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5 Leyendas, Moralejas y Mitos

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5 LEYENDAS

La leyenda del maíz:

Cuenta la leyenda que, antes de la llegada del Dios


Quetzalcóatl, los aztecas solo se alimentaba de raíces y
algún que otro animal que podían cazar.

El maíz era un alimento inaccesible porque estaba oculto


en un recóndito lugar situado más allá de las montañas.

Los antiguos dioses intentaron por todos los modos


acceder quitando las montañas del lugar, pero no
pudieron conseguirlo. Entonces, los aztecas recurrieron a
Quetzalcóatl, quien prometió traer maíz. A diferencia de
los dioses, este utilizó su poder para convertirse en una
hormiga negra y, acompañado de una hormiga roja, se
marchó por las montañas en busca del cereal.

El proceso no fue nada fácil y las hormigas tuvieron que esquivar toda clase de obstáculos que lograron superar con
valentía. Cuando llegaron a la planta del maíz, tomaron un grano y regresaron al pueblo. Pronto, los aztecas sembraron
el maíz y obtuvieron grandes cosechas y, con ellas, aumentaron sus riquezas. Con todos los beneficios, se cuenta, que
construyeron grandes ciudades y palacios.

Desde aquel momento, el pueblo azteca adora al Dios Quetzalcóatl, quien les trajo el maíz y, con ello, la dicha.

Kamshout y el otoño

Cuenta la leyenda que en Tierra de Fuego hubo un


tiempo en que las hojas de los árboles eran siempre
verdes. Un joven que vivía allí, Kamshout, tuvo que partir
a un lugar lejano para cumplir con un rito de iniciación al
llegar la madurez.

Kamshout tardó mucho tiempo en volver y el resto de


habitantes lo habían dado por muerto.

Un día, cuando nadie lo esperaba, Kamshout apareció y


relató a los habitantes del pueblo cómo todo este
tiempo lo había pasado en un lugar en el que los árboles
perdían sus hojas al llegar el otoño y, en primavera,
surgían otras nuevas de color verdoso.

Tras narrar su experiencia, nadie creyó sus palabras y sus paisanos se burlaron de él. Kamshout, completamente
enfadado, decidió marcharse al bosque y desapareció durante un tiempo.

Pronto, Kamshout reapareció convertido en un loro vestido con plumas verdes y rojas. Cuando llegó el otoño, Kamshout
tiñó las hojas con sus plumas rojas y pronto comenzaron a caer de los árboles. Los habitantes pensaron que los árboles
habían enfermado y que pronto morirían. Kamshout no pudo contener la risa.

En la primavera, las hojas volvieron a surgir, esta vez de color verde. Desde aquel momento, los loros se reúnen en los
árboles para reírse de los seres humanos y vengar la burla hacia Kamshout, su famoso antepasado.
Leyenda del Olentzero

Cuenta la leyenda que en las montañas de Euskal Herria


vivía un hada de pelo rubio y largo que siempre iba
acompañada de sus duendecillos de pantalones rojos, los
prakagorri.

Un día, cuando estaban próximos a un riachuelo, los


duendes advirtieron al hada de que algo se encontraba
entre los arbustos. El hada se acercó y vio a un bebé
recién nacido que estaba allí abandonado. Entonces esta
le dijo: “tu nombre será Olentzero, porque es una
maravilla haberte encontrado. Y por este acto te daré los
regalos de fuerza, coraje y amor, por todo el tiempo que
tú vivas”. Después, el hada llevó al bebé a casa de un
matrimonio que no tenía hijos. Estos lo cuidaron y el
Olentzero vivió feliz y aprendió el oficio de su padre, cortador de leña.

Cuando sus padres fallecieron, el Olentzero se quedó solo en su casa de las montañas. Entretanto, los niños del pueblo
lo miraban extrañados mientras lo veían recolectar leña.

Durante un frío invierno, el temporal dejó a los habitantes encerrados en sus casas. Ninguno de ellos había preparado
carbón para su chimenea y estaban pasando frío.

El Olentzero, quien no había parado de recolectar leña, decidió llevarla al pueblo y dejar un saco lleno de leña en cada
casa.

Al día siguiente, todos los habitantes estaban emocionados ya que el frío desaparecería de sus casas. A partir de ese
momento, los lugareños no olvidaron recolectar suficiente leña. Desde entonces, el Olentzero decidió no repartir más
carbón, pues no hacía falta, y lo sustituyó por juguetes para los niños. Así, cada 25 de diciembre, el Olentzero sale de los
bosques y reparte la magia por los pueblos de Euskal Herria.

La mariposa azul

Una antigua leyenda oriental cuenta que, hace mucho


tiempo en Japón, vivía un hombre viudo con sus dos hijas.
Las muchachas eran muy curiosas e inteligentes y siempre
estaban dispuestas a aprender. Continuamente le hacían
preguntas a su padre y este trataba siempre de darles
respuesta. A medida que pasaba el tiempo, las niñas
tenían cada vez más dudas y hacían preguntas más
complejas. Incapaz de responder, el padre decidió
mandar a sus hijas una temporada con un sabio, un
antiguo maestro que vivía en la colina. Enseguida, las
niñas quisieron hacerle todo tipo de preguntas. El sabio
siempre respondía todas las cuestiones.

Pronto, las niñas decidieron buscar una pregunta para la


que el maestro no tuviera respuesta. Así, la mayor decidió salir al campo y atrapó una mariposa, después, le explicó a su
hermana el plan: “Mañana, mientras sostengo la mariposa azul en mis manos, le preguntarás al sabio si está viva o
muerta. Si dice que está viva, la aplastaré y la mataré. En cambio, si responde que está muerta, la liberaré. De esta
forma, sea cual sea su respuesta, siempre será incorrecta”.

Al día siguiente, cuando le preguntaron al sabio si la mariposa estaba viva o muerta, deseando que cayera en su trampa,
este les respondió calmado: “Depende de ti, ella está en tus manos”.
El Soldado Encantado de la Alhambra

Cuenta la leyenda que un estudiante de la Universidad de


Salamanca se dedicaba a viajar durante el verano por
otras ciudades de España, siempre acompañado de su
guitarra para conseguir dinero y poder pagar así sus
estudios.

Víspera de la noche de San Juan llegó a Granada y , en


uno de sus paseos, se encontró con un soldado equipado
con una antigua armadura y una lanza. El joven
estudiante le preguntó al soldado quién era y este
respondió que, desde hacía 500 años, una maldición le
obligaba a proteger y custodiar el tesoro del rey Boabdil
eternamente. Solo podía salir de aquel escondrijo una vez
cada 100 años, durante la noche de San Juan.

El joven se ofreció a ayudarle y el soldado le ofreció la


mitad del tesoro a cambio de que rompiera el hechizo. Para ello necesitaban a una joven cristiana y a un sacerdote en
ayunas.

A la joven no fue difícil encontrarla, pero el único sacerdote al que localizaron tenía debilidad por la comida. Entonces, el
estudiante prometió al párroco parte de las ganancias si accedía a ayunar.

Durante la noche, el estudiante, el sacerdote y la joven subieron a la torre de la Alhambra, donde se encontraba el
escondite del soldado. Una vez allí pudieron ver el tesoro escondido, sin embargo, el párroco no pudo resistir a la
comida que el joven había llevado para después. De este modo, el hechizo no pudo romperse y, dicen, que el soldado
permanece prisionero en la torre custodiando el tesoro de la Alhambra.

5 FABULAS

El mono y las lentejas

Cuenta una antigua historia que una vez un hombre  iba


cargado con un gran saco de lentejas.

Caminaba a paso ligero porque necesitaba estar antes del


mediodía en el pueblo vecino. Tenía que vender la
legumbre al mejor postor, y si se daba prisa y cerraba un
buen trato, estaría de vuelta antes del anochecer.
Atravesó calles y plazas, dejó atrás la muralla de la ciudad
y se adentró en el bosque. Anduvo durante un par de
horas y llegó un momento en que se sintió agotado.

Como hacía calor y todavía le quedaba un buen trecho


por recorrer, decidió pararse a descansar. Se quitó el
abrigo, dejó el saco de lentejas en el suelo y se tumbó
bajo la sombra de los árboles. Pronto le venció el sueño y
sus ronquidos llamaron la atención de un monito que
andaba por allí, saltando de rama en rama.
El animal, fisgón por naturaleza, sintió curiosidad por ver qué llevaba el hombre en el saco. Dio unos cuantos brincos y se
plantó a su lado, procurando no hacer ruido. Con mucho sigilo, tiró de la cuerda que lo ataba y metió la mano.

¡Qué suerte! ¡El saco estaba llenito de lentejas! A ese mono en particular le encantaban. Cogió un buen puñado y sin ni
siquiera detenerse a cerrar la gran bolsa de cuero, subió al árbol para poder comérselas una a una.

 Estaba a punto de dar cuenta del rico manjar cuando de repente, una lentejita se le cayó de las manos y rebotando  fue
a parar al suelo.

¡Qué rabia le dio! ¡Con lo que le gustaban, no podía permitir que una se desperdiciara tontamente! Gruñendo,
descendió a toda velocidad del árbol para recuperarla.

Por las prisas, el atolondrado macaco se enredó las patas en una rama enroscada en espiral e  inició una caída que le
pareció eterna. Intentó agarrarse como pudo, pero el tortazo fue inevitable. No sólo se dio un buen golpe, sino que
todas las lentejas que llevaba en el puño se desparramaron por la hierba y desaparecieron de su vista.

Miró a su alrededor, pero el dueño del saco había retomado su camino y ya no estaba.

¿Sabéis lo que pensó el monito? Pues que no había merecido la pena arriesgarse por una lenteja. Se dio cuenta de que,
por culpa de esa torpeza, ahora tenía más hambre y encima, se había ganado un buen chichón.

Moraleja: A veces tenemos cosas seguras pero, por querer tener más, lo arriesgamos todo y nos quedamos sin nada. Ten
siempre en cuenta, como dice el famoso refrán, que la avaricia rompe el saco.

El burro y el lobo

Había una vez un burro que se encontraba en el campo


feliz, comiendo hierba a sus anchas y paseando

tranquilamente bajo el cálido sol de primavera. De


repente, le pareció ver que había un lobo escondido
entre los matorrales con cara de malas intenciones.

¡Seguro que iba a por él! ¡Tenía que escapar! El pobre


borrico sabía que tenía pocas posibilidades de huir. No
había lugar donde esconderse y si echaba a correr, el lobo
que era más rápido le atraparía. Tampoco podía rebuznar
para pedir auxilio porque estaba demasiado lejos de la
aldea y nadie le oiría.

Desesperado comenzó a pensar en una solución rápida


que pudiera sacarle de aquel apuro. El lobo estaba cada vez más cerca y no le quedaba mucho tiempo.

– ¡Sí, eso es! – pensó el burrito – Fingiré que me he clavado una espina y engañaré al lobo.

Y tal como se le ocurrió, empezó a andar muy despacito y a cojear, poniendo cara de dolor y emitiendo pequeños
quejidos.

Cuando el lobo se plantó frente a él enseñando los colmillos y con las garras en alto dispuesto a atacar, el burro mantuvo
la calma y  siguió con su actuación.

– ¡Ay, qué bien que haya aparecido, señor lobo! He tenido un accidente y sólo alguien tan inteligente como usted podría
ayudarme.

El lobo se sintió halagado y bajó la guardia.

– ¿En qué puedo ayudarte? – dijo el lobo, creyéndose sobradamente preparado.


– ¡Fíjese qué mala suerte! – lloriqueó el burro – Iba despistado y me he clavado una espina en una de las patas traseras.
Me duele tanto que no puedo ni andar.

Al lobo le pareció que no pasaba nada por echarle un cable al burro. Se lo iba a comer de todas maneras y estando
herido no podría escapar de sus fauces.

– Está bien… Veré qué puedo hacer. Levanta la pata.

El lobo se colocó detrás del burro y se agachó. No había rastro de la astilla por ninguna parte.

– ¡No veo nada! – le dijo el lobo al burro.

– Sí, fíjate bien… Está justo en el centro de mi pezuña. ¡Ay cómo duele! Acércate más para verla con claridad.

¡El lobo cayó en la trampa! En cuanto pegó sus ojos a la pezuña, el burro le dio una enorme coz en el hocico y salió
pitando a refugiarse en la granja de su dueño. El lobo se quedó malherido en el suelo y con cinco dientes rotos por la
patada.

¡Qué estúpido se sintió! Creyéndose más listo que nadie, fue engañado por un simple burro.

– ¡Me lo merezco porque sin tener ni idea, me lancé a ser curandero!

Moraleja: cada uno tiene que dedicarse a lo suyo y no tratar de hacer cosas que no sabe. Como dice el refrán:   ¡zapatero
a tus zapatos!

El león y el ratón

Érase una vez un león que vivía en la sabana. Allí


transcurrían sus días, tranquilos y aburridos.

El Sol calentaba tan intensamente, que casi todas las


tardes, después de comer, al león le entraba un sopor
tremendo y se echaba una siesta de al menos dos horas.

Un día como otro cualquiera estaba el majestuoso animal


tumbado plácidamente junto a un arbusto. Un ratoncillo
de campo que pasaba por allí,  se le subió encima y
empezó a dar saltitos sobre su cabeza y a juguetear con
su gran cola. El león, que sintió el cosquilleo de las patitas
del roedor, se despertó. Pilló al ratón desprevenido y de
un zarpazo, le aprisionó sin que el animalillo pudiera ni
moverse.

– ¿Cómo te atreves a molestarme? – rugió el león enfadado – Soy el rey de los animales y a mí nadie me fastidia
mientras descanso.

– ¡Lo siento, señor! – dijo el ratón con un vocecilla casi inaudible – No era mi intención importunarle. Sólo estaba
divirtiéndome un rato.

– ¿Y te parece que esas son formas de divertirse? – contestó el león cada vez más indignado – ¡Voy a darte tu merecido!

– ¡No, por favor! – suplicó el ratoncillo mientras intentaba zafarse de la pesada pata del león – Déjeme ir. Le prometo
que no volverá a suceder. Permita que me vaya a mi casa y quizá algún día pueda agradecérselo.

– ¿Tu? ¿Un insignificante ratón? No veo qué puedes hacer por mí.

– ¡Por favor, perdóneme! – dijo el ratón, que lloraba desesperado.


Al ver sus lágrimas, el león se conmovió y liberó al roedor de su castigo, no sin antes advertirle que no volviera por allí.

Pocos días después, paseaba el león por sus dominios cuando cayó preso de una trampa que habían escondido entre la
maleza unos cazadores. El pobre se quedó enredado en una maraña de cuerdas de la que no podía escapar.
Atemorizado, empezó a pedir ayuda. Sus rugidos se oyeron a kilómetros a la redonda y llegaron a oídos del ratoncillo,
que reconoció la voz del león. Sin dudarlo salió corriendo en su auxilio. Cuando llegó se encontró al león exhausto de
tanto gritar.

– ¡Vengo a ayudarle, amigo! – le susurró.

– Ya te dije que alguien como tú, pequeño y débil, jamás podrá hacer algo por mí – respondió el león aprisionado y ya
casi sin fuerzas.

– ¡No esté tan seguro! No se mueva que yo me encargo de todo.

El ratón afiló sus dientecillos con un palo y muy decidido, comenzó a roer la cuerda que le tenía inmovilizado. Tras un
buen rato, la cuerda se rompió y león quedó libre.

– ¡Muchas gracias, ratón! – sonrió el león agradecido – Me has salvado la vida. Ahora entiendo que nadie es menos que
nadie y que cuando uno se porta bien con los demás, tiene su recompensa.

Se fundieron en un abrazo y a partir de entonces, el león dejó que el ratoncillo trepara sobre su lomo siempre que
quisiera.

Moraleja: nunca hagas de menos a nadie porque parezca más débil o menos inteligente que tú. Sé bueno con todo el
mundo y los demás serán buenos contigo.

El asno y su sombra

Sucedió una vez, hace muchísimos años, que un hombre


necesitaba ir a una ciudad lejos de su casa.

Era comerciante y tenía que comprar telas a buen precio


para luego venderlas en su propia tienda. Debido a que
había mucha distancia y el viaje duraba varias horas,
decidió alquilar un asno para ir cómodamente sentado.

Contrató los servicios de un hombre, que se


comprometió a llevarle con él a lomos de un asno, de
limpio pelaje y color ceniza, a cambio de cinco monedas
de plata. Aunque el borrico no era muy brioso, estaba
acostumbrado a recorrer los caminos de piedras y arena
llevando pasajeros y cargas bastante pesadas.

Partieron a primera hora de la mañana hacia su destino y


todo iba bien hasta que, al mediodía, el sol comenzó a calentar con demasiada fuerza. El verano era implacable por
aquellos lugares donde sólo se veían  llanuras desérticas, despobladas de árboles y vegetación.

Apretaba tanto el calor, que el viajero y el dueño del asno se vieron obligados a parar a descansar. Tenían que
protegerse del bochorno y la única solución era refugiarse bajo la sombra del animal.

El problema fue que sólo había sitio para uno de los dos debajo de la panza del asno, que sin moverse, permanecía
obediente erguido sobre sus cuatro patas. Agotados, sedientos y bañados en sudor,  comenzaron a discutir
violentamente.

– ¡Si alguien tiene que protegerse del sol debajo del burro, ese soy yo! – manifestó el viajero.
– ¡De eso nada! Ese privilegio me corresponde a mí – opinó el dueño subiendo el tono de voz.

– ¡Yo lo he alquilado y tengo todo el derecho, que para eso te pagué cinco monedas de plata!

– ¡Tú lo has dicho! Has alquilado el derecho a viajar en él pero no su sombra, así que como este animal es mío, soy yo
quien se tumbará debajo de su tripa a descansar un rato.

– ¡Maldita sea! ¡Yo alquilé el asno con sombra incluida!

Los dos hombres se gritaban el uno al otro enfurecidos. Ninguno quería dar su brazo a torcer. De las palabras pasaron a
los mamporros y empezaron a volar los puñetazos entre ellos.

El asno, asustado por los golpes y los gritos, echó a correr sin que los hombres se percataran. Cuando la pelea acabó, los
dos estaban llenos de magulladuras y moratones. Acabaron con el cuerpo dolorido sin que hubiera un claro vencedor.
Fue entonces cuando se dieron cuenta de que el burro  había huido dejándoles a los dos tirados en medio de la nada, sin
sombra,  y tan sólo con sus pies para poder irse de allí. Sin decir ni una palabra, se miraron y reanudaron el camino bajo
el ardiente sol, avergonzados por su mal comportamiento.

Moraleja: recuerda que es muy feo ser egoísta y pensar sólo en ti mismo. Hay que saber compartir porque, si no, corres
el riesgo de quedarte sin nada.

El águila y el milano

En la rama de un viejo árbol descansaba un águila de mirada triste y corazón roto.

Su pena era tan grande y profunda que no quería ni volar. Varios días llevaba ahí la pobre infeliz, sin comer y sin hablar
con nadie.

Un milano que la vio, se posó junto a ella y quiso saber qué le sucedía.

 ¿Qué te pasa, águila guapa, que no quieres saber nada del mundo?

El águila miró al milano zalamero de reojo.

– Me siento muy mal… Quiero formar una familia y no encuentro una pareja que me quiera de verdad.

– ¿Por qué no me aceptas a mí? – preguntó de pronto el milano – Yo estaría encantado de ser tu fiel compañero.

– ¿Tú?… ¿Y cómo me cuidarás?

– Bueno… ¡Mira qué alas tan hermosas tengo! Por no hablar de mis patas, fuertes como ganchos de hierro. Con ellas
puedo cazar todo lo que quiera. Si me aceptas como pareja, nunca te faltará de nada. Mi última hazaña ha sido cazar un
avestruz.

– ¿Un avestruz?… ¡Pero si es un animal enorme! – dijo asombrada el águila.

– Sí, lo sé – asintió el milano con el pecho inflado – Es grande y pesa mucho, pero yo puedo con eso y más. Si te casas
conmigo, cazaré una para ti.

El águila estaba fascinada y se convenció de que ese valiente y forzudo milano era sin duda la   pareja ideal. Se casaron y
esa misma noche, el águila le pidió que cumpliera su promesa.

– Te recuerdo que prometiste traerme un avestruz ¡Anda, ve a por ella!

El milano alzó el vuelo y se ausentó durante unas horas. A su regreso, traía entre sus patas un ratón pequeño y apestoso.
El águila dio un paso atrás horrorizada.

– ¿Es esto lo que has conseguido para mí? ¡Dijiste que me regalarías un avestruz y apareces con un inmundo ratón de
campo!
El milano, con toda su desfachatez, contestó:

– De todas las aves del cielo, tú eres la reina. Para conseguir que te casaras conmigo he tenido que mentir. No es cierto,
no soy capaz de atrapar avestruces, pero si no te hubiera contado esa historia, jamás habría conseguido tu confianza ni
te habrías fijado en mí.

El águila se quedó desconsolada. Comprendió que muchos están dispuestos a lo que sea con tal de conseguir sus
objetivos y, esta vez, la engañada había sido ella.

Moraleja: ten cuidado con quienes te ofrecen cosas increíbles porque pueden ser falsas promesas. Hay quien utiliza el
engaño para impresionar a los demás. Debemos tener los pies en la tierra y aprender a distinguir a la gente sincera, que
es la que realmente merece la pena.

5 MITOS

Mito el Origen de Medusa

En Atenea existía una joven mujer con una belleza


extraordinaria, que causaba que todo aquel la mirara
quedara admirado. Por esta razón era natural que
tuviera muchísimos pretendientes. Su nombre
era Medusa.

Sucedió que un día, Poseidon, se encontró con ella y se


enamoró. Así que, decidido a tenerla, la raptó en el
templo de Atenas.

Atenea, al enterarse, desató su furia hasta el punto que


tomo la decisión de maldecir a la joven Medusa. Esta
maldición convirtió el cabello de Medusa en furiosas
serpientes, además de convertir en Piedra a cualquier
persona que la mirara fijo a sus ojos.
Mito la Caja de Pandora

Hefesto, ordenado por Zeus, creo la primera mujer


humana: Pandora. Los distintos dioses le proveyeron de
sus mas grandes cualidades y virtudes, pero también le
dieron el poder de seducir y mentir. Fue creada debido
al deseo de venganza de Zeus, Rey del Olimpo, hacia
Prometeo y su gente. Zeus organizó todo de tal manera
que Prometeo y Pandora se conocieran, y
eventualmente, se casaran. Lo que Prometeo no sabía es
que Pandora había recibido una caja que tenia dentro
todos los males del mundo, con una simple instrucción:
No abrirla nunca.

Lastimosamente, uno de los tantos dones que los dioses


le dieron a Pandora, fue el de la curiosidad. Así que un
día, tratando de saciar su deseo de saber que había adentro, Pandora abrió la caja, permitiendo que todos los males del
mundo salieran.

En medio del susto, decidió cerrar la caja. Tarde, pues ya todos los males habían sido liberados. Pero dentro de la caja
quedó únicamente la Esperanza. Desde entonces, Pandora se ha dedicado a ofrecer la esperanza a todos, con el fin de
ayudarles a combatir y aguantar los males del mundo.

Mito la Madre de Agua

Es una verdadera diosa de las aguas, aunque sus pies


sean volteados hacia atrás no deja de ser bella, la Madre
de agua deja rastros a la dirección contraria a la que se
dirige.

Esta mujer solo persigue a niños, a quienes se le dirige


con ternura, los enamora, los atrae con dulzura y amor
maternal, situación que preocupa a los padres de
familia. Los niños atraídos por la Madre de agua se
enferman, sueñan con la hermosa rubia que los adora y
la llaman con frecuencia. Cuando los niños están cerca
del río, que escuchan su voz la siguen tirándose al agua
con peligro.

Los campesinos creen que la Madre de agua surgió de


una bella joven española que se enamoró de un joven indígena, con quien tuvo un niño. Cuando el padre de la joven se
enteró de lo sucedido, ahogó al niño frente a sus padres, luego mató al amante indígena. La madre desesperada se lanzó
al río, convirtiéndose en una apasionada por los niños y vengativa de la humanidad.
Mito el Cóndor

En un pueblo un hombre vivía con su hija, ella tenía como


tarea cuidar a las ovejas. Todos los días iba un joven a
visitarla mientras ella cuidaba las ovejas, hasta que un día
se hicieron buenos amigos. Un día soleado empezaron a
jugar a que él la cargaba y ella a él, cuando de pronto ella
se dio cuenta que estaba volando. Desde ese día el joven
se convirtió en su cóndor, él la cuidaba, la alimentaba.
Pasaron muchos años los dos crecieron tuvieron hijos,
pero ella no dejaba de pensar en su padre y todas las
noches lloraba ya que había abandonado a su padre y lo
había dejado solo con los animales.

Un día ella se encontraba regando las flores y encontró a


una mariposa la cual le pidió ayuda para volver a ver a su
padre, la mariposa le dijo al cóndor que su esposa y sus
hijos habían desaparecido, mientras la mariposa hablaba
con el esposo ella escapaba con sus hijos y regresaba con su padre.

Mito el Niño Lluvia

En el bosque vivía un niño con un hombre, ahí también


se encontraban varios niños, pero es éste niño de
cabellos largos tenía una particularidad, el niño no era
un humano, si no lo lluvia convertida en un niño,
entonces el hombre como no sabia nada se quedó con el
niño, cuando quiso agua para la tinaja el niño escurrió su
cabello largo y se la dio para que pudiera tomarla.

Pasó el tiempo y unos niños quisieron jugar con él,


entonces comenzaron a jugar, el hombre no avisó que
tuvieran mucho cuidado con él, que no le fueran a hacer
nada malo.

Los niños comenzaron a pegarle patadas por todo su


cuerpo, luego ocurrió algo terrible, el niño lluvia
comenzó a lanzar relámpagos desde debajo de su brazo,
cuando terminaron los relámpagos empezó a llover mucho y los niños que le hicieron daño desaparecieron y más nuca
se volvió a saber del niño lluvia.

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