Examen de Lengua 45
Examen de Lengua 45
Examen de Lengua 45
Estructura de la prueba: la prueba se compone de dos opciones "A" y "B", cada una de las cuales consta de 5
preguntas que, a su vez, comprenden varias cuestiones. Sólo se podrá contestar una de las dos opciones,
desarrollando íntegramente su contenido. En el caso de mezclar preguntas de ambas opciones la prueba será
calificada con 0 puntos.
Puntuación: la calificación máxima total será de 10 puntos, estando indicada en cada pregunta su puntuación
parcial.
OPCIÓN A
Cada uno ha sacado a la luz a su propia Almudena ahora que sombras suele vestir. La mía está
sentada en una mecedora en el corredor de nuestra casa en Managua, en febrero de 2009. A contraluz, como
una fotografía mal tomada, tras ella estalla en rojo y morado la buganvilia que cubre la cerca lateral. Lleva
una blusa verde y los pantalones son negros, la melena atada atrás en un moño con una cinta rosa. Se mece
lentamente, impulsándose con los pies. Tiene aire nicaragüense en sus rasgos, o gitanos, o madrileños. Lo
que sea. Pero Almudena está sentada allí, bajo esa luz de encendidos oros del trópico incandescente.
Acabamos de llegar de León, donde he servido de cicerone a la tropa formada por ella, su marido
Luis García Montero, Jesús García Sánchez (Chus Visor), Javier Bozalongo y Daniel Rodríguez Moya, una
tropa medio andaluza, castellana, catalana. Todos han venido al Festival Internacional de Poesía de Granada,
y hemos ido a visitar los lugares de peregrinación dariana, la catedral, donde está enterrado el poeta bajo su
frío León de marmolina, al pie de la estatua de San Pablo, la casa solariega donde vivió su infancia.
Andamos a pie por esta ciudad en la que viví mis años de estudiante, y donde de una acera a otra todo el
mundo solía saludarse con un ¡adiós poeta!, un título universal.
La mía, la Almudena que bien recuerdo, está en su casa en Madrid en 2006, en la cocina atestada de
cacerolas y sartenes, preparando con manos ágiles y aire decidido toda suerte de tapas, tortillas que corta en
trozos, ensaladilla rusa, croquetas que saca doradas del aceite hirviente, cientos de manos que se afanan
como si fueran ajenas, pero son todas suyas, van y vienen las botellas de vino, en la sala suben de tono las
conversaciones y estallan las risas, las bromas cruzadas entre Joaquín Sabina y Benjamín Prado son de
filigrana, historias de equívocos en un hotel de Praga, mientras Chus Visor, al lado de Conchita, asiente
sonriente, como un doctor Spock recién bajado de la nave espacial.
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OPCIÓN B
Si no han visto la película que da título al artículo de hoy (Passport to Pimlico; Henry Cornelius,
1949), deberían. Es una divertida comedia producida por la Ealing británica que cuenta cómo, tras la
travesura de unos niños en unas obras abiertas bajo el barrio londinense de Pimlico, una explosión descubre
un tesoro. Entre los bienes, algunos documentos aluden al origen borgoñés del barrio, y los vecinos deciden
independizarse de Londres.
Me resultó inevitable acordarme del ahora famoso ‘pasaporte covid’ en la escena en que un policía
británico pide la documentación en un bar de Pimlico, los clientes la hacen pedazos en su cara y continúan
con la juerga: un papel es solo un papel, una convención que no significa nada más que lo que las dos partes
quieren que signifique.
Si ustedes quieren autoconvencerse de que por llevar un ‘pasaporte covid’ pueden entrar a un local
lleno sin temor a contagiarse y pasar una noche como las de antes, hagan caso a las instituciones y
diviértanse. Si lo que desean es salvaguardar su salud y la de los suyos, no se les ocurra hacer la misma vida
que antes.