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Umbra

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Umbra

I La semilla.

Había sido difícil dejarlo todo, pero, sólo era un mes, a lo sumo dos, por fin teníamos
una pista, un guía que nos acercaría a este descubrimiento que le daría sentido a mi
carrera como profesor, después de tantas teorías hechas en silencio, después de sentir
el desconcierto del fracaso, ahora teníamos la oportunidad de hacer un descubrimiento
que crearía conmoción.

Había varias versiones de historias similares a lo largo de la Amazonía y de las tribus


que se integraban a la selva del Mitú y que colindaban con el Brasil. Hablaban de una
planta o una criatura que cazaba hombres, nosotros le llamamos Nepentes Umbra a
nuestro posible descubrimiento. Una planta misteriosa que aparecía y desaparecía,
que se alimentaba de animales, pensamos que, de animales pequeños como ratones o
sapos, sería por lo tanto la planta carnívora más grande del mundo. Mis compañeros,
los más allegados a mí, compartían mi fascinación por la misma historia. Todos
éramos graduados de la universidad nacional y teníamos un interés particular por esta
planta desde que un indígena de la etnia Cubeo del Mitú nos habló de ella en un
congreso de medicina fitoterapéutica en un afán por recuperar tratamientos
ancestrales.

Habló en la conferencia de muchas plantas y de sus propiedades. Al finalizar le


preguntamos por la planta más extraña con la que el pueblo Cubeo hubiera tenido
contacto.
No olvidaré su reacción, su silencio, el desconcierto de quien lo ha perdido todo.

—El jɨyovayɨ, que se come a los hombres

Intentamos preguntarle por la naturaleza o el hábitat de la planta, pero sólo respondió


con evasivas.

La curiosidad se sembró en nosotros como un deseo imposible de satisfacer,


queríamos entender la realidad tras el mito, pero no tendríamos oportunidad de
solucionar nuestro misterio hasta unos cinco años después de la conferencia. Yo ya
estaba casado, tenía a mi niña, a Marianita.

Fernanda, una de mis compañeros, antigua novia de universidad fue la que nos llamó,
movió ese deseo dormido y nos citó. Al principio pensamos vernos en su casa, pero
yo era el único casado y con una hija, así que cedieron a venir a mi casa. Pudimos
hablar acerca de todo lo que habíamos hecho, nuestro progreso profesional, fue tan
bueno verlos de nuevo, era como visitar otro tiempo en el pasado en donde las cosas
no importaban tanto, un tiempo en donde los problemas no eran problemas. Fernanda
llegó primero y se saludó con Alejandra, mi esposa, yo no había cometido la torpeza
de contarle acerca de mi noviazgo con ella pero desde que la vio se notó que Alejandra
intuía algo de nuestra historia. Los muchachos llegaron juntos.

Tardamos más en acostar a Marianita que en destapar una botella de ron.

Camilo nos contó que había fundado una empresa de control de plagas en sociedad
con un grupo de entomólogos, para nuestra sorpresa era la empresa más grande del
país en lo relacionado con las plagas que afectaban los cultivos, había susurros entre
el círculo de agrónomos que decían que la empresa había recibido un "empujoncito"
del narcotráfico. Pero eso decían también de cada negocio que prosperaba en el país.
El punto era que Camilo se había hecho terriblemente rico.

Fernanda nos contó que ella se había especializado en Biología ambiental y


biogeografía, trabajaba como consultora de varias empresas y en proyectos de
siembra con el gobierno, también visitando zonas con presencia guerrillera.
Nachito, el menor y el más inteligente de nosotros no había hecho ninguna
especialización, por lo menos no en Biología, pues mientras estudiaba la carrera de
biología adelantaba al tiempo su carrera de medicina, y este era el tiempo en el que
terminaba su posgrado en neurología.

Y yo, el profesor, no podría decir que me fuera mal, en la universidad me pagaban


bien y los trabajos de investigación en los que me encantaba participar eran bien
remunerados.

Hablamos mucho de los viejos tiempos, de nuestra investigación en fitoterapia, y ya


muy entrada la noche, con una botella y media de ron encima de la cabeza Fernanda
nos comentó,

— ¿Si se acuerdan de la conferencia con el indígena, el Cubeo?— Yo no hubiera


recordado ni aunque lo mencionarán por nombre a la etnia a la que pertenecía el
hombre, pero si ella lo decía debía ser esa la etnia. Con los muchachos
intercambiamos una mirada que nos dejó claro que lo que sí recordábamos era la
conversación de la planta.

—Bueno yo he tenido que viajar a Mitú, he tenido que ir muchas veces, por el trabajo,
el gobierno me ha pedido adelantar varios planes allá porque tiene algunos proyectos
de producción en el lugar. Pero la conversación que tuvimos con él...

se me quedó grabado en la cabeza. Entonces cuando llegué, incluso desde las primeras
veces busqué hablar con los indígenas acerca del tema. Yo ni me acordaba, pero
cuando me hablaron de las etnias y me dijeron "Cubeo", de inmediato me acordé.

>>Fue en Carurú en donde volví a escuchar de ellos, pero claro, están por todo el
Vaupés, pero fue allá, lejos, en un lugar en donde sólo se llega en avioneta que pude
hablar con uno de ellos.

>>Pude hablar con un indígena Yuruti, también con un Barasano, les pregunté por
una planta que se come a los hombres o a los animales ¿Recuerdan cómo reaccionó
el hombre cuando le preguntamos?
Terror, genuino terror en su rostro era lo que yo recordaba, la expresión de quien ha
visto un animal destripando a un hombre.

Los muchachos y yo asentimos.

—Eso, la misma expresión del hombre, igual de evasivos y el nombre de “cazadora


de hombres”, o algo así. No les estoy diciendo mentiras, le he preguntado al menos a
diez personas de etnias diferentes, todos tienen versiones parecidas, una planta más
antigua que la selva, peligrosa y hambrienta.

>> ¿Qué tal si es real?

—¿Real? ¿Una planta que se come a las personas? —Camilo se tomó un trago entero
mientras preguntaba.

—Este baboso, claro que no

—Deben ser exageraciones de una planta o un animal carnívoro, —aclaré pensativo.

—¡Eso!, pero debe ser de verdad. Una planta que tal vez se come a los ratones o a los
perros, pero ¿se dan cuenta lo que eso significa?

—La especie de planta carnívora más grande del mundo. Un descubrimiento que
abriría las puertas a décadas de investigación en el Mitú, — yo seguía abstraído y mi
boca hablaba por sí sola como llevada por el hechizo del momento.

—¡Podríamos ser nosotros los que hagamos el descubrimiento! —Fernanda me


agarró el antebrazo y sentí un calor confuso que me hizo voltear hacia mi esposa, ella
dormía debido a nuestra emocionante charla de biología. Nadie más se percató y ella
me quitó la mano casi al instante, sin pudor ni sorpresa, como si hubiera tocado un
mueble.

—¡Ja! Pero hace mucho no hacemos trabajo de campo, y ahora quieren que vayamos
al Mitú a descubrir una nueva especie, —intervino Nachito. —Además, ¿quién va a
pagar la expedición?
Todos miramos de forma automática a Camilo, aunque agaché la mirada casi al
instante, arrepentido, ya lo habíamos hecho y él objetó,

—Lo lamento, pero que yo tenga plata no significa que sea el único responsable,
además, ni siquiera saben si me gustaría ir.

—Si, perdón Camilo, —Fernanda reaccionó, — pienso que de hacerlo tendrían que
darme un tiempo para encontrar un guía, como imaginarán ninguno desea ir, por lo
que me tomará un tiempo. Y, en cuando a la plata, hacemos un presupuesto y lo
dividimos en partes iguales, no hay problema con eso.

>>Aún tienen tiempo para pensarlo, si quieren hablamos cuando consiga el guía y ahí
vemos quién quiere ir y quién no.

Todos acordamos pensarlo. Yo no tenía muchas esperanzas de que Fernanda


encontrara un guía, y no porque no quisiera ir, sino por la superstición persistente en
las tribus, pensaba que pasarían otros cinco años y nos reencontraríamos para hablar
de nuestro fracaso. Pero no fue así porque:

“La destrucción busca a los viajeros perdidos, a los aventureros sin rumbo, a los que
han perdido el camino”.
II El viaje a Mitú.

Convencer a Alejandra fue muy difícil, nunca nos habíamos separado tanto tiempo.

—Esteban, voy a preguntarte quiero que me hables con la verdad, ¿ustedes fueron
novios con Fernanda? ¿Ella te gustaba? — Alejandra tenía los ojos hinchados de
llorar, esa era su última objeción después de una discusión de toda la mañana.

—No, claro que no, te lo habría dicho cuando la invitamos. Amor, sólo va a ser un
mes, con mucho dos meses, y yo no voy a estar exclusivamente con ella, también
estarán los muchachos.

Nos abrazamos y una semana después salía en el avión de la aerolínea Satena, la única
compañía que viajaba allí.
El calor y la humedad eran insoportables, los sentí como una ola en mi cuerpo apenas
me bajé del avión, y a mí, que no me gustaba ni el calor de Villeta, éste me parecía
de lo peor.

La humedad del aire encrespó el cabello de Fernanda e hice un esfuerzo por no


mirarla.

—Les presento a Antonio, él irá con nosotros hasta Carurú y de ahí dos semanas hasta
la comunidad Imembui. De ahí, salimos con nuestro guía.

Esa noche dormimos en Mitú y a las 6 de la mañana salimos en la avioneta de Antonio,


un vehículo que temblaba y hacía ruidos como si fuera a caerse.

Carurú era más pequeño que Mitú, todo era muy costoso y teníamos la zozobra por la
presencia de la guerrilla, que estaban presentes en todo, eran como las hojas en el mes
de agosto, ineludibles, estábamos seguros que nos observaban.

Dormimos allí, esa noche todos compartimos habitación y a las 8 de la noche hubo
un corte de luz, la oscuridad era tan extrema y tan densa que era difícil de romper con
nuestras linternas y lámparas, además, cada luz viva atraía muchos insectos que le
quitaban potencia a su intensidad. Yo no podía dormir del calor, el zumbido constante
de los insectos y el sudor que me empapaba todo el cuerpo.

Salí de la casa y me encontré con Fernanda y Antonio. Ambos fumaban. Antonio me


ofreció un cigarrillo y fue Fernanda la que respondió,

—Él no fuma, nunca ha fumado. Esteban es un niño juicioso.

—No como tú, —se burló Antonio retirando el cigarrillo como oferta.

—Estábamos hablando de los planes para estos días Esteban.

Me senté junto a ella.

—Le decía a Fernanda que primero vamos a viajar en carro unos siete días, en lancha
es más rápido, pero le tengo respeto a las cachiveras en esta época de lluvia.
—¿Cachiveras?

—Remolinos, como pequeñas cascadas en el río. Eso me da más miedo que la


guerrilla y eso que por acá es bien caliente, por la carretera nos encontraremos varios
retenes, el río no tiene retenes, pero sí un montón de cachiveras invisibles.

—¿Y si nos secuestran? —Yo no me decidía a qué le tenía más temor, mi pregunta
no estaba cargada de temor sino de hastío hacia el calor así que no soné todo lo
cobarde que debía sonar.

—Yo no creo. ¿Quién se va a encartar con ustedes profesor? Nah, por mucho nos
bajan del carro y nos piden plata o marihuana, no vaya a mostrar su libreta militar
porque sino se la montan.

—No tengo libreta.

—Mejor, diga eso.

—¿Para qué van a ir hasta allá? Si allá no hay más que selva. —Botó una bocanada
de humo mientras preguntaba.

Le contamos la historia de nuestra investigación, le dijimos que claro que


necesitábamos ir a la selva, éramos biólogos, y a medida que le contábamos de nuestra
investigación él asentía, de vez en cuando hacía gestos como “interesante”,
“sorprendente”, “entendido”, y cuando terminamos su expresión me recordó un poco
a la del indígena Cubeo en la conferencia.

—A veces es mejor no descubrir ciertas cosas, el mundo tiene secretos que deben
extinguirse a medida que la sociedad se expande, secretos que deben morir siendo
secretos.

—Eso no nos aplica a nosotros Antonio, nosotros somo científicos, queremos


resolverlo todo.

—Y yo soy militar y hay misiones que hubiera preferido no aceptar, pero bueno
doctora, cada quien busca y lidia con sus propios demonios ¿no?
—¿Por qué lo dice? — Yo intentaba intervenir mientras me rascaba y espantaba los
moscos, eso atenuaba el temor de mi pregunta.

—Porque a donde ustedes van no se meten ni los paracos profesor. Yo los voy a
acompañar porque ya he ido varias veces con la doctora a la comunidad, pero de ahí
para allá ni loco.

Lo que dijo Antonio me alteró de tal forma que sentí toda la noche un temor
persistente hacia la selva. Los siguientes días no pude dormir pues la selva era tan
espesa y aullaba con tantos sonidos que me sentía junto a una avenida en Bogotá.

Mi cuerpo no sólo no se acostumbraba al calor, sino que lo rechazaba con alergias y


sudor, sentía una picazón constante de la que ni siquiera Camilo se quejaba, él, siendo
el más rico era el que se acostumbraba más fácil, reía, bromeaba y coqueteaba con
Fernanda y esto me calentaba hasta la sangre de la rabia.

Después de una semana de viaje llegamos a la isla Imembui a una comunidad de la


etnia Macuna, el capitán, o líder de la comunidad, nos recibió con la hospitalidad de
una familiar y nos dieron una casa para nosotros, había muchas casas abandonadas,
todas construidas con tablas y a un metro de altura del piso.

El capitán de la comunidad nos llevó con su familia y tomamos chivé, que es agua
con fariña, la fariña es un tipo de harina de yuca brava que sabía un poquito salada,
pero era super refrescante en ese clima infernal.

Todo iba muy bien hasta que nos preguntaron el propósito de nuestro viaje.

Cuando Antonio les contó de la razón de nuestra visita, la sombra que acompañaba el
relato aterrizó sobre los ojos del capitán.

—Pensé que venían como siempre a una misión del gobierno, si hubiera sabido que
venían a ver a Dany no les habría ofrecido la casa, —nos reprochó el capitán. Con
una mirada despidió a su familia y la esposa del capitán retiró el chivé de nuestras
manos, algo que en silencio agradecí pues el agua era agua de lluvia no potable. —
La cabaña de Dany está cruzando el puente, pero no deberían seguir. Dany se volvió
loco cuando perdió a su familia, volvió cubierto de sangre y dijo que se los habían
comido.

>>Yo no creo en los cuentos de por acá, pero tampoco tengo el valor de tentarlos. No
sé qué les prometió Dany, pero les advierto que está loco.

Seguido a esa advertencia el capitán prácticamente nos echó de la casa.

—Ya saben dónde buscarlo, yo los acompaño hasta acá, —se despidió Antonio.

—No puedes dejarnos aquí Antonio, —Fernanda se aferró a nuestro guía.

—No, claro que no, los voy a esperar 5 días, cuando hayan pasado esos 5 días me
devuelvo a Carurú, pueden hablar con el capitán para que me haga llegar un mensaje
y vengo a recogerlos. Pero me gustaría que arreglemos las cuentas hasta este
momento.

—Piensa que no vamos a volver, —me susurró Nachito tan pequeño e inocente que
me pregunté si era bueno que nos acompañara.

Abandonados por Antonio fuimos a la cabaña de Dany, la única cabaña al otro lado
del puente. Hecha de tablas de madera como las demás y con un hombre tomando
chicha en el pórtico.

No tenía nada diferente a los demás de su etnia salvo que tenía el cabello más largo.

Saludó a Fernanda con formalidad, la propia de cualquier ciudadano, luego a nosotros


nos saludó también, pero sin mirarnos a la cara. Entramos a su casa, no había chivé,
no había niños como en la mayoría de las casas, ni había esposa, sol montones de ropa
sucia y olorosa en las esquinas, basura regada por el piso, tampoco tenía hamaca.

Yo sentía a Nachito temblar junto a mí. Camilo entró de primero con una confianza
que pensé incomodaría al hombre, pero a él no le importó.

—¿Dormirán aquí? —Nos preguntó.


—No Dany, queremos saber cuándo salimos, cuánto nos vamos a demorar, en fin que
nos cuente los planes que tenemos para la expedición.

Dany se sentó en el suelo y siguió tomando chicha, yo lo creí tan borracho que seguro
no había entendido la pregunta.

—Salimos mañana, 4 de la mañana. Yo voy a buscarlos a la maloka o a la casa en la


que estén. Vamos a caminar cinco días hasta, —el rostro del guía se congestionó,
reprimía un intenso deseo de llorar. —El bosque de la sombra, ahí vamos a buscar,
buscar, ya depende de ustedes, luego vuelven al campamento.

—¿No habrá más guías al bosque de sombras? —Preguntó en un susurro Camilo.

—Nadie quiere ir allá, —le respondió el guía borracho, lo había escuchado, había sido
capaz de oír la voz que yo casi no logro comprender. —Es muy peligroso.

—¿No tiene miedo de ir usted? —Desafió Camilo en un encuentro que no podía ganar
pues el hombre no competía en los términos y rivalidades en los que solía participar
Camilo.

—Sí me da miedo, pero tengo que ir, por mi familia.

No preguntamos por la familia pues recordábamos lo que nos había dicho el capitán,
ellos estaban muertos.

Los días de viaje fueron mucho mejores que todos los días que pasé en el resto del
Vaupés, el clima era perfecto, no había mosquitos o insectos, lo único que me inquietó
fue que andábamos por una selva tan espesa que no había caminos, me pregunté en
todo momento cómo volveríamos.

Luego me inquietó mucho más otra cosa, algo que me había parecido confortante, la
comodidad del ambiente, ¿Cómo es que no había insectos? ¿Cómo es que no
necesitábamos fogatas en las noches para ahuyentarlos?

¿Qué los estaba ahuyentando de nosotros?


III Selva de sombra.

—¿Cuándo vamos a llegar a la selva de sombra Dany? — preguntó Fernanda al guía,


era ya la noche del quinto día, —¿creía que íbamos a llegar hoy?

—Creería que mañana doctora.

—Cómo que “creería”, ¿no sabe a cuánto tiempo estamos? — Interrumpio Camilo,
su carisma y bondad se habían ido asfixiando mientras que esas mismas cualidades
iban floreciendo en mí.

—Aún sé dónde estoy, pero me es difícil ubicarme, cuando nos hayamos perdido
llegaremos.

—Pero ¿qué está diciendo? —Camilo se levantó regando su comida.

—¡Camilo!, cálmate. Dany, dígame qué quiere decir con “perdido”, —Fernanda se
puso entre los dos, aunque Dany seguía sentado y comiendo. Atribuía el malentendido
a la diferencia de idioma.

—Así es como es. Para llegar a la selva de sombra hay que perderse en una zona de
la Selva Antigua.
—Dany… ¿Qué está pasando? ¿No sabe dónde queda la selva de sombra? — insistió
Fernanda.

—Claro que sé, si se lo acabo de decir, —tenía una calma inquietante que nos
desesperaba.

—Tenemos que volver Fernanda, —Nachito alzó la voz, temblaba.

—Bien pueden volver, yo tengo que encontrar el Jɨyovayɨ que se comió a mi familia.

—No podemos volver sin usted Dany.

—Entonces sigan conmigo, luego podrán regresar.

Al siguiente día, como Dany había dicho, encontramos la selva de sombra. Una selva
que desde lo lejos podía entenderse la razón de su nombre. La luz se perdía en el
interior y no había ruidos, no había monos aullando, ni insectos grillando, ni el viento
agitando las hojas.

La selva se tragaba no sólo la luz sino el sonido. Al entrar a la selva prendimos


nuestras linternas, era como pasar un umbral de oscuridad, una línea que demarcaba
hasta donde podía llegar la luz; y aún con las linternas la luz no alumbraba ni un metro
más allá de nosotros, no podíamos identificar árboles, ángulos, hojas, salvo que
estuvieran casi encima nuestro o frente a nosotros. Era de verdad una sombra que
absorbía casi la totalidad de la luz. Caminábamos a tientas, tropezando con raíces
invisibles, hablábamos a gritos porque nos escuchábamos lejos, como si estuviéramos
separados por un muro delgado, aún con eso sabía que mis compañeros estaban junto
a mí porque podía verlos, tocarlos.

No pasó mucho tiempo de entrar a la selva cuando escuchamos gritar a Dany, supe
que era él porque Camilo y Nachito preguntaron al tiempo, “¿Qué pasó?”-

—Yo estoy bien, —respondí, —¿Fernanda?

—Aquí estoy, aquí estoy, — se aferró a mí con todo su cuerpo, el corazón le latía con
violencia y yo lo sentía en mi brazo, además, estaba mojada desde el cabello hasta los
brazos. Al alumbrarla con mi linterna vi que estaba cubierta de sangre, aunque ella
no parecía haberse dado cuenta, agradecí a la oscuridad que la mantuviera en
ignorancia, aunque no sabía por cuánto tiempo se mantendría así.

Ella seguía repitiendo “aquí estoy, aquí estoy”.

—¡Dany! ¡Dany! — llamamos junto con Camilo y Nachito a nuestro guía.

—Tenemos que volver, —el costado de mi cuerpo que Fernanda había dejado libre
lo ocupó Nachito.

—¡¿Por dónde quieres volver?! ¿Ah? Para dónde, dime dónde está la salida, — era
Camilo atrás mío. Aunque no pensé que sirviera buscar una salida de esa oscuridad,
en el horizonte vi una luz, podríamos escapar.

—¡Allá!, Miren — apunté con el dedo, pero ni siquiera con la linterna veía bien mi
propia mano, — hay una luz, debe ser la salida ¡vamos!

—No veo un culo Esteban, —Camilo me agarró con firmeza en la camisa desde atrás,
lo sentía temblar, o tal vez era mi cuerpo el que temblaba.

—Yo sí lo veo, —confirmó Nachito junto a mí, —vamos, pero no nos soltemos.

Empezamos a caminar intentando coordinar nuestros pasos, íbamos despacio,


apartando hojas, esquivando raíces, y árboles.

La luz era un poco más brillante, más grande. Íbamos a salir, íbamos a lograrlo.

Pero una fuerza incontenible arrancó a Nachito de mi lado, luego el sonido lejano de
una explosión y un baño de líquido caliente, la sangre de Nachito.

—Estoy aquí, estoy aquí, ¡no me dejes!, —rogó Fernanda bañada en sangre. Camilo
gritó, me sacudió.

—Corre Esteban, corramos, —me soltó y el sonido de sus pasos se alejó de mí, no
tenía forma de saber si había ido hacia la luz o en contra de ella.
Yo arrastré a Fernanda hacia la luz, ella seguía pidiendo que no la dejara,
recordándome que estaba allí.

Caminamos a un paso lento y constante, la luz nos daba esperanza, podríamos


escapar, cada vez se hacía más grande, alumbraba más y yo me vi acostándome en el
suelo, besando la luz del día.

Cuando la luz se hubo hecho tan grande como el tamaño de una puerta estuve seguro
de que podía atravesarla, pasar tras ese portal hacia la selva, pero la luz,

Se apagó.

Se apagó como cuando se funde un bombillo, se extinguió llevándose las esperanzas


de salir, era un truco, una trampa, yo no sabía si estaba ahora más adentro de la selva
o más afuera.

Fernanda se arrodillo sin parar en ningún momento de decirme que estaba allí, que no
la fuera a dejar, no me vayas a dejar. Pero cómo la iba a dejar si no podía dar un paso
teniendo la certeza de que no estaba entrando a las entrañas de lo que fuera que nos
estuviera cazando.

Me senté en las hojas que había en el suelo y Fernanda se aferró a mí, estábamos
perdidos, no teníamos salvación. Yo empecé a llorar por Alejandra, por mi niña,
Mariana, no las volvería a ver jamás, ellas me buscarían en vano y pensarían que las
abandoné, lloré por mi mamá y mis hermanos, lloré porque no podía hacer otra cosa,
lloré porque era lo único que la selva no me estaba quitando.

—Esteban, estoy aquí, no te voy a dejar, —Fernanda me dio un beso, en un atisbo de


cordura había elegido consolarme y como si hubiera sido un somnífero la cabeza se
me fue hacia atrás, suspiré aliviado porque la muerte me traería paz.
IV La semilla de sombra.

—Profesor, profesor, ¿quiere comer? — El Capitán de la comunidad Imembui me


acercó un plato de sopa, kiñapira (un caldo de pescado picante), yo la comí llevado
por el impulso del instinto, pensaba en lo extraño de estar allá pero un cansancio más
pesado que un bulto de tierra me incapacitó hacia el sueño.

Terminé de comer y el capitán me preguntó, —¿Quiere seguir durmiendo?

No, no quiero, pensé. Pero me fui hacia la hamaca y me tumbé en ella.

—¿Dónde está Fernanda? — Mi voz era un murmullo que raspaba contra el aire.

—Ya está usted despertando profesor, espero que pronto podamos hablar.

Tuve otros episodios de conciencia, pero apenas si eran esbozos en mi memoria.

—Tengo hambre capitán, —mi voz era rasposa, como si no fuera mía.

—Llámeme Javier profesor, venga, hoy va a comer con mi familia.

El sol me irritó los ojos y me hizo doler la cabeza.


—¿Dónde está Fernanda? —Le pregunté mientras caminábamos.

—Ella aún no despierta, abre los ojos solo para comer. Ya la verá profesor, por ahora
vamos a comer algo.

Cuando entramos a la casa del capitán su esposa me miró asustada.

—Ya despertó, —afirmó el capitán a su esposa. Algo que me pareció innecesario,


pues me estaba viendo.

Nos sentamos y empezamos a comer cazabe, un pan hecho con harina de yuca, y una
carne que no supe identificar de qué era.

Ante el silencio de la mesa me aventuré a preguntar,

—¿Cómo llegué aquí Javier? ¿Fueron a buscarnos, encontraron a Camilo?

El hombre sonrió con lástima

—No, nadie iría a buscarlos, los dábamos por muertos, pero la Selva de Sombra los
escupió, bueno, a usted y a la doctora, a don Camilo no lo encontramos. Estaban a
unos dos kilómetros de aquí, en las chagras de algunos de los que quedamos para
cultivarlas. Los bañamos porque estaban cubiertos de sangre seca y los trajimos para
cuidarlos todo este tiempo. Enviamos un mensaje al gobierno, pero no quisieron
rescatarlos, esta zona es muy caliente, mucho paramilitar, mucha guerrilla y ustedes
estaban en una investigación privada.

—¿Cuánto tiempo llevamos aquí?

—Cuatro meses desde que los encontramos, cinco desde que se fueron con Dany.

¡5 meses! Llevábamos casi 6 meses fuera de nuestro hogar. ¡¿Cómo podía ser
posible?!

—Hace cuatro días que usted empezó a despertar, —continuó el capitán, —llamé a
Antonio, bueno lo llamé otra vez, porque el militar no quería llevarlos a menos que
fueran capaces de pagar. Yo habría pagado, pero es mucha plata, no tenía cómo.
—Está bien Javier, le estoy muy agradecido por lo que ha podido hacer por nosotros.
Y, Fernanda…— me sudaban las manos por la inquietud de verla.

—Si, termine de comer y vamos y le llevamos la comida a ella.

—Pero, ¿Por qué no está comiendo con nosotros? —Mi tono de voz fue levantándose
de forma involuntaria.

—Tranquilo profesor, cálmese. Ella está bien, ya vamos a verla. Termine de comer,
le hará bien.

La esposa y los niños del capitán me miraban horrorizados, fui obediente, estaba
avergonzado.

Javier empacó la comida y caminamos a las afueras de la comunidad, el sol me seguía


acosando y me hacía doler muchísimo la cabeza.

Al llegar a la casa en donde estaba la vimos durmiendo en una hamaca, repetía en un


murmullo "estoy aquí, estoy aquí, no me dejes".

Javier la movió.

—Doctora, hora de comer.

Ella abrió los ojos y se levantó zombificada, no paraba de repetir que estaba allí, que
no la fuera a dejar, no me saludó ni me volteó a mirar, era como si no se hubiera dado
cuenta de que estábamos allí. Comió con la sumisión de un perro y se fue a dormir de
nuevo sin haberse enterado de mi presencia.

—¿Qué le pasó a ella? ¿Por qué está así? — Ya salíamos de la casa cuando le pregunté
a Javier.

—Así vuelven los que son escupidos por la selva oscura, no piensan, no dicen nada,
no cuentan qué les pasó.

—Pero, yo no estoy así.


—Estaba, igualito a la doctora, algunos despiertan, otros se ponen peor, como Dany,
otros se quedan así, idos.

Pasaron 2 semanas y Fernanda siguió igual, Antonio nos recogió y no me dirigió la


palabra, solo tenía una mirada de reproche, para él, yo tenía la culpa de lo que había
pasado.

Volvimos a la ciudad. Bogotá nos recibió con un frío reconfortante. En el aeropuerto


estaban nuestras familias, a ella la recogieron y con los días la llevaron a la clínica
psiquiátrica La Paz, y así, siempre igual Fernanda siguió atrapada en la selva oscura.

En mi casa Alejandra me recibió llorando, me golpeó, me abrazó, me cacheteó por


haberme ido, me beso por haber vuelto. Incluso me confesó que pensaba a diario que
me había fugado con Fernanda, que estaba seguro que entre nosotros había algo.

—Ay, pero como quedó tan mal, me siento terrible de haber pensado mal de ella.

Cuando tuve el valor desempaqué mi maleta de viaje, cada prenda olía a selva, toda
la ropa estaba sucia de un moho verdoso o tenía hojas, o tierra.

Lo eché todo a la lavadora, a algunas prendas se les cayó el moho y otras siguieron
sucias.

—¿Qué hago con esta ropa amor? —Alejandra se sorprendió de que le preguntara
pues yo no había sido capaz de hablarle de lo sucedido en nuestra expedición, cuando
ella preguntaba o hacía alguna referencia al tema, yo quedaba paralizado. Se sentó
junto a mí,

—¿Qué quieres hacer con ella? — Empecé a revisarla, a quitar el moho con las uñas
para ver si cedía, de entre la ropa agarré una camisa que tenía una mancha muy oscura,
la raspé, pero la mancha no cedió.

—Voy a lavarla de nuevo, si no cae la boto.

—Está bien amor. —Me besó en la frente.


Así lo hice, la restregué, la dejé en remojo y Alejandra la dejó en el ciclo más largo
de lavado.

Ella la sacó, planchó y la puso en su sitio en el armario. En la noche, al llegar de la


universidad, mientras colgaba mi ropa vi la camisa.

Ahí la reconocí como la camisa que vestía el día que entramos a la selva oscura.

—Gracias amor, por la ropa. —La tomé en mis manos, la imaginé cubierta de sangre,
sentí nauseas y las manos me temblaron.

—¿Estás bien Esteban? — Ella me tomó por los hombros.

—Si, sí. La mancha no se ha ido, mira. Antes está más grande. — Era un agujero
negro que nos observaba.

—¿Quieres que la bote?

Le di la camisa y le agradecí, esa noche no pude dormir del temor de volver al estado
zombie.

—¿Botaste la camisa?

Le pregunté a Alejandra cuando iba a tirar una cáscara de banano a la caneca de la


cocina, me quedé pasmado al ver dentro de la caneca un agujero infinito del que no
podía verse el final.

—Si, hoy vamos a bajar la basura, ahí debe estar, — se acercó y miró la caneca.

>>ah, pero si ya la tiraste, está bien.

—¿Qué no ves la caneca? Está oscura.

—¿Y de qué color querías que estuviera? Me voy, voy tarde. —Me dio un beso y
tomó la cáscara de mi mano y la tiró en la caneca. No se quedó a ver pero la cáscara
no tocó el fondo, se la tragó la profunda oscuridad.
Alejandra no sabía la historia, no se la había contado, ¿cómo podría relacionar una
sombra con la selva?

Me fui a trabajar atragantado por el miedo, entorpecido por el trasnocho.

Hasta que me di cuenta, ¡Debí tirar la caneca!

¡Debí tirarla!

Finalicé mi clase, eran las 6 de la tarde, tal vez estaba a tiempo, que tonto, que imbécil
había sido.

¡Que idiota, que tonto!

Corrí al parqueadero y manejé tan rápido como pude hasta mi casa, luego eché una
carrera tan rápido como pude de tal forma que hasta mi gabardina se mojó de sudor.

Al abrir vi que era muy tarde.

Que imbécil, era mi culpa.

La cocina era un agujero más oscuro que la noche, aún cuando las luces estaban
apagadas se veía la profunda oscuridad en la cocina.

Al encender la luz vi en el pacillo de entrada a la cocina un charco de sangre.

¿De quién sería, Alejandra, Marianita, las dos?

Mariana llegaba del colegio a las 2, estaría con la niñera y a las 4 llegaría Alejandra,
pero no me había llamado.

¿Se las habría comido a las dos? ¿A la niñera también?

Esta es la planta que buscábamos, la oscuridad empezó a llamarme, a atraerme,


hambrienta de mí, yo podía escuchar la voz de mi esposa, de mi hija y mis amigos,
me llamaban dentro de la oscuridad, me gritaban, “ayúdanos, sácanos de aquí”, pero
era la planta, y yo, como una mosca en busca de un cuerpo muerto, sediento ya de
morir, entré, salté a la oscuridad terrible de su vientre.
Fin.

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