Padre Francisco Fernandez Carvajal
Padre Francisco Fernandez Carvajal
Padre Francisco Fernandez Carvajal
— Lo que importa es estar siempre con Jesús. Él nos da la ayuda necesaria para
seguir adelante.
Siempre hace así Jesús con los suyos. En medio de los mayores padecimientos da
el consuelo necesario para seguir adelante.
Este destello de la gloria divina transportó a los Apóstoles a una inmensa felicidad,
que hace exclamar a San Pedro: Señor, ¡bueno es permanecer aquí! Hagamos tres
tiendas... Pedro quiere alargar aquella situación. Pero, como dirá más adelante el
Evangelista, no sabía lo que decía; porque lo bueno, lo que importa, no es hallarse
aquí o allí, sino estar siempre con Jesús, en cualquier parte, y verle detrás de las
circunstancias en que nos hallamos. Si estamos con Él, es igual que nos
encontremos en medio de los mayores consuelos del mundo, o en la cama de un
hospital entre dolores indecibles. Lo que importa es solo eso: verle y vivir siempre
con Él. Es lo único verdaderamente bueno e importante en esta vida y en la otra. Si
permanecemos con Jesús, estaremos muy cerca de los demás y seremos felices,
sea cual sea nuestro lugar y la situación en que nos encontremos. Vultum tuum,
Domine, requiram: Deseo verte y buscaré tu rostro, Señor, en las circunstancias
ordinarias de mi jornada.
II. San Beda, comentando el pasaje del Evangelio de la Misa, dice que el Señor,
«en una piadosa permisión, les permitió (a Pedro, a Santiago y a Juan) gozar
durante un tiempo muy corto la contemplación de la felicidad que dura siempre,
para hacerles sobrellevar con mayor fortaleza la adversidad»8. El recuerdo de
aquellos momentos junto al Señor en el monte fue sin duda una gran ayuda en
tantas situaciones difíciles de la vida de estos tres Apóstoles.
»Y por encima de todo ello, el trato y goce sempiterno de Cristo, de los ángeles...,
todos perpetuamente en un sentir común, sin temor a Satanás ni a las asechanzas
del demonio ni a las amenazas del infierno o de la muerte»11.
III. Una nube los envolvió enseguida14. Recuerda a aquella otra que acompañaba a
la presencia de Dios en el Antiguo Testamento: La nube envolvió el tabernáculo de
la reunión y la gloria de Yahvé llenaba todo el lugar15. Era la señal que garantizaba
las intervenciones divinas: Yahvé dijo a Moisés: Yo vendré a ti en una nube densa,
para que vea el pueblo que yo hablo contigo y tengan siempre fe en ti16. Esa nube
envuelve ahora en el Tabor a Cristo y de ella surge la voz poderosa de Dios Padre:
Éste es mi Hijo, el Amado, escuchadle a él.
Y Dios Padre habla a través de Jesucristo a todos los hombres de todos los tiempos.
Su voz se oye en cada época, de modo singular a través de la enseñanza de la
Iglesia, que «busca continuamente los caminos para acercar este misterio de su
Maestro y Señor al género humano: a los pueblos, a las naciones, a las
generaciones que se van sucediendo, a todo hombre en particular»17.
Al alzar sus ojos no vieron a nadie sino solo a Jesús18, y no estaban Elías y Moisés.
Solo ven al Señor. Al Jesús de siempre, que en ocasiones pasa hambre, que se
cansa, que se esfuerza para ser comprendido... A Jesús, sin especiales
manifestaciones gloriosas. Lo normal para los Apóstoles fue ver al Señor así, lo
excepcional fue verlo transfigurado.
A este Jesús debemos encontrar nosotros en nuestra vida ordinaria, en medio del
trabajo, en la calle, en quienes nos rodean, en la oración, cuando perdona, en el
sacramento de la Penitencia, y, sobre todo, en la Sagrada Eucaristía, donde se
encuentra verdadera, real y sustancialmente presente. Pero normalmente no se nos
muestra con particulares manifestaciones. Más aún, hemos de aprender a descubrir
al Señor detrás de lo ordinario, de lo corriente, huyendo de la tentación de desear
lo extraordinario.
Nunca debemos olvidar que aquel Jesús con el que estuvieron en el monte Tabor
aquellos tres privilegiados es el mismo que está junto a nosotros cada día. «Cuando
Dios os concede la gracia de sentir su presencia y desea que le habléis como al
amigo más querido, exponedle vuestros sentimientos con toda libertad y confianza.
Se anticipa a darse a conocer a los que le anhelan (Sab 6, 14). Sin esperar a que os
acerquéis a Él, se anticipa cuando deseáis su amor, y se os presenta,
concediéndoos las gracias y remedios que necesitáis. Solo espera de vosotros una
palabra para demostraros que está a vuestro lado y dispuesto a escucharos y
consolaros: Sus oídos están atentos a la oración (Sal 33, 16) (...).
»Los demás amigos, los del mundo, tienen horas que pasan conversando juntos y
horas en que están separados; pero entre Dios y vosotros, si queréis, jamás habrá
una hora de separación»19.
¿No será nuestra vida distinta en esta Cuaresma, y siempre, si actualizáramos más
frecuentemente esa presencia divina en lo habitual de cada día, si procuráramos
decir más jaculatorias, más actos de amor y de desagravio, más comuniones
espirituales...? «Para tu examen diario: ¿he dejado pasar alguna hora, sin hablar
con mi Padre Dios?... ¿He conversado con Él, con amor de hijo? —¡Puedes!»20.