Abrir Caminos Nuevos
Abrir Caminos Nuevos
Abrir Caminos Nuevos
Lucas ha resumido su mensaje con este grito tomado del profeta Isaías:
"Preparad el camino del Señor". ¿Cómo escuchar ese grito en la Iglesia de
hoy? ¿Cómo abrir caminos para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo
podamos encontrarnos con él? ¿Cómo acogerlo en nuestras comunidades?
Lucas tiene interés en precisar con detalle los nombres de los personajes que
controlan en aquel momento las diferentes esferas del poder político y religioso.
Ellos son quienes lo planifican y dirigen todo. Sin embargo, el acontecimiento
decisivo de Jesucristo se prepara y acontece fuera de su ámbito de influencia y
poder, sin que ellos se enteren ni decidan nada.
Por eso, algunos profetas añoraban tanto el desierto, símbolo de una vida más
sencilla y mejor enraizada en lo esencial, una vida todavía sin distorsionar por
tantas infidelidades a Dios y tantas injusticias con el pueblo. En este marco del
desierto, el Bautista anuncia el símbolo grandioso del «Bautismo», punto de
partida de conversión, purificación, perdón e inicio de vida nueva.
En Jerusalén todo discurre con relativa paz. José Caifás, sumo sacerdote desde
el año 18, se entiende bien con Pilato. Ambos logran mantener un difícil
equilibrio que garantiza los intereses del imperio y los del templo.
Pero, mientras todo «marcha bien», ¿quién se acuerda de las familias que van
perdiendo sus tierras en Galilea?, ¿quién piensa en los indigentes que no
encuentran sitio en el imperio?, ¿adónde pueden acudir los pobres si desde el
templo nadie los defiende? Allí no reina Dios sino Tiberio, Antipas, Pilato y
Caifás. No hay sitio para nadie que se preocupe de los últimos.
Ante esta situación, Dios tiene algo que decir. Su palabra no se escucha en la
villa imperial de Capri. Nadie la oye en el palacio herodiano de Tiberíades ni en
la residencia del prefecto romano de Cesarea. Tampoco se deja oír en el recinto
sagrado del templo. La Palabra de Dios vino sobre Juan, en el desierto.
Ésta es nuestra tragedia. Instalados en una sociedad que para nosotros «va
bien», disfrutando de una religión que da seguridad, nos vamos desviando de lo
esencial. Nuestro bienestar está «bloqueando» el camino a Dios. Para cambiar
el mundo hemos de cambiar nuestra vida: hacerla más responsable y solidaria,
más generosa y sensible a los que sufren.
Cuando la voz de Dios viene del «desierto», no nos llega distorsionada por los
intereses económicos, políticos y religiosos que, casi siempre, lo enredan todo.
Es una voz limpia y clara, que habla a todos de lo esencial, no de nuestras
disputas, intrigas y estrategias.
Casi siempre lo esencial consiste en pocas cosas, sólo las necesarias. Así es el
mensaje de Juan: «Poneos ante Dios y reconoced cada uno vuestro pecado.
Sospechad de vuestra inocencia. Id a la raíz». Cada uno somos, de alguna
manera, cómplices de las injusticias y egoísmos que hay entre nosotros. Cada
creyente, tenemos algo que ver con la infidelidad de la Iglesia al Evangelio.
Búsqueda personal. Para muchos, Dios está hoy como oculto y encubierto por
toda clase de prejuicios, dudas, malos recuerdos de la infancia o experiencias
religiosas negativas. ¿Cómo descubrirlo? Lo importante no es pensar en la
Iglesia, los curas, la misa o la moral sexual. Lo primero es abrir el corazón y
buscar al Dios vivo que se nos revela en Jesucristo. Dios se deja encontrar por
los que lo buscan.
No es extraño que la pregunta aflore entre los estudiosos del hecho religioso:
¿Se puede ser cristiano en la posmodernidad? (ver el excelente trabajo de J.
Martín Velasco, Ser cristiano en una cultura posmoderna (Ed. PPC, Madrid
1997)). Ciertamente, de poco sirve en este contexto cultural una religión donde
se reza sin comunicarse con Dios, se comulga sin comulgar con nadie, se
asiste a misa sin celebrar nada vital. Una religión donde hay de todo, pero
donde queda fuera precisamente Dios.