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Poder y Resistencia en Michel Foucault (Por Reinaldo Giraldo Díaz)

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Poder y resistencia en Michel Foucault

Por Reinaldo Giraldo Díaz

Aquí estamos, siempre con la misma incapacidad para franquear la


línea para pasar del otro lado. Siempre la misma
elección del lado del poder de lo que dice o hace decir.
Michel Foucault, La vida de los hombres infames.

Sueño con el intelectual destructor de evidencias y universalismos,


el que señala e indica en las sujeciones del presente los puntos
débiles, las aperturas, las líneas de fuerza, el que se desplaza
incesantemente y no sabe a ciencia cierta dónde estará ni que
pasará mañana, pues tiene centrada toda su atención en el
presente, el que contribuya allí por donde pasa a plantear la
pregunta de si la revolución vale la pena (y qué revolución y qué
esfuerzo es el que vale) teniendo en cuenta que a esa pregunta sólo
podrán responder quienes acepten arriesgar su vida para hacerla.
Michel Foucault, No al sexo rey.
Resumen
En este artículo se analizan los conceptos de poder y resistencia en las obras del
período genealógico de Michel Foucault, es decir, después de El orden del discurso,
texto programático y hasta el primer volumen de Historia de la Sexualidad. La
voluntad de saber. El artículo realiza sobre todo una elaboración de las
concepciones de Foucault sobre el poder y la resistencia en las sociedades
disciplinarias y en las sociedades de control. Contrario a lo que sostienen los críticos
de Foucault, en este artículo se considera que la resistencia no es negativa, ni
reactiva. Nuestra hipótesis de trabajo es que para el pensador francés la resistencia
es creativa, productiva y anterior al poder. Palabras clave: Vida, resistencia,
creación, poder, biopoder, biopolítica, gubernamentalidad, sociedad disciplinaria,
sociedades de control.

En este artículo se hace una pesquisa sobre las nociones de poder y resistencia en
el llamado período genealógico del pensador francés. La hipótesis que orienta este
trabajo considera que la pregunta por la resistencia es la pregunta por la vida y que
la vida es la apuesta de las luchas políticas, económicas y sociales, y es aquello
que nos lleva a pensar que es necesario e inaplazable crear una sociedad
cualitativamente distinta, transformar las relaciones sociales y cambiarnos a
nosotros mismos.
«Poder y Resistencia en Michel Foucault» ofrece un análisis del poder y la
resistencia desde las obras Vigilar y castigar hasta las elaboraciones del primer
volumen de Historia de la sexualidad. La voluntad de saber. En este periodo,
denominado como genealógico, la resistencia no es reactiva ni negativa, es un
proceso de creación y de transformación permanente; desempeña, en las
relaciones de poder, el papel de adversario, de blanco, de apoyo, de saliente para
una aprehensión. Los puntos de resistencia están presentes en todas partes dentro
de la red de poder, es decir, donde hay poder hay resistencia.
No nos referimos a las concepciones de poder y de resistencia que el autor
desarrolla en el período arqueológico y, más exactamente, en Historia de la locura
en la época clásica; sin embargo, en la primera parte del artículo se muestra el paso
de una concepción negativa del poder en este período a una positiva y productiva
en el período genealógico. Luego, se analiza el funcionamiento de este poder
positivo en la sociedad disciplinaria, sociedad en la que surge un saber de vigilancia
que se organiza en torno de la norma para el control de los individuos durante su
existencia. Después, se sitúa el acontecimiento del pasaje de la sociedad
disciplinaria a la sociedad de control y el surgimiento de un nuevo paradigma de
poder, el cual se define por las tecnologías que reconocen a la sociedad como el
ámbito del biopoder. Una vez presentados estos planteamientos teóricos del
pensador francés, se trata la conexión entre resistencia, creación y vida. Al final, a
manera de colofón, se hace una digresión sobre la relación entre resistencia y
poder.

Poder
Las obras de Michel Foucault pueden ser puestas en sintonía como elementos de
un mismo proyecto filosófico que consiste en la elaboración de una historia general
de las diversas modalidades de constitución y configuración de los sujetos en la
sociedad moderna. En los años 60, al introducir el análisis arqueológico Foucault
inscribe el tema del sujeto en sus problematizaciones sobre el saber. Esta
perspectiva será modificada en su análisis genealógico (década de los 70) al
considerar el tema del sujeto en el problema del poder. En los primeros años de la
década del 80 modifica esta perspectiva al estudiar el tema del sujeto en sus
elaboraciones sobre el gobierno de sí. En el horizonte de su intento por desvelar el
estatuto del sujeto moderno, el poder y la resistencia son preocupaciones
constantes que aparecen a lo largo de su itinerario filosófico de distintas formas.

En este artículo se considera el llamado período genealógico de Michel Foucault.


Después de El orden del discurso, texto programático, Foucault encuentra
innecesario describir el poder en términos negativos, como lo que excluye, reprime,
inhibe, censura, abstrae, enmascara, y esconde. Deja de entender el poder
mediante el modelo jurídico, centrado en el Rey y en los aparatos normativos del
Estado y realiza un desplazamiento de esa concepción jurídica del poder, negativa
y represiva (que despliega en Historia de la locura en la época clásica), a una
productiva, creativa del poder. Al pasar de una concepción negativa a una positiva
de poder, aunque cambia su noción de resistencia, no la concibe de manera
negativa, sino como un proceso de creación y de transformación permanente; la
resistencia no es una sustancia y no es anterior al poder, es coextensiva al poder,
tan móvil, tan inventiva y tan productiva como él; existe sólo en acto como
despliegue de fuerza, como lucha, como guerra.

Michel Foucault considera insuficiente la crítica que se hace de la sociedad a partir


de las nociones de ideología y represión, las cuales presuponen un papel
determinante del Estado y la economía, pues, reducen lo político, descuidan las
relaciones de poder que están entre lo más oculto del cuerpo social y conducen a
un naturalismo o a una cierta teoría o creencia según la cual por debajo del poder,
sus violencias y sus artificios, sería posible encontrar las cosas mismas en su
vivacidad primitiva.

Esta preocupación de Foucault por el funcionamiento del poder comienza a partir


de una serie de experiencias iniciadas en 1968, a propósito de la psiquiatría, la
delincuencia, la escolaridad, que hicieron las veces de desbloqueo político y
pusieron un campo de análisis nuevo a su disposición. Los acontecimientos de
Mayo del 68 mostraron a los intelectuales franceses que era posible una crítica a la
sociedad capitalista diferente a la realizada por las orientaciones marxistas
contemporáneas.

Diversos grupos que no estaban asociados con el «proletariado» detonaron el


estallido de protesta. Estudiantes, artesanos, trabajadores industriales,
homosexuales, feministas, jóvenes obreros fabriles recurrieron a nuevos métodos
de acción a través de los cuales buscaban fundamentalmente poner de manifiesto
la debilidad del orden establecido (sin las pretensiones de derribar al gobierno o de
adueñarse del poder). Implantaron nuevas formas organizativas democráticas como
el Comité de Acción, rechazaban todas las formas no democráticas de organización
social, criticaban todos los sectores de la vida cotidiana y no sólo la fábrica,
reclamaban la autogestión y un papel creativo en toda la actividad social.

A comienzos de la década del 70 surgieron diversos movimientos como respuesta


a los sucesos de mayo del 68, tales como el movimiento feminista, el movimiento
de liberación de los homosexuales, el movimiento de reforma de las cárceles, el
movimiento ecologista y antinuclear, el movimiento de anti-psiquiatría y distintos
movimientos regionalistas. Algunos pensadores como Foucault, Deleuze, Guattari,
Castoriadis, Lefort, Lyotard, Baudrillard, Morin y Lefèbvre tomaron esta situación
con mucha seriedad y revisaron su propio pensamiento en función de la nueva
exigencia política.

Foucault se había preocupado por el problema de la significación y se había


formado en la escuela de la fenomenología, en el análisis de las significaciones
implícitas, en la percepción y en la historia, pues, «el horizonte filosófico de la época
inmediatamente posterior a la Segunda guerra mundial es algo así como una
fenomenología marxista, que remite a la vez al sujeto constituyente y a la ideología,
al juego de las superestructuras e infraestructuras» (Margot, 1995:209-210).
Después de mayo del 68 para Foucault los temas del poder y de la dominación
pasaron al primer plano. Desde su alocución inaugural en el Collége de France en
1970, Foucault comenzó a insistir en la conexión entre razón y poder. En adelante
no estudiará solamente los sistemas de exclusión, lo que la razón reprime, es decir,
la función negativa, excluyente y represora del poder sino su fuerza positiva y
productiva. Es así como en la obra Vigilar y Castigar describe el modo en que las
relaciones de poder se instauran en un contexto histórico, político y económico
determinado: el surgimiento de la Sociedad Disciplinaria. La particularidad de estas
relaciones de poder implica superar la subordinación del poder a la instancia
económica, a la ideología y al juego de las superestructuras e infraestructuras, lo
mismo que dejar de remitir dicho poder al sujeto constituyente; cuestiones estas que
proceden de un cierto marxismo y una cierta fenomenología.

La derecha, nos dice Foucault, se planteaba el problema del poder únicamente en


términos de constitución, de soberanía, es decir, en términos jurídicos y el marxismo
en términos de aparato de Estado. «El modo como se ejercía concretamente y en
el detalle, con su especificidad, sus técnicas y sus tácticas no se buscaba; bastaba
con denunciarlo en el “otro”, en el adversario, de un modo a la vez polémico y global:
el poder en el socialismo soviético era denominado por sus adversarios
totalitarismos; y en el capitalismo occidental, era denunciado por los marxistas como
dominación de clase, pero nunca se analizaba la mecánica del poder» (Foucault,
1994:134).

Sociedad disciplinaria
La sociedad disciplinaria se caracteriza porque el régimen de producción de verdad
se constituye a través de una red de dispositivos y aparatos que producen y regulan
tanto costumbres como hábitos y prácticas sociales. La sociedad disciplinaria se
pone en marcha a través del aseguramiento de la obediencia a sus reglas,
procedimientos y mecanismos de inclusión y de exclusión, aseguramiento que se
logra por medio de instituciones disciplinarias como la prisión, la fábrica, el asilo, el
hospital, la universidad y la escuela, las cuales estructuran el terreno social y
presentan lógicas adecuadas a la «razón» de la disciplina.

En Vigilar y castigar Foucault muestra cómo, a partir del siglo XVII y XVIII, existió
un verdadero desbloqueo tecnológico de la productividad del poder; las monarquías
de la Época Clásica además de grandes aparatos de Estado, como ejército, policía
y administración fiscal, instauraron procedimientos que permiten hacer circular los
efectos de poder de forma a la vez continua, ininterrumpida, individualizada por todo
el cuerpo social (Foucault, 1984:36). El poder no se posee, funciona; no es una
propiedad, ni una cosa, por lo cual no se puede aprehender ni conquistar; no se
conquista, sino que es una estrategia. Tampoco es unívoco, ni es siempre igual ni
se ejerce siempre de la misma manera, ni tiene continuidad; el poder es una red
imbricada de relaciones estratégicas complejas, las cuales hay que seguir al detalle
(microfísica). El poder no está, pues, localizado, es un efecto de conjunto que invade
todas las relaciones sociales.

El poder no se subordina a las estructuras económicas. No actúa por represión sino


por normalización, por lo cual no se limita a la exclusión ni a la prohibición, ni se
expresa ni está prioritariamente en la ley. El poder produce positivamente sujetos,
discursos, saberes, verdades, realidades que penetran todos los nexos sociales,
razón por la cual no está localizado, sino en multiplicidad de redes de poder en
constante transformación, las cuales se conectan e interrelacionan entre las
diferentes estrategias.

Foucault estudia el surgimiento y la extensión de las formas de disciplina en cuanto


que tecnologías políticas y procedimientos disciplinarios que no anulan la
individualidad sino que la producen a través de una estrategia de normalización
caracterizada por el encierro. Este encierro comprende una gran variedad de formas
y de métodos para la corrección que van desde los trabajos forzados y el aislamiento
hasta la educación. Busca someter a los desviados a la normalización y a la
vigilancia.
En la sociedad disciplinaria surge una economía política del cuerpo en la que se
deja el castigo de las sensaciones y se pasa a un castigo del alma de los individuos.
La realidad histórica del alma es producida en la superficie y en el interior del cuerpo
sobre aquellos a quienes se castiga, se vigila, educa y corrige, mediante
procedimientos de castigo, de vigilancia, de pena y de coacción. Sobre esta realidad
referencia como la denomina Foucault se construyen conceptos diversos y se
delimitan campos de análisis como la psique, la subjetividad, la personalidad, la
conciencia, etc. Foucault estudia la metamorfosis de los métodos punitivos a partir
de una tecnología política del cuerpo donde pueda leerse una historia común de las
relaciones de poder y de las relaciones de objeto.

El cuerpo en la sociedad disciplinaria deja de ser un espectáculo público para


convertirse en intermediario entre el castigo y el alma del individuo, el sometimiento
se ejerce por parte de los aparatos de control sobre los individuos (Foucault,
1984:36). El poder se incardina en el interior de los hombres, realiza una vigilancia
y una transformación permanente, actúa aún antes de nacer y después de la
muerte, controla la voluntad y el pensamiento en un proceso intenso y extenso de
normalización en el que los individuos son enumerados y controlados.

El arte de castigar, en el régimen del poder de las disciplinas, no tiende ni a la


expiación ni a la represión. Utiliza cinco operaciones: referir los actos, los hechos
extraordinarios, las conductas similares a un conjunto que es a la vez campo de
comparación, espacio de diferenciación y principio de una regla a seguir. Diferenciar
a los individuos unos respecto de otros y en función de esta regla de conjunto. Medir
en términos cuantitativos, jerarquizar en términos de valor las capacidades, el nivel,
la naturaleza de los individuos, hacer que juegue, a través de esta medida que
valoriza la coacción de una conformidad que realizar. Trazar el límite exterior de lo
anormal, es decir, normalizar. La penalidad perfecta atraviesa todos lo puntos y
controla todos los instantes de las instituciones disciplinarias. Compara, diferencia,
jerarquiza, homogeniza, excluye. En suma, normaliza. A través de las disciplinas
aparece el poder de la norma.

El examen disciplinario combina tanto la técnica de la jerarquía que vigila como las
técnicas de la sanción normalizadora, es una mirada normalizante, una vigilancia
que califica, clasifica, castiga. Todas estas funciones del examen procuran que esté
altamente ritualizado; el examen también lleva consigo todo un mecanismo que une
a cierta forma de ejercicio de poder cierto tipo de formación de saber. El examen es
la técnica por la cual el poder, en lugar de emitir los signos de su potencia, en lugar
de imponer su manera a sus sometidos, mantiene a estos en un movimiento de
objetivación. La disciplina tiene su propio tipo de ceremonia. No es el triunfo, sino la
revista, el desfile, forma fastuosa del examen.

La sociedad disciplinaria es la época del examen infinito y de la objetivación


coactiva. Los procedimientos disciplinarios hacen de la descripción de los individuos
un medio de control y un método de dominación. El examen indica la aparición de
una nueva modalidad del poder en la que cada cual recibe como estatuto su propia
individualidad, y en la que es estatutariamente vinculado a los rasgos, las medidas,
los desvíos, las «notas» que lo definen y hacen de él un «caso» (Foucault,
1984:197).

En el régimen disciplinario la individualización es descendente, es decir, a medida


que el poder se vuelve más anónimo y más funcional, aquellos sobre los que se
ejerce tienden a estar más fuertemente individualizados. El individuo es fabricado
por esa tecnología específica del poder denominada disciplina. El poder produce
realidad, ámbitos de objetos y rituales de verdad. El individuo y el poder que de él
se obtienen corresponden a esa producción. El medio político a través del cual se
distribuye a los individuos es la disciplina, cuyas relaciones de poder se ejercen
sobre los cuerpos individuales mediante la figura arquitectónica de Bentham: el
Panóptico.
El Panóptico es el espacio cerrado, recortado, vigilado en todos sus puntos, donde
los menores movimientos se controlan, los acontecimientos se registran, en el que
un trabajo ininterrumpido de escritura une el centro y la periferia, en el que el poder
se ejerce por entero, de acuerdo con una figura jerárquica continua, en el que cada
individuo está constantemente localizado, examinado y distribuido entre otros
individuos. Este aparato arquitectónico es una máquina que crea y sostiene las
relaciones de poder, que fabrica efectos de poder. El panóptico es un lugar
privilegiado que hace posible la experimentación sobre los hombres (Foucault,
1984:203).

El Panóptico es un modelo generalizable de funcionamiento que se propaga en el


cuerpo social, es el principio general de una nueva anatomía política cuyo objetivo
y fin no son las relaciones de soberanía sino las relaciones de disciplina. Pero la
disciplina se presenta en dos imágenes o modelos, por un lado una disciplina
bloqueo, la institución cerrada que se enfrenta a unas funciones negativas: detener
el mal, suspender el tiempo, terminar las comunicaciones. Al otro extremo del
panoptismo, la disciplina-mecanismo: un dispositivo funcional que trata de mejorar
el ejercicio del poder, volverlo más rápido, ligero, eficaz, un modelo de coerciones
sutiles para una sociedad.

La disciplina es un tipo de poder que implica un conjunto de instrumentos, de


técnicas, de procedimientos, de niveles de aplicación, de metas, de tecnología. El
poder disciplinario fabrica individuos, encauza sus conductas, los guía en la multitud
multiplicando sus fuerzas. Es un poder modesto, meticuloso, simple, triunfante,
discreto e intenso, cuyo éxito se debe al uso de instrumentos simples como la
inspección jerárquica, la sanción normalizadora y su combinación en un
procedimiento que le es específico: el examen. El ejercicio de la disciplina supone
un lugar privilegiado, un arte de la luz y de lo visible, un dispositivo que coacciona
por el juego de la mirada, por miradas que ven sin ser vistas.
La disciplina es un poder que se ejerce haciéndose invisible, movilizando fuerzas,
efectos, puntos de dominación, en relaciones que llegan a ser infinitesimales,
induciendo efectos a través del modelo observatorio que tiene su antecedente en
los campamentos militares y se caracteriza por un diagrama de poder, dotado de
una visibilidad general que abarca muchas facetas del cuerpo social como son los
colegios, las universidades, los hospitales, la familia. La aplicación de este modelo
observatorio que vigila, controla, corrige y transforma se extiende a medida que la
producción se vuelve más compleja, cumpliendo una función primordial.

Sociedades de control
Las investigaciones que realiza Michel Foucault sobre el poder permiten ver el
pasaje histórico de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control.1 En la
sociedad del control los mecanismos de gobierno son más «democráticos»,
inmanentes al campo social y se distribuyen a través de los cuerpos y las mentes
de los hombres; los comportamientos de inclusión y exclusión social adecuados
para gobernar son cada vez más interiorizados dentro de los propios sujetos.

El poder se ejerce por medio de máquinas que organizan las mentes (en sistemas
de comunicaciones, redes de información, etc.) y los cuerpos (en sistemas de
bienestar, actividades monitoreadas, etc.) hacia un estado de alienación autónoma
del sentido de la vida y el deseo de la creatividad (Hardt y Negri, 2001:166). La
sociedad de control intensifica y generaliza los aparatos normalizadores del
disciplinamiento, que animan internamente nuestras prácticas comunes y
cotidianas, pero, en contraste con la disciplina, este control se extiende muy por
fuera de los sitios estructurados de las instituciones sociales, por medio de redes
flexibles y fluctuantes. Las sociedades de control están sustituyendo a las

1El paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control no está elaborado explícitamente por
Michel Foucault; sin embargo, se encuentra implícito. En este punto seguimos la interpretación de
Gilles Deleuze, quien considera que Foucault conocía la brevedad del modelo disciplinario, modelo
que entra en crisis y se resuelve en provecho de otras fuerzas que se están asentando lentamente
desde la Segunda Guerra Mundial. Actualmente, las sociedades de control están sustituyendo a las
sociedades disciplinarias. Véase Gilles Deleuze. Foucault. 1ª ed., trad. José Vásquez Pérez,
Barcelona, Paidós, 1987; y «Postscriptum sur les sociétés de contrôle» (Paris: Minuit, 1990).
sociedades disciplinarias, por lo cual, en adelante habrá que inscribirse en luchas
políticas específicas, en resistencias que no son marginales o el lado bueno de las
relaciones de poder, sino activas en el centro de una sociedad que se abre en redes.

El efecto que le interesa a Foucault de estos dispositivos de poder es el de «la


fabricación de sujetos». El estudio de los operadores de dominación desemboca en
las relaciones de fuerza, y éstas, en la relación de guerra. Foucault no intenta
demostrar que se deban explicar las relaciones sociales en función de la guerra. Lo
que va a hacer es poner de manifiesto la aparición de discursos que han mantenido
esta posición, la emergencia de un nuevo discurso histórico-político sobre la
sociedad, y sus implicaciones. Para este discurso, nacido a finales del siglo XVI, la
guerra es una relación social permanente, la base de las instituciones y de las
relaciones de poder. Y es además un discurso ambiguo, ya que será utilizado en
Inglaterra por grupos burgueses y populares como instrumento de lucha contra el
poder, y en Francia por los aristócratas como reacción contra la monarquía absoluta.
También los biólogos racistas de fines del XIX apelarán a un sustrato de guerra.

Según este discurso la ley nace de conflictos, de la violencia de las luchas, de la


guerra, que continúa viva incluso después del establecimiento de los Estados. Una
consecuencia importante de esto es que entonces la sociedad está atravesada por
esta lucha, ya no hay un sujeto neutral, sino que el que enuncia la historia está
dentro del proceso bélico, defiende una posición u otra según su lugar en la batalla.
El origen de la historia queda remitido a hechos de tipo violento, caracterizados por
el vigor, la fuerza, la presión de una raza sobre otra, en definitiva, por una relación
binaria que organiza la guerra de las razas.

Esta teoría de la guerra de razas va a desarrollarse en dos direcciones, una


biológica y otra de clases. El discurso que inicialmente aparece descentrado, como
ataque al poder establecido, es adoptado con el tiempo por este poder, es
incorporado y utilizado desde el centro. Pero antes se ha producido un cambio
fundamental: de un planteamiento inicial que distinguía una raza exterior y otra
interior (en el caso de Inglaterra, la de los normandos invadiendo territorio habitado
por sajones; en Francia, la de los germanos contra los galos), se pasa a la idea del
desdoblamiento de una misma raza dentro del cuerpo social en una super-raza y en
una sub-raza, es decir, hay una raza verdadera (vinculada al poder y a la norma) y
una «contra-raza» que amenaza el patrimonio biológico: aquí toman asiento los
discursos biológicos del XIX sobre la degeneración, que avalan la segregación de
todo lo que puede poner en peligro a la sociedad.

El salto que supone esta nueva concepción es importante porque fundamenta la


aparición, a comienzos del siglo XX, del racismo de Estado, es decir, de un racismo
que la sociedad ejerce contra sí misma, contra sus propios elementos, contra sus
propios productos, de un racismo interno -el de la purificación permanente- que será
una de las dimensiones fundamentales de la normalización social.

Foucault sitúa la aparición del racismo en sentido propio en el momento en que se


produce esta reconversión del discurso de la lucha de razas en un discurso biológico
de lucha por la vida. La sociedad, antes dividida internamente por cuestiones de
raza, lo está ahora por la amenaza de elementos heterogéneos, los desviados que
produce accidentalmente la sociedad. Así, el Estado cobra un nuevo papel: el de
protector de la integridad social, el de gestor de la pureza de una raza en singular,
verdadera, patrimonio precioso que las técnicas médico-normalizadoras deben
conservar. Esta nueva función higiénica de la ciencia comienza a manifestarse a
finales del siglo XIX, y sus efectos perduran hasta hoy.

Biopoder, biopolítica, gubernamentalidad


La emergencia del biopoder permite que el racismo se inserte radicalmente en el
Estado. En el siglo XIX «el poder se hizo cargo de la vida», la antigua soberanía
sobre el individuo se transformó en una soberanía sobre la especie humana, sobre
«la población», concepto nuevo que será fundamental para la biopolítica (Foucault,
1991:22). El soberano tenía el derecho de «hacer morir o de dejar vivir»; ahora el
nuevo derecho consiste en «hacer vivir o dejar morir», por medio de una nueva
tecnología de poder que se aplica sobre el hombre viviente como masa; aparecen
entonces la demografía, el control de nacimientos, la preocupación por el índice de
mortalidad, la higiene pública, la seguridad social, todo lo que abarca a los seres
humanos como especie es objeto de un nuevo saber, de una regulación, de un
control científico destinado a hacer vivir. La medicina tiene un papel fundamental en
el proceso, es un poder-saber que actúa a un tiempo sobre el cuerpo y sobre la
población, sobre el organismo y los procesos biológicos. En consecuencia la
medicina tendrá efectos disciplinarios y efectos de regulación (Foucault, 1999:332-
333).

La estrategia de la biopolítica decide lo que debe vivir y lo que debe morir: el racismo
es lo que permite fragmentar esta masa que domina el biopoder, dividirla entre lo
normal de la especie y lo degenerado; así se justifica la muerte del otro, en la medida
en que amenaza a la raza (no ya al individuo). Se puede matar lo que es peligroso
para la población. La raza, el racismo, son -en una sociedad de normalización- la
condición de aceptabilidad de matar. Y «matar» no se refiere solamente al asesinato
directo, sino, también a todo lo que puede ser muerte indirecta, es decir, al hecho
de exponer a la muerte o de multiplicar para algunos el riesgo de muerte, o más
simplemente la muerte política, la expulsión. El Estado funciona teniendo como base
el biopoder; a partir de este hecho, la función homicida del Estado queda asegurada
por el racismo (Foucault, 1991:19).

Foucault distingue dos modelos de poder: el modelo de la peste que funciona por
exclusión y el modelo de la lepra basado en el control (Foucault, 2001:55- 59). Son
modelos que idearon los siglos pasados y configuran lo que hoy son las sociedades
modernas. El modelo de la peste es el modelo ideal de las sociedades disciplinarias,
del dispositivo de poder disciplinario, donde el espacio está recortado, cerrado,
continuamente vigilado y controlado. Los lugares son asignados funcionalmente. En
este espacio los individuos son puestos en lugares fijos donde se vigilan los
menores movimientos. Este modelo se basa en el orden, en el ordenamiento que
prescribe a cada uno su lugar, el lugar de la mujer, del loco, del estudiante, del
enfermo mental, etc. Donde se prescribe a cada cual su lugar, su bien, cual le
corresponde a cada uno, y cual es el camino para conseguirlo. Este modelo de la
peste, característico de la sociedad disciplinaria se opone en principio al modelo de
la lepra.

El modelo de la lepra viene del modelo estigmatizador, de exclusión y de expulsión


heredado de la edad media con los leprosos. Al leproso se le marca y expulsa a las
afueras para que allí se pudra. Lo que hace este modelo de la lepra es dividir de
manera binaria (leprosos y no leprosos). Este modelo divide binariamente al
contrario que el de la peste que se apoya en múltiples e individualizantes
estrategias, es decir una organización profunda de la vigilancia y de los controles,
el poder se ramifica y se ejerce de una manera continuada y que individualiza. Al
leproso se le rechaza extra muros de la ciudad, por lo cual, deja de ser ciudadano.
El modelo de la lepra sueña con una comunidad pura, de fondo casi religioso donde
no exista el mal, sino la pureza de la comunidad.

En la ciudad que funciona el modelo de la peste, toda la cuidad está atravesada de


jerarquía, de vigilancia y de registro, es el sueño de una sociedad disciplinada, la
utopía de la ciudad perfectamente gobernada donde todo es visible, controlable,
transparente y expuesto a la mirada. Estos modelos en la práctica son
superponibles y combinables. El hospital, el manicomio, la escuela, el correccional,
la prisión funcionan con la doble lógica, una que divide en dos grupos normal-
anormal, loco –cuerdo, enfermo -sano y la lógica individualizante diferencial que se
trata de saber quién es, cómo vigilarlo, cuál es su bien, cómo reconocerlo, cómo
hay que curarlo.

Desde el siglo XIX, la toma de poder sobre el hombre como ser vivo y sobre la vida,
hace que la vida se convierta en objeto del poder y que se estatalice lo biológico. La
razón de Estado domina la biopolítica, es decir, los mecanismos, las técnicas, las
tecnologías y los procedimientos por los cuales se dirige la conducta de los seres
humanos mediante una tecnología gubernamental, «el Estado, en su supervivencia
y en sus límites, no puede entenderse más que a partir de las tácticas generales de
la gubernamentalidad» (Foucault, 1981:25-26).

Los problemas específicos de la vida y de la población, como sexualidad,


reproducción, trabajo, salud, higiene, vivienda, etc., son subsumidos en el seno de
la administración estatal. Este poder controla la expansión, planifica, suprime
poblaciones, no se ocupa tanto de la muerte individual como del genocidio que
intenta eliminar «agentes infecciosos» a nombre de la supervivencia. Vivimos en la
era de la biopolítica de las poblaciones, en la era de este poder contemporáneo que
intenta administrar la vida en multiplicidades abiertas. Por ello, las nuevas luchas
que aparecen ya no son por la restitución de antiguos derechos, sino por la vida,
fuerza de resistencia que afirma la plenitud de lo posible. Las fuerzas que resisten
se apoyan en lo mismo que el poder invasor, es decir, en la vida del ser humano en
tanto que ser vivo, social y político.

Lo que se reivindica y sirve de objetivo a las luchas políticas es la vida, por lo cual,
el nuevo plano de la militancia, su extraordinaria forma de manifestarse es, en
consecuencia, la militancia biopolítica, es la oposición de un cuerpo plenamente
incapaz de someterse al comando, un cuerpo que no se adapta a la vida familiar, ni
a la fábrica, ni a las regulaciones de la vida sexual convencional. El concepto de
biopoder expresa el acontecimiento por el cual, a partir del siglo XVII, la vida surge
como objeto de gobierno mediante un vínculo que se establece en doble sentido,
entre la anatomopolítica –mediante la cual los cuerpos son disciplinados y
controlados–, y una biopolítica de las poblaciones que quiere garantizar la
supervivencia de la especie; la demografía y la salud pública hacen parte de este
dispositivo. La estrategia de pacificación también opera con un vínculo en doble
sentido, el que se establece entre el diálogo y el genocidio, este último como forma
de intimidación colectiva que tiene por objeto la re-territorialización mediante el
sufrimiento en masa.
La obra de Foucault permite reconocer la naturaleza biopolítica de este nuevo
paradigma de poder que se ejerce sobre la vida y se presenta de dos formas: el
cuerpo máquina y el cuerpo especie. La más alta función de este poder es infiltrar
cada vez más la vida, y su objetivo primario es administrarla. El biopoder, pues, se
refiere a una situación en la cual el objetivo del poder es la producción y
reproducción de la vida misma. La vida es la apuesta de las luchas políticas y
económicas; y lo es porque la entrada de la vida en la historia corresponde al
Capitalismo: desde fines del siglo XVIII los dispositivos de poder y de saber tienen
como función el control de la vida. Las técnicas de poder cambian en el preciso
momento en que la economía (gobierno de la familia) y la política (gobierno de la
polis) se integran la una en la otra, es decir, «el paso de un arte de gobierno a una
ciencia política, de un régimen dominado por la estructura de la soberanía a otro
dominado por las técnicas de gobierno se opera en el siglo XVIII en torno a la
población y en torno al nacimiento de la economía política» (Foucault, 1981:23).

La introducción de la vida en la historia permite concebir una nueva ontología para


pensar el sujeto político como un sujeto ético, contra la tradición del liberalismo
político occidental que lo concibe como un sujeto político. Si el poder toma la vida
como objeto de su ejercicio, lo que hay que buscar es lo que en la vida le resiste y,
al resistírsele, crea formas de vida que escapan a esos biopoderes. Definir las
condiciones de un nuevo proceso de creación política, confiscado desde el siglo XIX
por las grandes instituciones políticas y los grandes partidos políticos parece ser el
hilo que atraviesa la reflexión de Foucault, pues, la introducción de la «vida en la
historia» es interpretada como una posibilidad de concebir una nueva ontología que
parte del cuerpo y de sus potencias para pensar el «sujeto político» como un «sujeto
ético», contra la tradición del pensamiento occidental que lo piensa exclusivamente
bajo la forma del «sujeto de derecho». El poder es interrogado, entonces, a partir
de la libertad y de la capacidad de transformación que todo ejercicio del poder
implica.
La biopolítica es la forma de gobierno donde las relaciones de poder expresan una
nueva dinámica de las fuerzas, donde la vida emerge como potencia de resistencia
y de creación. Los dispositivos biopolíticos, entendidos como la relación entre
gobierno-población-economía política, plantean la forma de gobernar como es
debido a los individuos y fundan una nueva relación entre ontología y política. Estos
dispositivos maximizan la multiplicidad de fuerzas que son coextensivas al cuerpo
biopolítico colectivo, pues, no hay un poder único y soberano, sino una multitud de
fuerzas que actúan y reaccionan entre ellas según relaciones de obediencia y
mando. Los dispositivos biopolíticos coordinan estratégicamente las relaciones de
poder dirigidas a que la vida produzca más.

El biopoder conlleva dos novedades, la primera es que la clásica teoría del derecho
sólo funciona con base a dos elementos, a saber, el individuo y la sociedad. Las
disciplinas solamente tratan al individuo. En cambio, el biopoder trabaja con el
concepto de población tanto como problema político como científico. La segunda
novedad es que los fenómenos considerados (morbilidad, calidad de vida, etc.), son
colectivos, solamente son pertinentes a nivel de masas, con efectos económicos y
políticos sólo en masa considerados.

Con el biopoder hay una consecuencia, y es una progresiva descalificación de la


muerte, cada vez hay menos derecho a hacer morir, y más a hacer vivir. En el
momento que el poder es cada vez más el derecho a intervenir sobre la manera de
vivir, la muerte es el final del poder, es el exterior. Sobre la muerte el biopoder no
tiene nada que hacer, el poder domina no sobre la muerte sino sobre la mortalidad,
es decir, sobre la gestión de la vida y la mayor o menor probabilidad de que se
muera, pero no sobre la muerte misma, por ello la muerte se delega a lo más
privado.

Otra consecuencia del biopoder es la importancia de la sexualidad, puesto que en


su campo se cruzan las disciplinas y el biopoder. Se cruzan las disciplinas
(vigilancia, control, individualización,) con el biopoder ejercido sobre la población
para regular la procreación, control de natalidad, aborto, es decir, que es un campo
privilegiado porque se cruzan las técnicas de biopoder ejercidas en masa sobre la
población y las técnicas disciplinarias ejercidas de manera individualizada e
individualizante sobre el cuerpo de cada uno entendido como máquina.

La medicina, la psicología, la psiquiatría ocupan un lugar central, porque constituyen


un saber que vincula la acción científica y la técnica política de la intervención tanto
sobre el cuerpo como sobre la población. Sobre el cuerpo individualmente
considerado historial clínico, pero al mismo tiempo también intervención masiva
sobre la población. Es un poder-saber, para Foucault la otra cara del poder es el
saber, que actúa sobre ambos, el cuerpo individual y el cuerpo social, y por tanto
tiene efectos disciplinarios sobre cada cuerpo individual como efectos de regulación
sobre las poblaciones consideradas globalmente.

La sociedad de control adopta este contexto biopolítico como su terreno


característico de referencia. En el acontecimiento del pasaje de la sociedad
disciplinaria a la sociedad de control se lleva a cabo un nuevo paradigma de poder,
el cual se define por las tecnologías que reconocen a la sociedad como el ámbito
del biopoder. La producción biopolítica, en consecuencia, emerge de los elementos
vitales de la sociedad, del medio ambiente, del mundo de la vida, cuando el poder
se vuelve enteramente biopolítico y todo el cuerpo social queda comprendido en la
máquina del poder, y se desarrolla en su virtualidad, es decir, cuando las fuerzas
productivas de las personas y los grupos, en su conjunto, se vuelven productivas.

La sociedad es subsumida dentro de un poder que llega hasta los núcleos de la


estructura social y sus procesos de desarrollo, reaccionando como un único cuerpo.
El poder, entonces sólo puede ser expresado como un control que se extiende por
las profundidades de las conciencias y cuerpos de la población– y al mismo tiempo
a través de la totalidad de las relaciones sociales. Relaciones a través de las cuales
la biopolítica se incorpora y se afianza en el sistema de redes sociales sobre la base
de la lógica de mando capitalista.
Vida, resistencia, creación
Existe una relación entre vida, resistencia y creación, pues, es en el interior de las
relaciones estratégicas que se encuentran las fuerzas que resisten y que crean. Lo
que resiste al poder, a la fijación de las relaciones estratégicas en relaciones de
dominación, a la reducción de los espacios de libertad en el deseo de dirigir las
conductas de los otros, hay que buscarlo en el interior de esta dinámica estratégica.
Es en este sentido que la vida y lo viviente devienen «materia ética» que resiste y
crea a la vez nuevas formas de vida.

La resistencia no es, pues, una sustancia y no es anterior al poder que se opone.


En una entrevista realizada por Bernard Henry-Levy denominada No al sexo rey
Michel Foucault sostiene que la resistencia es coextensiva al poder y que es
rigurosamente contemporánea (Foucault, 1994b:161). La resistencia no es la
imagen invertida del poder, pero es, como el poder, «tan inventiva, tan móvil, tan
productiva como él. Es preciso que como el poder se organice, se coagule y se
cimiente. Que vaya de abajo arriba, como él, y se distribuya estratégicamente»
(Foucault, 1994b:162).

En el momento mismo en el que se da una relación de poder existe la posibilidad


de la resistencia. No estamos atrapados por el poder; siempre es posible modificar
su dominio en condiciones determinadas y según una estrategia precisa. Tanto la
resistencia como el poder no existen más que en acto, como despliegue de relación
de fuerzas, es decir, como lucha, como enfrentamiento, como guerra, no es solo en
términos de negación como se debe conceptuar la resistencia, sino como proceso
de creación y de transformación.

En el curso del 7 de enero de 1976 Michel Foucault plantea que el poder es la guerra
continuada por otros medios (invirtiendo así la afirmación clásica de Clausewitz) y
sugiere que las relaciones de poder tal y como funcionan en la sociedad
contemporánea se establecieron en un momento históricamente localizable de la
guerra (Foucault, 1978:144-145). Si el poder político procura el cese de una guerra
es sólo para perpetuar la relación de fuerza instaurada inscribiéndola en las
instituciones, en las desigualdades económicas, en el discurso, en el cuerpo. El
ejercicio del poder, es decir, la lucha política, las modificaciones de las relaciones
de fuerza, los refuerzos, los enfrentamientos por el poder se dan indefinidamente
como guerra continua. Estas relaciones de poder múltiples atraviesan, caracterizan
y constituyen el campo social. Por ello, la resistencia, como respuesta al ejercicio
del poder sobre el cuerpo, las afecciones, los afectos, las acciones, es constitutiva
de las relaciones de poder, aparece en distintos puntos del entramado social como
fuerza que puede resistir al poder que intenta dominarla, pues, la finalidad de este
poder es infiltrar cada vez con mayor profundidad la existencia humana, tanto a nivel
individual como a nivel de la especie; su objetivo primordial es administrar la vida
humana.

Afectar es ejercer el poder, afectarse es la capacidad de resistencia, la cual aparece


en todos los actos de ejercicio del poder. Así, pues, ejercicio del poder y resistencia
son indisolubles. Así lo sustenta Michel Foucault en la lección del Collége de France
de 1976, titulada Hacer vivir y dejar morir: la guerra como racismo, donde plantea el
problema de la guerra enfocada como trama de inteligibilidad de los procesos
históricos. Esta guerra se concibió como guerra de razas durante todo el siglo XVIII.
Foucault muestra que la cuestión de la guerra de razas no desaparece y se recupera
como racismo de Estado (Foucault, 1991:19). En contra de las teorías del poder que
identifican a éste esencialmente con la represión (de instintos, de una clase, de
individuos, etc.), hay otro planteamiento que concibe el poder en términos de lucha,
de enfrentamiento.

Desde este punto de vista, el poder es básicamente guerra, de manera que queda
invertida la afirmación de Clausewitz según la cual la guerra es la continuación de
la política por otros medios. A partir de aquí encontramos una desvalorización del
concepto de represión, ya que para Foucault los mecanismos de las formaciones
de poder van mucho más allá de esta simple noción; en su lugar, elige la guerra
como principio de análisis de las relaciones de poder, poniéndolo en relación con el
Derecho y con la verdad (entendida como efecto producido por el poder).

El pasaje de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control trata


básicamente con la paradoja de la pluralidad y la multiplicidad, abarca no sólo la
dimensión económica o sólo cultural de la sociedad, sino, el bios social, y cuando
es aplicado a las modalidades del disciplinamiento y/o el control, rompe la figura
lineal y totalitaria del desarrollo capitalista. Y, entonces, la vida deviene resistencia
al poder y materia ética que resiste y crea a la vez nuevas formas de vida.

Las resistencias, por tanto, ya no son marginales sino activas en el centro de una
sociedad que se abre en redes; no existen más que los militantes capaces de vivir
la miseria del mundo hasta el final, de identificar las nuevas formas de explotación,
dominación y sujeción. Así se puede ver en el texto El sujeto y el poder, donde
Foucault sostiene que aunque se ha visto bastante enredado con el tema del poder
no ha sido este el tema de sus investigaciones sino el sujeto (Foucault, 1991:57).
Este enredo de Foucault con el poder se dio porque no existían instrumentos de
estudio suficientes para las relaciones de poder, pues, para estudiar la cuestión del
poder sólo se podía recurrir a dos modelos, el jurídico y el institucional.

Foucault realiza entonces una conceptualización crítica del poder, pues, lo que se
necesita es una nueva economía de las relaciones de poder, un camino que
implique más relaciones entre teoría y práctica. Este camino consiste en tomar como
punto de partida las formas de resistencia contra diferentes formas de poder; es
decir, que antes que analizar el poder a partir del punto de vista de su racionalidad
interna, se trata de analizar las relaciones de poder a través del antagonismo de las
estrategias. El análisis de las resistencias al panóptico en términos de táctica y de
estrategia no tiene como finalidad mostrar que el poder es anónimo y victorioso
siempre. Se trata, por el contrario «de señalar las posiciones y los modos de acción
de cada uno, las posibilidades de resistencia y de contra-ataque de unos y otros»
(Foucault, 1980).
Como punto de partida Foucault toma una serie de oposiciones que se han
desarrollado en los últimos años: «oposición al poder de los hombres sobre las
mujeres, de los padres sobre los hijos, de la psiquiatría sobre el enfermo mental, de
la medicina sobre la población, de la administración sobre las formas de vida de la
gente» (Foucault, 1991:57).

Estas luchas son «transversales»; es decir, no se limitan a un país, no son privativas


de una política particular o forma económica de gobierno. Los objetivos de estas
luchas son los efectos de poder como tales. Estas luchas son inmediatas; no buscan
el «enemigo principal», sino el enemigo inmediato y son luchas anarquistas. En sus
puntos más originales, son luchas que cuestionan el estatuto del individuo, no son
exactamente por o contra el «individuo» sino contra el «gobierno de la
individualización»; son luchas contra los privilegios del conocimiento, contra la forma
en que el conocimiento circula y funciona, sus relaciones de poder. Todas estas
preguntas giran alrededor de la pregunta ¿Quiénes somos? Y su objetivo principal
es atacar, ante todo, una técnica, una forma de poder, que se aplica a la inmediata
vida cotidiana que al categorizar al individuo, le marca su propia individudalidad, lo
adhiere a su propia identidad, le impone una ley de verdad que él debe reconocer y
que los otros tienen que reconocer en él. Es una forma de poder que hace a los
individuos sujetos. Foucault construyó la paradoja de un poder que, mientras unifica
y envuelve dentro de sí a cada elemento de la vida social, en ese mismo momento
revela un nuevo contexto, un nuevo medio de máxima pluralidad e incontenible
singularización –un ambiente del evento.

La resistencia es construida sobre la base de la experiencia límite vivida por


aquellos que hacen de la resistencia una auténtica práctica de libertad. El comando
está en todas partes, viene de todas partes, y no está donde se lo busca. Y sin
embargo, la resistencia es primera, en esa medida está necesariamente en una
relación directa con el afuera del que procede el dominio. Desde este punto de vista,
el poder ya no busca disciplinar la sociedad sino que busca controlar la capacidad
de creación y transformación de la subjetividad.
Aunque los ejercicios de poder contemporáneos se ejercen sobre la subjetividad,
sobre el cuerpo individual y colectivo, son, pese a ello, amorfos, en cuanto pareciera
que no queda lugar a donde ir más allá de las relaciones de poder («heme aquí del
lado de las relaciones de poder, con la misma incapacidad para franquearlas»). La
resistencia se ejerce en cada lugar, de ahí que el sujeto de la resistencia sea un
sujeto en fuga. Las resistencias contemporáneas no tienen un lugar privilegiado;
pertenecen a una dimensión que escapa a las relaciones de poder, y esa dimensión
es la subjetivación. La pregunta por la resistencia es al mismo tiempo una pregunta
por el poder. El poder es una relación de fuerzas, o si se quiere una relación de
fuerzas ya es una relación de poder.

A manera de colofón
La fuerza por principio no es algo aislado o singular, sino que fundamentalmente
está en relación con otras fuerzas, es decir, que toda fuerza ya es relación de poder.
La condición de posibilidad del poder, en todo caso el punto de vista que permite
volver inteligible su ejercicio no debe ser buscado en la existencia primera de un
punto central, en un foco único de soberanía del cual irradiarían formas derivadas y
descendientes; son los soportes móviles de las relaciones de fuerzas los que sin
cesar inducen, por su desigualdad, estados de poder pero siempre locales e
inestables. Omnipresencia del poder: no porque tenga el privilegio de reagruparlo
todo bajo su invencible unidad, sino porque se está produciendo a cada instante, en
todos los puntos, o más bien en toda relación de un punto con otro. El poder está
en todas partes, no es que lo englobe todo, sino que viene de todas partes.

Y el poder, en lo que tiene de permanente, de repetitivo, de inerte, de


autoreproductor, no es más que el efecto de conjunto que se dibuja a partir de todas
esas movilidades, el encadenamiento que se apoya en cada una de ellas y trata de
fijarlas. El ejercicio del poder aparece como fuerza, como capacidad de afección,
puesto que la propia fuerza se define por su poder de afectar a otras. En ese sentido,
el carácter estrictamente relacional de las relaciones de poder no es posible más
que en función de una multiplicidad de puntos de resistencia que desempeñan, en
las relaciones de poder, el papel de adversario, de blanco, de apoyo, de saliente
para una aprehensión.

Los puntos de resistencia están presentes en todas partes dentro de la red de poder.
Es decir, donde hay poder hay resistencia. Respecto del poder no existe, pues, un
lugar del gran Rechazo –alma de la revuelta, foco de todas las rebeliones, ley pura
del revolucionario. En efecto, un encadenamiento de fuerzas presenta, al lado (o
mas bien frente a frente) de las singularidades de poder que corresponden a esas
relaciones, las singularidades de resistencia, esos «puntos, nudos o focos» que se
efectúan a su vez en los estratos, a fin de hacer que en ellos el cambio sea posible.
Es más, la última palabra del poder es que la resistencia es primera, en la medida
que las relaciones de poder tienden a preservar los estados de dominación,
mientras que las resistencias constituyen el otro término en las relaciones de poder,
es decir, están necesariamente en una relación directa con el afuera del que
proceden las dominaciones. Por eso un campo social, más que estrategizar, resiste.

Bibliografía
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