Tema 3 Pecado Original Historiadocx
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Historia de la doctrina1
Preámbulos:
El estudio de esta primera etapa (ss. I-IV) nos ofrece los presupuestos que
posteriormente entrarán en la tesis sobre el “pecado original”. Por tanto, aquí conviene fijarse
en los motivos que suscita la conciencia de estos elementos.
1º. Los Padres apostólicos no desarrollan el tema del pecado de Adán y Eva en relación
con la actual situación de la humanidad. Tan solo se interesan por los pecados personales,
pues estaba en juego la formación de la conciencia moral de los creyentes. Apenas se
encuentran algunas alusiones a la entrada de la muerte en el mundo a causa del pecado de
Adán y Eva en la 1ª. Carta de Clemente y en la Epístola de Bernabé.
2º. De entre los escritos de los apologetas despierta especial interés un texto de san
Justino que, bien entendido, muestra que con Adán arranca la historia del pecado y la nueva
situación de la humanidad. Teófilo de Antioquía confirma la tesis paulina de la creación
sometida al pecado por la transgresión del primer hombre.
1
Fuente bibliográfica: Luis Ladaria, Teología del pecado y de la gracia. Juan Luis Ruíz de la Peña, Antropología
teológica especial.
3º. Por su parte, Melitón de Sardes (a. 180) confiesa la situación de esclavitud (estado
catastrófico) del hombre por el pecado de Adán, a la que se referirá como “herencia de
Adán”, pero haciendo hincapié en la liberación de tal situación por la muerte y resurrección
de Cristo: Jesús nos libra de la «herencia» de esclavitud espiritual que Adán ha dejado a sus
hijos. En esta situación el «pecado» tiraniza a los hombres, con lo cual se entregan a toda
suerte de pecados y desórdenes. La muerte es consecuencia de este pecado que a todos se
extiende. Es clara la cercanía de Melitón al pensamiento bíblico, aunque no cita en apoyo de
su tesis Rom 5,12-21.
4º. Con S. Ireneo de Lyon la doctrina sobre el pecado se enriquece en elementos que
posteriormente serán tenidos en cuenta para la elaboración de la tesis sobre el pecado
original. Él toma en consideración la doctrina paulina sobre el pecado contenida en Rom
5,12-21. También como Pablo, Ireneo contempla la doctrina del pecado en función de la de
la redención, y por tanto a Adán como contrapunto de Cristo.
En Ireneo encontramos apuntes interesantes. Veamos:
Ø Su doctrina sobre la unidad del “plasma” (la unidad de la especie humana) le permite
afirmar que la reconciliación en Cristo alcanza a Adán mismo. Partiendo de esta
solidaridad humana universal, él interpreta la petición de la oración dominical
“perdónanos nuestras ofensas” como referida al arrepentimiento mostrado por parte
de toda la humanidad cristiana que pide a Dios perdón por la infracción del primer
hombre (que contiene a toda la humanidad).
Ø Así como todos estamos contenidos en la desobediencia de Adán, así estamos
contenidos en la obediencia de Cristo. Adán nos inhabilitó para la obediencia a Dios.
Por eso solo el inocente nos reconcilia y nos habilita para la obediencia.
Ø La unicidad de Dios y de la historia en Ireneo juegan un papel importantísimo: el Dios
a quien Jesús obedece es el mismo a quien Adán desobedece. La carne de Cristo es
la carne de Adán. De ahí que Ireneo sostenga la unicidad de la historia (del tiempo).
Ireneo insistirá en el pecado como evento histórico, esto es, acaecido en el tiempo.
Ø Para Ireneo, también la consecuencia del pecado tiene cumplimiento por etapas:
primero la muerte física, luego la muerte como alejamiento de Dios; ambas se van
verificando en el tiempo, aunque su cumplimiento tenga lugar fuera del tiempo. Por
el contrario, Cristo nos da la vida, que también se da por etapas que se van verificando
en el tiempo y cuya consumación será fuera de este: primero nos libra de la muerte
como alejamiento de Dios (pues somos inhabitados por él, siguiendo un poco la tesis
joánica de la inhabitación de la Trinidad y que tiene lugar en el tiempo), y
posteriormente de la muerte física con la resurrección (que se consumará fuera del
tiempo).
Resumiendo la tesis ireniana sobre el pecado: existe una situación universal de pecado
de la que nadie se ve libre. Esta no pertenece a la constitución del hombre en cuanto tal, sino
que proviene del hecho histórico del pecado de Adán. Nosotros tenemos la misma carne, el
mismo «plasma» de Adán, por la que existe una solidaridad de todos en él, base de la
solidaridad en el pecado, pero a la vez condición que posibilita de que Cristo nos salve.
Ireneo es un adelantado si se compara con sus contemporáneos respecto a la reflexión sobre
el pecado. Por supuesto, visto desde la soteriología cristiana.
5º. Orígenes, debido en parte a sus ideas platónicas, tendrá por cierto que el simple
contacto del alma con la materia ya la impurifica. Por esta razón sostendrá la necesidad del
bautismo de los niños, para que se les borre esta impureza, que en la teología del alejandrino
se distingue en rigor del pecado.
7º. Cipriano de Cartago hablará de los «pecados ajenos» que se perdonan a los niños
por medio del bautismo, ya que por haber nacido carnalmente según Adán han contraído el
contagio de la antigua muerte. La gravedad de estos «pecados ajenos» contraídos con el
nacimiento no se puede comparar con la de los que cometen los adultos, quienes aun así
son admitidos al bautismo; con mayor razón entonces los niños deben ser admitidos al
bautismo para que entren en la Iglesia. Nada dice directamente sobre la suerte de los niños
en el caso de que mueran sin el bautismo.
8º. De entre los Padres orientales2 conviene mencionar a Gregorio Nacianceno, quien
insiste en la unidad de todos en Adán: todos hemos muerto en él, en él hemos sido
engañados; las consecuencias de su pecado se transmiten a todos los hombres, sus
descendientes: la concupiscencia, y de ella viene el odio, la guerra, etc. Sobre los niños afirma
2
A propósito de la participación de la teología oriental en el constructo de la doctrina del pecado original, Ruíz
de la Peña acota lo siguiente: «En la tradición oriental las cuestiones antropológicas tienen menos relieve que
las trinitarias y las cristológicas. Además, su concepción de la justificación y la gracia se elabora más en clave
de divinización (=de participación del ser de Dios) que en términos de superación del pecado. Todo lo cual no
favorece la presencia de nuestra problemática en la patrística griega», 120.
que no serán ni glorificados ni castigados; no tienen culpa, no han merecido ningún castigo,
pero tampoco eso basta para merecer el premio.
* Gregorio de Nisa –otro Padre oriental– ha escrito un tratado «sobre los niños
muertos prematuramente». No se habla de «pecado» en ellos, a diferencia de los adultos.
No parece que el bautismo de los niños sea para él una necesidad. Afirma la existencia de
un pecado que afecta a toda la humanidad, que deriva de algún modo del de Adán, pero no
precisa la relación concreta que tienen.
* Cirilo de Alejandría habla de la corrupción de la naturaleza, de un cierto pecado del
que todos participan. En su comentario a la carta a los Romanos señala que todos los
hombres se han hecho imitadores de Adán en su pecado, afirmación por la cual ha causado
cierto debate debido a la acusación del posible sentido pelagiano del término. Sin embargo,
afirmará que es la participación en la misma naturaleza adámica la que nos hace de condición
pecadora, y no porque hayamos pecado en él, ya que todavía no existíamos.
9º. Volviendo a Occidente, Hilario de Poitiers se planta en una línea muy semejante a
la de Ireneo: contempla a Adán y Cristo unidos a toda la humanidad; el pecado y la salvación
pueden tener así efectos para todos. Sin embargo, algunas alusiones a la transmisión del
pecado por generación y sobre el pecado de los comienzos son las limitaciones de su
doctrina.
11º. Ambrosio parece interpretar también el final de Rom 5,12 como la afirmación del
pecado de todos en Adán: en Adán estábamos todos y en él perecimos todos. De Adán pasa
el pecado a todos nosotros. Habla de los «pecados heredados»; hasta los niños llega la
universalidad de la culpa: «nadie está sin culpa, ni siquiera el niño de un solo día».
En síntesis:
En esta primera etapa no tenemos todavía una sistematización completa sobre el
pecado original. Sí el trazo de varias líneas que van a confluir en la elaboración explícita de
la doctrina a partir de Agustín. Señalemos algunos elementos:
* La unión de todos los hombres en Adán y en Cristo;
* la «herencia» de Adán, que se manifiesta en una cierta «corrupción» de la naturaleza que
se pone en relación con el primer pecado: la muerte, la concupiscencia;
* los pecados personales, que se ven también como consecuencia del pecado de Adán;
* la praxis del bautismo de los niños se fundamenta comúnmente en la necesidad de que
todo ser humano tiene sea tocado por la acción salvífica de Cristo, aunque no hay consenso
en lo concerniente a la pecaminosidad del niño y sobre la situación del niño antes y después
de recibirlo.
S. Agustín
+++ El sínodo de Cartago del año 411 condenó a Celestio y sus tesis.
+++ El papa Inocencio I, en el 416 (DS 219), afirma la necesidad del bautismo de los niños
para que puedan adquirir el premio de la vida eterna.
+++ El sínodo de Cartago del año 418 (concilio Cartaginense XV o XVI, cf. DS 222) afirma en
el canon 1 la posibilidad de no morir que tuvo Adán antes del pecado, y por consiguiente el
carácter de castigo del pecado que tiene la muerte física. El canon 2 (DS 223) anatematiza a
quienes niegan que los niños hayan de ser bautizados. También anatematiza a quienes dicen
que son bautizados para la remisión de los pecados, pero que no han contraído nada del
«pecado original» (con lo que se convierte en el primer documento oficial en usar el término).
Defiende la praxis del bautismo de los niños y señala que éste es verdaderamente in
remissionem peccatorum, es decir, del pecado original, ya que no lo puede ser de los
personales. El tercer canon señala que no hay lugar intermedio entre el cielo y el infierno,
porque el que no merece ser coheredero de Cristo no puede no ser partícipe del diablo (cf.
DS 224).
+++ Los dos primeros cánones del II concilio provincial de Orange, del año 529, se ocupan
del pecado original (cf. DS 371ss). El primer canon dice que el hombre entero, tanto en su
cuerpo como en su alma, ha cambiado «a peor» como consecuencia del pecado original; se
afirma que no ha quedado ilesa la libertad del alma. El segundo canon señala que el pecado
de Adán no sólo le ha perjudicado a él, sino también a su descendencia, en cuanto le ha
transmitido no sólo la muerte corporal, sino el pecado, que es la muerte del alma.
Esta etapa se caracteriza por los cambios en el enfoque, y sus posiciones se las suele
clasificar en tres tendencias: a) la de inspiración agustiniana, que podríamos denominar
maximalista; b) la anselmiana, minimalista; c) la ecléctica.
1º. Pedro Lombardo se hace eco de la tendencia agustiniana estricta. Opina que el
pecado original es una culpa que se transmite por los padres a todos los que son
engendrados “concupisciblemente” (concupiscentialiter) (se percibe aquí cierto residuo de
traducianismo). Parece identificar la concupiscencia (inclinación al pecado o fomes peccati)
con el pecado mismo.
2º. Con S. Anselmo asistimos a un cambio en la reflexión y planteamiento de la
cuestión del pecado original. Entiende el pecado como una ofensa contra el honor de Dios.
El pecado de Adán lo afecta en primer lugar a él personalmente, pero, en cuanto es cabeza
de la humanidad, y dado que de él teníamos que nacer todos, este pecado es de todos. En
consecuencia, nosotros recibimos la naturaleza humana tal como él la ha tenido después del
pecado, es decir, con la privación de la justicia original. Por esto, el hombre viene al mundo
en un estado distinto al que hubiera debido venir, un estado peor, determinado por esta
falta de la gracia original, por la «ausencia de la justicia debida», a causa del pecado de Adán.
No puede volver por sus fuerzas al estado en que debería hallarse; para ello es necesaria la
redención de Cristo.
S. Anselmo se separa de los que ven en la concupiscencia la esencia del pecado
original. Para él este tiene que ver ante todo con la pérdida de la gracia y la justicia. Afirma
que el pecado original puede ser llamado también «pecado natural», mas «no porque sea
de la esencia de la naturaleza, sino porque es contraído con ella a causa de su corrupción»,
debida a su vez a «la desobediencia de Adán».
Anselmo depura cualquier asomo de traducianismo en la transmisión del pecado: la
generación no es causa, sino condición de la misma: «en Adán la persona ha despojado a la
naturaleza... y la naturaleza, hecha indigente, hace por la misma indigencia pecadores e
injustos a las personas que procrea de sí misma. De este modo pasa el pecado personal de
Adán a todos los que proceden de él naturalmente» (se refiere a la condición humana).
Anselmo también sostiene que «hay una gran diferencia» entre el pecado de Adán y
el original, puesto que «él ha pecado por propia voluntad», mientras que el pecado original
procede «de una necesidad natural»; de donde se infiere que «el pecado de los niños (no
bautizados) es menor que el de Adán».
3º. S. Tomás de Aquino realizará una rica síntesis de las dos tendencias previas,
además de su aportación racional y su precisión terminológica. Resumiendo, su posición
queda como sigue:
4º. Con Duns Escoto se va abriendo paso una tendencia extrinsecista, según la cual la
unión de todos los hombres en Adán deriva de un mandato divino, se pierde en cambio, el
sentido de la solidaridad entre los hombres y del influjo que unos ejercen sobre otros. Piensa
que el pecado original es la carencia de la justicia original, pero esta privación no la considera
pecado de «naturaleza»: si el hombre no recibe la justicia que debía poseer es porque Dios
decretó que su concesión iba condicionada a la respuesta positiva a la gracia por parte de
Adán.
1º. Lutero:
2º. Melanchton reitera la doctrina luterana. La definición del pecado original oscila en
él entre la concupiscencia y la carencia de justicia. Calvino, por su parte, endurece el rigor
terminológico de la doctrina: el pecado original es «la depravación y corrupción hereditaria
de nuestra naturaleza», un «vicio propio de cada cual, no un vicio ajeno», que genera una
situación de auténtica alienación. Ambos sostienen las tesis luteranas del peccatum manens
y de los efectos del bautismo, restringidos a la no imputación del mismo. Zwinglio va a optar
por una especie de vía media entre el luteranismo y el catolicismo. Afirmará que lo
transmitido por Adán no es pecado en nosotros, puesto que este requiere la opción de la
voluntad. Sugiere que la herencia adámica está relacionada mediatamente con la
condenación, en cuanto hace germinar en nosotros el «amor propio» (philautía) del que
brotarán los pecados personales: lo que en Adán fue verdadero pecado, al ser transgresión
de un mandato divino, es en sus descendientes «condición», «enfermedad», «calamidad»,
pero no pecado. Considera que el hombre está afectado radicalmente por este amor propio,
de donde, todas decisiones del hombre son pecado. Sugiere que el efecto del bautismo de
los niños es el reconocimiento de los mismos por parte de la Iglesia como nuevos miembros
del pueblo de Dios.
> Trento
Lo primero que hay que decir es que la doctrina del concilio de Trento sobre el pecado
original no se aparta de la tradición, que arranca ya de Pablo, que considera la doctrina del
pecado original como subordinada a la de la redención de Cristo, que afecta a todos los
hombres; de lo que se trata ante todo es de explicar debidamente esta última verdad.
Tampoco su doctrina es sustancialmente nueva en relación con los estadios anteriores de la
Tradición.
El concilio de Trento se ocupó del tema del pecado original en su sesión V. El decreto
correspondiente está fechado el 17 de junio de 1546. Consta de un proemio y seis cánones
(cf. DS 1510-1516). Los cinco primeros cánones tratan directamente del tema del pecado
original, el sexto hace una salvedad respecto de la Virgen María, a la que no quiere aplicarse
nada de lo que en el decreto se dice sobre los demás hombres.
3
En este punto, Ruíz de la Peña afirma que «la generación es vehículo de transmisión del pecado original
porque (y en tanto que) lo es de la condición humana», 149.
pecadora de todos los hombres antes de cualquier decisión personal, y, por consiguiente, la
necesidad que a todos alcanza, incluso a los niños, de Cristo salvador y redentor. Nada se
dice directamente sobre la suerte de los niños muertos sin recibir el bautismo.
+++ El canon 5 es el que más directamente se opone a las doctrinas de los
reformadores. Afirma que la gracia que se confiere en el bautismo perdona el «reato» del
pecado original; esto quiere decir ante todo que elimina cuanto es propia y verdaderamente
pecado, y que este es arrancado, no sólo no imputado o eliminado sólo en lo exterior,
quedando intacta la raíz. De modo que los renacidos por el bautismo, hechos hijos de Dios,
nada les impide la entrada en el cielo. En un segundo momento afirma la permanencia de la
concupiscencia en los bautizados, pero mantiene que esta permanece para el combate y no
puede dañar a quienes no consienten y se oponen a ella mediante la gracia de Jesucristo.
Debido a que en alguna ocasión Pablo llama pecado a la concupiscencia (cf. Rom 6,12ss;
7,7.14-20), el concilio afirma que la Iglesia católica nunca entendió que en los renacidos fuera
propiamente pecado, sino que se la llama así porque proviene del pecado e inclina a él. En
este punto es sabido que entre los teólogos –e incluso entre los Padres de la Iglesia– no hay
un consenso. Trento, sin embargo, optará por indicar que la concupiscencia es inclinación al
mal, que el libre arbitrio está debilitado en sus fuerzas y, por consiguiente, el hombre es
proclive al pecado. Con esto el concilio quiere excluir que la justificación sea meramente
imputada y no real en el hombre.
En síntesis, Trento afirma: a) la existencia del pecado original, «muerte del alma»
(canon 2); b) que afecta interiormente a todos (cánones 2,3,4); c) del que sólo nos puede
liberar la gracia de Cristo, comunicada por el bautismo (cánones 3,4); d) éste borra
totalmente cuanto hay de pecado en el bautizado y, por tanto, la concupiscencia remanente
tras el bautismo no es ya pecado en sentido propio en los bautizados (canon 5); e) la situación
universal de pecado tiene como factor desencadenante la acción histórica de una libertad
humana (canon 1).
Por otra parte, dejó varias cuestiones abiertas: no se dice cómo el pecado de Adán es
propio de cada uno; tampoco se precisa qué es lo que los niños que no han pecado
personalmente «traen» o «contraen» del pecado de Adán; la misma concupiscencia que se
dice experimentar no se define en términos positivos; tampoco quiso definir la «esencia» del
pecado original.
+++ Frente a Miguel Bayo (1513-1589) se reafirma dos cosas: 1ª.: que la
concupiscencia, en sí misma, no puede imputarse a pecado mientras no se consienta en ella,
ni siquiera en los no bautizados o en los bautizados pecadores no es en sí misma pecado (cf.
DS 1951 s; 1974-1976). 2ª.: para poder sostener que el pecado original existía en el niño
como tal pecado, Bayo afirmaba que la voluntariedad no pertenece a la esencia del pecado.
Se afirma, por tanto, que el pecado original exige la relación a una voluntad humana (DS
1946s.=D 1046s.).
+++ También se condenó el error jansenista según el cual el hombre ha de hacer
penitencia toda su vida por el pecado original (cf. DS 2319).
Concilio Vaticano II
No se ocupa con detalle del tema. Se refiere a él sobre todo en GS 13. El concilio, en
una postura dialogante con la cultura, parece recoger e integrar las «reflexiones
extrateológicas» en la teología del pecado original, sugiriendo (discreta, pero eficazmente)
que lo que la fe cristiana profesa con esa doctrina no debiera resultar extraño a la mirada
que capta el mundo y la condición humana como son. De este modo, la descripción que
ofrece de la situación creada por el pecado corresponde a la experiencia dolorosa de división
interior que el ser humano constata en su corazón y proyecta en los conflictos históricos. Ya
anteriormente (GS 10) apuntaba a un «desequilibrio fundamental» enraizado «en el corazón
del hombre» y del que derivan «los desequilibrios de que adolece el mundo actual». Este
sentimiento de fractura o desgarramiento en el hombre y en la realidad social delata la
existencia de un desorden radical que se resiste a ser absorbido por una terapéutica
meramente humana y que, por ello, desvela una patética indigencia de salvación. A esa
salvación nos remite el Vaticano II en GS 22,13.