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Tema 3 Pecado Original Historiadocx

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Tema 3: El pecado original.

Historia de la doctrina1

Preámbulos:

--- La doctrina del pecado original no se entiende sin la de la redención de Cristo.


--- La tesis denominada “pecado original” es un constructo teológico que consumió varias
etapas, que fueron aportando elementos para su elaboración.
--- A lo largo del proceso reflexivo (sobre los principales datos que nos aporta la Sagrada
Escritura: la situación universal de pecado y la decisión personal que opta por la acción
pecaminosa) no siempre se ha sabido respetar el equilibrio tensional: o bien se ha primado
desconsideradamente el elemento destino previo (situación universal de pecado, propio de
las antropologías pesimistas) que reduce el pecado original a una especie de defecto de
fábrica, o bien se ha sobrevalorado la capacidad decisoria del hombre (optimismo
naturalista) minimizando o rechazando la necesidad de la gracia, es decir, de la salvación en
Cristo.
--- El papel de las herejías será determinante para su elaboración (sobre todo la del
pelagianismo, que surge a partir del s. V; es entonces cuando aparece la primera reflexión
sistemática [doctrina] sobre el pecado original), pues de lo que se trata es de entender
correctamente el significado de la salvación cristiana, que por otra parte se sostiene sobre la
base de una correcta concepción del hombre.

Primera etapa: los presupuestos

El estudio de esta primera etapa (ss. I-IV) nos ofrece los presupuestos que
posteriormente entrarán en la tesis sobre el “pecado original”. Por tanto, aquí conviene fijarse
en los motivos que suscita la conciencia de estos elementos.

1º. Los Padres apostólicos no desarrollan el tema del pecado de Adán y Eva en relación
con la actual situación de la humanidad. Tan solo se interesan por los pecados personales,
pues estaba en juego la formación de la conciencia moral de los creyentes. Apenas se
encuentran algunas alusiones a la entrada de la muerte en el mundo a causa del pecado de
Adán y Eva en la 1ª. Carta de Clemente y en la Epístola de Bernabé.

2º. De entre los escritos de los apologetas despierta especial interés un texto de san
Justino que, bien entendido, muestra que con Adán arranca la historia del pecado y la nueva
situación de la humanidad. Teófilo de Antioquía confirma la tesis paulina de la creación
sometida al pecado por la transgresión del primer hombre.

1
Fuente bibliográfica: Luis Ladaria, Teología del pecado y de la gracia. Juan Luis Ruíz de la Peña, Antropología
teológica especial.
3º. Por su parte, Melitón de Sardes (a. 180) confiesa la situación de esclavitud (estado
catastrófico) del hombre por el pecado de Adán, a la que se referirá como “herencia de
Adán”, pero haciendo hincapié en la liberación de tal situación por la muerte y resurrección
de Cristo: Jesús nos libra de la «herencia» de esclavitud espiritual que Adán ha dejado a sus
hijos. En esta situación el «pecado» tiraniza a los hombres, con lo cual se entregan a toda
suerte de pecados y desórdenes. La muerte es consecuencia de este pecado que a todos se
extiende. Es clara la cercanía de Melitón al pensamiento bíblico, aunque no cita en apoyo de
su tesis Rom 5,12-21.

4º. Con S. Ireneo de Lyon la doctrina sobre el pecado se enriquece en elementos que
posteriormente serán tenidos en cuenta para la elaboración de la tesis sobre el pecado
original. Él toma en consideración la doctrina paulina sobre el pecado contenida en Rom
5,12-21. También como Pablo, Ireneo contempla la doctrina del pecado en función de la de
la redención, y por tanto a Adán como contrapunto de Cristo.
En Ireneo encontramos apuntes interesantes. Veamos:

Ø Su doctrina sobre la unidad del “plasma” (la unidad de la especie humana) le permite
afirmar que la reconciliación en Cristo alcanza a Adán mismo. Partiendo de esta
solidaridad humana universal, él interpreta la petición de la oración dominical
“perdónanos nuestras ofensas” como referida al arrepentimiento mostrado por parte
de toda la humanidad cristiana que pide a Dios perdón por la infracción del primer
hombre (que contiene a toda la humanidad).
Ø Así como todos estamos contenidos en la desobediencia de Adán, así estamos
contenidos en la obediencia de Cristo. Adán nos inhabilitó para la obediencia a Dios.
Por eso solo el inocente nos reconcilia y nos habilita para la obediencia.
Ø La unicidad de Dios y de la historia en Ireneo juegan un papel importantísimo: el Dios
a quien Jesús obedece es el mismo a quien Adán desobedece. La carne de Cristo es
la carne de Adán. De ahí que Ireneo sostenga la unicidad de la historia (del tiempo).
Ireneo insistirá en el pecado como evento histórico, esto es, acaecido en el tiempo.
Ø Para Ireneo, también la consecuencia del pecado tiene cumplimiento por etapas:
primero la muerte física, luego la muerte como alejamiento de Dios; ambas se van
verificando en el tiempo, aunque su cumplimiento tenga lugar fuera del tiempo. Por
el contrario, Cristo nos da la vida, que también se da por etapas que se van verificando
en el tiempo y cuya consumación será fuera de este: primero nos libra de la muerte
como alejamiento de Dios (pues somos inhabitados por él, siguiendo un poco la tesis
joánica de la inhabitación de la Trinidad y que tiene lugar en el tiempo), y
posteriormente de la muerte física con la resurrección (que se consumará fuera del
tiempo).

Resumiendo la tesis ireniana sobre el pecado: existe una situación universal de pecado
de la que nadie se ve libre. Esta no pertenece a la constitución del hombre en cuanto tal, sino
que proviene del hecho histórico del pecado de Adán. Nosotros tenemos la misma carne, el
mismo «plasma» de Adán, por la que existe una solidaridad de todos en él, base de la
solidaridad en el pecado, pero a la vez condición que posibilita de que Cristo nos salve.
Ireneo es un adelantado si se compara con sus contemporáneos respecto a la reflexión sobre
el pecado. Por supuesto, visto desde la soteriología cristiana.

5º. Orígenes, debido en parte a sus ideas platónicas, tendrá por cierto que el simple
contacto del alma con la materia ya la impurifica. Por esta razón sostendrá la necesidad del
bautismo de los niños, para que se les borre esta impureza, que en la teología del alejandrino
se distingue en rigor del pecado.

6º. A Tertuliano se debe la acuñación de una serie de expresiones (tradux peccati,


corruptio naturae, vitium originis) que más tarde se harán proverbiales. Afirmará que toda
alma es impura mientras esté adherida a Adán y no se adhiera a Cristo: puesto que cada ser
humano está incluido de algún modo en Adán, participa de la infección de su pecado (tradux
peccati), que produce una «corrupción de la naturaleza».
Tertuliano piensa en la transmisión por vía generativa de un «vicio» o una
«corrupción» que afecta a todos los hombres interiormente y que le hace decir que, en tanto
que empadronado en Adán, el no bautizado tiene el alma inmunda propia del hombre
terreno Adán, y que nadie puede ser puro sin haber renacido del agua y del Espíritu. Esta
afirmación contrasta con su tendencia a rechazar la administración del bautismo a la edad
inocente.

7º. Cipriano de Cartago hablará de los «pecados ajenos» que se perdonan a los niños
por medio del bautismo, ya que por haber nacido carnalmente según Adán han contraído el
contagio de la antigua muerte. La gravedad de estos «pecados ajenos» contraídos con el
nacimiento no se puede comparar con la de los que cometen los adultos, quienes aun así
son admitidos al bautismo; con mayor razón entonces los niños deben ser admitidos al
bautismo para que entren en la Iglesia. Nada dice directamente sobre la suerte de los niños
en el caso de que mueran sin el bautismo.

8º. De entre los Padres orientales2 conviene mencionar a Gregorio Nacianceno, quien
insiste en la unidad de todos en Adán: todos hemos muerto en él, en él hemos sido
engañados; las consecuencias de su pecado se transmiten a todos los hombres, sus
descendientes: la concupiscencia, y de ella viene el odio, la guerra, etc. Sobre los niños afirma

2
A propósito de la participación de la teología oriental en el constructo de la doctrina del pecado original, Ruíz
de la Peña acota lo siguiente: «En la tradición oriental las cuestiones antropológicas tienen menos relieve que
las trinitarias y las cristológicas. Además, su concepción de la justificación y la gracia se elabora más en clave
de divinización (=de participación del ser de Dios) que en términos de superación del pecado. Todo lo cual no
favorece la presencia de nuestra problemática en la patrística griega», 120.
que no serán ni glorificados ni castigados; no tienen culpa, no han merecido ningún castigo,
pero tampoco eso basta para merecer el premio.
* Gregorio de Nisa –otro Padre oriental– ha escrito un tratado «sobre los niños
muertos prematuramente». No se habla de «pecado» en ellos, a diferencia de los adultos.
No parece que el bautismo de los niños sea para él una necesidad. Afirma la existencia de
un pecado que afecta a toda la humanidad, que deriva de algún modo del de Adán, pero no
precisa la relación concreta que tienen.
* Cirilo de Alejandría habla de la corrupción de la naturaleza, de un cierto pecado del
que todos participan. En su comentario a la carta a los Romanos señala que todos los
hombres se han hecho imitadores de Adán en su pecado, afirmación por la cual ha causado
cierto debate debido a la acusación del posible sentido pelagiano del término. Sin embargo,
afirmará que es la participación en la misma naturaleza adámica la que nos hace de condición
pecadora, y no porque hayamos pecado en él, ya que todavía no existíamos.

9º. Volviendo a Occidente, Hilario de Poitiers se planta en una línea muy semejante a
la de Ireneo: contempla a Adán y Cristo unidos a toda la humanidad; el pecado y la salvación
pueden tener así efectos para todos. Sin embargo, algunas alusiones a la transmisión del
pecado por generación y sobre el pecado de los comienzos son las limitaciones de su
doctrina.

10º. En el Ambrosiaster encontramos alguna afirmación interesante. En efecto, si por


una parte todos los hombres son pecadores porque nacen de Adán que los engendra
corrompidos por el pecado, por otra la condenación eterna no es por el pecado de Adán
sino por los nuestros. Aunque afirmará que éstos son cometidos porque Adán pecó, es decir,
por la condición de pecaminosidad inaugurada por el pecado de Adán. Ahora bien, afirma
que la muerte física sí es consecuencia del primer pecado, esto es, del de Adán.
Otra aportación interesante del Ambrosiaster consiste en la diferencia entre las
implicaciones del paralelismo Adán-Cristo, entre el pecado y la gracia: el pecado reina por
un tiempo (esto es, en el tiempo), mientras que la gracia reinará para la eternidad.

11º. Ambrosio parece interpretar también el final de Rom 5,12 como la afirmación del
pecado de todos en Adán: en Adán estábamos todos y en él perecimos todos. De Adán pasa
el pecado a todos nosotros. Habla de los «pecados heredados»; hasta los niños llega la
universalidad de la culpa: «nadie está sin culpa, ni siquiera el niño de un solo día».

En síntesis:
En esta primera etapa no tenemos todavía una sistematización completa sobre el
pecado original. Sí el trazo de varias líneas que van a confluir en la elaboración explícita de
la doctrina a partir de Agustín. Señalemos algunos elementos:
* La unión de todos los hombres en Adán y en Cristo;
* la «herencia» de Adán, que se manifiesta en una cierta «corrupción» de la naturaleza que
se pone en relación con el primer pecado: la muerte, la concupiscencia;
* los pecados personales, que se ven también como consecuencia del pecado de Adán;
* la praxis del bautismo de los niños se fundamenta comúnmente en la necesidad de que
todo ser humano tiene sea tocado por la acción salvífica de Cristo, aunque no hay consenso
en lo concerniente a la pecaminosidad del niño y sobre la situación del niño antes y después
de recibirlo.

Segunda etapa: primera sistematización coherente

1º. S. Agustín de Hipona marcará un hito en la doctrina sobre el pecado original,


pues a él debemos el primer esfuerzo de sistematización coherente. Incluso antes de la
controversia pelagiana, S. Agustín ha desarrollado su doctrina del pecado original al menos
en sus puntos fundamentales. La controversia con el pelagianismo le permitió perfilarla
definitivamente.

--- La doctrina de Pelagio


Lo sustancial de la doctrina pelagiana nos llega por S. Agustín. También tenemos
noticias por el comentario que el monje irlandés hace a la perícopa contenida en Rom 5,12ss.
Resumiendo las tesis del pelagianismo tenemos:
+++ De la afirmación: el pecado de Adán daña a los que no pecan personalmente,
Pelagio concluye que también la gracia de Cristo ha de favorecer a los no creyentes.
+++ Los que nacen de padres bautizados no deben tener el pecado original.
+++ Si el alma es creada directamente por Dios, sólo la carne –que viene de los
padres– puede merecer la pena, no el alma. Por lo tanto, si la carne contrae el pecado, Dios,
que perdona los pecados propios, imputa los ajenos (los de los padres).
+++ En relación con Rom 5,19, Pelagio habla del mal ejemplo de Adán como causa
del pecado de los demás hombres (aquí está la tesis del ejemplarismo pelagiano, en este
caso en su vertiente negativa). Se trata del carácter meramente extrínseco del influjo de Adán.
Reverso de esta moneda es la concepción pelagiana de la ejemplaridad de Cristo como
influjo meramente externo de la salvación: la salvación de Cristo consiste en su buen ejemplo.
+++ Pelagio trata ante todo de salvaguardar la bondad de la creación y de la
naturaleza, la libertad humana, la capacidad de bien que el hombre tiene. Este factor, sumado
al de la ejemplaridad de Cristo, da como resultado una salvación por medio de las fuerzas
humanas, de la buena voluntad del hombre. Nos encontramos con una reedición del
conflicto con los judaizantes del siglo primero, que tantas dificultades causó al apóstol Pablo:
la salvación por el cumplimiento de la ley, que no puede comunicar las fuerzas (la gracia)
para observarla, dejando en la sola voluntad del hombre la posibilidad de la salvación. Los
pelagianos concluyen: Cristo es solo un buen modelo –el mejor– de virtud que deben seguir
los hombres para recuperar el estado o condición original querido por el plan divino.
Sabemos que la salvación cristiana supera con creces esta tesis: solo con mencionar la
resurrección basta para caer en la cuenta de que la salvación cristiana no se limita a recuperar
el paraíso perdido. Pero este ya es un tema de escatología.

A esta síntesis de la doctrina pelagiana, S. Agustín añade lo que sigue:


+++ Ellos afirman que Dios ha dado a los hombres el poder, el querer y el ser, es decir,
la posibilidad y la voluntad para poder hacer el bien sin que el pecado sea impedimento.
+++ Por Adán entra la muerte en el mundo, pero no el pecado, del que sólo cada uno
es responsable; niegan por tanto el pecado original, y con ello la necesidad que el justo tiene
de perdón.
+++ Ellos dicen que quienes afirman la existencia del pecado original sostienen que
los hombres que nacen son creados por el demonio; condenan el matrimonio y no creen que
el bautismo borre los pecados porque los bautizados no engendran pecadores.

De Celestio S. Agustín afirma que sostiene, además, lo que sigue:


+++ Los niños al nacer están como Adán antes del pecado. De ahí que aunque no
sean bautizados pueden alcanzar la vida eterna.
+++ Ni todos los hombres mueren por el pecado de Adán ni resucitan por Cristo.

S. Agustín

San Agustín llega a la formulación de su doctrina sobre el pecado original para


defender ante todo la universalidad de la redención de Cristo. Contra los pelagianos es la
teología de la gracia lo que primariamente le interesa, y el pecado original se encuentra
inevitablemente relacionado con ella. Resumiendo:

+++ Si los niños no tienen pecado no necesitan de Cristo, afirma el pelagianismo, y


esto no puede admitirse. Ahí estaba precisamente el error capital de los pelagianos, en la
comprensión que tienen de la salvación cristiana. Sólo la unión con Cristo puede introducir
en la vida eterna, y ya que sólo por el bautismo tiene lugar esta unión, este sacramento es
necesario para todos; es el auténtico renacimiento del hombre.
+++ Si los niños no tienen pecado quiere decir que no necesitan redención y, por
tanto, que Cristo no ha muerto por ellos, afirman los pelagianos. El bautismo de los niños es
verdaderamente para remisión de los pecados, y a quienes no han pecado personalmente
se les perdona el pecado original, afirma S. Agustín. La salvación cristiana es para todos y,
por tanto, todos necesitan de ella; por esta razón se ha de afirmar la existencia de este pecado
universal en el que todos han sido hechos pecadores. Aunque el pecado original no es
voluntario en cada uno de los hombres, no puede considerarse que sea ajeno a ellos, ya que
en Adán están los orígenes de todos los hombres: toda la humanidad, en cuanto está fuera
de Cristo, es una «masa de condenación» y de pecado, de la que sólo se sale por la gracia
de Cristo.
+++ S. Agustín afirmará las tesis de la Tradición de la Iglesia anterior a él (los Padres).
Sostendrá que la unidad del género humano tiene a Adán por cabeza, de ahí procede el
alejamiento de Dios y la situación de pecado de toda la humanidad mientras no se incorpore
a Cristo. Esta situación que hemos recibido de Adán tiene en la concupiscencia su expresión
visible.

Esta es básicamente la tesis de S. Agustín sobre el pecado original, ciertamente


resumida pobremente. A él debemos la acuñación de términos que se transmitirán en la
teología hasta el día de hoy.
También conviene tener presente que el pensamiento de S. Agustín sobre el pecado
original sufrirá una evolución, sobre todo a partir de la controversia con los pelagianos, y que
no todo en su doctrina es potable, por ejemplo: la condenación de los niños muertos sin
bautismo, las ideas sobre la concupiscencia, la transmisión del pecado por la generación, la
predestinación, etc.
Respecto a la cronología de su reflexión sobre el pecado original, este ya aparece en
su obra De diversis quaestionibus ad Simplicianum, escrita hacia el 396, 15 años antes de su
intervención en el debate con el pelagianismo. En ella ya sostendrá que éste se diferencia de
los pecados que cada uno comete personalmente, y que de esta situación pecaminosa en
que todos nos encontramos nos libra la gracia. En su primer escrito contra los pelagianos
(De peccatorum meritis et remissione, escrito hacia el año 412) perfila con mayor nitidez los
elementos que van a configurar su doctrina. A partir de este momento, también el mal que
en el hombre ha causado el pecado de Adán recibirá el nombre de «pecado original». Aquí
sostendrá que este pecado original «no sólo separa del reino de Dios, sino que también nos
aleja de la salvación y de la vida eterna», con lo cual se ve claramente la distinción y
originalidad de la salvación cristiana. En esta obra también sostendrá que se transmite el
pecado de Adán, no los demás pecados de quienes nos han precedido, pero afirmará que
esta transmisión tiene lugar por generación, cuestión que sostendrá para refutar la tesis
pelagiana de la imitación; y sostendrá que tampoco con la imitación de Cristo nos podemos
salvar y ser justificados si nos falta la gracia del Espíritu Santo.
Respecto de la tesis de la transmisión del pecado, a S. Agustín le preocupa el hecho
de que los padres bautizados transmitan también a sus hijos el pecado original. Precisamente
este era uno de los puntos que los pelagianos sometían a crítica en la doctrina del tradux
peccati. La solución a la dificultad S. Agustín la encontrará afirmando que los padres
transmiten la vida en tanto que «generados», pero no como «regenerados», por esto todos
necesitan que en ellos se limpie mediante la regeneración bautismal lo que en la generación
han contraído. Además, afirma Agustín que se debe tener en cuenta que la generación se
realiza con la concupiscencia.
Anejo al presupuesto de la transmisión hereditaria del pecado, que Agustín entiende
en sentido literal, se le plantea el problema de la creación inmediata del alma por Dios. En
efecto, se puede dar lugar a pensar que Dios crea el alma en pecado. Agustín vaciló sobre la
solución a dar a esta cuestión, y en algunos momentos parece no excluir la explicación
«traducianista».

Las primeras declaraciones magisteriales

Ofrecemos un breve recorrido histórico:

+++ El sínodo de Cartago del año 411 condenó a Celestio y sus tesis.
+++ El papa Inocencio I, en el 416 (DS 219), afirma la necesidad del bautismo de los niños
para que puedan adquirir el premio de la vida eterna.
+++ El sínodo de Cartago del año 418 (concilio Cartaginense XV o XVI, cf. DS 222) afirma en
el canon 1 la posibilidad de no morir que tuvo Adán antes del pecado, y por consiguiente el
carácter de castigo del pecado que tiene la muerte física. El canon 2 (DS 223) anatematiza a
quienes niegan que los niños hayan de ser bautizados. También anatematiza a quienes dicen
que son bautizados para la remisión de los pecados, pero que no han contraído nada del
«pecado original» (con lo que se convierte en el primer documento oficial en usar el término).
Defiende la praxis del bautismo de los niños y señala que éste es verdaderamente in
remissionem peccatorum, es decir, del pecado original, ya que no lo puede ser de los
personales. El tercer canon señala que no hay lugar intermedio entre el cielo y el infierno,
porque el que no merece ser coheredero de Cristo no puede no ser partícipe del diablo (cf.
DS 224).
+++ Los dos primeros cánones del II concilio provincial de Orange, del año 529, se ocupan
del pecado original (cf. DS 371ss). El primer canon dice que el hombre entero, tanto en su
cuerpo como en su alma, ha cambiado «a peor» como consecuencia del pecado original; se
afirma que no ha quedado ilesa la libertad del alma. El segundo canon señala que el pecado
de Adán no sólo le ha perjudicado a él, sino también a su descendencia, en cuanto le ha
transmitido no sólo la muerte corporal, sino el pecado, que es la muerte del alma.

Tercera etapa: teología medieval (nueva perspectiva)

Esta etapa se caracteriza por los cambios en el enfoque, y sus posiciones se las suele
clasificar en tres tendencias: a) la de inspiración agustiniana, que podríamos denominar
maximalista; b) la anselmiana, minimalista; c) la ecléctica.

1º. Pedro Lombardo se hace eco de la tendencia agustiniana estricta. Opina que el
pecado original es una culpa que se transmite por los padres a todos los que son
engendrados “concupisciblemente” (concupiscentialiter) (se percibe aquí cierto residuo de
traducianismo). Parece identificar la concupiscencia (inclinación al pecado o fomes peccati)
con el pecado mismo.
2º. Con S. Anselmo asistimos a un cambio en la reflexión y planteamiento de la
cuestión del pecado original. Entiende el pecado como una ofensa contra el honor de Dios.
El pecado de Adán lo afecta en primer lugar a él personalmente, pero, en cuanto es cabeza
de la humanidad, y dado que de él teníamos que nacer todos, este pecado es de todos. En
consecuencia, nosotros recibimos la naturaleza humana tal como él la ha tenido después del
pecado, es decir, con la privación de la justicia original. Por esto, el hombre viene al mundo
en un estado distinto al que hubiera debido venir, un estado peor, determinado por esta
falta de la gracia original, por la «ausencia de la justicia debida», a causa del pecado de Adán.
No puede volver por sus fuerzas al estado en que debería hallarse; para ello es necesaria la
redención de Cristo.
S. Anselmo se separa de los que ven en la concupiscencia la esencia del pecado
original. Para él este tiene que ver ante todo con la pérdida de la gracia y la justicia. Afirma
que el pecado original puede ser llamado también «pecado natural», mas «no porque sea
de la esencia de la naturaleza, sino porque es contraído con ella a causa de su corrupción»,
debida a su vez a «la desobediencia de Adán».
Anselmo depura cualquier asomo de traducianismo en la transmisión del pecado: la
generación no es causa, sino condición de la misma: «en Adán la persona ha despojado a la
naturaleza... y la naturaleza, hecha indigente, hace por la misma indigencia pecadores e
injustos a las personas que procrea de sí misma. De este modo pasa el pecado personal de
Adán a todos los que proceden de él naturalmente» (se refiere a la condición humana).
Anselmo también sostiene que «hay una gran diferencia» entre el pecado de Adán y
el original, puesto que «él ha pecado por propia voluntad», mientras que el pecado original
procede «de una necesidad natural»; de donde se infiere que «el pecado de los niños (no
bautizados) es menor que el de Adán».

3º. S. Tomás de Aquino realizará una rica síntesis de las dos tendencias previas,
además de su aportación racional y su precisión terminológica. Resumiendo, su posición
queda como sigue:

+++ El pecado original consiste en un elemento formal (la privación de la justicia


original, factor por el que la voluntad se somete a Dios) y otro material (la concupiscencia).
S. Tomás entiende la concupiscencia como natural al hombre, y por tanto sujeta y controlada
por la razón. Esta deviene contra la naturaleza cuando pierde los límites de la razón, lo que
ocurre con la pérdida de la justicia original, por eso se convierte en pecaminosa.
+++ Para S. Tomás, primero la persona (Adán) infecta a la naturaleza, luego la
naturaleza infecta a la persona. Por eso afirmará que el pecado original es una disposición
(hábito) de la naturaleza que viene de la disolución de la armonía en que consistía el estado
de justicia original.
+++ Respecto al modo de transmisión, S. Tomás piensa en la solidaridad corporativa:
todos los hombres que nacen de Adán pueden considerarse como un solo hombre, en
cuanto que convienen (poseen) en la misma naturaleza. De ahí que sostenga que se trata de
un «pecado de la naturaleza», que sólo es de cada persona en la medida en que recibe la
naturaleza del primer padre (Adán). El pecado que se transmite es sólo el de Adán en cuanto
es de la naturaleza, no los personales de los progenitores; la razón es que éstos engendran
el nuevo ser humano no en cuanto individuos, sino como miembros de la especie.
+++ En lo que atañe a la gravedad del pecado original, S. Tomás estima que, desde
el punto de vista de la intensidad, «el pecado actual es mayor que el original» porque es
voluntario, pero en términos de extensión, el pecado original es mayor que aquél, puesto
que afecta a todos. Afirma que quienes mueren con el pecado original no pueden gozar de
la visión beatífica.
+++ S. Tomás conoce la distinción entre la pena de daño (la privación de la visión de
Dios, pena del pecado original) y la pena de sentido, que es la propia de los pecados
personales. Sostendrá que la privación de la visión de Dios no es experimentada en el caso
de los niños como mal, porque no están ordenados a ella por la naturaleza (conviene
recordar aquí el tema del “sobrenatural” y la posición de S. Tomás).

4º. Con Duns Escoto se va abriendo paso una tendencia extrinsecista, según la cual la
unión de todos los hombres en Adán deriva de un mandato divino, se pierde en cambio, el
sentido de la solidaridad entre los hombres y del influjo que unos ejercen sobre otros. Piensa
que el pecado original es la carencia de la justicia original, pero esta privación no la considera
pecado de «naturaleza»: si el hombre no recibe la justicia que debía poseer es porque Dios
decretó que su concesión iba condicionada a la respuesta positiva a la gracia por parte de
Adán.

Cuarta etapa: los reformadores y Trento

> Los reformadores:

Con la Reforma, la reflexión sobre el pecado original desplazará la concepción


antropológica hacia el pesimismo: el libre arbitrio deviene el «siervo arbitrio» y la bondad de
la naturaleza da paso a la natura corrupta.

1º. Lutero:

Inicialmente Lutero se arrima a las tesis anselmianas: el pecado original es la ausencia de la


justicia original, no la concupiscencia; el bautismo borra aquél, pero no hace desaparecer
esta que, por tanto, no puede ser culpa, sino sólo pena. En cuanto a la transmisión, recurre a
la teoría del decreto divino, obviando la del carácter concupiscente del acto generativo. Pero
muy pronto dará un giro controvertido que hará aparecer un elemento importante en la
reflexión teológica: esta dejará de ser un intento objetivo de comprensión de la fe y la
revelación para desplazarse hacia el reflejo de un subjetivismo exacerbado. En el tema que
nos ocupa (el pecado original), Lutero vació su frustración existencial.

En síntesis, para Lutero:


+++ El pecado original corrompe entera y permanentemente la condición humana. El
pecado es «la privación de toda rectitud y de todas las facultades, tanto del cuerpo como del
alma. Además, es proclividad al mal, náusea del bien, resistencia a la luz y a la sabiduría».
+++ Sostiene que el «pecado permanece» (peccatum manens) y que el bautismo no
lo extingue ni lo mitiga. Lutero extrema su posición al afirmar que «negar que tras el
bautismo el pecado permanece en el niño es pisotear a la vez a Pablo y a Cristo».
+++ La propensión al mal (la concupiscencia) invade al hombre entero, sin dejar
ninguna zona exenta, y constituye su pecado fundamental y lo empuja irresistiblemente a
los pecados actuales.
+++ Así pues, el pecado original corrompe entera y permanentemente la condición
humana. El hombre empecatado ha perdido el libre albedrío y su voluntad está interiormente
flexionada hacia el mal.
+++ El bautismo supone la no imputación del pecado, no su desaparición (peccatum
manens), y la imputación de la justicia de Cristo; el bautizado es, pues, «a la vez justo y
pecador».

2º. Melanchton reitera la doctrina luterana. La definición del pecado original oscila en
él entre la concupiscencia y la carencia de justicia. Calvino, por su parte, endurece el rigor
terminológico de la doctrina: el pecado original es «la depravación y corrupción hereditaria
de nuestra naturaleza», un «vicio propio de cada cual, no un vicio ajeno», que genera una
situación de auténtica alienación. Ambos sostienen las tesis luteranas del peccatum manens
y de los efectos del bautismo, restringidos a la no imputación del mismo. Zwinglio va a optar
por una especie de vía media entre el luteranismo y el catolicismo. Afirmará que lo
transmitido por Adán no es pecado en nosotros, puesto que este requiere la opción de la
voluntad. Sugiere que la herencia adámica está relacionada mediatamente con la
condenación, en cuanto hace germinar en nosotros el «amor propio» (philautía) del que
brotarán los pecados personales: lo que en Adán fue verdadero pecado, al ser transgresión
de un mandato divino, es en sus descendientes «condición», «enfermedad», «calamidad»,
pero no pecado. Considera que el hombre está afectado radicalmente por este amor propio,
de donde, todas decisiones del hombre son pecado. Sugiere que el efecto del bautismo de
los niños es el reconocimiento de los mismos por parte de la Iglesia como nuevos miembros
del pueblo de Dios.

> Trento
Lo primero que hay que decir es que la doctrina del concilio de Trento sobre el pecado
original no se aparta de la tradición, que arranca ya de Pablo, que considera la doctrina del
pecado original como subordinada a la de la redención de Cristo, que afecta a todos los
hombres; de lo que se trata ante todo es de explicar debidamente esta última verdad.
Tampoco su doctrina es sustancialmente nueva en relación con los estadios anteriores de la
Tradición.
El concilio de Trento se ocupó del tema del pecado original en su sesión V. El decreto
correspondiente está fechado el 17 de junio de 1546. Consta de un proemio y seis cánones
(cf. DS 1510-1516). Los cinco primeros cánones tratan directamente del tema del pecado
original, el sexto hace una salvedad respecto de la Virgen María, a la que no quiere aplicarse
nada de lo que en el decreto se dice sobre los demás hombres.

+++ El proemio expone brevemente las razones del decreto.


+++ El primer canon habla del pecado de Adán y las consecuencias que tuvo para él;
de que Dios lo ha creado para comunicarle su amor y su gracia. Consecuencias de su pecado:
pérdida de la «santidad y justicia», que lo ha dejado gravemente afectado, aunque Trento
salvaguarda la relativa integridad de la «naturaleza» humana después del pecado; también
la muerte (que hay que entender en sentido teológico. Trento recupera su sentido bíblico)
es una consecuencia de este pecado. Por último, la enseñanza del canon versa sobre el primer
pecado, no sobre el pecador. Su intención no es definir ni imponer nada sobre la singularidad
histórica de Adán.
+++ El canon 2 se ocupa de las consecuencias del primer pecado para todo el género
humano: la pérdida de la santidad y justicia afecta a todos los hombres; Adán transmite,
además de un estado penal, una situación de pecado, «que es muerte del alma».
+++ El tercer canon comienza con una afirmación central: la absoluta necesidad de
Cristo para la salvación, y en concreto para la remisión del pecado original. Ni las fuerzas de
la naturaleza humana ni ningún otro remedio bastan para ello. Cristo es el único mediador
entre Dios y los hombres que nos reconcilia con Dios en su sangre. Afirma que el sacramento
del bautismo es el medio para que el mérito de Cristo se aplique a los hombres, adultos y
párvulos. Sobre el pecado original afirma que este es uno en su origen (con lo cual se excluye
que haya una pluralidad de pecados que, en cuanto tales, sean «originantes», y que se
imputen al hombre como pecados diversos); que se transmite por propagación y no por
imitación3 (se contrae por el hecho de venir a mundo, por el nacimiento, por medio del cual
se entra en este mundo y en esta historia marcada por el pecado); y está en cada uno como
propio, rechazando así la teoría según la cual el verdadero pecado original era propio sólo
de Adán, mientras que a nosotros se nos imputa extrínsecamente, sin que nos afecte
interiormente. No indica el «cómo» de la presencia en cada uno de este pecado como propio.
+++ El canon 4 trata principalmente del fundamento y de la justificación de la praxis
eclesial del bautismo de los niños. Se condena a quien niega que los niños hayan de ser
bautizados aunque sean hijos de padres bautizados, y también a quienes afirman que los
niños son bautizados para la remisión de los pecados, «pero que no han contraído nada del
pecado original de Adán que sea necesario expiar para conseguir la vida eterna». Por tanto,
los niños son bautizados para la remisión de los pecados «para que en ellos se limpie por la
regeneración lo que por la generación han contraído». En este canon se afirma, por tanto, la
realidad del pecado original en los niños. De manera que Trento confirma la condición

3
En este punto, Ruíz de la Peña afirma que «la generación es vehículo de transmisión del pecado original
porque (y en tanto que) lo es de la condición humana», 149.
pecadora de todos los hombres antes de cualquier decisión personal, y, por consiguiente, la
necesidad que a todos alcanza, incluso a los niños, de Cristo salvador y redentor. Nada se
dice directamente sobre la suerte de los niños muertos sin recibir el bautismo.
+++ El canon 5 es el que más directamente se opone a las doctrinas de los
reformadores. Afirma que la gracia que se confiere en el bautismo perdona el «reato» del
pecado original; esto quiere decir ante todo que elimina cuanto es propia y verdaderamente
pecado, y que este es arrancado, no sólo no imputado o eliminado sólo en lo exterior,
quedando intacta la raíz. De modo que los renacidos por el bautismo, hechos hijos de Dios,
nada les impide la entrada en el cielo. En un segundo momento afirma la permanencia de la
concupiscencia en los bautizados, pero mantiene que esta permanece para el combate y no
puede dañar a quienes no consienten y se oponen a ella mediante la gracia de Jesucristo.
Debido a que en alguna ocasión Pablo llama pecado a la concupiscencia (cf. Rom 6,12ss;
7,7.14-20), el concilio afirma que la Iglesia católica nunca entendió que en los renacidos fuera
propiamente pecado, sino que se la llama así porque proviene del pecado e inclina a él. En
este punto es sabido que entre los teólogos –e incluso entre los Padres de la Iglesia– no hay
un consenso. Trento, sin embargo, optará por indicar que la concupiscencia es inclinación al
mal, que el libre arbitrio está debilitado en sus fuerzas y, por consiguiente, el hombre es
proclive al pecado. Con esto el concilio quiere excluir que la justificación sea meramente
imputada y no real en el hombre.

En síntesis, Trento afirma: a) la existencia del pecado original, «muerte del alma»
(canon 2); b) que afecta interiormente a todos (cánones 2,3,4); c) del que sólo nos puede
liberar la gracia de Cristo, comunicada por el bautismo (cánones 3,4); d) éste borra
totalmente cuanto hay de pecado en el bautizado y, por tanto, la concupiscencia remanente
tras el bautismo no es ya pecado en sentido propio en los bautizados (canon 5); e) la situación
universal de pecado tiene como factor desencadenante la acción histórica de una libertad
humana (canon 1).
Por otra parte, dejó varias cuestiones abiertas: no se dice cómo el pecado de Adán es
propio de cada uno; tampoco se precisa qué es lo que los niños que no han pecado
personalmente «traen» o «contraen» del pecado de Adán; la misma concupiscencia que se
dice experimentar no se define en términos positivos; tampoco quiso definir la «esencia» del
pecado original.

Quinta etapa: postridentina y concilio Vaticano II

+++ Frente a Miguel Bayo (1513-1589) se reafirma dos cosas: 1ª.: que la
concupiscencia, en sí misma, no puede imputarse a pecado mientras no se consienta en ella,
ni siquiera en los no bautizados o en los bautizados pecadores no es en sí misma pecado (cf.
DS 1951 s; 1974-1976). 2ª.: para poder sostener que el pecado original existía en el niño
como tal pecado, Bayo afirmaba que la voluntariedad no pertenece a la esencia del pecado.
Se afirma, por tanto, que el pecado original exige la relación a una voluntad humana (DS
1946s.=D 1046s.).
+++ También se condenó el error jansenista según el cual el hombre ha de hacer
penitencia toda su vida por el pecado original (cf. DS 2319).

Concilio Vaticano II

No se ocupa con detalle del tema. Se refiere a él sobre todo en GS 13. El concilio, en
una postura dialogante con la cultura, parece recoger e integrar las «reflexiones
extrateológicas» en la teología del pecado original, sugiriendo (discreta, pero eficazmente)
que lo que la fe cristiana profesa con esa doctrina no debiera resultar extraño a la mirada
que capta el mundo y la condición humana como son. De este modo, la descripción que
ofrece de la situación creada por el pecado corresponde a la experiencia dolorosa de división
interior que el ser humano constata en su corazón y proyecta en los conflictos históricos. Ya
anteriormente (GS 10) apuntaba a un «desequilibrio fundamental» enraizado «en el corazón
del hombre» y del que derivan «los desequilibrios de que adolece el mundo actual». Este
sentimiento de fractura o desgarramiento en el hombre y en la realidad social delata la
existencia de un desorden radical que se resiste a ser absorbido por una terapéutica
meramente humana y que, por ello, desvela una patética indigencia de salvación. A esa
salvación nos remite el Vaticano II en GS 22,13.

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