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El usurero

En una pequeña ciudad italiana, hace cientos de años, el dueño de un negocio familiar debía una
gran suma de dinero a un prestamista. El usurero era un tipo muy viejo y poco atractivo, que por
casualidad le gustaba la hija del dueño del negocio.

Éste decidió ofrecer al hombre de negocios un trato que borraría completamente la deuda. Sin
embargo, sólo se eliminaría si se casaba con la hija del dueño del negocio.

No hace falta decir que esta propuesta fue recibida con una mirada de disgusto.

El prestamista dijo que colocaría dos piedras en una bolsa: una blanca y otra negra.

La hija tendría que meter la mano en la bolsa y sacar una piedrita. Si era negra, la deuda sería
borrada, pero el prestamista se casaría con la joven. Si era blanca, la deuda también sería borrada,
pero la hija no tendría que casarse con el usurero.

Parado en un sendero, el prestamista se inclinó y cogió dos piedritas.

Mientras él las recogía, la hija se dio cuenta de que había recogido dos piedras negras y las había
metido en la bolsa.

Luego le pidió a la joven que metiera la mano en la bolsa y recogiera una.

Naturalmente, la hija tenía tres opciones en cuanto a lo que podía haber hecho:
 Negarse a recoger una piedra de la bolsa.
 Saca ambas piedras de la bolsa y exponer al usurero por hacer trampa.
 Escoger una piedra de la bolsa sabiendo que es negra y sacrificarse por la libertad de su
padre.
Entonces introdujo su mano y sacó una piedra de la bolsa, y antes de mostrar su color,
"accidentalmente" las dejó caer en medio de los otros guijarros.

Con una sonrisa en su rostro, le dijo al prestamista;

"Oh, qué torpe soy... Pero no importa, si buscas en la bolsa la piedra que queda, sabrás qué color
elegí".

La piedra que quedaba en la bolsa es obviamente negra, y viendo que el usurero no quería ser
expuesto como un tramposo, tuvo que seguirle el juego como si la piedra que la joven dejó caer era
blanca, saldando así la deuda de su padre.
La historia de Dechen: el amor es libre y no podemos controlarlo

Dechen era un aprendiz budista. Vivía feliz en un monasterio situado en lo alto de una montaña
tibetana. Se sentía realmente agradecido de poder participar junto a sus compañeros de una vida
dedicada a la contemplación y a la meditación. Y aprendía con rapidez bajo la tutela de su maestro,
Angmo.
La gran pasión del pequeño Dechen era la jardinería. Le encantaba cuidar de las plantas y flores del
monasterio y mimaba cada uno de los árboles que embellecían el jardín.
Sin embargo, un día de tempestad, Dechen se encontraba fuera, en el campo, recogiendo con su
pequeño cántaro agua de la lluvia. De pronto descubrió una hermosa flor de pétalos frágiles y
blancos y temió que el viento la marchitara.
No se lo pensó dos veces, y arrancó la flor con su raíz para plantarla en una maceta.
– Aquí estarás a salvo- dijo Dechen orgulloso.
Colocó la maceta en su cuarto, junto a la ventana, para que recibiera luz del sol cada mañana.
El joven aprendiz se obsesiona con su flor
Su maestro lo observaba todo, y aunque intuía que algo malo iba a ocurrir, decidió dejar que el
joven aprendiera de su error por sí mismo.
Al principio, la flor parecía lucir bien hermosa junto a su ventana. Dechen solo tenía ojos para ella.
Comenzó a dejar de cuidar el resto del jardín. Se pasaba los días observándola. Más aún cuando de
pronto comenzó a notar que su flor se marchitaba. Entonces, el joven sintió una profunda angustia.
No sabía qué hacer. Permanecía constantemente al lado de su flor. Tal es así, que dejó de ir a los
rezos y de participar de sus tareas diarias.
El maestro Angmo, enfadado y a la vez entristecido, decidió intervenir. Observó que las plantas del
jardín estaban muriendo y entró en el cuarto de Dechen:
– ¡No puedes abandonar todas tus tareas por esta flor!
– No lo entiendes, se está muriendo, me necesita… – dijo muy triste Dechen.
– Tal vez no hayas entendido lo que tu flor necesita. Tal vez la estés regando demasiado mientras
que dejas sin agua a otras flores.
– No, si no la riego tanto…
– No me refiero a ese tipo de agua… Debes soltar el control. Tu flor se siente encerrada.
El resurgir de la flor
Dechen lo comprendió todo… Debía devolver la flor a su lugar natural. No podía poseerla porque
era libre. Y muy a su pesar, decidió soltar las cadenas que le ataban a ella.
El joven aprendiz caminó despacio hacia el lugar donde la encontró y descubrió que habían nacido
muchas otras flores como ella. Entonces, la sacó con cuidado de la maceta y la plantó de nuevo
junto a sus compañeras.
En pocos días, su flor volvió a revivir. Era sin duda la más hermosa. El monje se sentía realmente
feliz, y acudía a diario para admirarla.
Las obsesiones son malas: cuando nos obsesionamos con algo, queremos poseerlo a toda costa,
hacerlo nuestro. Pero cuando lo que amamos y queremos no es un objeto, sino un ser vivo, no
podemos atarlo a nosotros. Debemos dejarle vivir en libertad y disfrutar del cariño que nos ofrece a
cambio.
Una obsesión esclaviza, a quien la siente y a quien la padece. Por eso Dechen, el pequeño monje
aprendiz, deja en un momento dado de acudir a sus obligaciones (en este caso, los rezos). Su
obsesión por la flor es tal, que solo vive para ella, sin darse cuenta de que se convirtió en su esclavo
y que ella, la flor, muere poco a poco por la falta de libertad, porque fue arrancada de su hábitat
natural y trasladada a un lugar que no le corresponde. El apego no es malo si no es enfermizo, si no
resta libertad al otro y si no nos hace daño a nosotros mismos.
«Una obsesión esclaviza a quien la siente y la padece»
El país de las cucharas largas

Un hombre que viajaba mucho y había vivido muchísimas experiencias contó una vez esta historia,
sobre algo extraño que le sucedió:

De entre todos los países que había visitado, recordaba de forma especial  el País de las cucharas
largas. Había llegado a ese país de casualidad. En realidad, iba a Uvilandia Parais, pero en un cruce
de caminos, torció hacia el País de las cucharas largas.

Al final del camino, se encontró con una casa enorme, que estaba dividida en dos pabellones: uno al
oeste y otro al este. Aparcó el coche y salió. Delante de la casa había un cartel que decía: ‘País de
las cucharas largas’. En la casa solo había dos habitaciones: una habitación negra y una habitación
blanca. Un largo pasillo conducía hasta ellas. A la derecha se encontraba la habitación negra y a la
izquierda, la habitación blanca.

Qué había en la habitación negra

Primero torció hacia la habitación negra. Pero de pronto, y antes de llegar a una puerta muy
alta, escuchó algunos quejidos y gritos lastimeros: ‘¡Ayyyyy!- gritaban desde el otro lado de la
puerta.

Los quejidos y gritos de dolor le hicieron dudar, pero siguió adelante, y al entrar,  se encontró una
mesa muy larga, con cientos de personas alrededor. El centro de la mesa estaba lleno de fantásticos
manjares, los platos más suculentos y apetecibles. Pero, aunque cada uno tenía una cuchara con el
mango muy largo atada a la mano, todos se morían de hambre. ¿La razón? Tenían unas cucharas
cuyo mango era el doble de la longitud del brazo. Todos alcanzaban a la comida, pero luego no
podían llevársela a la boca. La situación era desesperante, y los gritos de angustia y hambre de las
personas, le hicieron alejarse a grandes zancadas de allí.

Lo que encontró tras la habitación blanca

Entonces fue a visitar la habitación blanca, justo al lado opuesto. Lo primero que le llamó la
atención al avanzar por el largo pasillo fue el silencio. No escuchaba gritos ni lamentaciones. ¡Cuál
fue su sorpresa al entrar y ver, igual que en la otra sala, una enorme mesa con manjares en el centro!
Todos tenían la misma cuchara larga atada a las manos. Sin embargo, no morían de hambre, porque
cada uno tomaba el alimento del centro y le daba de comer a la persona que tenía enfrente. De esa
forma todos podían comer.

El hombre dio media vuelta y volvió a su coche. Ahora sí, de camino a Parais…

(Del libro ‘Recuentos para Damián’, de Jorge Bucay)


El buscador, un cuento sobre la necesidad de disfrutar de la vida

Este cuento narra la historia de un buscador. Y un buscador es aquel que busca y que no
necesariamente encuentra. Su vida consiste en buscar constantemente. Y esta persona sintió un día
la necesidad de visitar la ciudad de Kammir, así que partió hacia allí sin pensárselo dos veces. 

Llevaba dos días andando cuando el buscador divisó a lo lejos la ciudad de Kammir. Pero antes de
llegar, atravesando una colina, se fijó en un sendero muy estrecho que partía del camino hacia la
derecha. El sendero estaba bordeado de árboles muy verdes y de flores muy hermosas. El buscador
no pudo resistir la tentación de investigar y comenzó a andar por el camino. Además de
graciosas mariposas de colores, el buscador se fijó en que el camino entre los árboles estaba
salpicado de pequeñas piedras blancas. Pero al acercarse a un leyó una inscripción que decía: 

‘Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días’. 

De pronto su alma se entristeció, al darse cuenta de que se trataba de la lápida de un niño. Entonces
se acercó a otra de las piedras y leyó: 

‘Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas’. 

El enigma que entristecía a ‘El buscador’

Pero, ¿cómo era posible? ¿Qué clase de maldición reinaba sobre aquel lugar? ¿Por qué todos morían
tan jóvenes?  Comprobó con una profunda tristeza que todas las piedras pertenecían a niños. El que
más había vivido, solo alcanzaba los once años. 

Y el buscador, totalmente apesadumbrado, se sentó junto a un árbol y rompió a llorar. 


Entonces le vio un lugareño. Se acercó a él y le preguntó:

– ¿Puedo ayudarle? ¿Por qué está tan triste?

– Oh, tal vez pueda explicarme qué mal reina en esta ciudad. ¿Qué hace que mueran tantos niños?
¿Por qué existe este extenso cementerio infantil?

El hombre entonces sonrió y le dijo:

– No tema, no existe ningún maleficio. Verá, se lo explicaré: en este lugar tenemos una tradición.
Cuando los niños cumplen 15 años, pensamos que comienza su etapa adulta y se les entrega como
regalo una libreta como la que llevo colgada del cuello- Y el hombre le mostró su libreta- En ella
debe apuntar todos los momentos maravillosos que ha vivido y el tiempo que duró.

En la hoja de la izquierda se anota el acontecimiento que le hizo feliz y a la derecha, cuánto duró
ese momento de felicidad. Por ejemplo, el momento del primer amor, un viaje que te hizo feliz, el
nacimiento de un hijo… Al final, cuando esta persona muere, se abre su libreta y se suma todo el
tiempo que esa persona realmente vivió en felicidad, todo el tiempo disfrutado. Y esa es su edad
real de vida. 

El buscador entonces se quedó realmente impresionado ante el pensamiento tan profundo y sabio de
aquella gente.
El Eco de la vida
Un niño paseaba con su padre por la montaña. El niño se cayó y se golpeó. Entonces gritó:
- ¡Ayyyy!
De pronto, oyó una voz lejana que repetía su grito:
- Ayyyy...ayyyyy...yyyyy
- ¿Quién anda ahí?
Y de nuevo la voz le contestó:
- '¿Quién anda ahí...ahí...ahí?
El niño, molesto por comprobar que repetían lo que decía, gritó:
- 'Cobarde'
Entonces la voz le contestó:
- '¡Cobardeeeee!'
El niño miró a su padre con cara de asombro y le preguntó:
-¿Papá, ¿qué pasa?
Y su padre le contestó sonriendo:
- No es nada, mira, voy a gritar yo, a ver qué pasa:
- ¡Te admiro!
Y entonces la voz respondió:
- 'Te admirooooo'
El padre del pequeño volvió a decir:
- ¡Te quiero!
Y la voz esta vez dijo:
- 'Te quieroooo'
El padre le explicó a su hijo:
- Este es el eco. Repite todo lo que dices. Pero en realidad es la vida. La vida te devuelve todo lo
que le das. Si tratas a los demás con bondad, recibirás bondad. Si les insultas, recibirás insultos. Así
que ya sabes lo que debes hacer: si quieres que haya felicidad en ti, preocúpate de hacer a los demás
felices. Si quieres que haya amor, ofrece amor.

Y ambos, padre e hijo, siguieron andando por la montaña.


El día en que todo salió mal

Cada vez que necesito ayuda como madre, recuerdo a mi propia madre y a mi abuela, mujeres que
plantaron semillas de sabiduría en mi alma.

Hace unos días, llegué a casa y encontré una carta de advertencia de una planilla de luz sin pagar, el
estado de cuenta de mi tarjeta de crédito y varias facturas atrasadas

Además, mi hijo Tommy, de 15 años, se quejaba de un mal corte de cabello. Tuvo que aguantar
todo el día que otros estudiantes del colegio lo llamaran "calvo".

Lisa, mi segunda hija, se sentía devastada, pues, aunque había estudiado mucho para la prueba final
del séptimo grado, le habían faltado dos decimales para no reprobar.

Por último, Jenni, en su primer año de escuela, había sido "víctima" de la timidez al momento de
realizar una lectura frente a toda la clase.

Miré los rostros desconsolados de mis hijos, y fue entonces cuando la imagen de mi abuela vino
sonriendo mi cabeza. Entonces dije:

Muy bien, ¿saben qué día es hoy? Es "un día en que todo salió mal “¡Vamos a celebrarlo!

Me miraron, sorprendidos y con curiosidad. Continué: "Mi abuela siempre decía que aprendemos
más de nuestros errores, que de nuestros éxitos. Siempre nos decía que cuando uno más se equivoca
o las cosas le salen mal, es cuando existe mayor oportunidad de superarse y triunfar".

Esta fue la primera de muchas otras fiestas por "las cosas que no funcionaron". En medio de la
tragedia, buscamos siempre una excusa para celebrar, en lugar de angustiarnos por lo que habíamos
sufrido.

Espero haber plantado en las almas de mis hijos las semillas recogidas por la sabiduría de las
mujeres queme precedieron. Y que estas semillas se extiendan en sus propios jardines algún día.
La vida es un jardín

En una pequeña aldea de los Alpes Suizos, Hans, un simpático anciano de más de 80 años, jardinero
de profesión, se había convertido en la atracción de los turistas. Su aspecto bonachón, su buen
humor, y, sobre todo, su sabiduría natural, hacían que todos quisieran pasar un tiempo con él,
mientras trabajaba la tierra y mantenía los jardines de la plaza del pueblo. Un día, llegó un
contingente de ejecutivos, de paso hacia una convención. Atraídos por la belleza natural, comieron,
pasearon y de regreso descansaron en la plaza. Al ver que estaba rodeado de niños, jóvenes, adultos
y ancianos, se acercaron a ver qué pasaba. Y allí́ estaba Hans, respondiendo las preguntas que le
hacían, con parábolas sobre su profesión de jardinero y la vida. Entonces, les dijo: “La vida es un
jardín. Lo que siembres en ella, eso te devolverá́ . Así́ que elige semillas buenas, riega las y con
seguridad tendrás las flores más hermosas. Cada acto, palabra, sonrisa o mirada, es una semilla.
Procura, entonces, que caiga tu semilla en el surco abierto del corazón de los hombres y vigila su
futuro. Procura, además, que sea como el trigo que da pan a los pueblos, y no produce espinas y
cizaña que dejan estériles las almas. Muchas veces sembraras en el dolor, pero esa siembra traerá́
frutos de gozo. A menudo sembraras llorando, pero, ¿quién sabe si tu semilla no necesita del riego
de tus lágrimas para que germine? No tomes las tormentas como castigos. Piensa que los vientos
fuertes harán que tus raíces se hagan más profundas, para que tu rosal resista mejor loque habrá́ de
venir. Y, cuando tus hojas caigan, no te lamentes; serán tu propio abono, reverdecerás y tendrás
flores nuevas.

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