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EAHora Adviento

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MI HORA SANTA EUCARISTICA

Para los amigos de Jesús

Pedro García
Misionero Claretiano

Para las Semanas de


Adviento.

1. Jesús, el Enviado del Padre


2. Jesús, el Rocío del Cielo
3. “Y el Hijo de Dios se hizo Hombre”
4. Su nombre: Jesús
1. EL ENVIADO DEL PADRE

Reflexión bíblica Lectura, o guión para el que dirige

Del Evangelio según San Lucas. 4, 14-21.


Jesús vino a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga el día de sábado, le
entregaron el volumen del profeta Isaías, y halló el pasaje donde estaba escrito: “El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la
Buena Noticia. Me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los
ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”.
Enrolló el volumen, y comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que
acaban de oír”. - Palabra del Señor.

Cristo ha venido, viene y ha de venir... Son tres tiempos diferentes de una sola venida. Jesús
confiesa que Él es “el enviado del Padre” (Juan 10,36). Israel esperó durante muchos siglos
al que tenía que venir, y vino en Belén. Ahora, viene cada día a su Iglesia de muchas formas,
pero sobre todo por el Sacramento del Altar.
Sin embargo, aquella venida primera y la venida actual no son más que el signo y la promesa
de la venida definitiva que se realizará al final de los tiempos, como dice el Señor en el
Apocalipsis: “Miren, que vengo en seguida” (Ap. 22,20). Entonces ya no habrá que esperar
nada más, nada, porque se habrá realizado en todo y para siempre el plan de la salvación...

Jesús vino antes para revelarnos el amor de Dios nuestro Padre. Y vino para dar al mundo la
Buena Noticia de la salvación, destinada a los pobres que lo fían todo de Dios.

Cristo viene ahora, en la Eucaristía especialmente, para darnos la vida: “He venido para que
tengan vida, y la tengan abundante” (Juan 10,10). Y vendrá al final para revelarnos en todo su
esplendor la gloria del Padre: “Yo les he dado la gloria que tú me diste” (Juan 17,22),
“esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5,2), gloria definitiva, porque “cuando aparezca
Cristo, entonces también ustedes aparecerán gloriosos con él” (Colosenses 3,4)
¿Hay alguien más grande, que el Dios que envía? ¿Y hay un embajador más digno y fiel que
ese Jesús, enviado por el Padre, si es su propio Hijo, y Dios como su Padre?...

En la espera de Cristo al final de los tiempos, la esperanza más firme que tenemos es la
Eucaristía, “garantía de la gloria”, como la llama la Iglesia, conforme al encargo de San Pablo:
“Cada vez que coman del Pan y beban del Cáliz, anuncien la muerte del Señor, hasta que
venga” (1Corintios 11,26)
Jesucristo Sacramentado es el mismo que vino, el que viene continuamente a su Iglesia para
santificarla y el que vendrá glorioso al final del mundo. Y la Eucaristía es el memorial que nos
hace presente lo que pasó una vez y nos dice lo que vendrá definitivamente al fin. Por eso la
Eucaristía es la fuente de donde brota y la cima en que acaba toda la vida cristiana.

Hablo al Señor Todos

¡Cuánto que te esperó el mundo, Señor Jesús!


Y ahora, que te tiene consigo, se mantiene alejado de ti.
Lo peor es que te sientes muchas veces solo
porque los tuyos no contamos contigo como debemos.
Viniste para revelarnos al Padre, y el mundo vive sin Dios.
Vienes ahora en el Sacramento, y los hombres no te reciben.
Volverás glorioso un día, y nos dices que no encontrarás fe.
¿A quién iremos, Señor, si no vamos a ti?...
Haz que te aceptemos ahora con fe y con amor.
¡Ven, Señor, que te abrimos las puertas de nuestro corazón!

Contemplación afectiva Alternando con el que dirige

Jesús, que fuiste el Salvador prometido por el Padre.


- ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, a quien esperaron anhelantes los siglos.
- ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que viniste un día al mundo y naciste en Belén.
- ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que viviste en la tierra como uno más de nosotros.
- ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que ahora nos visitas cada día en el Sacramento.
- ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que volverás glorioso al final de los tiempos.
- ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que eres nuestra única esperanza de salvación.
- ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que quieres encontrarnos en vela y oración.
- ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que eres la prenda de nuestra resurrección.
- ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que vienes para llevarnos al Padre.
- ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que vienes para darnos vida inmortal.
- ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que nos buscas para tenernos siempre contigo.
- ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Todos
Señor Jesús, nosotros no te hacemos falta a ti, pero nosotros sin ti nos hubiéramos perdido
y por eso viniste a buscarnos para darnos la vida. Cada día nos visitas de nuevo con tu
Gracia y te haces presente entre nosotros con la Eucaristía. ¡Que sepamos aceptarte cada
vez con más amor!
Madre María, que con tu “¡Sí!” generoso trajiste el Salvador al mundo y nos lo sigues
trayendo a nuestros corazones. Haz que sepamos recibirlo con la misma fe y amor con que
Tú le diste cabida en tu Corazón Inmaculado. Sólo así podremos corresponder al amor infinito
con que el Hijo de Dios e hijo tuyo vino a salvarnos.

En mi vida Autoexamen

Si Cristo vino al mundo y está en el mundo, ¿no merecemos el reproche del Bautista: “En
medio de ustedes está uno a quien no conocen?”... El esperado de los siglos está ahora con
nosotros en su Sagrario, ¿y vamos a Él, y sabemos llevar a todos los hermanos hacia ese
Jesús, que es ahora nuestra salvación y mañana será nuestra gloria? Al venir al mundo, el
Dios invisible se hizo carne en las entrañas de María. Ahora está entre nosotros con
apariencia de pan. ¿Nos habrá de repetir el Evangelista que viene a los suyos y los suyos no
le reciben?...
Preces

Invocamos a Jesucristo, el Enviado del Padre para nuestra salvación, y le decimos:


Bendícenos y santifícanos, Señor.
Jesús, Señor nuestro, que sigues ofreciendo y dando tu vida a los pobres que vienen a ti;
- nosotros queremos acogerte siempre en nuestros corazones.
El mundo busca anhelante un salvador, sin reconocer que el Salvador verdadero eres Tú, el
Enviado de Dios;
- haz que todos te reconozcan y den contigo en sus vidas.
Ante los campos con la cosecha ya en sazón;
- suscita en tu Iglesia muchos evangelizadores, que anuncien a todos los pueblos la salvación
que Tú nos has traído y sigues ofreciendo por tu Iglesia.
Que se elimine la injusticia y la guerra de la faz del mundo;
- y todas las naciones se dispongan con más facilidad a acoger el mensaje del amor que
cada día nos ofreces como una novedad con tu presencia viva en el Sacramento del Altar.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, aquí en la Eucaristía repites sin cesar el prodigio de amor con que un
día viniste a nosotros en Belén. Allí no encontraste más corazones que te amasen sino los de
María, José y unos cuantos pastores. Aquí queremos que halles cabida en todos nosotros,
que te amamos y te recibimos con brazos muy abiertos.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Recuerdo y testimonio...

1. El Papa Juan Pablo I se acerca a su Secretario particular, que nos cuenta el diálogo
sostenido con el Santo Padre.
- Padre, ¿puedo pedirle un favor? ¿Puede celebrar mañana la Misa por mí?
- Sí, Santidad. Con frecuencia la celebro por Vuestra Santidad.
- ¡Oh, no! No se trata de eso. ¿Puede celebrarla usted, y hacerle yo de monaguillo? Me
gustaría ayudarle la Misa...
El Secretario Mons. Magee quedó desconcertado. Y siguió el Papa:
- No tenga miedo. Hago esto por mi bien espiritual. Tengo necesidad de hacerlo. Esto me
hace mucho bien.
Y el Papa ayudaba la Misa y recibía después humildemente la bendición del sacerdote. Por
tres veces, en sólo 33 días de pontificado, repitió este gesto de humildad y de fe. Y añadía a
su Secretario: “Cuando ayudo su Misa estoy seguro de servir a la Persona de Cristo”.

2. Federico Ozanam, el gran caballero cristiano Fundador de las Conferencias de San


Vicente de Paúl, no dejaba nunca la Misa. Y era frase suya: “Conviene ‘perder’ diariamente
media hora en asistir a la Misa para ganar todas las veinticuatro horas del día”.
2. JESUCRISTO, EL ROCÍO DEL CIELO

Reflexión bíblica Lectura, o guión para el que dirige

Del Evangelio según San Juan. 1,1-18.


En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él
estaba en el principio junto a Dios. Todo fue hecho por medio de él, y sin él no se hizo
nada de cuanto existe. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz
brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no lo recibieron... Venía al mundo la luz
verdadera, la que ilumina a todo hombre... Y el Verbo se hizo carne y vino a habitar en
medio de nosotros; y nosotros hemos visto su gloria, gloria como de unigénito del
Padre, lleno de gracia y de verdad... De su plenitud hemos recibido todos, y gracia
sobre gracia. Por que la Ley fue dada por medio de Moisés; pero la gracia y la verdad
nos han llegado por Jesucristo. - Palabra del Señor.

El rocío de la mañana es una de las más bellas y poéticas expresiones de la Biblia para
hacernos entender la acción de Dios sobre el mundo. Si queremos comprender la imagen del
rocío hemos de situarnos en Palestina durante el verano abrasador. El calor es insoportable
durante el día. Pero llega la noche, y, sin que nadie lo vea cómo se forma, el rocío cuaja en
las hojas de las plantas, en los pétalos de las flores, en las mismas piedras de la montaña.
Las gotas de rocío parecen puñados de perlas esparcidas por doquier. Por el rocío, todo se
convierte en verdor y frescura, que sanan la sequedad de la tierra.

La liturgia de la Navidad nos dice deliciosamente que el Hijo de Dios “descendió al seno de
la Virgen como el rocío sobre la grama”. Ese Hijo de María lo había engendrado el Padre
desde toda la eternidad, como lo canta uno de los salmos más famosos: “Yo te engendré
entre esplendores de santidad, como rocío antes de la aurora” (Salmo 109,3)
El mundo suspiraba por el Cristo Salvador, y el profeta Isaías lo pedía a Dios con un grito
ardoroso: “¡Nubes, haced caer vuestro rocío!” (45,8)
Al venir al mundo, se cumplirá lo del profeta Oseas: “Será como el rocío para Israel, que
se convertirá en un jardín de lirios, en un paraíso de flores y aromas” (14,6)
Después, podremos decir de Jesús con Isaías, cuando el Señor resucite de entre los
muertos en mitad de la noche callada: “Tu rocío es rocío esplendoroso, y la tierra, empapada
con él, da a luz a sus muertos” (26,19)

El salmo profetizó la obra de este rocío celestial: “Descenderá como rocío, y en sus días
florecerá la justicia y habrá una paz duradera” (Salmo 71,6).
A nosotros, conforme al profeta Miqueas, nos compromete a ser también rocío en medio
de un mundo necesitado de Cristo: “Y será el Resto de Jacob ―es decir, la Iglesia, el
verdadero Israel de Dios― como rocío de Yahvé‚ en medio de los pueblos” (5,6)
Los que recibimos la Eucaristía, trigo de los campos que se empapó de rocío y ahora se
nos hace Pan celestial, ¿no vamos a ser rocío vivificador para todos los que nos necesitan?...

Hablo al Señor Todos

Señor Jesucristo, Tú eres el rocío


que necesita la tierra reseca de mi corazón.
Los afanes de la vida, el trabajo agotador,
la tentación peligrosa, las debilidades de cada día,
¿no son para mí un sol abrasador que me aplasta,
que me hace perder muchas veces la esperanza?...
Pero Tú caes sobre mí cada día como rocío vivificante,
sobre todo al recibirte en la Eucaristía,
y sabes convertirme en jardín de flores
y en campo donde germinan todas las virtudes cristianas.
Contemplación afectiva Alternando con el que dirige

Jesús, rocío celestial engendrado por el Padre.


- Ven a mí, Señor Jesús.
Jesús, que fuiste enviado por el Padre para salvarnos.
- Ven a mí, Señor Jesús.
Jesús, a quien esperaron anhelantes todos los siglos.
- Ven a mí, Señor Jesús.
Jesús, Dios que descendiste al seno purísimo de María.
- Ven a mí, Señor Jesús.
Jesús, derramado sobre el mundo por las nubes del Cielo.
- Ven a mí, Señor Jesús.
Jesús, portador de la justicia y la paz para el mundo.
- Ven a mí, Señor Jesús.
Jesús, que conviertes al mundo en un jardín de delicias.
- Ven a mí, Señor Jesús.
Jesús, que nos traes a la tierra frescor y aromas celestiales.
- Ven a mí, Señor Jesús.
Jesús, Pan de Vida que te formaste con rocío del Cielo.
- Ven a mí, Señor Jesús.
Jesús, que nos quieres rocío vivificador para el mundo.
- Ven a mí, Señor Jesús.
Jesús, fortaleza nuestra en las luchas de la vida.
- Ven a mí, Señor Jesús.
Jesús, ansia eterna de las almas que esperan.
- Ven a mí, Señor Jesús.
Todos
Señor Jesús, rocío refrescante para la tierra reseca, en la que haces florecer y germinar
toda virtud. Yo te ansío con verdadero afán, a fin de que me conviertas en un jardín delicioso
para Dios. Yo no deseo sino tu gracia, que vale más que la vida, para poder cantar a mi
Señor con frescor de amanecer.
Madre María, que, al recibir en tu seno el rocío bajado del Cielo, quedaste convertida en
un paraíso del Espíritu Santo, el cual tuvo en ti todas sus divinas complacencias. Haz que yo
sepa recibir la Gracia con la docilidad tuya, a fin de que mi corazón, limpio de toda culpa, sea
un reflejo de la hermosura de tu Corazón Inmaculado.

En mi vida Autoexamen

Cuando me desaliento al ver la aparente inutilidad de mi vida, que parece un campo en el


que nunca brotará una flor, ¿pienso entonces en Jesús? ¿Me doy cuenta de lo que significa
Él para el desierto de mi corazón? En los momentos difíciles, debo suspirar por Él como el
salmista: “Oh Dios, Tú eres mi Dios. Mi alma está sedienta de ti. Mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, aridísima, sin agua”. ¿A que Cristo me cambia por completo si acudo a Él
con ansias tan vivas?...

Preces

Dios nos ama y sabe lo que nos hace falta. Al campo estéril de nuestra alma le envía el
rocío refrescante de su Gracia que nos mantiene en perenne verdor. Por eso le decimos:
Te alabamos, Dios nuestro, y confiamos en ti.
Te bendecimos, Dios todopoderoso, porque nos has dado el conocimiento de tu verdad;
- en ella queremos vivir y morir, sin fallar nunca en nuestra fe.
Míranos siempre, Señor, Tú que has querido tener abierta siempre para nosotros la puerta
de tu misericordia y bondad;
- para que nunca falle nuestra confianza en ti.
Al declinar el día nos sentamos juntos en la Mesa de tu Hijo divino;
- y estamos seguros de que nos va a tener como sus hermanos y comensales también en
el banquete del Reino celestial.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, rocío bajado del Cielo sobre el campo de la Iglesia en la que
mantienes siempre el frescor del paraíso. Haz que vivamos de ti, en el Altar y en el Sagrario.
Que comamos con avidez el fruto del árbol de la vida: tu Cuerpo y tu Sangre, alimento que
nos sustenta y que nos guarda con salud vigorosa hasta la vida eterna. Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos. Amén.

Recuerdo y testimonio...

1. El alma de los niños, llena de candor como el rocío de la mañana, es especial para
captar al Jesús de la Eucaristía. Como Gustavo María Bruni, que le dice a su padre el día de
la Primera Comunión:
- ¿Sabes, papá? Ahora que he comulgado siento que podré llegar a ser santo; antes, no.
Moría a los siete años en olor de santidad...
2. Luis Veuillot era un descreído total y enemigo acérrimo de la Iglesia. Pero su hijito, que
iba a hacer la primera Comunión, le pide resuelto:
- Papá, corre mucha prisa lo que tengo que decirle. Quisiera que el día de mi Primera
Comunión me acompañasen usted y mamá. No me lo niegue, por amor de Dios, que tanto le
ama.
El insigne Veuillot no supo resistir. Y a niño tan angelical debemos la conversión del que
sería después el gran campeón de la causa católica en Francia.
3. Un matrimonio separado en Barcelona. El padre vive con la niña que le dice antes de
recibir la Primera Comunión en su Colegio sin la presencia de mamá: -¡Ay, papá! Es tan triste
no tener madre...
El padre se emociona: -¡Hija mía, tendrás madre! No irás sola a comulgar.
Los esposos se unieron de nuevo, para no separarse ya más...
3. “Y EL HIJO DE DIOS SE HIZO HOMBRE”

Reflexión bíblica Lectura, o guión para el que dirige

Del Evangelio según San Juan. 1, 1-14.


En el principio existía el Verbo... y el Verbo era Dios... En el mundo estaba, el mundo
fue hecho por él, y el mundo no lo conoció... Vino a los suyos, y los suyos no lo
recibieron. Pero a todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a
los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni
de deseo de hombre sino que nacieron de Dios. Y el Verbo se hizo carne, y puso su
morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre
como Unigénito, lleno de gracia y de verdad.
Palabra del Señor.

¡Y el Verbo, la Palabra, el Hijo de Dios, se hizo hombre!... Es la afirmación más


ponderativa y pasmosa de la Biblia.
Los patriarcas, los reyes, los profetas y todo el pueblo de Israel esperaban la epifanía o
manifestación del enviado de Dios, y se decían: ¿Cómo será el Mesías, el Cristo que tiene
que venir?...
Se lo pudieron imaginar de mil maneras. Pero a nadie se le ocurrió jamás que sería el
mismo Dios, el Hijo de Dios, quien iba a venir al mundo, y no como rey esplendoroso y lleno
de majestad aplastante, sino hecho un hombre como cualquiera de nosotros, escondida su
Divinidad en el cuerpecito de un infante encantador, de un niño adorado, de un joven
simpático, de un varón irresistible por su bondad, humildad, pobreza y amor.

No venía a desplegar un gran poder para sojuzgar al mundo, sino que “echó su tienda de
campaña entre nosotros” para vivir con nosotros, para compartir nuestra suerte, para
hacernos conocer al Padre y hacernos hijos suyos, para llenarnos con su Espíritu y
enriquecernos con todos los bienes de Dios.

Al haberse hecho hombre el Hijo de Dios y ser como uno de nosotros, Jesús respeta,
realiza y redime todo nuestro ser humano. Al compartir todo lo nuestro, nos comprende, nos
valoriza, hace suyas todas nuestras ilusiones, nuestros trabajos, nuestros dolores, nuestras
debilidades. Goza con todo lo nuestro, sufre con todo lo nuestro, porque participa en todo
nuestra naturaleza humana.

Nuestra naturaleza no le comunica a Dios ningún mal, mientras que Dios comunica a
nuestra naturaleza todo bien. Si metemos el hierro frío y negro en el fuego, el hierro no
comunica al fuego ni su frialdad ni su negrura; mientras que el fuego ha comunicado al hierro
todo su calor y brillantez.

Esto que se realizó con la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de María, lo vivimos
especialmente nosotros cuando nos unimos a Cristo en la Eucaristía.
Porque entonces, más que nunca, nos asume Cristo, nos hace “uno” con Él, y nos pasa a
nosotros la vida divina que a Él lo colma en plenitud. “Igual que yo vivo del Padre, así el que
me come vivirá por mí” (Juan 6,57). Dios todo en Cristo, y Cristo por la Comunión todo en
mí...

Hablo al Señor Todos

Dios eterno, que te has hecho hombre como yo. Ahora puedo tratarte de tú a tú, pues eres
como yo en todo. Yo podía tener miedo ante Dios; ante un hermano mío, no. Antes estabas
lejanísimo; ahora te miro muy de cerca. ¡Jesús! De tal modo nos has acercado Tú a Dios, que
puedes decirme: no temas al ver en mí a tu Dios, ama al Dios que por ti se ha hecho y es un
hombre. En ti veo, Jesús, al Dios que se hace un servidor mío. Tú y yo vamos a vivir, amar,
sufrir y gozar siempre juntos. ¡Te haces tan pequeño Tú para hacerme tan grande a mí!...

Contemplación afectiva Alternando con el que dirige


Hijo de Dios, engendrado por el Padre Eterno.
- Jesús, te amo con todo el corazón.
Hijo de Dios, que te hiciste hombre como nosotros.
- Jesús, te amo con todo el corazón.
Hijo de Dios, que te hiciste hijo de María.
- Jesús, te amo con todo el corazón.
Hijo de Dios, que te hiciste hermano nuestro.
- Jesús, te amo con todo el corazón.
Hijo de Dios, que te has hecho en todo como nosotros.
- Jesús, te amo con todo el corazón.
Hijo de Dios, que eres el modelo de mi ideal ante Dios.
- Jesús, te amo con todo el corazón.
Hijo de Dios, que amas como amamos nosotros.
- Jesús, te amo con todo el corazón.
Hijo de Dios, que sufriste como sufrimos nosotros.
- Jesús, te amo con todo el corazón.
Hijo de Dios, que gozaste como nosotros tus hermanos.
- Jesús, te amo con todo el corazón.
Hijo de Dios, que estás en el cielo como hombre glorificado.
- Jesús, te amo con todo el corazón.
Hijo de Dios, que en el Cielo intercedes por nosotros.
- Jesús, te amo con todo el corazón.
Hijo de Dios, que en el Cielo nos esperas a tus hermanos.
- Jesús, te amo con todo el corazón.
Todos
Señor Jesús, ¡con qué confianza acudo a ti sabiendo que me entiendes perfectamente
cuando amo y sufro y gozo y me ilusiono y fracaso, porque Tú mismo amaste, sufriste,
gozaste, te ilusionaste y fracasaste como cualquiera de nosotros! Haz que te ame y que
confíe siempre en ti.
Madre María, que nos diste hecho hombre al Hijo de Dios, encarnado felizmente en tu
seno virginal. Nadie como Tú conoció y entendió a Jesús, y nadie me puede llevar a Él como
lo puedes hacer Tú. Alcánzame de Dios la gracia de seguir a Jesús hasta el fin, aunque me
cueste, como a ti, clavarme firme en el Calvario.

En mi vida Autoexamen

San Pablo nos dice que Dios nos ha elegido en Cristo para ser “santos, inmaculados,
amantes” (Efesios 1,4), copias sin defecto de lo que es Jesucristo ante el Padre. Para esto
Dios se hizo hombre, para que nosotros seamos como Dios. ¿Respondo yo así a mi vocación
cristiana? ¿Me doy cuenta de que en tanto soy un hombre o una mujer cabal en cuanto soy
una persona cristiana perfecta? ¿Aprecio la Gracia, la conservo, la acreciento sin cesar?...
¿Me esmero, sobre todo, en la recepción de la Eucaristía, que acrece en mí sobremanera la
vida de Dios, la santidad a que Dios me llama?...

Preces

Alabamos a Jesús, Cristo el Señor, el Hijo de Dios hecho hombre como nosotros, y le
pedimos:
Acuérdate, Señor, de tu Pueblo santo.
En esta hora plácida del atardecer, cuando venimos ante tu presencia en el Sagrario,
- acepta nuestro trabajo de hoy, nuestro descanso, nuestro amor.
Eres el sol de justicia, que brilla con luz indeficiente en medio de un mundo en tinieblas,
- haz que los hombres tus hermanos sean constructores de paz y eliminen de la sociedad
toda clase de esclavitud.
Tú que eres el modelo y la imagen del hombre nuevo,
- convierte a todos los hijos e hijas de la Iglesia en modelos acabados de la santidad a la
que Dios los llama desde su Bautismo.
A todos nuestros hermanos que están fuera de su casa por trabajo o por merecido
descanso,
- devuélvelos felizmente al seno de sus hogares.
Y a los hermanos que nos dejaron para ir a la Casa del Padre,
- dales el descanso eterno y la luz perpetua.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, aquí tienes oculta tu Humanidad igual que tu Divinidad. Pero
creemos en ti, y te pedimos que cuando vengas a nosotros o al vernos contigo ante el
Sagrario, nos llenes de la vida divina que habita plenamente en ti, para que consigas en
nosotros el fin por el que te hiciste hombre: ¡que nos llenemos de la vida de Dios!... Tú que
vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Recuerdo y testimonio...

1. En Jesucristo Hombre, tan valiente en su vida, han aprendido valentía los hombres más
amantes de la Eucaristía. Por ejemplo, muchos militares católicos. El General Gastón de
Sonis, que decía: “Cuando una Comunión buena ha puesto a Jesucristo en la plaza, no se
capitula”.
El Condestable Núñez Alvarez Pereira comulgaba todos los días en el campo de batalla,
y decía: “Si quieren verme vencido, no tienen más que privarme de la Eucaristía”.
Se parecían al Rey San Fernando de Castilla, que comulgaba a la vista de su ejército y de
todo el pueblo antes de entrar en batalla con los moros.
2. Y una mujer entre soldados y revolucionarios de París, en 1848. La Señorita
Desmaisieres, Vizcondesa de Jorbalán, hoy Santa María Micaela, va diariamente a comulgar
atravesando las barricadas en aquellos días aciagos. Algunos revolucionarios le salen al paso
prohibiéndoselo. Pero otros, viéndola saltar por encima de los escombros, la felicitan
orgullosos:
- ¡Dejen pasar a la ciudadana!
Nosotros diríamos: a la cristiana más valiente...
4. SU NOMBRE: JESÚS
Reflexión bíblica Lectura, o guión para el que dirige.

Del Evangelio según San Mateo. 1,15.21.


El origen de Jesús fue de esta manera. Su madre, María, estaba desposada con José
y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu
Santo. Su marido José, que era justo, pero no quería infamarla, resolvió divorciarla en
privado. Así lo tenía planeado, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y
le dijo: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a tu mujer, porque lo engendrado
en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús,
porque él salvará al pueblo de sus pecados.
Palabra del Señor.

No había discusión en el nombre que debía llevar el Hijo de Dios hecho hombre, porque
Dios se adelanta y encarga primero a María y después a José: “Le pondrás por nombre
Jesús”. Y así fue: “Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le puso el
nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno” (Lucas 2,21)
A José le había dado la razón el mensajero celeste: “Porque él salvará al pueblo de sus
pecados”. Es decir, Jesús va a ser El Salvador. Decir Jesús es lo mismo que decir: “Yahvé
que salva”, “Dios es Salvador”.
Por eso dirá Pedro a la asamblea de los judíos: “No hay otro Nombre dado a los hombres
sobre la tierra con el cual podamos ser salvos” (Hechos 4,12). Además, para un judío el
nombre era lo mismo que la persona. Por lo tanto, Jesús era significar la Persona adorable
del Señor en todos sus aspectos.

Esta es la razón por la cual la Iglesia ha tenido siempre una devoción especial al Nombre
de Jesús.
La Liturgia, los santos y los escritores tienen expresiones hermosísimas, como el himno
que canta: “Jesús, dulce memoria, que comunicas los verdaderos gozos al corazón”.
O como Fray Luis de León: “Dichoso, si se puede decir, el pecar, que nos mereció tal
Jesús”, traducción del dicho litúrgico en la noche pascual: “¡Oh feliz culpa, que nos mereció
tal Redentor!”.
Y comentando el significado de Jesús, Salvador, dice el mismo Fray Luis: “Son salud sus
palabras; digo, son Jesús sus palabras, son Jesús sus obras, su vida es Jesús y su muerte
es Jesús”.
Así como San Buenaventura, haciendo referencia a la Persona de Jesús, dice de su
nombre que la expresa: “Jesús, ¡qué nombre tan fuerte, tan lleno de gracia, tan feliz, tan
dulce, tan glorioso!”.

Siendo esto así, no busquemos otro remedio para los males del mundo sino Jesús, su
Persona salvadora. Sólo Jesús nos puede librar de la incredulidad, de la inmoralidad y de la
injusticia. ¡Contemos con Jesús Salvador!...

Nosotros miramos a Jesús, presente en la Eucaristía. Nuestro Salvador está en medio de


nosotros. ¿Y qué va a hacer aquí Jesús sino cumplir la misión confiada por el Padre: ser
Salvador?...
Hablo al Señor Todos

¡Jesús! Sé para mí Jesús: mi Salvador.


Sé mi Salvador en todo: haz honor a tu Nombre.
Sé mi Salvador en las penas: que no me lleguen a vencer.
Sé mi Salvador en los fracasos: que no me aplasten.
Sé mi Salvador en el trabajo: que no me rinda.
Sé mi Salvador en las preocupaciones: que no me turben.
Sé mi Salvador en la enfermedad: que la lleve con amor.
Sé mi Salvador en los éxitos: que no me envanezcan.
Sé mi Salvador ante la eternidad: que no me pierda.
Sé mi Salvador siempre, que por eso te llamas Jesús.

Contemplación afectiva Alternando con el que dirige

Tú, que te llamas Jesús, porque eres el Salvador.


- ¡Bendito sea tu santo Nombre!
Tú, que eres Jesús, nombre elegido por el mismo Dios.
- ¡Bendito sea tu santo Nombre!
Tú, que eres Jesús para librarme del pecado.
- ¡Bendito sea tu santo Nombre!
Tú, que eres Jesús para salvarme eternamente.
- ¡Bendito sea tu santo Nombre!
Tú, que eres Jesús para preservarme del error.
- ¡Bendito sea tu santo Nombre!
Tú, que eres Jesús para sostenerme en el dolor.
- ¡Bendito sea tu santo Nombre!
Tú, que eres Jesús para salvarme en las pruebas de la vida.
- ¡Bendito sea tu santo Nombre!
Tú, que eres Jesús para librar al mundo de la injusticia.
- ¡Bendito sea tu santo Nombre!
Tú, que eres Jesús para todos los que te invocan.
- ¡Bendito sea tu santo Nombre!
Tú, que eres Jesús para felicidad de todos los que te aman.
- ¡Bendito sea tu santo Nombre!
Tú, que serás la última palabra de mis labios moribundos.
- ¡Bendito sea tu santo Nombre!
Tú, mi Jesús eterno, porque me habrás llevado al Cielo.
- ¡Bendito sea tu santo Nombre!
Todos
Señor Jesús, yo te reconozco felizmente por mi Salvador. Quiero vivir con seguridad total
en ti, que me salvarás siempre de todo pecado, de toda pena, de toda prueba, de todo dolor,
de toda condenación. Dame una confianza inmensa en ti y un amor ardentísimo a tu Persona
adorable.
Madre María, que fuiste la primera en pronunciar el nombre de Jesús con un amor y una
ternura indecibles. Haz que ese Jesús, que lo fue todo para ti, sea también el ideal más
grande de mi existencia. Que sepa yo imponerme por Él cualquier sacrificio, porque a Jesús
no se le niega nunca nada.

En mi vida Autoexamen

Si Jesús se llama por mí y para mí: Jesús, Salvador, ¿qué razón de ser tienen mi
desconfianza, mis miedos, mis preocupaciones, los mismos pecados que he podido
cometer?... Jesús no hubiera sido Jesús, ni sería Jesús ahora, si no hubiese cumplido ni
cumpliese actualmente la misión que el Padre le confiara: salvarme en todo. Entonces, yo
debo confiar siempre en Él sin tenerle miedo alguno. Jesús le confió a un alma santa: “Es
cierto que cien pecados me ofenden más que uno. Pero si ese uno fuera de desconfianza,
me dolería más que los otros cien” (A Benigna Consolata)

Preces

Invocamos a Jesús, y le pedimos que, haciendo honor a su Nombre y a su misión de ser el


Salvador, nos libre de todo mal.
Señor Jesús, sálvanos porque confiamos en ti.
Que tu Iglesia se vea libre de todo error;
- y se mantenga fiel a tus enseñanzas y las orientaciones de los Pastores.
Que los responsables de la sociedad tengan conciencia de su deber;
- y salven a los pueblos de toda injusticia.
Que cesen los escándalos en el mundo;
- y que los niños y las personas más inocentes no encuentren tropiezos que arruinarían su
salvación.
Que los jóvenes vivan con convicción su condición cristiana;
- y sean la esperanza para crear un mundo mejor.
Que al declinar este día que terminamos en tu presencia,
- nos des a todos la esperanza de la salvación eterna.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, ¡con qué reverencia, con qué confianza, con qué amor te llamamos
ahora Jesús en tu misma presencia! ¡Jesús! Con tu solo Nombre, si te comemos, nos nutres;
si te invocamos, nos llenas de ti; si te leemos, nos instruyes; si escribimos de ti, nos
enorgulleces. Al hablar de ti, nuestros labios se llenan de gozo celestial. ¡Jesús, sé para
nosotros Jesús! Así sea.
Recuerdo y testimonio...

1. La jovencita Santa Gema Galgani volcó su corazón en una página que sólo puedan
entender los grandes amantes:
“Quisiera que mi corazón no palpitase, no viviese, no suspirase sino por Jesús. Quisiera
que mi lengua no supiera proferir más que el nombre de Jesús; que mis ojos no mirasen más
que a Jesús; que mi pluma no escribiese más que de Jesús; que mis pensamientos volasen
únicamente a Jesús. Muchas veces me he puesto a reflexionar si hay algún objeto en la tierra
digno de mis afectos, pero no encuentro ninguno, ni en el cielo ni en la tierra, fuera de mi
querido Jesús... Si los mundanos pensasen en Jesús, sería un imposible que Jesús no
cambiara su corazón..., y si probasen un solo instante el gozo que se experimenta al lado de
Jesús, les aseguro que no le dejarían escapar nunca”.

2. Matt Talbolt, el obrero del puerto de Dublín, le dice con toda naturalidad a una señorita
norteamericana, que está muy triste porque se ha quedado sola en Irlanda:
- ¿Sola? ¿Y por qué? ¿No está siempre con nosotros Jesús en el Santísimo Sacramento?.

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