Arg 1990 Menem
Arg 1990 Menem
Arg 1990 Menem
Honorable Congreso,
Por eso, hoy mas que nunca, vengo a hablarle a todo el pueblo argentino con la
verdad en la mano.
No vengo ante los representantes del pueblo a expresarme con frases huecas.
Todo lo contrario.
También vengo a señalar sus frustraciones, sus errores, sus cuentas pendientes.
Vengo a recordar sus aciertos. Pero también vengo a recordar sus deudas.
Quiero evitar el torpe triunfalismo, la miopía de pensar que "todo está bien", la
ceguera exitista, la mentalidad estrecha.
Pido humildad, para que el gran balance de este gobierno evite tanto la exageración
como la insignificancia.
Y que todavía padecemos una Argentina con muchas cenizas, con muchas heridas
dolorosas, con muchos escombros humeantes.
Pero tampoco sería franco, si dejara de reconocer mi certeza de que vamos por la
buena senda.
Con tropiezos.
Con dificultades.
Por eso, deseo invitar a cada uno de los señores legisladores, a brindar un
homenaje sincero a la entereza y el valor de todo el pueblo argentino.
Y, sobre todo, de los más humildes, de los más desposeídos, de los que tienen
hambre a secas, de quienes con su dolor nos están señalando nuestro principal
compromiso.
Ese pueblo demostró, durante este último año, una madurez insospechada para
afrontar los tragos más amargos, los días más dramáticos, los tiempos más
difíciles.
A la unidad nacional que trasciende los límites de una divisa partidaria, de una
bandera ideológica, de un interés sectario.
Ya es llora de que los dirigentes, de cualquier signo, de todo sector, nos pongamos
a la altura de la ejemplar lección que nos ofrece nuestra gente todos los días.
Les pido que tomemos juntos las mejores herramientas para defender a la democracia
y a nuestras instituciones.
Desde ese compromiso, desde ese mirador, el presidente de la Nación está dispuesto
a seguir pagando todos los costos políticos del mundo, con tal de asegurar la
concordia y la amistad entre los argentinos.
¿Qué es la patria, sino un ideal compartido, un sueño común, una esperanza que
trasciende todos los laberintos y todas las etiquetas facciosas?
Los pueblos no consagran la unidad nacional por el sólo hecho de estar juntos.
La unidad nacional es un motor dinámico, el músculo que nos moviliza para recuperar
la grandeza perdida y olvidada de la Nación.
Y ese motor, hoy nos está movilizando para encarar una serie de transformaciones
profundas, que la Argentina venía retrasando en el tiempo, sin decisión y sin
convicción.
Yo pienso si una política es buena o mala para nuestros hijos, y para los hijos de
nuestros hijos.
Seria inútil negar el dilema trascendental que se me presentó hace diez meses, al
asumir la responsabilidad de guiar los destinos de la patria.
0 gerenciaba nuestra pobreza, o ponía en marcha un cambio de raíz, que debe que
debe conducir al aprovechamiento más genuino de nuestra riqueza.
0 era el líder del statu quo, del "más de lo mismo", de un libreto probado y
fracasado, o convocaba a todos los argentinos para dar vuelta una página histórica
de nuestra vida.
Sería muy fácil - muy fácil y muy cruel -, encarar un proceso de cambio con la boca
de un fusil, y bajo el silbido de las balas.
Perpetuando un sistema que despilfarró nuestros bienes, que estafó a los más
humildes, que fracturó a nuestro país en un conjunto irrelevante de islas
económicas y sociales.
Dos exigencias.
En una Nación como la nuestra, la libertad y la justicia social no tan sólo son un
derecho.
Nuestra decisión, desde el primer instante, fue una y sólo una: la Argentina no
podía seguir siendo un país populista de bolsillos vicios.
Decente.
Eficiente.
Competitivo.
Otorgar reglas de juego lo más estables posibles, dentro del terrible devenir
impuesto por la crisis.
Menos trabados por decisiones ajenas a los propios actores centrales de nuestra
economía.
Momentos traumáticos.
Desencuentros.
Decepciones y presiones.
Varias de estas instancias las creímos superadas antes de lo previsto, frente a las
iniciales señales de estabilidad y calma de la tormenta.
Así como sería simplista decir que ya pasó el tiempo del esfuerzo, también sería
simplista cargarle al gobierno todas las culpas de las falencias.
Hoy, cada uno de nosotros tiene que continuar aprendiendo de las lecciones
ofrecidas por estos últimos meses.
Porque sabemos que los crujidos del viejo sistema continuarán escuchándose más
tiempo, a pesar de los éxitos parciales, y del sacrificio requerido.
A pesar de todo lo que andamos y de todo lo que nos faltar por recorrer, debo
reiterar una vez más la irrenunciable o inmodificable decisión del presidente de la
Nación en esta materia.
Fue, es y será necesario remover un estado de cosas que nos postraron durante años,
y que nadie - hasta ahora - se había atrevido a remover.
Un estado de cosas que nos empujó al abismo de la hiperinflación, y mucho peor aún.
Con una realidad como esta, no hay soberanía política, independencia económica, ni
justicia social posibles.
Señores legisladores:
SI bien la hiperinflación puede ser breve y violenta, sus consecuencias son de una
duración extremadamente larga.
No puede extrañar, entonces, que nuestra lucha esencial en este terreno se haya
centrado en el abatimiento de la hiperinflación.
Lo hicimos, sin olvidar otras necesidades acuciantes de un país que hace catorce
años que no crece, y que registra salarios reales que son la mitad de hace una
década.
Pero sin duda alguna, la reciente quiebra del Estado, y la negativa a aceptar dicha
quiebra, operaron como factores desencadenantes de un proceso terminal.
Que nadie se equivoque. Que nadie se llame a engaño. La transformación del Estado,
la venta de empresas públicas, la eliminación de regulaciones, la racionalización
administrativa, el saneamiento de sus cuentas fiscales, la apertura al mundo y la
ausencia de controles innecesarios, no constituyen un mecanismo para ponerle una
bandera de remate a nuestro Estado nacional.
Todo lo contrario.
¿Qué maestro fue bien recompensado por ese Estado sobre protector?
¿Qué servidor del orden estuvo bien pago a cambio de arriesgar su vida?
¿Qué argentino humilde pudo acceder a una justicia rápida, a un sistema de salud
digno, a un servicio público eficaz?.
Queremos servicios públicos eficientes, donde sobrevivan en manos del Estado sólo
aquéllas empresas públicas que estructuralmente se necesiten para el desarrollo,
crecimiento y producción nacional.
Pero esta revolución resultará imposible, por más buena voluntad y coraje que se
ponga desde el sector estatal, si no resulta acompañada desde el sector privado.
Más todavía, cuando inicialmente debimos cargar con el peso de las transformaciones
sin ayuda externa, en medio de una desconfianza heredada, que día a día dejamos
atrás merced a nuestros objetivos cumplidos y nuestras metas realistas pero firmes.
Como todos comprenderán, entonces, nos cuidamos muy bien de sobrevalorar las
bondades de una estabilización momentánea de los mercados.
Porque será siempre momentánea, en tanto cada uno deje de asumir sus propios
deberes y sus propios sacrificios.
Como gobierno, vamos a seguir muy de cerca y atentamente este delicado proceso, de
modo de garantizar que no se repitan desacomodamientos en cada una de las
variables.
Con la inflación bajo control, cabe esperar que los cambios estructurales
emprendidos estimulen la actividad del sector privado, y eleven las tasas de
crecimiento económico a un nivel que permita un aumento significativo del ingreso
real por habitante, en el mediano y largo plazo.
Hoy, no sin recordar las penurias padecidas, y sin olvidar la necesaria prudencia,
podemos decir que ya se observan algunos signos de recuperación incipiente, a
partir de la profunda recesión registrada en la primera mitad de 1989.
Queremos construir un Estado que sea garante del bien común, de la armonía social,
del crecimiento económico y del equilibrio en la distribución de la riqueza.
Tenemos muy en claro que los países subdesarrollados son países subadministrados.
Voy a una visión mucho más de fondo.
Al desempleo estructural.
Al analfabetismo estructural.
A la desnutrición estructural.
A las muchas hipotecas estructurales que la Nación debe atender, si quiere ser en
el futuro realmente una Nación.
Por eso, considero imprescindible proponer que todos y cada uno de nosotros,
abramos un debate sincero, iniciemos y continuamos un trabajo amplio.
Una agenda de los años 90, de la cual deben participar todos los actores
involucrados: partidos políticos, empresas, sindicatos, instituciones intermedias,
sociales y económicas.
Si no avanza, retrocedo.
Si no evoluciona, envejece.
Si no se desarrolla, muere.
Por tal motivo, en cada una de estas cuestiones decisivas, el gobierno nacional ha
abierto instancias de diálogo y participación, que deben ser profundizadas v
enriquecidas.
Para mi gobierno sigue existiendo una sola clase de hombres: los que trabajan en
toda actividad lícita.
Y los que fueron expulsados del trabajo digno como producto de la decadencia y del
atraso.
Es una herramienta, para que el hombre sea más feliz, para que trascienda y se
realice en el marco de nuestra comunidad.
Resulta obvio señalar, entonces, que nuestro interés primordial apunta a crear
trabajo, porque sabemos muy bien que gobernar es crear trabajo.
Y aquí si entiendo necesario apelar a cifras que deben removernos a cada uno de los
argentinos.
De los casi 33 millones de habitantes de nuestra tierra, 12 millones 200 mil son su
población económicamente activa.
Que es lo mismo que decir que hay un país partido por la mitad, un escenario
productivo "a medias" que debemos activar y poner de pie.
Asimismo, existen una serie de medidas que nuestro gobierno puso y pondrá en marcha
a fin de paliar momentáneamente los efectos de la crisis.
Pero llegaremos con dignidad y sin dádivas. Llegaremos no para regalar nada, sino
para brindar la posibilidad de que cada uno de los beneficiarios del programa, a
cambio de recibir un ingreso económico, contrapreste un servicio a la comunidad.
Pretendemos, así recrear las condiciones necesarias para una nueva cultura del
trabajo, con la máxima transparencia y eficacia.
El Poder Ejecutivo tiene una premisa esencial, que pretendemos aplicar con el
máximo de lucidez y sentido común.
Señores Legisladores:
Cada una de estas instancias está en pleno curso de ejecución, pero para su éxito
requieren la participación, el aporte, el compromiso y la comprensión de todos los
integrantes de nuestra comunidad.
Tampoco puedo dejar de señalar el marco participativo abierto para diseñar aquellas
reformas institucionales, que el país reclama con vistas a su adaptación y sus
cambios estructurales.
Un perfil que incluye asignaturas pendientes, que deben ser resueltas a través del
diálogo, el protagonismo y el compromiso de los actores sociales involucrados, sin
dilaciones ni demoras.
Porque concertar no tan solo debe significar transformar a una sociedad en más
democrática, sino también convertirla verdaderamente en una sociedad.
Hermanas y hermanos.
Pero, finalmente, me quiero referir a la otra gran deuda que tiene la democracia
frente a todos los argentinos.
Sin tapujos.
Así como antes señalé que la democracia no puede permitirse convivir con la pobreza
material, ahora señalo que la democracia tampoco puede convivir con la miseria
moral.
Es una obligación.
Una obligación que debe ejercitarse, muy cerca del propio ejemplo, y lejos de la
difamación o la superficialidad.
Así como no estoy dispuesto a tolerar que los miembros de mi gobierno conviertan
este tema en una puja internista, tampoco estoy dispuesto a admitir la impunidad ni
la indignidad para desempeñar una función pública.
Sin ninguna duda, sin ningún temor, sin ninguna contemplación, reafirmo una vez más
ante toda la ciudadanía lo señalado desde el primer minuto de mi gobierno.
Corrupción es traición a la patria.
Pero también, hermanas y hermanos, quiero en este momento llamar a una profunda
reflexión a cada uno de los argentinos.
Este es un problema que también debe analizarse en la esfera del sector privado, de
la justicia de un sistema que durante años sobrecargó de regulaciones a nuestra
vida económica.
Ni su gobierno.
Ni sus dirigentes.
Treinta y tres millones de conciencias que tienen que rebelarse ante la mediocridad
y el conformismo.
¿Qué hice yo, como presidente de la República, para cumplir fielmente con mi deber,
para defender el interés nacional, para interpretar el clamor de mi gente?
¿Qué hizo cada político para dar el ejemplo, para vivir como se piensa y pensar
como se vive?
¿Qué hizo cada empresario para multiplicar riquezas, para no fugar capitales, para
invertir y emprender?
¿Qué hizo cada sindicalista para representar dignamente a los trabajadores, para
defender el bien común?
¿Qué hicimos cada uno de nosotros para transformar a las muchas Argentinas que hoy
existen -desiguales, injustas, contradictorias, ocultas-, en una sola y gran
Argentina?
Estas, creo yo, son algunas de las preguntas que hoy debemos formularnos los
argentinos, y de modo especial quienes tenemos altas y graves responsabilidades.
Porque más allá de todas las políticas de gobierno, más allá de todas las medidas
instrumentales que estamos encarando, más allá de todos los errores y los aciertos,
de los éxitos parciales y de los fracasos permanentes, este 1º de mayo tiene
sentido si cada uno de nosotros se interroga a fondo sobre la esencia de nuestra
crisis nacional.