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Tema 4

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Tema 4

La contracara de la modernidad
Ficciones y voces de los “otros” de la modernización

a) Memoria de las mujeres y construcción de voz literaria


femenina
Teresa de la Parra. Influencia de las mujeres en la formación del alma
americana (1929).
María Luisa Bombal. La amortajada (1938).

b) El problema de lo indígena y las tradiciones culturales


vencidas
Juan Rulfo. Pedro Páramo (1955).
Memoria de las mujeres y construcción
de voz literaria femenina

Teresa de la Parra. Memorias de la mamá Blanca


(1930).
María Luisa Bombal. La amortajada (1938).
Modernización: transformación en roles de género

• Modernización urbana: redefinición de figuras de la


masculinidad y feminidad
• Ingreso de mujeres en trabajo y educación secundaria
• Siglo XIX: mujeres divididas en señoras y criadas
• Principios XX: salen de espacio privado
• Maestras, oficinistas, dependientas, empleadas de hogar,
obreras… Nuevas figuras e imágenes de la mujer
• Surgimiento de espacios culturales que ponen a circular
imágenes de ‘nueva mujer’: revistas de moda,
cinematógrafo, novela rosa…
Imágenes de la mujer en cultura moderna

• Multiplicidad de discursos que tratan de construir


culturalmente el cuerpo y la subjetividad de la ‘nueva
mujer’
• Novela rosa y folletín: construcción de lo femenino como
espacio patologizado de debilidad y fragilidad
• Screwball, comedia americana: imagen de mujer
independiente, dueña de su destino pero finalmente
reintegrada al orden social mediante el matrimonio.
• Imágenes polarizadas: mujer-niña / madre
• Imágenes amenazantes: mujer fatal (dueña de deseo
incontrolable que aboca a la destrucción)
Virginia Woolf. Una habitación propia, 1929.
“¿Tenéis alguna noción de cuántos libros se escriben al año sobre las
mujeres? ¿Tenéis alguna noción de cuántos están escritos por hombres?
¿Os dais cuenta de que sois quizás el animal más discutido del universo?
Yo había venido equipada con cuaderno y lápiz para pasarme la mañana
leyendo, pensando que al final de la mañana habría transferido la verdad a
mi cuaderno. Pero tendría yo que ser un rebaño de elefantes y una selva
llena de arañas, pensé recurriendo desesperadamente a los animales
que tienen fama de vivir más años y tener más ojos, para llegar a leer
todo esto.

(…) ¿Por qué atraen las mujeres mucho más el interés de los hombres
que los hombres el de las mujeres? Parecía un hecho muy curioso y mi
mente se entretuvo tratando de imaginar la vida de los hombres que se
pasaban el tiempo escribiendo libros sobre las mujeres; ¿eran viejos o
jóvenes?, ¿casados o solteros?, ¿tenían la nariz roja o una joroba en la
espalda?”
¿En qué condiciones vivían las mujeres?, me pregunté; porque la novela, es decir, la obra de
imaginación, no cae al suelo como un guijarro, como quizás ocurra con la ciencia. La obra de
imaginación es como una tela de araña: está atada a la realidad, leve, muy levemente
quizá, pero está atada a ella por las cuatro puntas.

(…) escribir una obra genial es casi una proeza de una prodigiosa dificultad. Todo está en
contra de la probabilidad de que salga entera e intacta de la mente del escritor. Las
circunstancias materiales suelen estar en contra. Los perros ladran; la gente interrumpe; hay que
ganar dinero; la salud falla. La notoria indiferencia del mundo acentúa además estas
dificultades y las hace más pesadas aún de soportar.

Pero, para la mujer, pensé mirando los estantes vacíos, estas dificultades eran
infinitamente más terribles. Para empezar, tener una habitación propia, ya no digamos una
habitación tranquila y a prueba de sonido, era algo impensable aun a principios del siglo
diecinueve, a menos que los padres de la mujer fueran excepcionalmente ricos o muy nobles.
Estas dificultades materiales eran enormes; peores aún eran las inmateriales. La
indiferencia del mundo, que Keats, Flaubert y otros han encontrado tan difícil de soportar, en
el caso de la mujer no era indiferencia, sino hostilidad. El mundo no le decía a ella como les
decía a ellos: «Escribe si quieres; a mí no me importa nada.» El mundo le decía con una
risotada: «¿Escribir? ¿Para qué quieres tú escribir?»
Sor Juana Inés de la Cruz.
Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. 1691

"Pues ¿qué os pudiera contar, Señora, de los secretos naturales que


he descubierto estando guisando? Veo que un huevo se une y fríe
en la manteca o aceite y, por contrario, se despedaza en el almíbar;
ver que para que el azúcar se conserve fluida basta echarle una muy
mínima parte de agua en que haya estado membrillo u otra fruta
agria; ver que la yema y clara de un mismo huevo son tan contrarias,
que en los unos, que sirven para el azúcar, sirve cada una de por sí y
juntos no. Por no cansaros con tales frialdades, que sólo refiero por
daros entera noticia de mi natural y creo que os causará risa; pero,
señora, ¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina?
Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y
aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo estas cosillas: Si
Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito."
Teresa
de la Parra
1889-1936
Venezuela
1900-1910. Vive en Mislata y
estudia en el Sagrado Corazón
de Godella
Ifigenia. (Diario de una señorita que
escribió porque se fastidiaba). 1924.
Conferencias dadas en Colombia,
1930

La crisis por la que atraviesan hoy


las mujeres no se cura predicando
la sumisión como se hacía en los
tiempos en los que la vida mansa
podía encerrarse toda dentro de las
puertas de la casa. La vida actual, la
del automóvil conducido por su
dueña, la del teléfono, la de la prensa
y los viajes, no respeta puertas
cerradas.
• Creo en general, a la inversa de las sufragistas, que las mujeres debemos
agradecerles mucho a los hombres el que hayan tenido la abnegación de
acaparar de un todo para ellos el oficio de políticos. Me parece que junto
con el de los mineros de carbón es uno de los más duros y menos limpios
que existen. ¿A qué reclamarlo?
• Mi feminismo es moderado. Para demostrarlo y para tratar, señores, ese
punto tan delicado, el de los nuevos derechos que la mujer moderna
debe adquirir, no por revolución brusca y destructora, sino por
evolución noble que conquista educando y aprovechando las fuerzas
del pasado, para tratar ese punto había comenzado por preparar en tres
conferencias una especie de ojeada histórica sobre la abnegación
femenina en nuestros países, o sea la influencia oculta y feliz que
ejercieron las mujeres durante la Conquista, la Colonia y la
Independencia.
• Yo creo que mientras los políticos, los militares, los
periodistas y los historiadores pasan la vida
poniendo etiquetas de antagonismos sobre las
cosas, los jóvenes, el pueblo y sobre todo las
mujeres, que somos numerosas y muy
desordenadas, nos encargamos de barajar las
etiquetas estableciendo de nuevo la cordial
confusión.
• Las mujeres que figuran en la formación de nuestra
sociedad americana imprimiéndole su sello suave y
hondo son innumerables, son todas. Creo que
pueden dividirse en tres vastos grupos. Las de la
Conquista: son las dolorosas crucificadas por el
choque de las razas. Las de la Colonia: son las
místicas y las soñadoras. Las de la Independencia:
son las inspiradoras y las realizadoras.
Mujeres en la conquista

• Frente a Isabel la Católica del lado acá del mar,


vemos pasar discretas y veladas por los relatos de los
cronistas de Indias, la dulce teoría de las primitivas
fundadoras. Sus vidas humildes llenas de
sufrimiento y de amor no se relatan. Apenas se
adivinan. Casi todas son indias y están bautizadas
con nombres castellanos. Muchas son princesas.
Marina/Malinche
• Difícilmente podemos figurarnos la impresión deslumbradora que debió de
producir en la imaginación de doña Marina la persona de Cortés. Poderoso
dios blanco, hijo del sol y de la luna (según creencia común de todos los
indios), (…). Si para los indios Cortés era el anticristo azteca, sus armas,
caballos y soldados monstruos de un apocalipsis de desolación y de muerte,
para las indias como doña Marina era sin duda el Mesías.
• (…) Poco o nada debía doña Marina a los suyos. Su madre la había vendido
para despojarla. En su amargo rodar de pueblo en pueblo había conocido
entre lágrimas la condición de las mujeres humildes de su raza. Relegadas a
los más viles trabajos, maltratadas, vendidas por los hombres de unos a
otros como víctimas para los sacrificios cuando niñas, como esclavas, para
el matrimonio, cuando adultas, iban sin duda a mejorar de situación bajo
aquellos nuevos dueños que adoraban un ídolo femenino con un niño en los
brazos. Al aliarse con tanto ardor a Cortés y a la causa de los blancos contra
los suyos, doña Marina, obedeciendo a imperativos revolucionarios iniciaba
en alas de su amor, la futura reconciliación de las dos razas e iniciaba además
en América aunque en forma muy rudimentaria aún, la primera campaña
feminista.
María Luisa Bombal
1910-1980
Chile
Punto de vista otro

Y luego que hubo anochecido se le entreabrieron los


ojos. Oh, un poco, muy poco. Era como si
quisiera mirar escondida detrás de sus largas
pestañas.
A la llama de los altos cirios, cuantos la velaban se
inclinaron, entonces, para observar la limpieza y
la transparencia de aquella franja de pupila que la
muerte no había logrado empañar.
Respetuosamente maravillados se inclinaban, sin
saber que ella los veía. Porque Ella veía, sentía.
Mujer: cuerpo inerte en decorado. Cuerpo femenino
cosificado

Es así como se ve inmóvil, tendida boca arriba en el amplio lecho


revestido ahora de las sábanas bordadas, perfumadas de espliego, que se
guardan siempre bajo llave y se ve envuelta en aquel batín de raso
Manco que solía volverla tan grácil.
Levemente cruzadas sobre el pecho y oprimiendo un crucifijo, vislumbra
sus manos; sus manos que han adquirido la delicadeza frívola de dos
palomas sosegadas.
Ya no le incomoda bajo la nuca esa espesa mata de pelo que durante su
enfermedad se iba volviendo, minuto por minuto, más húmeda y más
pesada.
Consiguieron, al fin, desenmarañarla, alisarIa, dividirla sobre la frente.
Han descuidado, es cierto, recogerla.
Pero ella no ignora que la masa sombría de una cabellera desplegada
presta a toda mujer extendida y durmiendo un ceño de misterio, un
perturbador encanto.
Y de golpe se siente sin una sola arruga, pálida y bella como nunca.
Objeto/Sujeto de enunciación

¿Qué día fue? No logro precisar el momento en que empezó esa


dulce fatiga.
Imaginé, al principio, que la primavera se complacía, así, en
languidecerme. Una primavera todavía oculta bajo el suelo
invernal, pero que respiraba a ratos, mojada y olorosa, por los
poros entrecerrados de la tierra.
Recuerdo. Me sentía floja, sin deseos, el cuerpo y el espíritu
indiferentes, como saciados de pasión y dolor.
Suponiéndolo una tregua, me abandoné a ese inesperado sosiego.
iNo apretaría mañana con mis inquina el tormento?
Dejé de agitarme, de andar.
Y aquella languidez, aquel sopor iban creciendo, envolviéndome
solapadamente, día a día. (…)
Escribir desde el cuerpo

Durante unos días viví aturdida por la felicidad.


Me habías marcado para siempre. Aunque la
repudiaras, seguías poseyendo mi carne
humillada, acariciándola con tus manos ausentes,
modificándola.
Ni un momento pensé en las consecuencias de todo
aquello. No pensaba sino en gozar esa presencia
tuya en mis entrañas. Y escuchaba tu beso, lo
dejaba crecer dentro de mí.
Lo sensorial como materia narrativa y autobiográfica

• Entrada ya la primavera, hice colgar mi hamaca entre


dos avellanos. Permanecía recostada horas enteras.
• Ignoraba por qué razón el paisaje, Ias cosas, todo se
me volvía motivo de distracción, goce plácidamente
sensual: la masa oscura y ondulante de la selva
inmovilizada en el horizonte, como una ola
monstruosa, lista para precipitarse; el vuelo de las
palomas, cuyo ir y venir rayaba de sombras fugaces el
libro abierto sobre mis rodillas; el canto intermitente
del aserradero -esa nota aguda, sostenida y dulce, igual
al zumbido de un colmenar- que hendía el aire hasta
las casas cuando la tarde era muy límpida.
Construcción de una subjetividad alternativa con respecto a
normalización subjetiva

Desde entonces viví a la espera de las lágrimas.


Las aguardaba como se aguarda la tormenta en los
días ardoroso del estío. Y una palabra áspera, una
mirada demasiado dulce, me abrían la esclusa del
llanto.
Así vivía, confinada en mi mundo físico.
Cruce de voces y perspectivas

¡Tú, muerta!
Tú incorporada, en un breve segundo, a esa raza
implacable que nos mira agitarnos, desdeñosa e
inmóvil.
Tú, minuto por minuto cayendo un poco más en el
pasado. Y las substancias vivas de que estabas
hecha, separándose, escurriéndose por cauces
distintos, como ríos que no lograran jamás volver
sobre su curso. ¡Jamás!
Pasaron lo años en que se retrajo y se fue viendo
día a día más limitada y mezquina.
¿Por qué, por qué la naturaleza de la mujer ha de
ser tal que tenga que ser siempre un hombre el
eje de su vida?
Los hombres, ellos, logran poner su pasión en
otras cosas. Pero el destino de las mujeres es
remover una pena de amor en una cama
ordenada, ante una tapicería inconclusa.
Recusación de estereotipos tradicionales
sobre la subjetividad femenina

Y el odio vino entonces a prolongar el lazo que la


unía a Antonio.
El odio, sí, un odio silencioso que en lugar de
consumirla la fortificaba. Un odia que la hacia
madurar grandiosos proyectos, casi siempre
abortados en mezquinas venganzas.
El odio, sí, el odio, bajo cuya ala sombra respiraba,
dormía reía; el odio, su fin, su mejor ocupación.
Un odio que las victorias no amainaban, que
enardecían, como si la enfureciera encontrar tan
poca resistencia.
Y ya no deseaba sino quedarse crucificada a la tierra, sufriendo
y gozando en su carne el ir y venir de lejanas, muy lejanas
mareas; sintiendo crecer la hierba, emerger islas nuevas y
abrirse, en otro continente, la flor ignorada que no vive
sino en un día de eclipse. Y sintiendo ah bullir y estallar
soles, y derrumbarse, quien sabe adónde, montañas gigantes
de arena.
Lo juro. No tentó a la amortajada el menor deseo de
incorporarse. Sola, podría, al fin, descansar, morir.

Había sufrido la muerte de los vivos. Ahora anhelaba la


inmersión total, la segunda muerte: la muerte de los
muertos.
El problema de lo indígena y las
tradiciones culturales vencidas
Juan Rulfo. Pedro Páramo (1955).
Recusación de la modernidad y cultura indígenas

• Procesos modernización: racionalización y


mecanización de la vida social y de la producción
• Filosofías y pensamientos de la modernidad europea:
describen procesos de modernización y recusan sus
efectos (Marx, Nietzsche, Freud).
• América Latina: recusación de los efectos negativos de
la modernidad (automatización, racionalismo técnico)

Culturas indígenas (y culturas negras) como alternativas


a ese proceso de racionalización
Reivindicación de lo indígena
• Literatura indigenista: intelectuales blancos o
mestizos escriben sobre mundo indígena
1/ Despertar conciencia general sobre las
condiciones de sectores oprimidos
2/ Establecer los valores de las culturas indígenas
como opuestos y alternativas a valores indígenas

• José Carlos Mariátegui: asocia indigenismo


literario con culto europeo por lo exótico
Americanismo /exotismo
• Identifica América Latina con la naturaleza y sus rasgos (exuberancia,
caos, incontrolable…) oponiéndola a la civilización europea
(ordenada, controlable, razonable…)
• Conceptualiza elementos de culturas indígenas como mágicos (la
circularidad del tiempo, la conexión causal extremada).

• En la relación con el otro.


-Permite justificar relación de superioridad intelectual con países del
Sur.
-Permite legitimar prácticas de dominación económica, militar e
intelectual.
• En la relación consigo mismo.
-Permite eliminar la angustia de la diferencia, dando una representación
simple a lo desconocido e integrándolo en un sistema homogéneo.
-Permite definir la propia identidad por oposición al otro. Cuanto más
diferente sea su cultura, más nos servirá para definir diferencialmente
la nuestra.
Indigenismo / negritud /nativismo
• Recogen esas representaciones y tratan de darles un significado
positivo.
• Negritud (Senghor, Cesaire): identifican valores tradicionalmente
asociados a los negros (irracionalismo, fuerza bruta, conexión con
la naturaleza, sensualidad, presentismo…) como elementos positivos.
• Indigenismo: construcción de utopía arcaica basada en
representación idealizada del pasado, basada en tópicos coloniales
pero positivizados.
• Nativismo: formas artísticas que tratan de recuperar formas de
comunicación y expresión anteriores a la colonización.
Reivindicación discurso auténticamente indígena.

• Todos ellos: basados en construcción esencialista de la oposición


colonizadores / colonizados.
Alienación del sujeto colonial
• Franz Fanon. Piel negra, máscaras blancas.
Sujeto colonial: recibe e interioriza todas esas representaciones sobre
sí mismo: “el alma negra es una construcción del blanco”.
Ideas de mimetismo y asimilación: identificación del colonizado
como las representaciones del colonizador sobre la propia
situación colonial. Deseo de ‘enblanquecerse’.
Neurosis del colonizado: representa el mundo desde una posición que
lo representa como el otro.
Violencia simbólica de la colonización: el negro padece negrofobia:
cultural y simbólicamente comparte obsesiones, imágenes y
prejuicios con el blanco. Se identifica con su folklore, donde el
negro es portador de un ‘pecado original’.
Miguel Ángel Asturias: Leyendas de Guatemala
(1930), Hombres de maíz (1949)
Exploración psicología indígena
Rosario Castellanos: Balún Canan (1957)
Contraposición ideas europeas e indígenas sobre
la tierra. Ideas indígenas naturales en su medio
ambiente.
José María Arguedas (1958): Los ríos profundos
Mundo quechua desde niño mestizo que trata de
ser asimilado
Ángel Rama, Transculturación narrativa en América Latina

Cultura latinoamericana posee energía


transformadora basada en dos matrices
culturales.
1/ la tradición heredada del pasado de la
propia cultura latinoamericana, de las
culturas precolombinas y de las
tradiciones indígenas
2/las aportaciones modernizadoras de la
cultura universal.
La transculturación narrativa, es el
proceso de síntesis en que se reelaboran
esas dos matrices en tres ámbitos
diferentes:
1/ el nivel de la lengua;
2/ el nivel de la estructuración literaria
3/ el nivel de la cosmovisión
Idea de transculturación

• Principio de selectividad: la cultura es capaz de


seleccionar, autónoma e intencionadamente, ciertos
materiales para su reelaboración.
• 1/ elementos seleccionados de la tradición autóctona
son aquellos que permiten consolidación identitaria
de un pasado profundamente arraigado.
• 2/ elementos seleccionados de la cultura moderna:
elementos críticos y recusatorios respecto a esa
cultura. Por ejemplo el irracionalismo de las
vanguardias, la crítica marxista…
Autorretrato de Juan
Rulfo en el Nevado de
Toluca, 1940
Caspar David Friedrich.
El caminante sobre el mar de
nubes (1817–1818)
Bajo el puente de
Nonoalco.
Las gentes, los
indígenas y sus
acostumbradas
vidas. Década
1950
Pedro Páramo
Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro
Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en
cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues
ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. «No dejes de ir
a visitarlo -me recomendó-. Se llama de otro modo y de este otro. Estoy
segura de que le dará gusto conocerte.» Entonces no pude hacer otra
cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí
diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de
sus manos muertas.
Todavía antes me había dicho:
-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a
darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo
caro.
-Así lo haré, madre.
Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a
llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me
fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor
llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.
Metáfora infernal
Violencia sin causa
-Hace calor aquí -dije.
-Sí, y esto no es nada -me contestó el otro-. Cálmese. Ya lo
sentirá más fuerte cuando lleguemos a Comala. Aquello está
sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno.
Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al
llegar al infierno regresan por su cobija.
-¿Conoce usted a Pedro Páramo? -le pregunté.
Me atreví a hacerlo porque vi en sus ojos una gota de
confianza.
-¿Quién es? -volví a preguntar.
-Un rencor vivo -me contestó él.
Y dio un pajuelazo contra los burros, sin necesidad, ya que
los burros iban mucho más adelante de nosotros,
encarrerados por la bajada.
Modernidad/ ruido /sordera
Comala/ silencio /escucha

Volvió a darme las buenas noches. Y aunque no


había niños jugando, ni palomas, ni tejados azules,
sentí que el pueblo vivía. Y que si yo escuchaba
solamente el silencio, era porque aún no estaba
acostumbrado al silencio; tal vez porque mi
cabeza venía llena de ruidos y de voces.
De voces, sí. Y aquí, donde el aire era escaso, se
oían mejor. Se quedaban dentro de uno, pesadas.
Me acordé de lo que me había dicho mi madre.
«Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti.
Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos
que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha
tenido alguna voz.» Mi madre... la viva.
-Ella me avisó que usted vendría. Y hoy
precisamente. Que llegaría hoy.
-¿Quién? ¿Mi madre?
-Sí. Ella. (…)
-Mi madre -dije-, mi madre ya murió.
-Entonces ésa fue la causa de que su voz se
oyera tan débil, como si hubiera tenido
que atravesar una distancia muy larga
para llegar hasta aquí. Ahora lo entiendo.
Comala/ voces de los muertos
No, no era posible calcular la hondura del silencio que produjo
aquel grito. Como si la tierra se hubiera vaciado de su aire.
Ningún sonido; ni el del resuello, ni el del latir del corazón;
como si se detuviera el mismo ruido de la conciencia. Y cuando
terminó la pausa y volví a tranquilizarme, retornó el grito y se
siguió oyendo por un largo rato: «Déjenme aunque sea el derecho
de pataleo que tienen los ahorcados!».
(…) -Tal vez sea algún eco que está aquí encerrado. En este cuarto
ahorcaron a Toribio Aldrete hace mucho tiempo. Luego
condenaron la puerta, hasta que él se secara; para que su cuerpo
no encontrara reposo. No sé cómo has podido entrar, cuando no
existe llave para abrir esta puerta.
-Fue doña Eduviges quien abrió. Me dijo que era el único cuarto que
tenía disponible:
-¿Eduviges Dyada?
-Ella.
-Pobre Eduviges. Debe de andar penando todavía.
Material narrativo: voces de mundo pasado arrasado por la modernidad

-Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran cerrados en el
hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes
que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya
muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el
uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en que estos sonidos se
apaguen.
(…) Hubo un tiempo que estuve oyendo durante muchas noches el rumor
de una fiesta. Me acerqué para ver el mitote aquel y vi esto: lo que
estamos viendo ahora. Nada. Nadie. Las calles tan solas como
ahora. Luego dejé de oírla.
Sí. Este pueblo está lleno de ecos. Yo ya no me espanto. Oigo el
aullido de los perros y dejo que aúllen. (…) Y lo peor de todo es
cuando oyes platicar a la gente, como si las voces salieran de
alguna hendidura y, sin embargo, tan claras que las reconoces.
(…) -¿Está usted viva, Damiana? ¡Dígame, Damiana!
Y me encontré de pronto solo en aquellas calles vacías. (…)
-¡Damiana! -grité-. ¡Damiana Cisneros!
Me contestó el eco: «¡... ana... neros...! ¡... ana... neros...!».
Indeterminación de las voces

-¿Eres tú la que ha dicho todo eso, Dorotea?


-¿Quién, yo? Me quedé dormida un rato. ¿Te siguen asustando?
-Oí a alguien que hablaba. Una voz de mujer. Creí que eras tú.
-¿Voz de mujer? ¿Creíste que era yo? Ha de ser la que habla sola.
La de la sepultura grande. Doña Susanita. Está aquí enterrada
a nuestro lado. Le ha de haber llegado la humedad y estará
removiéndose entre el sueñ0.
-¿Y quién es ella?
-La última esposa de Pedro Páramo. Unos dicen que estaba
loca. Otros, que no. La verdad es que ya hablaba sola desde en
vida.
-Debe haber muerto hace mucho.
Un saber otro: la locura

«Mi cuerpo se sentía a gusto sobre el calor de la arena. Tenía los ojos
cerrados, los brazos abiertos, desdobladas las piernas a la brisa del
mar. Y el mar allí enfrente, lejano, dejando apenas restos de
espuma en mis pies al subir de su marea...»
Ahora sí es ella la que habla, Juan Preciado. No se te olvide decirme
lo que dice.
«... Era temprano. El mar corría y bajaba en olas. Se desprendía de su
espuma y se iba, limpio, con su agua verde, en ondas calladas.»
-En el mar sólo me sé bañar desnuda -le dije. Y él me siguió el primer
día, desnudo también, fosforescente al salir del mar. No había
gaviotas; sólo esos pájaros que les dicen «picos feos», que gruñen
como si roncaran y que después de que sale el sol desaparecen.
Él me siguió el primer día y se sintió solo, a pesar de estar yo allí.
La muerte del narrador
El calor me hizo despertar al filo de la medianoche. Y el sudor. El cuerpo
de aquella mujer hecho de tierra, envuelto en costras de tierra, se
desbarataba como si estuviera derritiéndose en un charco de lodo. Yo
me sentía nadar entre el sudor que chorreaba de ella y me faltó el aire
que se necesita para respirar. Entonces me levanté. La mujer dormía.
De su boca borbotaba un ruido de burbujas muy parecido al del
estertor.
Salí a la calle para buscar el aire; pero el calor que me perseguía no se
despegaba de mí.
Y es que no había aire; sólo la noche entorpecida y quieta, acalorada por
la canícula de agosto.
No había aire. Tuve que sorber el mismo aire que salía de mi boca,
deteniéndolo con las manos antes de que se fuera. Lo sentía ir y
venir, cada vez menos; hasta que se hizo tan delgado que se filtró
entre mis dedos para siempre.
Digo para siempre.
Tengo memoria de haber visto algo así como nubes espumosas haciendo
remolino sobre mi cabeza y luego enjuagarme con aquella espuma y
perderme en su nublazón. Fue lo último que vi.
La hipérbole narrativa
Al alba, la gente fue despertada por el repique de las campanas. Era la mañana del 8
de diciembre. Una mañana gris. No fría, pero gris. El repique comenzó con la campana
mayor. La siguieron las demás(…). Llegó el mediodía y no cesaba el repique. Llegó la
noche. Y de día y de noche las campanas siguieron tocando, todas por igual, cada vez con
más fuerza, hasta que aquello se convirtió en un lamento rumoroso de sonidos. Los
hombres gritaban para oír lo que querían decir. «¿Qué habrá pasado?», se preguntaban.
A los tres días todos estaban sordos. Se hacía imposible hablar con aquel zumbido
de que estaba lleno el aire. Pero las campanas seguían, seguían, algunas ya
cascadas, con un sonar hueco como de cántaro.
-Se ha muerto doña Susana.
Comenzó a llegar gente de otros rumbos, atraída por el constante repique. De
Contlavenían como en peregrinación. Y aun de más lejos. Quién sabe de dónde, pero
llegó un circo, con volantines y sillas voladoras. Músicos. Se acercaban primero como
si fueran mirones, y al rato ya se habían avecindado, de manera que hasta hubo
serenatas. Y así poco a poco la cosa se convirtió en fiesta. Comala hormigueó de
gente, de jolgorio y de ruidos, igual que en los días de la función en que costaba
trabajo dar un paso por el pueblo.
Fin de mundo pre-moderno

Las campanas dejaron de tocar; pero la fiesta siguió. No hubo modo de


hacerles comprender que se trataba de un duelo, de días de duelo.
No hubo modo de hacer que se fueran; antes, por el contrario,
siguieron llegando más.
La Media Luna estaba sola, en silencio. Se caminaba con los pies
descalzos; se hablaba en voz baja. Enterraron a Susana San Juan y
pocos en Comala se enteraron. Allá había feria. Se jugaba a los
gallos, se oía la música; los gritos de los borrachos y de las
loterías.
Hasta acá llegaba la luz del pueblo, que parecía una aureola sobre el
cielo gris. Porque fueron días grises, tristes para la Media Luna. Don
Pedro no hablaba. No salía de su cuarto. Juró vengarse de Comala:
-Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre.
Y así lo hizo.

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