Domingo II de Adviento
Domingo II de Adviento
Domingo II de Adviento
Monición de entrada
Saludo inicial: Jesús, el señor, que nos ama y viene a salvarnos, esté con vosotros.
“Preparad el camino del señor, allanad sus senderos”. Esta es la llamada que hoy resuena
en nuestra celebración. Juan el Bautista anuncia en el rio jordán que el Mesías está cerca.
Nosotros, también, queremos hoy escuchar estas palabras que nos llaman a convertirnos
para preparar la venida del señor.
OR
Antes de que Jesús comience su vida pública, Juan el Bautista, se presenta en el desierto
de Judea, cerca del río Jordán, predicando “Convertíos porque está cerca el reino de los
cielos”. Gentes de toda la comarca acudían a oírlo atraídos por la fuerza de su palabra y
su testimonio de vida de profeta humilde. También nosotros, acudimos hoy a escuchar
esas mismas palabras que nos llaman a la conversión, porque la venida del Señor está
cerca.
Hay un refrán que dice “más vale una imagen que mil palabras”; algo así ha debido
entender la liturgia de este domingo al proponernos dos imágenes muy sugestivas. Una
primera es la que nos cuenta el profeta: «Aquel día brotará un renuevo del tronco de Jesé
y de su raíz florecerá un vástago». Se trata de un árbol caído, seco en su tronco…,
pareciera ya sin vida; y, sin embargo, de él brota una rama verde. La imagen de ese
renuevo le sirve al profeta para anunciar la esperanza en Dios. Ante las injusticias y
sufrimientos, el dolor no tiene la última palabra; la vida renacerá, porque Dios mismo
vendrá a hacer justicia a su pueblo. Isaías canta la esperanza en adviento al descubrirnos
que, en un mundo de cansancio, fatigas y pecado, se abre paso, poco a poco, la vida que
hay en Dios. El Señor viene.
Como vemos, no se trata de esperar cruzados de brazos. Juan nos invita a construir un
camino. Eso sí, un camino que pasa por el desierto, que es silencio, escucha, reconciliación
y celebración. Cultivar la intimidad con el Señor es el corazón del adviento. Es igualmente
un camino que pasa por la caridad. El Señor viene, mientras tanto podemos comenzar a
construir una convivencia más fraterna; mientras tanto podemos acoger al otro sin
acusaciones, descalificaciones ni etiquetas, mientras tanto podemos empezar a mirarnos
a la cara sin desconfianza ni sospecha porque somos hermanos. Como dice el após tol,
mientras tanto, se trata de tener en nosotros los mismos sentimientos de Cristo.
Dios está continuamente en camino hacia el hombre, hacia ti, allanando el camino,
llamándote por medio de los profetas como Juan Bautista. Si quieres caminar hacia su
encuentro tienes que hacerlo con frutos de justicia y con la conversión del corazón,
superando los obstáculos de los valores del mundo.
Que el Señor nos ayude a dejar nuestro aislamiento y a salir a su encuentro, para que
unidos a nuestros hermanos acojamos felices su venida.
El domingo pasado se nos pedía una esperanza activa. El Señor viene, pero nosotros
tenemos que ir hacia Él. Esto exige un cambio de mente y de corazón. Es decir, requiere
volvernos a Dios. El mensaje de este segundo domingo de Adviento es la conversión El
primer Isaías anuncia la llegada de los tiempos mesiánicos, en los que brotará un renuevo
del tronco de Jesé. Está hablando de la descendencia de David, cuyo padre precisamente
era Jesé. Anuncia la llegada de tiempos de justicia y de paz. Es la justicia de Dios, basada
en la misericordia y conducente a la paz. En nuestro mundo hay violencia y guerra, crisis
económica, paro, miles de inocentes mueren cada día a consecuencia del hambre. El
profeta anuncia que llegará un día en que la vaca pastará con el oso. Sólo llegará esto
cuando cumplamos las palabras del Apóstol San Pablo a los Romanos, es decir cuando
seamos capaces de “acogernos unánimes” todos, sea cual sea nuestra condición, origen o
raza.
Homilía 3
Algo bueno debemos de tener los hombres, cuando Dios, quiso nacer y hacerse hombre.
Y ¡qué confianza tiene en nosotros Dios, cuando –desde siglos y siglos- ha querido contar
para su obra, con la colaboración del ser humano! Juan Bautista, este domingo y el
próximo, centra nuestra atención. La Historia de la Salvación no es cosa exclusiva de Dios.
Si, El quisiera, por supuesto que la podría llevar a cabo en cuestión de horas, en décimas
de segundos. Pero, Dios, sabe y quiere trabajar en equipo. ¡Hacen falta colaboradores!
Solemos leer con frecuencia a la puerta de muchas iglesias. Juan Bautista representa a
todo aquel que sabe y quiere trabajar con Dios y con Jesús, sin confundir ni perder los
papeles.
El Bautista fue puesto en la antesala de la misión de Jesús. Pero nunca pretendió ni luchó
por el sillón de su Señor. ¡Cuántos “Juanes” necesita la iglesia y hasta el mundo mismo!
Al contrario que el Bautista, nosotros, nos creemos más que nadie. Nos cuesta
doblegarnos, ya no para soltar los cordones de las sandalias del que viene, sino –incluso-
para ayudar o ceder un asiento al que más lo necesita. Juan vivió de una forma
impresionante el adviento. La Palabra de Dios vino sobre él, y cuando la Palabra sopla
con fuerza, cambia la vida de las personas y, también, la de aquellas que rodean al
iluminado por la Palabra. Juan intuía que algo iba a ocurrir. Que el Mesías andaba cerca.
Que había que apresurarse para que, cuando el Señor llegase, encontrase los caminos de
las personas, los rincones de corazones, la claridad de las conciencias y la vida de los
pueblos de aquellos tiempos, a punto: sin baches, sin precipicios peligrosos que
entorpecieran la entrada del Señor. Unos le creían. Otros lo maldecían. Unos le admiraban
y otros… le odiaban.
La historia se repite. Hoy como entonces, la Iglesia, es ese Juan que a los cuatro vientos-
anuncia por activa y por pasiva y hasta la saciedad: ¡convertíos, viene el Señor!
¿Convertirnos? ¿De qué? ¿Y por qué? Rebate el hombre que huye de desiertos o de
saltamontes y que prefiere rascacielos o merluza a la romana. ¡Pues sí! Convertirnos de
los caminos equivocados. Convertirnos de los corazones endurecidos por el paso del
tiempo. Convertirnos de la insensibilidad que nos impide contemplar, por la oración y
en la vida ordinaria, a Dios.
Unos verán la salvación de Dios. Otros se quedarán mirando al sin sentido de los adornos
navideños. Unos seguirán pensando que somos unos ilusos. Otros se abrirán a la fe como
el nacimiento de Juan Bautista entonces, nuestro nacimiento y nuestra misión, entra y
está en los planes de Dios para seguir empleándonos a fondo en la Historia de la
Salvación. Y, el momento que estamos viviendo, es la etapa que Dios nos tenía asignada.
Miremos lo que nos rodea de otra manera; pongamos ilusión en nuestro trabajo;
sembremos con fe lo que llevamos entre manos; demos un margen a Dios. Si Él nos ha
llamado a vivir en este tiempo es porque “algo nuevo” se está cociendo sin que nuestros
ojos lo vean o nuestros sentidos lo perciban.
Llega la Navidad. ¿De qué caminos tenemos que volver? ¿Qué senderos tenemos que
rectificar en nuestra forma de ser, pensar y actuar? Que este adviento nos sirva para saber
que, el Señor, viene y, por El, merece la pena esforzarse en el arreglo de los camino s de
nuestra vida.