21 de Enero 2022 Dolorosos
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LA LITURGIA
PARTE QUINTA
Liturgia Sacramental
PENITENCIA
237. En la Iglesia primitiva en que la recepción del Bautismo llevaba consigo una vida santa, una eficaz
conversión había en las distintas Iglesias, distintas costumbres respecto a la conveniencia de perdonar
ciertos pecados.
De ordinario, los cristianos no necesitaban otro rito penitencial que les perdonase los pecados más que el
Bautismo, porque no los cometían en aquella época en que florecía pujante la virtud. Pero ya a principios
del siglo III, por la disminución del fervor y por las apostasías en medio de la persecución, se hizo
necesaria una disciplina general, pues algunas Iglesias y herejes, aunque
reconocían que Dios podía perdonar todos los pecados, negaban de hecho el perdón a algunos de ellos;
así los montanistas.
238. Penitencia pública y privada. En los primeros tiempos se distinguía perfectamente la penitencia
publica y solemne por los delitos graves acerca de los cuales dice Orígenes: «A la verdad, para los
crímenes más graves una sola vez se concede lugar para la penitencia».
Mas, para las faltas ordinarias en que se cae con más frecuencia siempre se concedía penitencia y eran
perdonados constantemente.
El fervor monástico contribuyó a que se generalizase el uso de la absolución para los pecados veniales.
Así los monjes de San Columbano se confesaban cada día, y la regla de San Benito recomienda también
para adelantar en la virtud, la confesión al abad o a los ancianos espirituales. Se destinaba especialmente
la Cuaresma para la confesión; más tarde también Pascua, Navidad y los días de Rogativas, y así en la
Edad Media eran tres o cuatro las veces que los fieles se acercaban a este Sacramento.
Las faltas públicas llevaban consigo una separación del cuerpo de la Iglesia y si la reconciliación indicaba
la vuelta del penitente al seno de la misma. Pero los pecados ocultos, aunque fueran gravísimos, no
excluían al cristiano de la comunión eclesiástica.
239. Clases de penitentes. Había cuatro clases denominadas: flentes, audientes, substrati y
consistentes.
Los primeros permanecían de pie ante la puerta de la lglesia rogando a los que entraban pidiesen por
ellos ante Dios y ante el obispo para que éste les permitiese pasar a la clase segunda o audientes.
Los audientes estaban en una especie de pórtico unido directamente a las puertas de la Iglesia. Aquí
podían estar Ios paganos, judíos, herejes, cismáticos: catecúmenos del primer grado y audientes. Desde
ahí podían oír el canto de los salmos y los sermones del obispo, pero estaban excluidos del trato con los
fieles y de sus oraciones.
Substrati. Estos se colocaban ya dentro de la Iglesia, aunque atrás, apartados de los fieles. Podían
tener sus oraciones con los fieles y diariamente se les imponían las manos. Tenían que retirarse al
ofertorio.
Consistentes. Estos no podían recibir la sagrada Eucaristía ni presentar oblaciones, aunque podían
asistir al sacrificio.
240. La penitencia como rito sacramental. Consta de la acusación de las culpas y de la absolución
sacerdotal. Esta ha mandado que, al principio de la cuaresma, los pecadores, con hábito humilde, sin
armas y con los pies desnudos, se presentaran al sacerdote y se postraran a sus pies. Este rezaba, antes
de la confesión, alguna plegaria sobre el penitente. Después se sentaba el penitente y era examinado
acerca de las principales verdades de fe. El sacerdote oía la confesión del penitente, ayudándole con
preguntas o por medio de un formulario escrito. Y por último seguía la absolución en forma deprecatoria y
acompañada de la imposición de las manos.
Desde el siglo XII comienza a prevalecer la forma indicativa que expresa mejor la potestad del sacerdote
que absuelve en nombre de Cristo.
Cuando la penitencia pública ya no estuvo en uso, el sacerdote imponía a cada pecado la penitencia
correspondiente señalada en la tabla penitencial de la propia diócesis; a veces no absolvía el propio
sacerdote, sino el obispo o el Papa, y en ese caso el penitente con la carta del confesor tenía que dirigirse
a la ciudad episcopal o a Roma.
En el siglo IX fue desapareciendo la penitencia pública y desde entonces la ceniza que se imponía al
principio de Cuaresma sobre los penitentes, se impone sobre el clero y los fieles, que sustituyen a los
penitentes públicos.
En España, el Viernes Santo se tenía la solemne ceremonia de la indulgencia ordenada por el cuarto
Concilio de Toledo (633).
El exceso mismo de cánones penitenciales fue lo que más contribuyó a que desapareciese la forma de
penitencia pública que fue sustituida en la Edad Media con las indulgencias y jubileos.
Decía Pascal: «es injusto y fuera de razón decir que es malo el que se le obligue a confesar los pecados a
un hombre. Lo justo sería, en cierta manera, obligarle a hacerlo a todos los hombres, porque ¿es justo
que los engañemos?» El confesor es allí el juez, pero es también médico
y doctor. Invocando los méritos infinitos de la redención pronuncia el sacerdote las palabras
sacramentales: «Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén».
Dios Padre nuestro, por favor envíanos sacerdotes santos, todos por el Sagrado y Eucarístico Corazón de
Jesús, todos por el Doloroso e Inmaculado Corazón de María, en unión con San José su castísimo esposo
Rogamos por la Restauración de la Fe Católica en el mundo
Por la Libertad Religiosa en todo el mundo
Por la Paz y la Libertad en todos nuestros países
Por el Fin del aborto y el Respeto a la Vida
¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan,
no te aman!
¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan,
no te aman!
Santísima Trinidad, te adoro! Dios mío, Dios mío, te amo en el Santísimo Sacramento.
Santísima Trinidad, te adoro! Dios mío, Dios mío, te amo en el Santísimo Sacramento.
Santísima Trinidad, te adoro! Dios mío, Dios mío, te amo en el Santísimo Sacramento.
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del
mundo, en reparación de los ultrajes con los que El es ofendido. Por los méritos infinitos del Sagrado
Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pecadores.
Padre nuestro
que estás en el cielo
Santificado sea tu nombre
Venga tu reino
Hágase tu voluntad en la tierra
como en el cielo.
3 Ave Marías
Gloria
1 Padre Nuestro,
10 Ave Marías,
Gloria.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora, no te
olvides de nosotros en aquella última hora.
Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo,
especialmente las más necesitadas de tu misericordia.
Santa Madre de Dios, uno estas rosas rojas como la sangre, con mi petición por la virtud de la resignación
a la voluntad de Dios y humildemente pongo este ramo a tus pies.
Segundo Misterio Doloroso
1 Padre Nuestro,
10 Ave Marías,
Gloria.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora, no te
olvides de nosotros en aquella última hora.
Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo,
especialmente las más necesitadas de tu misericordia.
Santa Madre de Dios, uno estas rosas rojas como la sangre, con mi petición por la virtud de la
mortificación y humildemente pongo este ramo a tus pies.
1 Padre Nuestro,
10 Ave Marías,
Gloria.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora, no te
olvides de nosotros en aquella última hora.
Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo,
especialmente las más necesitadas de tu misericordia.
Santa Madre de Dios, uno estas rosas rojas como la sangre, con mi petición por la virtud de la humildad y
humildemente pongo este ramo a tus pies.
1 Padre Nuestro,
10 Ave Marías,
Gloria.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora, no te
olvides de nosotros en aquella última hora.
Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo,
especialmente las más necesitadas de tu misericordia.
Santa Madre de Dios, uno estas rosas rojas como la sangre, con mi petición por la virtud de la paciencia
en la adversidad y humildemente pongo este ramo a tus pies.
1 Padre Nuestro,
10 Ave Marías,
Gloria.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora, no te
olvides de nosotros en aquella última hora.
Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo,
especialmente las más necesitadas de tu misericordia.
Santa Madre de Dios, uno estas rosas rojas como la sangre, con mi petición por la virtud del amor de
nuestros enemigos y humildemente pongo este ramo a tus pies.
La Salve
Oración original a San Miguel Arcángel del Papa León XIII – 25 de septiembre de 1888
¡Oh glorioso príncipe de las milicias celestiales, san Miguel arcángel, defiéndenos en el combate y en la
terrible lucha que debemos sostener contra los principados y potestades, contra los príncipes de este
mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos! Ven en auxilio de los hombres que Dios ha creado
inmortales, que formó a su imagen y semejanza y que rescató a gran precio de la tiranía del diablo.
Combate en este día, con el ejército de los santos ángeles, los combates del Señor como en otro tiempo
combatiste contra Lucifer, el jefe de los orgullosos, y contra los ángeles apóstatas que fueron impotentes
de resistirte y para quien no hubo nunca jamás lugar en el cielo. Si ese monstruo, esa antigua serpiente
que se llama diablo y Satanás, él que seduce al mundo entero, fue precipitado con sus ángeles al fondo
del abismo.
Pero he aquí que ese antiguo enemigo, este primer homicida ha levantado ferozmente la cabeza.
Disfrazado como ángel de luz y seguido de toda la turba de espíritu malignos, recorre la tierra entera para
desterrar de ella el Nombre de Dios y de su Cristo, para hundir, matar y entregar a la perdición eterna a
las almas destinadas a la eterna corona de gloria.
Sobre hombres de espíritu perverso y de corazón corrupto, este dragón malvado derrama también, como
un torrente de fango impuro el veneno de su malicia infernal, es decir el espíritu de mentira, de impiedad,
de blasfemia y el soplo envenado de la impureza, de los vicios y de todas las abominaciones.
Enemigos llenos de astucia han llenado de injurias y saturado de amargura a la Iglesia, esposa del
Cordero inmaculado, y sobre sus bienes más sagrados han puesto sus manos criminales. Aun en este
lugar sagrado, donde fue establecida la Sede de Pedro y la cátedra de la Verdad que debe iluminar al
mundo, han alzado el abominable trono de su impiedad con el designio inicuo de herir al Pastor y
dispersar al rebaño.
Te suplicamos, pues, Oh príncipe invencible, auxilia al pueblo de Dios contra los ataques de esos espíritus
malditos, y dale la victoria. Este pueblo te venera como su protector y su patrono, y la Iglesia se gloría de
tenerte como defensor contra las malignas potestades del infierno. A ti te confió Dios el cuidado de
conducir las almas a la beatitud celeste. ¡Ah! Ruega pues al Dios de la paz que ponga bajo nuestros pies
a Satanás vencido y de tal manera abatido que no pueda nunca más mantener a los hombres en la
esclavitud, ni causar perjuicio a la Iglesia. Presenta nuestras súplicas ante la mirada del Todopoderoso,
para que las misericordias del Señor nos alcancen cuanto antes. Somete al dragón, la antigua serpiente
que es el diablo y Satanás, encadénalo y precipítalo en el abismo, para que no pueda seducir a los
pueblos. Amén
Oremos
Oh Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo, invocamos tu Santo Nombre, e imploramos insistentemente
tu clemencia para que por la intercesión de la Madre de Dios María Inmaculada siempre Virgen, del Beato
Miguel Arcángel, del Beato José Esposo de la misma Santísima Virgen, de los bienaventurados Apóstoles
Pedro y Pablo y de todos los Santos, te dignes auxiliarnos contra Satanás y todos los otros espíritus
inmundos que vagan por el mundo para dañar al género humano y perder las almas.
Amén
¡Oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente a Vos y, en prueba de mi filial afecto, os
consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón. En una palabra, todo mi ser. Ya que soy
todo(a) vuestro(a), oh Madre de bondad, guardadme y protegedme como cosa y posesión vuestra.
En Ti, dulce Madre mía, he puesto toda mi confianza y nunca jamás seré confundido. Amén.