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LIMBO

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LIMBO

Es el lugar donde van las almas que mueren, sin pecado propio, pero con el “pecado
original”. La Iglesia distingue dos clases de Limbos, siguiendo las ensenanzas de la
Biblia.

1- Limbo de los Justos: Donde estaban “esperando” todos los justos que murieron
antes de Jesucristo. Es donde bajó Jesús, después de muerto, para llevar a los
Justos que estaban “esperando”; es el Hades, de Hec 2:27-31, Sal 16:3, Mat 27:52-
53.

2- Limbo de los Ninos: Es el lubar donde van los ni¨nos que han muerto sin
bautizarse; es el Seol del Sal 16:10, que al citarlo en Hec 2:27, Hec 2:31, lo llama el
Hades.

Ver “Purgatorio.

Diccionario Bíblico Cristiano


Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

[278]

El término de limbo no aparece en la Escritura, pero desde los primeros tiempos


cristianos, por probable latinización del topónimo griego “Olimpo” (macizo del
norte Grecia de 2.917 msnm. entre Tesalia y Macedonia y “residencia mitológica de
los dioses”), se habla del “limbo” como lugar de destino para ciertos difuntos o en
determinados tiempos.

En la tradición cristiana se diferenció desde tiempos medievales los cuatro lugares


a donde iban los difuntos. El Catecismo de Gaspar Astete decía más tarde: “Hay
cuatro infiernos en el centro de la tierra: el infierno d los condenados, el
purgatorio, el limbo e los niños y el limbo de los justos o seno de Abrahán.” El
limbo de los niños lo entendía como “el lugar a donde van las almas de los que
antes del uso de razón mueren sin bautismo”. Y el los justos, o “seno de Abrahán”,
lo definía como “el lugar donde, hasta que se efectuó nuestra redención, iban las
almas de los que morían en gracia de Dios después de estar enteramente purgadas
y el mismo al que bajó Jesucristo real y verdaderamente”.
Sin embargo, el “Catecismo de la Iglesia católica” prefiere relacionar la creencia del
limbo de los justos, “aludido pero no denominado como seno de Abrahán” en la
parábola del pobre Lázaro (Lc. 16.22), con el descenso de Jesús a los infiernos. Es
interesante discernir que en el texto evangélico no se habla de “seno de Abrahán,”
sino que se dice que el rico, sepultado en el infierno, levantó los ojos y vio “allá
arriba” a Abrahán y a Lázaro “en su seno” o “junto a su seno”.

Con todo, la idea cristiana expresada en el Credo de que Jesús “descendió a los
infiernos” asoció esa situación de los muertos antes de la muerte de Jesús con ese
“cierto lugar” en que también ellos esperaban la redención. El concepto equivalente
a ese estado o “lugar”, aludido con frecuencia en la Biblia, es el de “sheol”, término
hebreo que recoge alusión a “descenso”, subterráneo, o “hades”. El sentido de
“retribución” de ese término refleja también la creencia de un lugar al que
“descendían” los que mueren y reciben un premio en espera de la redención. Ese
lugar desapareció despésde Jesús y desde entonces los justos van al “paraíso”
cuando mueren. Los malvados van al infierno.

En ese lugar subterráneo, inferior, reino de los muertos, o de “Hades” (dios de los
infiernos, hermano de Júpiter e hijo de Cronos y Gea, según la mitología griega), es
donde estuvo el limbo de los justos. Se identificaba, pues, con un lugar de espera,
idea que incluso se recoge en el Evangelio (Lc. 16. 19-31). El mismo Evangelio alude
a esa situación cuando habla de la muerte de Jesús: (Lc. 16.22 y Jn. 2.3). El lugar o
“seno de Abrahán” se sitúa en el “corazón de la tierra”. Jesús diría: “Como Jonás
estuvo tres días en el vientre de la ballena, tres días estará el Hijo el hombre en el
“corazón de la tierra” (kardia tes ges: Mt. 12. 40.)

Recogiendo el Salmo 15.10, Pedro aludió en su discurso o catequesis sobre la


resurrección al “lugar subterráneo” (“No dejarás mi alma en el infierno”) (Hech.
2.31). Y San Pablo siguió la misma idea de “partes bajas de la tierra.” (Ef. 4.9)

La doctrina cristiana pues, sospechó siempre la existencia de un lugar y de un


tiempo en el que los difuntos permanecieron en espera de su redención por la
muerte salvadora de Jesús. Y a ese lugar se llama “limbo de los justos”.

Evidentemente existe en esta creencia gran carga de antropomorfismo, ya que difí-


cilmente se puede entender o aceptar semejante existencia si eliminamos toda
referencia a “tiempo” y a “espacio”, una vez que se sale por la muerte de las
categorías cosmológicas de la existencia humana y terrena. Pensar en un “lugar”
provisional para luego entrar en el Paraíso, entendido ya como encuentro
permanente con Dios (Jn. 17.3), resulta difícil de asumir filosóficamente.

Más confuso y difuso aparece el concepto de “limbo de los niños”, sobre el que hay
total carencia de referencias bíblicas. Se presenta sólo como una invención
teológica para explicar con coherencia la situación de las almas de los niños
muertos sin bautismo, es decir en pecado original.

Y así como el limbo de los justos se entendió transitorio, hasta la venida de Cristo,
el de los niños, por el carácter irreversible de la muerte y la inmutabilidad en la otra
vida y por la naturaleza “mortal” del pecado original, se entendió como ya
definitivo y eterno. Las diversas opiniones de los teólogos han abundado: salvación
final por la misericordia divina, existencia de otra prueba para dar opción a elegir
salvación o condenación, salvación condicionada a la de los padres por solidaridad,
no dejan de ser infundadas ocurrencias sin base bíblica.

Siendo este tema muy secundario en el contexto del mensaje cristiano, lo más
prudente en la educación de los cristianos es eludirlo en lo posible o declararlo lisa
y lealmente opinable, sin hacer de él objeto de enseñanzas precisas. El carácter
misterioso de la muerte y del más allá puede suscitar cierta curiosidad en
determinadas edades, pero es preciso no incrementarla con resabios espiritistas.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial


Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

DicEc
 
La cuestión del limbo, del latín limbus (borde), surgió en el contexto del destino de
los niños no bautizados. La Escritura y la tradición hablan de la necesidad del
>bautismo para la salvación. En el caso de los adultos, los actos de amor asistidos
por la gracia han sido considerados durante mucho tiempo como sustitutorios del
bautismo cuando se trataba de personas que no lo conocían o no podían recibirlo.
Los niños no tienen esta posibilidad de realizar un acto de caridad sobrenatural.
Agustín pensó al principio que estos niños podían entrar en una especie de estado
intermedio entre la bienaventuranza y la condenación. Pero luego, al ahondar en la
polémica con los pelagianos, llegó a la conclusión de que debían de estar en el
infierno, aunque sufriendo el más suave de los castigos junto con la exclusión de la
visión de Dios.

En la Edad media se pensaba generalmente que los niños que morían sin bautizar
eran excluidos de la visión beatífica. En la época patrística, al igual que en la
escolástica, se hablaba del limbus patrurn, el estado de los “padres” del Antiguo
Testamento que aguardaban la redención de Cristo. Gradualmente, por analogía,
los teólogos empezaron a hablar del limbus puerorum, el limbo de los niños que
estaban privados de la visión beatífica por no haber sido bautizados. Estaban por
ello en el “borde” del infierno, pero no en el infierno, y no sufrían ninguno de los
dolores del infierno.
En el concilio de >Trento se discutió un poco sobre el estado de los no bautizados,
pero no se llegó a ninguna pronunciación al respecto. La primera declaración del
magisterio acerca del limbo reclama una exégesis detenida. En el siglo XVIII
muchos teólogos católicos consideraban el limbo como un estado de pura felicidad
natural para los que, sin culpa propia, quedaban privados de la visión beatífica.

El sínodo jansenista de >Pistoya (1786) declaró que esta postura era herética. Fue
esta postura extrema la que Pío VI condenó como “falsa, temeraria y perjudicial
para las escuelas (teológicas) católicas”. El papa no expuso ninguna doctrina explí-
cita sobre el limbo, pero reconoció claramente que era una posición teológica
admisible.

En las décadas de 1940 y 1950 los teólogos escribieron mucho sobre el destino de
los niños no bautizados. Trataban de mantener y armonizar dos verdades: la
necesidad del bautismo y la voluntad salvífica universal de Dios. Hoy hay consenso
acerca de que los niños no bautizados se salvan, pero no hay una explicación
teológica generalmente aceptada sobre el modo en que se efectúa esta salvación. Ya
no se enseña la doctrina del limbo; en el nuevo Catecismo de la Iglesia católica no
aparece. Nunca fue un dogma de la Iglesia, sino una opinión teológica usada en
algunas ocasiones por el magisterio. “La reciente concepción del Vaticano II acerca
de la posibilidad de salvación también de las personas que no hayan recibido el
bautismo. Quedan así superadas todas las teorías acerca del limbo”.

La cuestión pastoral sigue planteándose para las madres y otras personas


relacionadas con niños que mueren sin bautizar. La teología no dispone de una
respuesta convincente y satisfactoria para quienes se sienten ansiosos por el tema.
El mejor planteamiento pastoral sería una afirmación vigorosa de que Dios ama a
los niños mucho más que sus propios padres, por lo que los niños están a salvo en
sus manos.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiología, San


Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología

La palabra “limbo” significa orilla o zona limítrofe. Se aplica esta palabra al estado
escatológico de las almas justas antes de la venida de Jesucristo, como esperando (a
la “orilla”) poder entrar en la visión beatífica merecida por el Redentor. También se
le llama “seno de Abraham” (Lc 16,22).

Analógicamente se aplicó esta palabra a la situación hipotética en que quedarían


las almas de quienes murieran en pecado original (por tanto, sin la gracia
santificante) y sin haber cometido pecado personal (por no haber llegado al uso de
razón). Estas almas serían privadas de la visión beatífica, pero participarían de los
bienes de Dios en la otra vida. Nuestra fe nos invita a pensar que “Cristo murió por
todos” (2Cor 5,14) y que vino a “buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10).
La redención puede llegar a todos por medios extraordinarios que desconocemos,
aunque siempre en relación con los medios instituidos por el Señor (sacramentos,
oración, comunión de los santos, etc.).

Referencias Bautismo, escatología, pecado original.

Bibliografía GUMPEL P., Limbo, en Sacramentum Mundi (Barcelona, Herder,


1972ss) IV, 321-2324; N. LOPEZ MARTINEZ, El más allá de los niños (Burgos
1955); A. SANTOS HERNANDEZ, Los niños del mundo pagano (Santander, Sal
Terrae, 1960).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Este término original de la teología indica bien sea el estado escatológico de las
almas de los que, habiendo vivido antes de Cristo, no consiguieron la salvación
eterna y la visión beatífica, pero se quedaron a la orilla (1imbos, borde, franja, zona
limítrofe entre lo interior y lo exterior etc.): ese estado duró hasta la muerte-
resurrección de JesÚs y es el llamado 1imbus patrum,. o bien el estado escatológico
de los que, después de Cristo, murieron sin bautizar, generalmente los niños:
1imbus puerorum. Estos niños tienen el pecado original y esta índole negativa sigue
siendo su característica.

No se habla del 1imbo ni en la Escritura ni en los Padres de los primeros siglos,


pero en estos dos ámbitos se afirma con claridad que la salvación eterna depende
del contacto transformador con Cristo en los sacramentos eclesiales. En la Biblia y
en la tradición antigua encontramos, sin embargo, la expresión Seno de Abrahám,
una especie de situación metafórica del estado intermedio de estos difuntos.
Históricamente, el 1imbo parece ser que nació con la teoría pelagiana de la
infravaloración del pecado original y la afirmación de un optimismo salvífico
exagerado. Esto llevó a pensar que Dios no habría excluido de la bienaventuranza a
los niños muertos sin el bautismo.

Agustín se enfrentó con esta cuestión, sosteniendo un rigorismo salvífico para el


cual los niños muertos sin bautizar no pueden de ninguna forma conseguir la
salvación, sino que están destinados a una situación infernal. No obstante,
teniendo en cuenta el aspecto psicológico del problema (¡se trata precisamente de
niños!), califica su pena como mitissima. El concilio de Cartago (418) pone a los
niños sin bautismo y con solo el pecado original en una situación de condenación
(DS 224). A continuación, la tradición teológica distinguirá entre los que están
privados de la gracia de la salvación por causa del pecado original y los que se han
alejado de ella culpablemente.

El 1imbo es entonces una situación en la que los niños muertos sin bautizar viven la
lejanía del Reino de Dios, pero en una condición especial, no asociada a la de los
demonios y de los auténticos condenados, ni con una condenación punitiva, sino
sólo de privación de la visión de Dios, a partir del hecho de que el pecado original
es privación de la justicia del hombre incluso post mortem, para quienes no han
recibido la restauración antropológica de Cristo. La posición de Agustín siguió
dominando hasta las elaboraciones teológicas de la Edad Media, cuando Inocencio
III sancionó (DS 780) la distinción entre pecado original y personal, y Tomás de
Aquino dijo que, siendo la pena del pecado proporcionada a su naturaleza, los
niños muertos con el pecado original viven en un estado particular en que están
privados de la visión de Dios, de la dimensión de gloria, pero unidos a Dios por la
participación en los bienes naturales. Esta actitud mitigada pasaría a ser común en
los siglos sucesivos. El magisterio nunca se ha pronunciado sobre el 1imbo, sino
que ha afirmado solamente, con pío VI (DS 2626), que no puede ser considerado
como una fábula pelagiana. La teología contemporánea no ha tratado formalmente
a fondo este tema tan difícil, limitándose a presentarlo como un dato histórico de la
teología; en otras ocasiones, lo ha problematizado radicalmente, ya que está
privado de todo fundamento revelado y va en contra de la voluntad salvífica
universal de Dios.

T . Stancati

Bibl.: P. Gumpel, Limbo, en SM, 1V 321324; Limbos, en ERC, 1V 1327-1334:


N.López Martínez, El más allá de los niños, Burgos 1955: A. Santos Hernández, Los
niños del mundo pagano, Sal Terrae, Santander 1960: A. Hamman, El bautismo Y
la confirmación, Herder, Barcelona 1970′ 224-230.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino,


Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

I. Concepto
L. (en latín limbus = borde) es un término teológico que designa el lugar y el estado
de los difuntos que no se hallan en el cielo ( -> visión de Dios), ni en el -> infierno,
ni en el -> purgatorio. Se distingue el l. de los padres, es decir, el lugar y el estado
de los justos del tiempo anterior al cristianismo, que antes del descenso de Cristo a
los -> infiernos y de su -> ascensión al cielo no podían entrar en la bienaventuranza
eterna, y el l. de los niños, es decir, de los que no llegaron en la tierra al uso de
razón ni recibieron el sacramento del -> bautismo, aun cuando en sus países se
hubiera anunciado ya el evangelio en forma suficiente y existiera por tanto la
posibilidad de incorporación sacramental a la Iglesia.

II. Historia
Ni la revelación ni la más antigua tradición cristiana hablan explícitamente de la
suerte eterna de los niños no bautizados en general o del l. en particular, si bien
subrayan con insistencia que nuestra salvación en Cristo depende de la pertenencia
a la Iglesia, y que esta pertenencia depende a su vez del bautismo. Sólo cuando el
pelagianismo negó estas verdades cristianas fundamentales, y como prueba de sus
erróneas doctrinas alegó que Dios no cierra a los niños que mueren sin bautismo el
acceso al reino de los cielos, se trató explícitamente ese problema. Entonces Agustí-
n sostuvo la doctrina, no combatida durante siglos, de la condenación de tales
niños a verdaderas (aunque moderadas) penas infernales. Anselmo de Canterbury
y después de él los grandes maestros de la escolástica, aunque sostenían
firmemente con Agustín que tales personas quedan excluidas de la
bienaventuranza, sin embargo postulaban para ellas la existencia de un lugar
peculiar y de un estado definitivo, a saber, el l., cuya naturaleza fue concebida
diversamente en el transcurso de los siglos y, en general, fue entendida en un
sentido cada vez más benigno (tristeza espiritual; ignorancia de la privación de la
visión de Dios; bienaventuranza puramente natural).

III. Discusión actual


En la teología actual no pocos (y a veces muy prestigiosos) teólogos e historiadores
del dogma ponen en tela de juicio la existencia del l. y discuten a fondo si tal
doctrina, a saber, la tesis según la cual dichas personas quedan excluidas de la
visión beatífica, es de hecho firme e invariable doctrina teológica. Los
representantes de la nueva corriente, llamada liberal, invocan sobre todo el dogma
de la universal voluntad salvífica de Dios ( -> salvación), de la unidad y solidaridad
del género humano, que en cuanto tal fue llamado al orden sobrenatural y ha sido
redimido por Cristo; e invocan igualmente la posibilidad de una forma especial de -
> bautismo de deseo, por la que estas personas entraran en una relación suficiente
con Cristo y con su Iglesia. Dentro de esta misma corriente discrepan las opiniones
en muchos puntos particulares. Especialmente se discute: a) El grado de certeza
con que se sostiene la posibilidad concreta de salvación de los niños que mueren
sin el bautismo (desde la pura hipótesis interrogativa hasta la afirmación de que tal
doctrina está revelada implícitamente). b) El campo de aplicación (todos estos
niños; hijos de padres cristianos; niños que nacen muertos, etc.). c) La forma de
concretar el bautismo de deseo, tenido en general por necesario (por mediación de
la Iglesia o de los padres; por el hecho de que esos niños alcanzan el uso de razón
en la hora de la muerte y quedan capacitados por medio de especiales gracias
actuales para un acto sobrenatural de amor de Dios). d) El método teológico
(discusiones más bien especulativas; estudios histórico-críticos de la “tradición”
contraria que se supone teológicamente obligatoria).

Teniendo en cuenta que la teología en cuanto ciencia de la fe no arranca sólo del


depósito revelado, sino que además halla la norma y los límites de su aspiración en
la tradición auténtica y en la interpretación obligatoria dada por el magisterio
eclesiástico, aparece obvio que precisamente la aclaración de la última cuestión
mencionada sea de grandísima (y hasta decisiva) importancia para el problema de
los niños que mueren sin bautismo y, consiguiente, para el del limbo.

Así como el aferrarse sin crítica a doctrinas y opiniones heredadas es ajeno al espí-
ritu de la verdadera teología, así también es contrario a la teología el dejar de lado
una doctrina que desde hace muchos siglos ha sido tenida de una manera
prácticamente general por obligatoria en la Iglesia, y ha sido enseñada
ampliamente como tal en la catequesis.

Por lo que se refiere al estado actual de los estudios científicos, sumamente


complejos, sobre esta materia, hay que tener en cuenta que: a) las opiniones de los
especialistas son todavía muy divergentes; b) los representantes de la corriente
liberal se han apuntado muchos e importantes resultados en su favor; c) pero no se
ha presentado todavía la prueba definitiva de la solidez teológica de sus
concepciones. Hasta ahora el magisterio eclesiástico no es favorable a las opiniones
liberales, pero permite que se siga investigando sin trabas. Ante esta situación, en
la predicación de la fe habrá que evitar el pronunciarse categóricamente, y más aún
en forma polémica; y se recomienda la prudencia bajo todo aspecto. Sea lo que
fuere de las opiniones, es evidente que en la medida de lo posible se ha de
administrar sin tardanza el bautismo a los niños (Santo Oficio, 18-2-1958: AAS 50
[1958] 114).

IV. Teología pastoral


El sacerdote podrá y deberá decir a los padres de niños muertos sin bautismo que
no existe una clara doctrina de fe sobre la suerte de tales niños y que, por tanto, con
esperanza y con amor pueden confiar la suerte de su hijo al amor misterioso pero
infinitamente bondadoso y poderoso de Dios, cuya clemencia no queda limitada en
modo alguno por las circunstancias terrenas, que él mismo ha permitido en su
providencia.

BIBLIOGRAFíA: W. Stockums, Das Los der ohne die Taufe sterbenden Kinder
(Fr 1923) (bibl.); A. Gigon, Das Schicksal der im Mutterleib gestorbenen Kinder:
Anima 9 (1954) 143-155; P. ZSttl, Das Los der Kinder, die ohne Taufe sterben:
ThPQ 102 (1954) 228-234; C. Jellouschek, Das Los der ohne Taufe sterbenden
unmündigen Kinder: ThPQ 102 (1954) 309-314; P. Gumpel, Unbaptized Infants:
May they be saved?: DR 72 (1954) 342-458, 73 (1955) 317-346 (bibl.) (reunidos en:
HerKorr 9 [19551 458a-464a); M. Diekhans, Das Schicksal der un-getauften
Kinder: ThG1 45 (1955) 412-421; G. J. Dyer, The Denial of Limbo and the Jansenist
Controversy (Mundelein 1955); idem, Limbo. A Theological Evaluation: ThSt 19
(1958) 32-49; idem, The Unbaptized Infant in Eternity: Chicago Studies 2 (1963)
141-153; J. Maiworm, Das Jenseits ungetaufter Kinder: Th Gl 46 (1956) 377-378; A.
Winklhofer, Das Los der ungetauft verstorbenen Kinder: MThZ 7 (1956 45-60; B.
Schmier, Das Schicksal der ungetauften Kinder nach ihrem Tode: MThZ 7 (1956)
120-128; A. Michel, Los niños que mueren sin bautizar (Studium Ma); L. Renwart,
Le bapteme des enfants et les limbes. A propos d’un document pontifical récent:
NRTh 80 (1958) 449-467; H. de Lavalette, Autour de la question des enfants morts
sana bapteme: NRTh 82 (1960) 56-69; A. Santos Hernbndez, Los niños del mundo
pagano (Santander 1960) (bibl.); C. Baumgartner, El pecado original (Herder Ba
1971) 42-45; A. Hamman, El – bautismo y la confirmación (Herder Ba 1970) 224-
230 y espec. la bibl. pg. 224; 1. M4nera, La muerte, el limbo (V Ferrer Ba).

Peter Gumpel

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona


1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

En la teología católica romana, el latín limbus, del teutónico borde u orilla, se


refiere a la habitación de las almas después de la muerte, las almas excluidas del
cielo pero que no son merecedoras de castigo en el infierno. El limbo de los
padres, limbus patrum, «el seno de Abraham» (véase) se basa en Lc. 16:22, sirvió
como la habitación temporal de los santos del AT hasta que «Cristo descendió al
Hades», en cuya oportunidad fueron trasladados al cielo.

El limbo de los infantes, limbus infantum, es el lugar permanente de «gozo


natural» para los niños no bautizados y los enfermos mentales que mueren sin falta
personal grave» (CE, IX, p. 256). A ellos se les niega la visión beatífica.

Donald G. Davis

CE Catholic Encyclopaedia

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de


Teología (361). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

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