Tengo Sed de Ti, Agosto 21
Tengo Sed de Ti, Agosto 21
Tengo Sed de Ti, Agosto 21
SUMARIO
¤ P. Rodrigo Molina,
un enamorado de la Eucaristía
¡Qué importante no será! 3
un enamorado de la Eucaristía
¡Qué importante no será!
La vida cristiana toda, pero aún más la
de perfección y santidad, es de continua
lucha de enemigos exteriores e interiores.
Unas veces hay que defenderse de sus
ataques, en ocasiones tan terribles y tan
tremendos; en otras, convendrá tomar la
defensiva y atacar y acometer al enemigo
para restarle fuerzas y prevenir sus ten-
taciones. En cualquiera de los dos casos
hay que vigilar continuamente para no ser
sorprendido.
Al atardecer, les indicó a sus apóstoles que despidieran a la gente y que en la misma barca pasaran a la
otra orilla. Jesús, cansado de un día agotador, se durmió en la barca. Nos dice el Evangelista:
«En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la
barca. Él estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: “Maestro, ¿no te importa
que perezcamos?”. Él, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: “¡Calla, enmudece!”. El
viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: “¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no
tenéis fe?”. Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: “Pues, ¿quién es éste que hasta el
viento y el mar le obedecen?”».
La Madre María Luisa de Jesús y del Corazón Inmaculado, en su hermoso libro “Darse”, comenta este
pasaje del Evangelio:
«La agitación, la turbación invaden el alma en multitud de ocasiones y, como olas furiosas, amenazan
hundirla (…) penetran en la pobre barquilla como montañas de agua, que casi le hacen morir en lo pro-.
fundo por falta de vida interior.
(…) ¡Cuántas veces un pequeño acontecimiento deja a un alma imposibilitada un día entero para la
oración! ¡Cuántas veces una noticia nos roba la presencia de Dios!
Cristo calma la tempestad (William Hole, Siglo XIX)
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Que todas las novedades, todos los casos y acontecimientos, por trascendentales y grandes que sean,
pasen rozando por tu espíritu.
No seas charco que retiene los productos que tiran a él todas las manos. Es mejor que seas canal limpio,
que a medida que entra el barro lo desaloja espontáneamente sin mancharse (…) Hay que situarse en Dios,
y desde allí, mirar con frente serena todos los casos y cosas.
Si somos hombres y mujeres desbordantes de Dios, haremos palpable la presencia de Dios en el mundo.
Con solo acudir a Él, Jesús hará que las tormentas se calmen y vuelva a nuestro corazón la paz.
Qué consolador es saber que, en todas nuestras tribulaciones, dolores, gozos e ilusiones, Jesús siempre
está presente. Aunque parezca que Él duerme en la barquilla de nuestra vida, está presente. Y aunque sus
ojos parezcan dormir, su Corazón vela por nosotros, nos acompaña… Eso es la Eucaristía, Jesús presente
en la barquilla del hombre.
Acudamos siempre a Él. Dios nos dará la fuerza necesaria para salir victoriosos de todos los em-
bates y luchas de la vida.
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FE en la Eucaristía
«“Quien cree en Mí tiene la vida eterna” (Jn 6, 47). ¡Qué felices seríamos si tuviésemos una
fe muy viva en el Santísimo Sacramento! Porque la Eucaristía es la verdad principal de la fe, es la
virtud por excelencia, el acto supremo del amor, toda la religión en acción. ¡Oh, si conociésemos
el don de Dios!
No tener fe en el Santísimo Sacramento es la mayor de todas las desgracias. Ante todo, ¿es po-
sible perder completamente la fe en la Sagrada Eucaristía, después de haber creído en ella y haber
comulgado alguna vez? Yo no lo creo. Un hijo puede llegar hasta despreciar a su padre e insultar
a su madre, pero desconocerlos... imposible. De la misma manera un cristiano no puede negar que
ha comulgado ni olvidar que ha sido feliz alguna vez cuando ha comulgado.
Esa incredulidad puede provenir también de las pasiones que dominan el corazón. La pasión,
cuando quiere reinar, es cruel. Cuando ha satisfecho sus deseos, despreciada y combatida, niega.
Preguntad a uno de esos desgraciados desde cuándo no cree en la Eucaristía y, remontando hasta
el origen de su incredulidad, se verá, siempre una debilidad, una pasión mal reprimida, a las cuales
no se tuvo valor de resistir.
Otras veces nace esa incredulidad de una fe vacilante, tibia, que permanece así mucho tiempo. Se ha
escandalizado de ver tantos indiferentes, tantos incrédulos prácticos. Se ha escandalizado de oír las artifi-
ciosas razones y los sofismas de una ciencia falsa, y exclama: “Si es verdad que Jesucristo está realmente
presente en la Sagrada Hostia, ¿cómo es que no impone castigos? ¿Por qué permite que le insulten? Por otra
parte, ¡hay tantos que no creen!, y, con todo, no dejan de ser personas honradas”.
He aquí uno de los efectos de la fe vacilante; tarde o temprano conduce a la negación del Dios de la Eu-
caristía. ¡Desdicha inmensa! Porque entonces uno se aleja de aquel que tiene palabras de verdad y de vida.
¡A qué consecuencias tan terribles se expone el que no cree en la Eucaristía! En primer lugar, se atreve
a negar el poder de Dios.
¿Cómo? ¿Puede Dios ponerse en forma tan despreciable? ¡Imposible, imposible! ¿Quién puede creerlo?
A Jesucristo le acusa de falsario porque Él ha dicho: “Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”.
Menosprecia la bondad de Jesús, como aquellos discípulos que oyendo la promesa de la Eucaristía le
abandonaron.
Aún más, una vez negada la Eucaristía, la fe en los demás misterios tiende a desaparecer, y se perderá
bien pronto. Si no se cree en este misterio vivo, que se afirma en un hecho presente, ¿en qué otro misterio
se podrá creer?
Sus virtudes muy pronto se volverán estériles, porque pierden su alimento natural y rompen los lazos de
unión con Jesucristo, del cual recibían todo su vigor, ya no hacen caso y olvidan a su modelo allí presente.
Tampoco tardará mucho en agotarse la piedad, pues queda incomunicada con este centro de vida y de
amor.
Entonces ya no hay que esperar consuelos sobrenaturales en las adversidades de la vida y, si la tribu-
lación es muy intensa, no queda más remedio que la desesperación. Cuando uno no puede desahogar sus
penas en un corazón amigo, terminan éstas por ahogarnos.
Creamos, pues, en la Eucaristía. Hay que decir a menudo: “Creo, Señor; ayuda mi fe vacilante”. Nada
hay más glorioso para nuestro Señor que este acto de fe en su presencia eucarística. De esta manera honra-
mos, cuanto es posible, su divina veracidad, porque, así como la mayor honra que podemos tributar a una
persona es creer de plano en sus palabras, así la mayor injuria sería tenerle por embustero o poner en duda
sus afirmaciones y exigirle pruebas y garantías de lo que dice. Y si el hijo cree a su padre bajo su palabra,
el criado a su señor y los súbditos a su rey, ¿por qué no hemos de creer a Jesucristo cuando nos afirma con
toda solemnidad que se halla presente en el Santísimo Sacramento del altar?
Este acto de fe tan sencillo y sin condiciones en la palabra de Jesucristo le es muy glorioso, porque con
él le reconocemos y adoramos en un estado oculto. Es más honroso para nuestro amigo el honor que le
tributamos, cuando le encontramos disfrazado y, para un rey, el que se le da cuando se presenta vestido con
toda sencillez, que cualquier otro honor recibido de nosotros en otras circunstancias. Entonces honramos
de veras la persona y no los vestidos que usa. Así sucede con nuestro Señor en el Santísimo Sacramento.
Sea éste nuestro apostolado y nuestra predicación, la más elocuente, por cierto, para los incrédulos y los
impíos».
Creamos, creamos en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. ¡Allí está Jesucristo! Que el respeto más
profundo se apodere de nosotros al entrar en la Iglesia; rindámosle el homenaje de la fe y del amor que le tributaríamos
si nos encontráramos con Él en persona. Porque, en verdad, nos encontramos con Jesucristo mismo.
Almas eucarísticas
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El Don de María
«La Eucaristía es el Don de
María por excelencia
«Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de Mujer» (Ga 4,4)
El hombre tiene necesidad absoluta de Dios. Por
un instinto natural, busca a Dios y cuando no lo en-
cuentra se lo fabrica con sus manos como hacen los
pobres paganos con sus ídolos. Dios nos concedió
a nosotros la gracia de satisfacer esta necesidad,
primero, por medio de la Encarnación, y luego, por
la Eucaristía.
Jesús se encarnó
y nació, pero por
María. Ella fue
la que dio al mundo
a Jesús. Luego
si la Eucaristía es
la continuación de
la Encarnación, es
bien claro que es la
continuación del don de
María.
Por tanto, la Eucaristía es una Encarnación con- nos alimentamos”. (Extracto de los Puntos breves
tinuada, es la aplicación práctica de la Encarna- de meditación sobre la vida, virtudes y advocacio-
ción a todos y cada uno de los hombres, es el modo nes litúrgica de la Santísima Virgen María, del P.
que Dios tiene de satisfacer la necesidad que todos Ildefonso Rodríguez Villar)
tenemos de Él.
Demos gracias a Dios por habernos dado a su
Ahora pregúntate: y ese don de la Encarnación, Hijo para que sea nuestro alimento. Y demos gracias
¿quién nos lo dio? El Padre Eterno, pero por medio a la Santísima Virgen, por habernos dado este don
de María. inmenso de haber permitido que el Hijo de Dios se
hiciera hombre en sus entrañas purísimas, para su-
Ella continúa dándonos diariamente a Jesús frir por nosotros y para quedarse en este Sacramento
como un día nos lo dio en el portal de Belén. Adán de Amor.
nos perdió por comer el fruto que le dio la mujer.
“La mujer que me diste por compañera me ha dado Sin la Virgen Inmaculada, nuestra Madre, sin su
el fruto y he comido”. Así pecó Adán. Nosotros po- “hágase” a Dios Padre, no tendríamos el consuelo
demos decir lo mismo: “Señor, la mujer que nos de la presencia real de Jesús en la Santísima Euca-
diste por Madre nos ha dado y nos está dando el ristía.
fruto bendito de su seno y por eso vivimos, de Él
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«Esto es mi Cuerpo» (Mt 26, 26).
¿Con qué disposiciones debemos comulgar? El Santo cura de
Ars nos enseñara cómo hacer una buena Comunión. 1ª parte
«El pan que os voy a dar, es mi propia Carne
para la vida del mundo». Si no nos lo dijese el
mismo Jesucristo, ¿quién de nosotros podría llegar
a comprender el amor que Dios ha manifestado a sus
criaturas, dándoles su Cuerpo adorable y su Sangre
preciosa, para servir de alimento a sus almas? ¡Qué
felicidad la de un cristiano alimentarse con el pan de
los Ángeles! Pero ¡ay!, ¡cuán pocos lo comprenden!