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RESUMEN
El presente ensayo aborda el género autobiográfico, al cual recurrieron grandes figuras de la literatura, y
también de la política y la ciencia para explicar sus trayectorias. El ensayo se centra en la autobiografía de
Carlos Monsiváis, considerado el «padre de la crónica moderna en México», inusualmente escrita en plena
juventud.
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11 (2021) 103-120 URP, Lima, Perú ISSN 2073-6150 DOI: yuyaykusun.v1i11.4547
[Recibido 05/03/2021 - Aprobado 06/05/2021]
Marcos Garfias Dávila
E
n México, a mediados de los años sesenta, se osó quebrar una de las respetadas
reglas informales del género autobiográfico: su escritura a una edad donde el
personaje ya ha demostrado con creces su valía. Esta no es por cierto la regla
de oro del género y mucho menos es inquebrantable, pero la temeridad de
editores como Emmanuel Carballo empujó no a uno ni a dos sino a una decena de
jóvenes promesas literarias a escribir sus autobiografías, cuando la mayor parte de ellos
aún no cumplía los treinta años y apenas se encontraban en la mitad de sus vidas. Si
nos ponemos a jugar con las estadísticas, a esa edad probablemente recién habían reco-
rrido la décima parte de lo que sería su existencia dedicada a la creación literaria. Eran
en estricto unos iniciados, aunque algunos de ellos como Salvador Elizondo ya habían
demostrado con cierto éxito su vanguardismo y su capacidad creadora. Esta empresa
editorial se denominó Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos.
Carlos Monsiváis fue considerado una de esas promesas literarias y escribió su autobio-
grafía cuando contaba con una antología de poemas, una traducción, varias crónicas,
un programa radial de cine y solo 28 años de edad. Jean-Philippe Miraux anota en su
pequeña La autobiografía. Las escrituras del yo:
Basta con entender que el autobiógrafo escribe más bien al final de su vida, que
procura captar las motivaciones profundas que rigieron la paciente elaboración de su
obra, para deducir de allí que el relato retrospectivo de su existencia puede ser más una
reconstrucción, una recomposición de una trayectoria, que la narración fiel de la vida
de un individuo». (Miraux, 1996, p. 54)
La autobiografía de Monsiváis no cumple en efecto con la condición inicial formu-
lada por Miraux pues él es apenas un iniciado cuando la escribe, sin embargo, tal condi-
ción pierde relevancia, queda completamente arrinconada a un segundo plano porque
más que la detallada narración de su vida, lo que se espera y lo que ofrece Monsiváis
es la reconstrucción de los sucesos, las circunstancias y las influencias que lo empuja-
ron a convertirse en el tipo de hombre de letras que era a los 28 años. Con ello queda
más que satisfecha la condición que exige el recuento de la trayectoria, por más que el
recuento sea breve y se reduzca a plantearnos ante todo el origen de dicha trayectoria.
La autobiografía de Monsiváis refleja muy bien lo que Carballo acierta a distinguir en
el prólogo cuando dice que «hasta ahora, Carlos Monsiváis se ha preocupado más por
encontrar un tono de vida que por añadir periódicamente títulos a su brevísima biblio-
grafía» (Carballo, 2005, p. 6). Vale insistir: el pacto autobiográfico se cumple desde
el inicio, claro está, ajustándose a la condición de iniciado. El título de la serie por lo
tanto no es gratuito: «Nuevos escritores presentados por sí mismos», y la inscripción debajo
de ella del nombre del Carlos Monsiváis en letras grandes y en mayúsculas, ya no deja
lugar a dudas, pues lo que nos va a narrar el joven escritor será su propia trayectoria, y
así lo anuncia en tercera persona desde el capítulo inicial cuando «acepta sin rubor su
condición de héroe de esta historia» (Monsiváis, 1966, p. 11).
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La autobiografía del joven Carlos Monsiváis
Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos, aparece a mediados
de la década de 1960, en un momento especial de la historia de la narrativa mexicana.
La generación de Monsiváis y la anterior capitaneada por Carlos Fuentes y Octavio Paz,
que ya habían alcanzado la consagración, llegan para remecer las bases de la tradición
literaria de la época hecha en general de la retórica revolucionaria y nacionalista, casi
encerrada en sí misma, ocupada salvo excepciones en recrear el mexicanismo promo-
vido y publicitado desde las esferas oficiales de la revolución institucionalizada, y en la
que apenas se percibe la realidad compleja y heterogénea de una sociedad que se está
modernizando vertiginosamente por y a pesar de la agenda del priismo. A todo esto, le
sale al frente el claro cosmopolitismo cultural de muchos integrantes de estas dos gene-
raciones, nutrido de la narrativa estadounidense y europea,
y también de su cine y de su música. Sensibilidad cosmopolita que va a ocasionar
el paulatino arrinconamiento de la temática narrativa hecha de personajes y espacios
del entorno rural postrevolucionario, que para muchos se agota simbólicamente en
el Pedro Páramo de Juan Rulfo. En su reemplazo los nuevos escritores van a recrear
situaciones, entornos y protagonistas esencialmente urbanos. Así, bajo el manto del
universo cosmopolita burgués y pequeño burgués citadino, estas nuevas generaciones
distantes, poco comprometidas y hasta cuestionadoras de la retórica revolucionaria y
nacionalistas darán la pelea y comenzarán a enseñorearse Véase: Egan, (2004), Salazar
(2006), Monsiváis (1967).
La remoción de la vieja tradición literaria no fue el producto de la labor aislada de
algunos escritores vanguardistas que intentaron despojar a su narrativa de las huellas de
esa tradición, esta espontaneidad que se presentó tímida y personalista en los años cin-
cuenta, fue luego enriquecida y convertida en toda una empresa colectiva en la siguiente
década. Se fundan pequeñas revistas literarias bajo la iniciativa de uno o dos escritores
y críticos en ciernes, que luego darán paso a revistas de mayor amplitud donde se agru-
paron muchos creadores literarios, algunos de ellos ya consagrados.
Pronto, por iniciativa de los más experimentados se constituyeron además peque-
ños sellos editoriales, de donde se desprendió al comenzar la década de 1960 la célebre
Empresa Editorial S. A. En ella, bajo la dirección literaria de Emmanuel Carballo se
radiografió la historia de la literatura mexicana en volúmenes que abordaron la poesía,
el cuento y la novela en los siglos XIX y XX, con el objetivo de presentar y reflexionar a
las distintas «capas arqueológicas» de la creación literaria nacional, y como resultado de
ello dar cuenta de la emergencia de un nuevo estrato que va edificándose en ese instante.
Véase: Carballo (2005). La antología de la poesía mexicana del siglo XX y la autobiografía
precoz de Monsiváis formaron parte de ese proyecto.
Solo atendiendo a este tránsito en la historia de la literatura mexicana se puede
entender la publicación de la autobiografía de diez jóvenes escritores. La escritura de las
autobiografías no fue el producto de la espontaneidad o de la coincidencia colectiva, fue
una empresa generacional y una empresa editorial que en términos literarios insistió en
afirmar y mostrar la emergencia de nuevas sensibilidades, de nuevos universos narrati-
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vos. El hecho termina por hacerse más claro cuando uno se percata de la familiar cerca-
nía y la amistad que envuelve a editores y autobiógrafos, pues esto permite pensar en la
coincidencia de objetivos y también de recorridos e influencias. Aunque esto puede lle-
var a pensar que al momento de elegirse a los autores de las autobiografías se cruzaron,
se mezclaron y se confundieron la crítica objetiva sobre el inmenso valor de los primeros
trabajos de estos jóvenes, con la subjetividad edificada por la camaradería. Carballo,
en una nota añadida en el año 2004 a una sección de su diario de los años 1966-1968
procuró de alguna manera escapar de este fantasma, al insistir en que su labor como
director literario de Empresas Editoriales antepuso la crítica literaria a todo y que por la
tanto «los elogios que consigno sobre Monsiváis son fiel reflejo del entusiasmo que me
produjo La poesía mexicana del siglo XX» (Carballo, 2005, p. 38). Aunque más adelante
en el mismo diario escribe: «La amistad y la admiración quizá no sean buenas consejeras
cuando uno escribe sobre una persona a la que estima y respeta. Lo digo porque eso me
pasó cuando empecé a redactar el prólogo para la autobiografía de Carlos Monsiváis. En
un principio, tuve miedo de confundir la imparcialidad con el afecto. Una vez termina-
do el prólogo, mi conciencia está tranquila» (Carballo, 2005, p. 121).
En efecto, el elogio de Carballo a la obra de Monsiváis resulta llamativo, en una
sección del prólogo a la autobiografía dice por ejemplo: «Desde 1928 en que aparece
la Antología de la poesía mexicana moderna firmada por Jorge Cuesta[…] no se había
publicado en México una selección de poemas tan rigurosa y brillante como La poesía
mexicana del siglo XX de Monsiváis» (Carballo, 1966, p. 8). Pero más allá de los elogios,
sinceros o forzados, el talento de Monsiváis esta fuera de discusión. Su inteligencia llena
de ironías, su inmensa cultura y su vanguardismo fueron reconocidos tempranamente
por diversos contemporáneos como Elena Poniatowska o Carlos Fuentes, que Linda
Egan recoge en varias secciones de su estudio sobre Monsiváis. El talento literario junto
al talento de permanecer cerca de los «VIP» de la literatura mexicana, como ironiza en
algunos pasajes de su autobiografía, le permitieron ingresar muy joven a ese círculo
de la elite de escritores nacionales de la segunda mitad del siglo XX. Pero ingreso sin
renunciar a su personalidad iconoclasta, irónica y reacia a la disciplina creativa que
tantos dolores de cabeza le trajeron al propio Carballo cuando esperaba que Monsiváis
le entregue la Poesía mexicana del siglo XX, que le había encargado. Sobre eso anota:
Que Carlos haya vencido las tentaciones que a todas horas le acechan y se pusiera a
escribir nos costó esfuerzos inenarrables: fue necesario, incluso, emplear coacciones,
espejismos y halagos. De todos los escritores que conozco Carlos es el más reacio a de-
jarse convencer. Confía en su talento, pero nunca se ha esforzado en hacerlo producir a
plazo fijo. Por eso no es inexacto afirmar que Carlos es tan talentoso como incumplido.
(Carballo, 2005, p. 121)
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estilo de la crónica que se había dejado notar ya desde los primeros capítulos. Monsiváis
afirma su especial fijación en la ciudad como el espacio protagonista de sus escritos;
además, sabedor de su talento y de la feliz recepción de sus escritos, ya no teme deslizar
sus esperanzas de convertirse en el cronista del «De Efe», pues ha claudicado de intentar
ejercer la aventura novelística y poética, a pesar de haber publicado en el mismo instan-
te en que está escribiendo su propia historia la célebre La poesía mexicana del siglo XX.
Vemos también casi al final de la autobiografía a un personaje plenamente consciente
del eclecticismo que configura su personalidad literaria, convencido además de la virtud
creativa que conlleva ese carácter, quizá por eso mismo las últimas imágenes son las de
un Monsiváis que ha salido en su primer viaje a los Estados Unidos, donde en medio
del cosmopolitismo de las reuniones y las fiestas que tanto disfruta como suyos repre-
senta, al mismo tiempo, para los otros algunas expresiones llenas de «mexicanidad».
Monsiváis, pese a sus ironías, se muestra satisfecho con su oficio, seguro de él y de sus
logros, pero también abierto a lo nuevo que le depara el futuro, la última frase puede
leerse en esa clave: «tengo 28 años y aún no conozco Europa».
Cada uno de los diez capítulos que componen la autobiografía están titulados y
luego resumidos al inicio de cada uno de ellos conforme a la tradición francesa de la
narrativa decimonónica que había calado en la mexicana hasta bien entrado el siglo XX,
que Monsiváis conocía bastante bien y que supo ironizar magistralmente como parte
de su sello personal, una ironía por cierto que le alcanzo principalmente a el mismo.
Por ejemplo, el Capítulo II, uno de los más hilarantes, es presentado de esta manera:
«Viaje al corazón de Monsiváis. En donde el protagonista devela su intimidad, inventa
a medias su infancia porque esta fue, en verdad, poco memorable, y ennoblece sin mala
fe su pasado cultural» (Monsiváis, 2012, p. 16). Si bien las ironías junto a la tercera
persona se usan sistemáticamente en la designación y en el resumen de los tópicos que
serán tratados en los capítulos, al inscribir su nombre y al asumir su papel protagónico,
Monsiváis entabla con el lector el compromiso de veracidad del pacto autobiográfico,
aunque ese pacto también es deliciosamente ironizado en la dedicatoria: «A mi madre,
por disponerse a negar con fundamento cualquier posible veracidad de estas páginas»
(Monsiváis, 2012, p. 11).
Cuando Miraux, en el análisis que hace de la autobiografía de Rousseau plantea el
problema de la verdad como un determinante que agobia la fidelidad de los recuerdos,
lo hace sabiendo que los recuerdos están recubiertos del halo de lo incierto y lo difu-
so, como producto de la distancia abierta por el tiempo y la ausencia de registros que
amarren el sentido preciso de las experiencias pasadas. Miraux recomienda ante ello que
lo más conveniente es entonces: «encontrar la tonalidad justa, el registro pertinente,
susceptible a dar cuenta —a veces de ajustar cuentas—, de la trayectoria de una vida»
(Miraux, 1996, p. 11). Monsiváis encuentra en la crónica y en la ironía los registros
más pertinentes, por lo que no tiene empacho en confesarnos que «inventa a medias
su infancia» o que «ennoblece sin mala fe su pasado cultural», y en esta voluntad de
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La creencia en que la verdad es absoluta puede ser una creencia respetable, pero no pa-
rece ser suficiente para igualar los relatos factuales y los ficticios. Si de una autobiografía
se trata, hablar de ficción o invención no tiene cabida más que en sentido figurado.
(Alberca, 2007, p. 47)
Para este español el asunto es bastante claro, si bien el autobiógrafo esta constreñido a
construir un relato veraz, porque así lo anuncia y además compromete para ello ante el
lector la enunciación de su nombre en el relato y su inscripción en la portada, de faltar a
ello «porque se equivoca involuntariamente o de forma voluntaria miente, no podemos
concluir que hace ficción» (Alberca, 2007, p. 47).
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tor al elaborar reflexiones sobre las consecuencias que los sucesos narrados tuvieron en
la formación de su carácter. Esto marca el encuentro entre el enunciador y el enunciado,
entre el autor-narrador y el protagonista.
Ese quiebre del sentido de un tiempo que discurre del pasado al presente, para in-
sertarse en un tiempo estático en donde pasado y presente se amalgaman, no es exclusi-
vo de la autobiografía de Monsiváis. Nuevamente Miraux resulta útil cuando ejemplifi-
ca este aspecto del género con la obra de Rousseau, en donde el célebre francés «provoca
simultáneamente una aceleración temporal y una forma de choque cronológico: el niño
culpable y el escritor que confiesa su culpabilidad, sumergidos en una misma tempo-
ralidad imaginaria, se rencuentran en el tiempo de la confesión». La cita se refiere a un
pasaje de la niñez de Rousseau, cuando un robo cometido por él le es imputado a una
pequeña sirvienta, una injusticia ante la cual el no reacciona y permanece callado y esto
le cuesta el desalojo a la niña. Continúa Miraux:
Una vez efectuada la narración, Rousseau llega a una meditación en que el tiempo ya
no existe; la escritura es entonces el momento de la conciencia, el lugar de lo imagina-
rio, donde el personaje del niño se reúne con el del adulto: tiempo interrumpido, tiem-
po muerto, tiempo catártico que permite seguir existiendo. (Miraux, 1996, pp. 67-68)
En estos años de confusión primitiva, practique dos lecturas definitivas, ¡No pasarán!, el
relato de Upton Sinclair sobre la Guerra Civil española y En lucha incierta, la novela de
Steinbeck sobre la huelga de recolectores de manzana […] De inmediato me identifi-
que con esas minorías acosadas que anhelaban la revolución […] Después John Reed y
Los diez días que conmovieron el mundo; luego una Historia de las luchas sociales de Max
Beer y ya está: un nuevo, decidido socialista sentimental. Como casi todos los pequeños
burgueses que se radicalizan, mi proceso fue visceral, emotivo». El pasaje continuo,
pero la crónica abandona el tiempo pasado que lo envuelve: «[…] y no fue sino más
tarde cuando quise otorgarle bases teóricas a tanta irritación. Ahora me doy cuenta que
de los henriquistas me atraía sobre todo un odio al poder, la gritería contra el orden
establecido». (Monsiváis, 2012, p. 23)
Miraux, luego de dar cuenta de algunos pasajes similares a estos choques de tiempo
dice que al final del libro II, Rousseau ya no pertenece al tiempo cronológico de los
hombres, «pues este se transforma en el tiempo de la subjetividad, de la interioridad, de
la escritura: extraño lugar donde el tiempo se vuelve acrónico» (Miraux, 1996, p. 69).
Pasado y presente se fusionan en las reflexiones del autobiógrafo. El tiempo del relato
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sirve además para marcar el devenir histórico del espacio central de la autobiografía,
la ciudad de México, de la misma manera que lo hace con la vida del escritor. Así la
ciudad y el personaje están atados desde el comienzo mismo de la autobiografía: «Nací
of all place, en el Distrito Federal y muy niño fui llevado a una emigración terrible, de
La Merced a la colonia Portales» (Monsiváis, 2012, p. 12). Esa compenetración con el
espacio urbano que enmarca su historia personal, cuyas fronteras se van expandiendo
conforme la vida misma del autor se expande en anos, se convierte en un leitmotiv desde
el momento en que Monsiváis «proclama su intolerable afición al D. F.» (Monsiváis,
2012, p. 11).
Se entiende así porque, salvo su estadía en los Estados Unidos por algunos meses en
1965, la capital mexicana siempre está presente en el relato, a veces de manera tan tan-
gible como cuando nos presenta a ese lado de la ciudad donde creció: «Portales Peyton
Place: un pequeño pueblo con cines mugrientos, dos casas de citas, médicos obsequio-
sos, un seleccionador que jugaba aquí a la vuelta, veinte equipos de fútbol llanero, adul-
terios sorprendentes, pirotecnias malthusianas y un diputado, el Sr. Licenciado López
Gómez o Hernández Díaz o Sánchez Pérez o aquilefallastememotecnia» (Monsiváis,
2012, p. 12).
Es el espacio retratado en clave de crónica, con humor e ironía, donde pasado y
presente se confunden, y donde el espacio cobra vida porque se muestra además a la
diversa fauna humana que lo habita.
Si los espacios abiertos como el de las calles de su infancia establecen un punto
geográfico referencial dentro de esa ciudad que se moderniza y expande, otros lugares
menos abiertos como la escuela primaria, el local de la escuela secundaria, luego el de
la preparatoria y finalmente la universidad, registran los espacios que el protagonista
va habitando conforme va transitando de la infancia a la adolescencia y finalmente a
la adultez. Esos espacios educativos a pesar de compartir la tarea de formación y por
tanto caracterizarse por la rigidez de sus reglas de convivencia, no son escenificados de
la misma manera. Mientras la escuela primaria es descrita como un espacio cerrado,
disciplinado e intolerante; la preparatoria es más bien retratada a partir de sus patios y
salones abiertos al encuentro y al mismo tiempo al intenso debate de rivales ideológicos.
Las diferencias de percepción sobre espacios parecidos responden naturalmente a los
cambios en la sensibilidad de Monsiváis conforme su edad cronológica avanza dentro
del relato.
Los cines son lugares ineludibles en la autobiografía. Los hay primero pequeños
como los cines de barrio de la infancia; después las salas del cine Progreso encargadas
de la difusión de producciones soviéticas y de otras facturas de corte social y político,
sumamente ideologizados y con multitudinaria audiencia; y finalmente las salas del
Cine Club, de sensibilidad burguesa y pequeña burguesa, que proyecta películas de
factura europea y norteamericana más selectas en términos estilísticos y de público.
Otros espacios colectivos son los locales sindicales y partidarios, ambientados conforme
a la efervescencia política y social del contexto narrativo, donde la multitud ideologi-
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zada y en permanente tensión por los constantes debates sobre la política nacional y el
protagonismo que deben de cumplir en ella forma parte de aquel retrato. Estos espacios
fueron importantes en el desarrollo de la sensibilidad política de Monsiváis, en los que
aprende simultáneamente a admirar la encendida retorica revolucionaria y nacionalista,
y a desconfiar del compromiso consecuente de sus emisores por llevar a la práctica sus
discursos.
El espacio más cerrado de todos es la casa de Monsiváis, que representa en sus
objetos la naturaleza ecléctica de la cultura de su residente: «Mi cuarto me expresa fiel-
mente» escribe el joven cronista. En efecto, sus libreros y sus colecciones de discos de
música se caracterizan además del envidiable número de piezas que los componen por
su significativa heterogeneidad. Los cuadros y los posters también nos dan señas del ico-
noclasta lugar que habita Monsiváis. Piezas que inundan la recámara y la sala, y que por
tanto nos retratan a un consumidor permanente e insaciable de cultura, totalmente do-
minada por ella, no extraña por eso la ausencia de los espacios contiguos como la cocina
o el baño, donde lo más mundano de la vida y las necesidades humanas se satisfacen.
El narrador: El «yo» del género autobiográfico y una nota sobre las ausencias
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A la escuela dominical debo así mismo, una estructura moral que, como sorprendente
malevolencia, vuelve a mí en momentos menos oportunos. El pecado fue el tema cen-
tral en mi niñez y la idea de que, de algún modo, no sé cual, ha seguido rigiéndome
hasta ahora. (Monsiváis, 2012, p. 14)
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La autobiografía del joven Carlos Monsiváis
yo del relato autobiográfico está hecha de selecciones conscientes o no, de juicios y dis-
tanciamientos, que definen que sucesos y que elementos de la trayectoria del pasado del
yo protagonista vale la pena y ayudan a comprender al yo presente del narrador-autor,
o al menos a entender al yo presente que se cree ser. La selección, por lo tanto, así como
define presencias, también marca ausencias que si bien no restringen el propósito del
relato ni atentan contra la calidad de su factura, si pueden frustrar al lector y llevarlo a
formular interrogantes sobre el protagonista. Miraux, señala que «la obra de arte auto-
biográfica muy a menudo es una manifestación de ausencias: el pacto autobiográfico
incluye esa representación elíptica que lleva en si la necesidad de lo no dicho, la absoluta
exigencia de los silencios» (Miraux, 1996, p. 70).
En la autobiografía de Monsiváis tres son esos silencios que claman (que contra-
dicción). En primer lugar, la ausencia de la figura paterna, pues si bien nos cuenta el
narrador que es hijo único de un matrimonio ya disuelto, nada se dice del padre y
en contraste se convierte a la madre en presencia fundamental, aunque esta sea muy
pocas veces mencionada. La segunda ausencia es el universo de la interacción amistosa
y sexual, no encontramos en el relato ni siquiera de manera discreta noticias sobre el
despertar o la iniciación sexual del protagonista y menos aún la presencia femenina
que se espera de un relato que abarca el mundo adolescente y juvenil; por supuesto
la «oculta» homosexualidad de Monsiváis puede ser recurrida para explicar este vacío,
pero probablemente no terminaría de abarcarlo. Finalmente, una ausencia paradójica:
no sabemos con exactitud cuándo Monsiváis quema su primer cartucho de escritor, no
hay referencias precisas a ese o esos primeros productos del oficio, ni para rescatarlos ni
para denostarlos, el anuncio y comentario de La poesía mexicana del siglo XX, más que
satisfacer la duda la envuelve más aún.
Monsiváis, se ha dicho ya, es parte de una generación de quiebre con la tradición lite-
raria mexicana nacionalista y revolucionaria vigente a mediados del siglo XX. Pero el
quiebre supone al mismo tiempo la construcción de nuevos estilos y universos narra-
tivos. Monsiváis elige después de ensayos fallidos en la poesía y la novela, adoptar la
crónica como género y al humor y la ironía como estilos. Su propia autobiografía está
escrita en esa clave, de ahí su tono hilarante y critico construido con pequeños hechos
concretos. Las fuentes de las que se va nutriendo su naturaleza literaria aparecen en el
relato con un peso abrumador por su número y diversidad, tanto que solo a este aspecto
podrían dedicarse unas cuantas tesis y libros. Carballo sintetiza muy bien el origen de
esa personalidad abigarrada, cuando lo describe en su prólogo como:
lector que lo mismo transita por los dominios de la economía, la sociología y la política
que por los caminos sinuosos de la literatura, las revistas (buena y malas, en inglés y
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español), los comics, y la hojas subversivas de difusión minoritaria, adicto al cine […]
entusiasta de la música (jazz, folk song, spiritual boleros). (Carballo, 1966, p. 6)
Y todo esto que Carballo califica como propio de «un muchacho como otros tantos
muchachos» de su edad, en Monsiváis nunca deja de formar parte de su universo crea-
tivo, como lo transparenta el mismo al momento de descubrirnos la intimidad de su
habitación y mostrarnos esa multiplicidad de objetos culturales que lo visten:
Por ahora, la ciudad prefiere integrar su mitología con instituciones y objetos. Se pierde
las batallas de Santa María la Redonda y la colonia de San Rafael, gana los tacos al car-
bón, Minimax, Gigante, Aurrera, Ciudad Satélite, los elotes de sabores y los pantalones
de mujeres. Es el triunfo de lo que —señala Novo— tienden a desnaturalizarnos como
mexicanos mientras aspiran a naturalizarnos como cosmopolitas. (Monsiváis, 2012,
p. 21)
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La autobiografía del joven Carlos Monsiváis
aquí hasta niños de once años fuman mariguana, y hace unos meses mataron junto
al california Dancing club al Terrible Canchola […] Pero siempre hay cambios signi-
ficativos, las muchachas pueden usar pantalones, ir al centro ya no es una excursión.
(Monsiváis, 2012, p. 12).
Monsiváis se hace cronista de la ciudad al comenzar la década de 1960, pero el
cronista urbano por antonomasia de entonces era Salvador Novo, el primero de los es-
critores junto a Alfonso Reyes que generaron «mis primeras incitaciones al plagio» nos
confiesa en un pasaje de su autobiografía. El propio Carballo da cuenta de ese vínculo
cuando en gesto de gran optimismo nos dice que el destino como escritor del joven
Monsiváis «se parece al de Salvador Novo. Del mismo modo como el autor de la Nueva
grandeza mexicana sustituyo como Cronista de la ciudad de México a don Artemio del
Valle Arizpe, así, y a su debido tiempo, Carlos reemplazara a Novo en estas funciones».
Monsiváis queda así inscrito en una reputada tradición de cronistas de la capital
mexicana. José Joaquín Blanco más cauto en su análisis, sin negar el cordón umbilical
que une a los cronistas, pasa a comparar sus trabajos teniendo como base los cambios
en la narración que las transformaciones de la ciudad imponen:
Al margen de las diferencias resaltadas por Blanco, existen elementos que emparentan
las crónicas de Monsiváis y de Novo, como el humor y la ironía. Al respecto anota el
joven escritor: «Por Novo aprendí que el sentido del humor no difamaba la esencia
nacional ni mortificaba excesivamente a la Rotonda de los hombres ilustres; en Novo
he estudiado la ironía y la sátira y la sabiduría literaria y si no he aprendido nada, don´t
blame him» (Monsiváis, 2012, p. 32). Pero el viejo cronista urbano no es la única fuente
que nutre el estilo de Monsiváis, dos contemporáneos suyos, Luis Prieto y Sergio Pitol,
le conminan con su irreverencia a quebrar su natural solemnidad, ellos expertos en «el
arte de hallar la grotecidad esencial de los demás» y deformar «continua y sistemática-
mente la realidad» no solo le ensenan a divertirse a costa de la formalidad del mundo
académico, sino que además le ensenan a comprender el humorismo que encierra la
obra de Borges.
Fuera de tierras mexicanas, en la lejana Europa, la narrativa inglesa le ofrece ma-
yores posibilidades, entre ellos el novelista Evelyn Waug, nacido a comienzos de siglo
y que muere el mismo año en que Monsiváis escribe su autobiografía. De este inglés
rescata dos novelas: Decadencia y caída escrito en 1928 y Cuerpos viles que aparece dos
años después, en ellas dice «descubrí la sátira, los límites del chiste y el humor de Jardiel
Poncela», este último un dramaturgo español que quebró el humor tradicional y lo doto
de una mayor carga intelectual, un estilo que Waugh hizo suyo y lo uso con destreza
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Una máxima experiencia definitiva fue mi primera visión de Sopa de ganso (Duck soap)
de los hermanos Marxs. En un cine de barriada, mi solemnidad se sintió súbitamente
vejada. Ni Groucho, ni Harpo ni Chico eran como mis maestros de la preparatoria, ni
ninguno de mis compañeros quería ser como ellos. Al pronunciar Groucho esa línea
inmortal: «Señora he pasado una velada inolvidable pero no ha sido esta», y al extraer
Harpo de su bolsillo un soplete encendido para encender el puro de Chico, comprendí
que mi vida había sido irreparablemente dañada. Como volver a contemplar esos in-
mutables rostros de quienes se habían vuelto estatuas del deber y del orden, sin ceder
a la tentación de reproducir un comentario de Groucho? ¿Cómo volver a creer que
solo la parálisis facial garantiza el homenaje de la patria agradecida? (Monsiváis, 2012,
p. 32)
En la autobiografía de 1966 insiste: «Allí aprendí, con los Marx, que la seriedad es un
robo y que el orden aparente, al verse subvertido, manifiesta su pudibunda ridiculez»
(Monsiváis, 2012, p. 54).
La película de los hermanos Marx que tan profunda impresión causo en Monsiváis,
se circunscribe en un horizonte mayor de apertura mexicana a la producción cultural
de su vecino, los Estados Unidos. El dominio de la cultura pop de mediados de siglo
XX que Monsiváis domina con soltura y que nos ofrece todo el tiempo en su autobio-
grafía en formas de retazos de literatura, música, superhéroes infantiles, o simplemente
frases o versos de canciones en inglés, llevan el sello inconfundible estadounidense, al
que Monsiváis y toda su generación que habita en la ciudad de México se entrega sin
remilgos, casi de manera natural. La televisión en primer lugar, y luego la radio, el cine,
la literatura y los comics se convierten desde entonces, para bien y para mal, en avasalla-
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La autobiografía del joven Carlos Monsiváis
Frente a ella, la cultura popular mexicana, que también conoce Monsiváis y usa para
ilustrar algunos pasajes del relato, quedan opacadas, relegadas casi a un rincón exótico
de museo pues el valor que le otorga descansa en el hecho de representar a un México
que se va. Vale cerrar el asunto y el ensayo con un párrafo que encierra su postura y en
el que hace gala de paso de su oficio de irónico cronista:
Nueva York para mí es la ciudad, el lugar donde crecen los estímulos…] me abruma.
Y me abruma admitir que el avión de mexicana podía convertirse en una máquina
del tiempo que me devolvía a un mundo que sigue creyendo en la intocabilidad, en la
intangibilidad. Volví decidido a aceptar mi anacronismo y redimirme en consecuencia.
(Monsiváis, 2012, p. 61)
Referencias
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Marcos Garfias Dávila
Miraux, J-P. (1996). La autobiografía. Las escrituras del yo. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.
Monsiváis, C. (1966). Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos. Carlos
Monsiváis. México: Empresas Editoriales.
Monsiváis, C. (2012) Aproximaciones y reintegros. Carlos Monsiváis. Monterrey: Trilce Ediciones,
Universidad Autónoma de Nuevo León.
Salazar, J. (2006). La ciudad como texto. La crónica urbana de Carlos Monsiváis. Monterrey:
Universidad Autónoma de Nuevo León.
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