Poder y Resistencia en Michel Foucault (Por Reinaldo Giraldo Díaz)
Poder y Resistencia en Michel Foucault (Por Reinaldo Giraldo Díaz)
Poder y Resistencia en Michel Foucault (Por Reinaldo Giraldo Díaz)
En este artículo se hace una pesquisa sobre las nociones de poder y resistencia en
el llamado período genealógico del pensador francés. La hipótesis que orienta este
trabajo considera que la pregunta por la resistencia es la pregunta por la vida y que
la vida es la apuesta de las luchas políticas, económicas y sociales, y es aquello
que nos lleva a pensar que es necesario e inaplazable crear una sociedad
cualitativamente distinta, transformar las relaciones sociales y cambiarnos a
nosotros mismos.
«Poder y Resistencia en Michel Foucault» ofrece un análisis del poder y la
resistencia desde las obras Vigilar y castigar hasta las elaboraciones del primer
volumen de Historia de la sexualidad. La voluntad de saber. En este periodo,
denominado como genealógico, la resistencia no es reactiva ni negativa, es un
proceso de creación y de transformación permanente; desempeña, en las
relaciones de poder, el papel de adversario, de blanco, de apoyo, de saliente para
una aprehensión. Los puntos de resistencia están presentes en todas partes dentro
de la red de poder, es decir, donde hay poder hay resistencia.
No nos referimos a las concepciones de poder y de resistencia que el autor
desarrolla en el período arqueológico y, más exactamente, en Historia de la locura
en la época clásica; sin embargo, en la primera parte del artículo se muestra el paso
de una concepción negativa del poder en este período a una positiva y productiva
en el período genealógico. Luego, se analiza el funcionamiento de este poder
positivo en la sociedad disciplinaria, sociedad en la que surge un saber de vigilancia
que se organiza en torno de la norma para el control de los individuos durante su
existencia. Después, se sitúa el acontecimiento del pasaje de la sociedad
disciplinaria a la sociedad de control y el surgimiento de un nuevo paradigma de
poder, el cual se define por las tecnologías que reconocen a la sociedad como el
ámbito del biopoder. Una vez presentados estos planteamientos teóricos del
pensador francés, se trata la conexión entre resistencia, creación y vida. Al final, a
manera de colofón, se hace una digresión sobre la relación entre resistencia y
poder.
Poder
Las obras de Michel Foucault pueden ser puestas en sintonía como elementos de
un mismo proyecto filosófico que consiste en la elaboración de una historia general
de las diversas modalidades de constitución y configuración de los sujetos en la
sociedad moderna. En los años 60, al introducir el análisis arqueológico Foucault
inscribe el tema del sujeto en sus problematizaciones sobre el saber. Esta
perspectiva será modificada en su análisis genealógico (década de los 70) al
considerar el tema del sujeto en el problema del poder. En los primeros años de la
década del 80 modifica esta perspectiva al estudiar el tema del sujeto en sus
elaboraciones sobre el gobierno de sí. En el horizonte de su intento por desvelar el
estatuto del sujeto moderno, el poder y la resistencia son preocupaciones
constantes que aparecen a lo largo de su itinerario filosófico de distintas formas.
Sociedad disciplinaria
La sociedad disciplinaria se caracteriza porque el régimen de producción de verdad
se constituye a través de una red de dispositivos y aparatos que producen y regulan
tanto costumbres como hábitos y prácticas sociales. La sociedad disciplinaria se
pone en marcha a través del aseguramiento de la obediencia a sus reglas,
procedimientos y mecanismos de inclusión y de exclusión, aseguramiento que se
logra por medio de instituciones disciplinarias como la prisión, la fábrica, el asilo, el
hospital, la universidad y la escuela, las cuales estructuran el terreno social y
presentan lógicas adecuadas a la «razón» de la disciplina.
En Vigilar y castigar Foucault muestra cómo, a partir del siglo XVII y XVIII, existió
un verdadero desbloqueo tecnológico de la productividad del poder; las monarquías
de la Época Clásica además de grandes aparatos de Estado, como ejército, policía
y administración fiscal, instauraron procedimientos que permiten hacer circular los
efectos de poder de forma a la vez continua, ininterrumpida, individualizada por todo
el cuerpo social (Foucault, 1984:36). El poder no se posee, funciona; no es una
propiedad, ni una cosa, por lo cual no se puede aprehender ni conquistar; no se
conquista, sino que es una estrategia. Tampoco es unívoco, ni es siempre igual ni
se ejerce siempre de la misma manera, ni tiene continuidad; el poder es una red
imbricada de relaciones estratégicas complejas, las cuales hay que seguir al detalle
(microfísica). El poder no está, pues, localizado, es un efecto de conjunto que invade
todas las relaciones sociales.
El examen disciplinario combina tanto la técnica de la jerarquía que vigila como las
técnicas de la sanción normalizadora, es una mirada normalizante, una vigilancia
que califica, clasifica, castiga. Todas estas funciones del examen procuran que esté
altamente ritualizado; el examen también lleva consigo todo un mecanismo que une
a cierta forma de ejercicio de poder cierto tipo de formación de saber. El examen es
la técnica por la cual el poder, en lugar de emitir los signos de su potencia, en lugar
de imponer su manera a sus sometidos, mantiene a estos en un movimiento de
objetivación. La disciplina tiene su propio tipo de ceremonia. No es el triunfo, sino la
revista, el desfile, forma fastuosa del examen.
Sociedades de control
Las investigaciones que realiza Michel Foucault sobre el poder permiten ver el
pasaje histórico de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control.1 En la
sociedad del control los mecanismos de gobierno son más «democráticos»,
inmanentes al campo social y se distribuyen a través de los cuerpos y las mentes
de los hombres; los comportamientos de inclusión y exclusión social adecuados
para gobernar son cada vez más interiorizados dentro de los propios sujetos.
El poder se ejerce por medio de máquinas que organizan las mentes (en sistemas
de comunicaciones, redes de información, etc.) y los cuerpos (en sistemas de
bienestar, actividades monitoreadas, etc.) hacia un estado de alienación autónoma
del sentido de la vida y el deseo de la creatividad (Hardt y Negri, 2001:166). La
sociedad de control intensifica y generaliza los aparatos normalizadores del
disciplinamiento, que animan internamente nuestras prácticas comunes y
cotidianas, pero, en contraste con la disciplina, este control se extiende muy por
fuera de los sitios estructurados de las instituciones sociales, por medio de redes
flexibles y fluctuantes. Las sociedades de control están sustituyendo a las
1El paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control no está elaborado explícitamente por
Michel Foucault; sin embargo, se encuentra implícito. En este punto seguimos la interpretación de
Gilles Deleuze, quien considera que Foucault conocía la brevedad del modelo disciplinario, modelo
que entra en crisis y se resuelve en provecho de otras fuerzas que se están asentando lentamente
desde la Segunda Guerra Mundial. Actualmente, las sociedades de control están sustituyendo a las
sociedades disciplinarias. Véase Gilles Deleuze. Foucault. 1ª ed., trad. José Vásquez Pérez,
Barcelona, Paidós, 1987; y «Postscriptum sur les sociétés de contrôle» (Paris: Minuit, 1990).
sociedades disciplinarias, por lo cual, en adelante habrá que inscribirse en luchas
políticas específicas, en resistencias que no son marginales o el lado bueno de las
relaciones de poder, sino activas en el centro de una sociedad que se abre en redes.
La estrategia de la biopolítica decide lo que debe vivir y lo que debe morir: el racismo
es lo que permite fragmentar esta masa que domina el biopoder, dividirla entre lo
normal de la especie y lo degenerado; así se justifica la muerte del otro, en la medida
en que amenaza a la raza (no ya al individuo). Se puede matar lo que es peligroso
para la población. La raza, el racismo, son -en una sociedad de normalización- la
condición de aceptabilidad de matar. Y «matar» no se refiere solamente al asesinato
directo, sino, también a todo lo que puede ser muerte indirecta, es decir, al hecho
de exponer a la muerte o de multiplicar para algunos el riesgo de muerte, o más
simplemente la muerte política, la expulsión. El Estado funciona teniendo como base
el biopoder; a partir de este hecho, la función homicida del Estado queda asegurada
por el racismo (Foucault, 1991:19).
Foucault distingue dos modelos de poder: el modelo de la peste que funciona por
exclusión y el modelo de la lepra basado en el control (Foucault, 2001:55- 59). Son
modelos que idearon los siglos pasados y configuran lo que hoy son las sociedades
modernas. El modelo de la peste es el modelo ideal de las sociedades disciplinarias,
del dispositivo de poder disciplinario, donde el espacio está recortado, cerrado,
continuamente vigilado y controlado. Los lugares son asignados funcionalmente. En
este espacio los individuos son puestos en lugares fijos donde se vigilan los
menores movimientos. Este modelo se basa en el orden, en el ordenamiento que
prescribe a cada uno su lugar, el lugar de la mujer, del loco, del estudiante, del
enfermo mental, etc. Donde se prescribe a cada cual su lugar, su bien, cual le
corresponde a cada uno, y cual es el camino para conseguirlo. Este modelo de la
peste, característico de la sociedad disciplinaria se opone en principio al modelo de
la lepra.
Desde el siglo XIX, la toma de poder sobre el hombre como ser vivo y sobre la vida,
hace que la vida se convierta en objeto del poder y que se estatalice lo biológico. La
razón de Estado domina la biopolítica, es decir, los mecanismos, las técnicas, las
tecnologías y los procedimientos por los cuales se dirige la conducta de los seres
humanos mediante una tecnología gubernamental, «el Estado, en su supervivencia
y en sus límites, no puede entenderse más que a partir de las tácticas generales de
la gubernamentalidad» (Foucault, 1981:25-26).
Lo que se reivindica y sirve de objetivo a las luchas políticas es la vida, por lo cual,
el nuevo plano de la militancia, su extraordinaria forma de manifestarse es, en
consecuencia, la militancia biopolítica, es la oposición de un cuerpo plenamente
incapaz de someterse al comando, un cuerpo que no se adapta a la vida familiar, ni
a la fábrica, ni a las regulaciones de la vida sexual convencional. El concepto de
biopoder expresa el acontecimiento por el cual, a partir del siglo XVII, la vida surge
como objeto de gobierno mediante un vínculo que se establece en doble sentido,
entre la anatomopolítica –mediante la cual los cuerpos son disciplinados y
controlados–, y una biopolítica de las poblaciones que quiere garantizar la
supervivencia de la especie; la demografía y la salud pública hacen parte de este
dispositivo. La estrategia de pacificación también opera con un vínculo en doble
sentido, el que se establece entre el diálogo y el genocidio, este último como forma
de intimidación colectiva que tiene por objeto la re-territorialización mediante el
sufrimiento en masa.
La obra de Foucault permite reconocer la naturaleza biopolítica de este nuevo
paradigma de poder que se ejerce sobre la vida y se presenta de dos formas: el
cuerpo máquina y el cuerpo especie. La más alta función de este poder es infiltrar
cada vez más la vida, y su objetivo primario es administrarla. El biopoder, pues, se
refiere a una situación en la cual el objetivo del poder es la producción y
reproducción de la vida misma. La vida es la apuesta de las luchas políticas y
económicas; y lo es porque la entrada de la vida en la historia corresponde al
Capitalismo: desde fines del siglo XVIII los dispositivos de poder y de saber tienen
como función el control de la vida. Las técnicas de poder cambian en el preciso
momento en que la economía (gobierno de la familia) y la política (gobierno de la
polis) se integran la una en la otra, es decir, «el paso de un arte de gobierno a una
ciencia política, de un régimen dominado por la estructura de la soberanía a otro
dominado por las técnicas de gobierno se opera en el siglo XVIII en torno a la
población y en torno al nacimiento de la economía política» (Foucault, 1981:23).
El biopoder conlleva dos novedades, la primera es que la clásica teoría del derecho
sólo funciona con base a dos elementos, a saber, el individuo y la sociedad. Las
disciplinas solamente tratan al individuo. En cambio, el biopoder trabaja con el
concepto de población tanto como problema político como científico. La segunda
novedad es que los fenómenos considerados (morbilidad, calidad de vida, etc.), son
colectivos, solamente son pertinentes a nivel de masas, con efectos económicos y
políticos sólo en masa considerados.
En el curso del 7 de enero de 1976 Michel Foucault plantea que el poder es la guerra
continuada por otros medios (invirtiendo así la afirmación clásica de Clausewitz) y
sugiere que las relaciones de poder tal y como funcionan en la sociedad
contemporánea se establecieron en un momento históricamente localizable de la
guerra (Foucault, 1978:144-145). Si el poder político procura el cese de una guerra
es sólo para perpetuar la relación de fuerza instaurada inscribiéndola en las
instituciones, en las desigualdades económicas, en el discurso, en el cuerpo. El
ejercicio del poder, es decir, la lucha política, las modificaciones de las relaciones
de fuerza, los refuerzos, los enfrentamientos por el poder se dan indefinidamente
como guerra continua. Estas relaciones de poder múltiples atraviesan, caracterizan
y constituyen el campo social. Por ello, la resistencia, como respuesta al ejercicio
del poder sobre el cuerpo, las afecciones, los afectos, las acciones, es constitutiva
de las relaciones de poder, aparece en distintos puntos del entramado social como
fuerza que puede resistir al poder que intenta dominarla, pues, la finalidad de este
poder es infiltrar cada vez con mayor profundidad la existencia humana, tanto a nivel
individual como a nivel de la especie; su objetivo primordial es administrar la vida
humana.
Desde este punto de vista, el poder es básicamente guerra, de manera que queda
invertida la afirmación de Clausewitz según la cual la guerra es la continuación de
la política por otros medios. A partir de aquí encontramos una desvalorización del
concepto de represión, ya que para Foucault los mecanismos de las formaciones
de poder van mucho más allá de esta simple noción; en su lugar, elige la guerra
como principio de análisis de las relaciones de poder, poniéndolo en relación con el
Derecho y con la verdad (entendida como efecto producido por el poder).
Las resistencias, por tanto, ya no son marginales sino activas en el centro de una
sociedad que se abre en redes; no existen más que los militantes capaces de vivir
la miseria del mundo hasta el final, de identificar las nuevas formas de explotación,
dominación y sujeción. Así se puede ver en el texto El sujeto y el poder, donde
Foucault sostiene que aunque se ha visto bastante enredado con el tema del poder
no ha sido este el tema de sus investigaciones sino el sujeto (Foucault, 1991:57).
Este enredo de Foucault con el poder se dio porque no existían instrumentos de
estudio suficientes para las relaciones de poder, pues, para estudiar la cuestión del
poder sólo se podía recurrir a dos modelos, el jurídico y el institucional.
Foucault realiza entonces una conceptualización crítica del poder, pues, lo que se
necesita es una nueva economía de las relaciones de poder, un camino que
implique más relaciones entre teoría y práctica. Este camino consiste en tomar como
punto de partida las formas de resistencia contra diferentes formas de poder; es
decir, que antes que analizar el poder a partir del punto de vista de su racionalidad
interna, se trata de analizar las relaciones de poder a través del antagonismo de las
estrategias. El análisis de las resistencias al panóptico en términos de táctica y de
estrategia no tiene como finalidad mostrar que el poder es anónimo y victorioso
siempre. Se trata, por el contrario «de señalar las posiciones y los modos de acción
de cada uno, las posibilidades de resistencia y de contra-ataque de unos y otros»
(Foucault, 1980).
Como punto de partida Foucault toma una serie de oposiciones que se han
desarrollado en los últimos años: «oposición al poder de los hombres sobre las
mujeres, de los padres sobre los hijos, de la psiquiatría sobre el enfermo mental, de
la medicina sobre la población, de la administración sobre las formas de vida de la
gente» (Foucault, 1991:57).
A manera de colofón
La fuerza por principio no es algo aislado o singular, sino que fundamentalmente
está en relación con otras fuerzas, es decir, que toda fuerza ya es relación de poder.
La condición de posibilidad del poder, en todo caso el punto de vista que permite
volver inteligible su ejercicio no debe ser buscado en la existencia primera de un
punto central, en un foco único de soberanía del cual irradiarían formas derivadas y
descendientes; son los soportes móviles de las relaciones de fuerzas los que sin
cesar inducen, por su desigualdad, estados de poder pero siempre locales e
inestables. Omnipresencia del poder: no porque tenga el privilegio de reagruparlo
todo bajo su invencible unidad, sino porque se está produciendo a cada instante, en
todos los puntos, o más bien en toda relación de un punto con otro. El poder está
en todas partes, no es que lo englobe todo, sino que viene de todas partes.
Los puntos de resistencia están presentes en todas partes dentro de la red de poder.
Es decir, donde hay poder hay resistencia. Respecto del poder no existe, pues, un
lugar del gran Rechazo –alma de la revuelta, foco de todas las rebeliones, ley pura
del revolucionario. En efecto, un encadenamiento de fuerzas presenta, al lado (o
mas bien frente a frente) de las singularidades de poder que corresponden a esas
relaciones, las singularidades de resistencia, esos «puntos, nudos o focos» que se
efectúan a su vez en los estratos, a fin de hacer que en ellos el cambio sea posible.
Es más, la última palabra del poder es que la resistencia es primera, en la medida
que las relaciones de poder tienden a preservar los estados de dominación,
mientras que las resistencias constituyen el otro término en las relaciones de poder,
es decir, están necesariamente en una relación directa con el afuera del que
proceden las dominaciones. Por eso un campo social, más que estrategizar, resiste.
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