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Domingo II de Adviento

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DOMINGO II DE ADVIENTO - A

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Saludo inicial: Jesús, el señor, que nos ama y viene a salvarnos, esté con vosotros.

“Preparad el camino del señor, allanad sus senderos”. Esta es la llamada que hoy resuena
en nuestra celebración. Juan el Bautista anuncia en el rio jordán que el Mesías está cerca.
Nosotros, también, queremos hoy escuchar estas palabras que nos llaman a convertirnos
para preparar la venida del señor.

OR

Nos reunimos para celebrar la Eucaristía en este 2º domingo de Adviento, y la llamada


que hoy resuena en nuestra celebración es: “Preparad el camino del Señor, allanad sus
senderos”.

Antes de que Jesús comience su vida pública, Juan el Bautista, se presenta en el desierto
de Judea, cerca del río Jordán, predicando “Convertíos porque está cerca el reino de los
cielos”. Gentes de toda la comarca acudían a oírlo atraídos por la fuerza de su palabra y
su testimonio de vida de profeta humilde. También nosotros, acudimos hoy a escuchar
esas mismas palabras que nos llaman a la conversión, porque la venida del Señor está
cerca.

Corona de adviento: Comencemos nuestra celebración encendiendo el segundo cirio de


la corona de adviento, en la espera de la venida del Señor.

Tú que viniste a visitar a tu pueblo con la paz: SEÑOR TEN PIEDAD

Tú que viniste a salvar lo que estaba perdido: CRISTO, TEN PIEDAD

Tú que viniste a crear un mundo nuevo: SEÑOR TEN PIEDAD


Homilía 1

Estamos en tiempo de Adviento: éste es el tiempo de la gracia, éste es el tiempo de la


salvación; el tiempo de la paciencia y de la misericordia de Dios, que viene a nosotros
como un recién nacido, lleno del Espíritu de Dios -pues es su Hijo-, para implantar la
justicia y el derecho, para hacernos partícipes de la santidad del mismo Dios. Acogerlo a
Él es acoger a Dios.

Hay un refrán que dice “más vale una imagen que mil palabras”; algo así ha debido
entender la liturgia de este domingo al proponernos dos imágenes muy sugestivas. Una
primera es la que nos cuenta el profeta: «Aquel día brotará un renuevo del tronco de Jesé
y de su raíz florecerá un vástago». Se trata de un árbol caído, seco en su tronco…,
pareciera ya sin vida; y, sin embargo, de él brota una rama verde. La imagen de ese
renuevo le sirve al profeta para anunciar la esperanza en Dios. Ante las injusticias y
sufrimientos, el dolor no tiene la última palabra; la vida renacerá, porque Dios mismo
vendrá a hacer justicia a su pueblo. Isaías canta la esperanza en adviento al descubrirnos
que, en un mundo de cansancio, fatigas y pecado, se abre paso, poco a poco, la vida que
hay en Dios. El Señor viene.

Es este precisamente el anuncio de Juan el Bautista. Aquí tenemos la otra imagen: un


hombre humilde, vestido de una forma austera y con una vida sencilla. No puede pasar
desapercibido. Es la voz que nos invita a preparar el camino al Señor: ese Dios anunciado
por Isaías, ya está cerca. Sus palabras son duras, pero iluminadoras para nosotros que
vivimos en un tiempo en el que el modo de prepararnos a la navidad sufre las
consecuencias de una sociedad materialista.

Juan habla de conversión. Adviento es tiempo de conversión. Y de lo que se trata es de


aquel cambio interior que se traduce en frutos de buenas obras. La conversión no puede
quedar en buenos propósitos, ni se puede reducir a deseos, sino que ha de verse de forma
concreta en la vida. El fruto va más allá de acciones puntuales, por muy buenas que sean.
Hay que rasgar los corazones, no las vestiduras. Es la expresión de un nuevo estilo de
vida según el modelo que es Cristo y sostenidos por su misma presencia. No es suficiente
con no hacer el mal, que ya es mucho, hay que hacer el bien. La conversión consiste, pues,
en salir de nuestro aislamiento, dejar esa soledad egoísta en la que a menudo nos
escondemos para que no nos moleste nadie y abrir nuestro corazón a este Dios que llega.

Como vemos, no se trata de esperar cruzados de brazos. Juan nos invita a construir un
camino. Eso sí, un camino que pasa por el desierto, que es silencio, escucha, reconciliación
y celebración. Cultivar la intimidad con el Señor es el corazón del adviento. Es igualmente
un camino que pasa por la caridad. El Señor viene, mientras tanto podemos comenzar a
construir una convivencia más fraterna; mientras tanto podemos acoger al otro sin
acusaciones, descalificaciones ni etiquetas, mientras tanto podemos empezar a mirarnos
a la cara sin desconfianza ni sospecha porque somos hermanos. Como dice el após tol,
mientras tanto, se trata de tener en nosotros los mismos sentimientos de Cristo.

Dios está continuamente en camino hacia el hombre, hacia ti, allanando el camino,
llamándote por medio de los profetas como Juan Bautista. Si quieres caminar hacia su
encuentro tienes que hacerlo con frutos de justicia y con la conversión del corazón,
superando los obstáculos de los valores del mundo.

Que el Señor nos ayude a dejar nuestro aislamiento y a salir a su encuentro, para que
unidos a nuestros hermanos acojamos felices su venida.

Que así sea.


Homilía 2

El domingo pasado se nos pedía una esperanza activa. El Señor viene, pero nosotros
tenemos que ir hacia Él. Esto exige un cambio de mente y de corazón. Es decir, requiere
volvernos a Dios. El mensaje de este segundo domingo de Adviento es la conversión El
primer Isaías anuncia la llegada de los tiempos mesiánicos, en los que brotará un renuevo
del tronco de Jesé. Está hablando de la descendencia de David, cuyo padre precisamente
era Jesé. Anuncia la llegada de tiempos de justicia y de paz. Es la justicia de Dios, basada
en la misericordia y conducente a la paz. En nuestro mundo hay violencia y guerra, crisis
económica, paro, miles de inocentes mueren cada día a consecuencia del hambre. El
profeta anuncia que llegará un día en que la vaca pastará con el oso. Sólo llegará esto
cuando cumplamos las palabras del Apóstol San Pablo a los Romanos, es decir cuando
seamos capaces de “acogernos unánimes” todos, sea cual sea nuestra condición, origen o
raza.

En el evangelio Juan el Bautista aparece en el desierto. El desierto no es un lugar de


muerte, sino de vida. Frecuentemente el desierto ha sido considerado como lugar
privilegiado de encuentro con Dios. Los Santos Padres se retiraron al desierto buscando
allí la presencia de Dios. Hoy, sin embargo, la palabra «desierto» tiene para nosotros otras
connotaciones no tan positivas. ¡Cuántos desiertos hay a nuestro alrededor! Desde el que
sufre el inmigrante que ha dejado su patria y no acaba de encontrar el trabajo que busca,
hasta los hombres y mujeres que viven el desamor de una familia desestructurada,
pasando por los niños y ancianos desatendidos porque hay otras prioridades que
atender… ¡Cuánta soledad, vacío y desesperación! Estos son los desiertos de nuestro
tiempo, quizás también los tuyos. El lugar inhóspito se convertirá en un lugar de
salvación gracias a la intervención de Dios. El Señor trae la paz y la justicia
abundantemente como proclama el Salmo 71, pero espera nuestra colaboración. En los
momentos de dificultades y problemas… recuerda el desierto de Juan el Bautista… ¿Qué
situaciones de desierto existen en tu vida?

En este Adviento tenemos la oportunidad de pararnos y preguntarnos: ¿qué camino


estamos siguiendo, el falso o el que conduce a la felicidad? Si vivimos obsesionado por el
dinero, el placer, la vanagloria, el pensar sólo en nosotros mismos, nos estamso
equivocando. Esto no nos hace feliz. Tenemos la oportunidad de rectificar y allanar
nuestro camino. ¿Cómo podemos preparar el camino que conduce a Jesús, qué piedras
son las que nos hacen tropezar, qué baches son los que nos encontramos? Sólo si tenemos
ilusión y ganas por llegar a la meta, podremos alcanzarla. No lo haremos solo, pues hay
otros muchos que nos acompañan.
Aprovechemos este tiempo de Adviento, tratemos de prepararnos para la Navidad como
nos lo pide el Bautista y veremos qué es lo que vale la pena, si seguir la voz del Señor o
dejarnos embaucar por tantas sirenas que nos ofrecen la felicidad.

Homilía 3

Algo bueno debemos de tener los hombres, cuando Dios, quiso nacer y hacerse hombre.
Y ¡qué confianza tiene en nosotros Dios, cuando –desde siglos y siglos- ha querido contar
para su obra, con la colaboración del ser humano! Juan Bautista, este domingo y el
próximo, centra nuestra atención. La Historia de la Salvación no es cosa exclusiva de Dios.
Si, El quisiera, por supuesto que la podría llevar a cabo en cuestión de horas, en décimas
de segundos. Pero, Dios, sabe y quiere trabajar en equipo. ¡Hacen falta colaboradores!
Solemos leer con frecuencia a la puerta de muchas iglesias. Juan Bautista representa a
todo aquel que sabe y quiere trabajar con Dios y con Jesús, sin confundir ni perder los
papeles.

El Bautista fue puesto en la antesala de la misión de Jesús. Pero nunca pretendió ni luchó
por el sillón de su Señor. ¡Cuántos “Juanes” necesita la iglesia y hasta el mundo mismo!
Al contrario que el Bautista, nosotros, nos creemos más que nadie. Nos cuesta
doblegarnos, ya no para soltar los cordones de las sandalias del que viene, sino –incluso-
para ayudar o ceder un asiento al que más lo necesita. Juan vivió de una forma
impresionante el adviento. La Palabra de Dios vino sobre él, y cuando la Palabra sopla
con fuerza, cambia la vida de las personas y, también, la de aquellas que rodean al
iluminado por la Palabra. Juan intuía que algo iba a ocurrir. Que el Mesías andaba cerca.
Que había que apresurarse para que, cuando el Señor llegase, encontrase los caminos de
las personas, los rincones de corazones, la claridad de las conciencias y la vida de los
pueblos de aquellos tiempos, a punto: sin baches, sin precipicios peligrosos que
entorpecieran la entrada del Señor. Unos le creían. Otros lo maldecían. Unos le admiraban
y otros… le odiaban.

La historia se repite. Hoy como entonces, la Iglesia, es ese Juan que a los cuatro vientos-
anuncia por activa y por pasiva y hasta la saciedad: ¡convertíos, viene el Señor!
¿Convertirnos? ¿De qué? ¿Y por qué? Rebate el hombre que huye de desiertos o de
saltamontes y que prefiere rascacielos o merluza a la romana. ¡Pues sí! Convertirnos de
los caminos equivocados. Convertirnos de los corazones endurecidos por el paso del
tiempo. Convertirnos de la insensibilidad que nos impide contemplar, por la oración y
en la vida ordinaria, a Dios.

Unos verán la salvación de Dios. Otros se quedarán mirando al sin sentido de los adornos
navideños. Unos seguirán pensando que somos unos ilusos. Otros se abrirán a la fe como
el nacimiento de Juan Bautista entonces, nuestro nacimiento y nuestra misión, entra y
está en los planes de Dios para seguir empleándonos a fondo en la Historia de la
Salvación. Y, el momento que estamos viviendo, es la etapa que Dios nos tenía asignada.
Miremos lo que nos rodea de otra manera; pongamos ilusión en nuestro trabajo;
sembremos con fe lo que llevamos entre manos; demos un margen a Dios. Si Él nos ha
llamado a vivir en este tiempo es porque “algo nuevo” se está cociendo sin que nuestros
ojos lo vean o nuestros sentidos lo perciban.

Llega la Navidad. ¿De qué caminos tenemos que volver? ¿Qué senderos tenemos que
rectificar en nuestra forma de ser, pensar y actuar? Que este adviento nos sirva para saber
que, el Señor, viene y, por El, merece la pena esforzarse en el arreglo de los camino s de
nuestra vida.

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