EAHora Adviento
EAHora Adviento
EAHora Adviento
Pedro García
Misionero Claretiano
Cristo ha venido, viene y ha de venir... Son tres tiempos diferentes de una sola venida. Jesús
confiesa que Él es “el enviado del Padre” (Juan 10,36). Israel esperó durante muchos siglos
al que tenía que venir, y vino en Belén. Ahora, viene cada día a su Iglesia de muchas formas,
pero sobre todo por el Sacramento del Altar.
Sin embargo, aquella venida primera y la venida actual no son más que el signo y la promesa
de la venida definitiva que se realizará al final de los tiempos, como dice el Señor en el
Apocalipsis: “Miren, que vengo en seguida” (Ap. 22,20). Entonces ya no habrá que esperar
nada más, nada, porque se habrá realizado en todo y para siempre el plan de la salvación...
Jesús vino antes para revelarnos el amor de Dios nuestro Padre. Y vino para dar al mundo la
Buena Noticia de la salvación, destinada a los pobres que lo fían todo de Dios.
Cristo viene ahora, en la Eucaristía especialmente, para darnos la vida: “He venido para que
tengan vida, y la tengan abundante” (Juan 10,10). Y vendrá al final para revelarnos en todo su
esplendor la gloria del Padre: “Yo les he dado la gloria que tú me diste” (Juan 17,22),
“esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5,2), gloria definitiva, porque “cuando aparezca
Cristo, entonces también ustedes aparecerán gloriosos con él” (Colosenses 3,4)
¿Hay alguien más grande, que el Dios que envía? ¿Y hay un embajador más digno y fiel que
ese Jesús, enviado por el Padre, si es su propio Hijo, y Dios como su Padre?...
En la espera de Cristo al final de los tiempos, la esperanza más firme que tenemos es la
Eucaristía, “garantía de la gloria”, como la llama la Iglesia, conforme al encargo de San Pablo:
“Cada vez que coman del Pan y beban del Cáliz, anuncien la muerte del Señor, hasta que
venga” (1Corintios 11,26)
Jesucristo Sacramentado es el mismo que vino, el que viene continuamente a su Iglesia para
santificarla y el que vendrá glorioso al final del mundo. Y la Eucaristía es el memorial que nos
hace presente lo que pasó una vez y nos dice lo que vendrá definitivamente al fin. Por eso la
Eucaristía es la fuente de donde brota y la cima en que acaba toda la vida cristiana.
En mi vida Autoexamen
Si Cristo vino al mundo y está en el mundo, ¿no merecemos el reproche del Bautista: “En
medio de ustedes está uno a quien no conocen?”... El esperado de los siglos está ahora con
nosotros en su Sagrario, ¿y vamos a Él, y sabemos llevar a todos los hermanos hacia ese
Jesús, que es ahora nuestra salvación y mañana será nuestra gloria? Al venir al mundo, el
Dios invisible se hizo carne en las entrañas de María. Ahora está entre nosotros con
apariencia de pan. ¿Nos habrá de repetir el Evangelista que viene a los suyos y los suyos no
le reciben?...
Preces
Recuerdo y testimonio...
1. El Papa Juan Pablo I se acerca a su Secretario particular, que nos cuenta el diálogo
sostenido con el Santo Padre.
- Padre, ¿puedo pedirle un favor? ¿Puede celebrar mañana la Misa por mí?
- Sí, Santidad. Con frecuencia la celebro por Vuestra Santidad.
- ¡Oh, no! No se trata de eso. ¿Puede celebrarla usted, y hacerle yo de monaguillo? Me
gustaría ayudarle la Misa...
El Secretario Mons. Magee quedó desconcertado. Y siguió el Papa:
- No tenga miedo. Hago esto por mi bien espiritual. Tengo necesidad de hacerlo. Esto me
hace mucho bien.
Y el Papa ayudaba la Misa y recibía después humildemente la bendición del sacerdote. Por
tres veces, en sólo 33 días de pontificado, repitió este gesto de humildad y de fe. Y añadía a
su Secretario: “Cuando ayudo su Misa estoy seguro de servir a la Persona de Cristo”.
El rocío de la mañana es una de las más bellas y poéticas expresiones de la Biblia para
hacernos entender la acción de Dios sobre el mundo. Si queremos comprender la imagen del
rocío hemos de situarnos en Palestina durante el verano abrasador. El calor es insoportable
durante el día. Pero llega la noche, y, sin que nadie lo vea cómo se forma, el rocío cuaja en
las hojas de las plantas, en los pétalos de las flores, en las mismas piedras de la montaña.
Las gotas de rocío parecen puñados de perlas esparcidas por doquier. Por el rocío, todo se
convierte en verdor y frescura, que sanan la sequedad de la tierra.
La liturgia de la Navidad nos dice deliciosamente que el Hijo de Dios “descendió al seno de
la Virgen como el rocío sobre la grama”. Ese Hijo de María lo había engendrado el Padre
desde toda la eternidad, como lo canta uno de los salmos más famosos: “Yo te engendré
entre esplendores de santidad, como rocío antes de la aurora” (Salmo 109,3)
El mundo suspiraba por el Cristo Salvador, y el profeta Isaías lo pedía a Dios con un grito
ardoroso: “¡Nubes, haced caer vuestro rocío!” (45,8)
Al venir al mundo, se cumplirá lo del profeta Oseas: “Será como el rocío para Israel, que
se convertirá en un jardín de lirios, en un paraíso de flores y aromas” (14,6)
Después, podremos decir de Jesús con Isaías, cuando el Señor resucite de entre los
muertos en mitad de la noche callada: “Tu rocío es rocío esplendoroso, y la tierra, empapada
con él, da a luz a sus muertos” (26,19)
El salmo profetizó la obra de este rocío celestial: “Descenderá como rocío, y en sus días
florecerá la justicia y habrá una paz duradera” (Salmo 71,6).
A nosotros, conforme al profeta Miqueas, nos compromete a ser también rocío en medio
de un mundo necesitado de Cristo: “Y será el Resto de Jacob ―es decir, la Iglesia, el
verdadero Israel de Dios― como rocío de Yahvé‚ en medio de los pueblos” (5,6)
Los que recibimos la Eucaristía, trigo de los campos que se empapó de rocío y ahora se
nos hace Pan celestial, ¿no vamos a ser rocío vivificador para todos los que nos necesitan?...
En mi vida Autoexamen
Preces
Dios nos ama y sabe lo que nos hace falta. Al campo estéril de nuestra alma le envía el
rocío refrescante de su Gracia que nos mantiene en perenne verdor. Por eso le decimos:
Te alabamos, Dios nuestro, y confiamos en ti.
Te bendecimos, Dios todopoderoso, porque nos has dado el conocimiento de tu verdad;
- en ella queremos vivir y morir, sin fallar nunca en nuestra fe.
Míranos siempre, Señor, Tú que has querido tener abierta siempre para nosotros la puerta
de tu misericordia y bondad;
- para que nunca falle nuestra confianza en ti.
Al declinar el día nos sentamos juntos en la Mesa de tu Hijo divino;
- y estamos seguros de que nos va a tener como sus hermanos y comensales también en
el banquete del Reino celestial.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, rocío bajado del Cielo sobre el campo de la Iglesia en la que
mantienes siempre el frescor del paraíso. Haz que vivamos de ti, en el Altar y en el Sagrario.
Que comamos con avidez el fruto del árbol de la vida: tu Cuerpo y tu Sangre, alimento que
nos sustenta y que nos guarda con salud vigorosa hasta la vida eterna. Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos. Amén.
Recuerdo y testimonio...
1. El alma de los niños, llena de candor como el rocío de la mañana, es especial para
captar al Jesús de la Eucaristía. Como Gustavo María Bruni, que le dice a su padre el día de
la Primera Comunión:
- ¿Sabes, papá? Ahora que he comulgado siento que podré llegar a ser santo; antes, no.
Moría a los siete años en olor de santidad...
2. Luis Veuillot era un descreído total y enemigo acérrimo de la Iglesia. Pero su hijito, que
iba a hacer la primera Comunión, le pide resuelto:
- Papá, corre mucha prisa lo que tengo que decirle. Quisiera que el día de mi Primera
Comunión me acompañasen usted y mamá. No me lo niegue, por amor de Dios, que tanto le
ama.
El insigne Veuillot no supo resistir. Y a niño tan angelical debemos la conversión del que
sería después el gran campeón de la causa católica en Francia.
3. Un matrimonio separado en Barcelona. El padre vive con la niña que le dice antes de
recibir la Primera Comunión en su Colegio sin la presencia de mamá: -¡Ay, papá! Es tan triste
no tener madre...
El padre se emociona: -¡Hija mía, tendrás madre! No irás sola a comulgar.
Los esposos se unieron de nuevo, para no separarse ya más...
3. “Y EL HIJO DE DIOS SE HIZO HOMBRE”
No venía a desplegar un gran poder para sojuzgar al mundo, sino que “echó su tienda de
campaña entre nosotros” para vivir con nosotros, para compartir nuestra suerte, para
hacernos conocer al Padre y hacernos hijos suyos, para llenarnos con su Espíritu y
enriquecernos con todos los bienes de Dios.
Al haberse hecho hombre el Hijo de Dios y ser como uno de nosotros, Jesús respeta,
realiza y redime todo nuestro ser humano. Al compartir todo lo nuestro, nos comprende, nos
valoriza, hace suyas todas nuestras ilusiones, nuestros trabajos, nuestros dolores, nuestras
debilidades. Goza con todo lo nuestro, sufre con todo lo nuestro, porque participa en todo
nuestra naturaleza humana.
Nuestra naturaleza no le comunica a Dios ningún mal, mientras que Dios comunica a
nuestra naturaleza todo bien. Si metemos el hierro frío y negro en el fuego, el hierro no
comunica al fuego ni su frialdad ni su negrura; mientras que el fuego ha comunicado al hierro
todo su calor y brillantez.
Esto que se realizó con la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de María, lo vivimos
especialmente nosotros cuando nos unimos a Cristo en la Eucaristía.
Porque entonces, más que nunca, nos asume Cristo, nos hace “uno” con Él, y nos pasa a
nosotros la vida divina que a Él lo colma en plenitud. “Igual que yo vivo del Padre, así el que
me come vivirá por mí” (Juan 6,57). Dios todo en Cristo, y Cristo por la Comunión todo en
mí...
Dios eterno, que te has hecho hombre como yo. Ahora puedo tratarte de tú a tú, pues eres
como yo en todo. Yo podía tener miedo ante Dios; ante un hermano mío, no. Antes estabas
lejanísimo; ahora te miro muy de cerca. ¡Jesús! De tal modo nos has acercado Tú a Dios, que
puedes decirme: no temas al ver en mí a tu Dios, ama al Dios que por ti se ha hecho y es un
hombre. En ti veo, Jesús, al Dios que se hace un servidor mío. Tú y yo vamos a vivir, amar,
sufrir y gozar siempre juntos. ¡Te haces tan pequeño Tú para hacerme tan grande a mí!...
En mi vida Autoexamen
San Pablo nos dice que Dios nos ha elegido en Cristo para ser “santos, inmaculados,
amantes” (Efesios 1,4), copias sin defecto de lo que es Jesucristo ante el Padre. Para esto
Dios se hizo hombre, para que nosotros seamos como Dios. ¿Respondo yo así a mi vocación
cristiana? ¿Me doy cuenta de que en tanto soy un hombre o una mujer cabal en cuanto soy
una persona cristiana perfecta? ¿Aprecio la Gracia, la conservo, la acreciento sin cesar?...
¿Me esmero, sobre todo, en la recepción de la Eucaristía, que acrece en mí sobremanera la
vida de Dios, la santidad a que Dios me llama?...
Preces
Alabamos a Jesús, Cristo el Señor, el Hijo de Dios hecho hombre como nosotros, y le
pedimos:
Acuérdate, Señor, de tu Pueblo santo.
En esta hora plácida del atardecer, cuando venimos ante tu presencia en el Sagrario,
- acepta nuestro trabajo de hoy, nuestro descanso, nuestro amor.
Eres el sol de justicia, que brilla con luz indeficiente en medio de un mundo en tinieblas,
- haz que los hombres tus hermanos sean constructores de paz y eliminen de la sociedad
toda clase de esclavitud.
Tú que eres el modelo y la imagen del hombre nuevo,
- convierte a todos los hijos e hijas de la Iglesia en modelos acabados de la santidad a la
que Dios los llama desde su Bautismo.
A todos nuestros hermanos que están fuera de su casa por trabajo o por merecido
descanso,
- devuélvelos felizmente al seno de sus hogares.
Y a los hermanos que nos dejaron para ir a la Casa del Padre,
- dales el descanso eterno y la luz perpetua.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, aquí tienes oculta tu Humanidad igual que tu Divinidad. Pero
creemos en ti, y te pedimos que cuando vengas a nosotros o al vernos contigo ante el
Sagrario, nos llenes de la vida divina que habita plenamente en ti, para que consigas en
nosotros el fin por el que te hiciste hombre: ¡que nos llenemos de la vida de Dios!... Tú que
vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Recuerdo y testimonio...
1. En Jesucristo Hombre, tan valiente en su vida, han aprendido valentía los hombres más
amantes de la Eucaristía. Por ejemplo, muchos militares católicos. El General Gastón de
Sonis, que decía: “Cuando una Comunión buena ha puesto a Jesucristo en la plaza, no se
capitula”.
El Condestable Núñez Alvarez Pereira comulgaba todos los días en el campo de batalla,
y decía: “Si quieren verme vencido, no tienen más que privarme de la Eucaristía”.
Se parecían al Rey San Fernando de Castilla, que comulgaba a la vista de su ejército y de
todo el pueblo antes de entrar en batalla con los moros.
2. Y una mujer entre soldados y revolucionarios de París, en 1848. La Señorita
Desmaisieres, Vizcondesa de Jorbalán, hoy Santa María Micaela, va diariamente a comulgar
atravesando las barricadas en aquellos días aciagos. Algunos revolucionarios le salen al paso
prohibiéndoselo. Pero otros, viéndola saltar por encima de los escombros, la felicitan
orgullosos:
- ¡Dejen pasar a la ciudadana!
Nosotros diríamos: a la cristiana más valiente...
4. SU NOMBRE: JESÚS
Reflexión bíblica Lectura, o guión para el que dirige.
No había discusión en el nombre que debía llevar el Hijo de Dios hecho hombre, porque
Dios se adelanta y encarga primero a María y después a José: “Le pondrás por nombre
Jesús”. Y así fue: “Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le puso el
nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno” (Lucas 2,21)
A José le había dado la razón el mensajero celeste: “Porque él salvará al pueblo de sus
pecados”. Es decir, Jesús va a ser El Salvador. Decir Jesús es lo mismo que decir: “Yahvé
que salva”, “Dios es Salvador”.
Por eso dirá Pedro a la asamblea de los judíos: “No hay otro Nombre dado a los hombres
sobre la tierra con el cual podamos ser salvos” (Hechos 4,12). Además, para un judío el
nombre era lo mismo que la persona. Por lo tanto, Jesús era significar la Persona adorable
del Señor en todos sus aspectos.
Esta es la razón por la cual la Iglesia ha tenido siempre una devoción especial al Nombre
de Jesús.
La Liturgia, los santos y los escritores tienen expresiones hermosísimas, como el himno
que canta: “Jesús, dulce memoria, que comunicas los verdaderos gozos al corazón”.
O como Fray Luis de León: “Dichoso, si se puede decir, el pecar, que nos mereció tal
Jesús”, traducción del dicho litúrgico en la noche pascual: “¡Oh feliz culpa, que nos mereció
tal Redentor!”.
Y comentando el significado de Jesús, Salvador, dice el mismo Fray Luis: “Son salud sus
palabras; digo, son Jesús sus palabras, son Jesús sus obras, su vida es Jesús y su muerte
es Jesús”.
Así como San Buenaventura, haciendo referencia a la Persona de Jesús, dice de su
nombre que la expresa: “Jesús, ¡qué nombre tan fuerte, tan lleno de gracia, tan feliz, tan
dulce, tan glorioso!”.
Siendo esto así, no busquemos otro remedio para los males del mundo sino Jesús, su
Persona salvadora. Sólo Jesús nos puede librar de la incredulidad, de la inmoralidad y de la
injusticia. ¡Contemos con Jesús Salvador!...
En mi vida Autoexamen
Si Jesús se llama por mí y para mí: Jesús, Salvador, ¿qué razón de ser tienen mi
desconfianza, mis miedos, mis preocupaciones, los mismos pecados que he podido
cometer?... Jesús no hubiera sido Jesús, ni sería Jesús ahora, si no hubiese cumplido ni
cumpliese actualmente la misión que el Padre le confiara: salvarme en todo. Entonces, yo
debo confiar siempre en Él sin tenerle miedo alguno. Jesús le confió a un alma santa: “Es
cierto que cien pecados me ofenden más que uno. Pero si ese uno fuera de desconfianza,
me dolería más que los otros cien” (A Benigna Consolata)
Preces
1. La jovencita Santa Gema Galgani volcó su corazón en una página que sólo puedan
entender los grandes amantes:
“Quisiera que mi corazón no palpitase, no viviese, no suspirase sino por Jesús. Quisiera
que mi lengua no supiera proferir más que el nombre de Jesús; que mis ojos no mirasen más
que a Jesús; que mi pluma no escribiese más que de Jesús; que mis pensamientos volasen
únicamente a Jesús. Muchas veces me he puesto a reflexionar si hay algún objeto en la tierra
digno de mis afectos, pero no encuentro ninguno, ni en el cielo ni en la tierra, fuera de mi
querido Jesús... Si los mundanos pensasen en Jesús, sería un imposible que Jesús no
cambiara su corazón..., y si probasen un solo instante el gozo que se experimenta al lado de
Jesús, les aseguro que no le dejarían escapar nunca”.
2. Matt Talbolt, el obrero del puerto de Dublín, le dice con toda naturalidad a una señorita
norteamericana, que está muy triste porque se ha quedado sola en Irlanda:
- ¿Sola? ¿Y por qué? ¿No está siempre con nosotros Jesús en el Santísimo Sacramento?.