclamo ha sido
escuchado. Habrá a partir de ahora más días feriados que se aprovecharán no
sólo para el festejo, sino también para el turismo; si la oferta musical es generosa,
acudirán multitudes.
En suma, la fiesta contará en su favor con el impulso oficial de las autoridades
nacionales y de la ciudad de Buenos Aires, que por una vez parecen estar de
acuerdo, y con el impulso secreto de la memoria colectiva: la magia antigua del
carnaval, los placeres prohibidos autorizados por un breve lapso y el contraste
entre lo sagrado y lo profano que le dieron su sabor especial contribuirán sin duda
a asegurar la vigencia y lozanía de la milenaria celebración.
Por María Sáenz Quesada. Para LA NACION

Actividad de cierre

Busquen imágenes fiestas de carnaval de diferentes partes del mundo y de


diferentes épocas, y hagan un collage en una hoja A 4. ¿Cómo lo titularían
en relación a lo que hemos visto en esta clase?

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