5 Leyendas, Moralejas y Mitos
5 Leyendas, Moralejas y Mitos
5 Leyendas, Moralejas y Mitos
El proceso no fue nada fácil y las hormigas tuvieron que esquivar toda clase de obstáculos que lograron superar con
valentía. Cuando llegaron a la planta del maíz, tomaron un grano y regresaron al pueblo. Pronto, los aztecas sembraron
el maíz y obtuvieron grandes cosechas y, con ellas, aumentaron sus riquezas. Con todos los beneficios, se cuenta, que
construyeron grandes ciudades y palacios.
Desde aquel momento, el pueblo azteca adora al Dios Quetzalcóatl, quien les trajo el maíz y, con ello, la dicha.
Kamshout y el otoño
Tras narrar su experiencia, nadie creyó sus palabras y sus paisanos se burlaron de él. Kamshout, completamente
enfadado, decidió marcharse al bosque y desapareció durante un tiempo.
Pronto, Kamshout reapareció convertido en un loro vestido con plumas verdes y rojas. Cuando llegó el otoño, Kamshout
tiñó las hojas con sus plumas rojas y pronto comenzaron a caer de los árboles. Los habitantes pensaron que los árboles
habían enfermado y que pronto morirían. Kamshout no pudo contener la risa.
En la primavera, las hojas volvieron a surgir, esta vez de color verde. Desde aquel momento, los loros se reúnen en los
árboles para reírse de los seres humanos y vengar la burla hacia Kamshout, su famoso antepasado.
Leyenda del Olentzero
Cuando sus padres fallecieron, el Olentzero se quedó solo en su casa de las montañas. Entretanto, los niños del pueblo
lo miraban extrañados mientras lo veían recolectar leña.
Durante un frío invierno, el temporal dejó a los habitantes encerrados en sus casas. Ninguno de ellos había preparado
carbón para su chimenea y estaban pasando frío.
El Olentzero, quien no había parado de recolectar leña, decidió llevarla al pueblo y dejar un saco lleno de leña en cada
casa.
Al día siguiente, todos los habitantes estaban emocionados ya que el frío desaparecería de sus casas. A partir de ese
momento, los lugareños no olvidaron recolectar suficiente leña. Desde entonces, el Olentzero decidió no repartir más
carbón, pues no hacía falta, y lo sustituyó por juguetes para los niños. Así, cada 25 de diciembre, el Olentzero sale de los
bosques y reparte la magia por los pueblos de Euskal Herria.
La mariposa azul
Al día siguiente, cuando le preguntaron al sabio si la mariposa estaba viva o muerta, deseando que cayera en su trampa,
este les respondió calmado: “Depende de ti, ella está en tus manos”.
El Soldado Encantado de la Alhambra
A la joven no fue difícil encontrarla, pero el único sacerdote al que localizaron tenía debilidad por la comida. Entonces, el
estudiante prometió al párroco parte de las ganancias si accedía a ayunar.
Durante la noche, el estudiante, el sacerdote y la joven subieron a la torre de la Alhambra, donde se encontraba el
escondite del soldado. Una vez allí pudieron ver el tesoro escondido, sin embargo, el párroco no pudo resistir a la
comida que el joven había llevado para después. De este modo, el hechizo no pudo romperse y, dicen, que el soldado
permanece prisionero en la torre custodiando el tesoro de la Alhambra.
5 FABULAS
¡Qué suerte! ¡El saco estaba llenito de lentejas! A ese mono en particular le encantaban. Cogió un buen puñado y sin ni
siquiera detenerse a cerrar la gran bolsa de cuero, subió al árbol para poder comérselas una a una.
Estaba a punto de dar cuenta del rico manjar cuando de repente, una lentejita se le cayó de las manos y rebotando fue
a parar al suelo.
¡Qué rabia le dio! ¡Con lo que le gustaban, no podía permitir que una se desperdiciara tontamente! Gruñendo,
descendió a toda velocidad del árbol para recuperarla.
Por las prisas, el atolondrado macaco se enredó las patas en una rama enroscada en espiral e inició una caída que le
pareció eterna. Intentó agarrarse como pudo, pero el tortazo fue inevitable. No sólo se dio un buen golpe, sino que
todas las lentejas que llevaba en el puño se desparramaron por la hierba y desaparecieron de su vista.
Miró a su alrededor, pero el dueño del saco había retomado su camino y ya no estaba.
¿Sabéis lo que pensó el monito? Pues que no había merecido la pena arriesgarse por una lenteja. Se dio cuenta de que,
por culpa de esa torpeza, ahora tenía más hambre y encima, se había ganado un buen chichón.
Moraleja: A veces tenemos cosas seguras pero, por querer tener más, lo arriesgamos todo y nos quedamos sin nada. Ten
siempre en cuenta, como dice el famoso refrán, que la avaricia rompe el saco.
El burro y el lobo
– ¡Sí, eso es! – pensó el burrito – Fingiré que me he clavado una espina y engañaré al lobo.
Y tal como se le ocurrió, empezó a andar muy despacito y a cojear, poniendo cara de dolor y emitiendo pequeños
quejidos.
Cuando el lobo se plantó frente a él enseñando los colmillos y con las garras en alto dispuesto a atacar, el burro mantuvo
la calma y siguió con su actuación.
– ¡Ay, qué bien que haya aparecido, señor lobo! He tenido un accidente y sólo alguien tan inteligente como usted podría
ayudarme.
Al lobo le pareció que no pasaba nada por echarle un cable al burro. Se lo iba a comer de todas maneras y estando
herido no podría escapar de sus fauces.
El lobo se colocó detrás del burro y se agachó. No había rastro de la astilla por ninguna parte.
– Sí, fíjate bien… Está justo en el centro de mi pezuña. ¡Ay cómo duele! Acércate más para verla con claridad.
¡El lobo cayó en la trampa! En cuanto pegó sus ojos a la pezuña, el burro le dio una enorme coz en el hocico y salió
pitando a refugiarse en la granja de su dueño. El lobo se quedó malherido en el suelo y con cinco dientes rotos por la
patada.
¡Qué estúpido se sintió! Creyéndose más listo que nadie, fue engañado por un simple burro.
Moraleja: cada uno tiene que dedicarse a lo suyo y no tratar de hacer cosas que no sabe. Como dice el refrán: ¡zapatero
a tus zapatos!
El león y el ratón
– ¿Cómo te atreves a molestarme? – rugió el león enfadado – Soy el rey de los animales y a mí nadie me fastidia
mientras descanso.
– ¡Lo siento, señor! – dijo el ratón con un vocecilla casi inaudible – No era mi intención importunarle. Sólo estaba
divirtiéndome un rato.
– ¿Y te parece que esas son formas de divertirse? – contestó el león cada vez más indignado – ¡Voy a darte tu merecido!
– ¡No, por favor! – suplicó el ratoncillo mientras intentaba zafarse de la pesada pata del león – Déjeme ir. Le prometo
que no volverá a suceder. Permita que me vaya a mi casa y quizá algún día pueda agradecérselo.
– ¿Tu? ¿Un insignificante ratón? No veo qué puedes hacer por mí.
Pocos días después, paseaba el león por sus dominios cuando cayó preso de una trampa que habían escondido entre la
maleza unos cazadores. El pobre se quedó enredado en una maraña de cuerdas de la que no podía escapar.
Atemorizado, empezó a pedir ayuda. Sus rugidos se oyeron a kilómetros a la redonda y llegaron a oídos del ratoncillo,
que reconoció la voz del león. Sin dudarlo salió corriendo en su auxilio. Cuando llegó se encontró al león exhausto de
tanto gritar.
– Ya te dije que alguien como tú, pequeño y débil, jamás podrá hacer algo por mí – respondió el león aprisionado y ya
casi sin fuerzas.
El ratón afiló sus dientecillos con un palo y muy decidido, comenzó a roer la cuerda que le tenía inmovilizado. Tras un
buen rato, la cuerda se rompió y león quedó libre.
– ¡Muchas gracias, ratón! – sonrió el león agradecido – Me has salvado la vida. Ahora entiendo que nadie es menos que
nadie y que cuando uno se porta bien con los demás, tiene su recompensa.
Se fundieron en un abrazo y a partir de entonces, el león dejó que el ratoncillo trepara sobre su lomo siempre que
quisiera.
Moraleja: nunca hagas de menos a nadie porque parezca más débil o menos inteligente que tú. Sé bueno con todo el
mundo y los demás serán buenos contigo.
El asno y su sombra
Apretaba tanto el calor, que el viajero y el dueño del asno se vieron obligados a parar a descansar. Tenían que
protegerse del bochorno y la única solución era refugiarse bajo la sombra del animal.
El problema fue que sólo había sitio para uno de los dos debajo de la panza del asno, que sin moverse, permanecía
obediente erguido sobre sus cuatro patas. Agotados, sedientos y bañados en sudor, comenzaron a discutir
violentamente.
– ¡Si alguien tiene que protegerse del sol debajo del burro, ese soy yo! – manifestó el viajero.
– ¡De eso nada! Ese privilegio me corresponde a mí – opinó el dueño subiendo el tono de voz.
– ¡Yo lo he alquilado y tengo todo el derecho, que para eso te pagué cinco monedas de plata!
– ¡Tú lo has dicho! Has alquilado el derecho a viajar en él pero no su sombra, así que como este animal es mío, soy yo
quien se tumbará debajo de su tripa a descansar un rato.
Los dos hombres se gritaban el uno al otro enfurecidos. Ninguno quería dar su brazo a torcer. De las palabras pasaron a
los mamporros y empezaron a volar los puñetazos entre ellos.
El asno, asustado por los golpes y los gritos, echó a correr sin que los hombres se percataran. Cuando la pelea acabó, los
dos estaban llenos de magulladuras y moratones. Acabaron con el cuerpo dolorido sin que hubiera un claro vencedor.
Fue entonces cuando se dieron cuenta de que el burro había huido dejándoles a los dos tirados en medio de la nada, sin
sombra, y tan sólo con sus pies para poder irse de allí. Sin decir ni una palabra, se miraron y reanudaron el camino bajo
el ardiente sol, avergonzados por su mal comportamiento.
Moraleja: recuerda que es muy feo ser egoísta y pensar sólo en ti mismo. Hay que saber compartir porque, si no, corres
el riesgo de quedarte sin nada.
El águila y el milano
Su pena era tan grande y profunda que no quería ni volar. Varios días llevaba ahí la pobre infeliz, sin comer y sin hablar
con nadie.
Un milano que la vio, se posó junto a ella y quiso saber qué le sucedía.
¿Qué te pasa, águila guapa, que no quieres saber nada del mundo?
– Me siento muy mal… Quiero formar una familia y no encuentro una pareja que me quiera de verdad.
– ¿Por qué no me aceptas a mí? – preguntó de pronto el milano – Yo estaría encantado de ser tu fiel compañero.
– Bueno… ¡Mira qué alas tan hermosas tengo! Por no hablar de mis patas, fuertes como ganchos de hierro. Con ellas
puedo cazar todo lo que quiera. Si me aceptas como pareja, nunca te faltará de nada. Mi última hazaña ha sido cazar un
avestruz.
– Sí, lo sé – asintió el milano con el pecho inflado – Es grande y pesa mucho, pero yo puedo con eso y más. Si te casas
conmigo, cazaré una para ti.
El águila estaba fascinada y se convenció de que ese valiente y forzudo milano era sin duda la pareja ideal. Se casaron y
esa misma noche, el águila le pidió que cumpliera su promesa.
El milano alzó el vuelo y se ausentó durante unas horas. A su regreso, traía entre sus patas un ratón pequeño y apestoso.
El águila dio un paso atrás horrorizada.
– ¿Es esto lo que has conseguido para mí? ¡Dijiste que me regalarías un avestruz y apareces con un inmundo ratón de
campo!
El milano, con toda su desfachatez, contestó:
– De todas las aves del cielo, tú eres la reina. Para conseguir que te casaras conmigo he tenido que mentir. No es cierto,
no soy capaz de atrapar avestruces, pero si no te hubiera contado esa historia, jamás habría conseguido tu confianza ni
te habrías fijado en mí.
El águila se quedó desconsolada. Comprendió que muchos están dispuestos a lo que sea con tal de conseguir sus
objetivos y, esta vez, la engañada había sido ella.
Moraleja: ten cuidado con quienes te ofrecen cosas increíbles porque pueden ser falsas promesas. Hay quien utiliza el
engaño para impresionar a los demás. Debemos tener los pies en la tierra y aprender a distinguir a la gente sincera, que
es la que realmente merece la pena.
5 MITOS
En medio del susto, decidió cerrar la caja. Tarde, pues ya todos los males habían sido liberados. Pero dentro de la caja
quedó únicamente la Esperanza. Desde entonces, Pandora se ha dedicado a ofrecer la esperanza a todos, con el fin de
ayudarles a combatir y aguantar los males del mundo.