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Genes de Neandertal - Carles Lalueza Fox

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y comentado

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Caries Lalueza Fox

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Me pareció increíble que ese día sin premoniciones ni símbolos fuera el de mi muerte
implacable. [...] ¿yo, ahora, iba a morir? Después reflexioné que todas las cosas le
suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos y siglos y sólo en el presente
ocurren los hechos.

J.L.Borges (El jardín de senderos que se bifurcan)

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ste libro es una constatación del espectacular desarrollo de las técnicas de
biología molecular. Cuando yo estudiaba en la universidad, a mediados de la década de
los ochenta, era impensable que algún día se pudiera recuperar material genético de
restos del pasado. El descubrimiento de la reacción en cadena de la polimerasa, en 1985,
permitió acometer este objetivo. A mediados de la década de los noventa era impensable
que se pudiera recuperar material genético de los neandertales, extinguidos hace 30.000
años. La recuperación de ADN del primer neandertal, en 1997, demostró nuevamente
que todos estábamos equivocados. Hace apenas unos años creía imposible que en un
lugar tan meridional como la península Ibérica se llegara a encontrar un neandertal con
material genético conservado, pero pocos meses después, el 19 de mayo de 2004,
conseguía recuperarlo del neandertal asturiano de El Sidrón. Es posible que en un futuro
no muy lejano se puedan recuperar genes nucleares de neandertal o incluso acometer el
increíble proyecto del genoma neandertal. Todo lo que se conseguirá en el futuro, sin
embargo, habrá sido posible gracias al esfuerzo previo de un grupo de científicos, todos
ellos muy jóvenes, que rompieron los límites de lo que parecía científicamente posible. A
Alan Cooper, Svante Püübo, Michael Hofreiter, David Caramelli, Tom Gilbert, Eske
Willerslev y otros muchos, a todos ellos quiero agradecerles su amistad y su colaboración
a lo largo de unos años apasionantes.

En mi país, otros investigadores han contribuido, directa o indirectamente, a la


génesis de este libro; quiero agradecer especialmente al grupo de El Sidrón, formado por
Antonio Rosas, Marco de la Rasilla y Javier Fortea, su entusiasmo por intentar algo casi
imposible, y a Jaume Bertranpetit su apoyo logístico para poder trabajar al máximo nivel
en un campo científico tan difícil.

Finalmente, a Marta Soldevila, sin quien este libro quizás habría sido escrito igual,
pero habría carecido de sentido escribirlo.

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Los neandertales, tan lejos, tan cerca

El origen de los neandertales

Un físico espectacular

¿Conversaciones entre neandertales?

Religión, arte y pensamiento simbólico

Camino de la extinción

¿Híbridos de neandertales y cromañones?

Las hijas europeas de la Eva africana

Neandertales en el laboratorio

El primer neandertal: el descubrimiento

El segundo neandertal: la confirmación

El tercer neandertal: la diversidad

El cuarto neandertal: retorno a Feldhofer

El primer cromañón: la discontinuidad genética

El quinto, sexto, séptimo y octavo neandertal: contra la hibridación

El noveno neandertal: la península Ibérica

Una visión final

Bibliografía

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ace 40.000 años, unos emigrantes africanos, los cromañones, entraron en
Europa y se encontraron con otros humanos de físico distintivo, los neandertales, que
llevaban allí más de doscientos mil años. Al cabo de unos diez mil años, en un proceso
que todavía no comprendemos totalmente, los primeros se habían impuesto, y los
segundos se habían extinguido; después de tantos milenios, como en el relato de Borges,
el fin de los neandertales llegó abruptamente, sin avisar, sin un proceso aparente de
decadencia. En el pasado, debieron de tener lugar otros encuentros entre diferentes
especies de humanos; varias especies coexistieron en África, y, cuando abandonaron este
continente en diferentes períodos, debieron de encontrarse en Eurasia con humanos
arcaicos procedentes de migraciones previas. Pero nunca se produjo otro encuentro
evolutivo entre dos especies tan semejantes en su humanidad como eran los cromañones
y los neandertales.

Fascinados por algo que ya no podrá volver a ocurrir, porque somos la única especie
viva del antaño frondoso arbusto de los homínidos, generaciones de científicos se han
formulado estas preguntas: ¿cómo fueron los encuentros entre neandertales y
cromañones?, ¿cómo fue el contacto entre estos dos grupos de humanos, a la vez tan
próximos y tan distantes?, ¿fueron encuentros pacíficos o violentos? Y, en definitiva,
¿fue la extinción de los neandertales la consecuencia inevitable de este proceso?

Podemos imaginarnos dos situaciones muy diferentes. En el primer escenario, nos


imaginamos que los cromañones contemplaban a los neandertales, los habitantes
ancestrales de aquellas tierras inhóspitas que hoy llamamos Europa, y los veían como
unos salvajes incapaces de comunicarse, tal vez como unos seres primitivos, brutales,
caníbales, en definitiva inidentificables como humanos. Quizá incluso los veían como
animales competidores por sus recursos de caza a los que tenían que eliminar sin
contemplaciones con su tecnología superior. Pero en el segundo escenario, nos
imaginamos que cromañones y neandertales se encontraron amistosamente, se

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comunicaron, intercambiaron objetos, se cruzaron entre ellos, y que, básicamente, se
contemplaban como dos grupos pertenecientes a la misma especie, con las mismas
nociones de humanidad, aunque con aspectos culturales y físicos diferentes. Para los
neandertales, sin embargo, el debate de si hubo contactos con los cromañones es en
cierta manera algo trivial, porque fuera cual fuera la situación real, ellos desaparecieron
como grupo humano distintivo. Para los neandertales, el resultado fue y será siempre la
extinción, con independencia de que algún día pueda encon trarse un cromañón con una
secuencia de ADN de neandertal o un neandertal con una secuencia de ADN moderno.

¿Cuál fue en realidad el grado de humanidad de los neandertales? No hay acuerdo


entre los investigadores, porque aunque los científicos trabajamos con evidencias
objetivas, podemos tener visiones totalmente diferentes del pasado, porque en el fondo
no podemos sustraernos de nuestras propias ideas y prejuicios a la hora de interpretar
estas evidencias. Como decía Schopenhauer, "cada hombre toma los límites de su campo
de visión como los límites del mundo". Esto explica que existan visiones opuestas sobre
la humanidad de los neandertales entre científicos que a veces trabajan puerta con puerta
en una misma institución, y frecuentemente generadas a partir del estudio de los mismos
restos.

En la primera de estas visiones del pasado, podemos ver a un grupo de neandertales


entristecidos y llorosos, enterrando cuidadosamente en una cueva al niño neandertal de
Teshik-Tash (Uzbekistán), rodeando el cuerpo de ofrendas en forma de seis pares de
cuernos de cabra de las montañas, para acompañarlo en el viaje al más allá; en la
segunda visión, podemos pensar que el cuerpo fue abandonado sin ningún enterramiento
ni ceremonias intencionales y que otros restos de animales fueron acumulándose encima.
En la primera visión, podemos ver a un neandertal componiendo con habilidad un collar
con dientes de oso para adornar su cuello o incluso el de su pareja, como el encontrado
en el yacimiento francés de Arcy-sur-Cure; en la segunda, podemos ver a un bruto sin
preocupaciones estéticas copiando o incluso robando un collar de un grupo de
cromañones y preguntándose cuál debe ser su utilidad. En la prime ra visión, podemos
ver a un grupo de neandertales cuidando solidariamente a uno de sus miembros lisiado en
algún espectacular accidente de caza, como el individuo encontrado en la cueva de
Shanidar (Irak), que había perdido un brazo y probablemente un ojo y conservaba una
movilidad limitada; en la segunda visión, podemos ver a un grupo de neandertales
caníbales, devorándose unos a otros, como parecen indicar los restos del yacimiento
croata de Krapina, donde aparecen cráneos con marcas de cortes y huesos machacados

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para ser desarticulados del esqueleto. En la primera visión, podemos ver a un neandertal
componiendo una especie de flauta con un hueso de oso, un instrumento primitivo, pero
capaz de producir sonidos armónicos (aparentemente las notas do, re, mi y fa, según un
musicólogo entusiasta) como el encontrado en Divje Babe 1 (Eslovenia) y datado entre
43.000 y 82.000 años; en la segunda visión, únicamente veremos un hueso abandonado
roído por hienas, que han producido en éste cuatro agujeros curiosamente circulares y
equidistantes. En la primera visión, podemos ver a un grupo de neandertales
evolucionando desde la industria lítica musteriense hasta industrias más refinadas, como
la denominada chatelperroniense, que originalmente fueron atribuidas a los cromañones;
en la segunda, finalmente, una vez que sabemos que los neandertales eran los artífices de
estas industrias, las contemplamos como irremediablemente primitivas y pobres copias
abocadas al fracaso de las primeras industrias de los cromañones.

¿Cuál de estos panoramas es el auténtico? ¿Cuál fue la verdadera naturaleza de los


neandertales? La respuesta es muy sencilla, aunque puede resultar sorprendente, porque
de hecho no depende de los neandertales, sino que depende únicamente de nosotros
mismos. Simplemente, no podemos saberlo; nunca sabremos la verdad de neandertales y
cromañones. Pero la concepción que tengamos de la naturaleza de este proceso de
contacto estará directamente relacionada con nuestros prejuicios y con la manera en que
nosotros queramos interpretar la diversidad humana y el significado de nuestra evolución.
Cuando ha cambiado el entorno social, ha cambiado también la percepción que teníamos
de los encuentros entre neandertales y cromañones. Por ejemplo, cuando las potencias
occidentales mantenían imperios coloniales en otros continentes, sometiendo a su control
político a las poblaciones locales, los neandertales se veían como seres primitivos y
estúpidos, eliminados por los cromañones, superiores antepasados de los europeos
actuales; en cambio, una vez que las clasificaciones raciales actuales han demostrado ser
falsas y una vez que se ha comprendido que la especie humana proviene de una
migración africana reciente, los neandertales son contemplados de forma más favorable,
como una especie de humanos que probablemente tenía lenguaje, símbolos, miedo a la
muerte y consideraciones estéticas y artísticas. Es decir, cuando hablamos de los
neandertales, en realidad estamos hablando, de forma encubierta y quizá inconsciente, de
nosotros mismos.

De la misma forma, los autores que a lo largo del último siglo han escrito sobre
neandertales reflejan en realidad sus propias ideas y su contexto social a la hora de
describirlos e imaginarlos. H.G.Wells, en su Outline of History (1921), describe a los

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neandertales como de "una pilosidad extrema, una fealdad, o una repulsiva extrañeza en
su aspecto por encima y por deba jo de su baja frente, su prominente entrecejo, su cuello
simiesco, y su estatura inferior"; en el fondo, se trata de una justificación del imperio
colonial británico, ya que se asimilan estos inferiores neandertales con los aborígenes de
otros continentes a los que los ingleses pretenden "civilizar" y a los que en definitiva
oprimen. No nos sorprende descubrir que Wells, un convencido eugenista, creía que
había que limitar la reproducción de grupos humanos considerados inferiores
(incluyendo, literalmente, a los "negros y amarillos"), e incluso preconizaba su
eliminación física. En sus propias palabras, "es evidente que segmentos enteros de la
población humana son, en conjunto, inferiores en sus demandas sobre el futuro [...].
Darles igualdad sería hundirse a su nivel".

William Golding, en su novela The Inheritors (1955), describe el sangriento encuentro


de un sorprendido, ingenuo e indefenso grupo de neandertales con los recién llegados
cromañones; estos últimos son más sofisticados técnicamente, pero al mismo tiempo
extraños, incomprensibles y a su manera despiadados; se trata de una crítica encubierta al
imperialismo europeo y alerta de la crueldad subyacente a la presunta superioridad
cultural europea. Jean M.Auel, la autora de la serie El clan del oso cavernario (1980),
describe a una neandertal de una forma no especialmente favorable: "medía poco más de
un metro y treinta y cinco centímetros de estatura; era de huesos fuertes, robusta y
patizamba [...]. Sus brazos, largos en proporción con el resto del cuerpo, estaban
encorvados como sus piernas. Tenía una ancha nariz en forma de pico, una mandíbula
saliente, que se proyectaba como un hocico, y carecía de barbilla [...]. Un vello suave,
corto y moreno, con tendencia a rizarse, cubría sus piernas y hombros". En sus libros,
Ayla, una cromañón huérfana adoptada por un grupo de neandertales, desarrolla diversas
innovaciones culturales - algunas inverosímiles - y se entromete en actividades exclusivas
de los hombres del clan, que, humillados, no aceptan que una mujer pueda superarlos.
En este caso, las novelas de Auel traslucen sus ideas feministas, que la autora proyecta
sin contemplaciones hacia un pasado en el que este debate no existía ni tenía sentido.

Desde la ciencia, disponemos de diversas aproximaciones para estudiar a los


neandertales y los cromañones; por ejemplo, la arqueología ha proporcionado
información de las tradiciones culturales como la industria lítica y los patrones de
asentamiento y de caza, mientras que la morfología ha intentado reconstruir la filogenia a
través del estudio de los esqueletos de los seres del pasado. Ambas disciplinas tienen sus
propias limitaciones y a veces han llegado a callejones sin salida en las inferencias que

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pueden hacer sobre el proceso evolutivo humano.

Los estudios morfológicos llevan más de siglo y medio interviniendo en el debate de


neandertales y cromañones sin que apenas se hayan visto avances, en el sentido de que
no se han construido hipótesis generales que hayan sido unánimamente aceptadas. Los
mismos restos se han interpretado una y otra vez de forma contradictoria por
investigadores diferentes, y frecuentemente, las dataciones, cada vez más refinadas, han
sido las encargadas de finalizar debates que los morfólogos no habían sido capaces de
resolver. Recientemente, hemos tenido varios ejemplos que han puesto de manifiesto,
una vez más, estas limitaciones; por ejemplo, el resto craneal de Velika Pécina (Croacia),
al que se le suponía una edad de unos treinta y tres mil ochocientos cincuenta años, se
esgrimía como ejemplo de contemporaneidad con los restos neandertales de Vindija,
procedentes de una cueva cercana. Debido a esta presunta contemporaneidad, varios
investigadores habían intentado ver rasgos transicionales en Vindija y en Velika Pécina;
sin embargo, la nueva datación de este último resto ha demostrado que no tiene más de
5.000 años de antigüedad, y por tanto, como dicen los autores del estudio, "ya no es
pertinente incluirlo más en discusiones sobre el origen de los humanos modernos".

La arqueología ha englobado la industria lítica en diversas tradiciones culturales


caracterizadas por diferentes tipologías de útiles y procedimientos técnicos. Una
determinada industria se caracteriza por un conjunto de útiles de un mismo tipo que se
repiten consistentemente en un área geográfica determinada o en un período concreto, y
que por este motivo sugieren que son el producto de un mismo grupo humano.

Los neandertales poseían una industria denominada musteriense, que apareció por
primera vez en África hace unos trescientos mil años, y que perduró en Europa hasta la
llegada de los cromañones. Los cromañones, que llegaron a Europa desde el Próximo
Oriente hace 40.000 años y se encontraron con los neandertales, eran poseedores de una
de las tecnologías del Paleolítico Superior, denominada auriñaciense. Había otras
industrias locales, como la denominada chatelperroniense y típica de Francia y del norte
de la península Ibérica, que algunos arqueólogos clasificaban como la primera industria
del Paleolítico Superior.

Inicialmente, los arqueólogos creyeron ver en los útiles líticos una evolución lógica
que iba de la industria musteriense a la chatelperroniense y después a la auriñaciense, lo
que inter pretaron como el reflejo de la evolución local de neandertales a cromañones.

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Hasta hace pocos años no se habían encontrado fósiles en estos niveles transicionales; la
mayoría de los arqueólogos estaban convencidos de que, de hallarse restos humanos,
éstos serían de cromañones. Pero el hallazgo en 1986 del neandertal de Saint-Cesaire en
niveles chatelperronienses, y la identificación en 1996 de un hueso neandertal en el
yacimiento de Arcy-sur-Cure en los mismos niveles, demostró de forma feaciento que los
artífices de esta presunta industria transicional eran en realidad neandertales, terminando
así con este largo debate arqueológico. La interpretación de su significado también ha
cambiado; ahora se cree que fueron intentos de los neandertales por copiar las industrias
auriñacienses de los recién llegados, o el producto de la evolución propia de las industrias
musterienses; sea como fuere, algunos arqueólogos han dejado de considerarlas como
industrias del Paleolítico Superior y han pasado a etiquetarlas como del Paleolítico
Medio. Según algunos arqueólogos, las industrias transicionales indican que los
neandertales estaban evolucionando tecnológicamente y con el tiempo hubieran llegado a
producir industrias muy parecidas a las de los cromañones. La presunta superioridad
tecnológica de estos últimos, fruto de un acontecimiento evolutivo único y excepcional,
queda, pues, en entredicho.

No hay duda de que tanto la morfología como la arqueología han producido


contribuciones significativas para la comprensión del proceso evolutivo humano, pero
estos ejemplos nos muestran que estas disciplinas han sido incapaces, especialmente
cuando se han aislado de otros campos de investigación, de resolver de forma
concluyente los principales problemas plan teados en la controversia neandertal. Parte de
nuestros problemas interpretativos provienen del hecho de que la definición de especie
que empleamos sigue un criterio puramente biológico (es decir, individuos de especies
diferentes no pueden cruzarse o no pueden producir descendientes fértiles, por
contraposición a los individuos de una misma especie), y este criterio no puede ser
aplicado al registro fósil. Debemos basarnos en otras indicaciones, como el grado de
diferencia morfológica, para intentar deducir la diferencia biológica. En el caso de la
arqueología, la problemática se halla en el hecho de que las diferentes tradiciones
culturales no son exclusivas ni están circunscritas a especies humanas concretas; esto
ocurre porque la transmisión cultural no sigue un patrón comparable a la herencia
biológica.

Hacia finales del siglo xx, la ciencia que estudia la evolución humana, exhausta
después de siglo y medio de irresolubles debates científicos, soñaba con la posibilidad de
recuperar material genético de neandertales y cromañones, y abrir de esta forma un

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nuevo frente de información sobre el pasado de nuestra especie. Este avance científico,
logrado en 1997, se debe a la aparición de un nuevo campo científico, denominado ADN
antiguo, que permite recuperar material genético de los seres humanos del pasado que ya
no están entre nosotros, como los neandertales, y producir datos objetivos para entender
la historia de nuestro linaje. Como veremos a lo largo de este libro, el ADN antiguo ha
proporcionado la clave para entender cómo eran genéticamente los neandertales y los
cromañones, y ha abierto el camino que llevará a un replanteamiento de este largo debate
antropológico. Sin duda, esta historia constituye una de las aventuras científicas más
apasionantes de nuestro tiempo.

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frica ha sido siempre la cuna de la humanidad; todavía conserva, en los
espacios abiertos de la sabana, algo de ese ambiente primigenio y auténtico que
indefectiblemente atrapa al viajero de hoy día. En este continente surgieron los
australopitecinos y formas afines, los primeros representantes de la familia homínida (el
linaje que va desde la separación del linaje de los chimpancés hasta nosotros), hace unos
cinco o seis millones de años. Los primeros representantes del género Homo, que se
expandieron por Eurasia, también aparecen por vez primera en África, hace casi dos
millones de años, y también los primeros humanos modernos, hace apenas doscientos mil
años. En diferentes momentos de la historia evolutiva humana, África ha actuado como
una bomba demográfica que ha ido expulsando a zonas periféricas como Europa y Asia
diferentes especies de humanos, coincidiendo con los períodos climáticos más cálidos.
Estas sucesivas salidas de África parecen haber tenido caracteres diferentes; el
arqueólogo Eudald Carbonell (Universidad Rovira i Virgili) ha sugerido que los primeros
Homo que dejaron África no eran en absoluto los más evolucionados; al contrario,
llevaban consigo una industria lítica más primitiva que la que existía en aquel momento
en zonas del continente africano; es decir, fueron expulsados a ambientes menos
acogedores por otros humanos más aventajados y con mejor tecnología. En cambio, la
última salida de África por parte de los humanos modernos parece corresponder a
individuos que poseían grandes habilidades y que en pocos miles de años dejaron
representaciones pictóricas en Europa que no pueden encontrarse en su continente de
origen.

Los primeros especímenes del género Homo se han encontrado en yacimientos de


África del Este, y han sido datados en alrededor de un millón ochocientos mil años. Sin
embargo, existen algunos restos esqueléticos de aspecto humano con más de dos millones
de años de antigüedad; por ejemplo, el maxilar superior etiquetado como AL 666-1,
descubierto en Hadar (Etiopía) y datado en 2,3 millones de años, no se parece a los

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primitivos australopitecinos contemporáneos y ha sido clasificado como perteneciente al
género Homo (sin atribución de especie) por algunos investigadores. La industria lítica
más antigua - denominada oldowayense - parece provenir del mismo período; los
primitivos guijarros, apenas trabajados del yacimiento de Gona (Etiopía), han sido
datados en cerca de dos millones y medio de años. La industria oldowayense parece
diseñada para golpear, romper y machacar, y los rastros de estos golpes se observan en
los huesos largos de muchos mamíferos, especialmente herbívoros, encontrados en los
yacimientos africa nos. Se ha sugerido que los primeros Homo utilizaron esta industria
para acceder a la médula ósea, un tejido extraordinariamente rico en grasas y proteínas,
de las carcasas abandonadas en la sabana por los carnívoros; no sólo los primeros
humanos ha - brían descubierto un nicho ecológico vacío en la competitiva sabana, sino
que esto les habría proporcionado energía suficiente para explicar su éxito adaptativo
subsiguiente.

En este período crítico cercano a los dos millones de años, aparecen diversas
especies de homínidos, algunas de las cuales han sido calificadas como pertenecientes a
nuestro género, que derivarían de formas más primitivas del género Australopithecus.
También aparecen dos especies hiperrobustas de Australopithecus (denominadas A.
robustus y A. boisei), con grandes crestas óseas en su cráneo (donde se insertaban
potentes músculos masticatorios) y grandes dientes en su boca (para permitir la
trituración de material duro, fibroso y de bajo poder energético, como raíces, semillas,
tubérculos y frutos). La especialización de una dieta herbívora habría sido la clave de su
éxito evolutivo inicial; los cambios climáticos posteriores, con la progresiva aridez del
entorno, los condenaría, sin embargo, a la extinción.

Homo rudolfensis es el nombre dado básicamente a un único cráneo, denominado


ER 1470 y hallado en 1972 a orillas del lago Turkana (Kenia) y datado en casi dos
millones de años; aunque su capacidad craneana es claramente más elevada que la de los
australopitecinos, su rostro es primitivo, masivo y totalmente plano, y su dentición de
gran tamaño, casi australopitecina. Homo habilis es el nombre dado a una serie de formas
más gráciles y ligeramente posteriores en el tiempo, que por su fra gilidad parecen más
humanas; sin embargo, su capacidad craneana era muy pequeña, y su esqueleto
poscraneal, descubierto por primera vez en 1986, era tan primitivo como el de los
australopitecinos de hace 3.000.000 de años; se trataba de individuos de estatura muy
baja - quizá de poco más de un metro de altura-, cuyos brazos eran largos en relación a
las piernas. Algunos investigadores se hallan tan descontentos con la atribución al género

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Homo de los primitivos rudolfensis y habilis que piden ahora que sean considerados
como australopitecinos.

Inicialmente se creía que una capacidad craneal elevada (y, por tanto, un cerebro
grande) sería el rasgo definitorio de nuestro género, pero ahora se ha visto que se trataba
de una pretensión imposible, inspirada por nuestro antropocentrismo; sencillamente, la
capacidad craneal ha ido aumentando progresivamente en el linaje homínido en los
últimos millones de años, y no se aprecia lo que pueda considerarse un salto cualitativo
en un momento puntual de nuestra evolución. Además, no podemos establecer
objetivamente un determinado valor de tamaño cerebral por encima del cual un individuo
pueda ser considerado humano, y por debajo del cual como no humano (o
australopitecino). La evolución cerebral no es simplemente una cuestión de tamaño
crítico, sino de complejidad de las interconexiones neuronales y del desarrollo de áreas
cerebrales específicas.

Con Homo ergaster, cuyos fósiles más antiguos están datados en 1,75 millones de
años, encontramos los primeros individuos que son unánimemente considerados como
humanos. Entre ellos se halla un fósil espectacularmente bien conservado, el chico de
Nariokotome (Kenia), datado en 1,6 millones de años; este individuo, que murió a una
edad cercana a los once años, hubiera llegado de adulto a una estatura cercana a 1,85 m,
sin duda muy por encima del promedio humano actual. No sólo el chico de Nariokotome
era muy alto comparado con los contemporáneos habilis y australopitecinos; también sus
proporciones corporales eran totalmente diferentes; sus extremidades eran largas, y los
segmentos más alejados del tronco eran, en proporción, más alargados que los segmentos
más cercanos. Estas proporciones corporales, casi calcadas en sus valores, se encuentran
actualmente en la misma área geográfica en que fue descubierto el fósil; grupos africanos
como los turkana o los masa¡ son muy parecidos al Horno ergaster. No quiere decir,
evidentemente, que sean descendientes directos de ellos; sencillamente, están adaptados
a las mismas condiciones climáticas, porque habitaban en el mismo ecosistema; el de la
sabana africana, con su fuerte calor, aridez y radiación solar. El físico de Nariokotome,
parecido al de un pívot de básquet, nos informa indirectamente de su color de la piel; con
toda probabilidad, este físico característico es el resultado de la adaptación climática. El
aumento de la superficie corporal está relacionado con el sistema de refrigeración
empleado por los humanos: la sudoración. Para que este sistema funcione eficientemente
es necesaria la pérdida de pilosidad corporal que con toda probabilidad cubría el cuerpo
de los primeros homínidos. Paralelamente a este proceso, tuvo que desarrollarse una

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pigmentación oscura en la piel para protegerse de la radiación solar, igual a la que
también hoy poseen las poblaciones que viven en zonas ecuatoriales.

¿Cómo contemplaría el chico de Nariokotome las formas hiperrobustas y


eminentemente vegetarianas del Australopi thecus? Sin duda, debieron de cruzarse con
ellos vagando por la sabana en busca de caza, quizá incluso contribuyeron a su
desaparición definitiva, hace poco más de un millón de años. ¿Se reconocerían como
especies emparentadas? ¿O les resultarían absolutamente alienos? Se trata de un debate
irresoluble que sin embargo se repite mucho más tarde, con los encuentros entre
neandertales y cromañones.

Toda esta enumeración de especies no quiere implicar, sin embargo, una narrativa
evolutiva que muestre una sucesión de especies en un camino de progreso; una de las
lecciones más claras que ha proporcionado la evolución humana en los últimos años es
que el modelo evolutivo tiene una forma arbustiva, con múltiples linajes que aparecen en
momentos concretos y cuya mayoría se extingue posteriormente. Si a veces percibimos
la evolución como una progresión direccionada, es porque la estamos contemplando
desde uno de sus extremos y nos es imposible distanciarnos de este proceso; asimismo,
esto significa que no debemos imaginarnos estas especies como eslabones de una cadena,
y, por tanto, el propio concepto de "eslabón perdido", tal como lo emplean con
insistencia los periodistas, carece de sentido.

Hace 1,4 millones de años aparece en África una nueva industria lítica más
evolucionada que la oldowayense, la denominada achelense. Un útil característico de esta
industria es el hacha de mano, piezas diseñadas para ser agarradas directamente con la
mano, empleando el antebrazo como si fuera el mango de un martillo; algunas hachas
pueden llegar a pesar un par de kilogramos, y esto nos da una idea de la fuerza física de
aquellos pioneros; su diseño parece estar pensado para descuartizar grandes presas. Las
hachas de mano tuvieron lo que hoy denominaríamos un éxito comercial; se extendieron
por África, Europa y Asia y se mantuvieron inalteradas en su diseño durante un millón de
años. Los útiles de la nueva industria parecen indicar que sus propietarios eran más
cazadores activos que carroñeros, y que por tanto eran capaces de perseguir presas vivas
mediante cacerías planificadas y basadas en la cooperación de un grupo de individuos. La
reducción del tamaño de los dientes en Homo ergaster respecto de los anteriores
humanos indica que éstos están más adaptados a morder que a triturar. Esta vida
dedicada a la caza en la sabana concuerda con la necesidad de un mecanismo de

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refrigeración corporal como la sudoración.

Diseñado pues para la vida activa en la sabana y con una capacidad craneana un
poco por debajo de los 1.000 cc, nuestro Homo ergaster fue capaz de expandirse fuera
de África (véase figura 1). Casi inmediatamente después de su aparición, encontramos
fósiles humanos en el extremo más alejado del sudeste asiático, en la isla de Java. Estas
formas asiáticas han sido denominadas Homo erectus; en su aspecto son muy parecidas a
las formas africanas, si bien en algunos casos sus cráneos son notablemente más
robustos; es posible que su robustez fuera debida a que Java actuó como una especie de
callejón sin salida evolutivo. El hallazgo de los cráneos de Dmanisi (Georgia), datados en
cerca de 1,8 millones de años y muy parecidos a los primitivos Homo habilis (el mejor
conservado únicamente tiene 600 cc de capacidad craneal), ha hecho a los investigadores
replantearse si Homo ergaster fue realmente el primer homínido que salió de África; sin
embargo, continuaría siendo el primero que se extenderá exitosamente por todos los
rincones de Eurasia.

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El descubrimiento del increíble homínido enano del yacimiento de Liang Bua, en la
isla de Flores (Indonesia), de un metro de altura y únicamente 380 cc de capacidad
craneal, que sobrevivió hasta fechas tan recientes como hace 18.000 años, es indicativo
de lo poco que sabemos todavía de estas primeras dispersiones euroasiáticas. Las
hipótesis actuales apuntan a que el homínido de Flores, bautizado como Homo
floresiensis, sería el resultado de una evolución insular tendente a la reducción progresiva

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del tamaño corporal (y lo que es más chocante, también de la capacidad craneal) a partir
de una forma antigua de Homo erectus que habría sido capaz de llegar a la isla hace
890.000 años, después de atravesar al menos 19 km de mar abierto, y que habría
quedado aislada del resto de la evolución homínida durante centenares de miles de años.
La inferencia más increíble es que, hace alrededor de cuarenta mil años y durante un
tiempo considerable, coexistieron al menos tres especies de homínidos en el planeta:
nosotros, los neandertales, y los diminutos seres de Flores. Si los primeros se
encontraron con los últimos es algo que desconocemos por ahora, pero parece razonable
pensar que los homínidos que hicieron la industria lítica del yacimiento de Liang Bua no
fueron los Homo floresienses, sino humanos modernos recién llegados. Quizá estos
descendientes de la primera y lejana migración fuera de África fueron diezmados por los
Homo sapiens, o quizá desaparecieron debido a una erupción volcánica que sacudió el
ecosistema de la isla de Flores hace 12.000 años y que acabó también con una curiosa
especie de elefantes enanos.

Después de Homo erectus, es probable que hubiera sucesivas salidas de África en


períodos subsiguientes; ya en Europa, los restos más antiguos son los del yacimiento de
Gran Dolina, en Atapuerca, que han sido datados en casi ochenta mil años y etiquetados
como pertenecientes a una nueva especie, Homo antecessor. En algunos rasgos de la cara
(especialmente en el marcado ángulo del hueso del pómulo y del maxilar), Homo
antecessor es más similar a los humanos modernos que a los posteriores neandertales,
por lo que sus descubridores lo interpretaron como un antepasado lejano de nuestra
propia especie. Sin embargo, otros restos casi contemporáneos, como el cráneo de
Ceprano, descubierto en 1994 al abrir una carretera a 88 kilómetros de Roma, tienen el
aspecto de un Homo erectus clásico.

La industria lítica de Orce, datada en 1,2 millones de años, podría corresponder a la


primera entrada de humanos en Europa. Se ha discutido mucho por donde tuvo lugar
este primer poblamiento de Europa (algunos han sugerido el cruce del Estrecho de
Gibraltar o el paso a través de Sicilia, pero la mayoría sigue apoyando la puerta de
entrada clásica, la del Próximo Oriente) y si fue una colonización permanente o
esporádica. La escasez de restos tan antiguos y el súbito aumento de evidencias
arqueológicas a partir de hace 500.000 años, con la llegada de la industria achelense a
Europa, sugiere que, en todo caso, hubo una segunda migración desde África alrededor
de ese período y que quizá los anteriores emigrantes simplemente se extinguieron en los
máximos glaciales precedentes.

27
A partir de hace 500.000 años y hasta la consolidación de la morfología neandertal,
vamos encontrando en Europa un grupo de fósiles bastante heterogéneo y de mayor
capacidad craneana (entre 1.100 y 1.300 cc), clasificado frecuentemente como Homo
heidelbergensis. La primera industria achelense llega a Europa con estos heidelbergensis,
casi un millón de años más tarde de su aparición en África. Estos fósiles europeos
presentan una mezcla de rasgos similares a los de los anteriores Homo erectus, como la
fuerte robustez de algunas estructuras craneales, y de rasgos que anuncian a los
posteriores neandertales. A veces, este mosaico de rasgos se halla en un mismo cráneo;
por ejemplo, los cráneos de Atapuerca 5 (datado en casi cuatrocientos mil años) y de
Petralona, Grecia (datado en cerca de trescientos cincuenta mil años) muestran en su
parte posterior rasgos de robustez ósea típicos de Homo erectus, mientras que sus rostros
recuerdan ya a los rostros proyectados hacia delante de los neandertales. Por el contrario,
el resto craneal de Swanscombe, Inglaterra (al que le falta el rostro), datado en quizá
doscientos cincuenta mil años, recuerda en su parte posterior el cráneo esférico y globoso
de los neandertales. Estos humanos eran muy fuertes y robustos; el fragmento de tibia de
Boxgrove (en el sur de Inglaterra) muestra un grosor del hueso sin parangón en los
humanos actuales; se ha estimado que habría correspondido a un individuo de alrededor
de 1,80 metros de altura y de unos 90 kilos de peso. Las cinco espectaculares lanzas
encontradas en la mina de lignito de Schúningen (Alemania) en 1995, y datadas en hace
400.000 años, nos informan, no sólo de la destreza de los que las confeccionaron (son
lanzas de madera de tejo, perfectamente equilibradas para el lanzamiento como las
jabalinas actuales), sino también de su gran fuerza física; la más larga de ellas medía 2,30
m, tenía un grosor de 3,6 cm y pesaba varios kilos.

Podemos imaginarnos que estas poblaciones locales europeas de Horno


heidelbergensis evolucionaron a ritmos dife rentes, sometidas a las condiciones climáticas
progresivamente más deterioradas que reinaban en Europa y aisladas de las poblaciones
africanas, que seguían otro camino evolutivo. Si, como veremos más adelante, la
morfología neandertal es el resultado de una adaptación al clima glacial europeo, es lógico
que sus rasgos aparezcan con anterioridad a lo largo de la evolución de estos humanos;
sin embargo, los rasgos de neandertal no evolucionaron como un único complejo
funcional, sino que aparecieron inicialmente en el rostro y después en la parte posterior
del cráneo. Es difícil decidir cuándo se establece el complejo morfológico neandertal
especializado, tal como se ha descrito clásicamente; algunos fósiles, como los restos de
Ehringsdorf, Alemania, datados en unos doscientos veinticinco mil años, son
considerados por investigadores como Chris Stringer (paleoantropólogo del Museo de

28
Historia Natural de Londres) como neandertales antiguos. Los restos franceses de
Biache-Saint-Vaast, datados en hace unos doscientos treinta mil años, también han sido
considerados por algunos como los primeros neandertales.

Hace alrededor de un cuarto de millón de años, apareció en África una industria lítica
distintiva que poco a poco sustituyó a la antigua achelense; se trata de la denominada
industria musteriense. Una de las tradiciones tecnológicas musterienses más exitosa se
basaba en la obtención final de un útil muy afilado y de forma triangular a partir de la
preparación previa y planificada de un núcleo con una superficie convexa y un extremo
plano; el útil final se obtenía con un único golpe certero en el extremo plano del núcleo
preparado. Esta técnica, denominada Levallois, se constituirá en el símbolo tecno lógico
de los neandertales hasta casi su desaparición. Para los arqueólogos, la técnica Levallois
es indicativa de la inteligencia y de la complejidad social de los neandertales, ya que para
la obtención del útil final requiere una gran capacidad de planificación, y se necesitan
meses, o incluso años, para aprender bien la técnica. Cualquiera que haya probado
trabajar núcleos de sílex habrá descubierto que no es nada fácil conseguir un útil que se
pueda comparar a los musterienses (también habrá descubierto lo fácil que es cortarse
con las afiladas esquirlas de sílex).

A partir de hace unos doscientos treinta mil años, todos los restos que encontramos
en Europa son exclusivamente neandertales. Desde un punto de vista físico, los
neandertales son increíblemente homogéneos, especialmente si se comparan con
homínidos anteriores (incluyendo su predecesor inmediato, Homo heidelbergensis), cuya
heterogeneidad confunde las interpretaciones filogenéticas. Sin duda, esto indica que su
físico era importante para su supervivencia y que estaban sometidos al duro efecto de la
selección natural. Pero no sólo hay neandertales en el límite geográfico de Europa (véase
figura 2), donde las condiciones climáticas podían ser extremas; su distribución se
extiende hasta Oriente Próximo y Medio, donde se han encontrado en Israel, Siria e Irak,
y hasta el oeste de Asia, donde se ha encontrado un resto tan lejos como Uzbekistán
(todos los mapas de distribución de los neandertales se ven obligados a trazar un largo
brazo hacia el este para englobar este único y lejano esqueleto infantil, denominado
Teshik-Tash).

Los neandertales permanecen en Europa como sus habitantes exclusivos durante dos
cientos mil años, sobreviviendo a varios máximos glaciales y a períodos de gran
inestabilidad climática, hasta que, a partir de hace unos cuarenta mil años, empiezan a

29
llegar otros grupos surgidos en África, los humanos modernos o cromañones; el
escenario ya está dispuesto para el drama evolutivo final.

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31
os neandertales tenían un aspecto único, que los diferenciaba claramente de
los cromañones; el significado real de esta diferencia, sin embargo, sigue siendo objeto de
debate. Desde que Marcellin Boule, del Museo de Historia Natural de París, describió
entre 1911 y 1913 el esqueleto neandertal de La Chapelle-aux-Saints (Corréze, Francia)
bajo una luz extremadamente desfavorable (Boule decía que tenían "facultades
intelectuales rudimentarias"), las reconstrucciones del físico neandertal se han sucedido
con mayor o menor fortuna.

Según la interpretación original de Boule, los neandertales eran unos individuos


velludos, encorvados y simiescos. Así, las representaciones iniciales mostraban seres
hoscos y horribles, con las piernas arqueadas y que blandían toscas cachiporras. Parecía
un contrasentido que los neandertales tuvieran en promedio una capacidad craneal mayor
a la nuestra, en una época en que se creía que el tamaño del cerebro era indicativo de las
capacidades intelectuales de un individuo; sin embargo, algunos antropólogos indicaron
que los neandertales tenían un cuerpo mayor y más robusto que el nuestro, y que quizá
por esto su cerebro era también mayor.

En las últimas décadas, la imagen del tipo neandertal ha ido evolucionando hacia
representaciones más favorables; revistas como National Geographic han mostrado
neandertales en actitudes familiares, afectuosos con sus hijos y dialogantes con otros
miembros del grupo. Para comprender la magnitud de la problemática neandertal, sólo
tenemos que recordar que estas interpretaciones tan diferentes se han llevado a cabo a
partir de los mismos restos óseos. Los huesos son los mismos; quizá no nos hablan de
forma diferente, sino que somos nosotros los que escuchamos con otros oídos.

En una controversia clásica de la antropología, se especula sobre qué pasaría si, en


nuestros días, pudiéramos lavar, afeitar y vestir adecuadamente a un neandertal y
sentarlo después en el metro de Nueva York. El raciólogo Carleton Coon, el primero en

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proponer este ejercicio de imaginación, en 1939, abogaba por una fase neandertal en los
europeos actuales, y, por este motivo, mantuvo que la gente del metro no notaría
prácticamente la diferencia (hay muchos tipos raros en las grandes ciudades, podríamos
añadir). También opinaban así W.Strauss y A.J.E.Cave, quienes reestudiaron los restos
de La Chapelle-aux-Saints en 1957, pero por otros motivos; deseaban corregir el
estereotipo de bruto salvaje que se tenía de los neandertales. Pero el genetista Steve
Jones opinaba, en 1993, que la gente correría despavorida a cambiarse de vagón. Como
siempre en el caso de los neandertales, las posturas son absolutamente enfrentadas y nos
sentimos confundidos por estas contradicciones entre los especialistas. Pero, más allá de
la anécdota imposible de encontrar un neandertal en nuestra vida cotidiana, subyace el
debate de si los reconoceríamos, sin más, como una especie diferente a la nuestra. ¿Qué
tenían de especial en su aspecto?

Para empezar, los neandertales tenían un cuerpo extraordinariamente compacto y


musculoso; como dijo el antropólogo Eric Trinkaus (Universidad de Washington), eran
como Schwarzenegger pero de forma natural, sin tener que ir al gimnasio. Sus potentes
músculos, reflejados en fuertes marcas de inserción en sus huesos y en la curvatura de
éstos, nos informan de su gran fuerza física. Nunca sabremos qué marcas de halterofilia
o de lanzamiento de peso se podrían haber batido en las olimpiadas neandertales, pero
sin duda su fuerza era mucho mayor que la nuestra. Las falanges de sus dedos eran más
anchas y fuertes que las nuestras; un apretón de manos neandertal sería también una
experiencia inolvidable. No es extraño; vivían en un entorno increíblemente duro y
desfavorable y su tecnología no les permitía sobrevivir sin emplear una gran fuerza; su
adaptación era más física que cultural. No disponían de azagayas que permitieran
alejarlos del contacto directo con la presa; los arcos y las flechas, así como los
propulsores de jabalinas o atlatl (que permiten pasar de lanzar jabalinas a unos 60
metros, hasta unos 150 metros), son invenciones posteriores de los humanos modernos
que les permitieron perder robustez corporal con el consiguiente ahorro energético. El
tipo de vida neandertal era extremadamente duro; las fracturas óseas son tan abundantes
en una muestra de neandertales como en un grupo de cowboys espe cializados en
arriesgados rodeos de caballos salvajes, aunque predominan en la cabeza y los miembros
superiores.

Tampoco se han hallado agujas de coser en los yacimientos neandertales. Algunos de


los útiles líticos y el acusado desgaste de los dientes anteriores de algunos neandertales
indican que curaban y preparaban pieles de animales, pero no sabemos si llevaban

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vestidos más o menos elaborados o simplemente iban cubiertos con pieles como si fueran
ponchos o anudadas a la cintura. En cambio, la presencia de agujas de hueso
indistinguibles de las agujas de coser actuales en los yacimientos cromañones de hace ya
26.000 años implica que éstos sí tenían vestidos más sofisticados y, por tanto, podían
protegerse más eficazmente contra el frío.

Las proporciones corporales de los neandertales eran diferentes de las de los


cromañones; sus extremidades eran cortas con respecto al tronco, especialmente en sus
segmentos más alejados de éste (véase figura 3). Tenían un cuerpo construido de forma
similar al que observamos actualmente en grupos humanos adaptados a vivir en las zonas
árticas, como los inuit (antes conocidos como esquimales) o los saami (antes conocidos
como lapones). Este patrón morfológico se observa en otras especies de mamíferos de
amplia distribución climática; por ejemplo, las liebres árticas son más compactas que las
de nuestro país, más estilizadas y gráciles. Este tipo de variación es puramente
adaptativa; las variables climáticas como la temperatura, la humedad o la radiación solar
actúan sobre rasgos externos de las poblaciones humanas, como la altura, las
proporciones corporales o la pigmentación, transformándolos para contribuir a una mejor
adaptación de estas poblaciones a su entorno natural. Trinkaus describe así la adaptación
neandertal: "en climas fríos se necesita un núcleo corporal grueso para retener la
temperatura, y una superficie relativamente pequeña por donde perderla".

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No sólo el cuerpo de los neandertales parece reflejar una adaptación ambiental;
también el rostro, modificado de forma espectacular respecto a los homínidos anteriores,
ha sido interpretado como el resultado de esta adaptación. Decía Lady Macbeth a su
marido: "tu rostro es como un libro en que los hombres pueden leer cosas extrañas". Así
es también en el caso de los neandertales; sin embargo, no disponemos de paralelismos
morfológicos en los grupos humanos actuales, con lo que el significado adaptativo de su

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rostro nos resulta difícil de descifrar. En los neandertales, la parte media de la cara se
proyectaba hacia delante, lo que implicaba modificaciones en todo el cráneo; los huesos
nasales de estos individuos eran prácticamente horizontales, con lo que no habrían tenido
ningún problema por llevar gruesas gafas (incluso varias de ellas). La nariz era
espectacular, sin parangón con la de los humanos actuales; imaginémonos la anchura de
nariz de un africano y la proyección y altura de un europeo combinadas, y tendremos
una impresión de la nariz de un neandertal. La proyección anterior también modificaba
los relieves de la cara; la depresión característica que tenemos nosotros por debajo de los
ojos y por encima de los dientes (formada por el cambio de ángulo entre el maxilar
superior y el hueso de los pómulos) no existía en los neandertales. La boca se proyectaba
hacia delante, lo que dejaba espacios vacíos por detrás de sus molares; nosotros no
tenemos apenas sitio para que puedan emerger las muelas del juicio, lo que conlleva que
muchos hayamos tenido que pasar por el dentista; pues bien, los neandertales tenían
espacio suficiente, no sólo para sus muelas del juicio, sino que todavía les hubiera
sobrado para alojar cómodamente un cuarto molar. También el interior de la nariz era
diferente; en algunos fósiles bien conservados, como el de Gibraltar, los antropólogos
norteamericanos J.H.Schwartz e I.Tattersall observaron recientemente unos rebordes
óseos que sin duda aumentaban la superficie de la mucosa nasal y contribuían de esta
manera a calentar y humedecer el seco y helado aire inspirado por los neandertales. Su
anatomía nasal sería una adaptación única y adicional entre los homínidos al clima ártico
que se enseñoreó de Europa durante los períodos glaciales.

Estamos acostumbrados a las sorpresas que nos depara el clima; frecuentemente


oímos que el servicio meteorológico afirma que un día concreto ha sido, en nuestra
ciudad o país, el más frío en los últimos veinte años, o un mes el segundo más seco en
los últimos cincuenta años, y pensamos que estamos viviendo una excepcional
inestabilidad climática. Pero no; si pudiéramos retroceder en el pasado unas decenas de
miles de años, entenderíamos el significado real de la expresión cambio climático.

En los últimos millones de años, la tierra ha sufrido una serie de grandes cambios
climáticos, a veces tan repentinos que han ocurrido en centenares de años, y algunos
incluso en el período de una vida humana. Estos cambios incluyen períodos fríos
(denominados estadiales o eventos Heinrich) y períodos más cálidos (denominados
interestadiales). Los conjuntos de períodos predominantemente fríos son conocidos
como glaciaciones, y la culminación de estos períodos son los máximos glaciales.

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¿Cuál es el origen de estas glaciaciones? Se han propuesto varios mecanismos, que
no son mutuamente excluyentes; es posible que la conjunción de varios de estos
fenómenos contribuyera a los períodos glaciales. Se han relacionado con cambios en la
circulación oceánica, con cambios en la órbita de la tierra y con cambios en la
concentración atmosférica de gases. Fuera cual fuera la causa, en los máximos glaciales
del último medio millón de años, grandes casquetes de hielo cubrían gran parte de lo que
hoy es Europa, haciéndola inhabitable. En Escandinavia, el casquete de hielo llegaba a un
grosor de 3 km; en las cadenas montañosas, como los Alpes o los Pirineos, el hielo
perpetuo se extendía por los valles alpinos, que todavía hoy en día tienen la característica
forma de U, por haber canalizado los glaciares, y frecuentemente llegaban al mar. El
incremento de los casquetes polares comportaba que gran cantidad de agua quedara
atrapada en forma de hielo, lo que hacía disminuir el nivel del mar hasta unos doscientos
metros por debajo del nivel actual; de esta forma, Inglaterra estaba unida al continente y
parcialmente cubierta de hielo, y el contorno de la costa europea era ligeramente
diferente al actual; en la península Ibérica, la costa retrocedió entre 15 y 20 kilómetros en
promedio; estas antiguas playas se hallan hoy día cien metros por debajo del nivel del
mar. Una parte de Europa estaba cubierta de hielo, pero el resto presentaba una fauna y
una vegetación diferente de la que hay hoy en día; habría grandes extensiones de tundra,
con musgos, líquenes y extensiones herbosas, y de bosques de abetos, enebros y sabinas;
grandes manadas de herbívoros, como los bueyes almizclados, bisontes, ciervos,
caballos, renos y cabras alpinas recorrían de forma estacional el continente. También
había carnívoros, como el oso cavernario, leones, hienas, lobos y zorros árticos, y
grandes bestias, como los mamuts y los rinocerontes lanudos. En pinturas posteriores de
cuevas de la península Ibérica, todavía podemos observar representaciones de estos
animales; hay, por ejemplo, mamuts en la cueva de El Pindal (Asturias), renos en la
cueva Atxerri (Gipúzcoa), y bisontes en la cueva de Castro-Urdiales (Cantabria).

Los neandertales explotaron estos recursos básicamente carnívoros mediante la caza


cooperativa; probablemente, unos cuantos cazadores coordinados empujaban a las presas
hacia bordes de ríos o de barrancos, donde los grandes mamíferos no podían maniobrar,
para después atacarlos con lanzas. No se han encontrado campamentos neandertales al
aire libre, pero sí muchas ocupaciones de cuevas; quizá su supervivencia dependía de
localizar alguna cueva, especialmente durante los duros inviernos europeos, durante los
cuales las temperaturas bajaban hasta los 20 y los 30 grados bajo cero. El fuego debía ser
esencial para calentarse, pero la madera no era tampoco abundante. Realmente, el que
los neandertales sobrevivieran tanto tiempo en unas condiciones climáticas tan adversas

37
fue un prodigio de supervivencia.

Las mujeres neandertal eran parecidas en muchos aspectos a los hombres. En el


linaje de los humanos, las hembras siempre han sido físicamente más gráciles, pequeñas
y delgadas, que los machos. Aún hoy día, las mujeres son en promedio un 8% más bajas
que los hombres. Algo parecido se daba en los neandertales, si bien se han encontrado
muchos menos restos femeninos que masculinos. Quizá el cráneo de la cueva Forbes, en
Gibraltar, es la mujer neandertal mejor conservada y más cono cida. De hecho, este
cráneo fue encontrado en el año 1848, ocho años antes que el fósil del valle de Neander,
pero permaneció en el limbo científico hasta nada menos que 1907. Las circunstancias de
su hallazgo y su localización exacta son desconocidas; al parecer, el capitán Brome, de la
prisión militar inglesa de Gibraltar, era un coleccionista de fósiles amateur, y solía
explorar las cuevas del Peñón empleando prisioneros para cavar en ellas (una costumbre
que acabó costándole el puesto); el cráneo fue enviado a Londres en 1863, donde
permanece desde entonces. En el rostro de Gibraltar podemos reconocer fácilmente los
rasgos típicos neandertales; la cara proyectada hacia delante, la nariz ancha y
prominente, la frente huidiza y el espacio por detrás de la muela del juicio. Otros rasgos
de robustez craneal, relacionados con el dimorfismo sexual, están atenuados, como los
gruesos rebordes óseos por encima de los ojos. Algo parecido se observa actualmente en
nuestra especie; los hombres solemos tener la frente menos vertical que las mujeres, y las
inserciones musculares más marcadas en el cráneo y el resto del esqueleto. En su aspecto
externo, las mujeres neandertales diferían poco de los hombres; sin duda, para nuestros
patrones estéticos, no podrían considerarse, digamos, muy agraciadas (aunque también
podemos preguntarnos qué pensarían ellas de nosotros, cromañones enclenques y de
frente vertical).

Finalmente, otros aspectos de la morfología neandertal no reflejan quizá ninguna


adaptación, sino que son la consecuencia de la morfología que tenían sus predecesores.
La forma de su cabeza era diferente de la nuestra: su cráneo era más bajo y alargado, y
su frente huidiza, en parte escondida por dos gruesos rebordes óseos por encima de las
órbitas, que convertían sus ojos en cavernas. Debido a la forma de su cráneo, podemos
especular que su cerebro también era ligeramente diferente, más largo y bajo, que el
nuestro. No sabemos, sin embargo, si esta diferencia se traducía en aspectos cognitivos
que pudieran limitar sus capacidades intelectuales o su capacidad de desarrollar lenguaje
hablado.

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40
e todas las capacidades humanas, el lenguaje ha sido considerado como
patrimonio único y exclusivo de nuestra especie, y por este motivo su rasgo definitorio
(dicen que cuando Voltaire vio un chimpancé, exclamó "habla y te bautizo"). Algunos,
como el genetista Alan Wilson, propusieron que el lenguaje fue la característica
adaptativa esencial que permitió a nuestros antepasados africanos dispersarse por el
mundo y sustituir a las poblaciones arcaicas locales, incluyendo a los neandertales.

Sin duda el lenguaje es una adaptación compleja que implica la anatomía vocal, el
desarrollo de áreas específicas del cerebro y cambios genéticos. Sabemos que nuestros
parientes vivos más cercanos, los chimpancés, a pesar de sus múltiples habilidades, no
pueden hablar ni podrán hacerlo nunca, por la morfología de su tracto vocal (aunque
Descartes decía estar convencido de que los chimpancés hubieran podido hablar, pero
que habían resuelto guardar silencio para que no los obligaran a trabajar). En algún
momento, a lo largo de la evolución homínida, la transformación en la morfología del
tracto vocal permitió progresivamente la emisión de una amplia gama de sonidos, pero
tuvieron que darse también cambios genéticos y cerebrales. Se trata de un tema difícil de
investigar, ya que no hay nada más volátil que el lenguaje (no en vano se dice que las
palabras se las lleva el viento). Ciertamente, nunca escucharemos palabras de neandertal,
pero quizá podamos deducir algunas cosas de sus capacidades para el lenguaje.

Cada vez conocemos más rasgos de nosotros mismos estudiando los genes puestos
de manifiesto a raíz del Proyecto Genoma Humano. Como la variabilidad genética
presente forzosamente tiene que tener un origen en el pasado, los genes actuales nos
informan no sólo de cómo somos en aspectos concretos, sino que además nos permiten
inferir si una característica es exclusiva de nuestra especie o si surgió más atrás en
nuestra historia evolutiva, y si pudo ser, por tanto, compartida con otros humanos, como
los neandertales.

En el año 2002 se publicó un estudio de uno de estos genes, el FOXP2, que se ha

41
relacionado con la capacidad del habla y del lenguaje articulado, en una amplia muestra
de humanos y en los primates más cercanos al ser humano; sus resultados ponen en
duda, indirectamente, que los neandertales pudieran tener un lenguaje como el nuestro.

El FOXP2 se descubrió en 1998, cuando se analizó una familia en la cual la mitad de


sus miembros presentaba dificultades para el aprendizaje gramatical y en la propia
articulación del lenguaje y coordinación de los movimientos orofaciales reque ridos; el
patrón de transmisión observado sugería que se trataba de un trastorno hereditario, y,
efectivamente, se descubrió que los individuos afectados presentaban una mutación en el
gen FOXP2. Este gen se localiza en el brazo largo del cromosoma 7 y codifica para una
proteína de 750 aminoácidos (los aminoácidos son los bloques constituyentes de las
proteínas); su función efectiva en relación con el lenguaje es, sin embargo, desconocida.

Posteriormente, un equipo del Instituto Max Planck (Leipzig), dirigido por Svante
Püübo, tuvo la idea de mirar este gen en el contexto evolutivo. Si FOXP2 estaba
efectivamente implicado en la habilidad de desarrollar lenguaje, entonces esperaríamos
encontrar diferencias en la secuencia de este gen entre nosotros y los otros primates, que
no poseen esta habilidad. Efectivamente, se encontró que los humanos tenemos dos
cambios de aminoácido en las posiciones 303 y 325 de este gen, que los chimpancés,
gorilas, orangutanes y macacos no tienen; se trata de dos mutaciones exclusivas de los
humanos. FOXP2 es un gen muy conservado en la evolución; por ejemplo, nosotros
diferimos en sólo tres aminoácidos de la secuencia de FOXP2 en el ratón. Esto implica
que, aunque dos cambios parecen poca cosa, desde un punto de vista de la historia
evolutiva de este gen son muy significativos. También se secuenciaron 20 humanos
pertenecientes a los diferentes continentes; obviamente, no se encontraron diferencias en
el gen en ningún grupo humano, lo que constituye nuevamente un argumento a favor del
escaso significado evolutivo que tradicionalmente se ha atribuido a las diferencias
externas observadas en nuestra especie. Efectivamente, cuando se han analizado genes
esenciales en la cons titución de nuestra especie, como este posible gen relacionado con
el lenguaje, o algunos neurotransmisores, nunca se han observado diferencias entre
grupos humanos. Es decir, no existe ningún grupo humano que no tenga una capacidad
innata para desarrollar lenguaje.

Ya hemos visto que, conociendo la variación presente en un segmento genético, y


estimando la tasa a la cual se producen cambios en ese segmento, podemos inferir en qué
momento del pasado se generó esta variación. Los investigadores dedujeron que las dos

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mutaciones humanas habrían surgido en algún momento entre hace 10.000 y 100.000
años, y, en todo caso, no anteriores a hace 200.000 años. Estos resultados son
compatibles con el modelo de expansión reciente de los humanos modernos, relacionada
con una ventaja selectiva, que en este caso podría tratarse de un lenguaje articulado más
sofisticado. Si, como veremos, los linajes de los humanos y de los neandertales se
separaron hace medio millón de años, esto podría implicar también que estos últimos no
disponían de lenguaje, o tenían un lenguaje más limitado que el nuestro.

El debate del lenguaje se ha enfocado también desde la morfología. Nosotros


tenemos la laringe situada en una posición inferior en el tracto vocal, lo que nos permite
realizar una gama muy amplia de sonidos, pero al mismo tiempo nos impide beber y
respirar al mismo tiempo (quien no lo crea puede hacer una prueba rápidamente). La
forma de nuestro aparato vocal repercute en la morfología de la base del cráneo y del
hioides, un extraño hueso en forma de U que sostiene la base de la lengua y la laringe y
es el único hueso del cuerpo que no está directamente en contacto con otros huesos. En
los nean dertales, la base del cráneo, poco desarrollada verticalmente y esencialmente
plana, parecía indicar que tenían la laringe en una posición superior a la nuestra, y que
por tanto no disponían de espacio suficiente entre la laringe y la cavidad bucal como para
producir la variedad de sonidos que nosotros podemos producir. Algunos investigadores
han llegado a sugerir que los neandertales, igual que los chimpancés, serían incapaces de
producir diversos sonidos vocálicos, lo que limitaría seriamente su capacidad lingüística;
hay que decir que la mayoría de los lenguajes se basan en cinco o más sonidos vocálicos,
con la excepción de los lenguajes polinésicos, algunos de los cuales únicamente disponen
de tres vocales. Otros investigadores han criticado las inferencias fonéticas realizadas a
partir del tracto vocal de los neandertales; para Dean Falk, según estas reconstrucciones,
no sólo los neandertales no podrían hablar, sino que tampoco podrían tragar.

Además, el descubrimiento del esqueleto neandertal de Kebara (Israel), en 1983,


proporcionó por vez primera un hueso hioides; se trata de un hallazgo inesperado, por la
propia fragilidad de este hueso, que no favorece su conservación. El hioides de Kebara
resultó ser, en forma y tamaño, muy similar al nuestro, lo que volvió a avivar el debate
de la existencia de lenguaje en neandertales. El descubrimiento de un nuevo hueso
hioides en Atapuerca, también de aspecto moderno y datado en cerca de cuatrocientos
mil años, ha llevado a algunos investigadores a defender la existencia de lenguaje incluso
en los antepasados remotos de los neandertales.

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Recientemente, Matt Cartmill y otros investigadores de la Universidad de Duke han
estudiado el tamaño de unos peque ños orificios de la base del cráneo, denominados
canales hipoglósicos; por estos orificios pasan nervios que controlan los movimientos de
la lengua. Los investigadores razonaron que, como el lenguaje requiere movimientos muy
precisos de la lengua, la aparición del lenguaje debía de estar asociada a unos nervios y,
consecuentemente, unos canales hipoglósicos más gruesos. Efectivamente, encontraron
que los canales hipoglósicos de los neandertales y de sus predecesores inmediatos tenían
un diámetro comparable al de los humanos modernos; por el contrario, estos orificios
eran notablemente menores en los australopitecinos y en los primeros Homo.

Otra forma de enfocar la aparición del lenguaje consiste en estudiar el desarrollo de la


asimetría cerebral (las áreas cerebrales encargadas de controlar el lenguaje se hallan en el
hemisferio izquierdo, aumentando la asimetría del cerebro) y la aparición de lateralidad
manual (es decir, nuestra especie es única en el sentido de que hay humanos que utilizan
preferentemente una u otra mano, siendo la mayoría diestros). Las interconexiones
neuronales presentes durante el desarrollo embrionario indican que el lenguaje, la
lateralidad y la asimetría cerebral están evolutivamente conectados. Las asimetrías
cerebrales son difíciles de estudiar, pero existen formas de deducir la lateralidad de los
humanos fósiles. Los neandertales y sus predecesores muestran numerosas marcas de
corte en sus dientes incisivos que son el probable resultado del hábito de sujetar pedazos
de carne con los dientes y una mano mientras los cortaban con un instrumento de sílex;
estos movimientos de corte dejaban a veces, de forma inadvertida, señales oblicuas en la
superficie del esmalte dentario. Los individuos diestros sujetaban la car ne con la mano
izquierda y la cortaban con la derecha, dejando señales oblicuas hacia abajo y a la
derecha del diente; por el contrario, los individuos zurdos cortaban con la izquierda, y
dejaban señales oblicuas hacia abajo y a la izquierda. Estudiando las marcas de corte de
los neandertales, se ha podido deducir que muchos de ellos eran diestros, pero se han
encontrado dos individuos que eran claramente zurdos; un individuo del yacimiento
croata de Krapina y otro del yacimiento francés de Hortus. Y si ya existía lateralidad
entre los neandertales, la deducción lógica es que ya debían tener lenguaje.

Todos estos indicios no son seguramente descabellados; para algunos se hace difícil
creer que la sofisticada industria lítica achelense, el cuidado y manejo del fuego o la
planificación de cacerías pudiera tener lugar sin algún tipo de comunicación entre los
individuos que realizaban estas tareas. Sin embargo, otros investigadores siguen
manteniendo que el lenguaje complejo, igual que el pensamiento simbólico, únicamente

44
apareció con los cromañones y sus contemporáneos. En palabras de algunos, "si pueden
pintar, pueden hablar", pero no antes.

Dice el lingüista Noam Chomsky que la mente humana tiene una capacidad innata
para el lenguaje. Efectivamente, todas las sociedades humanas actuales y pasadas
conocidas tenían lenguaje, y éste poseía complejas normas gramaticales y fonéticas que
son bastante constantes. Se ha observado que los niños de entre dos y tres años
aprenden el lenguaje de forma natural, cuando se hallan integrados en una sociedad
humana, a partir de sus experiencias propias. Todos los seres humanos de todos los
continentes tienen el mismo potencial para aprender lenguaje, lo que es consecuencia de
la estructuración y organiza ción de nuestro cerebro, que al mismo tiempo es el producto
de nuestra evolución. De esta manera, parece evidente que la habilidad para aprender
lenguaje no sólo tiene una base cultural, sino también una base biológica (en forma de un
cerebro desarrollado) y genética.

En estos momentos, el debate se halla estancado y dividido en dos bandos opuestos:


los que defienden que el lenguaje - o algún tipo de lenguaje - tiene una gran antigüedad
en la línea homínida y los que opinan que es una adaptación reciente y exclusivamente
humana, y que constituye de hecho la gran ventaja adaptativa que permitió que un grupo
de humanos saliera de África y se expandiera exitosamente por todos los continentes,
hace menos de 100.000 años.

45
46
tro aspecto clásico del debate sobre los neandertales hace referencia a su
nivel de pensamiento abstracto y de conducta humana moderna. Es decir, ¿tenían algún
tipo de creencia espiritual y de autoconsciencia? Por lo que respecta a la capacidad de su
cráneo, ya hemos visto que éste era similar al nuestro, incluso ligeramente mayor en
promedio; pero el hecho de que su cerebro tuviera un volumen parecido al nuestro no
nos habla de su desarrollo intelectual ni de sus inquietudes espirituales.

La posibilidad de que los neandertales pensaran en el más allá depende en buena


medida de poder demostrar que realizaban enterramientos intencionados; para Carbonell,
eso demostraría la existencia del "pensamiento abstracto que nos capacita para entender
el tiempo [...], para entender el proceso por el cual la vida tiene principio y final". Los
arqueólogos consideran que se requieren tres evidencias para sostener que un indi viduo
fue enterrado de forma intencionada, miles de años antes de ser encontrado: que los
huesos del esqueleto se encuentren en conexión anatómica, que haya algún tipo de
ofrenda funeraria, y que el cuerpo haya sido depositado en una fosa excavada para tal
fin.

La gran mayoría de los neandertales descubiertos han sido hallados en cuevas, y


frecuentemente se ha tratado de esqueletos enteros; esto parece indicar que fueron
depositados allí por sus contemporáneos. El primer neandertal reconocido como un
humano primitivo, Neander, fue hallado en una cueva, y el hecho de que los obreros que
lo descubrieron recogieran varios huesos sugiere que debía de estar completo. Sin
embargo, se ha argumentado que los cuerpos podrían haber sido depositados en cuevas y
enterrados en ellas por causas higiénicas, de la misma manera que nosotros nos
deshacemos de la basura en nuestro hogar. La posibilidad de encontrar ofrendas que
puedan reconocerse claramente como tales es remota, por la propia pobreza material del
tipo de vida neandertal. A veces se encuentra algún útil lítico cerca del cuerpo, o algún
resto de animal, como las cabezas de cabra del niño neandertal de Teshik-Tash, pero

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igualmente puede argumentarse que se trata de una acumulación accidental proveniente
de los desechos del propio hogar. La silueta de una fosa, reconocible durante la
excavación, ha sido descrita en numerosos casos, incluyendo el niño neandertal de
Dederiyeh (Siria) o el niño de Amud (Israel); sin embargo, una fosa no constituye por sí
sola una evidencia más allá de la intencionalidad de desprenderse de un cuerpo y de
sepultarlo para evitar que atraiga a posibles animales carroñeros a la cueva.

Es paradójico que la existencia de posibles creencias en el más allá de los


neandertales dependa en buena medida de un acto de fe de los propios investigadores;
algunos piensan firmemente que enterraban rutinariamente a sus muertos, y que esto
indica que creían en algún tipo de vida después de la muerte. Se han propuesto como
candidatos al enterramiento diversos neandertales: La Chapelle-aux-Saints, La Ferrassie,
La Quina, Le Moustier, Spy, Kiik-Koba, Shanidar, Roc de Marsal y Tabun. En la cueva
de Shanidar, el hallazgo en 1960 de un esqueleto de edad avanzada (en realidad debía de
tener entre 35 y 40 años, pero sin duda era un anciano para los duros cánones
demográficos neandertales), que presentaba graves lesiones, reavivó el debate sobre el
ajuar funerario. El viejo de Shanidar había sufrido una fractura en la órbita izquierda (lo
cual probablemente le había llevado a la pérdida de visión de ese ojo), y presentaba
lesiones en el omóplato y en la clavícula derechas, así como la probable amputación del
brazo derecho. La supervivencia de Shanidar con tan graves traumatismos indica que sus
congéneres tuvieron que cuidar activamente de él, al menos durante un tiempo
relativamente prolongado, que permitió la cicatrización de sus heridas.

Los excavadores hallaron, en la tierra encima del esqueleto, una cierta acumulación
de polen de flores silvestres primaverales; Trinkaus mantuvo que murió de inanición al
final de la primavera, y que el resto del grupo depositó sobre el cuerpo esta emotiva
ofrenda floral. En la prensa, se llamó a los neandertales de Shanidar los flower people,
una denominación acorde con los aires progresistas de la época; posteriormente, otros
investigadores dudaron de la existencia de esta presunta ofrenda y argu mentaron que
probablemente se trataba de un artefacto de la propia excavación, producido quizá por la
acumulación inadvertida de polen moderno proveniente de las ropas de los excavadores
nativos o por nidos subterráneos de roedores.

Por el contrario, con la llegada de los cromañones, las evidencias funerarias se tornan
omnipresentes. Frecuentemente, los cuerpos tienen adornos corporales en forma de
collares y pendientes, bastones de mando hechos de hueso o de piedra, brazaletes de

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conchas y tierra ocre dispuesta expresamente por encima del cuerpo, así como posturas
intencionadas, con los brazos cruzados entre sí e incluso con un brazo dispuesto encima
de otro cuerpo cercano. Las evidencias sobre la espiritualidad de los cromañones
abundan en el Paleolítico Superior, después de la desaparición de los neandertales, si bien
sus creencias siguen siendo un misterio para nosotros. Por ejemplo, se ha sugerido que la
tierra ocre que empleaban puede simbolizar la sangre y la vida.

Para gente como Milford Wolpoff (Universidad de Michigan), la existencia de


enterramientos en los neandertales es innegable, aunque, según él, algunos antropólogos
aplican criterios más restrictivos en el caso de los neandertales que en el caso de
humanos posteriores porque se resisten a creer en su capacidad simbólica. Wolpoff
sugiere, además, que existía una cierta estratificación social entre los neandertales, puesto
que la gran mayoría de los cuerpos enterrados parece corresponder a hombres y no a
mujeres.

Aunque de momento irresoluble, la existencia de enterramientos neandertales es un


punto importante por lo que respecta al debate sobre su grado de humanidad; no en vano
se ha propuesto el miedo a la muerte y la esperanza en el más allá como un rasgo que
nos diferencia del resto de los animales. Existen antecedentes a los enterramientos
clásicos; los investigadores del equipo de Atapuerca han propuesto que la inexplicable
acumulación de restos humanos en Sima de los Huesos - entre ellos, el famoso cráneo 5
- representa un acto intencionado de los Homo heidelbergensis, que lanzaban al interior
de la sima los cadáveres de sus congéneres muertos; una única herramienta de piedra de
aspecto distintivo (que han denominado Excalibur) podría corresponder, además, a una
especie de ofrenda. Otros investigadores discrepan de estas interpretaciones de
intencionalidad por su carácter altamente especulativo; en todo caso, este tipo de acción
puede corresponder también a un acto higiénico más que a una planificación
estrictamente funeraria.

El arte es otro aspecto de la conducta simbólica que ha sido definido como exclusivo
de los humanos modernos; no se trata de una cuestión estética, sino un marcador del
grado de evolución del cerebro. Igual que los enterramientos, el arte es susceptible de ser
investigado desde la evidencia arqueológica.

La posibilidad de probar que los neandertales producían arte se ha utilizado para


intentar demostrar su humanidad. Sin embargo, nuestros neandertales apenas resisten la

49
comparación con los maestros cromañones del Paleolítico Superior, los mismos que
llenaron cuevas como las de Lascaux, Altamira, Chauvet o El Cosquer con fantásticas
representaciones de animales. El naturalismo de estas pinturas hace que inmediatamente
nos sintamos identificados con los que las crearon; de hecho, cuando se descubrieron las
primeras pinturas rupestres, la calidad de su ejecución consiguió que nadie creyera que
podían haber sido hechas por hombres prehistóricos. Decía Balthus que "el arte es el
tiempo vencido"; y, en términos de arte, ciertamente los cromañones han conseguido
llegar a la actualidad.

Sin embargo, ¿qué pasa con los neandertales? ¿Eran capaces también de crear arte?
Es evidente que no disponemos de Altamiras neandertales; sin embargo, se ha
argumentado que, en muchas sociedades, la creación de objetos cotidianos y de adorno
está relacionada con el arte. En este sentido, el collar neandertal de Arcy-sur-Cure tiene
sin duda un componente artístico en su diseño y ejecución.

También podría considerarse arte todo tipo de señales, perforaciones y muescas


encontradas en algunos huesos y dientes procedentes de niveles musterienses y que no
parecen tener otro significado que el de la decoración. En una visita a la Academia
Nacional de las Ciencias de Ucrania, en el año 2001, pude observar algunos huesos
decorados encontrados en el poco conocido yacimiento musteriense de Zaskal'naya
(Crimea), datado en hace 36.000 años; allí aparecieron fragmentos de huesos de
animales en los que algunos neandertales se habían entretenido en hacer marcas que
seguían patrones intencionales y regulares, como»» o ////// y combinaciones de éstos.
Algunos podrán decir que esto no es suficiente para probar la existencia de arte entre los
neandertales, pero sin duda denota una curiosidad estética muy próxima a la que tuvieron
los primeros artistas cromañones. Y, si se trataba de objetos no funcionales, éstos
forzosamente parecerían tener un potencial simbólico. Existe otro objeto artístico
atribuido a los neandertales que se esgrime en todos los debates sobre pensamiento
simbólico; se trata de un colmillo de una cría de mamut, con los extremos tallados y
pulidos, encontrado en la región de Tata (Hungría), en 1958, y datado entre 80.000 y
100.000 años. Se desconoce su posible uso, pero algunos investigadores mantienen que,
debido a su gran tamaño, no podía ser una herramienta funcional y que, por tanto, debía
de ser un objeto con un significado espiritual importante. Quizá, sugieren algunos, era el
amuleto de un chamán o un objeto de culto.

Para antropólogos como Wolpoff, no hay duda de que evidencias como éstas indican

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que los neandertales creaban arte. Otros argumentan que quizá los neandertales
elaboraron arte en objetos perecederos, como la madera; o que quizá no hemos sabido
encontrar o valorar ninguna de sus creaciones, sin duda más modestas que las de los
cromañones. Finalmente, otros mantienen que tal vez tenían la potencialidad para crear
arte, pero no la disponibilidad ni los recursos; por ejemplo, se cree que la sofisticación y
la magnitud de representaciones como las de Lascaux o Altamira requirieron una
dedicación exclusiva de uno o varios artistas a lo largo de bastante tiempo, lo que
denotaría una estructuración social incipiente en las sociedades cromañones que los
neandertales probablemente no podían mantener.

Pero para antropólogos como Stringer, el arte y el simbolismo serían una


característica exclusiva de los cromañones, y, en términos evolutivos, habrían aparecido
con la rapidez "con que se enciende un interruptor". Stringer sostiene que las muescas de
los neandertales serían formas repetitivas que no vendrían determinadas por ningún
código simbólico como el observado en la conducta moderna de los cromañones. Desde
luego, ninguna muesca neandertal puede compararse con objetos de arte como la figura
de Holhenstein (Stadel, Alemania), datada en 32.000 años, cuando todavía quedaban
neandertales. Se trata de una figurita tallada en un colmillo de mamut que representa un
cuerpo humano con una cabeza de león, el primer ser de una colección de animales
fantásticos inventados por el ser humano, y que seguirán con los dragones o los
centauros. No sabremos jamás su significado; quizá era un amuleto chamánico, pero en
todo caso su capacidad de elaboración simbólica está fuera de toda duda. Nadie niega
pues la superioridad artística de los cromañones, pero el punto esencial de este debate no
es discutir si los neandertales crearon obras de envergadura comparable, sino saber si los
neandertales tenían una potencialidad artística y una capacidad de pensamiento simbólico
similar. De momento, como tantos otros, sigue siendo un debate abierto.

51
52
ace unos doscientos mil años, mientras los neandertales ocupaban Europa
sin competencia de ningún tipo, en el ancestral crisol evolutivo de África se estaba
gestando una nueva especie que cambiaría la faz del mundo: la nuestra, Homo sapiens.

Los restos más antiguos hasta el momento atribuidos a nuestra especie, o a formas
inmediatamente anteriores, fueron dados a conocer en 2003 y corresponden a los
cráneos de Herto (Etiopía), datados en hace 154.000-160.000 años. El cráneo mejor
conservado es un individuo masculino, bastante robusto en su parte posterior, con una
capacidad craneal netamente moderna de 1.450 cc. Correspondientes a un período más
reciente, se han hallado diversos restos que pueden atribuirse también a Homo sapiens;,
en Klasies River Mouth (Sudáfrica) hay fragmentos de huesos de aspecto plenamente
moderno datados en hace 120.000 años. Durante los siguientes 60.000 años, estos
humanos dejaron en la cueva grandes acumulaciones de moluscos, huesos de focas y
pingüinos y restos de numerosas hogueras; sin embargo, no hay ni una sola espina de
pescado, lo que indicaría que estos individuos todavía no sabían pescar. La morfología
de Klasies River Mouth muestra individuos muy gráciles; ya no observamos aquí las
robustas mandíbulas de los neandertales y de sus antepasados, ni los gruesos rebordes
óseos por encima de los ojos y en la parte posterior del cráneo. En sus ligeras
mandíbulas, aparecen mentones prominentes, una invención de nuestra especie de
significado biomecánico todavía mal entendido; la frente era vertical y no huidiza como
en los neandertales, y el grosor del hueso era mucho menor que en éstos. Otros restos
africanos, como los de Border Cave (Sudáfrica), datados con bastante incertidumbre
entre hace 70.000 y 80.000 años o los de Omo-Kibish (Etiopía), datados en hace quizá
130.000 años (recientemente se ha sugerido que podrían ser más antiguos), muestran la
misma morfología moderna. No hay dudas entre los antropólogos: estos individuos sí
podrían estar sentados en el metro de Nueva York sin despertar sospechas.

Quizá el Próximo Oriente sea la región más interesante en ese período crítico; allí
encontramos restos de los primeros humanos modernos en cuevas que se hallan a tiro de

53
piedra de cuevas con restos neandertales casi contemporáneos. En la cueva de Qafzeh
(en Israel, cerca de Nazaret), se excavaron entre 1965 y 1980 hasta 21 esqueletos de
Homo sapiens datados en hace 90.000100.000 años. El cráneo mejor conservado,
Qafzeh IX, tiene una capacidad craneana de 1.554 cc, mentón prominente, cráneo grácil
y frente vertical; algunos rasgos, como la proyección hacia delante de la parte inferior de
su cara, son todavía primitivos, pero el resto, incluyendo todo el esqueleto, es
indistinguible de un humano moderno cualquiera. El cráneo de la vecina cueva de Skhul,
datado en cerca de noventa mil años, es más robusto que Qafzeh en algunos rasgos de la
cara y de la parte posterior del cráneo, hasta el punto de que algunos investigadores lo
han interpretado como resultado de la hibridación con neandertales; la mayoría, sin
embargo, aceptan que se trata de un ejemplar perteneciente a las heterogéneas
poblaciones de los primeros humanos modernos africanos. En la cercana cueva de
Tabun, se habían hallado a principios del siglo xx restos datados ahora en cerca de ciento
veinte mil años que parecen corresponder a un neandertal arcaico; no puede asegurarse
que fuera contemporáneo de los humanos modernos Skhul y Qafzeh, quizá estuvieron
separados por varios miles de años, pero sí representa un patrón morfológico
completamente distinto de los primeros.

Estos modernos como Qafzeh y Skhul parecen experimentar un retroceso en los


miles de años siguientes, ya que son reemplazados por neandertales en el Próximo
Oriente. En otras cuevas de Israel, se han descubierto los restos claramente neandertales
de Kebara (datados en 60.000 años) y de Amud (datados en 40.000-50.000 años). ¿De
dónde provenían estos neandertales? Las fechas parecen coincidir con recrudecimientos
glaciales en Europa, lo que quizá provocó el desplazamiento hacia el sur de grupos de
neandertales en busca de condiciones climáticas más benignas. Paralelamente, la datación
de Qafzeh y Skhul parece coincidir con períodos cálidos, lo que quizá provocó
desplazamientos hacia el norte de grupos de humanos modernos africanos, empujados
por la aridez de la zona sahariana. Así, en el corredor geográfico del Próximo Oriente,
nean dertales y humanos modernos pueden haberse intercalado temporalmente varias
veces, sin llegar realmente a contactar.

Una cosa tenían en común los modernos y los neandertales de Israel; ambos grupos
seguían con la misma tecnología lítica, la musteriense. Nuestra especie surgió de hecho
antes que la industria del Paleolítico Superior; evidentemente, Qafzeh y Skhul no tenían
una industria más sofisticada que la de los neandertales, porque ésta todavía no se había
inventado. Quizá por ese motivo tuvieron que pasar cincuenta o sesenta mil años para

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que los modernos invadieran Europa.

Hace entre unos cincuenta y setenta mil años, apareció en África la industria del
Paleolítico Superior, caracterizada por la presencia de útiles más variados, pequeños,
cortantes y elaborados, obtenidos en forma de finas láminas extraídas longitudinalmente a
partir de un núcleo central; es llamativo que los diferentes útiles tienen diseños
estereotipados que producen formas increíblemente uniformes. La tecnología del
Paleolítico Superior experimentó una rápida diversificación regional en diferentes
conjuntos de útiles que reciben nombres diferentes; la primera industria del Paleolítico
Superior en Europa se denomina auriñaciense y en principio está asociada a la llegada de
los cromañones desde el Próximo Oriente, a partir de hace 40.000 años (aunque en
realidad nunca se ha hallado un resto cromañón tan antiguo como los propios niveles
auriñacienses). Los cromañones tenían unas proporciones corporales típicamente
africanas. Si no los encontráramos en Europa, creeríamos que provenían de alguna zona
ecuatorial; eran altos y esbeltos (algunos individuos masculinos llegaban a 1,85 metros de
altura) y no se parecían en nada a los rechonchos neandertales. Lógicamente, el hecho de
que su físico no fuera el ideal para latitudes elevadas indica una fenomenal capacidad de
adaptación cultural al clima frío europeo. Además, su cráneo y su rostro eran como el
nuestro; sin duda nos reconocemos en el rostro de un cromañón como si nos miráramos
al espejo. La cara era pequeña y poco prominente, excepto la nariz y el mentón de la
mandíbula; la frente era vertical, el cráneo alto y redondeado y sin presentar los fuertes
relieves óseos que conferían un aire primitivo a sus predecesores.

No sabemos exactamente de dónde venían estos cromañones; habían pasado 60.000


años desde los individuos de Qafzeh y Skhul. Parece probable que los antepasados de los
cromañones vinieran de algún punto de África del Este o del Próximo Oriente, pero las
evidencias fósiles en este período son escasas y muestran una gran variedad de
morfologías craneales en África. Algunos investigadores sugieren que había diversos
grupos de humanos modernos con diferentes morfologías (una variabilidad parecida a la
que encontramos hoy día en el ámbito de nuestra especie) y que la mayoría
desaparecieron en el mismo continente, durante el último máximo glacial europeo (que
repercutió en una mayor aridez en África).

Sí sabemos por dónde entraron los cromañones en Europa (véase figura 4); en Israel
se encuentran yacimientos con la industria del Paleolítico Superior datados en hace
42.000 años. El yacimiento más antiguo en Europa es ligeramente posterior, y se

55
encuentra en Bacho Kiro (Bulgaria), datado en 40.000 años; esto sugiere que los
cromañones fueron entrando por el Bósforo, después de haber cruzado Anatolia. No
debemos caer en el estereotipo de imaginarnos una gran migración en busca de una tierra
prometida; probablemente se trató de numerosas bandas de pocas decenas de individuos
en busca de caza. El hecho de que los neandertales coexistieran con los cromañones
durante más de diez mil años indica que, no sólo no eran unos estúpidos inadaptados,
sino que la entrada demográfica de cromañones no debió de ser muy numerosa. No
sabemos, sin embargo, cómo fue esta coexistencia; no sabemos si los cromañones
ocuparon las cuevas de los neandertales, o si ambos grupos se evitaban. La lógica nos
dice que tarde o temprano debieron encontrarse, aunque no sabemos en qué
circunstancias lo hicieron, ni con qué frecuencia.

56
Sin embargo, la tecnología del Paleolítico Superior fue imponiéndose con increíble
rapidez, progresando hacia el norte y el oeste de Europa, sustituyendo en los yacimientos
a la industria musteriense; en yacimientos de Cataluña, como Abric Romaní, los niveles
del Paleolítico Superior tienen 40.000 años, casi la misma edad que Bacho Kiro; en la
cueva de El Castillo, en Cantabria, la edad promedio de los niveles auriñacienses es
también de 40.000 años. En los yacimientos europeos, los restos neandertales van

57
desapareciendo poco a poco a medida que desaparece su industria. Los últimos niveles
musterienses se hallan en áreas periféricas del mundo neandertal, como los yacimientos
de Crimea (Ucrania) y Georgia, datados en 29.000 años, el nivel GI del yacimiento de
Vindija (Croacia), datado en 28.000-29.000 años, o el yacimiento malagueño de
Zafarraya, datado en sólo 30.000 años. En palabras de Tan Tattersall, estos últimos
fósiles neandertales "no muestran signos de dilución por genes modernos"; siguen siendo
tan neandertales como los fósiles de cien mil años antes, lo que indicaría que no se
mezclaron con los cromañones.

El avance de los cromañones parece detenerse en la península Ibérica, donde algunos


de los últimos neandertales perdu ran unos milenios más que en otras partes de Europa;
quizá el Ebro constituyó una frontera ecológica para las manadas de herbívoros que
cazaban los cromañones; aunque hoy nos pueda parecer lo contrario, tal vez el sur y el
oeste de la península Ibérica no era un sitio particularmente atractivo para los cazadores.

¿Cómo era la Europa de ese período? Hace 60.000 años, nuestro continente era
relativamente cálido y húmedo, pero con el tiempo fue deteriorándose progresivamente
hasta llegar a un período de gran inestabilidad climática, hace cerca de cuarenta y cinco
mil años. En los miles de años siguientes, coincidiendo con la llegada de los cromañones
y la desaparición de los neandertales, el tiempo se volvió extremadamente variable, con
bruscos cambios climáticos de intensidad no comparable a las fluctuaciones actuales. Es
posible que los neandertales hubieran quedado muy mermados demográficamente
después del máximo glacial; quizá antes había ocurrido, pero las poblaciones se habían
recuperado en número (aunque es probable que nunca llegaran a ser más que unos pocos
miles de individuos en un territorio muy vasto). Ahora, la situación era diferente por la
competencia por los recursos con los recién llegados cromañones.

Además de la industria musteriense y auriñaciense, existen algunas industrias más


locales, calificadas como transicionales entre las anteriores, como la denominada
chatelperroniense (en el sur de Francia y norte de la península Ibérica), uluziense (en el
centro-sur de Italia) o szeletiense (en Hungría y otros países de centro Europa), que
parecían apoyar la idea de la continuidad poblacional. La más conocida de ellas, la
industria chatelperroniense, presenta unos útiles característicos, con un borde en diagonal
diseñado para adaptarse al dedo índice al sujetar la herramienta.

El descubrimiento de restos neandertales en niveles chatelperronienses ha demostrado

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que esta industria fue hecha por los últimos neandertales; se supone que las otras
industrias transicionales, como la uluziense y la szeletiense, fueron hechas también por
neandertales y no por humanos modernos, quizá en un intento por copiar la tecnología de
los recién llegados. Para algunos, este intento demuestra no sólo que hubo contactos
entre ambos grupos sino que los neandertales poseían la capacidad de reaccionar
culturalmente a los nuevos retos. Paralelamente, también podrían indicar que las últimas
poblaciones neandertales estaban fragmentadas y aisladas entre sí, desarrollando
tradiciones culturales propias que tal vez habrían desembocado en algo parecido a un
auriñaciense. Estas industrias transicionales, sin embargo, no se hallan en la península
Ibérica, el último reducto neandertal; en los yacimientos portugueses y levantinos, los
niveles musterienses son abruptamente reemplazados por auriñacienses.

Los cromañones más antiguos son pocos y mal conservados; se ha sugerido que
quizá realizaban la mayoría de enterramientos en el suelo y no en cuevas como los
neandertales, con lo que sus restos no se han conservado. Los restos de humanos
modernos más antiguos de Europa, datados en hace 36.000 años, fueron hallados en
2003 en la cueva de Pestera cu Oase (Rumanía), a orillas del río Danubio; la entrada de
la cueva ha permanecido sellada por el agua del río, lo que ha conservado su interior
intacto. Estos restos sorprendentes presentan mandíbulas de ramas anchas y un rostro
amplio y masivo, de aspecto primitivo y diferente del de los actuales europeos, pero
ciertamente diferente también del de los neandertales.

Los restos de humanos modernos europeos más famosos, que dieron nombre al
propio grupo, fueron hallados en el yacimiento francés de Cro-Magnon, y tienen cerca de
veintiocho mil años de antigüedad. Existen algunos restos anteriores, como los de
Vogelherd (Alemania), datados en casi treinta y un mil novecientos años y los de la Kent
Cavern (Inglaterra), de 30.900 años, pero se trata únicamente de fragmentos óseos y no
de cráneos completos. Tenemos mala suerte con los cromañones; la fantástica colección
de 25 cráneos de Predmostí (Chequia), datados en hace 26.000 años, desapareció entera
durante un bombardeo del castillo Mikulov, donde se conservaban, durante la Segunda
Guerra Mundial. Igual suerte corrieron los restos del yacimiento checo de Mladec,
datados aproximadamente en 30.000-33.000 años; únicamente se salvaron unos pocos
especímenes, olvidados en una caja en la entrada del castillo. Finalmente, los restos
craneales de la cueva El Castillo, quizá entre los cromañones más antiguos de Europa,
desaparecieron a lo largo del turbulento siglo xx, perdidos en algún lugar de España.

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Posteriormente, encontramos algunos de los enterramientos cromañones más
espectaculares; Do1ni Vestonice y Sungir. El primero, excavado en Chequia en 1985
(estuvo a punto de desaparecer bajo las excavadoras) y datado entre 25.000 y 26.000
años, consiste en un sorprendente enterramiento triple, que transpira un extraño aire de
tragedia. Hay un individuo joven enterrado en el centro, cuyo sexo no ha podido ser
determinado con certeza debido a algunos aspectos patológicos de su esqueleto - aunque
se ha sugerido que podría ser una mujer-; este individuo se halla flanqueado por dos
hombres jóvenes, cuyos cráneos estaban adornados con colgantes de marfil. Las cabezas
fueron espolvoreadas con ocre rojo, igual que la zona pélvica del individuo central -
¿indicaba la presencia de un feto, desintegrado por la acción del tiempo?-. Hay dos
detalles todavía más sorprendentes; uno de los hombres tiene las manos puestas en la
zona genital del individuo central; además, presenta una estaca clavada en medio de su
pelvis. Este enterramiento ha recibido numerosas interpretaciones. ¿Se trató de un
triángulo amoroso que terminó en tragedia? ¿O se sacrificó a un chamán por no
conseguir salvar a la posible mujer embarazada? Una cosa sí que es segura; Do1ni
Vestonice nos informa del alto grado de simbolismo y sofisticación funeraria alcanzada
por los cromañones.

Sungir es un enterramiento datado en cerca de veinticuatro mil años, y localizado en


la estepa rusa, cerca de Moscú; uno de los individuos enterrados es famoso por su
fantástica ornamentación; se encontraron entre los huesos cerca de diez mil cuentas de
marfil y dientes perforados, que se distribuían por encima de la frente, el pecho y ambas
piernas. Esta distribución sugiere que Sungir llevaba vestidos de piel (incluyendo
pantalones cosidos) profusamente adornados con estas cuentas de marfil, y nos informa
de la sofisticación ornamentística de los cromañones y de su probable estratificación
social.

Los campamentos al aire libre aparecen también con los cromañones; esto les
permitió colonizar las tundras europeas de la actual Rusia y países vecinos, ya que no
tenían la necesidad de localizar cuevas para sobrevivir, como los neandertales. En
Ucrania, se ha excavado el campamento de Kostenki, datado en cer ca de dieciocho mil
años, donde había una especie de cabaña circular formada por nada menos que 385
huesos de mamut (incluyendo 95 gruesas mandíbulas, que, apiladas, formaban las
paredes de la cabaña). El interior estaba presidido por un cráneo de mamut pintado con
decoraciones de color rojo. Los huesos se utilizaban como combustible para los hogares,
en zonas donde la madera era escasa; hasta hace poco se creía que los neandertales

60
desconocían esta posibilidad, si bien recientemente se han encontrado restos de una
antorcha de hueso en el interior de una cueva francesa, datada en 60.000 años. Sin
embargo, sí se trata de una evidencia habitual en los yacimientos cromañones, quienes al
parecer cazaron y consumieron cantidades fenomenales de estos grandes animales,
desaparecidos hace cerca de diez mil años.

Los neandertales parecen haber estado siempre instalados en cuevas; por este motivo
no se encuentran restos neandertales al aire libre. En el campamento de neandertales del
abrigo rocoso Abric Romaní (Capellades, Cataluña), se han descubierto hasta quince
hogares (se considera que son auténticos hogares cuando hay restos carbonizados
dispuestos de forma radial y rodeados por piedras) y diversos objetos de madera (como
palos excavadores y jabalinas), conservados como negativos en el carbonato cálcico
acumulado en el suelo. Así, aunque la falta de campamentos implica que los neandertales
tenían menores recursos de supervivencia, la organización del espacio en las cuevas nos
muestra que su estructura social, como dice Eudald Carbonell (Universidad Rovira i
Virgili), no era en absoluto simple, sino que podía estar al mismo nivel de complejidad
que la de los cromañones.

Los cromañones y sus descendientes tuvieron varias tradiciones tecnológicas; a la


primera industria del Paleolítico Superior, el auriñaciense, sucedió hace unos veintitrés
mil años una segunda, denominada gravetiense, cuando el clima iniciaba un deterioro
progresivo que culminaría en el último máximo glacial, hace 18.000 años. Paralelamente,
surgió la primera tradición artística de ámbito europeo; las denominadas figurillas de
Venus. Aunque la más antigua data de hace 31.000 años, la mayoría parece corresponder
al período de hace entre 29.000 y 23.000 años, y proceden de toda Europa, desde los
Pirineos (la venus de Lespugue), hasta Italia (Grimaldi), Chequia (Do1ni Vestonice),
Austria (Willendorf, quizá la venus más famosa) o Ucrania (Kostienki). Todas
corresponden a un patrón físico y estético común; representan a mujeres desnudas con
algunas partes exageradas, que parecen indicar fertilidad (especialmente los pechos y las
caderas). En cambio, los rasgos más personales, como el rostro, están normalmente poco
definidos. Su tamaño es pequeño, variando de 4 a 20 cm, y el material de que están
hechos es diverso: algunas son de hueso, de piedra, de marfil, e incluso algunas, como la
de Do1ni Vestonice, son de arcilla cocida (lo que constituye la primera evidencia de
cerámica). El hecho de que estén pulidas por el uso parece indicar que circularon de
mano en mano; algunos investigadores han sugerido que podían intercambiarse como
símbolos de matrimonio estandarizados cuando se encontraban grupos de cromañones

61
deambulando en la helada estepa de las últimas glaciaciones. Este mecanismo simbólico
referente a la fertilidad podía ser un mensaje de paz y colaboración entre estos grupos
que ayudara a su supervivencia. Fuere como fuese, las manifestaciones artísticas de los
cromañones no terminaron con las figurillas de Venus, sino que aparecieron nuevas
manifestaciones artísticas, como las extraordinarias pinturas en cuevas, de las que ya
hemos hablado. Para entonces, sin embargo, hacía ya algunos miles de años que los
últimos neandertales habían desaparecido, arrinconados en zonas inhóspitas y marginales
de Europa (zonas montañosas o penínsulas como la Ibérica o Crimea).

Todo el mundo está de acuerdo en que el físico característico de los neandertales


desaparece hace poco menos de treinta mil años, pero algunos investigadores creen que
pudieron cruzarse con los recién llegados, y que de esta manera pervivieron
genéticamente quizá hasta la actualidad. Pero ¿qué evidencias tenemos de que hubiera
tales híbridos entre neandertales y cromañones?

62
63
1 debate sobre el destino de los neandertales volvió a las páginas de los
periódicos en 1999, debido al descubrimiento de un esqueleto infantil en un abrigo rocoso
de Portugal, al abrir una carretera. El esqueleto, denominado Lagar Velho 1, fue
descubierto en el valle de Lapedo, a unos 150 kilómetros al norte de Lisboa, y excavado
por el arqueólogo portugués Joao Zilhao. Se trata de un niño, datado en hace unos
veinticuatro mil quinientos años, de unos cuatro años de edad, que muestra algunos
rasgos corporales considerados inusuales para los estilizados cromañones; efectivamente,
sus extremidades son bastante cortas respecto al tronco, lo que recuerda a las
proporciones corporales de los neandertales.

Zilhao, del Instituto de Arqueología de Lisboa, y el norteamericano Trinkaus,


interpretaron la peculiar morfología de Lagar Velho 1 como el producto de la hibridación
entre neandertales y humanos modernos. De hecho, no sería un híbrido directo - puesto
que los últimos neandertales habrían desaparecido 5.000 años antes-, sino la
consecuencia de muchas generaciones de cruzamientos entre estos dos grupos humanos.
La impactante interpretación de Lagar Velho fue publicada en la revista Proceedings of
the National Academy of Sciences de Estados Unidos, y levantó una polémica
considerable por diversos motivos. En primer lugar, ya se conocía la primera secuencia
de ADN de neandertal, obtenida dos años antes, que apuntaba justamente en sentido
contrario; es decir, la extinción física de los neandertales, debido a la ausencia de
secuencias de ADN neandertales entre los humanos modernos. En segundo lugar, el
artículo reabrió entre los morfólogos el debate sobre el concepto de híbrido; es decir,
¿cómo hemos de esperar que sería un hipotético híbrido entre un neandertal y un
cromañón? ¿Tendría una mezcla de rasgos de unos y otros, cada uno plenamente
distinguible, o sus rasgos estarían a medio camino entre los dos grupos y se percibirían
como rasgos de neandertal atenuados? Sencillamente, no lo sabemos. La experiencia con

64
híbridos de otras especies de mamífero muestra que su morfología es bastante
impredecible. En el caso de los neandertales y cromañones, probablemente los rasgos
más diagnósticos se hallarían en el cráneo. Desafortunadamente, el cráneo del niño de
Lapedo no pudo ser recuperado ya que resultó fragmentado en muchos pedazos durante
la construcción de la carretera que lo dejó al descubierto. Otros rasgos, sin embargo,
como la presencia de mentón en la mandíbula - que sí pudo ser localizada-, indican sin
lugar a dudas que se trataba de un niño cromañón sin aparentes influencias neandertales.

La interpretación de las características físicas del niño de Lapedo fue criticada por
otros investigadores, entre ellos los expertos en neandertales Tan Tattersall y Jeffrey
Schwartz, que denominaron a Lagar Velho no como un híbrido, sino simplemente un
niño "rechoncho". En palabras de los investigadores, no había ningún elemento que
"pudiera ser inusual para un Homo sapiens en este estadio de desarrollo infantil". Estos
comentarios desataron las iras de los firmantes del artículo original, que lanzaron en
internet una furiosa campaña personal contra Tattersall, antiguamente amigo de Trinkaus.
El primero replicó lamentándose de que una cuestión científica se hubiera convertido en
algo personal, pero esto no era un fenómeno novedoso; ha sucedido en innumerables
ocasiones en los debates antropológicos. La conclusión final de Tattersall puede resultar
chocante para los lectores que todavía creen en la objetividad de la ciencia; sugería que
Trinkaus habría intentado relanzar su carrera con una noticia que le permitiera salir en los
periódicos a sabiendas de que era científicamente incorrecta.

Se han propuesto varias explicaciones sobre las proporciones corporales de Lagar


Velho, que van desde las que creen que se inscriben en la variación normal de nuestra
especie, hasta las que hablan de posibles deficiencias vitamínicas o malnutrición. Al
tratarse de un individuo infantil, existe la problemática de que no sabemos cómo habría
sido de adulto; quizá, especulan algunos, sus proporciones corporales definitivas no
habrían diferido tanto de un cromañón cualquiera. El ADN, que podría haber resuelto el
debate, no podrá ser recuperado, ya que los restos de Lagar Velho se hallan en bastante
mal estado de conservación y su contenido proteico es muy pobre.

Sin duda, la permanencia en el sur y oeste de la península Ibérica de los últimos


neandertales, durante casi cinco mil años más que en otras partes de Europa, lo convierte
en el escenario ideal para suponer contactos entre ellos y los cromañones. En este
contexto mental, los investigadores portugueses lanzaron su idea de la hibridación
plausible entre neandertales y cromañones; sin embargo, contemporaneidad no tiene por

65
qué implicar cruzamiento. De hecho, el occipital de Malladetes (Barx, Valencia), con una
datación de cerca de veinticinco mil años, es contemporáneo de Lagar Velho y se halla en
la misma área donde permanecieron los últimos neandertales ibéricos; no obstante, no
hay ningún rasgo en Malladetes que indique una posible hibridación con los últimos
neandertales.

Han existido otros candidatos que indiquen el posible hibridismo entre neandertales y
cromañones; por ejemplo, el neandertal del nivel chatelperroniense de Saint Césaire
muestra un poco de mentón en su mandíbula y una nariz más estrecha de lo que es
habitual en los neandertales menos tardíos. En el bando contrario, uno de los
desaparecidos cráneos cromañones de Predmostí presenta una nariz bastante
prominente, y un cráneo de Mladec muestra un occipital grande y redondeado. Ambos
rasgos recuerdan a los cráneos neandertales, pero no son en absoluto definitorios; de
hecho, el resto de los rasgos del cráneo corresponden plenamente a los de los humanos
modernos. Pero para Juan Luis Arsuaga, "no hay nada en ellos [en los cráneos de
Mladec] que señale una relación con los neandertales, bien sea de descendencia directa, o
bien de cruce entre ellos y los humanos modernos".

Nuevamente, la morfología produce debates que son irresolubles desde la propia


morfología y que parecen enquistarse en posicionamientos personales. Algunos
investigadores defienden a ultranza que neandertales y cromañones tuvieron que
cruzarse, basándose en el convencimiento de que nuestra especie es altamente sexual y
que no es razonable pensar lo contrario. Efectivamente, los europeos que en los últimos
centenares de años se han extendido por todo el mundo no han dudado en cruzarse con
las poblaciones locales (normalmente hombres europeos con mujeres aborígenes), a
pesar de encontrarlas estéticamente poco agraciadas, considerarlas evolutivamente
inferiores y de hablar lenguajes mutuamente ininteligibles. Pero ¿fue tan simple el caso de
los cromañones y los neandertales? Si pertenecían a especies diferentes, quizá la
separación de ambos linajes durante medio millón de años había generado mecanismos
biológicos que impedían que los híbridos fueran viables o incluso fértiles; por ejemplo, la
pelvis de los neandertales tiene una forma ligeramente diferente de la de los humanos
modernos, siendo más grácil en su parte anterior. ¿Cómo se habría acomodado una
pelvis neandertal a un feto con un cráneo de forma cromañón? Para Arsuaga, las
diferencias morfológicas entre neandertales y cromañones eran grandes y superaban las
que encontramos entre especies próximas de otros primates y otros mamíferos.

66
Quizá incluso pertenecían a la misma especie (nuestra definición de especie obedece
al criterio biológico de reproducción con descendencia fértil, imposible de aplicar en
restos fósiles), pero tal vez las diferencias morfológicas existentes (por ejemplo, en la
forma de la pelvis) hacían inviable que hubiera descendientes de cruzamientos mixtos. Lo
que es evidente es que las diferencias culturales entre neandertales y cromañones debían
de ser abismales, incomprensibles para unos y otros, y lógicamente debieron de
contribuir a dificultar todavía más el proceso de hibridación. Pero, para Svante Püübo,
esta forma de enfocar el debate es errónea; "no estoy interesado en si hubo sexo entre
neandertales y humanos modernos, sino en si los neandertales contribuyeron a los genes
de los humanos modernos".

En estos momentos, el caso de Lagar Velho ha perdido fuerza y pocos investigadores


lo consideran como un buen candidato a ser un híbrido. En conclusión, no sabemos si
hubo cruzamientos entre neandertales y cromañones, pero, si los hubo, éstos debieron
ser claramente minoritarios y fallidos desde un punto de vista evolutivo.

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68
asta el año 1987, el estudio de la evolución humana se había limitado al
análisis de los restos físicos (esqueléticos o arqueológicos) que eran despojos resultantes
del propio proceso evolutivo. A partir de entonces, sin embargo, se abrió un nuevo frente
de evidencia, la genética, que partía del estudio del presente para inferir el pasado.
Nuestros genes provienen de nuestros progenitores, quienes a su tiempo los han recibido
de los suyos, y así generación tras generación. Es decir, si analizamos la variación
genética de las poblaciones actuales, podremos inferir cómo se ha generado esta
variación y cuál es su origen. Se trata de una inferencia compleja, porque hay diversos
procesos evolutivos y demográficos que pueden modelar y modificar esta variación (las
poblaciones se pueden expandir, contraer, mezclar o fragmentarse), pero tiene la ventaja
de que el tipaje genético de los humanos actuales es absolutamente objetivo y nos
informa del genotipo, de la variación genética no influida por factores externos, como el
clima o la dieta, que en cambio sí influyen en la morfología y el aspecto externo de los
individuos. En este sentido, nuestro material genético es en realidad un fósil químico que
conserva la memoria de nuestros antepasados lejanos; cuando secuenciamos un gen,
estamos contemplando algo que nos habla del pasado, al igual que una herramienta de
piedra o un cráneo fosilizado.

El ADN (abreviatura de ácido desoxirribonucleico) es la molécula que lleva la


información de los genes del organismo, información que se transmite de una generación
a la siguiente, y que conforma individuos que son únicos en su bagaje genético. La gran
mayoría de los genes codifica para la síntesis de proteínas; casi todo en nuestro cuerpo,
desde los cabellos hasta los neurorreceptores cerebrales, son proteínas o está hecho por
ellas. La expresión diferencial de los genes durante el desarrollo, las diferencias en estos
genes y sus interacciones entre sí y con el ambiente, conforman las características
externas y propias de cada individuo. De una forma simplificada, podemos decir que
nosotros somos el producto de nuestros genes, y que las diferencias entre humanos son
el producto de diferencias entre sus genes. Al mismo tiempo, cuanto más tiempo hace

69
que han divergido dos linajes o dos especies, más variación genética se habrá acumulado
entre ellas; en este sentido, la variación genética puede ser interpretada como una medida
del tiempo transcurrido.

La cadena de ADN está formada por la combinación de cuatro moléculas,


denominadas nucleótidos; éstos son la adenina (abreviada A), la guanina (G), la timina
(T) y la citosina (C). La C y la T derivan de una molécula denominada pirimidina y la G
y la A derivan de una molécula denominada purina. El ADN está estructurado en forma
de una doble hélice, en la cual, por razones de estabilidad química, la adenina se halla
emparejada con la timina, y la guanina con la citosina de la otra cadena, denominada
complementaria. Esta estructura fue descubierta por James Watson y Francis Crick hace
más de cincuenta años. Combinaciones de tres letras codifican para los diversos
aminoácidos; las proteínas son largas cadenas de aminoácidos y sus propiedades
específicas están determinadas por el número y la naturaleza de la secuencia de
aminoácidos. Hay más combinaciones de tres letras que aminoácidos; esto significa que
algunas combinaciones codifican para el mismo aminoácido (por ejemplo, AGA codifica
para el aminoácido arginina, pero también AGG).

La mayor parte del ADN de un ser humano se halla contenido en el núcleo de las
células del organismo, empaquetado durante la división celular en forma de unos
corpúsculos característicos denominados cromosomas. En nuestra especie, existen 46
cromosomas, que en realidad son 23 parejas (denominados homólogos); un juego de
cromosomas homólogos se hereda del padre, y otro de la madre. Es decir, la mitad de
nuestros genes son de origen paterno y la otra mitad materno; sin embargo, no podemos
saber de cuál de nuestros abuelos proviene un cromosoma o un gen concreto. Además,
los cromosomas homólogos intercambian material genético entre sí durante la división
celular (un proceso conocido como recombinación), con lo cual los individuos resultantes
son en el fondo mosaicos genéticos únicos, y no simples combinaciones de cromosomas
preexistentes e inamovibles. Hay, sin embargo, dos cromosomas que son diferentes del
resto, y por motivos bien compren sibles: son los cromosomas sexuales. Estos
cromosomas determinan el sexo del individuo, y son dos copias iguales del cromosoma X
para el sexo femenino y un cromosoma X y un cromosoma Y (que se hereda siempre del
padre, siguiendo una forma de transmisión igual a la del apellido paterno) para el sexo
masculino.

El genoma humano está constituido por una cadena inmensamente larga de ADN de

70
unos tres mil doscientos millones de nucleótidos o pares de bases, en los cuales se
distribuyen cerca de treinta mil genes; el tamaño promedio de un gen humano es de unos
diez mil nucleótidos; un cálculo rápido nos indica que la inmensa mayoría del material
genético (hasta un 99%) no codifica para ningún gen (frecuentemente se le llama "junk
ADN" o "ADN basura"). Cada vez que una célula de nuestro organismo se divide,
también tiene que hacerlo su material genético; lógicamente, se requiere que sea un
proceso extraordinariamente fiel, y de hecho lo es; sin embargo, a veces se producen
errores, y el resultado es una copia del ADN original con algún cambio. Si estas
mutaciones se producen en las células germinales del individuo (en los óvulos o los
espermatozoides), entonces estos cambios se transmitirán a las generaciones futuras (en
el caso del ADN mitocondrial, cuando se producen en las mitocondrias de los óvulos). La
variación existente en nuestro ADN se genera por la aparición de estos errores en el
proceso de replicación del material genético, que denominamos mutaciones. La mayoría
de las mutaciones tienen lugar en regiones no codificantes del ADN, pero algunas, por
mala suerte, se producen en genes, y frecuentemente son los responsables directos o
indirectos de las enfermedades que nos aquejan.

No todo el ADN está en el núcleo celular, una pequeña parte se encuentra fuera del
núcleo, dentro de las mitocondrias. Las mitocondrias son pequeños orgánulos que se
hallan en el citoplasma de la célula y que se encargan de proporcionarle energía;
contienen, además, un pequeño genoma circular propio de unos 16.500 nucleótidos (lo
que constituye menos del uno por mil del total del genoma), denominado ADN
mitocondrial o, abreviadamente, mtADN. La ausencia de proteínas protectoras influye
probablemente en el hecho de que el ADN mitocondrial acumule mucha más variación
que cualquier segmento equivalente del ADN nuclear; esto lo convierte en un marcador
genético apropiado para estudiar hechos evolutivos que han tenido lugar en tiempos
relativamente recientes.

Las mitocondrias tienen una ventaja añadida; debido al hecho de que sólo el núcleo
de los espermatozoides penetra en el óvulo, el mtADN se transmite únicamente por línea
materna, y no experimenta recombinaciones como los cromosomas nucleares. Es decir,
el ADN mitocondrial que está en mis células proviene de mi madre (y no de mi padre), y
de mi abuela materna, bisabuela materna, etc. Esto significa que, desde un punto de vista
evolutivo, es más fácil de interpretar que un marcador nuclear, debido a la ausencia de
recombinación. No es una ventaja pequeña; la historia evolutiva de cualquier especie está
llena de procesos demográficos, como expansiones, migraciones y cuellos de botella

71
poblacionales, que enmascaran la historia de las poblaciones y dificultan su
interpretación.

En 1987, el equipo del biólogo molecular Alan Wilson decidió estudiar el ADN
mitocondrial de una muestra de mujeres de la humanidad actual, para intentar
comprender el origen de nuestra especie. Los resultados del estudio, que conmocionaron
el mundo de la antropología, fueron publicados en la revista Nature en un artículo que
todavía hoy sigue siendo citado de forma rutinaria.

Para entender los estudios de ADN mitocondrial hay que considerar en primer lugar
la naturaleza de la transmisión genética. La variación genética actual forzosamente tiene
un origen en el pasado; si retrocedemos en éste, siempre llegará un momento en el que
todos los linajes genéticos convergirán. En el caso del ADN mitocondrial, dos linajes
cualesquiera que se diferencien por un cambio en la secuencia de ADN forzosamente
provendrán de un pasado en el cual se produjo esta divergencia; yendo hacia atrás,
llegaríamos a un punto en el cual convergería toda la variación encontrada en la especie
actual. Este linaje mitocondrial inicial debía estar en las mitocondrias de una mujer del
pasado, de la cual derivarían todas las mitocondrias de la humanidad. Eso no significa
que esa mujer, que fue denominada "Eva mitocondrial", fuera la madre de toda la
humanidad; sencillamente, con ella debía haber muchas más mujeres y hombres, quizá
varios miles. El genoma nuclear, extraordinariamente más complejo y largo que el
mitocondrial, sigue otra forma de transmisión y eso significa que nosotros hemos
heredado genes nucleares de muchos antepasados remotos. Tampoco tenemos que
imaginarnos que la Eva mitocondrial tenía nada de especial, ni en sus genes ni en su
aspecto; sencillamente, fue una cuestión de azar; si ella no hubiera tenido hijas, la Eva
mitocondrial habría sido otra.

La sorpresa mayor del estudio de Wilson fue que nuestra especie, a pesar de la gran
dispersión geográfica y de su gran variación física externa, era extraordinariamente
homogénea desde un punto de vista genético. Cualquier otra especie de mamífero que
escojamos, incluyendo nuestro pariente vivo más cercano, el chimpancé, muestra más
variación en su ADN mitocondrial. En el caso de un pequeño grupo de chimpancés de las
selvas de África Central, hasta diez veces más. ¿Cuál era el motivo de esta baja
diversidad? Sencillamente, nuestra especie era mucho más reciente en el tiempo de lo
que se creía previamente. Los chimpancés se separaron del linaje humano hace quizá
seis millones de años, durante los cuales han ido acumulando mutaciones en su ADN

72
mitocondrial y no han sufrido grandes bajones demográficos (lo que hubiera disminuido
su diversidad). Por el contrario, la especie Homo sapiens surgió en África hace poco
menos de doscientos mil años, a partir de un grupo relativamente pequeño de individuos
que posteriormente ha ido aumentando hasta alcanzar los 6.000 millones de humanos
actuales. El hecho de que la variación actual pueda retrotraerse a hace sólo unos miles de
años significa que estas poblaciones modernas fueron sustituyendo a las poblaciones
arcaicas locales de Eurasia, que eran mucho más antiguas. Si en vez de reemplazarlas se
hubieran mezclado con ellas, como proponen Wolpoff y otros antropólogos en una
hipótesis llamada multirregionalista o de continuidad regional, la variación genética que
encontraríamos en la humanidad actual en diferentes continentes debería retrotraerse
hasta hace un millón de años o más. Los neandertales eran los arcaicos que habitaban
Europa, pero en el sudeste de Asia había también otras poblaciones arcaicas,
probablemente derivadas de los lejanos Homo erectos que salieron de África hace casi
dos millones de años; las dife rencias temporales son tan notables, que forzosamente
deberían reflejarse genéticamente en forma de divisiones genéticas profundamente
estructuradas; sin embargo, en lugar de esto, lo que descubrimos es una desconcertante
uniformidad genética en todos los humanos.

Esta teoría genética del origen de los humanos modernos es conocida como "Fuera
de África", "Eva mitocondrial" o "Teoría del reemplazamiento", y tiene su confirmación
morfológica, como hemos visto, en los cambios que observamos en África en fósiles
como Qafzeh, Skhul o Klasies River Mouth. La contraparte morfológica de la Eva
mitocondrial fue propuesta por primera vez en 1988 por el antropólogo Chris Stringer,
del Museo de Historia Natural de Londres, después de reanalizar muchos fósiles
humanos. Sin embargo, los adversarios multirregionalistas jamás aceptaron esta
interpretación de los datos genéticos, y en los años siguientes atacaron ruidosamente a los
defensores de la hipótesis del reemplazamiento, incluso en sonados enfrentamientos
personales entre Stringer y Wolpoff.

La huella genética de este origen africano puede descubrirse en el hecho de que las
poblaciones africanas actuales conservan más diversidad genética que las poblaciones de
otros continentes. Esto es debido a que las poblaciones euroasiáticas y oceánicas
representan en el fondo extracciones demográficas parciales de la diversidad total
existente en África; esto no significa, sin embargo, que los africanos sean más antiguos o
menos evolucionados que el resto; el tiempo transcurrido desde la separación de los dos
linajes evolutivos que llegan a la actualidad es el mismo para ambos. En el caso del ADN

73
mitocondrial, los linajes africanos presentan entre sí muchas más variaciones
nucleotídicas que los linajes europeos o asiáticos, que son mucho más homogéneos entre
sí. Sin embargo, el tiempo transcurrido desde la salida africana ha permitido que
surgieran diversos linajes que se hallan circunscritos a áreas geográficas concretas. Así,
descubrimos un grupo de secuencias que sólo se encuentra en Melanesia, otras que
únicamente están en Asia, y otras que únicamente se encuentran en Europa y regiones
colindantes, como el Próximo Oriente y el norte de África.

Un linaje mitocondrial se caracteriza por tener un cambio definitorio en algún


nucleótido del genoma mitocondrial que conforma una secuencia de ADN concreta. A lo
largo de las generaciones, las mutaciones se acumulan en los linajes, y éstos se
diversifican; sin embargo, todos los linajes generados a partir de un linaje inicial siguen
llevando la mutación o mutaciones que lo definieron originalmente. Así, se puede
reconstruir un árbol filogenético a partir de estas mutaciones compartidas que
corresponde a la historia evolutiva del genoma mitocondrial (véase figura 5). Sabiendo la
tasa aproximada a que se producen estas mutaciones al azar en el ADN mitocondrial,
podemos inferir la edad de aparición de todos estos linajes, igual que se infirió la edad de
toda la variación mitocondrial actual en poco más de cien mil años. El árbol filogenético
mitocondrial tiene efectivamente forma de árbol ramificado, con su tronco bien arraigado
en África, y sus ramas más bajas y largas ancladas en el mismo continente. A medida
que progresamos hacia los extremos de las ramas, encontramos algunas que se hallan
únicamente en alguna región particular, porque las mutaciones que las generaron tuvieron
lugar cuando las poblaciones se encontraban en esa región, ya después de haber salido de
África. Los linajes más antiguos se hallan pues más dispersos, y los más recientes están
más localizados geográficamente.

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75
FIGURA 5: Árbol filogenético esquemático de los principales linajes del ADN
mitocondrial humano (modificado de Vincent Macaulay); en las ramas se muestran
algunas de las sustituciones de nucleótidos que caracterizan un linaje concreto. Puede
observarse que los linajes africanos acumulan una mayor diversidad, debido a su mayor
profundidad evolutiva.

En Europa hay nueve linajes mitocondriales, que pueden subdividirse en más ramas o
sublinajes (la definición de linaje en una mutación concreta del árbol filogenético y no en
otra subsiguiente no deja de ser una convención arbitraria, pero conveniente). Se trata
pues de nueve hijas europeas de la ancestral Eva africana; el hecho de que no se
encuentren hoy día en África indica que surgieron a partir de linajes más antiguos, una
vez que los humanos modernos ya habían abandonado el continente africano. Los linajes
europeos son: H, 1, J, K, T, U, V, X y W. Por ejemplo, las secuencias pertenecientes al
linaje T se caracterizan por presentar todas una T en la posición 16294 de su ADN
mitocondrial. De esta secuencia ancestral se han ido derivando otras, que conservan esta
posición y han ido acumulando otras, como una C en la 16126 y una T en la 16296. Mi
propia secuencia, con cuatro substituciones respecto a la secuencia inicial de referencia
(C en 16126, T en 16294, T en 16296 y C en 16304), deriva de la anterior y pertenece
por tanto a una de las ramas más periféricas del linaje T.El linaje H incluye la secuencia
de referencia, la primera que fue secuenciada por un equipo de la Universidad de
Cambridge, en 1981; numerosas secuencias con un único cambio respecto de esta
primera pertenecen también al linaje H.Otros linajes, como el A, B, C, D, E, F y G son
de distribución exclusivamente asiática (los cuatro primeros, junto con el raro linaje X
europeo, pasaron al continente americano); finalmente, existen macrolinajes
(denominados así porque ocupan una posición muy basal en el árbol genealógico del
ADN mitocondrial y engloban algunos de los linajes ante riores), como el M, el N o el R,
que, por su propia antigüedad, tienen distribuciones muy amplias. Por ejemplo, algunas
ramas del asiático M pueden encontrarse también en África del Este; N y R, en cambio,
son de distribución euroasiática (pueden encontrarse tanto en Asia como en Europa).
Finalmente, en África se encuentra una serie de linajes muy diversificados que se
categorizan como pertenecientes al macrolinaje L.Hay que hacer notar que, debido a la
elevada diversidad genética africana, cada una de las ramas de L se define por un número
mayor de substituciones de nucleótidos que no sus contrapartidas euroasiáticas. Algunas
de las ramas africanas son específicas de poblaciones concretas, como los pigmeos de las
selvas de África Central o los khoisan (los antiguamente denominados bosquimanos) del

76
desierto del Kalahari.

En cambio, en Europa hay poca estructura genética (en realidad, es el continente


genéticamente más uniforme), y todos los linajes pueden encontrarse representados en
todas las esquinas de Europa; lógicamente, algunos son más frecuentes en zonas
concretas, lo que algunos investigadores interpretan como una señal de que se originaron
en dichas zonas, quizá en el último máximo glacial, hace 20.000 años, cuando las
poblaciones cromañones se hallaban relativamente aisladas entre sí. Por ejemplo, el linaje
T es más frecuente en el norte de Italia, y disminuye progresivamente hacia el norte y
este de Europa; quizá se originó en Italia, pero es difícil saberlo. En todo caso, se trata de
un linaje relativamente infrecuente, que abarca cerca del 5,1% del total de ADN
mitocondriales de Europa; otros son mucho más frecuentes: la frecuencia del linaje H
llega hasta un 40% en algunos puntos de Europa. Las edades estimadas difie ren entre
linajes; por ejemplo, la del linaje T es entre hace 9.000 y 16.000 años; otros linajes,
como el U, parecen ser más antiguos y tienen dataciones cercanas a los 50.000 años.

El panorama evolutivo sugerido por el ADN mitocondrial fue confirmado


posteriormente por el estudio de su obvia contrapartida masculina, el cromosoma Y.Los
análisis de la variación acumulada en este cromosoma mostraron poca variación
comparados con los cromosomas Y de otros primates. El cálculo por medio de un reloj
molecular del origen de la variación observada produjo, igual que en el caso del ADN
mitocondrial, fechas muy recientes, de hace cerca de ciento cincuenta mil años. Es
interesante constatar que los linajes del cromosoma Y presentan una estructura
geográfica más marcada que para el ADN mitocondrial, lo que sugiere que las mujeres
han sido más móviles que los hombres a lo largo de la historia de la humanidad
(uniformizando de esta manera la variación del ADN mitocondrial).

Algunos antropólogos críticos con los estudios genéticos argumentaron que el


particular modo de herencia del ADN mitocondrial y del cromosoma Y había sesgado
(más que simplificado) la historia evolutiva de nuestra especie, pero el hecho es que sus
conclusiones han sido ampliamente refrendadas desde entonces en numerosos estudios
de otros marcadores genéticos. El más reciente de ellos, publicado en la revista Science
en diciembre de 2002, vuelve a mostrar el origen reciente de todas las poblaciones
humanas y su alto grado de uniformidad. Los investigadores analizaron 377 marcadores
genéticos variables (denominados microsatélites, que son repeticiones del número
variable de secuencias de ADN muy cortas), dispersos a lo largo de todo el genoma

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nuclear, en 1.056 indivi duos pertenecientes a 52 poblaciones, y hallaron que casi un
95% de la variación genética se hallaba distribuida entre individuos dentro de una misma
población, y únicamente un 3-5% de la variación genética se estructuraba entre grandes
grupos humanos (por ejemplo, entre europeos y asiáticos). En Europa, este porcentaje
bajaba hasta un minúsculo 0,7%; esto significa que un 99,3% de la variación se halla
entre individuos de una misma población, lo que nuevamente indica la poca
estructuración geográfica de la variación genética europea; es decir, no nos diferenciamos
significativamente más de un albanés o de un escandinavo, que, por ejemplo, de nuestro
vecino de escalera.

En otro estudio reciente, los investigadores analizaron una zona de baja


recombinación de 10.000 nucleótidos del cromosoma X (denominada Xq 13.3) en una
amplia muestra de hombres (que, recordemos, reciben el cromosoma X únicamente de
su madre) de todo el mundo, y hallaron que únicamente el 10% de la variación de esa
zona de cromosoma se halla estructurada en diferencias entre poblaciones. Había 33
posiciones nucleotídicas variables en el fragmento estudiado, de las cuales, 24 se
encontraban únicamente en individuos africanos, y sólo 17 en individuos de otras
poblaciones (a pesar de que éstos constituían la mayor parte de la muestra estudiada).

Las conclusiones de éstos y otros estudios es que los africanos tienen más diversidad
genética que los no africanos, incluyendo variantes que no se encuentran en ningún otro
continente; por el contrario, los no africanos tienen menos variación genética, y, en
general, muestran variantes que se encuentran también en África.

Los neandertales formaban parte del conjunto de genes que había en África hace
cerca de medio millón de años; el mismo conjunto del cual surgieron posteriormente
nuestros antepasados directos; eso significa que compartimos con los neandertales una
porción muy significativa de nuestros genes. Toda esta información molecular sobre los
seres humanos está en cierta manera atrapada en el tiempo, ya que debemos estudiar el
presente para inferir el pasado; pero desde hace pocos años ya podemos mirar
directamente hacia los genes del pasado.

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79
asta ahora hemos analizado a los neandertales desde aproximaciones
clásicas, como la morfología y la arqueología; sin embargo, también podemos mirar a los
neandertales desde un laboratorio de biología molecular, mediante las técnicas de ADN
antiguo. En el interior de los huesos y de los dientes quedan restos de proteínas, y
también fragmentos del material genético del organismo, conservados en la cavidad
pulpar de los dientes o en el interior de los minúsculos canales del tejido óseo. En nuestro
laboratorio, el hueso de neandertal queda convertido, mediante diversos procesos
técnicos, en un tubito lleno de un líquido incoloro que, si todo ha funcionado a la
perfección, contiene agua y fragmentos del material genético del individuo neandertal que
pueden ser analizados.

El ADN antiguo combina la fascinación del estudio del pasado con la potencialidad
del ADN para establecer genealogías. Pero, al mismo tiempo, presenta numerosas
dificultades técnicas debido a la degradación del material genético, lo que lo convierte en
un campo de estudio difícil, caro y a veces controvertido. El ADN antiguo es una
disciplina surgida en 1984 gracias a los espectaculares avances de la biología molecular
en las últimas décadas. Algunos de los primeros estudios de ADN antiguo, como los
realizados a partir de insectos atrapados en ámbar - resina de árbol fosilizada - de
decenas o incluso centenares de millones de años de antigüedad, no han podido ser
reproducidos - lo que constituye uno de los pilares básicos del método científico-, y han
acabado siendo rechazados por la comunidad científica. Pero sí que, por ejemplo, se ha
recuperado ADN original del famoso Hombre del Hielo, hallado en los Alpes del Tirol y
datado en hace más de cinco mil años, y de fabulosos seres extinguidos, como los
mamuts, los tigres con dientes de sable, los perezosos gigantes, o las gigantescas aves de
Nueva Zelanda llamadas moas.

El avance técnico clave fue el desarrollo de una técnica de laboratorio denominada


reacción en cadena de la polimerasa (abreviada para los amigos como PCR). La PCR es
una reacción química que, gracias a la incorporación de un enzima termoestable

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(denominado "TaqADN polimerasa") y de unas secuencias muy cortas diseñadas para
hibridarse en los extremos del fragmento a recuperar (denominadas "cebadores"), permite
obtener billones de copias de un determinado fragmento de ADN a partir de unas pocas
copias iniciales (el proceso se conoce como "amplificación"). Para realizar cualquier
análisis de laboratorio, como determinar la secuencia concreta de nucleótidos de un
fragmento de ADN, es imprescindible dis poner de billones de copias de ese fragmento.
Por este motivo, la amplificación con una PCR es un paso previo en la mayoría de las
técnicas de biología molecular; en el caso del ADN antiguo, se trata además del paso
clave, que determinará el éxito o el fracaso del estudio. Pero, incluso si la PCR funciona
y se amplifica ADN, los problemas técnicos en el laboratorio pueden no haber hecho más
que empezar.

El hecho de que, en algunos casos, seamos capaces de recuperar material genético de


hace unos miles de años de antigüedad no debe engañarnos sobre la estabilidad química
del ADN. En realidad, se trata de una molécula frágil sometida a reacciones químicas que
la degradan muy rápidamente. A la muerte de un individuo, los enzimas contenidos en
diversos compartimentos celulares se liberan y atacan al propio material genético; los
factores climáticos externos como el calor, el pH y la humedad también se unen a la
fiesta destructiva.

La molécula de ADN sufre varias formas de degradación química. En primer lugar,


se halla fragmentado por hidrólisis hasta trozos de pequeño tamaño, generalmente
menores de 500 bp (pares de bases o nucleótidos), y frecuentemente menores de 200 bp
e incluso de 100 bp. Algunos nucleótidos, especialmente las purinas, se hallan oxidados y
modificados químicamente. Las citosinas presentan un problema particular; a veces se
degradan en uracilos (una molécula químicamente similar a una timina) y cuando el
enzima de la PCR empieza a copiar la cadena de ADN, confunde el uracilo con una
timina y la empareja con la correspondiente adenina en la cadena complementaria. El
error se repite hasta el infinito, y esto crea falsas timinas en las secuencias antiguas
recuperadas. Todos estos problemas implican que, cuando recuperamos el ADN original
mediante reacciones enzimáticas de laboratorio, podemos estar recuperando artefactos en
algunas posiciones. Esta posibilidad de confusión artefactual depende del grado de
conservación de la muestra; cuanto menos ADN original exista en la muestra, más
posibilidades tendremos de recuperar un fragmento que esté químicamente dañado y
que, por tanto, pueda ser en parte artefactual. Hay diversos factores externos que ayudan
a la conservación del material genético; las condiciones de frío son mejores que las de

81
calor, un pH del suelo neutro mejor que un pH ácido o básico, y un entorno árido mejor
que un entorno húmedo. Es evidente que las mayores posibilidades de recuperar ADN se
sitúan en zonas como Siberia, Alaska o el norte de Europa. Cuanto más nos acerquemos
a zonas tropicales, más difícil será que se conserve ADN en muestras cada vez más
recientes.

La degradación del material genético favorece la contaminación de las muestras


antiguas por parte de ADN modernos amplificados anteriormente en el mismo
laboratorio; estos ADN o "amplicones" son fragmentos de ADN amplificado que se
transmiten por el aire o se pegan a las ropas o a la piel; cada vez que nos movemos de
vuelta del laboratorio principal al laboratorio de ADN antiguo, transportamos miles o
quizá millones de amplicones que son potenciales contaminantes de nuestras muestras
antiguas. Para complicar más las cosas, el ADN antiguo frecuentemente se coextrae con
otras moléculas de tipo ácido, como los ácidos húmicos presentes en el suelo, que
inhiben la amplificación por PCR en el laboratorio; sencillamente, quizá el ADN está allí,
pero somos incapaces de recuperarlo. Todas estas alto raciones y problemáticas implican
que, aun cuando recuperamos material genético antiguo, éste suele estar muy degradado
y ser susceptible a contaminaciones. Por este motivo tenemos que adoptar una serie de
draconianas medidas de control técnico para asegurarnos de la fiabilidad de los
resultados.

Entre las medidas de autentificación propuestas a nivel internacional por los


científicos más reconocidos en el campo del ADN antiguo, las más importantes son:

•Replicación independiente de los resultados en otro laboratorio. El método científico


se basa en la posibilidad de replicar los experimentos de otros investigadores, y en
la posibilidad de obtener los mismos resultados. Sin embargo, muchos estudios de
ADN antiguo se basan en el análisis de muestras únicas o difíciles de conseguir,
celosamente guardadas en algún pequeño museo y controladas por un arqueólogo
local; por este motivo, se ha propuesto que los estudios de ADN antiguo que
quieran ser calificados de rigurosos deberían adelantar en el tiempo la replicación
de sus experimentos a antes de la publicación de los primeros resultados. Se trata
de enviar un fragmento de la muestra, si puede ser desde la misma institución de
origen, a otro laboratorio con el que se esté colaborando. De esta manera, si el
ADN obtenido es realmente el ADN endógeno, deberíamos obtener las mismas
secuencias en ambos laboratorios. Este riguroso procedimiento se lleva a cabo para

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evitar las posibles contaminaciones intralaboratorio, que suelen ser específicas de
cada laboratorio.

•Clonación de los productos de PCR. Debido a los daños que pueden haber sufrido
algunos nucleótidos, al azar, los productos de nuestra PCR son en el fondo un
conjunto relativamente heterogéneo de secuencias, lo que se manifiesta en algunas
incertidumbres para algunos nucleótidos en las secuencias producidas por las
máquinas de secuenciación. Cuanto mejor conservado esté el ADN original, menos
artefactos encontraremos en nuestro producto de PCR; sin embargo, si nuestro
ADN está muy degradado y dispone de pocas cadenas originales conservadas,
tenemos más posibilidades de obtener resultados extraños e irreproducibles. La
clonación consiste en introducir las cadenas de ADN producidas en la PCR dentro
de bacterias; cada bacteria recibe una única copia del ADN amplificado que se
inserta en su genoma, y, en un medio de cultivo adecuado, esta bacteria se
convierte en toda una colonia bacteriana que puede ser observada a simple vista y
que contiene millones de copias del ADN introducido. La secuenciación del ADN
de esta colonia permite obtener de nuevo el fragmento de ADN que formaba parte
del producto heterogéneo de la PCR original; aplicada a decenas de bacterias, la
clonación nos permite descifrar si hay secuencias diferentes mezcladas en nuestro
producto de PCR. Con este procedimiento complejo de clonación podemos
deducir finalmente qué nucleótidos son producto de errores en la PCR por
degradación del ADN, y podemos finalmente obtener secuencias consenso.

•Análisis de aminoácidos. La degradación de los aminoácidos después de la muerte


del organismo es un proceso parejo a la degradación del ADN, ya que está influido
por los mismos factores, como pH o calor, que afectan al ADN. En el organismo
vivo, todos los aminoácidos se hallan en una forma química denominada L; a
medida que las proteínas se degradan, las formas L pasan a formas D, que son
imágenes químicas especulares (denominadas enantiómeros), en un proceso
denominado racemización. Cuando las proteínas se hallan completamente
degradadas, se llega a un equilibrio, en el cual el 50% de los aminoácidos están en
forma L y el 50% en forma D. Se ha sugerido que si únicamente un 10% (o
menos) de las formas L han pasado a D esto es indicativo de que los aminoácidos
se hallan relativamente bien conservados. El análisis previo de las formas L/D de
algunos aminoácidos en muestras que querramos analizar para ADN nos dirá pues
si tenemos alguna posibilidad de que el material genético se haya conservado allí.

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•Disponibilidad de un laboratorio perfectamente equipado y adopción de medidas de
control anticontaminación. Es esencial que, para trabajar con ADN antiguo al más
alto nivel, dispongamos de un laboratorio apartado del laboratorio principal, y que
esté sellado con presión de aire positiva (esto significa que el aire del laboratorio se
halla a una presión ligeramente mayor que la del exterior, con lo cual nunca entra
aire del exterior cuando se abre la puerta). Además, hay que disponer de toda una
serie de medidas contra la contaminación, como rayos ultravioleta en el techo (que
ayudan a mantener áreas estériles), material de laboratorio esterilizado, etc. Los
buenos laboratorios de ADN antiguo suelen ser pequeñas y calurosas habitaciones,
apartadas del bullicioso y concurrido laboratorio principal, donde un pobre
investigador, vestido como un buzo y con la cara cubierta con una mascarilla
facial, se enfrenta en solitario con unas muestras de las que de entrada nunca sabe
si podrá obtener algo.

Los estudios recientes que no han seguido estos principios de autenticidad han
resultado ser erróneos, falsos o muy dudosos. En el año 2001, unos científicos
australianos afirmaron haber recuperado ADN de los restos del Lago Mungo, en
Australia, datados en hace 60.000 años; la secuencia que obtenían era muy diferente a
las secuencias humanas modernas, lo que según ellos apoyaba la teoría multirregionalista.
Sin embargo, el estudio fue criticado desde muchas instancias científicas por su falta de
rigor y por el hecho de no seguir ni uno solo de los criterios de autentificación
propuestos: no había análisis de aminoácidos, ni donación de productos de PCR, ni
replicación independiente, y sin estos datos era imposible descartar que la secuencia fuera
el resultado de daños químicos en el ADN o incluso algún tipo de contaminación. La
antigüedad de las muestras y las condiciones climáticas del yacimiento - se encuentra
situado en una zona desértica del interior de Australia - hacen muy difícil creer que los
resultados obtenidos sean reales. Sin los criterios de autentificación, se trata de una
discusión estéril; más vale olvidarse del estudio del Lago Mungo. Normalmente, como en
el caso de Lagar Velho, el tiempo acaba dictando sentencia sobre estos estudios
cuestionables; efectivamente, han pasado varios años y ningún otro equipo ha conseguido
obtener resultados parecidos.

Finalmente, tenemos que destacar que la degradación del ADN ha conllevado que,
hasta ahora, la inmensa mayoría de los estudios de ADN antiguo se hayan basado en la
recuperación del ADN mitocondrial. Como existen miles de mitocondrias en la célula y
hasta una decena de genomas mitocondriales por cada orgánulo, existen muchas más

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posibilidades de recuperar fragmentos del genoma mitocondrial (mtADN) que no del
nuclear. Sin embargo, es evidente que el ADN nuclear puede estar presente en las
muestras mejor conservadas; no parece haber nada de especial en el ADN mitocondrial,
más allá de su mayor número, que lo haga más favorable a la conservación. Quizá algún
día se conseguirá recuperar ADN nuclear de neandertal; sin embargo, si lo que queremos
es saber si los neandertales tuvieron descendencia con los cromañones, es mejor recurrir
al estudio de un marcador genético posterior a la separación de ambos linajes, como el
ADN mitocondrial. Y, efectivamente, disponemos de datos genéticos del ADN
mitocondrial de los neandertales.

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1 año 1997 fue un año que los científicos difícilmente olvidarán; el jueves 27
de febrero de ese año, la prestigiosa revista científica Nature publicaba en portada el
nacimiento de Dolly, una oveja creada por transferencia del material genético de una
célula de ubre de una oveja adulta a un óvulo al que previamente se le había extraído su
propio material genético. Se materializaba de esta forma una fantasía científica
largamente clasificada como ciencia ficción: la donación de seres vivos a partir de células
ya diferenciadas. Pero a los pocos meses, el 11 de julio, se publicaba en la portada de la
revista biomédica Cell otro estudio que desafiaba las convenciones de la ciencia ficción:
la primera recuperación de material genético de una especie de humanos ya extinguida,
los neandertales. El título de la portada de la revista no podía ser más concluyente y
explícito: "Neandertals were not our ancestors".

El estudio se había llevado a cabo a partir de los huesos del valle de Neander, los
restos neandertales encontrados en 1856 que habían dado nombre a todo el grupo (thal
significa valle en alemán antiguo, así que "hombre de neandertal" significa, literalmente,
hombre del valle de Neander). El pequeño valle, conocido originalmente con el nombre
menos evocador de Hundsklipp (roca del perro) tenía una cueva en su lado derecho,
llamada la cueva Feldhofer, por una granja cercana llamada Feldhof. El valle, situado a
13 km al este de Düsseldorf y de poco más de un kilómetro de largo, fue renombrado a
mediados del siglo xix como Neander en honor a un oscuro poeta y compositor local,
llamado Joachim Neander (1650-1680), quien al parecer solía ir a buscar inspiración en
él. Finalmente, la reforma ortográfica del alemán, llevada a cabo en 1904, conllevó la
pérdida de la h en thal (valle); de esta manera, es ahora correcto hablar de neandertales y
no de neanderthales.

El valle de Neander, conocido por los pintores paisajísticos como un sitio idílico, fue
demolido concienzudamente a lo largo del siglo xix para extraer mármol de sus laderas; la
cueva Feldhofer desapareció literalmente en este proceso de demolición. En agosto de
1856, los trabajadores de la cantera golpearon con sus azadones varios huesos en la tierra

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de lo que había sido el interior de la cueva; descubrieron primero la parte superior de un
cráneo, después dos fémures, los huesos de los brazos y parte de la pelvis y de los
omóplatos. Probablemente, el resto del esqueleto se encontraba allí mismo, pero los
rústicos canteros sólo recogieron los huesos más grandes y completos. Al parecer, el
esqueleto se hallaba con la cabeza orientada hacia la entrada de la cueva. Uno de los
propietarios de la explota ción, Wilhekm Beckershoff, pensando que quizá se trataba de
un oso prehistórico, pidió a los trabajadores que recogieran los huesos (algunos de los
cuales habían sido lanzados desde la cueva, a 20 metros de altura, al fondo del valle) y se
los llevaron a Johann Karl Fuhlrott, un naturalista amateur. Éste los reconoció como
humanos y visitó el yacimiento dos semanas después del hallazgo, pero no intentó
recolectar más huesos ni industria lítica asociada. Al cabo de poco tiempo, la cueva había
desaparecido bajo los picos de los canteros, y, para 1900, nadie sabía exactamente su
localización.

Fuhlrott y el anatomista Hermann Schaaffhausen publicaron conjuntamente la


descripción de los restos en 1857, dos años antes de que Charles Darwin publicara su
Origen de las especies. Darwin desconocía en ese momento que existieran restos de
humanos prehistóricos, lo que añade más mérito a sus inferencias sobre el origen del ser
humano. La posterior incorporación de los restos de Neander al debate evolutivo por
parte del amigo de Darwin, Thomas H.Huxley, representó un salto cualitativo en la
concepción de nuestra especie como una especie natural más, que estaba sometida a las
mismas leyes evolutivas que las otras, y abrió las puertas a la fascinación por conocer
cómo eran nuestros antepasados remotos.

Para los estudiosos del pasado, la obtención de ADN del neandertal de Feldhofer,
141 años después de su descripción, representó también un salto conceptual cualitativo;
aquella evidencia filogenética que durante un siglo y medio había intentado deducirse
mirando, pesando y midiendo una y otra vez los escasos restos fósiles de los humanos
del pasado, estaba ahora, lisa y llanamente, a nuestro alcance. Como dijo Chris Stringer,
cuando supo la noticia, "era uno de mis sueños que esto fuera posible".

El impacto de este descubrimiento ha sido tal que ningún libro sobre neandertales con
un mínimo de rigor ha dejado de incorporar un capítulo dedicado al estudio de ese año.
Al cabo de este tiempo, los científicos se han acostumbrado a hablar de los neandertales
en términos genéticos, pero hay que recordar que, diez años antes del descubrimiento,
esta posibilidad era simplemente impensable. Antes y después de 1997 marcará una

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frontera no sólo en el estudio de la evolución humana, sino en la formación y en el
talante de muchos estudiosos de este campo. Hablando con una muestra amplia de
antropólogos, pronto descubrimos que, por su talante, se pueden dividir en dos grupos:
los que mencionan el descubrimiento de 1997 como una evidencia más, como un hecho
tangencial, anecdótico, y los que ven un campo de posibilidades maravillosas abierto ante
sus ojos. Los primeros son los antropólogos obsoletos, los restos de una generación de
científicos basados en el autoritarismo académico local que han sido superados por la
globalización del progreso científico. Los segundos, sin embargo, ven la posibilidad de
saber cómo eran genéticamente nuestros antepasados y ven cómo, con este
conocimiento, nos acercaremos también a la comprensión definitiva del proceso
evolutivo.

El equipo científico que consiguió la primera recuperación de ADN de neandertal era,


algo que no debe sorprender, el mejor del mundo en el campo del ADN antiguo.
Liderado por Svante Püübo (en aquel entonces en la Universidad de Múnich y ahora en
el Instituto Max Planck de Leipzig), estaba compuesto por su doctorando Matthias
Krings (quien hizo el difícil trabajo técnico), por los antropólogos Ralf W.Schmitz y
Heike Krainitzki (quienes tenían acceso a los restos del neandertal) y por los biólogos
moleculares de la Universidad de Pensilvania Anne Stone y Mark Stoneking (quienes
llevaron a cabo la replicación independiente de un pequeño fragmento de secuencia). El
análisis preliminar de un fragmento de hueso del húmero reveló que el índice de
racemización del ácido aspártico (formas L respecto a formas D) era de 0,11, muy cerca
del valor de 0,10 que se había establecido como indicador límite de conservación
hipotética del ADN. En todo caso, era un valor prometedor, muy alejado del valor 0,50
en el cual se llega a un equilibrio por degradación completa de los aminoácidos.

¿Cómo procedieron los investigadores para recuperar la secuencia de ADN del


neandertal? Recordemos que, inicialmente, no se sabía cómo era la secuencia, y
únicamente se disponía de información sobre las secuencias actuales de humanos
modernos. Krings empezó sus experimentos utilizando cebadores de la región de control
del ADN mitocondrial humano, basados en la secuencia de referencia (la primera que
secuenció un equipo de Cambridge, en 1981) y empezó a obtener productos de PCR.
Una vez donados y secuenciados, los investigadores obtuvieron un patrón de secuencias
característico, que era no obstante muy diferente a las secuencias actuales.

Podemos fijarnos en la tabla 1 para entender cómo fue progresando el equipo de

89
Múnich. En la tabla 1 se reproducen resultados reales del estudio de Cell, y se muestran
cuatro amplificaciones diferentes (que hemos denominado PCR1, PCR2, PCR3 y PCR4)
cuyos productos fueron donados en bacterias y secuenciados posteriormente
(corresponden a la secuencia entre las posiciones 16210 y 16270 de la secuencia de
referencia). En los resultados pueden observarse dos patrones de secuencias: uno
mayoritario (correspondiente, por ejemplo, a los cinco clones de la PCR1 y a los cuatro
primeros de la PCR2) y otro minoritario (correspondiente al Clon5 de la PCR2, y al
Clon5 de la PCR3). Las secuencias minoritarias son parecidas entre sí y completamente
diferentes de las mayoritarias; al mismo tiempo, son secuencias que pueden encontrarse
entre los humanos modernos. De hecho, la secuencia del Clon5 de la PCR2, idéntica a la
de referencia, es la más común entre los europeos actuales, donde llega a valores del
16%. Por el contrario, las secuencias mayoritarias son absolutamente desconocidas entre
los humanos actuales; sencillamente, se diferencian de la de referencia en demasiados
cambios (ocho cambios en un segmento de sólo 60 nucleótidos, incluyendo la inserción
de una adenina entre la T de la posición 16263 y la C de la posición 16264, no descrita
en humanos actuales). La conclusión es que las secuencias mayoritarias pertenecen al
ADN original de Feldhofer 1, mientras que las minoritarias corresponden al ADN de
algunos de los centenares de investigadores europeos - quizá del mismo Huxley - que
estudiaron y manipularon los restos durante ciento cincuenta años. El hecho de que las
secuencias mayoritarias aparezcan reiteradamente en amplificaciones diferentes apoya su
autenticidad; si se tratara de extrañas contaminaciones o de inconcebibles artefactos
generados en el laboratorio, no esperaríamos que éstas se reprodujeran sistemáticamente
en diferentes amplificaciones. Pero la confirmación definitiva de la autenticidad de los
resultados llegó cuando el laboratorio de Pensilvania pudo replicar de forma
independiente un fragmento de la misma secuencia (la PCR4) a partir de un fragmento
de hueso de Feldhofer 1 enviado a Estados Unidos. En Pensilvania, Anne Stone tuvo
muchos problemas de contaminación; el fragmento óseo estaba tan mineralizado que
Stone le hizo agujeros con un taladro hasta que quedó como un queso gruyer. Para
facilitar la obtención del ADN original, Stone utilizó la información obtenida en Múnich
para diseñar cebadores que fueran específicos de neandertal (podemos ver que los
cebadores utilizados en la PCR4 terminan en posiciones específicas de neandertal). Esta
ventaja técnica, que Krings no tuvo, ha sido aprovechada posteriormente por todos los
investigadores que han trabajado con otros neandertales; sabiendo ya cómo es en líneas
generales una secuencia de neandertal, podemos emplear cebadores que sean específicos
de neandertal; de esta manera, evitaremos recuperar inadvertidamente secuencias

90
modernas (como las minoritarias encontradas en el primer estudio) y obtendremos un
producto que será mayoritariamente neandertal.

TABLA 1: Fragmento de secuencia de ADN del neandertal de Feldhofer 1 entre las


posiciones 16210 y 16270 (según la secuencia de referencia del ADN mitocondrial
humano). La secuencia se deriva de cuatro reacciones de PCR diferentes, cuyos
productos han sido clonados en bacterias y secuenciados; únicamente se representan
cinco clones de cada fragmento. La PCR4 corresponde a una replicación independiente,
llevada a cabo en otro laboratorio, que ha producido la misma secuencia que las PCR1, 2
y 3. El Clon5 de la PCR2 y el Clon5 de la PCR3 muestran secuencias diferentes que
corresponden a ADN contaminante moderno; los cambios presentes en un único clon
derivan probablemente de artefactos relacionados con la generación de la propia colonia

91
bacteriana; los cambios compartidos en más de un clon (como las dos T iniciales en los
Clones1 y 2 de la PCR3) corresponden probablemente a daños químicos que han tenido
lugar en los ciclos iniciales de la PCR3.

También podemos observar otro fenómeno en las secuencias; la presencia de algunas


sustituciones presentes en pocos o en un único clon (denominados singletons en inglés).
Estas sustituciones minoritarias corresponden con toda probabilidad a errores de los
enzimas de replicación del ADN asociados a la propia técnica de donación (recordemos
que se trata de insertar un fragmento de ADN en una bacteria que se multiplica hasta
formar una colonia), o a errores asociados con la degradación química de parte de las
cadenas del ADN original (en estos casos, el enzima no llega a reconocer cuál es el
nucleótido original e inserta uno al azar). El resultado de ambos fenómenos es
indistinguible, si bien el segundo suele reflejarse en la presencia de sustituciones múltiples
(es decir, compartidas en más de un clon), como en el caso de los clones 1 y 2 de la
PCR3. En todo caso, las sustituciones múltiples como las mencionadas sólo serían fuente
de confusión si no se realizaran múltiples amplificaciones y secuenciaciones del mismo
fragmento. Asimismo, estas ambigüedades no tendrían lugar si el ADN original se
encontrara mejor conservado. En resumen, los procedimientos técnicos y las medidas de
precaución adoptadas por los investigadores de Múnich no dejaban ninguna duda de que
el ADN recuperado era el original, y así lo entendieron inmediatamente los investigadores
que, en estado de excitación, leyeron el artículo de Cell el 11 de julio de 1997. Como dijo
Blair Hedges (de la Universidad de Penn State), "es el estudio de ADN antiguo más
riguroso que he visto nunca". Aquel día hubo muchos rostros de satisfacción entre los
antropólogos del mundo, pero también algunos de decepción.

Una cosa muy diferente, sin embargo, fue interpretar qué nos estaban diciendo los
resultados sobre nuestro parentesco con los neandertales. Aunque la secuencia
encontrada era diferente de las descritas en humanos actuales, las conclusiones no eran
directas y por un motivo sencillo: el hecho de que una secuencia sea muy diferente a las
de una especie concreta no nos informa directamente - aunque en buena lógica lo indica -
de que se trata de otra especie aparte. No existe un valor límite de diferencia a partir del
cual podamos decir, tajantemente, "los neandertales eran otra especie". Páábo intentó
varias aproximaciones.

En primer lugar, puede realizarse un enfoque, digamos, transversal, puramente


cuantitativo, sin tener en cuenta la dimen Sión evolutiva. Se trata simplemente de contar,

92
en el segmento de ADN recuperado, cuántas diferencias encontramos entre parejas de
humanos modernos y cuántas entre parejas formadas por el neandertal y cada uno de los
humanos modernos. Como la secuencia de neandertal es muy diferente de las actuales,
los valores de la segunda comparación tenderán a ser mucho mayores que los de la
primera. Efectivamente, cuando se observaban parejas de humanos modernos, los
valores promedios de las diferencias de ADN eran de 8 (±3,1), mientras que en las
parejas mixtas el valor se incrementaba hasta 27 (±2,2). Sin embargo, las distribuciones
de ambas comparaciones se superponían por poco, ya que el valor máximo de la primera
era 24 y el valor mínimo de la segunda era 22; esto significaba que había secuencias de
humanos modernos que eran más diferentes entre sí que las del neandertal con algunas
secuencias modernas. Esta superposición, sin embargo, no era un grave escollo; lo que
importa cuando se comparan distribuciones es cuán alejados están entre sí los valores
promedio. Un fenómeno similar (con una superposición mucho mayor) se observa
cuando se comparan las distribuciones de altura entre hombres y mujeres; sin embargo,
los promedios son claramente diferentes y, a pesar del solapamiento, está claro que
estamos midiendo grupos que difieren significativamente para ese carácter concreto.

Por otra parte, cuando se analizaba la secuencia de Feldhofer 1 desde un punto de


vista cualitativo, teniendo en cuenta su dimensión genealógica, se observaba que era
diferente de cualquier otra, pero que tendía a compartir algunas posiciones (y, por tanto,
a ser más semejante) con algunas secuencias africanas; por el contrario, era radicalmente
diferente de las coe táneas secuencias europeas. Esto encajaba bien en el contexto de la
teoría fuera de África, puesto que, si los neandertales eran un linaje paralelo al de los
cromañones, ambos tenían que tener un origen común ancestral en África.

Con la secuencia de neandertal, podía construirse un árbol filogenético (véase figura


6); la idea intuitiva que subyace en estas representaciones gráficas es que la diferencia
entre dos linajes genéticos refleja la antigüedad de su divergencia evolutiva. El momento
de esta divergencia puede estimarse conociendo la tasa a la cual se acumulan los cambios
en los linajes de ADN (o tasa de mutación). Este procedimiento estadístico no está
exento de errores, debido a las incertidumbres en el cálculo de las tasas de mutación. En
este caso, se obtuvo una edad cercana al medio millón de años para la separación entre el
linaje de los neandertales y el que dio lugar a los humanos modernos (con un rango
aproximado entre trescientos mil y setecientos mil años), y una edad cercana a los ciento
cincuenta mil años para la aparición de los humanos modernos. Aunque la tasa de
mutación constituye un punto débil en este cálculo, hay que recalcar que las diferencias

93
relativas entre la aparición de todos los neandertales y de los humanos modernos se
mantendrían, aun con otras tasas; es decir, la divergencia del linaje de los neandertales
con el nuestro es casi tres veces más antiguo que la divergencia de los linajes humanos
actuales. De todas maneras, la estima de 500.000 años encaja perfectamente con lo que
observamos en el registro fósil europeo; mucho antes de que aparecieran los primeros
neandertales propiamente dichos, con su morfología característica plenamente
establecida, encontramos en diversos yacimientos, cráneos de homínidos que muestran
algunos rasgos que después serán típicamente neandertalianos. Entre éstos, se encuentran
los famosos cráneos de la Sima de los Huesos (Atapuerca), datados en hace 400.000
años. Es decir, los neandertales no aparecieron de pronto en Europa, sino que fueron el
producto de miles de años de adaptación de las poblaciones europeas arcaicas a
condiciones glaciales progresivamente más duras y cambiantes.

FIGURA 6: Árbol filogenético que muestra la relación evolutiva entre los chimpancés, los
neandertales y los humanos modernos; las fechas de separación de los linajes han sido

94
estimadas a partir de los relojes moleculares. Los triángulos representan
aproximadamente la magnitud de la diversidad genética presente en los chimpancés, en
los neandertales y en nuestra especie.

¿Los resultados del ADN del neandertal excluyen totalmente los contactos entre
neandertales y cromañones? De hecho, no del todo; los multirregionalistas argumentaron
- correctamente - que no podían descartarse cruces entre mujeres humanas modernas y
hombres neandertales. La descendencia de estos cruzamientos llevaría en sus
mitocondrias secuencias indistinguibles de las modernas, ya que el ADN mitocondrial se
transmite exclusivamente por línea materna; en cambio, la mitad de sus genes nucleares
serían neandertales (ya que la mitad de los cromosomas proceden del padre). También
podría ser que hubiera habido todo tipo de cruzamientos entre neandertales y
cromañones, pero que las secuencias mitocondriales neandertales resultantes de tales
cruzamientos se hubieran perdido posteriormente por efecto del azar en la transmisión de
los linajes (cada vez que una mujer no tiene hijos o tiene sólo hijos varones, su linaje
mitocondrial desaparece). Es cierto que estas combinaciones son posibles; sin embargo,
son rebuscadas y resultan inverosímiles. Por ejemplo, ¿por qué si hubo cruzamientos
entre mujeres modernas y hombres neandertales, no los hubo - presumiblemente - entre
hombres modernos y mujeres neandertales? Como decía Juan Luis Arsuaga, para los
neandertales el resultado final de todas estas especulaciones es siempre el mismo: su
desaparición. Algunos investigadores argumentan - ingenuamente - que si hubo
cruzamientos, aunque fueran minoritarios, esto significa que nosotros llevamos en
nuestro genoma genes de neandertal, y que, desde este punto de vista, ellos no se
habrían extinguido. En realidad, esto es evidente; muchos de los genes nucleares que
tenemos serían indistinguibles con los de los neandertales por la sencilla razón de que son
más antiguos que la separación de los dos linajes; de hecho, compartimos la mayoría de
nuestros genes, con pocos o ningún cambio, con los mismos chimpancés, de cuyo linaje
nos separamos hace seis millones de años.

El trabajo de laboratorio con las muestras de Feldhofer 1 no terminó aquí; después de


las celebraciones por el logro conseguido, el equipo de Püübo siguió recuperando
fragmentos de ADN, en este caso pertenecientes a la segunda mitad (denominada HVR2)
de la región de control del ADN mitocondrial. En 1999 publicaron sus resultados en la
revista Proceedings of the National Academy of Sciences de Estados Unidos. Los
investigadores obtuvieron 340 nucleótidos más, que, comparados con los humanos
modernos, mostraban un patrón semejante al observado en el primer estudio: es decir,

95
numerosos cambios en la secuencia, incluyendo la inserción de tres timinas, no
observados en los humanos actuales. Las conclusiones del segundo estudio de Feldhofer
1 sirvieron, pues, para reforzar las del primer estudio, pero era evidente que se requería
una confirmación externa con otro neandertal.

96
97
onfirmar los resultados del primer neandertal con los de otro era percibido
como una necesidad en el campo de la evolución humana; sin embargo, la confirmación
tardó tres años en llegar. En el período posterior a la publicación del neandertal de
Feldhofer 1, nadie hubiera apostado por los restos diminutos de un neandertal recién
nacido descubiertos en el Cáucaso pocos años antes. Sin embargo, el neandertal de
Mezmaiskaya fue el segundo neandertal recuperado y sin lugar a dudas es el mejor
conservado de todos ellos en términos de preservación molecular.

La cueva de Mezmaiskaya se encuentra en el Cáucaso, una cordillera rotundamente


salvaje que separa Europa de Asia y que contiene en su flanco norte la montaña más alta
del continente europeo, el Elbrus, con 5.670 metros de altura. El relieve accidentado del
Cáucaso ha contribuido, a través del aislamiento ancestral de las poblaciones humanas, a
la formación y mantenimien to de una extraordinaria diversidad étnica, fuente perenne de
conflictos territoriales, incluso en nuestro siglo. Al mismo tiempo, ha representado una
vía de acceso a Europa desde África, y la presencia de los restos de homínidos de
Dmanisi (Georgia), datados en cerca de un millón seiscientos mil años, así lo confirman.

En el Cáucaso norte ruso, cerca de la frontera con Georgia, los arqueólogos locales
empezaron a excavar numerosos yacimientos del Paleolítico Medio a partir de finales de
los años ochenta del siglo xx; se excavaron las cuevas de Matuzka, Barakaevskaya,
Dakhovskaya, Monasheskaya y Mezmaiskaya. Esta última, localizada a una altura de
1.310 metros en las coordenadas 44° 10' de latitud Norte y 40° 00' de longitud Este, es
una cueva mediana, de unos 35 metros de profundidad, 8,5 a 9 metros de altura, y unos
25 metros de anchura en su entrada. Las excavaciones de Mezmaiskaya se iniciaron en
1987, pero no fue hasta la campaña de 1993 cuando se encontraron los restos de un
recién nacido en un nivel estratigráfico perteneciente al Paleolítico Medio. Los huesos de
la parte superior del cuerpo se hallaban todavía en posición anatómica, y el cuerpo se
hallaba recostado sobre su lado derecho, con el brazo izquierdo ligeramente flexionado.
No había evidencias claras de que se hubiera depositado el pequeño cuerpo en una fosa,

98
ni de que se hubiera acompañado de restos de fauna como posibles ofrendas, aunque se
encontraron a su alrededor algunos restos de madera carbonizada. Sin embargo, el hecho
de que gran parte de los huesos estuvieran conservados en conexión anatómica, cuando
los restos de animales se hallaron siempre dispersos a lo largo y ancho de la misma
cueva, podría indicar que correspondía a un enterramiento intencionado.

Era evidente que se trataba de un niño muy joven; en estos casos, la inspección de
los dientes de leche y de los de adulto, a medio formar, permiten estimar con bastante
certeza la edad de la muerte del individuo. El niño de Mezmaiskaya no había completado
la formación de la corona dentaria de su segundo molar de leche - aún no emergido-, y,
por tanto, indicaba que debía de tratarse de un feto de unos siete meses o de un recién
nacido de dos meses a lo sumo; es lógico pensar que se trataba de un niño que murió
durante el parto y fue depositado en el suelo de la cueva por el grupo de neandertales.
Nunca sabremos qué le pasó a la madre ni cómo sintió ésta la pérdida del niño. Pero
quizá fue un caso de infanticidio; quizá nació en un momento en el que los recursos
escaseaban y el grupo no podía permitirse alimentar una boca más. El infanticidio es el
método más utilizado todavía por los grupos cazadores recolectores para regular su
tamaño poblacional, que tiene que ser necesariamente limitado; por las descripciones
etnográficas, suele llevarse a cabo en los primeros dos días inmediatos al nacimiento,
antes de que la madre tenga tiempo de desarrollar vínculos afectivos muy estrechos con
el recién nacido. Tal vez el abandono en la cueva cuando todavía estaba vivo fue el
destino del niño de Mezmaiskaya, toda una metáfora del destino de los últimos
neandertales. El estudio de la fauna de la cueva muestra que ésta se compone de
mamíferos de tamaño medio a grande, como el bisonte de las estepas, la cabra caucásica
o el muflón asiático. La presencia de estos herbívoros parece indicar que se trataba de
una explotación de tipo estacional; quizá los neandertales subían a los prados alpinos en
los meses más calurosos siguiendo a grandes rebaños que buscaban pastos de verano.

Existen varios niños neandertales, más que de ninguna otra especie de homínido. En
el yacimiento francés de La Ferrassie, por ejemplo, se encontraron restos de dos fetos,
de un niño de dos años y otro de diez. En Krapina (Croacia), hay un niño de unos dos
años, en Engis (Bélgica) un niño de entre cuatro y cinco años, en La Quina (Francia) un
niño de entre seis y siete años, en Teshik Tash (Uzbekistán), un niño de entre ocho y
nueve años y en Le Moustier (Francia) un adolescente de trece años. Considerando el
total de neandertales disponibles, los infantiles pueden llegar a representar cerca de un
36%, del cual cerca de la mitad son neonatos. El niño 1 de la cueva Dederiyeh (Siria), de

99
unos dos años de edad, es sin duda el niño mejor conservado; su reconstrucción muestra
un ser de cabeza larga y ancha, nariz prominente, cuerpo rechoncho, y brazos y piernas
cortos pero muy fuertes, que medía unos 80 centímetros de altura.

Los niños neandertales debían de ser más precoces que los niños actuales; esto se ha
sugerido a partir del estudio del niño de la cueva Devil's Tower, en Gibraltar. Se
conservan fragmentos craneales de Devil's Tower que parecían contradictorios; los
dientes, por su grado de emergencia bucal, indicaban una edad de unos cinco años,
mientras que la forma del orificio auditivo en el hueso temporal indicaba una edad de tres
años; algunos sugirieron que quizá se trataba de dos individuos mezclados. Investigadores
británicos contaron las líneas de formación del esmalte dentario de uno de los dientes
conservados y llegaron a la conclusión de que debía tratarse de un infantil de unos tres
años, lo cual era concordante con el hueso temporal. La conclusión era que, en los niños
neandertales, el desarrollo dentario (y probablemente otros rasgos del crecimiento) era
más acelerado que en los humanos modernos.

¿Cómo eran los niños neandertales? Recordemos su físico adulto característico; una
gran proyección anterior de la cara, un cráneo grande y alargado, un reborde óseo
encima de las órbitas. Los niños de especies distintas tienden a parecerse más entre sí
que los adultos; tanto, que algunos antropólogos, como el excéntrico Wolpoff, han
sugerido que, en realidad, ¡Mezmaiskaya es un cromañón, y no un neandertal! Sin
embargo, algunos rasgos anatómicos, como el grosor y la curvatura del hueso occipital, y
los cortos y robustos huesos distales (cúbito y radio) de Mezmaiskaya son claramente
característicos de los neandertales y no de los humanos modernos. Nuevamente, la
aproximación morfológica produce debates que confunden al público no experto.

Antes de proceder al estudio genético, se tomaron diversas muestras de hueso de


Mezmaiskaya y se procedió a analizar las trazas de colágeno (un componente proteico
mayoritario del tejido muscular) presentes. Los valores obtenidos fueron relativamente
elevados, y mostraban que se conservaba cerca de una quinta parte del colágeno presente
en muestras modernas. Asimismo, el alto contenido de colágeno permitió obtener una
datación por radiocarbono, que dio un valor de 29.195 años antes del presente (± 965
años); este valor implicaba que Mezmaiskaya era uno de los últimos neandertales. Sin
embargo, los arqueólogos rusos se han mostrado en desacuerdo con esta datación desde
el primer momento, ya que numerosas dataciones del contexto estratigráfico sugieren una
antigüedad de entre cuarenta mil y cuarenta y cinco mil años para el niño de

100
Mezmaiskaya. Existe ahora un consenso mayoritario de que probablemente estas fechas
más antiguas son las reales.

Para el estudio molecular se extrajeron dos pequeños fragmentos de costilla para


llevar a cabo el análisis de ADN. Igor V.Ovchinnikov, en aquel entonces en el Instituto de
Gerontología de Moscú, se trasladó con una de las muestras al laboratorio de
Identificación Humana de la Universidad de Glasgow, dirigido por el profesor William
Goodwin, para llevar a cabo el estudio; paralelamente, se envió la otra muestra de costilla
al laboratorio de Investigación Arqueológica de la Universidad de Estocolmo, dirigido por
Kerstin Lidén, donde el investigador sueco Anders Gótherstróm llevó a cabo la
replicación independiente de los resultados obtenidos en Escocia por el investigador ruso.

Mezmaiskaya resultó ser el neandertal mejor conservado de todos los que han sido
estudiados; quizá se trata de una combinación de factores relacionados con su clima
alpino. Ovchinnikov fue capaz de recuperar 345 nucleótidos de la región de control del
ADN mitocondrial en tan sólo dos fragmentos de 232 y 256 nucleótidos; se trata del
récord absoluto de longitud de un resto de esta antigüedad, ya sea humano o no. Una
parte del segundo fragmento fue replicada con éxito en Estocolmo. El estudio de
Mezmaiskaya fue publicado en julio del año 2000 en la prestigiosa revista Nature.

La secuencia obtenida era muy similar a la primera (véase tabla 2), la de Feldhofer, y
definitivamente desterraba las sugerencias malintencionadas de que todo podría tratarse
de un extraño artefacto de laboratorio. Por este motivo, un investigador calificó el
resultado de Mezmaiskaya como de "más importante incluso que el primero". Esto puede
resultar un tanto exagerado, pero sin duda Mezmaiskaya contribuyó a disipar las dudas
que pudieran existir, especialmente entre investigadores ajenos al campo del ADN
antiguo. Sin embargo, la secuencia no era exactamente la misma que para Feldhofer, lo
cual era de esperar teniendo en cuenta que ambos neandertales distaban uno de otro más
de 2.500 km y estaban probablemente separados en el tiempo por algunos miles de años.
Mezmaiskaya difería con la secuencia de referencia humana en 22 posiciones o nucleó-
tidos y con Feldhofer en 12 posiciones, lo que representa un apreciable 3,48% de la
longitud total del ADN. Las diferencias entre Mezmaiskaya y Feldhofer eran mayores
que las que se encuentran entre europeos (únicamente un 1% de éstos difieren en 12 o
más nucleótidos de la región de control), pero de una magnitud parecida a las que se
encuentran entre africanos actuales (un 37% de ellos difieren en 12 o más nucleótidos).
Sin embargo, los cambios de ADN con más significado filogenético (aquellas posiciones

101
que se encontraban en Feldhofer pero que no habían sido descritas en secuencias
humanas modernas) seguían manteniéndose en Mezmaiskaya. La más notable de estas
sustituciones exclusivamente neandertales seguía siendo la pintoresca inserción de una
adenina después de la posición de referencia 16263.

¿Cuánto tiempo se requeriría para ver un nuevo neandertal recuperado?, se


preguntaban los científicos. Esta vez no habría que esperar tres años más; al cabo de
pocos meses, en el mismo año 2000, aparecía publicado en la revista Nature Genetics el
tercer neandertal.

102
103
xisten yacimientos que han proporcionado restos espectaculares y por este
motivo son bien conocidos; otros, sin embargo, han proporcionado restos fragmentarios
y quizá menos conocidos. El yacimiento de Vindija, en Croacia, se encuadra en este
segundo grupo; los fragmentos craneales encontrados allí en los años setenta sirvieron
para proponer una transición entre los neandertales y los humanos modernos, y la nueva
datación de los niveles superiores ha servido para mostrar que se trata de los neandertales
más recientes encontrados hasta el momento.

La espaciosa y profunda cueva de Vindija se halla en el noroeste del país, en las


estribaciones montañosas que hacia el oeste dan lugar a los Alpes, y al mismo tiempo
cerca del llano de la Panonia, que se extiende hasta Hungría por el norte. Se trata de un
rincón remoto en una zona boscosa y poco poblada, a 275 metros sobre el nivel del mar,
que todavía hoy transmite una sensación de soledad parecida a la que debían de sentir los
neandertales que la habitaban. Por poner un ejemplo, cuando la fui a visitar, en 1997,
acompañado de un profesor croata y de una estudiante norteamericana de origen asiático,
provocamos una pequeña conmoción en las gentes del pueblo más cercano a Vindija...
¡que nunca antes habían visto a alguien con rasgos asiáticos!

La cueva es una gran sala de casi 50 metros de largo, 28 metros de anchura máxima
y casi 10 metros de altura. La mayoría de los restos humanos proceden de las
excavaciones dirigidas por arqueólogos yugoslavos en 1974, durante las cuales se dejaron
al descubierto más de ocho metros de depósitos, estructurados en 13 niveles
estratigráficos principales. La estratigrafía del yacimiento de Vindija ha sido el centro de
una larga polémica arqueológica; el debate se centra en el nivel G, subdividido en varias
capas, Gl, G2, G3 y G4. El nivel superior, F, con industria perteneciente al Paleolítico
Superior, fue datado en hace unos veintinueve mil novecientos setenta años. Restos
humanos de aspecto neandertaliano fueron descubiertos en el nivel siguiente, pobre en
industria; sin embargo, el hallazgo de una única punta de hueso típica del Paleolítco

104
Superior en la parte superior de Gl llevó a pensar a algunos investigadores que se trataba
de un nivel auriñaciense con ocupación neandertal. Al mismo tiempo, algunos restos de
Vindija mostraban rasgos neandertalianos poco típicos, como atenuados. En concreto, un
fragmento de frontal mostraba un relieve óseo por encima de las órbitas de grosor muy
disminuido comparado con otros neandertales, y por este motivo más parecido al de los
humanos modernos. Algunos investigadores, como Wolpoff, argumentaron que los
neandertales de Vindija mostraban tendencias evolutivas en la dirección de los
cromañones. Sin embargo, la mayoría de los antropólogos aceptan actualmente que
Vindija se inscribe en la lógica variabilidad morfológica observada en las últimas
poblaciones de neandertales.

Desde un punto de vista antropológico, el yacimiento de Vindija era conocido


también por otros motivos. Igual que en el caso del yacimiento cercano de Krapina, se ha
sugerido que Vindija es el resultado de un festín caníbal; los huesos están muy
fragmentados, y muestran señales de golpes y fracturas. Recientemente, se ha excavado
otro yacimiento, la cueva MoulaGuercy, en Francia, que se ha presentado como un
ejemplo de canibalismo neandertal. Los restos, datados entre hace 100.000 y 120.000
años, consisten en al menos seis individuos (dos adultos, dos adolescentes y dos niños de
entre seis y siete años) que muestran señales de golpes y de cortes. Las marcas de corte
corresponden a manipulaciones llevadas a cabo para desmembrar los cuerpos, separar la
carne de los huesos y acceder a la calórica médula de los huesos y al cerebro; uno de los
niños muestra incluso indicios de que le cortaron la lengua.

El presunto canibalismo de los neandertales es otra polémica habitual entre los


antropólogos; si lo eran, ¿eran caníbales ocasionales o habituales? ¿Reflejan
enfrentamientos habituales entre grupos, o muestran las consecuencias dramáticas de un
grupo que se vio atrapado por el mal tiempo en una cueva y reducido al hambre más
extrema? En el caso de que aceptemos que eran caníbales habituales, ¿sería esto prueba
de su inhumanidad? En realidad, también se han descrito diversos casos de canibalismo
en grupos humanos actuales, como los prehistóricos indios anasazi (del sudoeste de
Colorado, Estados Unidos) y algunas tribus de Nueva Guinea. El análisis químico de los
coprolitos de los anasazi ha mostrado la presencia de mioglobina humana, que
únicamente podría haberse incorporado a las defecaciones mediante la ingestión de carne
humana. Sin embargo, en ambos casos se trata de un tipo de canibalismo ritual, en el
cual el grupo ingiere la carne de sus enemigos (o de sus propios congéneres) para obtener
así su fuerza y su sabiduría.

105
Los estudios sobre canibalismo en poblaciones del pasado siempre han estado
rodeados de polémica, tanto por la morbosidad del tema como por la dificultad de aportar
pruebas concluyentes. Algunos ejemplos que tradicionalmente han sido aportados como
evidencias de canibalismo en neandertales se han desestimado recientemente; éste es el
caso del cráneo neandertal de la cueva Guattari, en Monte Circeo (Italia), que parecía
haber sufrido una extracción del cerebro, pero que, más probablemente, sufrió el ataque
de los carroñeros y los procesos geológicos naturales que tuvieron lugar en la cueva
donde fue enterrado. En el caso de Krapina, los restos de individuos presuntamente
canibalizados aparecieron mezclados con numerosos restos de la fauna típica de la zona,
que presentaban las mismas señales de descuartizamiento. Estas evidencias han llevado al
investigador Tim White (Universidad de Berkeley) a sugerir que el canibalismo de los
neandertales tenía un significado diferente que el observado en grupos humanos actuales,
y que sería más bien una costumbre alimentaria arraigada, que indicaría rasgos
diferenciales básicos de su comportamiento respecto de nosotros. Para el psicólogo
evolutivo Steven Pinker, el caniba lismo puede explicarse si se sitúa a los otros humanos
fuera de nuestro círculo moral; si lo ampliamos a toda la humanidad, entonces somos
incapaces de comernos a nuestros semejantes. Pero aunque así fuera, el canibalismo no
sería exclusivo de los neandertales; ya los seis homínidos de hace cerca de ochocientos
mil años del yacimiento de Gran Dolina (Atapuerca), atribuidos a Homo antecessor,
muestran señales de haber sido víctimas de un festín caníbal, con numerosas señales de
corte en sus huesos. Para Eudald Carbonell, estos individuos "trataban a sus semejantes
como al resto de la fauna". El estigma del canibalismo estaría presente, pues, tanto en la
estirpe de los neandertales como en la nuestra propia.

Antes de empezar el trabajo de laboratorio, el grupo de Svante Püübo llevó a cabo un


análisis de aminoácidos en un conjunto variado de restos de Vindija, para tener una idea
de su grado de conservación; hallaron que en siete muestras, el nivel de conservación de
los aminoácidos era semejante al de muestras recientes, y por tanto, eran susceptibles de
contener ADN endógeno. Escogieron una de las muestras, un fragmento de húmero
etiquetado como Vi-75-G3/h-203, para intentar la recuperación de ADN. En el nombre
de la muestra, G3 significa el nivel estratigráfico del cual procede; volveremos más
adelante sobre este tema. Un fragmento de la muestra fue enviado a datar por carbono
14 y dio una edad de unos cuarenta y dos mil años.

Procediendo como con el primer neandertal, el equipo de Páábo fue capaz de


recuperar 357 nucleótidos de la región hipervariable 1 del ADN mitocondrial y 288 de la

106
región 2, como habían hecho con Feldhofer 1. Nuevamente, Vindija 75 era parecido a los
otros dos neandertales, pero no exactamente igual a ellos (véase tabla 2). Respecto a
Feldhofer 1, Vindija 75 difería en nueve nucleótidos, y respecto a Mezmaiskaya, en siete
nucleótidos.

El hecho de disponer ya de tres secuencias llevó a los investigadores a aventurarse en


la estimación de la diversidad genética de los neandertales. Es decir, ¿eran éstos muy
diversos entre sí? En contra de lo que pueda parecer, diversidad es un concepto relativo,
no absoluto (a no ser que todas las secuencias sean iguales, y por tanto la diversidad sea
nula). Esto significa que, para poder decir que un grupo, una población o una especie es
muy o poco diversa, debemos tener algo con que compararla. En nuestro caso, la
comparación pertinente es con las poblaciones humanas modernas, y la pregunta es: si
tomáramos al azar tres secuencias humanas modernas, ¿encontraríamos valores de
diversidad similares a los encontrados entre los tres neandertales?

Hay diversas fórmulas matemáticas para estimar la diversidad genética, pero lo


importante es entender la idea intuitiva; básicamente, Püübo calculó el porcentaje de
posiciones nucleotídicas de la región del ADN mitocondrial estudiada, que diferían en
grupos de tres, tomando los tres neandertales disponibles, 5.530 humanos modernos, 359
chimpancés y 28 gorilas (véase figura 7). El valor obtenido para los tres neandertales era
un 3,73%, mucho menor que para los chimpancés (14,82%) y para los gorilas (18,57%).
La diversidad es una función de la heterogeneidad genética de una especie; el hecho de
que los linajes de tres gorilas cualesquiera difieran tanto unos de otros no es más que la
consecuencia de la profundidad evolutiva de estos linajes. Recordemos que, cuanto más
tiempo hace que se formó una especie, más tiempo han tenido sus linajes genéticos para
acumular mutaciones en su ADN mitocondrial. Tomando la muestra de humanos
modernos de todo el mundo, el valor de diversidad obtenido era muy similar al de los
neandertales, un 3,43%. Es decir, los neandertales tenían una diversidad genética de
magnitud parecida a la que encontramos en todos los humanos actuales, si bien éstos
ocupan un rango de distribución incomparablemente mayor. Rehaciendo los cálculos para
continentes, los europeos, que ocupan una distribución similar a los neandertales,
mostraban el valor de diversidad más bajo de todos los continentes, únicamente el
2,21%.

107
FIGURA 7: Gráfica que ilustra la diversidad genética relativa de neandertales (flecha),
humanos modernos, chimpancés y gorilas. El valor de se estima como el porcentaje de
posibles variaciones en tres secuencias del ADN mitocondrial de neandertal; las
distribuciones de diversidad de humanos, chimpancés y gorilas se obtienen calculando el
mismo parámetro en sucesivos remuestreos de tripletes de secuencias en bases de datos
de centenares de secuencias de estas especies. La diversidad mitocondrial observada en

108
neandertales coincide con el valor medio de la diversidad observada en humanos
modernos, pero es claramente inferior a la obtenida en chimpancés y gorilas.

¿Qué podemos deducir sobre la diversidad de los neandertales? Primero, que era un
grupo genéticamente muy homogéneo, semejante en este aspecto a los humanos
modernos. Una inferencia interesante de su baja diversidad es que es muy improbable
que podamos encontrar una secuencia de neandertal tan diferente a las ya existentes
como para que pueda semejarse más a una secuencia moderna; sencillamente, es poco
probable que existiera tal heterogeneidad dentro de los neandertales, de la misma manera
que no existe entre los humanos modernos. Aunque en ese momento sólo había tres
secuencias, no hay que olvidar que estaban muy dispersas por el continente y separadas
unas de otras por miles de años.

¿De dónde proviene esta baja diversidad? En el caso de nuestra especie, sabemos
que sufrió un cuello de botella demográfico hace unos cien mil años e incluso después,
cuando nuestros antepasados salieron de África y se expandieron por Eurasia y Oceanía.
Nuestra escasa diversidad genética es pues consecuencia directa de este inicio
demográficamente limitado; la misma inferencia puede hacerse para los neandertales. En
algún momento de su historia evolutiva sufrieron una disminución de efectivos que los
hizo genéticamente más homogéneos. Los investigadores no podían saber si esto fue un
fenómeno muy remoto en el tiempo, en el origen mismo del linaje, o posterior, quizá en
alguno de los máximos glaciales que pudo diezmar las poblaciones neandertales; en todo
caso, afirma Püübo, se trataría de un fenómeno demográfico parecido al sufrido por los
humanos modernos, pero anterior en el tiempo. Quizá siempre mantuvieron un tamaño
poblacional bajo y esto facilitó que, posteriormente, cuando tuvieron que competir con
los recién llegados cromañones, resultaran extinguidos.

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a hemos dicho que la cueva Feldhofer desapareció a mediados del siglo xix,
pulverizada por los canteros; sin embargo, los arqueólogos pensaron que quizá los
sedimentos que fueron extraídos de la cueva para evitar mezclarlos con el mármol podían
haberse conservado de alguna manera. Ralf W.Schmitz, uno de los artífices del primer
estudio, y el arqueólogo Jürgen Thissen se dedicaron a rastrear en documentos antiguos
para deducir la localización exacta de la cueva Feldhofer. En 1997, el mismo año en que
se recuperó ADN de Feldhofer 1, Schmitz y Thissen consiguieron localizar, en la pared
sur del valle, un depósito intacto proveniente de los sedimentos de la cueva; allí,
encontraron industria lítica musteriense y 24 pequeños fragmentos óseos, uno de los
cuales, un pequeño trozo del fémur izquierdo, encajó perfectamente en el hueso de
Feldhofer 1. Así, ciento cincuenta años después de su descubrimiento, se podía añadir un
nuevo fragmento al fósil definitorio de neandertal. En el año 2000 se llevó a cabo una
excavación a gran escala en los mismos depósitos, lo que permitió recuperar muchos más
fragmentos humanos.

Algunos de los nuevos restos óseos encajaban en el cráneo de Feldhofer 1,


permitiendo por vez primera ver algunos fragmentos de su cara, como el pómulo
izquierdo. Sin embargo, había otros restos que no podían ser de Feldhofer 1, ya que
correspondían a huesos duplicados. Por ejemplo, los excavadores encontraron un
fragmento de húmero derecho cuando este hueso ya estaba completo en Feldhofer 1.
Además, el hueso duplicado era más grácil y pequeño, lo que llevó a pensar que, no sólo
correspondía a otro individuo (que denominaron Feldhofer 2), sino que además podía
tratarse de una mujer. La presencia entre los nuevos restos de un molar de leche
desgastado indicaría, además, la existencia de al menos un tercer individuo, de entre once
y catorce años de edad.

Los investigadores procedieron a datar Feldhofer 1 y 2 por medio de la técnica del


radiocarbono, y ambos dieron edades muy parecidas, de hace unos cuarenta mil años. El

111
inevitable Svante Paábo procedió a examinar las posibilidades de recuperar ADN de
Feldhofer 2; un análisis de aminoácidos dio valores compatibles con la conservación de
ADN, y el equipo, esta vez con David Serre trabajando en el laboratorio, fue
recuperando fragmentos de la región de control del ADN mitocondrial a lo largo del año
2001. Los fragmentos fueron donados y superpuestos, hasta formar una nueva secuencia
de neandertal, la cuarta, y la primera que se recuperaba de un mismo yacimiento. El
trabajo salió publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences de
Estados Unidos, el 1 de octubre de 2002.

La secuencia de Fedlhofer 2 es muy parecida a las anteriores (véase tabla 2); de


hecho, se diferencia únicamente por un nucleótido de la secuencia de Vindija, mientras
que se diferencia por al menos tres nucleótidos del otro Feldhofer. Finalmente, se
diferencia en seis nucleótidos de Mezmaiskaya. Como siempre, las diferencias con los
humanos modernos son mucho más acentuadas: 23 diferencias con la secuencia de
referencia y 17 con la secuencia humana moderna más próxima. Feldhofer 2 ha tenido la
virtud de poner al descubierto cuatro posibles artefactos en la secuencia de Feldhofer 1;
en las posiciones 16106, 16107, 16111 y 16112, los investigadores encontraron cuatro T
en vez de cuatro C.Estas posiciones no han sido halladas en ningún otro neandertal, y de
hecho parecen estar sospechosamente juntas entre sí. Püübo cree que podrían
corresponder a un artefacto producido por la degradación de las citosinas originales,
favorecido por el hecho de que en esta zona concreta las citosinas se presentan en dos
pares muy cercanos. Análisis adicionales del fósil original permitirán confirmar o
desmentir estas posiciones.

Aún sin tener en cuenta estas posiciones dudosas, lo primero que emerge de la
observación de la secuencia de Feldhofer 2 es que es más parecida a la de Vindija, que
está en Croacia, que a la de Feldhofer 1, que está en el mismo yacimiento (véase figura
8). Por tanto, ambos neandertales provienen de linajes mitocondriales diferentes, y no
están relacionados maternalmente (no podrían ser, por tanto, hermanos, ni madre e hijo).

Por otra parte, esta aparente mezcla de linajes podría indicar que no había una fuerte
estructuración geográfica de los linajes mitocondriales entre los neandertales. Es decir,
cuando los individuos de una determinada área geográfica tienden a mantenerse en sus
respectivas zonas y a cruzarse con individuos locales, este patrón produce a la larga una
clara estructuración de sus linajes mitocondriales. Por el contrario, si los individuos
tienden a ser muy móviles, especialmente las mujeres (ya que estamos estudiando un

112
marcador genético que se transmite por línea materna), las diferencias tienden a
suavizarse y a homogeneizarse. Obviamente, se necesitan muchas más secuencias para
confirmar estas impresiones, pero éste podría ser el caso de los neandertales; quizá
formaban bandas muy móviles de dos o tres decenas de individuos que intercambiaban
mujeres en sus encuentros con otras bandas. Una conducta parecida se ha descrito en
algunos grupos cazadores recolectores actuales; en éstos, y en contra del estereotipo de
que los hombres somos muy viajeros, se observa que las mujeres son mucho más
móviles que los hombres, y que éstos tienden a permanecer en sus zonas de origen.

113
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FIGURA 8: Árbol filogenético que muestra la relación entre las cinco secuencias
completas de la región hipervariable 1 del ADN mitocondrial de Neandertal recuperadas
hasta el momento. Puede observarse que la secuencia de Feldhofer 2 es más parecida a
las de Vindija 75 y 80 que a Feldhofer 1; Mezmaiskaya, que corresponde al individuo
más alejado geográficamente, sería también la secuencia más diferente de las otras.

Los resultados genéticos de los neandertales son parecidos a los que encontraríamos
en los europeos actuales; si escogemos al azar dos individuos de una localidad alemana
actual, fácilmente encontraremos que uno posee una secuencia de ADN que es más
frecuente en el norte de Europa y que el otro tiene, quizá, una secuencia más típica del
sur de Europa. Dicho de otro modo, puede que mi vecino de escalera no tenga mi misma
secuencia de ADN, pero que un inglés escogido al azar sí. Esto es debido a que, como ya
hemos comentado, no hay una fuerte estructura geográfica en la diversidad genética de la
Europa actual; los datos de los cuatro nean dertales sugieren que quizá tampoco la había
en el pasado. Genéticamente, parece que no podremos distinguir entre neandertales del
norte y del sur, del este y del oeste; todos serán únicamente neandertales, un grupo
homogéneo de humanos europeos.

116
117
118
n el año 2002 nos encontrábamos en una situación un tanto paradójica;
disponíamos de información genética de cuatro neandertales (Feldhofer 1 y 2,
Mezmaiskaya y Vindija 75), pero no teníamos información de los humanos que los
reemplazaron, los cromañones, que al fin y al cabo eran posteriores en el tiempo. Chris
Stringer, en un comentario publicado en Nature en octubre del año 2001, se lamentaba
de la existencia de este vacío científico y hacía énfasis en la importancia de conocer de
una vez datos genéticos de los cromañones.

El ADN de los neandertales era claramente diferente del ADN de los europeos
actuales; pero, argumentaban algunos críticos multirregionalistas, quizá el ADN de los
cromañones no era tan diferente del de los neandertales. Es decir, tal vez hubo una
continuidad genética entre neandertales y cromañones, y lo que ocurrió es que estos
linajes mitocondriales se perdieron después de la desaparición de los neandertales por
efec to del azar en la transmisión del ADN mitocondrial y no llegaron hasta la actualidad.
Así lo apuntaba el arqueólogo J.Zilhao, envuelto en la polémica del niño de Lagar Velho.

La forma de establecer definitivamente si hubo continuidad genética o


reemplazamiento entre neandertales y cromañones era, primero, recuperar ADN de
neandertales, y, después, de cromañones. ¿Cuál era el problema?

Morfológicamente, los cromañones eran como nosotros; vestido y afeitado, no


podríamos distinguir un cromañón de hace 30.000 años de uno de nuestros vecinos de
escalera. En buena lógica, y si la teoría del reemplazamiento fuera cierta, su ADN
mitocondrial debería ser también como el nuestro. Eso implica, sin embargo, una
dificultad técnica: si no podemos distinguir el ADN de un cromañón del nuestro, ¿cómo
podremos estar seguros de que hemos recuperado el ADN genuino de un cromañón y no
una contaminación de algún investigador del presente? La respuesta es clara: no

119
podemos. Es más fácil demostrar que el ADN de un neandertal es genuino que no el de
un cromañón. Sin embargo, sí podemos intentarlo estableciendo una serie de controles
metodológicos tan estrictos que en definitiva no sea razonable dudar de la autenticidad
del ADN recuperado.

A finales de 2001, un grupo de investigadores italianos de diversas universidades,


entre los que se encontraban los genetistas de la Universidad de Ferrara, Guido Barbujani
y Giorgio Bertorelle, y de la Universidad de Florencia, David Caramelli, contactó con
Jaume Bertranpetit (Universidad Pompeu Fabra) y conmigo para intentar recuperar ADN
de dos de los cromañones más antiguos. Se trataba de los restos de Paglicci 12 y Paglicci
25, procedentes de dos enterramientos de una cueva del mismo nombre, situada en la
espuela del talón italiano. Paglicci 25 era una mujer adulta joven (de entre dieciocho y
veinte años), datada por radiocarbono en pleno período gravetiense, hace unos veintitrés
mil años y descubierta en una fosa en el interior de la cueva en las excavaciones de 1988
y 1989. Paglicci 12 era ligeramente anterior, y tenía una datación de unos veinticinco mil
años; se trataba de un individuo juvenil de unos trece años, probablemente de sexo
masculino, que yacía en el interior de la cueva en posición supina, acostado sobre su
costado izquierdo; el chico de Paglicci conservaba una diadema hecha con unos treinta
dientes de ciervo, así como un brazalete y diversas ofrendas funerarias como restos de
animales e industria lítica. Cuando el chico de Paglicci estaba vivo, hacía ya unos cuatro
mil años que habían desaparecido de Europa los últimos neandertales; pero, lo que es
más importante, el chico de Paglicci estaba mucho más próximo en el tiempo a los
neandertales que a nosotros. Los italianos habían recuperado la secuencia de la región de
control del ADN mitocondrial de Paglicci 25 y 12, pero pensaban que se necesitaba una
confirmación independiente de otro laboratorio. Como hemos explicado, el origen más
común de las contaminaciones en los estudios de ADN antiguo proviene del ADN que se
encuentra en el propio laboratorio, ya sea de ADN de los investigadores, o, más
comúnmente, de ADN proveniente de antiguas amplificaciones generadas en el mismo
sitio. Cada vez que una PCR funciona, se generan billones de copias del ADN que se
está estudiando; aunque se maneje con cuidado, es fácil que el ambiente quede saturado
de amplicones provenientes de estas reaccio nes. Un punto importante de la
contaminación de los laboratorios es que tiende a ser específica de éstos. Por ejemplo, si
un laboratorio ha trabajado con muestras africanas, podría tener como posibles
contaminantes aerosoles con algunas de las secuencias africanas generadas previamente;
pero no esperaríamos que otro laboratorio tuviera los mismos contaminantes. Siguiendo
este razonamiento, los colegas italianos pensaron que era improbable que el laboratorio

120
de ADN antiguo de Barcelona tuviera el mismo contaminante, en el caso improbable de
que ellos hubieran sufrido una contaminación no detectada en su laboratorio. Además,
nuestro laboratorio era prácticamente nuevo y tenía una zona de aislamiento que estaba
especialmente diseñado para llevar a cabo estudios de ADN antiguo en las máximas
condiciones de seguridad.

Había un punto importante a favor de que el ADN recuperado por los italianos era
auténtico, y eran los resultados del análisis de aminoácidos de los esqueletos de Paglicci.
Los valores de racemización del aminoácido aspártico habían dado 0,05, uno de los más
bajos publicados para restos antiguos, lo que indicaba una excepcional conservación
proteica en ambos restos. Para confirmar que la cueva de Paglicci representaba un
entorno especialmente favorable a la conservación de ADN, se recuperó también ADN
de restos de fauna encontrados en la misma cueva, concretamente de un caballo y de un
uro (el antepasado salvaje de las vacas actuales). La obtención de secuencias de ADN
típicas de estos animales en restos asociados a los cromañones constituyó una prueba
indirecta más a favor de la autenticidad de los resultados, porque indicaba que las
condiciones ambientales de la cueva eran favorables a la conserva ción del ADN original
en cualquier tipo de resto y además mostraba que los restos de fauna estaban libres de
posible ADN humano contaminante. Además, disponíamos de la información genética de
los arqueólogos que habían excavado la cueva de Paglicci, unos años atrás.

A finales del año 2001 me enviaron un pequeño fragmento óseo de Paglicci 25, para
que intentara recuperar la región de control de su ADN mitocondrial; estaba preocupado
por demostrar la ausencia de contaminación, así que diseñé para la PCR cebadores
diferentes de los utilizados anteriormente, procurando que se extendieran más allá que los
cebadores habitualmente empleados para dicha región. Si hubiera en el laboratorio
amplicones de reacciones previas, no podrían ser amplificados con estos nuevos
cebadores externos. En pocas semanas, durante la Navidad del año 2001, pude extraer el
ADN, amplificar, secuenciar y donar la región de control 1 y 2 de Paglicci 25, y los
resultados coincidieron con los obtenidos por el equipo italiano; no había muestra
suficiente para replicar Paglicci 12, así que mi trabajo se centró exclusivamente en el
cromañón más reciente del yacimiento. El estudio de Paglicci, publicado finalmente el 12
de mayo del año 2003 en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences de
Estados Unidos, es el primer estudio de ADN antiguo que cumple con los nueve criterios
de autentificación propuestos por diversos investigadores a nivel internacional.

121
¿Cuáles fueron los resultados de ADN de los primeros cromañones? Resultaron ser
los esperados según la teoría del reemplazamiento, y en este sentido no sorprendieron a
nadie; claro que, citando a Borges, podríamos decir que la realidad no tie ne la obligación
de ser interesante. Los individuos de Paglicci eran genéticamente semejantes a nosotros,
y claramente diferentes a los neandertales; es decir, los resultados apoyaban una clara
discontinuidad genética entre ambos grupos.

Paglicci 25 tenía en la región hipervariable 1 del ADN mitocondrial una secuencia


idéntica a la de referencia; como ésta es una secuencia especialmente abundante en la
Europa actual, significa que cerca de un 16% de los europeos la llevan inscrita en sus
mitocondrias. En realidad, Paglicci 25 se hallaba en la raíz ancestral de los linajes H y V,
que corresponde a un linaje mitocondrial, denominado "pre-HV", que es notablemente
menos frecuente que los de los propios linajes H y V surgidos de este núcleo ancestral.
Paglicci 12 resultaba más interesante en ciertos aspectos; poseía una sola diferencia
respecto de la secuencia de referencia (una C por una T en la posición 16223 del ADN
mitocondrial) y pudo comprobarse que pertenecía al linaje N.Se trata de un linaje de
amplia distribución, presente tanto en Próximo Oriente como en el oeste de Asia, pero
extremadamente infrecuente en la Europa actual (véase figura 5). La relación con el
Próximo Oriente resultaba muy sugerente; habíamos ido a parar cerca de la conexión
africana, cerca de aquellos primeros emigrantes que, habiendo salido de África, habían
llegado a Europa pasando por el corredor del Próximo Oriente (véase figura 4).

Las reacciones a la publicación de Paglicci en la agitada comunidad científica no se


hicieron esperar; en la revista Science, el genetista Richard Klein, un defensor de la
hipótesis del reemplazamiento, dijo que el estudio era "un clavo más en el ataúd de los
multirregionalistas". Sin embargo, Fred Smith, un ami go de Wolpoff, manifestó que era
imposible probar que el ADN recuperado era auténtico; pero su argumentación terminaba
allí, y no intentaba refutar ninguna de las múltiples pruebas de autenticidad que habíamos
aportado en el estudio. Por ejemplo, si el ADN obtenido era un contaminante y no el
ADN original, ¿cómo podía explicarse que el análisis de aminoácidos indicara que sus
proteínas estaban bien conservadas? ¿Y por qué el ADN contaminante se hallaría
únicamente en los huesos humanos y no en los animales, excavados en las mismas
condiciones por los mismos arqueólogos?

Otra cuestión interesante era explorar por qué el linaje de Paglicci 12 está
prácticamente ausente de la Europa actual. Los cromañones, poco después de la época

122
Gravetiense, iban a enfrentarse con uno de los períodos glaciales más extremos, que
culminaría hace unos dieciocho mil años; probablemente, las poblaciones sufrieron
fuertes declives demográficos y fueron arrinconadas por los hielos en algunos refugios del
sur de Europa, especialmente en la península Ibérica, Italia, Grecia y los Balcanes; en
estas condiciones, es de suponer que algunos de los linajes mitocondriales que entraron
en Europa con los cromañones veinte mil años antes (como el linaje N) resultaran
extinguidos por azar. La presencia residual del linaje N en la Europa actual podría
deberse a migraciones posteriores desde el Próximo Oriente, como la expansión del
Neolítico desde el Creciente Fértil, hace unos ocho mil años, e incluso a una entrada en
tiempos más recientes, con las difusiones poblacionales asociadas al Imperio Romano o a
la expansión árabe. Desde un punto de vista estrictamente genético, es difícil poder
distinguir entre el poblamiento paleolítico y el posterior neolítico de Euro pa estudiando
únicamente las poblaciones europeas actuales. Nuestra única posibilidad de llegar a
entender estos complejos fenómenos poblacionales confundidos por sucesivas
migraciones, contracciones y expansiones demográficas es obtener información genética
directamente de muestras prehistóricas.

123
124
Hasta la recuperación del ADN de Paglicci, sólo existían cuatro secuencias más de
restos prehistóricos europeos, analizados siguiendo los criterios de autentificación
propuestos; en todos los casos, se trata de restos mucho más recientes que los de
Paglicci: el Hombre del Hielo (encontrado congelado en los Alpes del Tirol, en 1991,
entre Austria e Italia) y los restos de Mezzocorona, Villabruna y Borgo Novo (los tres
provenientes de yacimientos del norte de Italia).

125
Los restos prehistóricos europeos corresponden a diferentes linajes mitocondriales
(H, pre-HV, K, T y N) (véase tabla 3), cuya antigüedad estimada es concordante con la
datación de los restos (por ejemplo, Mezzocorona es del linaje T, que tiene una
antigüedad estimada entre 3.000 y 10.000 años anterior a la data ción del resto, y el
Hombre del Hielo del linaje K, cuya antigüedad estimada es entre 4.000 y 9.000 años
anterior al propio Hombre del Hielo. Las secuencias encontradas indican que había una
heterogeneidad genética en la Europa prehistórica comparable a la actual, con secuencias
que todavía pueden encontrarse en las poblaciones actuales. La secuencia de Villabruna
es la única que no ha sido descrita en los europeos actuales, si bien existen otras
secuencias muy próximas, que podrían derivar de la de Villabruna. El hecho de que las
secuencias encontradas en los restos neolíticos (Mezzocorona, Borgo Novo y Hombre
del Hielo) estén presentes en los europeos actuales, apoya la idea de que existe una
continuidad genética en Europa entre el período neolítico y la actualidad.

Pero, para conocer el panorama genético previo al Neolítico, es necesario analizar


restos anteriores a este período. En este sentido, los individuos de Paglicci constituyen no
sólo los primeros cromañones recuperados y los humanos modernos más antiguos
recuperados con garantías, sino también el primer paso hacia una auténtica comprensión
de la prehistoria genética de los primeros europeos modernos.

126
127
principios del año 2004, el grupo de Svante Püübo (Instituto Max Planck,
Leipzig) dio una nueva vuelta de tuerca al estudio genético de los neandertales,
publicando en un mismo trabajo en la revista electrónica PLOS Biology fragmentos de
secuencias de cuatro neandertales más, que corresponden al quinto, sexto, séptimo y
octavo. En tres de ellos, los investigadores únicamente pudieron recuperar dos
minúsculos fragmentos de 72 y 31 nucleótidos, mientras que en el cuarto, procedente
también del yacimiento de Vindija (que se constituye así como el yacimiento donde los
restos están mejor conservados) se obtuvo la secuencia entera de la región de control del
ADN mitocondrial.

La idea principal del estudio era explorar la posibilidad de hibridación entre


neandertales y cromañones; según el razonamiento del grupo de Püübo, si los
cromañones eran genéticamente como nosotros, como indicaba el estudio de Paglicci,
sería imposible demostrar directamente que el ADN recuperado de sus restos es
genuinamente auténtico. Sí, en cambio, sería posible demostrar la hibridación entre
neandertales y cromañones si el ADN recuperado de restos de estos últimos fuera como
el de los neandertales, puesto que estas secuencias están ausentes en nuestra especie.

Los investigadores analizaron la conservación de aminoácidos de 24 neandertales de


toda Europa y de 40 cromañones, y seleccionaron los cuatro primeros y los cinco
segundos bioquímicamente mejor conservados. Los neandertales eran: Vindija 80,
Vindija 77 (ambos en Croacia), Engis 2 (Bélgica) y La Chapelle-aux-Saints (Francia); los
cromañones incluían el especimen francés que dio nombre al grupo, Cro-Magnon, y
otros cuatro: Mladec 25c, Mladec 2 (ambos en Chequia), Abri Pataud (Francia) y La
Madelaine (Francia). Algunos restos paradigmáticos, como La Ferrassie (Francia)
demostraron estar tan pobremente conservados que su estudio genético siempre será

128
imposible. A continuación, probaron recuperar un pequeño fragmento diagnóstico de
ADN de únicamente 31 nucleótidos de longitud en los cuatro neandertales bien
conservados; en todos ellos consiguieron obtener una secuencia que era idéntica a la
recuperada previamente en otros neandertales, y claramente diferente de la observada en
humanos modernos (véase tabla 4). En buena lógica, si esta aproximación había sido
posible en los neandertales seleccionados, también debería ser posible en los cinco
cromañones de los cuales se sabía, por el análisis de aminoácidos, que el ADN tenía que
estar bien conservado. Si el ADN de los cromañones fuera como el de los neandertales,
empleando los mismos cebadores se debería obtener la misma secuencia que en los
neandertales. Sin embargo, como era de esperar, los cinco cromañones no dieron ningún
resultado positivo. Sencillamente, el ADN de los cromañones tenía que ser tan diferente
del de los neandertales que no permitía la amplificación del fragmento diagnóstico de
éstos. El grupo de Leipzig no se arriesgó a intentar recuperar el ADN de dichos
cromañones, ya que según ellos no podrían demostrar su autenticidad al cien por cien
(una extraña falta de curiosidad científica), pero todo parece indicar que sus secuencias
serían semejantes a las nuestras y a las recuperadas en los cromañones de Paglicci.

TABLA 4: Secuencias del fragmento de 31 bp recuperado en nueve neandertales; puede


observarse cómo la posición 16258 es polimórfica (variable); casi la mitad de los
neandertales presentan una G y la otra mitad una A en dicha posición.

La fragmentación extrema del material genético de los neandertales analizados hizo

129
imposible recuperar nada más que el fragmento de 31 nucleótidos y otro de 72
nucleótidos (entre las posiciones 16022 y 16095), excepto en la muestra Vindija 80, que
demostró estar mejor conservada, al mismo nivel que los cuatro neandertales
recuperados en estudios anteriores. Sin embargo, la secuencia obtenida en ambas
muestras del mismo yacimiento (Vindija 75 y 80) resultó ser idéntica (véase tabla 2); esto
podría indicar que se trata de dos fragmentos óseos del mismo individuo, o que eran
efectivamente dos individuos diferentes estrechamente emparentados por línea materna
(por ejemplo, podrían ser hermanos), lo cual no sería extraño en los pequeños grupos de
cazadores recolectores que debían constituir las bandas de neandertales. También podría
ser que, sin estar directamente relacionados, tuvieran la misma secuencia; esto no sería
extraño, debido a la considerable uniformidad genética de los neandertales. El resto de
Vindija 80 ha dado una fecha por carbono 14 de hace unos treinta y ocho mil años;
aunque Vindija 75 fue datado en hace 42.000 años, el rango de incertidumbre de las
dataciones no permite descartar que puedan corresponder al mismo período y, por tanto,
al mismo individuo.

El fragmento recuperado en los cuatro neandertales demostró la existencia de una


sustitución en la posición 16258 que era altamente variable (polimórfica en lenguaje
genético) en este grupo de humanos; efectivamente, la mitad de ellos presenta una G en
dicha posición, mientras que la otra mitad muestra una A.Dicha sustitución se halla
presente y ausente en un mismo yacimiento, Feldhofer, lo que indica que era variable
dentro de un mismo grupo de neandertales.

Dos de los nuevos neandertales recuperados son restos muy famosos desde un punto
de vista paleoantropológico; Engis 2 es un niño de entre cuatro y cinco años, que
corresponde en realidad al primer neandertal descubierto en Europa. Fue desenterrado en
Bélgica en 1829 por el médico de Lieja Phillipe-Charles Schmerling (1791-1836); es
decir, veintiséis años antes que los restos de Neander y dieciocho años antes que los de
Gibraltar. Schmerling observó que el cráneo estaba junto a restos de animales
extinguidos, y defendió públicamente que el hombre de Engis era contemporáneo de
animales antediluvianos. Sin embargo, sus ideas fueron rechazadas y el neandertal de
Engis permaneció ignorado hasta principios del siglo xx. Engis conserva gran parte del
cráneo, donde muestra los rasgos típicos de proyección facial de los neandertales adultos;
después de Mezmaiskaya, es el segundo infantil del cual es posible obtener ADN.

La Chapelle-aux-Saints es uno de los neandertales más clásicos y más ampliamente

130
reproducidos en todo tipo de libros, y es popularmente conocido como "El Viejo". Fue
descubierto el 3 de agosto de 1908 y durante mucho tiempo fue el neander tal mejor
conservado y más completo conocido. De hecho, la imagen desfavorable de los
neandertales, generada a principios del siglo xx por el anatomista francés Marcelin Boule,
proviene en última instancia de la descripción de La Chapelle, ya que se trata de un
individuo de edad avanzada que sufría una serie de procesos patológicos, como artrosis
en las articulaciones, relacionadas con su edad. No sabemos exactamente la edad que
tenía al morir; quizá no tenía más de cuarenta años, pero, para los duros estándares de
vida neandertal, era sin duda un anciano, desgastado por una azarosa vida errante de
cazador recolector. Había perdido la mayoría de los dientes, especialmente los molares,
con la consiguiente deformación de la mandíbula, tan característica de los ancianos
desdentados. Eso significa que probablemente el grupo debía de cuidar de él; quizá le
daban de comer las partes más blandas de los animales cazados, como el tuétano de los
huesos, o incluso masticaban previamente por él los materiales más duros. Además, tenía
un dedo deformado por una fractura, una costilla rota y las vértebras cervicales y las
rótulas gravemente deformadas por la artrosis. Sus movimientos debían de ser lentos y
relativamente limitados, pero aun así el viejo de La Chapelle se arregló para seguir a sus
compañeros en su vida errante por los helados paisajes europeos. Sus huesos han
permitido obtener estimaciones de su estatura, que debía de situarse cercana al 1,64 cm;
aunque, como cualquier neandertal, no era muy alto, su peso debía de ser considerable,
cercano a unos 83 kg. Su capacidad craneal era superior a la de la mayoría de nosotros;
cerca de 1.625 cc.

Volviendo al estudio de los nuevos neandertales, los investigadores decidieron


modelar matemáticamente la posibilidad de que los neandertales hubieran contribuido al
patrimonio genético de los humanos actuales, conociendo ya ocho secuencias de
neandertal (diferentes de las nuestras) y sabiendo que al menos cinco cromañones
cercanos en el tiempo a los últimos neandertales no poseían ADN de neandertal. Estos
cálculos se basan en modelos demográficos, que postulan diferentes grados de hibridismo
entre neandertales y cromañones y la probabilidad de que dichas hipotéticas
contribuciones genéticas, caso de haber existido, se hubieran perdido posteriormente por
efecto del azar (recordemos que un linaje mitocondrial se extingue cada vez que una
mujer no tiene descendencia o tiene únicamente hijos varones). Los diferentes modelos
obtenidos indican que, si hubo alguna contribución genética de los neandertales a los
humanos modernos, ésta tuvo que ser pequeña (aunque quizá no negligible), con toda
probabilidad menor de un 25%. Para descartar una contribución genética de un 10%, los

131
investigadores estimaron que deberían estudiarse cerca de 50 cromañones; para descartar
una contribución del 5%, deberían estudiarse más cromañones de los que existen
actualmente. Esto significa que, probablemente, nunca podremos descartar una hipotética
contribución genética neandertal en los cromañones (perdida posteriormente por azar);
sin embargo, a medida que se vayan estudiando más neandertales y más cromañones,
dicha posible contribución mínima irá haciéndose más pequeña e inverosímil.

Otros investigadores bajan todavía más esta cifra, y llegan incluso a dar una
estimación de los posibles cruzamientos mixtos; Laurent Excoffier (Universidad de
Ginebra), teniendo en cuenta los diez mil años de coexistencia, las densidades
poblacionales de los grupos cazadores recolectores y las bases de datos genéticos, en los
cuales se dispone de unas 4.000 secuencias de europeos actuales (que son todas
claramente diferentes de las de los neandertales) estimó que únicamente pudieron tener
lugar entre 50 y 100 cruzamientos mixtos. La cifra obtenida con los modelos
matemáticos es tan baja que Excoffier sugiere que esto indicaría que se habría tratado de
dos especies diferentes, que probablemente no podrían hibridarse entre ellas. El número
total estimado de neandertales que podía haber en Europa ronda entre los ciento
cincuenta mil y los trescientos mil; para Excoffier, una cifra realista sería la de unas 3.500
bandas de neandertales formados por entre 20 y 50 individuos.

Un punto más a favor de la inexistencia de hibridación es el hecho de que algunos de


los restos estudiados han sido considerados por algunos paleoantropólogos (como
Wolpoff) como posibles candidatos a formas transicionales entre neandertales y
cromañones, o incluso como posibles híbridos. Éste sería el caso, como hemos visto ya,
de Vindija, pero también de los cromañones de Mladec, en Chequia. Ahora sabemos que
estos posibles híbridos cromañones no tenían secuencias de neandertal; postular híbridos
en un único sentido (mujeres cromañones cruzándose con hombres neandertales) parece
absurdo desde un punto de vista biológico y cada vez más indefendible desde uno
genético. Nuevamente, los datos genéticos nos ponen al descubierto la trampa
morfológica. Hay que rendirse a la evidencia: no podemos clarificar nuestra evolución
estudiando únicamente el aspecto externo de los fósiles, sencillamente porque la cantidad
de variación morfológica no es un indicador claro del tiempo evolutivo; la variación
genética sí que lo es.

132
133
principios del año 2004 había probado en el laboratorio diversos
neandertales, sin éxito; había analizado los restos de Zaskal'naya V, Zaskal'naya VI y
Prolom II, en Crimea (que había ido a buscar a Kiev), y también dos neandertales
provenientes de cuevas en Italia. A pesar de intentarlo durante años en diferentes
ocasiones, no había sido capaz de recuperar ninguna secuencia de ADN que fuera
neandertal; además, la evidencia bioquímica sugería que, en todos estos restos, el
material genético estaba totalmente degradado. No era un fenómeno raro; la eficiencia
que podía calcularse a partir de la experiencia del grupo de Püübo era de alrededor de un
10%; encontrar un neandertal lo suficientemente bien conservado como para permitir su
estudio es tan difícil como llevar a cabo el estudio técnico propiamente.

El 23 de marzo de 1994, se produjo un descubrimiento accidental en España,


curiosamente un país escasamente repre sentado en cuanto a restos de neandertal.
Cuatro espeleólogos se introdujeron en una cueva en Borines (Piloña, Asturias),
denominada El Sidrón, y en su interior localizaron restos de varias mandíbulas; creyendo
que podía tratarse de restos humanos de la Guerra Civil, informaron a la Guardia Civil,
quienes a su vez contactaron con las autoridades judiciales; los huesos se depositaron en
el Instituto Anatómico Forense de Madrid, donde se evidenció que se trataba de restos de
una gran antigüedad y no de un caso judicial; desde allí, los restos volvieron a Asturias,
para terminar en el Departamento de Antropología de la Universidad de Oviedo.
Posteriormente, los arqueólogos de dicha universidad, con el apoyo económico del
gobierno autónomo asturiano, iniciaron las excavaciones sistemáticas de la cueva de El
Sidrón. Entre los años 2000 y 2004, el catedrático de arqueología Francisco Javier Fortea
(Universidad de Oviedo), su colaborador Marco de la Rasilla y un grupo de estudiantes
de arqueología desenterraron centenares de restos de neandertales, básicamente dientes y
huesos de manos y pies (un curioso sesgo para el cual no se ha encontrado todavía
explicación); uno de los hallazgos más espectaculares fue un pie casi entero
perfectamente conservado en un bloque de tierra, una parte de la anatomía neandertal

134
prácticamente desconocida. Las observaciones iniciales concluyeron que debía de haber
entre cuatro o cinco individuos representados, probablemente un infantil, dos juveniles y
dos adultos. La intrincada cueva de El Sidrón no parecía ser un refugio utilizado por los
cazadores neandertales; su acumulación en el interior debía de ser el resultado del
hundimiento del relleno de una dolina de origen kárstico que, desde el exterior, habría
precipitado los restos hacia el interior de la cavidad, mezclándolos hasta cierto punto,
aunque dejando algunas extremidades en conexión anatómica. Así, otra tarea de los
arqueólogos asturianos es la de intentar localizar el asentamiento neandertal en algún
abrigo rocoso cercano. No sabemos qué pudo causar que los huesos se acumularan en la
superficie en un área tan concreta como una dolina; podría ser que fueran los despojos
acumulados de un festín caníbal, ya que muchos de ellos presentan señales de corte; esto
explicaría también la gran fragmentación de los huesos más grandes (como el cráneo o
las extremidades), así como la acumulación de partes anatómicas menos apetecibles.

Los restos de las campañas arqueológicas de los años 2002 y 2004 fueron
depositados en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid, para que el
paleontólogo Antonio Rosas llevara a cabo su estudio anatómico. Antonio había
participado en las excavaciones de Atapuerca y era, a pesar de su juventud, un veterano
en el mundo de la evolución humana, que hacía años había participado en la definición
de la especie Horno antecessor. De forma un tanto inesperada, la pequeña cueva de El
Sidrón se había constituido como el yacimiento neandertal más prometedor de España;
sus materiales, aunque faltos de la espectacularidad de un cráneo bien conservado, eran
abundantes y complejos: decenas y decenas de cajitas con dientes y fragmentos de hueso
perfectamente siglados, y la problemática de identificarlos y de decidir cuántos individuos
había allí representados. En febrero de 2004, Antonio me propuso analizar genéticamente
los restos de El Sidrón; sabíamos que los antropólogos de Oviedo, que poseían todavía
los restos hallados en 1994, habían enviado una de sus muestras a Svante Püübo, quien
fue incapaz de obtener ADN de ellos; según el artículo de la revista PLOS Biology, El
Sidrón pasaba a englobar la larga lista de neandertales fallidos. Pero, para Antonio, los
restos de Madrid estaban en un estado de conservación excelente, y debía intentarse el
estudio genético; sabíamos, también, que las condiciones de preservación del ADN
varían considerablemente dentro de un mismo yacimiento, y que nosotros disponíamos
de varios centenares de restos entre los que escoger. A finales de febrero, en un viaje
relámpago, me trasladé a Madrid y pude admirar la colección de El Sidrón; después de
seleccionar con Antonio los que nos parecieron los mejores especímenes, volví a
Barcelona con siete muestras en la maleta, mayoritariamente de dientes, y entré en el

135
laboratorio con la sensación de que esta vez, después de cuatro años de infructuosos
intentos, iba a funcionar.

A lo largo de los meses de marzo, abril y mayo mi doctoranda y yo, Lourdes


Sampietro (Universidad Pompeu Fabra), trabajamos con una de las muestras más
prometedoras, el diente etiquetado como 441, que había sido datado entre hace 37.000 y
40.000 años y que tenía valores de aminoácidos prometedores. Empecé amplificando un
fragmento bastante grande, de más de cien nucleótidos de longitud, del cual no pudimos
obtener ninguna secuencia de neandertal; todas las secuencias generadas mediante
donación eran obvios contaminantes modernos, que debían de provenir de los
arqueólogos que habían manipulado el diente inadvertidamente o incluso del propio
Antonio. Entonces, decidí realizar otro intento con el mismo pequeño fragmento (entre
las posiciones 16230 y 16262) que Püübo había recuperado en Vindija 77, Engis 2 y La-
Chapelle aux-Saints; este fragmento es muy apropiado para muestras neandertales
problemáticas, puesto que uno de los cebadores empleados coincide con la inserción de
una adenina en la posición 16263b y es, por tanto, altamente específico. Después de la
PCR, apenas pude intuir una débil amplificación del tamaño adecuado; este hecho ya era
prometedor, puesto que es difícil que los cebadores empleados se unan a una secuencia
moderna. Sin embargo, cuando trabajas con ADN antiguo no sabes nunca lo que has
conseguido amplificar realmente hasta que no obtienes las secuencias, que son la prueba
científica definitiva. Así, pasamos a donar el fragmento apropiado y al cabo de una
semana de trabajo llevamos decenas de muestras a procesar al servicio de secuenciación
de la Universidad Pompeu Fabra. Cuando las recibí, el 19 de mayo, fui mirando las
secuencias una tras otra; las secuencias de neandertal son tan diferentes de las nuestras
que es fácil memorizarlas y distinguirlas a simple vista; apenas había mirado diez
secuencias, cuando la siguiente atrajo mi atención: era una secuencia con los cambios
16234, 16244, 16256 y 16258; esta combinación de sustituciones únicamente se halla
presente en neandertales. Nunca se ha descrito en humanos actuales. Incrédulo, me
resistía a creerlo a pesar de tenerla ante mis ojos; me parecía increíble que pudiera haber
conseguido, sin más, una secuencia de 31 nucleótidos de neandertal; después de casi diez
intentos en otros neandertales de Italia y Crimea y de años de esfuerzos infructuosos.
Estaba viendo una secuencia que era una auténtica leyenda dentro del campo de la
evolución humana.

Pero la alegría inicial duró poco; el material originario estaba tan degradado que las
secuencias originales se habían con vertido en un producto extraordinariamente

136
minoritario en los productos de la PCR (véase tabla 5), y esto indicaba que
probablemente no sería posible, desde un punto de vista técnico, ir mucho más allá de
este fragmento.

En las siguientes semanas, seguí amplificando pequeños segmentos de ADN de la


misma muestra, superponiéndolos en una especie de puzzle (véase tabla 6), para
comprobar que se mantenían las sustituciones endógenas observadas (no así los cambios
atribuibles a daños químicos y que son exclusivos de cada reacción de PCR).
Efectivamente, la secuencia consenso obtenida de la muestra 441 de El Sidrón tenía las
sustituciones que la hacían idéntica a otros cuatro neandertales, Feldhofer 1 y los tres de
Vindija (Vindija 75, 77 y 80); el resto de neandertales no poseían, como hemos visto, el
cambio adicional en la posición 16258, que los hacía ligeramente diferentes. ¿Qué más
podíamos deducir de los neandertales ahora que poseíamos por vez primera de
información genética de la península Ibérica?

En primer lugar, la secuencia de El Sidrón es la primera que proviene de uno de los


extremos del rango de distribución de los neandertales, y el neandertal situado a mayor
latidud Sur (43° 23') de todos los estudiados con éxito. La península Ibérica representa el
extremo oeste del mundo neandertal y el extremo sur de la distribución europea (hay
neandertales más al sur de Europa, como Israel, Irak o Siria). Por este motivo, era vital
tener un dato genético de la península Ibérica, para estar seguros de que los neandertales
eran efectivamente tan homogéneos como sugerían los análisis anteriores. Ahora
podíamos afirmar que los neandertales del suroeste no eran genéticamente diferentes del
resto de neandertales, ni eran más semejantes a los humanos modernos. Y hay que tener
en cuenta, además, que la península Ibérica era el escenario propuesto por algunos
investigadores como Zilhao a partir del niño de Lagar Velho para postular la hibridación
con humanos modernos. Por otra parte, en la cornisa cantábrica se encuentran
yacimientos como la cueva de El Castillo, que han proporcionado algunas de las fechas
más antiguas de Europa para los niveles auriñacienses del Paleolítico Superior, cercanas a
los cuarenta mil años y, por tanto, prácticamente contemporáneas de los neandertales de
El Sidrón. Es decir, en el norte de la península Ibérica habrían coexistido neandertales y
cromañones durante miles de años y, aun así, unos y otros eran genéticamente
diferentes.

Estaba también la cuestión de los denominados refugios glaciales. Durante el largo


período en que los neandertales fueron los únicos habitantes europeos, tuvieron lugar

137
varios máximos glaciales que cubrieron el continente de hielo y empujaron a estas
poblaciones hacia el sur, confinándolas en refugios europeos como la península Ibérica, la
península Italiana o los Balcanes o simplemente expulsándolos hacia el Próximo Oriente.
El mayor de dichos máximos glaciales fue hace unos ciento treinta mil años; después de
un período más cálido, entre hace unos setenta y sesenta mil años, el clima se volvió
progresivamente inestable, y se alternaron períodos muy fríos con otros más cálidos en
lapsos de tiempo de menos de una generación humana. Con toda probabilidad, los
neandertales que hemos podido estudiar genéticamente provienen de poblaciones que se
estaban recuperando demográficamente de estos últimos períodos fríos. Aun así, las
secuencias de ADN de estos últimos neandertales deben de reflejar los acontecimientos
evolutivos ante riores que modelaron estas poblaciones en un pasado remoto, igual que
las secuencias de los humanos actuales son el resultado de la historia genética de nuestra
especie.

138
139
TABLA 5: Cuatro secuencias de neandertal y 50 clones pertenecientes a secuencias
modernas del fragmento 16230-16262, de la muestra de El Sidrón 441; dichas secuencias
fueron las primeras obtenidas en el laboratorio, el 19 de mayo de 2004. Aparte de las
posiciones diagnósticas 16234, 16244 y 16256, las secuencias presentan la posición
variable 16258 y una de ellas un cambio adicional en la posición 16240 que parece
corresponder a un daño químico en esta posición en el ADN original (el código B
significa "Barcelona", el primer dígito "PCR número 2" y el segundo corresponde al
número de clon secuenciado).

140
TABLA 6: Reconstrucción de la secuencia consenso del neandertal de El Sidrón 441 a
partir de diferentes amplificaciones superpuestas, un procedimiento de laboratorio lento y
complejo. La secuencia B.1.1 está truncada debido al estado de fragmentación del ADN
original. Los cambios que no están compartidos en varios fragmentos corresponden con
toda probabilidad a daños químicos producidos en una molécula de ADN concreta; la
pérdida de un nucleótido en los clones de la amplificación número 3 es debida
seguramente a un error de la amplificación debido a la fragmentación del ADN. La
secuencia obtenida finalmente (El Sidrón 441) es idéntica a otras secuencias de
neandertal.

El neandertal de El Sidrón, a pesar de provenir de uno de estos refugios glaciales,


parecía ser más semejante a otros neandertales que se encontraban en el centro y sur de
Europa. La clave de esta semejanza residía en la posición variable 16258; el cambio de
una adenina (que es la forma ancestral, ya que se encuentra también en chimpancés) por
una guanina en dicha posición se detectaba en tres individuos de Vindija, en el refugio de
los Balcanes, en un individuo de Feldhofer, en Alemania y ahora en el refugio de la
península Ibérica (véase figura 9). El resto de neandertales estudiados, la mayoría del
centro-norte de Europa y del Cáucaso, no presentaban una guanina sino una adenina en
16258. El nivel de heterogeneidad genética observada en esta posición es
extremadamente elevado e inusual en el contexto del ADN mitocondrial de las
poblaciones europeas actuales; casi la mitad de los neandertales analizados presenta un

141
nucleótido y la otra mitad otro. El mantenimiento de un grado de variación tan elevado
(denominado técnicamente polimorfismo) indicaría varias cosas; primero, que el tamaño
poblacional de los neandertales era suficientemente elevado como para que dicha
variación no se hubiera perdido por efecto del azar, algo que ocurre con las variantes
genéticas cuando las poblaciones son muy pequeñas o sufren un cuello de botella
demográfico. Segundo, el hecho de que la variante guanina en 16258 se halle presente en
dos refugios glaciales diferentes (la península Ibérica y los Balcanes) forzosamente
indicaba que dicha variación existía entre los neandertales previamente al gran máximo
glacial de hace 130.000 años, y, por tanto, era una variante que determinaba dos linajes
mitocondriales muy antiguos en el patrimonio genético de esta especie. Teniendo en
cuenta que su variación genética es similar a la que hallamos en los humanos actuales
para el ADN mitocondrial, un cálculo superficial nos da una profundidad evolutiva del
ADN mitocondrial neandertal semejante a la de los humanos actuales, es decir, unos
ciento cincuenta mil o doscientos mil años (a contar a partir de hace unos cuarenta mil
años, la fecha de la mayoría de los neandertales estudiados). Dicha antigüedad es
concordante con un período anterior al máximo glacial de hace ciento treinta mil, y por
tanto había que buscar otros factores, aparte de los puramente climáticos, para explicar el
origen de la diversidad neandertal. Las estimaciones obtenidas mediante cálculos
estadísticos de la antigüedad de la variación mitocondrial de los neandertales (asumiendo,
sin muchos riesgos, que las tasas de mutación en el ADN mitocondrial de los
neandertales son equiparables a las de los humanos modernos) eran concordantes con el
surgimiento en el registro fósil de la morfología neandertal especializada a partir de los
anteriores Homo heidelbergensis, que, como hemos visto en capítulos anteriores, puede
rastrearse hasta hace unos doscientos treinta mil años. Es interesante constatar que esta
fecha coincide también con la llegada de la industria de musteriense a Europa; parecería
que hubo un acontecimiento de especiación que implicó el surgimiento de la morfología
neandertal y que representó una selección muy parcial de la variación morfológica que
encontramos entre los anteriores Homo heildelbergensis; un avance técnico como la
nueva industria lítica pudo colaborar en la expansión demográfica de estos individuos,
que habría quedado registrada en el patrón de mutaciones de sus linajes mitocondriales.
En definitiva, ahora estamos empezando a reconstruir la historia genética de los
neandertales, igual que hemos hecho con nuestra historia genética mediante la "Eva
mitocondrial". Situados genéticamente en hace 40.000 años, podemos inferir
acontecimientos que ocurrieron en el inicio remoto de la andadura neandertal, hace unos
doscientos mil o doscientos cincuenta mil años; ésta es la antigüedad que hemos

142
calculado para la "Eva neandertal".

Aunque las evidencias son todavía muy escasas, los datos genéticos podrían estar
también reflejando una cierta estructuración geográfica dentro de los neandertales; es
decir, que habría linajes mitocondriales mayoritariamente presentes en neandertales del
sur y otros mayoritariamente presentes en el norte de Europa. Las condiciones

143
ecológicas, climáticas y faunísticas eran diferentes entre el sur y el norte de Europa; en el
sur había grandes penínsulas (como la ibérica, la itálica y la griega), un terreno
montañoso, un paisaje forestado y una temperatura relativamente cálida; en el norte,
dominaban las estepas, la tundra y el hielo y unas condiciones glaciales. Parece lógico
que las diferencias adaptativas a estos ecosistemas fundamentalmente diferentes se
reflejaran genética y morfológicamente (a pesar de la uniformidad general e indiscutible
de los neandertales). Algunos autores han querido ver incluso características físicas
diferenciales entre neandertales del norte y del sur; por ejemplo, el paleontólogo Tan
Tattersall describe la morfología nasal de los neandertales ibéricos, croatas e italianos
como diferente de los neandertales del norte, como los franceses o los alemanes; en el
sur, la nariz no sobresaldría tan horizontal como en el resto, sino que sería más grácil y
orientada hacia abajo. Tenemos un sistema indirecto para verificar la posible estructura
geográfica de los neandertales; consiste en estudiar genéticamente otros mamíferos
contemporáneos cuyos restos sean más abundantes que los de los neandertales, y
observar si presentan o no algún tipo de patrón geográfico en su ADN mitocondrial. Los
resultados preliminares de algunos de estos estudios de ADN antiguo, llevados a cabo en
osos de las cavernas, hienas de las cavernas y osos pardos, parecen indicar que existía
una considerable homogeneidad genética en el continente durante los períodos
interglaciales. Nada hace suponer que los neandertales, cazadores activos de grandes
mamíferos, pudieran diferir en su movilidad de mamíferos como los estudiados; podría
ser, pues, que la posible estructuración geográfica norte-sur no fuera más que un
espejismo inducido por un bajo tamaño muestral. La recuperación de más secuencias de
ADN de otros neandertales, especialmente del sur de Europa, ayudará a confirmar o
desmentir estas hipótesis preliminares, las primeras que intenta explorar la estructura
genética y la historia evolutiva propia de la especie neandertal.

Por otra parte, la evidencia de que El Sidrón proporciona un ambiente favorable para
la conservación del ADN permite pensar que en el futuro podrá recuperarse más
información genética de otros restos del mismo yacimiento. En septiembre de 2004, me
desplacé con Antonio Rosas a El Sidrón, donde los arqueólogos Fortea y la Rasilla
seguían trabajando. La entrada de la cueva es particular; se trata de un pequeño agujero
de apenas medio metro de diámetro que se abre en el suelo llano a unas ignotas
profundidades; a modo de lúgubre advertencia, una tumba saluda desde el exterior al
visitante. La historia local cuenta que, durante la Guerra Civil, diversos combatientes
republicanos se refugiaron en El Sidrón; la Guardia Civil obligó a una chica de una aldea
cercana a que los condujera hasta la entrada de la cueva; en el tiroteo resultante, la chica

144
murió y fue posteriormente enterrada allí mismo. De forma conmovedora, algunos
ancianos del lugar llevan todavía flores a la tumba de la chica, que paradójicamente se
llamaba Olvido. La entrada a la cueva era mayor entonces; la Guardia Civil, viéndose
incapaz de entrar en la galería donde se habían atrincherado los republicanos,
sencillamente decidió dinamitarla con los resistentes en el interior. Sin embargo, éstos
consiguieron huir por otras de las galerías secundarias.

El Sidrón es un complejo kárstico reciente, esculpido por corrientes de agua que en


primavera recorren el interior de las galerías hasta una altura cercana a un metro. El agua
ha formado diversos túneles que en general permiten que una persona pueda andar de pie
por ellos, si bien en algunos puntos hay que arrastrarse a cuatro patas o rodear algunos
bloques que se han desprendido del techo. La cueva se extiende durante más de 500 m;
hacia la mitad del camino, en una galería lateral denominada apropiadamente Galería del
Osario, se halla el yacimiento propiamente dicho. Se trata de un espacio reducido, de
apenas dos metros cuadrados, donde los sedimentos y los huesos que cayeron desde un
punto superior y probablemente fluyeron por el interior de la galería, quedaron
remansados. La profundidad de la galería, a unos 250 metros del exterior, asegura que la
temperatura sea baja, de unos 13 grados, y se mantenga muy estable a lo largo del año.
Sin duda, ésta es la expli cación del ambiente favorable de El Sidrón para la conservación
del material genético.

El artículo sobre el ADN del neandertal de El Sidrón salió publicado en la revista


norteamericana Molecular Biology and Evolution el 2 de febrero de 2005; es el primer
neandertal ibérico, pero no será el último; no cabe duda de que los próximos años
depararán más sorpresas sobre estos neandertales. Al analizar más restos, quizá
podremos atisbar la variación genética que existía dentro de un mismo grupo de
neandertales, y podremos afinar más las evidencias sobre la historia evolutiva de esta
especie. A medida que vayamos analizando más muestras y recuperando más secuencias,
iremos respondiendo a más preguntas y formulando al mismo tiempo muchas nuevas
cuestiones, progresivamente más sutiles y complejas; así es como funciona la ciencia.

Las secuencias de los nueve neandertales son una ventana única al pasado. En
apenas unos años, hemos avanzado mucho, y hemos pasado de las conjeturas a las
certezas; tal vez en unos años más, pasemos de los descubrimientos revolucionarios a la
rutina, y sigamos acumulando secuencias de neandertal y de cromañón hasta tener una
auténtica muestra poblacional. Podremos quizá acceder al genoma nuclear y saber, a

145
través de sus genes, cómo eran íntimamente estos individuos; si podían hablar, si podían
pensar como nosotros, si tenían autoconsciencia. Pero las cosas maravillosas que
podamos descubrir a partir de ahora sobre nuestros orígenes y sobre los neandertales se
apoyarán en el trabajo realizado en estos años decisivos por un puñado de pioneros del
campo de la biología molecular, que trabajaron contra corriente y creyeron en un sueño
científico posible.

146
147
a controversia neandertal muestra las contradicciones intrínsecas de la ciencia
y del propio colectivo científico; esto puede resultar sorprendente, pero uno de los
principales mensajes de este libro es que no existen verdades absolutas en el estudio de la
evolución humana. Las interpretaciones sobre los neandertales reflejan en realidad la
manera de pensar de los que escriben sobre ellos; siempre ha sido así y seguirá
ocurriendo en el futuro. Esta subjetividad también me afecta, sin duda; aún así, mi
mayor esperanza es que la genética proporcione una visión más objetiva del debate sobre
nuestros orígenes, algo que, después de mucho tiempo, no han logrado otros campos
científicos.

Podríamos decir que los antropólogos se dividen en dos grupos, los que se identifican
con los neandertales y los que, por el contrario, se identifican con los cromañones. A los
primeros no les importaría tener genes neandertales en su genoma; los con templan con
simpatía e intentan resaltar sus aspectos más humanos, como el cuidado de los heridos y
sus ornamentos. Por el contrario, los segundos les niegan capacidades humanas básicas,
como el lenguaje o la posibilidad de pensamiento simbólico y enfatizan sus aspectos
menos humanos, como el canibalismo y la violencia. Debo decir que yo debería
encuadrarme en el primer grupo, a pesar de mi convencimiento de que los neandertales
no contribuyeron genéticamente a las poblaciones europeas actuales; ambas posiciones
no son, sin embargo, contradictorias.

¿Cuál es la verdad? ¿Cómo eran los neandertales? ¿Cómo sentían, como amaban,
como recordaban, como soñaban? Probablemente, como en muchos otros debates
científicos, la verdad se halle a medio camino entre los extremos; los neandertales fueron
los humanos más cercanos a nosotros que han existido, y, en este sentido, resulta difícil
pensar que no tuvieran la capacidad de hablar o de poseer pensamiento simbólico.
Sabemos que la antigüedad de la variación existente en muchos de nuestros genes es
anterior a la fecha de separación de nuestro linaje y del de los neandertales (véase figura
10). Eso significa que, si pudiéramos recuperar genes nucleares de un neandertal,
muchos nos resultarían indistinguibles de los nuestros, algo que ya se aprecia incluso

148
analizando los más distantes chimpancés. Se ha estimado que las diferencias genéticas
entre un humano y un chimpancé, cuyos linajes se separaron hace unos seis millones de
años, son del orden de diez millones de nucleótidos (lo que representa sólo un 1,24% del
total del genoma). Las diferencias entre nosotros y los neandertales, cuyo linaje se separó
del nuestro hace medio millón de años, podían ser diez veces menos, de alrededor de un
millón de nucleótidos (y, probablemente, menos de una décima parte de éstos estarían en
regiones codificantes del genoma); hay que recordar que tenemos tres mil millones de
nucleótidos en nuestro genoma. Con toda probabilidad, pues, los neandertales eran más
parecidos a nosotros de lo que los resultados del ADN mitocondrial, por su forma
particular de transmisión materna, puedan sugerir.

149
Todo esto no implica, sin embargo, que el conjunto resultante de todos los genes
neandertales no fuera un individuo que pudiera ser diferente de nosotros en aspectos
biológicos esenciales. La variación genética, incluso dentro de nuestra especie, tiene que
tener implicaciones en la estructura cerebral, y, por consiguiente, en formas diferentes de

150
cómo puede ser la naturaleza humana; pero no por eso los neandertales dejarían de ser
seres humanos. En este contexto, además, la cuestión de si constituían o no una especie
aparte es quizá un debate taxonómico irrelevante; considerarlos una especie diferente
(llamada Homo neanderthalensis) no los hará más diferentes a nosotros; considerarlos
como un subgrupo de nuestra misma especie (llamado Homo sapiens neanderthalensis)
no los hará más semejantes a nosotros.

Desde un punto de vista evolutivo, nuestro cerebro ha desarrollado una serie de


mecanismos de identificación de grupo; algunos de ellos son físicos, como el color de la
piel, y otros pueden ser de tipo cultural, como el lenguaje. Algunos psicólogos evolutivos
han sugerido que neandertales y cromañones eran muy diferentes en cuanto a la
construcción cerebral. Pero no debemos caer en el error de pensar que neandertales y
cromañones se verían unos a otros como grupos distintos; aunque nosotros podamos
distinguirlos genética y morfológicamente, lo más probable es que ellos no se concibieran
como especies o colectivos diferentes, ni que los neandertales pensaran en términos de su
pertenencia a un colectivo general con señas de identidad propias. Este proceso de creer
en la existencia real de entidades abstractas es un fenómeno corriente en ciencia (y, muy
especialmente, en el estudio del ser humano), donde se conoce como "reificación"; el
fenómeno de la reificación, del cual es difícil abstraerse, viene a complicar más el
problema evolutivo. Neandertales y cromañones no tuvieron probablemente una
existencia de colectivos reales en las mentes de nuestros antepasados; existen ahora, en
nuestro lenguaje y en nuestros laboratorios. Porque como decía Borges, "sólo los
individuos existen, si es que existe alguien".

El debate sobre la humanidad de los neandertales no es en absoluto irrelevante,


porque en el fondo es un debate sobre el significado de la variación y de la diferencia, e
influye en la visión que tenemos de nosotros mismos y de las diferencias respecto a otras
poblaciones humanas actuales. Si los neandertales fueron nuestros antepasados, entonces
las diferencias entre grupos humanos actuales son muy profundas y evolutivamente
significativas; si, por el contrario, los neandertales se extinguieron y nosotros
descendemos de los cromañones, un grupo reciente de africanos advenedizos, entonces,
las diferencias entre los grupos humanos actuales son superficiales e irrelevantes. Los
estudios realizados en numerosos marcadores genéticos de poblaciones humanas de
todos los continentes apoyan la segunda visión de la diversidad humana, lo que no
significa que ésta haya sido ampliamente aceptada ni comprendida a nivel popular.

151
Por otra parte, el contacto entre neandertales y cromañones tiene la virtud de
situarnos en el otro bando del proceso migratorio; nosotros somos los descendientes de
cromañones, nosotros somos pues los emigrantes. En el Paleolítico Superior, fuimos los
recién llegados a Europa; incluso es probable que los cromañones fueran de piel
relativamente oscura y que los neandertales, que llevaban 200.000 años en Europa,
fueran de piel clara. Se trata pues, de la imagen especular de lo que está ocurriendo en
Europa en la actualidad. Porque contemplar a los neandertales es como mirarse en un
espejo, un lugar en el que podemos vernos, pero donde no podemos entrar.

Si entendemos la cultura como un conjunto de innovaciones sociales y tecnológicas


que la gente acumula para que le ayude a su supervivencia, debemos concluir que los
últimos neandertales poseían una cultura dinámica y apropiada a sus necesidades. Se ha
sugerido que quizá estaban sometidos a una dinámica de empobrecimiento cultural como
ocurrió con los aborígenes tasmanos, que quedaron aislados en Tasmania durante 10.000
años, hasta la llegada de los europeos. En aquel momento, los tasmanos poseían la
cultura más pobre del mundo: desconocían cómo hacer fuego, no tenían lanzas, canoas,
arpones, hachas con mango, agujas de coser o artes de pesca; sin embargo, sí se han
encontrado estos objetos en los niveles arqueológicos más antiguos de la isla. Se ha
especulado que el aislamiento geográfico en los grupos humanos comporta a largo plazo
el empobrecimiento tecnológico.

Sin embargo, las industrias transicionales, como la chatelperroniense, indican que los
neandertales estaban reaccionando a la competición con los cromañones, desarrollando
útiles más sofisticados; no hay signos de ningún empobrecimiento cultural. En este
proceso, la competición con los neandertales sin duda estimuló cambios culturales en el
bando contrario, en los propios cromañones; el arte paleolítico más sofisticado, aparece
únicamente en Europa, y no en Asia o Australia. Las diferencias culturales fueron
probablemente más importantes que las biológicas, ya que, de hecho, los neandertales
estaban biológicamente mejor adaptados a las condiciones climáticas europeas que los
cromañones.

Quizá su inferioridad demográfica coyuntural, relacionada con los anteriores máximos


glaciales y el período de inestabilidad climática de hace cerca de cuarenta mil años, fuera
determinante en la desaparición de los neandertales. El análisis genético de restos
pleistocénicos de otras especies de mamífero, como los osos de las cavernas o los leones
de las cavernas, parece indicar que este período climático propició una pérdida progresiva

152
de diversidad genética en estas especies; esto sin duda contribuyó a su extinción
definitiva, en un período que fue más o menos contemporáneo al de los últimos
neandertales. Pero, sea cual sea la causa o el conjunto de causas que propiciaron la
desaparición de los neandertales, podemos decir que el triunfo de los cromañones no fue
un hecho predecible ni inevitable; si las circunstancias climáticas hubieran sido diferentes,
tal vez la historia también habría sido diferente. Como dice Stringer, un tanto
provocativamente, los neandertales se extinguieron "por mala suerte". La conclusión es
que no se trató, pues, de un ocaso esperado, fruto de una especie de incapacidad
evolutiva.

La desaparición de los neandertales es un hecho del pasado remoto, pero sin duda
debería hacernos reflexionar sobre el proceso de encuentro de dos grupos humanos.
Churchill decía que "la historia de la raza humana es guerra" y psicólogos evolutivos
como Steven Pinker sostienen que la agresividad del ser humano es universal. Podemos
preguntarnos incluso si nuestro éxito como especie se inició con la eliminación de los
neandertales. Un proceso parecido ha tenido lugar a escala planetaria en los últimos
quinientos años, durante los cuales los colonizadores europeos han ido eliminando, a
veces de forma totalmente despiadada, a las poblaciones aborígenes de América, África y
Oceanía. Normalmente, los europeos contemplaron a estos humanos locales como
pertenecientes a otra especie, con la cual no se identificaban; los científicos raciales de
los siglos XIX y xx ratificaron esta percepción, situando frecuentemente a los africanos y
australianos en una especie distinta de la nuestra, anclada en un estadio evolutivo inferior.
Salvando las distancias, se trató de un proceso parecido al contacto entre neandertales y
cromañones, al menos en el resultado final y quizá en la percepción que unos debían de
tener de la humanidad de los otros.

El legado cultural de la ciencia occidental, impregnado de estereotipos opuestos,


como el del "buen salvaje" de Rousseau del siglo xviii o el de la inferioridad evolutiva de
las clasificaciones raciales del siglo xix, sigue condicionando nuestras percepciones sobre
cómo fueron los neandertales. Pero en definitiva, no sabemos cómo era el carácter de los
neandertales; su aspecto brutal y primitivo nos hace creer inconscientemente que debían
de ser violentos y agresivos; pero quizá eran justo lo contrario: seres humanos pacíficos y
tolerantes con humanos foráneos como los cromañones. Tal vez incluso fueron éstos
quienes se mostraron hostiles con los neandertales. De hecho, la llegada de los humanos
modernos a diferentes continentes e islas, como Australia (hace unos ciencuenta mil
años), América (hace unos quince mil años), Madagascar (hace unos dos mil años) y

153
Nueva Zelanda (hace unos setecientos años) coincide con la extinción de numerosas
especies locales; la desaparición de los neandertales se enmarca en este contexto de
extinción global que todavía sigue vigente hoy día.

Podría ser que la crueldad hacia nuestros semejantes, ya sean de nuestra propia
especie o de una especie cercana, fuera una tendencia innata modelada por la estructura
de nuestro cerebro y constituya la clave de nuestro éxito evolutivo. Quizá nuestra
inteligencia nos permitió eliminar a los neandertales, pero también, como dice Charles
Chaplin en el emocionante alegato final de El gran dictador, "nuestra inteligencia nos ha
hecho duros y secos"; tal vez ha llegado el momento de modificar culturalmente nuestros
instintos ancestrales y defender la idea de que pertenecemos a una humanidad común.
Puesto que nos definimos como Homo sapiens, humanos pensantes, deberíamos ser
capaces de racionalizar que el conflicto entre humanos no debe ser un hecho inevitable
en el futuro y deberíamos entender la tolerancia como un nuevo y eficaz mecanismo
evolutivo basado en postulados éticos. Confiemos en que nuestra inteligencia nos permita
no sólo sobrevivir a los neandertales, sino también a nosotros mismos.

154
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Índice
Los neandertales, tan lejos, tan cerca 11
El origen de los neandertales 19
Un físico espectacular 30
¿Conversaciones entre neandertales? 38
Religión, arte y pensamiento simbólico 45
Camino de la extinción 51
¿Híbridos de neandertales y cromañones? 62
Las hijas europeas de la Eva africana 67
Neandertales en el laboratorio 78
El primer neandertal: el descubrimiento 85
El segundo neandertal: la confirmación 96
El tercer neandertal: la diversidad 102
El cuarto neandertal: retorno a Feldhofer 109
El primer cromañón: la discontinuidad genética 117
El quinto, sexto, séptimo y octavo neandertal: contra la hibridación 126
El noveno neandertal: la península Ibérica 132
Una visión final 146
Bibliografía 154

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