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CAGNI, HORACIO C. - La Guerra Hispanoamericana, Inicio de La Globalización (OCR) (Por Ganz1912) PDF

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g a n z l9 1 2

HORACIO C. CAGNI

LA GUERRA HISPANOAMERICANA

INICIO DE LA GLOBALIZACION

CENTRO ARGENTINO DE ESTUDIOS ESTRATEGICOS

IXBILIA ■UNIVERSIDAD D E SEVILLA


g a n z l9 1 2

Número de Serie:
International Standard Serial Number
ISSN 0326-6427

Registro Nacional de la Propiedad Intelectual


N ° 180866

Diseño de tapa: Lucas Iribarren

OLCESE EDITORES
Viamonte 494 3o piso Of. 11 (1053) Buenos Aires
Tel.: (54 11) 4312-1128/Fax: (54 11)4312-5802

ÜÉ^
ganz'1912
EL ORIGEN DE UNA PARÁBOLA INÚTIL

Debemos a Horacio Cagni el reconocimiento por su tarea de politólogo,


capaz de manejar con estilo admirable los imprescindibles datos farragosos.
Capaz de manejar el caudal informativo y los temas esenciales que toca, con
admirable estilo de analista.
En este breve volumen, Cagni escoge un momento central de la infancia
imperialista de Estados Unidos: la guerra contra España de 1898, el momento
en que la España de la decadencia -el rostro menos válido de la Europa
finisecular- debe humillarse con sus barcos de madera y sus oficiales con más
gala que fajina, a esa naciente unión de poder militar, geopolítica y cierto
desafiante resentimiento hacia la superior, pero débil, cultura católico-latina.
Venciendo a España, Estados Unidos señala a Iberoamérica el verdadero
significado de “América para los americanos” y a Europa el ilimitado alcance
de su convicción subcultural. ,
Horacio Cagni reúne la felicidad del historiador capaz de señalar
sintéticamente lo esencial, a la vez que ahonda con originalidad en las
significaciones más profundas de esa conducta de imperio con baby-face,
siempre sonriente como en la propaganda de Kolynos, incluso hoy cuando
termina el siglo mostrando todos sus dientes en Kosovo, dejando su túnica de
“República Imperial” (more R. Aron) y presentándose como superpotencia,
dispuesta a ser protagonista y ama del intento de globalización.
El autor analiza el huevo de la sapiente norteamericana: esa letal
vinculación de un puritano con poder sálvacioríistal' i'neodofé''Rooie'-^~,~corn ef
Almirante Mahan, el pensador de la geopolítica estadounidense. Este define, en
un mundo dormido, las grandes conveniencias de la expansión yanqui, su paso
de nación continental aislada a potencia marítima. Roosevelt será el guerrero
convencido de que el chato pragmatismo de un país culturalmente deficiente,
puede ser el origen de una moral universal. Se le ocurre que EE.UU señala un
camino de salvación, que su calidad de vida es ejemplar (aunque los negros
sufran exclusión, una nueva esclavitud y no pueden usar las escuelas y letrinas
de los blancos). El asunto es la democracia. El American way of Ufe. Se
proclama que “la raza anglosajona fue elegida por Dios para civilizar la tierra”
(del pastor Josiah Strong).
Se consolida la teoría y la práctica del “Destino Manifiesto”; Teddy
Roosevelt será el hombre clave.
Es fascinante seguir las pistas que investiga Cagni: del complejo de
inferioridad cultural de Estados Unidos ante el mundo existencialmente denso y
profundo de Europa, se pasa al opuesto, a la pretensión de dirigir el mundo
desde el pragmatismo eficientista y con una masa humana inferior.
3
La humillación de España en Cuba, como “antiguo imperio” europeo y
fundador de una cultura, será el paso decisivo, en 1898, del camino que se
completará en 1998/99, con el bombardeo demoledor de Yugoslavia y con esta
Europa timorata, atragantada de socialdemocratismo falso, a la rastra del
Gigante por los territorios de su cultura y su historia.
Horacio Cagni nos señala la admirable contravoz de aquellos argentinos
que desde 1880 a 1930, en medio siglo apenas, crearon una zona de vida y de
paz. de cultura europea, que desde el Congreso Panamericano de 1889 se supo
negar a la prepotencia de Washington. Una contravoz hoy afónica, sin
resonancia en la clase dirigente de este fin de siglo. Mansilla, Roca, Cañé,
Groussac tuvieron la clara convicción de que el mundo yanqui era fuerte pero
culturalmente deficiente.
Dentro de nuestro dócil continente los argentinos merecen el elogio de
haber comprendido que el Gigantismo estadounidense escondía insalvables
debilidades.
Aunque hoy Estados Unidos es el único país occidental que vive su destino
nietzscheano admirable, de voluntad de existencia y dominación, como aquél
Imperio de Felipe II está corroído por un viras insalvable. En aquella España
imperial se trató de una cultura sin capacidad burguesa naciente y sin
comprensión de las tecnologías.
Los Estados Unidos de hoy cumplen su parábola del vencedor que no
convence. Se extienden dominadoramente por el mundo sin aportar una imagen
superior del hombre. Difunden la subcultura como expresión de su
resentimiento, desde su origen como nación, hacia esa cultura europea de la que
son consecuencia.
Es admirable su voluntad de Gran Política, pero su mercancía es chata, sus
dioses subalternos: democracia, derechos humanos y un liberalismo ya fenecido
que hoy se desbarranca en el caos terminal del mercantilismo electrónico.
Con agudeza Horacio Cagni nos invita a pensar, un siglo después, el origen
de un poder que hoy alcanza el efímero apogeo de una parábola inútil: su poder
militar y político carece de la dimensión espiritual-cultural que lo rescataría del
mero episodio de voluntad de poder.
La América Latina, dominada y subalternizada desde aquél 3898, hoy está
convocada a reunirse en torno a la evidencia de su cultura y darse una expresión
política y económica propia. Esto es vivir con plenitud la voluntad de ser y de
disociarse del nihilismo decadente que hoy nos invade.
El Titán nietzscheano termina naufragando frente a las particularidades
nacionales y la extraña sobrevivencia de las religiones. Todo lo que ofrece,
desde la cosa comercializada del consumismo, hasta su democracia de
administradores de Imperio, sin olvidar la mercadería subcultural audiovisual e
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informatizada, nos parece pacotilla. Pacotilla que no toca al ser ni a nuestra
existencia.
Hoy nos globalizan con pacotilla. Pero las culturas nos siguen situando y
confirmando en el entorno de existencia: la naturaleza, la tierra, la Patria, el
amor, la fé ancestral, la familia, la casa, el arte. Estas son las paredes de la
morada profunda que nos cobija en el riesgo del tránsito existencia!. Esta es la
esencia de lo cultural y desde esta razón profunda, razón existencial, nosotros y
los pueblos resistimos al desaforado embate de los vientos de superficie.
Estados Unidos, imperialismo inmaduro con máscara humanista, se queda
con la cáscara de la realidad. Sus imposiciones globales resultarán
insignificantes ante las fuerzas culturales y religiosas que plasmarán el siglo
próximo. Siglo que será como de desintoxicación de las aberraciones
materialistas y violentas pensadas en el siglo XIX.

Abel Posse
Lima, mayo 1999
PREFACIO

A un siglo de distancia, la crisis del 98 y la Guerra Hispanoamericana sigue


presentándosenos como un acontecimiento de rigurosa actualidad. Muchos
aspectos que encontramos entre las causas y consecuencias de aquella aparecen
cotidianamente en los repetidos casiis belli del novecientos, acentuándose
algunos de ellos en los “conflictos de baja intensidad” que marcan el fin del
siglo, eufemismo que enmascara la dureza y la tragedia de las guerras
interregionales e interétnicas. En efecto, existe un hilo invisible que une a
Cavite y Santiago de Cuba con las guerras típicas del pacifismo contemporáneo,
las del Golfo y Kosovo.
Todos los aspectos de la moderna política de globalización aparecen ya en
la guerra hispano-cubano-filipino-norteamericana de 1898. La defensa de los
insurrectos en nombre de razones de humanidad, del derecho a la libertad y a la
democratización; la intervención de un poder extranjero en los asuntos intemos
de otro país en nombre de esos derechos; la campaña de prensa en favor de la
misma; la instauración de nuevos gobiernos, en base a las premisas antedichas,
bajo control de la potencia vencedora; el otorgamiento de créditos financieros
subsiguiente; la responsabilidad en el conflicto de los poderes indirectos,
principal motor actual de la globalización, etc.
La guerra hispanoamericana, breve pero de enorme importancia, significó
el reemplazo definitivo del Viejo Mundo por el Nuevo en América y fue el
primer tañido fúnebre que señalaba la defunción de cuatro siglos de hegemonía
cultural, de derecho internacional y cosmovisión europea. Fue la antesala
inmediata del derrumbe definitivo que significó la Gran Guerra. Sin embargo,
un extraño silencio envuelve dicho conflicto: no se quiere hablar de él, como no
sea desde un punto de vista literario. Más allá de los libros aparecidos en
España, no hay demasiados eventos universitarios, ni exposiciones y films que
lo recuerden. Sólo en Cuba y Filipinas, con legítimo derecho, se ha desplegado
una nutrida actividad al respecto. Ellos fueron el campo de batalla de los
intereses imperiales de entonces, poderes que ahora son aliados y cómplices.
Las hostilidades entre España y Estados Unidos se extienden de abril a
julio de 1898; la paz se firmó en diciembre de ese año y se ratificó en abril de
1899. Es curioso que, en las últimas visitas académicas a España, notamos que
la gran mayoría de los colegas peninsulares pasaban por alto el Centenario del
“Desastre”. Los medios y un sinnúmero de periodistas y catedráticos, en todo
caso, enfatizaban las diferencias entre la pacífica, equilibrada y cívica España
de hoy y aquella finisecular, “indefendible” según ellos. Pero no indefendible
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por su caos interior y la ineptitud de sus gobernantes, sino por no haber estado a LA GUERRA HISPANOAMERICANA Y EL INICIO DE LA
la altura de la modernidad. Desde este 98 de fin de milenio, una España “sin GLOBALIZACIÓN
llantos” remarcaba de continuo su adscripción al sueño fukuyamiano del fin de
la historia. Antecedentes de un conflicto anunciado.
En cuanto a la Argentina, el casi absoluto desconocimiento de aquel hecho
histórico se unía a la olímpica indiferencia que sectores militares y Los historiadores coinciden en que el XVII y el XIX son los dos siglos
universitarios sentían por un acontecimiento tan lejano en el tiempo y el desventurados de España. El seiscientos vio la declinación de los Habsburgos,
espacio. La influencia indirecta de aquella guerra en algunos de los más lúcidos reducidos entonces a una política defensiva y a despilfarrar el inmenso legado
exponentes de nuestra Generación del 80 siguen ignorados. Debemos reconocer que Carlos V y Felipe II dejaran al Imperio más vasto que haya existido. La
que los países iberoamericanos, merced a los eventos del 98, empezaron a restauración borbónica no hizo más que demorar el final, si bien hubo períodos
preguntarse por su autonomía y reconsiderar su identidad. en que la península conoció momentos realmente afortunados. El ochocientos
Los sucesos actuales, desde la continua crisis del Golfo y del Medio fue la época más dura y triste para los españoles, la hora aciaga que comenzó
Oriente hasta la guerra en el bajo vientre europeo, vuelven a poner sobre el con las Guerras de Independencia americanas -verdaderas guerras civiles entre
tapete las consecuencias remotas del 98. Fue esta actualidad lo que nos decidió metropolitanos y criollos-, y terminó con la pérdida de las últimas posesiones en
a escribir el presente ensayo. Este trabajo, en el marco de nuestra labor en el América y Asia, como consecuencia del conflicto con los Estados Unidos*, que
CONICET, estaba terminado en diciembre de 1998; demoramos su impresión en España se conoció como el desastre de 1898.
para añadir algunas reflexiones tras el estallido del conflicto de Kosovo. Después que la batalla de Ayacucho había virtualmente puesto fin al
Queremos agradecer aquí la valiosa contribución de Hugo Alvarez, dominio español en América, restaban al Reino dos islas que le eran muy
Eduardo Anchorena, Pablo Boggio Marzet, Alberto Buela, Ricardo Elía y Lucas queridas, Cuba y Puerto Rico, resabios de la presencia ibérica en el continente,
Iribarren. Asimismo, recordamos especialmente a Guillermo L. Sánchez. El posesiones pletóricas de recursos naturales y de significativa importancia
Prof. Ralph Geyer Escobar, de Miami, nos envió copia de fuentes y bibliografía estratégica. Cuba, particularmente, era considerada una perla de la corona
norteamericana. Un especial reconocimiento merecen Analía Meitín y Daniel española, pálido orgullo de un poder que desde hacía casi tres siglos, desde la
Dimeco, sin cuya colaboración esta obra no habría podido realizarse. También Paz de Utrecht, venía de decadencia en catástrofe.
agradecemos al Ing. Haroldo Olcese, presidente del Centro Argentino de A fines de] siglo XEX, España era el otro “enfermo” de Europa, junto con
Estudios Estratégicos, y al Dr. Rafael Valencia Rodríguez, director del Dpto. de Turquía, constituyendo los dos polos débiles en ambos extremos del Viejo
Lenguas Romances de la Universidad de Sevilla, por su apoyo en la edición de Continente. Y si bien, como parte del mismo, no existía amenaza directa para su
este libro. integridad territorial, tampoco podía seguir defendiendo con éxito los restos de
La Fundación Los Cedros, lugar de trabajo del CONICET, la sección su imperio colonial frente a los nuevos poderes internacionales emergentes. Y el
microfilms de la Biblioteca del Congreso de la Nación y el Archivo General de nuevo poder en América eran los Estados Unidos.1
la Nación, en Buenos Aires, nos brindaron simpática asistencia, así como la Los EE.UU empezaron a considerar al Caribe un mare nostrum, y
Biblioteca de Sevilla y la Biblioteca de Catalunya, de Barcelona. decidieron no tolerar ninguna presencia foránea en el área. Esto resultó evidente
Una especial deuda de gratitud tenemos con el diplomático y escritor Abel en 1887, cuando por cuestiones de límites entre Guayana Británica y Venezuela,
Parentini Posse, quien nos ha honrado con un brillante prólogo. el Imperio Británico decidió intervenir, lo cual originó una interpelación del
Que este modesto aporte sirva para afianzar aún más los vínculos entre gobierno de Washington. Entonces, el Secretario de Estado del Presidente
instituciones nacionales y españolas, en una reflexión común para abordar y Cleveland, Mr. Olney, afirmó que la presencia de Inglaterra en Sudamérica era
profundizar los temas candentes de nuestra época, a las puertas de un nuevo “artificial e inoportuna”, que los EE.UU eran soberanos en dicho continente y
siglo y un nuevo milenio. sus deseos eran leyes. A partir de la utilización de la doctrina Monroe y su
Horacio Cagni eslogan “América para los americanos”, comenzó a instrumentarse una doctrina
Buenos Aires, abril de 1999 geopolítica desde Washington en defensa de los intereses estadounidenses. En
el caso de la crisis de 1887 incluso se llegó a proponer ir a la guerra con los
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ingleses. Pero tanto la banca como muchos políticos de fuste evaluaron que los
norteamericanos aún no estaban en condiciones de combatir contra la Madre
Patria imperial; los ingleses ya estaban, por su parte, en rivalidad con Alemania,
y no deseaban tampoco tener demasiados problemas extras.
La marcha ascendente de los Estados Unidos había comenzado con la
victoria del Norte sobre la Confederación sureña en la terrible Guerra de
Secesión de 186M865. El criterio industrialista y libertario de los vencedores,
impuesto en desmedro de la concepción agraria y esclavista aristocratizante de
los vencidos, unificó al país en una dirección moderna expansiva indetenible.
Favorecidos por su situación geográfica bioceánica, los vastos recursos
naturales de un inmenso territorio engrandecido por la marcha de los pioneros
hacia el oeste, unidos a las condiciones nacionales de laboriosidad y capacidad
organizativa, tan propios del protestantismo calvinista, también estaban
marcados por el impulso mesiánico de predominio, subsumido en el mito del
Destino Manifiesto, un poderoso motor movilizador de energías. Acorde a las
profecías de Alexis de Tocqueville, esta nación-continente debía forzosamente,
en el proceso expansivo de su voluntad, chocar con las potencias que, a través
de ambos océanos, limitaban con ella por el este y el oeste.
Perdida la ocasión de enfrentar a los ingleses, la oportunidad viró entonces
hacia un casus belli en Cuba. La isla había estado sumida en la “guerra de los
diez años” -1868 a 1878-, entre los españoles que la gobernaban y los
insurrectos que los desafiaban. Hacía tiempo que en algunas localidades los
rebeldes hacían ondear la nueva bandera; tres listas azules y dos blancas, con un
triángulo rojo en la parte superior y en él una solitaria estrella blanca. Era
evidente que muchos de los rebeldes soñaban con incorporar esa estrella a la
insignia norteamericana, y hay que comprender las razones ideológicas de esta
gente; para ellos el sueño libertario y republicano estadounidense ejercía un
indudable influjo, en contraposición al régimen español, que a todas luces debía
parecerles una rémora del pasado, un conjunto de elementos y aspectos
retrógrados.
La “guerra de los diez años” repitió las desgracias de la guerra civil
hispanocriolla, iniciada a la sombra de la invasión napoleónica a la península.
Como en toda guerra civil -en este caso signada por un terreno propicio a las
emboscadas y las escaramuzas- hubo derroche de heroísmo y brutalidad por
ambos bandos. En 1871 las cosas habían llegado a un punto álgido, con la
ejecución del poeta Juan Clemente Zenera, “el Lamartine cubano”, seguido del
fusilamiento de ocho estudiantes de medicina, como consecuencia de la
represión por su amotinamiento, luego de haber profanado la tumba de un
periodista defensor de la causa hispana. Algunos militares españoles rompieron
después su espada en señal de protesta y se negaron a seguir en el ejército. Una
10
señora, Doña Dolores de Ximeno, contaba que en su niñez no había “cubanos y
españoles”; ahora, existía entre unos y otros un abismo infranqueable.
Resulta significativo señalar que el liberalismo jacobino, hijo de la
Revolución Francesa de 1789, había fomentado la exaltación del patriotismo
tanto en los insurrectos cubanos, que devenían cada vez más tenaces, como en
los gobernantes españoles y sus fuerzas de represión, cada vez más
intransigentes. Fue en tiempos de la monarquía saboyana y la república, cuando
gran parte de la opinión republicana era federal y la masonería su inspiradora,
que se llegó a los mayores extremos de dureza represiva contra un movimiento
nacido también bajo signo masónico. El hartazgo de la metrópoli y la
desesperación de los separatistas en una isla arruinada materialmente y
espiritualmente quebrada, terminó en 1878 con la paz -favorecida por la actitud
de la Restauración y su enviado, el Gral. Martínez Campos- después de costarle
a España, de por sí exhausta y en continuas contiendas internas, movilizar a 140
mil hombres y 700 millones de pesos fuertes.2 Pero, de hecho, esta concordia
era ficticia y destinada a durar muy poco, puesto que el germen de la revolución
ya había crecido y se había fortalecido.
A pesar de que era distinta la situación de Filipinas, donde no existía un
sentimiento separatista como en Cuba -lógica continuidad de la independencia
americana-, a partir de 1868 comenzó un fervor liberal, expresado en la propia
actitud democratizante de la Capitanía General. Abiertas las compuertas de la
revolución, las cosas se sucedieron rápidamente, y pocos años después existía
entre metropolitanos y filipinos un abismo tan grande como en Cuba. Al amparo
de treguas muy precarias, el gobierno español no supo o no quiso adelantarse a
los acontecimientos y negociar la independencia de sus últimos dominios de
ultramar de una manera honrosa y de modo de obtener aún algunas ventajas.
Mientras, la situación histórica viraba cada vez más a un entendimiento
ideológico entre los insurrectos del Caribe y el Pacífico y el poder
norteamericano perfilado a partir de Gettysburgh.
Al término de la Guerra Civil, la marina mercante norteamericana, que
llegó a ser orgullo de la nación, casi no existía. Al no tener comercio que
proteger, la marina de guerra tampoco era relevante. En 1880 la marina
norteamericana ocupaba, en el mundo, el duodécimo puesto, atrás de Chile y de
Argentina. Pero ya estaba en marcha el sentimiento mesiánico que acompañó al
país industrial naciente, y pronto encontró teóricos y ejecutores del
expansionismo. Después que el Comodoro Perry abriera los intereses
norteamericanos al Japón, el gobierno de la Unión empezó a hacerse de islas
guaneras en todo el Pacífico, de modo que en 1880 había medio centenar de
dichas islas productoras de fertilizantes en manos norteamericanas. Por ese
entonces, hombres de empresa como Daniel Guggenheim, comenzaron con sus
11
negocios privados en Latinoamérica, operando con minas de cobre y plata en
Méjico y Sudamérica. El industrial Minor Keith comenzó con la explotación
bananera en Centro América, construyendo ferrocarriles ad hoc en Costa Rica.
En el más grande océano del globo, la atención se empezó a concentrar en
Samoa, donde chocaban con los intereses alemanes y británicos, y en Hawai, un
reino de donde EE.UU importaba casi todo el azúcar que consumía. Ante la
presión de los productores azucareros de Louisiana, Washington terminó por
favorecer una política proteccionista, que hacia 1890 minó la economía
hawaiana y propició en las islas un sentimiento antinorteamericano. Una
conjura de notables estadounidenses residentes en Hawai fomentó una asonada
que terminó con la monarquía de la isla, de por sí muy débil, estableciendo una
efímera república hasta la definitiva anexión en julio de 1898, aprovechando el
conflicto con España.
En cuanto a Samoa, que estaba en el camino transpacífico de todas las
potencias de entonces, contaba con fuerte presencia de la Alemania
bismarquiana. En 1888 las escuadras alemana, británica y norteamericana
estaban vigilándose mutuamente entre los atolones, cuando un tifón muy neutral
se cebó en los navios, arrojándolos desmantelados contra los arrecifes. El
desastre compartido calmó los ánimos, y en un acuerdo celebrado en Berlín
decidieron constituir las tres potencias un condominio sobre la región. EE.UU
recibió el puerto de Pago Pago, que era lo que efectivamente buscaba.
No obstante, este proceso expansivo no hubiera tenido eco favorable en la
gran masa de la población norteamericana de no ser por el creciente rol de la
prensa. Los expansionistas imperialistas eran, en verdad, comerciantes y
hombres de negocios independientes, pero pronto se les unieron algunos
magistrados y hombres de prensa, dispuestos a presionar al gobierno para que
avalara y participará de estas empresas a grandes distancias. Uno de los
fundadores del Partido Republicano, James Blaine, llevó adelante esta
expansión de los intereses norteamericanos en Iberoamérica. A él se debe la
reinterpretación de la Doctrina Monroe; no sólo era necesario echar a Europa
del continente americano, sino que también había que introducir en éste las
mercancías y las ideas estadounidenses por la fuerza. Hacia 1885, Iberoamérica
vendía a EE.UU el doble de lo que compraba; la Primera Conferencia
Panamericana, reunida en Washington, con presencia de dieciocho naciones
latinoamericanas, terminó en un fracaso para la política de Blaine, quien pensó
entonces que un paso previo a la expansión era la creación de una gran marina
de guerra.
En realidad, el proyecto naval expansionista estaba forjado sobre
argumentos muy serios. El Almirante Alfred Thayer Mahan era un historiador
naval y un geopolítico notable; sostenía que el futuro de los Estados Unidos
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dependía de la construcción de un sólido poder naval, y para ello no sólo era
necesaria una escuadra poderosa, sino que debían controlarse puntos de apoyo
lejanos en los dos océanos que bañaban las costas americanas.
Estas ideas encontraron eco en algunos políticos, que también se
convirtieron en ideólogos del nuevo imperialismo. Uno de éstos intelectuales
belicistas era Henry Cabot Lodge, profeta del control del continente americano
desde Washington. Otro de ellos, a la vez un hombre de acción, era Theodore
“Teddy” Roosevelt, quien sostenía que la hora de la adultez de los Estados
Unidos había llegado; desde su cargo de Subsecretario de Marina a partir de
1897. se encargó de poner en práctica la tesis geopolíticas del Almirante Mahan.
Tampoco debemos olvidar al Senador Cushman Davis, de Minnesota, chairman
del Comité de Relaciones Exteriores. Sobre la influencia de estos hombres nos
detendremos más adelante; de momento es menester señalar que el proyectado
incremento de la flota norteamericana pronto fue un hecho formidable.
En 1880, el Congreso norteamericano había aprobado el presupuesto para
la construcción del primer buque de guerra moderno, el Maine, y de otros hueve
cruceros. Diez años después, en una nueva Ley Naval, se consideró la creación
de una “flota no inferior a ninguna otra”, acompañada de una producción
acelerada de buques mercantes. En 1897, el Informe Anual de la Oficina de
Comercio Exterior del Departamento de Estado señaló que había comenzado
“una invasión norteamericana de los mercados mundiales”.'’ Lógicamente,
empezaron los roces con los poderes extranjeros.
En 1883, considerando insuficiente el tratado mantenido con Canadá
respecto de los derechos de pesca en aguas limítrofes, Washington lo consideró
fuera de vigor y la consecuencia fueron una serie de incidentes entre buques
norteamericanos y canadienses, que se solucionaron mediante un acuerdo
laboral y arbitral. En 1891, hubo un incidente grave entre el buque de guerra
norteamericano Baltimore y la ciudad chilena de Valparaíso, entonces
conmovida por una revolución. Este proceso de presencia estadounidense en
todas partes culminaría con la antedicha crisis de Venezuela, que enfrentó a
Washington con Londres. Todos estos hitos sirvieron concretamente para algo,
predisponer favorablemente a la opinión pública norteamericana para un caso de
conflicto armado.
Esta preparación para la guerra corrió a cargo de un importante sector de la
prensa, como es de público conocimiento. Cuando la crisis pesquera con
Canadá, el Detroit News había expresado en febrero de 1887: “No queremos
pelear/Pero ¡Por Dios! si lo hacemos/vaciaremos las áreas pesqueras/y todo el
Dominio también”. En el caso del conflicto con Inglaterra, el New York Sun
sostuvo: “Si no hay otro remedio, la guerra” con letras de catástrofe. Pero fue la
situación cubana la que le brindó a la prensa estadounidense la oportunidad que
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esperaba para controlar la mente del pueblo.
El fracaso del proyecto de autonomía de Antonio Maura en 1893, hizo
rebrotar la insurrección de los mambises de Cuba. Esta última etapa de la
revuelta cubana fue particularmente intensa, no sólo porque no se daba ni pedía
cuartel, sino porque la situación internacional había cambiado mucho. Durante
la “guerra de los diez años” la opinión pública norteamericana había hecho caso
omiso de ella, porque los intereses de Washington estaban orientados hacia
otros lados. Pero ahora EE.UU competía en presencia con las grandes potencias
europeas, Gran Bretaña, Alemania y Francia, que tenía el proyecto de construir
un canal a través de Panamá que uniera el Atlántico con el Pacífico. La política
norteamericana, influida ya de modo decisivo por los poderes indirectos -se
denomina poder indirecto a todo aquel que, usufructuando todos los beneficios
del poder político, no participa de sus riesgos, debido a que no se presenta
directamente en escena-, buscaba la expansión naval y para ello necesitaba
nuevos lugares de inversión, puertos bien ubicados, bases y comunicaciones
protegidas.4 No sólo también se interesaban en un canal en Centroamérica, sino
que pensaban que era necesario el control de Cuba en el Caribe y de Filipinas en
el Pacífico, puntos estratégicos indiscutibles.
A fines del ochocientos, el mundo tenía pocas naciones libres y vastísimas
áreas eran colonias. El Tío Sam estaba rezagado en el gran reparto. “Dispuesto a
recuperar posiciones en un medio donde el más lerdo cazaba avestruces a pie,
no encontró mejor proceder que encabritarse sobre la ruta del monarca español,
el socio con pólvora más famélica del club latifundista. El gallo francés era un
ladero cómodo que se satisfacía sin incomodar, el oso ruso estaba lejos y las
jaurías británicas y tudescas tenían los colmillos muy afilados”. Había que
aprovechar los buenos oficios de los insurrectos cubanos.5 Las tácticas
mambises incluían, en 1895, ataques deliberados a propiedades norteamericanas
para forzar a los EE.UU a intervenir. Cierto es que España poco podía hacer
para mantener el orden dentro de la isla, empeñada en una campaña de represión
cada vez más dura, símbolo de debilidad que terminaba desgastando la moral
tanto entre los españoles de la isla como en la metrópoli. En 1896, la campaña
del General Valeriano Weyler -apodado “El Carnicero” por sus métodos-, si
bien había causado grandes pérdidas a los rebeldes también había conseguido
que recrudeciera la oposición a la autoridad española. España tenía en 1895 un
ejército de 75 mil hombres en Cuba; cuando llegó Weyler un año después esa
cifra se elevó a más de 200 mil, de ellos 90 mil voluntarios. Su táctica de
reconcentrar los habitantes en los lugares donde hubiera guarniciones y prohibir
la zafra, resultó indudablemente dura y antipática.
Hoy día es menester reconocer que la actitud de Weyler, en todo caso, no
difería de los patrones del colonialismo de su tiempo. Posteriormente reconoció
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que la metrópoli no había creído en su palabra de General en Jefe de la isla,
como tampoco atendido a las peticiones de los españoles de Cuba, pero si a
“cierta parte de la prensa y a las opiniones de algunos reformistas y
autonomistas, llegándose a plantear en la isla un régimen político que no
querían (los jefes rebeldes) Máximo Gómez y Estrada Palma, ni ninguno de
cuantos estaban en armas para lograr la independencia, y a quienes no se
consultó”. Refiriéndose al tipo de guerra que conducía, señaló: “Fui inexorable
en el cumplimiento de mis bandos, fusilando a los que los consejos de guerra
condenaban a esta pena como incendiarios y asesinos... pero pasé por las armas
a un reducido número de los condenados por los consejos... Hice la guerra con
vigor... empleando medios análogos a los que siguieron los ingleses en el
Transvaal y los americanos luego en Filipinas, copiando ambas naciones mi
sistema de concentración que tanto me censuraban”5.
En las ciudades norteamericanas, la conducta de Weyler fue presentada y
exagerada de tal modo que una ola de indignación popular se alzó contra los
españoles, fomentada por una junta cubana formada por exiliados de la anterior
revolución, y que desde Nueva York echaba leña al fuego constantemente .a fin
de propiciar una intervención de Washington en favor de la autonomía cubana.
Fue entonces que dos notables magnates de la prensa, Joseph Pulitzer, del New
York World, y William Randolph Hearst, del New York Journal, comenzaron
una campaña editorialista destacando la crueldad española en la isla y
mostrando al régimen peninsular como depositario del mal. No obstante, a pesar
que los periodistas se esforzaban en comentar las atrocidades -reales y
supuestas- de las fuerzas coloniales españolas, y que la opinión pública estaba
muy sensibilizada por dichas noticias, aún los gobernantes norteamericanos no
querían allanarse a las exigencias del exaltado sector belicista. El Presidente
Cleveland había sostenido en 1986 que los ultrajes debían existir por ambos
bandos, de saberse toda la verdad.
Otro que, en principio, se negó a ser manejado por los jingoístas -
partidarios de la guerra- fue el presidente William Me Kinley; pero tenía un
gabinete ganado por el belicismo. Fueron ofrecidos los buenos oficios de
mediación de los EE.UU para terminar con el conflicto cubano, que empezaba a
revelarse no sólo fatal para los naturales de la isla, sino tan pernicioso para
Washington como para Madrid. En efecto, existían grandes inversiones
norteamericanas en Cuba, y no constituía ningún misterio que la expansión y
protección de estas inversiones se acompañaba del aumento del interés de los
políticos estadounidenses por la isla. En 1895 la Compañía Edwin Atkins de
Boston llegó a ser el más grande inversor americano en el azúcar de Cuba al
adquirir la plantación Soledad, compra fácil ya que, como consecuencia de la
“guerra de los diez años”, se habían arruinado muchos plantadores cubanos y
15
españoles, que se habían visto obligados a malvender las propiedades para pagar para liberarse de la tutela hispana y que era mejor valerse por sí mismos.
las deudas. Los nuevos combates entre metropolitanos y rebeldes ahora El más preclaro líder del. movimiento emancipador, José Martí, poeta
amenazaban a muchos nuevos dueños norteamericanos, que tenían inversiones notable y valiente guerrillero, que había muerto en 1895 combatiendo contra los
por 50 millones de dólares y un comercio del doble de esa cifra. En realidad, los españoles, consideraba la batalla de Cuba como una continuación de la guerra
empresarios yanquis no querían un conflicto con España al principio; sólo la civil por la emancipación americana. En el Manifiesto de Montecristi había
banca podía estar interesada, pero la ola de patriotería exaltada los arrastró a expresado: “Los cubanos empezamos la guerra, y los cubanos y los españoles la
todos al ver la cómoda victoria. No obstante, también hubo mucha oposición terminaremos. No nos maltraten y no se les maltratará. Respeten y se les
por parte de los medios independientes; el Evening Bee se refirió a Wall Street respetará. Al acero responda el acero, y la amistad a la amistad. En el pecho
como “el sindicato Judas Iscariote de la humanidad”.7 añtillano no hay odio y el cubano saluda en la muerte al español a quien la
A mediados de 1897, la situación en Cuba había mejorado bastante, pues crueldad del ejercicio forzoso de su casa y su terruño hizo venir para asesinar en
circulaban los trenes con regularidad en las provincias del centro y oeste, eran pechos de hombres la libertad que él mismo ansia” .
raros los ataques a los poblados y las partidas se habían reducido mucho. Martí sabía que pedir colaboración a los estadounidenses era poner el zorro
Paralelamente, La Gaceta, de Madrid, publicaba importantes reformas de en el gallinero. “Cuba -sostenía proféticamente- debe independizarse de España
sentido autonómico en el régimen político y administrativo de Cuba. Fue y de Estados Unidos, porque los pueblos de América son más libres y prósperos
entonces que, viendo los emigrados cubanos que el gobierno .español había a medida que se apartan de los Estados Unidos...” Las reservas de Martí eran
tenido éxito en manejar los asuntos internos de la isla y había salvado los compartidas por Maceo: “No necesitamos intervenciones ni injerencias
obstáculos planteados a nivel internacional, consiguieron aunar sus intereses extrañas, ni tampoco nos convienen... Cuba está conquistando su independencia
con los de los comerciantes norteamericanos y los teóricos del expansionismo, con el brazo y la sangre de sus hijos. Libre será en plazo breve, sin que haya
obteniendo del Senado de la Unión que votase la beligerancia de los insurrectos. menester otra ayuda. Nada esperamos de los (norte) americanos; todo debemos
El asesinato de Cánovas en Santa Agueda, llevó al poder al partido liberal fiarlo a nuestro esfuerzo. Es mejor subir o caer sin ayuda antes que contraer
y al gabinete Sagasta. Pero el gobierno español seguía miope ante la evolución deudas con un vecino tan poderoso”
de los acontecimientos en el Caribe y declinó el ofrecimiento de la Casa Blanca, Los insurrectos tenían un panorama bastante claro de la situación española.
argumentando que la Corona española ya había dispuesto esa serie de medidas A las puertas del conflicto, en carta de abril del 98, el dirigente independentista
tendientes a revertir la situación en la isla, incluyendo concesiones a los Juan Gualberto Gómez comunica al delegado supremo del partido
revolucionarios, de modo que las condiciones para lograr la pacificación revolucionario cubano, Tomás Estrada Palma: “España no puede másl, yo
estaban virtualmente dadas. Esto era verdad en cierto modo, como se apuntó. tengo la impresión directa y fresca de que allí está todo agotado: recursos
Además, la principal medida fue llamar nuevamente a casa a Weyler. materiales, entusiasmo y fuerza moral. La pérdida de Cuba está descontada.
Pero todo esto llegaba tarde. Moret, ministro de Ultramar, en un discurso Como los gladiadores romanos, el mismo gobierno, sintiendo que queda
pronunciado en Zaragoza en vida de Cánovas, había acusado al gobierno de exangüe, sólo busca una posición artística para no caer”.8 La propia misiva es
incoherente, empleando con el Gral. Martínez Campos la política de la un certificado de que los españoles, desde hacía tiempo, eran muy proclives a
tolerancia y con el Gral. Weyler la de la destrucción y exterminio. Acorralados arreglar por todos los medios la crisis cubana.
los rebeldes en las montañas, sólo les quedaba combatir y morir en una guerra Así las cosas, y dado que España estaba dispuesta, desde fines del 97, a
sin cuartel. La única solución -sostenía- era la autonomía para Cuba y Puerto allanar todos los caminos para lograr la paz, con todos los cambios que su
Rico. Pero no había sido escuchado. gobierno se había advenido a hacer, en la Unión el partido belicista -
Por cierto que en 1898 la insurrección dominaba gran parte de la isla. La mayormente republicanoT decidió forzar la situación para, conseguir una guerra
mitad estaba en poder del Gral. Máximo Gómez y amenazaba ya a La Habana; que se le escapaba de las manos. El crucero acorazado norteamericano Maine
en el resto campeaba la sombra del fallecido Antonio Maceo, el caudillo que había fondeado en la bahía de La Habana, mientras el crucero español Vizcaya
había negociado altivamente con Martínez Campos. El grupo dirigente lo hacía en el puerto de Nueva York. Era un gesto, una prueba de amistad mutua
revolucionario estaba dispuesto, lógicamente, a recibir ayuda militar desde la y del buen logro que estaban teniendo las respectivas gestiones diplomáticas
Unión, pero consideraban que, a la larga, se bastaban con sus propias fuerzas entre EE.UU y España.
16 17
En aguas cubanas, el buque de guerra estadounidense -que en realidad
estaba protegiendo el Consulado americano ante posibles desórdenes y
midiendo las fuerzas hispanas- explotó y se hundió, en circunstancias
absolutamente extrañas, con pérdida de gran parte de su tripulación. El
inmediato sentimiento de que la voladura había sido intencional, fue
aprovechada de inmediato por la prensa belicista y por los jingoístas.
La atmósfera previa al incidente ya estaba caldeada. Dupuy de Lome,
embajador español en Washington, había escrito a Canalejas hablando del
presidente de EE.UU en términos poco cordiales. La carta, dirigida a La
Habana, fue sustraída antes de llegar al destinatario y publicada en el Journal,
en febrero de 1898.9 Al preguntársele a Dupuy si esa carta era suya, había
respondido que sí. El gabinete norteamericano comunicó al español que, merced
a las expresiones vertidas en la misiva, esperaba el pronto relevo del
diplomático, cosa que naturalmente ocurrió. El 15 de dicho mes estallaba el
Maine; de diseño británico, había sido el primer buque de guerra moderno de su
armada. Es importante detenerse en este hecho, pues no sólo fue el motivo
esencial de la guerra hispanoamericana, sino que constituye tema de discusión
prácticamente hasta la actualidad.
Realizados los correspondientes peritajes por parte de expertos de los dos
países involucrados (los americanos habían pedido que se hicieran con
independencia los unos de los otros) se llegó a conclusiones muy diferentes. La
comisión estadounidense sostuvo: “ Io) la explosión que produjo la pérdida del
Maine no se debió a falta ni negligencia alguna de parte de sus oficiales y
tripulantes. 2o) Que existía una mina submarina bajo el costado de babor del
crucero. 3o) Que la voladura de dicha mina fue causa de la explosión de los
pañoles de proa del barco. 4o) Que los comisionados no habían conseguido
obtener las pruebas necesarias para fijar la responsabilidad de la destrucción del
crucero Maine”.
La comisión española afirmó: “Io) Que la voladura del Maine se debió a
una explosión de primer orden de los pañoles de proa del crucero, lo cual
produjo su inmersión total en el sitio donde estaba fondeado. 2o) Que en dichos
pañoles (únicos que volaron) no existían otras sustancias y explosivos que
pólvora y granadas de distinto calibre. 3o) Que por los planos del barco se
comprueba que dichos pañoles estaban rodeados a babor, estribor y parte de
popa por carboneras conteniendo carbón bituminoso en compartimentos
inmediatos a los pañoles, separados por simples mamparas metálicas. 4o) Que
según testigos y peritos se acredita la ausencia de todas las circunstancias que
acompañan a la detonación de un torpedo, sólo cabe honradamente asegurar que
la catástrofe se debió a causas internas. 5o) Que la naturaleza del procedimiento
emprendido y el respeto a la ley que consagra el principio de absoluta
18
extraterritorialidad del buque de guerra extranjero, han impedido precisar,
siquiera eventualmente, el origen interno del siniestro, a lo que contribuyó la
imposibilidad de establecer comunicación con la dotación del buque siniestrado
así como con los funcionarios de su gobierno. 6o) Que el reconocimiento
interior y exterior de los restos del Maine, cuando sea posible, pues los trabajos
que para su extracción total o parcial se realizan lo impide, justificará la
exactitud de cuanto se dice en este informe”.10
J il Contralmirante Dupont, de 3a Marina Francesa, dio a conocer su opinión
en el Gaulois de París. Sólo podía echarse a pique un buque fondeado por
torpedos fijos o móviles; en el caso del Maine no hubo surtidor de agua visible
ni vieron los pescadores ningún pez muerto en la superficie del mar, lo cual
descartaba el torpedo móvil. En el caso de los fijos, son más potentes y hacen
grandes destrozos, levantando gruesas columnas de agua al explotar,
conmoviendo la masa líquida que ondula hasta la orilla, con mortandad de peces
en las inmediaciones. Nada de esto ocurrió en el caso del Maine, que -a juicio
de Dupont- se hundió por explosión interna, probablemente provocada por la
inestabilidad de la pólvora o de los explosivos. “En suma -concluye- es sensible
perder un hermoso crucero y doscientos cincuenta animosos marineros, pero
sería mas digno buscar las causas del siniestro donde deben encontrarse y no
sacar provecho de semejante catástrofe”.
Posteriormente, en junio de ese año, el Capitán Gereke, especialista de la
Marina de Guerra alemana, informó en un enjundioso trabajo que, estudiando
los informes español y norteamericano, podía asegurarse que la explosión del
Maine fue debido a la deflagración de los gases de hulla en sus bodegas, junto a
la santabárbara.
España continuó negando, a través de los años, haber volado el Maine. Un
nuevo estudio, realizado por una comisión yanqui en 1911, insistía con la tesis
oficial, pero el 25 de setiembre de ese año, el New York World publicó un
artículo donde afirmaba que los bordes de los boquetes de la explosión
demostraban que el motivo era interior. En 1912 los restos del buque fueron
hundidos lejos de la bahía. En 1975, el Almirante Hyman Rickover, decano del
arana nuclear submarina norteamericana, escribió un documentado libro
avalando la tesis de la deflagración interna El último trabajo serio sobre la
voladura del crucero, publicado en el centenario del acontecimiento por la
renombrada revista National Geographic, con profusión de fotos, diagramas y
croquis, si bien tiene cierta ambigüedad en sus conclusiones, deja en claro que
el Maine voló por explosión espontánea."
Un elemento extraño, que oscurece aún más el confuso episodio del Maine,
es la figura y destino de su capitán, Charles Sigsbee, quien sobrevivió a la
catástrofe. Los más severos críticos le achacan negligencia en el manejo del
19
almacenado de carbón bituminoso en sectores vecinos a los pañoles del crucero.
La controversia de los historiadores acerca de si el capitán estaba o no con la
alta oficialidad en el barco en el momento de la explosión es interminable. El
caso es que Sigsbee no fue juzgado luego del hecho; poco después participaba
en la guerra contra los españoles a bordo de otra nave, luego pasó a comandante
del acorazado Texas y terminó como contralmirante a cargo de la escuadra de
las Antillas. Según el almanaque Gottha de 1901, Sigsbee, aún presidente Me
Kinley, había alcanzado el cargo de Jefe del Servicio de Inteligencia Naval de
los Estados Unidos. Si este hombre tuvo instrucciones secretas cuando
comandaba el Maine, no puede asegurarse ni desmentirse. Hoy nadie duda que
el Maine estalló por causas internas, así como no puede afirmarse la hipótesis
del autoatentado.
El gobierno norteamericano presionó a través de su representante en
Madrid, declarando que los EE.UU no deseaban ni querían la posesión de Cuba,
pero si la inmediata pacificación de la isla. Sugirieron la idea de un armisticio
hasta el 10 de octubre, durante el cual se negociaría para obtener la paz entre los
insurrectos y la metrópoli española, con la mediación del presidente de los
EE.UU, además de su cooperación para socorrer a los necesitados. El nuevo
ministro español en Washington sostuvo que la intervención traería consigo la
guerra, pues en toda nación que aprecia su honra, intervención y guerra son
sinónimos.
El camino hacia las hostilidades estaba allanado. El presidente Me Kinley
decidió considerar el episodio del Maine como incidental en toda la cuestión
cubana, sosteniendo que si ponía al país en condiciones de afrontar una guerra
con España, “lo hacía por que estaba resuelto a intervenir en los asuntos de esa
isla por motivos de humanidad, de modo que la guerra o el mantenimiento de la
paz entre EE.UU y España, dependerá únicamente de la actitud que observe el
gobierno español en presencia de la intervención”.
Me Kinley hizo referencia repetidas veces a lo mismo: “La intervención
forzosa de los EE.UU para detener la guerra, tiene fundamentos racionales y se
basa en los grandes dictados de la humanidad... En defensa de la humanidad y
para poner término a las crueldades, el derramamiento de sangre, el hambre y
las desgracias... y en interés de la humanidad, y para contribuir a conservar las
vidas del pueblo hambriento de la isla...” En cuanto al Maine, concluyó que su
voladura “fue causada por una explosión exterior, de una mina submarina, pero
aún no se deslindaron responsabilidades, que habrá que fijar. De todos modos,
la destrucción de esa unidad naval, cualquiera sea la causa exterior, es una
prueba evidente y poderosa de lo intolerable de las condiciones de nuestros
asuntos en Cuba”.12
Inmediatamente, mientras seguían las negociaciones, los norteamericanos
20
empezaron a incrementar su flota por todos los medios. Quisieron -como lo
hacía entonces la Argentina- comprar buques de guerra en Italia, que a la sazón
producía muy buenas unidades. En la Cámara de Diputados de Roma se trató la
cuestión; el diputado Santini se opuso, aduciendo que esas naves algún día
podían ser empleadas contra Italia; el Hon. Fariña le apoyó, diciendo que era
una imprudencia vender naves cuando se necesitaban en el Mediterráneo y el
Oriente Medio. El Ministro de Marina, Ing. Benito Brin, contestó que no se
venderían naves en servicio, sino las que estaban construyendo astilleros
particulares (como en el caso del Várese, que se estaba construyendo para la
Argentina). Al final, los norteamericanos compraron algunos mercantes. Esto
demuestra que Washington estaba dispuesto a movilizar todos los recursos para
el conflicto que se avecinaba, y evidencia que la Marina norteamericana, pese a
su crecimiento, aún no estaba en condiciones óptimas de asegurar la expansión
imperialista estadounidense.
En España, el acorazado Pelayo era el único de esa categoría que podía
figurar en primera línea entre los mejores de entonces, pero estaba reparándose.
EE.UU tenía al menos tres de iguales o mejores características, buques
blindados, y poderosamente armados: Indiana, Oregon y Massachusets. El
crucero acorazado Carlos V, el mejor de los españoles, tampoco estaba alistado;
los norteamericanos tenían al menos dos listos de esa categoría, el Brooklyn y el
New York. El arma que hubiera podido desnivelar la situación claramente en
favor de España, en la cual su Armada había sido pionera merced al genio y el
esfuerzo de Isaac Peral -el submarino-, no había sido desarrollada por la
negligencia de sus políticos. Además, Washington sabía cuál era el estado real
de la flota española.
Me Kinley seguía negándose a ser manejado por los jingoístas. Pero la
población norteamericana, acosada por la prensa intervencionista, viraba a
posiciones abiertamente belicistas; en Durango (Colorado) el pueblo quemó una
efigie del presidente, criticado a gritos por su blandura al tratar el asunto del
crucero hundido. El grito “Recordad el Maine” (Remember the Maine and go to
hell Spain, en sugestiva rima), empezó a sonar en todo el territorio de la Unión,
y el hecho se convirtió en el argumento legítimo para esa “guerra justa” de la
cual ya había hablado Mr. Everretten en 1852. Un corresponsal inglés en
Washington señalaba: ”Mc Kinley es un sentimental que tiene horror a la
guerra. Pero el Congreso está cansado de tantas vacilaciones, y en el caso de
que el presidente no se decida a intervenir con una acción que corresponda a los
sentimientos del país, reconocerá per se la independencia de Cuba y declarará la
guerra a España”.13 Fue entonces que empezaron a moverse los poderes
extranjeros para mediar en tan espinosa crisis, y aquí las conductas estaban
bastante bien diferenciadas.
21
La guerra hispanoamericana o Estados Unidos contra Europa

El gobierno español al fin se dio cuenta de la gravedad de la situación.


Proponía confiar el establecimiento de una paz honrosa y estable al Parlamento
insular, pero las Cámaras cubanas no se reunirían hasta el 4 de mayo. En el
ínterin, consideraron conveniente aceptar una suspensión de las hostilidades -tal
como la reclamaban los insurrectos al comandante militar español-, en los
plazos y condiciones que se estipularan. Estas bases de arreglo, que
virtualmente eran la antesala de una autonomía para Cuba, a la vez que lograba
la ventaja de que los rebeldes salieran de la ilegalidad, satisfacían en gran
medida las pretensiones de Me Kinley. Este “último límite de nuestra
moderación y de nuestro esfuerzo para conservar la paz” -según lo señaló el
gobierno español- fue publicado en todos los diarios importantes del mundo.
Pero los rebeldes se escondían, esperando el conflicto y agravando la situación,
mientras en los EE.UU, Roosevelt, Lodge y la prensa belicista aceleraban su
boicot al sector moderado y terminaban de presionar al Ejecutivo para una
intervención.
Con buen tino, los españoles, en supremo esfuerzo para salvar la situación,
consideraron que hasta la reunión de las Cámaras en mayo, debía someterse el
conflicto a la mediación de las grandes potencias europeas. Se acudió también
al Santo Padre, con la promesa de que acataría cualquier resolución de paz que
éste resolviera. Ei gobierno francés y el Emperador austrohúngaro unieron sus
ruegos para que el Papa se ofreciera como árbitro. Mons. Martinelli, delegado
dei Papa en Washington, negó la mediación, puesto que ambas partes debían
solicitarla. Además, por la constitución de EE.UU, el Papa no tenía personería,
ya que la Unión no reconocía la soberanía del Pontificado como entidad
política; el gobierno yanqui no escucharía al Papa sino por cortesía. A pesar de
la aceptación de León XIII, el arbitraje fue rechazado por Me Kinley.
En una editorial, el Times fue muy claro: “Sentimos decir que el mundo
aparece a la inversa en el edificante espectáculo que ofrece el Papa como
mediador entre el reino más católico y la gran república protestante. La antipatía
de los norteamericanos por esta solución es más política que teológica, pues el
pueblo de EE.UU rechaza las intervenciones europeas en América. El concierto
europeo sería en este caso inocuo, especialmente porque no contaría con la Gran
Bretaña”.14
Quizá la condición más importante que aseguró una victoria rápida y
absoluta sobre España por parte del poder estadounidense, fue la no
intervención de otros poderes, y hablamos de Europa. Si ambos contendientes
quedaron solos frente a frente, se debió a que las potencias del Viejo Continente
22
dejaron que un débil miembro del mismo se las arreglara sin ayuda frente a un
nuevo poder allende los mares. Y siguieron esta actitud no tanto por falta de
simpatías por España, sino por la firme y decidida posición inglesa en favor de
los Estados Unidos.
Parece lógico, pero no hay que olvidar que la rivalidad entre el Tío Sam y
la Rubia Albión por Iberoamérica las había llevado poco años antes al borde del
conflicto, y el sentimiento anglófobo de varios sectores influyentes de la vida
norteamericana no se había apagado. Fue la prensa de ambos países, y algunos
intelectuales y escritores, los que se encargaron de apuntalar la amistad entre
ambas potencias talasocráticas. Apenas iniciada la crisis, el Comité Ejecutivo
Liberal de Inglaterra envió al pueblo norteamericano sus simpatías por los
esfuerzos que hacía en favor de Cuba, mientras la flota española era acusada de
“provocadora” por la prensa británica.
Cabot Lodge, uno de los intelectuales y lobbystas más conspicuos del
bando belicista, consideraba que la amistad anglonorteamericana era la
consecuencia lógica de tener una lengua común, así como ideales e intfereses
positivos compartidos, además del aprendizaje de la experiencia revolucionaria
americana por parte de los ingleses. Finalizadas^ las operaciones militares,
reconocería las simpatías del Reino Unido por la causa de la Unión.
“Los Estados Unidos se lanzaron a la guerra con España. Ahora se ve
fácilmente que el conflicto era inevitable... El despotismo colonial español y el
gobierno libre de los Estados Unidos, no podían existir por más tiempo uno al
lado del otro. El conflicto que se ha evitado durante un siglo, era tan inexorable
como entre la esclavitud y la libertad. La guerra vino ahora en lugar de venir
más tarde, eso es todo”. Continúa enfáticamente Lodge: “una vez envueltos en
ella, los Estados Unidos ni necesitaron ni desearon la ayuda de nadie. Pero las
naciones, como los individuos, aprecian la simpatía. En los pueblos del
continente encontramos neutralidad, pero también críticas, ataques y toda clase
de manifestaciones de disgusto en grado mayor o menor... De parte de
Alemania notamos una hostilidad apenas velada... Pero del pueblo inglés vino,
por otra parte, una simpatía espontánea y el gobierno mostró que aquellos
sentimientos populares eran compartidos por sus líderes. Eso fue todo lo que se
necesitaba, todo lo que antes se necesitó. No importa la causa, el hecho estaba
allí.”
Muy posteriormente, el geopolítico Nicholas Spykman -quien cumpliera en
este siglo el rol de Mahan, aunque sin la enjundia e influencia de su predecesor-,
sostendrá: “La guerra de España con Estados Unidos simboliza el comienzo de
este cambio de actitud en las relaciones angloamericanas, y el desenlace de
aquella robusteció todavía más nuestra situación en el Caribe con relación al
poder naval de Inglaterra. Gran Bretaña aceptaba la hegemonía de EE.UU en el
23
continente americano y, fundándose en ello, inició una política de colaboración.
Apoyó moralmente a Norteamérica en Manila y Europa, cuando los estados
continentales comenzaban a meditar la intervención”.15
Que Europa, salvo los ingleses, estaba en contra de los Estados Unidos
resultaba evidente. En realidad, España confiaba demasiado en los buenos
oficios de sus vecinos; particularmente creía en la posible mediación de
Alemania, luego del fracaso de la gestión vaticana. La negativa de Me Kinley
había causado un profundo disgusto al Papa, y el Cardenal Rampolla, Secretario
de Estado del Vaticano, se declaraba inquieto por la mortificación causada. El
18 de abril, León XIII renunciaba a la mediación ante la frialdad yanqui.
Rampolla aconsejó entonces a España que abandonara Cuba, con la única
condición que permaneciera católica. Antes, las potencias europeas había
presentado formalmente a EEUU la expresión de sus deseos de evitar la guerra.
Sir Julián Pauncefote, embajador británico, entregó la nota en Washington en
nombre de Alemania, Austria-Hungría, Francia, Gran Bretaña, Italia y Rusia,
como “urgente llamado a los sentimientos de moderación del presidente y del
pueblo de los EE.UU en sus actuales diferencias con España”. La respuesta de
Me Kinley no se hizo esperar; agradecía el interés de los europeos por la paz,
pero declaraba firmemente que la naturaleza y consecuencias de la lucha que se
desarrollaba en Cuba hería los sentimientos de humanidad, peijudicando los
intereses dé la nación norteamericana y amenazando su tranquilidad.
La Reina Regente hizo llamar a palacio al embajador norteamericano, Gral.
Woodford, asegurándole que su gobierno aceptaría todas las demandas de la
Unión, a condición de que se llegara a un arreglo en el que el amor propio del
pueblo español no sufriera humillación ni ofensa. Era una súplica
prácticamente, pero el gobierno de Washington ya era inflexible.
El ex Secretario de Guerra, Senador Proctor sostuvo: “Lo único que cabe
ahora es reconocer la independencia de Cuba antes de dar paso alguno para
pacificar la isla”; Tíllman, Senador por Carolina del Sur, fue más concreto, al
señalar que el pueblo norteamericano quería vengar los asesinatos cometidos en
Cuba, pero no para que los cubanos pagaran los bonos españoles que poseían
algunos banqueros de Nueva York. Me Kinley estaba entre dos fuegos, los
jingoístas, como el Ministro de Justicia, Griggs -que vociferaba la necesidad de
la guerra con España- y los pacifistas, como el Secretario de Estado, Day,
favorable a un acuerdo inmediato. Los belicistas sostenían que el Partido
Republicano se rompería, causando división en el Congreso, ofreciendo así a
España un triunfo gratuito. Fue esta posibilidad de ruptura lo que llevó al
presidente americano a ceder ante los jingoístas y declarar la guerra.
La prensa belicista no perdía oportunidad de echar leña al fuego. Basta un
ejemplo: el New York Journal publicó un panfleto propagandístico con un
24
argumento que era un verdadero golpe bajo. Una señorita, Guillermina
Brinckman, de 17 años, recibe una carta en su casa de Staton Island. Es de su
hermano Enrique, su único pariente en el mundo, y está fechada a bordo, del
Maine en La Habana: “Todo el mundo nos trata aquí como a perros, creo que
intentan hacemos alguna perfidia”. Guillermina lloraba; por los diarios se había
enterado de la voladura del crucero, y su hermano estaba entre las numerosas
víctimas de la explosión. El aposento de la joven (obviamente) miraba justo a la
bahía donde el buque español Vizcaya estaba anclado. “Ella puede ver las líneas
de su contorno negro, siniestro. La joven no ha hablado más desde que los
diarios que daban cuenta del desastre del Maine cayeron en sus manos.
También, desde que el buque de guerra español echó anclas en el puerto ella no
ha dejado su sitio en la ventana por ningún momento. Sus facultades parecen
paralizadas. La carta de su hermano permanece abierta junto al velador de su
cuarto. De tiempo en tiempo, la toma en su mano derecha y la lee; luego se
vuelve a la ventana y mira hacia afuera en la bahía, donde el buque español ha
echado el ancla...”
El corresponsal del Journal en Cuba, un tal Remington, telegrafió a su jefe
y dueño del periódico, poco tiempo después de la voladura del Maine. “Todo
está tranquilo. No habrá guerra. Puedo regresar?”. La respuesta de Hearst no se
hizo esperar: “Usted quédese y envíe más dibujos. Yo prepararé la guerra”.16
Esta campaña de propaganda tenía enorme influencia en las mentes
finiseculares. Los diarios europeos, por su parte, en su mayoría tomaban abierto
partido en contra de los Estados Unidos. Por supuesto, a la cabeza estaban los
españoles, quienes insistían en contrastar la realidad cubana con las acusaciones
norteamericanas. El corresponsal en La Habana de El Imparcial de Madrid
sostenía: “La negra pintura que los yanquis hacen de la situación de los
reconcentrados, tiene fines políticos y comerciales. Los reconcentrados son
vagos, y en La Habana hay menos miseria que en las capitales europeas. Las
autoridades reparten más dinero y comida que los que se echan de filántropos...
Las familias yanquis en Cuba fomentan la alarma, haciendo creer que la
destrucción de este país es facilísima para las fuerzas armadas
norteamericanas”. Obviamente, no era un juicio objetivo.
La prensa socialista, como los anarquistas, se inclinaron hacia una postura
pacifista e intemacionalista. Sintomático resulta una edición de El Socialista de
abril, dedicada a “los causantes de la guerra”. Desde una perspectiva parcial
pero no exenta de razón, se denunciaba que “si los gobiernos españoles”
hubieran visto en Cuba algo más que “negocios y una mina para paniaguados”,
sino también “un pedazo de España”, no habrían existido los choques entre
hispanos y cubanos que condujeron a semejante situación.17
La mayor parte de los periódicos alemanes, austrohúngaros y franceses
25
condenaban la actitud de- EE.UU, y estaban de acuerdo en que la rapidez con
que la crisis se agravaba era debido a la respuesta de Me Kinley. La prensa
alemana era crecientemente hostil a los norteamericanos, la francesa acusaba de
“hipócritas” al gobierno y al Congreso norteamericanos, y en Viena los diarios
directamente aconsejaban, ante la seguridad de la guerra, que España iniciara
inmediatamente las hostilidades antes que la flota americana entrara en liza. El
Lokalanzeiger de Berlín reproducía una entrevista de su corresponsal en EE.UU
con Polo de Bernabé, embajador español en dicho país: “La doctrina de
Monroe, antes defensiva para los americanos, fue transformada en ofensiva”.
Estas acertadas palabras del diplomático se adelantan décadas a las
formulaciones de Cari Schmitt y otros estudiosos de la estructura del poder
internacional, y señalan el meollo de la cuestión, sobre el cual se volverá mas
adelante.
Pero era mucho ruido y pocas nueces. El 10 de abril, Alemania se había
declarado completamente neutral, con gran decepción del gobierno español. A
pesar de las vivas simpatías de la mayoría de las potencias europeas por España,
ninguna arriesgaba sus grandes intereses comerciales atacando a los EE.UU.
“Los gobiernos saben hoy -decía Le Temps, por entonces el diario más serio de
París y uno de los más leídos de Europa- que no pueden jugarse los destiños y la
suerte de un país sino en defensa de la propia honra y los propios intereses”. Y
en París empezaron a aconsejar que España entregara Cuba a las potencias
europeas en caución, para así protegerla.
La situación extremadamente aislada de España -una herencia canovista-
puede simbolizarse en las declaraciones de Von Bülow, Ministro del Exterior
alemán, al embajador español, en una entrevista concedida el primer día de abril
de 1898: “Ustedes están aislados porque todo el mundo quiere agradar a los
Estados Unidos, o en todo caso nadie quiere suscitar su enojo. EE.UU es un país
rico, contra el que sencillamente ustedes no pueden librar una guerra; admiro el
coraje que España demuestra, pero más admiraría una manifestación de sentido
común práctico”. El realismo pragmático del germano tiene rigurosa actualidad
en los vaivenes del juego internacional actual, particularmente en la cuestión
balcánica.
¿Porqué Europa no reconocía que el ascenso norteamericano llegaría a ser
imparable y terminaría jaqueando al Viejo Continente entero? Porqué no
entendía que el ataque a España era el comienzo de una ofensiva contra todas'
las potencias europeas? Era evidente que estas naciones tenían sus propios
problemas; la cuestión de Oriente, la fragilidad de los Balcanes, la continua
vigilancia del Africa, la carrera armamentista, en una actitud miope que las
llevaba a una competencia interimperialista y a recelar unas de otras. Ninguna
preveía la fuerza expansiva de los norteamericanos, y, en el fondo, consideraban
26
a España una nación semieuropea, mitad continental, mitad afroárabe. Pero,
sobre todo, no querían arriesgar los negocios que tenían con Estados Unidos; al
decir del entonces diplomático argentino Estanislao Zeballos, el 60 % del
inmenso capital empleado en las grandes empresas de EE.UU era europeo, un
comercio de 1000 millones de pesos oro. Ello desaconsejaba toda guerra; era
condición que nadie moviera un dedo por España, que sería la única víctima.
El 19 de abril, Me Kinley había mandado al gobierno español un
ultimátum, que continuaba el comunicado del 26 y 27 de marzo. El Senado y la
Cámara de Representantes de EE.UU, reunidos en Congreso, acordaban: “1) El
pueblo de la isla de Cuba es y por derecho debe ser libre e independiente. 2) Es
deber de los Estados Unidos demandar que España abandone inmediatamente su
autoridad y gobierno en Cuba y retire sus fuerzas marítimas y terrestres de Cuba
y de las aguas cubanas. 3) El presidente convoca a todas las fuerzas armadas
estadounidenses. 4) Los EE.UU rechazan toda inclinación e intención de ejercer
soberanía, salvo la pacificación de la isla”.18 •
Era una auténtica declaración de guerra, pues no hace falta que ésta se
exprese con palabras exactas. La práctica internacional y el sentido común
reconocen que, si a un Estado se le impone una exigencia que se sabe de
antemano no aceptará ni puede aceptar, amenazándole además con la fuerza,
equivale a una declaración de guerra formal y solemne. Esto es importante, pues
es muy difícil para una democracia aparecer declarando una guerra, y la técnica
empleada en 1898 será una constante de la política norteamericana hasta
Vietnam, el Golfo y Kosovo.
En la respuesta a esta virtual declaración de guerra, el jefe del gobierno
español, Práxedes Sagasta, no tenía ya alternativas: “Hemos hecho en Cuba toda
clase de concesiones compatibles con el honor nacional. Ahora, ante el ultraje
que se nos infiere, es necesaria la unión de todos los españoles. España no
consentirá que se le quite ni una pulgada de terreno”.
La diferente actitud de los británicos y del resto de Europa frente al
conflicto hispanoamericano a punto de estallar puede vislumbrarse claramente
en dos editoriales de entonces, uno inglés y el otro francés. El Times sostenía:
“Sagasta dirá que España no puede consentir en que la descuarticen
impunemente, pero los observadores reflexionan que la debilidad del estado
español la ha conducido a este trance. Sea corta o larga la guerra, nosotros
sabemos quienes vencerán y sabemos también con quienes simpatizamos”. El
editorial de La Republique decía: “Europa no puede dejar de defender al débil
contra el fuerte. Saludemos la caída de los últimos caballeros del mundo, ya que
sólo el Dinero dominará en el futuro”.19
Sin embargo, no todo eran negocios para los norteamericanos. Existía la
posibilidad de quedarse con el azúcar cubano y la posición estratégica que la
, 27
isla significaba, pero también había fervor patriótico. El Cnel. Picket, famoso
jefe de la caballería confederada en la Guerra Civil, formó un regimiento de mil
hombres escogidos. Negros e indios formaban el suyo, como los veteranos de la
Guerra de Méjico. Millonarios y banqueros no siempre se quedaban en sus
cómodas casas y oficinas, muchos -como Astor- pidieron ser incorporados a
filas. Culminaba el proceso de coagulación nacional iniciado décadas atrás con
la sangrienta guerra secesionista, proceso para el cual era fundamental la
fijación de un enemigo. Mas de 100 mil hombres por día se presentaron para
enrolarse como voluntarios en todos los estados de la Unión al estallar la guerra;
el susodicho Astor otorgaba libre transporte a las tropas en sus ferrocarriles.
España había dormido durante años el sueño de la pasada grandeza,
alimentado en las lidias taurinas y acompañado del estrépito zarzuelero. No
estaba para nada preparada, ni material ni espiritualmente, para enfrentar a la
joven potencia henchida de soberbia y ambiciones. Pero la descarada actitud del
gobierno y los poderes norteamericanos hirió e inflamó el orgullo peninsular, y
algunos chispazos de aquellos dones nacionales, que la habían transformado en
un gran Imperio, florecieron.
En sucesivos memoranda dirigidos a las naciones europeas señalaban la
injerencia norteamericana: “La cámara de representantes de los Estados Unidos,
después de inferir a España irritantes e injustificadas ofensas, y de propagar, con
motivo del suceso del Maine las mas gratuitas e insoportables calumnias, ha
votado por inmensa mayoría una resolución que autoriza al presidente de
aquella república para intervenir inmediatamente, hasta por medio de las. armas,
en el gobierno y la vida interior de una provincia autónoma española. El
pretexto de humanidad conque se quieren encubrir las ambiciosas aspiraciones
de los EE.UU, que pretenden ejercer una hegemonía absoluta sobre el
continente que España descubrió y conquistó en gran parte, es completamente
falso...”.
El ultimátum al gobierno español fijaba para el sábado 23 de abril, a
mediodía, el límite para el cumplimiento de las demandas o dar una respuesta
plenamente satisfactoria al apercibimiento -tal como proceden actualmente las
Naciones Unidas, bajo virtual dominio estadounidense, en casos como Irak-, de
lo contrario se procedería a utilizar la fuerza para la consecución de los
objetivos. Pocos casos -informaba el gobierno Sagasta- pueden citarse, en el
transcurso de la historia, “en que esté más patente la razón y más a descubierto
el atropello. Engreídos los norteamericanos con el poder que les procura su
enorme población y su inmensa riqueza, prescinden en absoluto de los deberes y
respetos que impone, así al fuerte como al débil, el concepto de la moral y la
necesaria convivencia en el concierto de las naciones. Llevados de ciega e
insana codicia, han favorecido, solapada pero eficazmente, una rebelión
28
->o
sostenida por los elementos menos estimables de la isla de Cuba”." Mas allá de
lo acertado de algunos aspectos diagnosticados, estos memoranda eran una
declaración de impotencia.
El 23 de abril, España y los EE.UU estaban de hecho en guerra.'Es
interesante destacar dos cosas. El Secretario de Marina norteamericano, Long,
agradeció públicamente la demora en las conversaciones, pues los buques y
municiones que su país había comprado apresuradamente en Europa para
aumentar sus fuerzas, ahora estaban libres de la interceptación de la flota
española. En cuanto a Gran Bretaña, había dictado la disposición de que se
podía comprar carbón en todo el mundo, pero lo declaró contrabando de guerra
en su propio país. Realizó, de este modo e indirectamente, una acción contra
España, porque le impidió proveerse del combustible necesario para su
escuadra, mientras EE.UU, que producía carbón en grandes cantidades y a bajo
precio, no lo necesitaban21.
Al entrar en guerra, Estados Unidos no lo hacía con España, sino con el
Imperio Español, menguado sí, pero con posesiones a enormes distancias unas
de otras. Como en toda guerra, la estrategia debió ser fijada para atacar en todos
los puntos del adversario, y así las flotas norteamericanas ya habían adelantado
posiciones, bloqueando previamente Cuba y las Filipinas. En los buques que
bloqueaban la isla caribeña, había cubanos revolucionarios, “baqueanos”
expertos en cayos y arrecifes peligrosos. El caudillo revolucionario filipino,
Emilio Aguinaldo, viajaba en un buque de guerra norteamericano, desde Hong
Kong -donde estaba refugiado-, acompañando a la flota de ataque a Filipinas.
En Madrid la Regente consultó al duro general Weyler, quien le respondió: “A
los hombres, Majestad, debe escógeseles’ para el gobierno según los
procedimientos que se desea seguir. Para negociar la paz en Cuba, la formación
del gabinete deberá confiarla a Moret; para la liquidación de la cuestión cubana,
a Sil vela; para la venta de la isla, a Pi y Margall; y para la guerra, a quienes
siempre la pidieron”.""
Consecuentemente al estallido de la guerra, redoblaron las actitudes
europeas contrarias a la Unión, así como los ataques de la prensa continental. El
diario berlinés Kreuzzeitung calificó a las demandas norteamericanas como “un
acto de bandolerismo político; los promotores de esta guerra son los
especuladores del azúcar de Nueva York”. Le Fígaro aplaudía al gobierno
francés porque no había declarado contrabando de guerra al carbón. Varios
oficiales de la reserva del ejército austríaco se dirigieron al gobierno español
para ofrecer sus servicios, así como el teniente de navio francés Julián Viaud,
mas conocido como escritor por su seudónimo Pierre Loti.
Muchos eran los europeos que se hacían eco de la frase de Bismarck,
retomada en Berlín: “En la cuestión entre España y los Estados Unidos, los
29
yanquis hacen el papel del incendiario que pretende demostrar su inocencia
- auxiliando a los bomberos”. En Alemania, varios eran concientes de la futura
amenaza norteamericana, aunque el desconocimiento general de las
posibilidades de la Unión continuará hasta la Segunda Güera Mundial. La flota
germana del Extremo Oriente se acechaba con la escuadra estadounidense ante
Filipinas. El proyecto de aumento de la marina alemana, por el cual abogaba
incansablemente el Almirante Von Tirpitz y el Ministro Von Bülow, fue
aprobado por el Reichstag con gran entusiasmo, comenzando un enorme
programa de construcciones navales.
Los italianos, a su modo, realizaron desplantes aún mayores. Varios
capitalistas estadounidenses ofrecieron al Gral. Ricciotti Garibaldi -hijo del
procer- 5 millones de dólares para que organizara una Legión Italiana que fuera
a pelear a Cuba contra España, o un millón de dólares para que capitaneara una
de las columnas norteamericanas que desembarcarían en la isla. La respuesta de
Garibaldi fue que si comandaba una legión lo haría por la independencia de
Cuba, y no para favorecer a los yanquis contra una nación latina. El 23 de abril
entró al puerto de La Habana el crucero italiano Giovanni Baussan", al pasar
delante de las fortificaciones, la banda de a bordo tocó la marcha real española y
la marinería formada sobre cubierta vivó a España, a lo cual siguieron los
intercambios de saludos. El crucero francés Fulton ya se encontraba en la
Habana; también vitoreó a España y fraternizaron todos en tierra. El capitán del
Giovanni Baussan, cuya característica principal era la velocidad -como es
común a los cruceros italianos a lo largo del tiempo- comunicó públicamente
que se había divertido haciendo que las grandes unidades norteamericanas
corrieran tras él sin éxito para revisarlo, como premisa del bloqueo.
Por último, trascendió que el propio Emperador Francisco José había
contribuido personalmente con el fondo español para ampliación de la Marina,
lo cual suscitó una protesta estadounidense y una ambigua desmentida de Viena.
El crucero austríaco Kaiserin Teresa se dirigió también al Caribe.
Contrariamente a estas demostraciones, en Londres, en una reunión masiva
en Trafalgar Square, la oradora socialista Luisa Michel y otros hablaron en el
Comité contra las spanish atrocities, que aseguraban se estaban cometiendo
tanto en Cuba como contra los anarquistas de Montjüic. Los españoles
residentes en Londres hacían pública su protesta contra la hispanofobia de la
prensa británica. El Times, mas reflexivo, sostenía: “No hace mucho EE.UU
despertó recelos en las acciones europeas por su intervención en la cuestión de
Oriente”, y es “un nuevo elemento de disturbio la probabilidad del gobierno
americano de desalojar a España de las Filipinas”.23 Con los buques ingleses se
daba la misma situación que con los franceses e italianos, pero con sentido
inverso. El crucero británico Falbrot entró en La Habana también, y al pasar
30
frente a las unidades norteamericanas que bloqueaban la isla, la tripulación
formada en cubierta agitó la Unión Jack dando vítores, mientras la banda del
New York respondía ejecutando el “God save the Queen”.
Todos estos eventos no hacen más que destacar que, si bien los europeos
tenían una declarada actitud neutralista, no dejaban de intervenir en el conflicto;
a través de sus unidades navales estaban presentes en el teatro de operaciones,
con el pretexto de salvaguardar las vidas de sus compatriotas residentes en el
lugar. No sólo actuaban de observadores, más de uno debe haber pensado
inconfesamente en la posibilidad de un incidente capaz de generar un casus
belli.
Pero también se separaban las aguas en cuanto a las visiones confesionales
e ideológicas. Los primeros triunfos de los norteamericanos en Filipinas
provocaron viva satisfacción en Londres, menos en los católicos. En L ‘Aurore,
Georges Clemenceau afirmó que la derrota española de Cavite, que ya era vox
populi “fue algo fácil, porque ese país se identificó con el Papa, enemigo de la
civilización moderna”. Por su parte, Edouard Drumont, el autor de La France
Juive, declaraba en La Libre Parole que “España es el campeón de la fe y el
patriotismo contra la plutocracia protestante y semítica del Nuevo Mundo”
Guglielmo Ferrero, hombre de mente fina y lúcida, profundizó más esta
cuestión de la diferencia entre las idiosincrasias norteamericana y europea. En
primer lugar, reconocía que “la intromisión de los Estados Unidos en la cuestión
cubana constituye uno de los acontecimientos más originales e importantes del
fin de nuestro siglo... nunca hasta hoy se había presentado el caso de la
intervención, tan abierta y declarada, de una nación extranjera en las relaciones
de otro gobierno con un pueblo súbdito suyo y rebelde contra él”. No obstante,
según el historiador italiano, ello, precisamente por ser un acontecinúento
nuevo, evidenciaba el estado de ánimo de gran parte de la sociedad europea, lo
cual podía rastrearse a través de las consideraciones de los partidos políticos y
de la propia prensa.
Tomado en conjunto -decía Ferrero-, “no se puede decir que el mundo
europeo haya sido demasiado favorable a la conducta de los Estados Unidos...
toda la prensa rusa, casi toda la francesa, una parte de la inglesa, alemana y
austríaca se ha manifestado decididamente contraria... En Italia, sólo los diarios
católicos, por simpatías a España, han seguido la misma conducta, mientras que
en general, los otros diarios... reconocían moralmente justificado el
resentimiento de los americanos por el modo como Cuba ha sido siempre
gobernada y tratada por la madre patria. Iguales sentimientos manifestaron los
diarios hebreos de Austria y Alemania, por antipatía contra la España católica.
Pero, salvo los diarios alemanes dirigidos por hebreos, así como un número
considerable de diarios italianos, poquísimos han sido los que han tomado
31
partido por la Unión Americana contra España”. Desde el balcón de esa Italia de la flota española en La Habana: de más de 50 barcos que la integraban, 32
post'ñsorgimentale, Perrero nos da, por lo visto, una aguda descripción del eran lanchas de auxilio, dos cruceros estaban virtualmente inservibles, otros
panorama “mediático” europeo de la época. menores en deplorable estado combativo, los cañoneros convertidos en
Pero su conclusión más interesante es vislumbrar la diferencia de fondo cruceros, con lo cual perdieron velocidad, etc. De 3000 cargas de cañón del
entre ambas idiosincrasias, señalando la característica principal del tono 140, según diría el Almirante Cervera, sólo 620 eran de confianza.
denunciatorio contra la Unión, donde “se encuentra repetida la acusación de En 1898, los Estados Unidos tenían un total de 9 acorazados, 2 cruceros
interés material y de avidez”. Para Ferrero, la idea que los preparativos de la acorazados y 17 cruceros protegidos, amén de los barcos menores. Era la sexta
guerra corrían a cuenta de los intereses azucareros de Nueva York y de los flota de guerra del mundo, después de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia e
comerciantes de armas yanquis, era una muestra de la influencia de las ideas Italia. Por su condición biocéanica, mantenían dos escuadras, una orientada al
socialistas y marxistas en la opinión pública europea. Atlántico y otra en el Pacífico. Las unidades eran nuevas, modernas y potentes.
Liberal al fin, el historiador italiano considera que Europa atravesaba un En el Pacífico, defendiendo las Filipinas, se encontraba una escuadra
período de reacción política e intelectual. “Hemos asistido, efectivamente, en española compuesta por los cruceros no protegidos Don Juan de Austria y
Europa, a un verdadero renacimiento de la idea divina y mística del Estado, Reina Cristina, el crucero de madera Castilla -que dió lugar al mito posterior
contra la idea humana y positiva. Los EEUU, sea buena o mala, hábil o inhábil que los navios españoles eran todos de madera- y tres cañoneros. Frente a ellos,
su política, han representado en la cuestión la idea humana y positiva del una flota estadounidense que desde meses atrás -sintomático- tenía base en
Estado: formado por sus ciudadanos, lo que tiene razón de ser por cuanto sirve Hong Kong, formada por los cruceros protegidos Baltimore, Concord, ‘Boston,
al progreso económico y moral del pueblo; desde que el Estado no sirva a esos Olimpia y Ralleigh y tres cañoneros. Cavite estaba defendida por una batería
fines, cesa su legitimidad”.24 Más allá de las reservas que pueda suscitar la costera de cinco cañones; las defensas fijas de la bahía de Manila eran
postura de Ferrero, es importante destacar que éste planteaba un tema crucial en prácticamente las mismas de la época de la conquista. Para los modernos
el siglo venidero -es decir el nuestro, que ya también se va-, la diferencia entre buques de guerra yanquis, el encuentro con la escuadra española fue igual a un
la concepción norteamericana basada en un concepto “moderno y humano” del ejercicio de simulacro.
Estado, producto del movimiento filosófico y político precedente, y el principio La escuadra española, al mando del Alte. Patricio Montojo, fue sorprendida
europeo de la soberanía legítima. Mientras que el segundo implica, en la bahía de Cavite y destruida por los superiores buques norteamericanos,
esencialmente, la relación entre Estados-Naciones, el primero, al devenir en el mandados por el Comodoro George Dewey, el día Io de mayo. A la vez, eran
logro y protección del progreso humano y moral aún fuera de las fronteras del bombardeados la propia Manila y Cavite, mientras en el Caribe la flota del Alte.
propio Estado, culminará con el tiempo en un panintervencionismo activo. Sampson cañoneaba Cienfuegos. El objetivo eran las fortalezas artilladas
españolas, pero de hecho también se provocaban incendios y caían víctimas
Ciento veinte días de guerra civiles. Se inauguraban dos aspectos claves de la guerra moderna, el bloqueo y
el bombardeo de poblaciones urbanas.
Consideradas globalmente, las fuerzas contendientes no parecían ser tan En Madrid, la gente empezó a indignarse por la falta de información, con la
desproporcionadas. En tierra, los españoles tenían 150 mil hombres en Cuba, intuición segura que se tiene en tiempos de guerra cuando los peores presagios
además de las guarniciones de Filipinas y Puerto Rico, frente al ejército de la están por cumplirse. Si el gobierno ocultaba, la población esperaba, pero al
Unión, que en tiempos normales era de menos de 30 mil hombres, sin contar los conocerse finalmente la hecatombe de la flota española de Cavite, la
100 mil de la Guardia Nacional, que además debían ser transportados al teatro indignación popular desbordó, y la policía debió contener violentamente a los
de operaciones. Cierto es que estaban más próximos al frente caribeño y manifestantes de Madrid, Málaga y Barcelona. Al día siguiente, el 2 de mayo,
contaban con el apoyo de los mambises. Pero la decisión se encontraba en el se proclamó en Madrid el estado de sitio, con prohibición de propagar noticias
mar, pues su dominio por los norteamericanos implicaría el aislamiento de las que no fueran oficiales. Florecían las elocuencias parlamentarias y las
tropas españolas. Aquí la diferencia tecnológica era muy grande. El buque recriminaciones partidistas, mientras en el interior se multiplicaban las
español más rápido y moderno, el Colón, comprado a Italia recientemente, no protestas. Bien podía decir The Standard que “la débil defensa es un mal que
tenía aún operativa su artillería principal. Hay un informe del lamentable estado aqueja a las naciones moribundas”.
32 33
Entretanto, la escuadra del Alte. Pascual Cervera -el grueso de los buques
de guerra españoles-, hacía su travesía desde las islas del Cabo Verde a
Martinica. Escasa de combustible, procuró llenar las carboneras en Curazao y
juecro llegar a La Habana. Pero, al no poder proveerse de todo el combustible
necesario para hacerlo, entró el 11 de mayo en ej puerto de Santiago de Cuba..
El Alte. Sampson y su nutrida flota no había podido interceptarlo -en esa época
aún había que confiar sólo en buenos prismáticos y una mejor vista- antes de
que arribara a destino.
Cervera tenía los cruceros Infanta María Teresa -buque insignia-,
Cristóbal Colón- sin su artillería principal-, Vizcaya, Oquendo y Marqués de
Ensenada, los cruceros ligeros Alfonso XII, Reina Mercedes, Isabel ll y Conde
de Venadito. Algunos llegaban de España, otros ya estaban en Cuba; les
acompañaba la escuadrilla de cazatorpederos y torpederos. Toda esta flota -
mayoritariamente conformada por la “Escuadra de Instrucción”- se encerró en
Santiago, un puerto que no estaba convenientemente fortificado, no tenía
suficientes alimentos y carecía de comunicaciones por ferrocarril y carretera con
La Habana. Cervera, al igual que el ruso Rodzeventsky en Tsushima unos años
después, sabía perfectamente que sus buques no estaban a la altura de sus
adversarios y que en el f ondo un combate sería un suicidio. Si bien podía haber
abandonado la ratonera en momentos en que la escuadra norteamericana estaba
ocupada cañoneando San Juan de Puerto Rico, la indecisión le jugó una mala
pasada y debió ir al encuentro de su destino.
La tensión en España era insoportable; era factible una asonada popular o
un golpe militar. Había nuevo gabinete; Práxedes Sagasta era presidente del
mismo; León y Castillo en Relaciones Internacionales, el Tte. Gral. Miguel
Larrea García en Guerra y el Vte. Butler en Marina. Cervera conocía la
debilidad de su escuadra, y juzgaba, con buen tino, que era mucho más
necesaria en aguas metropolitanas, considerando que las unidades más potentes
y modernas, que habían quedado en la patria, aún no estaban disponibles. Pero,
a miles de kilómetros, el novel gabinete gubernamental pensaba distinto.
Ante la situación insostenible que se vivía en la península, el gobierno
decidió hacer algo que contentara a la enfurecida opinión pública, que pedía la
cabeza de los políticos: le exigió a Cervera que saliera de Santiago y se abriera
paso a cañonazos. Algunos barcos norteamericanos de línea -y el Alte.
Sampson- no estaban presentes, pero con los que había era suficiente. El marino
español se enfrentaba con los modernos acorazados Iowa, Texas, Oregon e
Indiana, el crucero Brooklin -buque insignia del Alte. Schley, en lugar de
Sampson-, y algunos barcos menores. A plena luz del día 3 de julio,
“sentenciado irremisiblemente por la locura o el falso orgullo nacional” -como
dina Mahan más tarde- la escuadra española salió de la bahía. Cervera había
34
aiengado a su tripulación quijotescamente: “Más vale honra sin barcos que
barcos sin honra”. No sólo se enfrentaban dos estrategias distintas sino dos
concepciones del mundo contrapuestas.
La mayoría de los historiadores navales liquidan la batalla de Santiago de
Cuba con el expedientes simple de resaltar la superioridad técnica
norteamericana sobre la española, enfatizando la gran lección de heroísmo que
diera en el mar el Alte. Cervera. En realidad, fue la primera batalla moderna,
librada a buena distancia, sin encontronazos a espolón y abriendo fuego entre
dos y cinco kilómetros. Comparando el tonelaje de las flotas antagónicas,
Cervera estima la española en menos de la mitad de la norteamericana, 56 mil
toneladas frente a 1 16 mil, relación más desfavorable aún por la ausencia de los
barcos modernos y la diferencia de artillería pesada. El valor respectivo real de
las flotas era de 1 a 3. La actitud de Cervera de embotellar su escuadra en la
bahía, sin duda errada, fue coronada por el hecho increíble de enviar delante a
los cruceros en lugar de los torpederos, buques veloces que pueden, atacando
con torpedos, mantener a raya al enemigo hasta que salgan las unidades
mayores. Igualmente, en vez de salir el crucero más veloz, el Colón, en cabeza,
y el más lento, el Vizcaya a la cola, la escuadra salió a la buena de Dios.23
Quizá Mahan tuviera razón, pero los españoles no podían rendir la flota sin
combatir. En cuarenta minutos, los buques hispanos fueron batidos; unos se
hundieron, otros quedaron al garete incendiados, y algunos, como la nave
capitana María Teresa, embarrancaron. El Colón -un barco nuevo- arrió la
bandera antes de ser hundido por su propia tripulación; fue la excepción entre
los buques españoles, pues sólo había sufrido un muerto y dos decenas de
heridos. Las bajas españolas fueron del 25 % -entre muertos y heridos-, del total
de 2200 hombres de la escuadra, lo cual sin duda es un porcentaje alto para un
combate naval. Las bajas americanas fueron muy escasas. La diferencia
fundamental estaba en el calibre y en el blindaje de los barcos. Mientras que una
veintena de impactos habían incendiado al María Teresa y al Vizcaya, cuarenta
y un proyectiles caídos sobre el Brooklin no lo habíán puesto fuera de combate.
Esto habla del superior calibre y alcance de la artillería y la munición -muchos
proyectiles españoles no explotaron-, así como de la mayor protección de las
unidades de la Unión, a pesar de tener un tonelaje similar al de sus enemigos.26
Los norteamericanos fueron los primeros en reconocer la gran valentía del
adversario. El Alte. Cervera dio testimonio de ello telegráficamente: “la gente
toda cayendo a una altura que ha merecido los plácemes más entusiastas de los
enemigos, al comandante del Vizcaya le dejaron su espada; estoy muy
agradecido a la generosidad e hidalguía con que nos tratan. Entre los muertos
están (los capitanes) Villamil y creo que Lozaga y entre los heridos Concas y
Eulate. Hemos perdido todo. Cervera.” Esta fue la consecuencia de aquella
35
apelación del gobierno español, que desde el 23 de junio había exigido la salida Cuba. “Es curioso -decía el diario ruso Novosti- que mientras las naciones de
de la flota. “Es que la exponemos a perderla. Entonces ¿para qué la hemos Europa tratan de mantener los vínculos con los hijos que emigran a otras
hecho? Es que hemos construido la escuadra para reservarla?”.27 regiones, los españoles de Cuba y Filipinas recurran a las armas para romper los
Con la destrucción de las flotas de Filipinas y de las Antillas, España lazos con la Madre Patria”, En la capital española, El liberal fue profético:
perdió sus últimos territorios coloniales, salvo los enclaves de África. Si bien la “Sería una empresa inútil que se hicieran gestiones para celebrar la paz entre
lucha continuó un tiempo en tierra, donde los españoles eran muy superiores en España y EEUU, porque siempre quedarían los cubanos dispuestos a luchar
número. Las tropas norteamericanas eran novatas, y nada sabían de la guerra y solos contra la dominación norteamericana que se pretende imponerles”.28
en algunos lugares, como en Lomas de San Juan, creyeron estar a punto de ser Emilio Aguinaldo, convertido en “Generalísimo de las Filipinas” había
liquidados por los Mauser de largo alcance de los fogueados combatientes afirmado en una entrevista que le hizo el Times: “No cometeré la indiscreción
españoles. Pero los defensores estaban aún más agotados, y en julio capitularon de expresar esperanzas antes que termine la guerra, pero afirmo
las fuerzas en Cuba. Puerto Rico, débilmente defendido, también cayó. En la categóricamente que las Filipinas confían en la lealtad de los norteamericanos, y
metrópoli algunos querían seguir combatiendo, pero ya no tenía sentido. El Tío en que éstos reconocerán nuestros derechos y los harán respetar por las
Sam había cumplido con todos sus objetivos, rematando la ocupación de puntos potencias europeas”. Esta visión del Tío Sam como “protector” de los pueblos
estratégicos con la toma de Agaña, en el grupo de las islas Marianas, también libres frente al colonialismo del Viejo Continente, sería pronto cruelmente
dominio español hasta ese momento; el fuerte no tenía cañones y la auamición desmentida por los acontecimientos. La lucha contra España, que se había
sólo contaba con viejos fusiles frente a la artillería del crucero Charleston. La realizado para liberar a los filipinos y cubanos, terminó con la ocupación de las
amenaza, ahora cierta, de un ataque a las Canarias era real, pero los yanquis se islas, además de Puerto Rico y Guam. En el caso concreto de Filipinas, era una
abstuvieron de ello, por respeto, principa dente, a las numerosas propiedades simple maniobra imperialista para lograr una base con la cual abrir el vasto
británicas en el lugar. v r espacio chino al comercio, razón que llevaría fatalmente a un posterior
En ese mes de julio, La Habana bloqueada no tenía agua, ni harina ni enfrentamiento con el Imperio del Sol Naciente.
carne, reinaba la miseria y los pobres morían de hambre. El Koelnische Zeinme Las últimas reticencias españolas se disiparon. “Es una desgracia -sostenía
sarcásticamente señalaba un aspecto que sería constante en la estrategia el Times- que España no ceda todavía a la necesidad de celebrar la paz. Aún
norteamencana del futuro: “Los yanquis prefieren bombardear desde lejos Tas dice que su honor no está satisfecho, mientras los comandantes de la flota
ciudades con su superioridad artillera”. Un historiador militar de la Unión norteamericana y hasta la prensa de esa nación reconocen unánimemente el
Goldwin Smith, experto en la Guerra de Secesión, fue más profundo: “Con el valor desplegado en esta guerra por los marinos y militares españoles. Pobre
humo de los cánones norteamericanos, si bombardean España, se desvanecerá figura harán en la historia los ministros, almirantes y generales, junto con los
totalmente la Doctrina Monroe. Los EEUU ahora no podrái exigir que Eurona soldados españoles, que diciéndose todos ellos amigos de España, la incitan a
IOS deje obrar si llevan la guerra a Europa” Dos diarios alem Íes ¿ « S a continuar la resistencia, cuando los buques norteamericanos amenazan
Z m u n gy Hamburg Nach-ichten- denunciaron a la Unión como un peligro para bombardear los puertos de la península, cuando los republicanos se aprestan a
Amenca del Sur; "urge proteger a los sudamericanos cÓñíra w levantarse en Andalucía y los carlistas intentan aprovechar la oportunidad para
”xpulsareéuo"°S' T™ ble" será nun Peli«ro Para Europa, pues tratarán de provocar un movimiento que puede ser fatal”. Las referencias del diario inglés a
expulsar el comercio europeo de esas tierras”. la amenaza de una asonada generalizada en la península no eran para nada
La victoria completa del Tío Sam fue reconocida, efectivamente t.n t. „ fantasiosas.
El 26 de julio España se declaró vencida y pidió la paz al gobierno Me
Kinley, que se hizo efectiva el 12 del mes siguiente. El protocolo, ideado en
Washington y ratificado en París el 10 de diciembre, señalaba en sus puntos
principales: “ 1) Renuncia de toda pretensión a la soberanía sobre Cuba por parte
Londres, el resto de la orúnión 'W f as0 C° n Un ^ran en de España, responsabilizándose EE.UU de proteger vidas y haciendas mientras
En primer lugar Se p re C a b a n 1jbIlca. T ^ a v/ ia el ^ o r o con ojos sombríos. dure la ocupación. 2) España cede a los EE.UU la isla de Puerto Rico y demás
° ’ se P e t a b a n por el destino de los insurrectos de Filipinas y que tiene en las Indias Occidentales, así como la de Guam en el archipiélago de
36
37
las Marianas. 3) España cede a los EE.UU el archipiélago conocido como Islas
Filipinas. El gobierno de la Unión pagará a España la suma de veinte millones
de dólares, por inmuebles y obras de infraestructura, dentro de los tres meses
después de' la ratificación del presente tratado”. Los demás puntos se referían al
canje de prisioneros de gueira, acuerdos sobre plazos y términos de ía
evacuación de las fuerzas españolas, renuncia a indemnizaciones y
reclamaciones nacionales y privadas por ambas partes, y aspectos de forma.
Con sólo 7 mil bajas -el 90 % por enfermedades- los Estados Unidos
adquirían los restos del que fuera el “Imperio donde nunca se ponía el sol”. Por
el Tratado de París, terminaba la presencia española en América; más aún,
Europa era expulsada del continente, con excepción de algunos enclaves
anglosajones, holandeses y franceses sin demasiada importancia estratégica. La
“espléndida guerrita” -the splendid little war- había dado jugosos dividendos.29
En el Pacífico, los Estados Unidos habían conseguido bases de avanzada en
el centro y el sur de vital importancia estratégica, expandiendo sus fronteras a
miles y miles de kilómetros. Querían los norteamericanos asegurarse la
posesión completa de la Oceanía española -dependiente de Manila-, las Islas
Carolinas, Marianas y Palaos. Pero la firme y decidida actitud del Reich alemán,
que envió a una flota poderosa a dichas aguas, detuvo el avance yanqui. Incluso
exigió en la Paz de París el gobierno de la Unión, además de Guam, una de las
islas Carolinas, pero los alemanes se opusieron. Al comprender que ya no podía
defender esos últimos restos, Madrid terminó vendiendo esas islas a Alemania,
en febrero de 1899, por 25 millones de marcos. Las tomarían los japoneses en la
Gran Guerra, y pasarían, a su vez, a manos de los norteamericanos en 1945.
El intento español de que EE.UU reconociera las deudas coloniales de
España no fue atendido. Los comisionados yanquis no discutían, sino que
imponían sus condiciones, pues tenían instrucciones cemadas de su gobierno a
tales efectos. Si la paz no se lograba, amenazaban con el bloqueo, y quizá el
cañoneo de las costas españolas. A pesar de las graves pérdidas, la marina
hispana tenía aún varias naves. Los mejores barcos, modernos y fuertemente
armados, únicos buques de guerra de rango igual a los norteamericanos -
acorazado Pelayo, construido en Francia, y crucero acorazado Carlos V-,
estaban intactos. Además disponían de cinco cruceros protegidos, un crucero
ligero, dos fragatas acorazadas y un grupo de buenos destructores y cañoneros.
Pero ya no eran suficientes para defender, por ejemplo, las Islas Canarias.
Por supuesto, una cosa era arrebatar al más débil de los socios europeos los
restos de su imperio de ultramar, y otra bien distinta era atacar directamente a
Europa Y la estrategia estadounidense no pretendía llegar tan lejos... por ahora.
Se necesitaría el conflicto suicida de 1914-1918 para que el Tío Sam pusiera pie
en el Viejo Continente.
38
E l fundamento geopolítico e ideológico

Es menester insistir, una vez más, que el nuevo imperialismo


estadounidense y su prodigiosa expansión estaba sustentado sobre bases muy
firmes y serias. El hecho de que España e Iberoamérica hayan sufrido las
consecuencias no implica dejar de reconocer las cualidades de dos hombres
excepcionales, artífices en gran medida del nuevo poder mundial emergente: los
ya mencionados Alfred T. Mahan y Theodore “Teddy” Roosevelt.
El Almirante Mahan era una mente preclara, que sacaba conclusiones
geopolíticas y geoestratégicas de las enseñanzas de la historia naval del mundo.
Cabe consignar que la geopolítica no es -como se dice habitualmente- la simple
disciplina que aplica la geografía a la política, sino que también es una escuela
de pensamiento y una concepción del mundo. Como muchos de sus colegas,
Mahan era un profundo admirador, no siempre confeso, del Imperio Británico y
de los logros políticos evidentes que los ingleses habían construido teniendo la
Royal Navy como elemento principal. A diferencia de la mayoría de los
marinos, el Almirante no pensaba en términos de barcos, sino de poder naval,
pues veía los aspectos globales sin detenerse en detalles.
Sin duda, el estudio pormenorizado de la gran expansión marítima
mercantil de los siglos XVIII y XIX habían influenciado la mente de Mahan. En,
el fondo, la estructura de sus ideas no estaba muy alejada de los grandes
pensadores ingleses del empirismo mercantilista, como Thomas Munn y George
Berkeley, donde el empuje darwiniano de corte industrial y comercial se aunaba
con aspectos mesiánicos de humanitarismo salvacionista, tan afín a la teología
protestante. De allí la raíz profunda de la concepción geopolítica marítima del
almirante. Pero le había adicionado la defensa del individuo, elemento típico de
la cosmovisión estadounidense; para él no era el beneficio del Estado -un
Estado de unidad económica, moral y religiosa- superior al bienestar del
individuo. Por un efecto quizá no querido, las tesis de Mahan se dieron de
maravillas con los intereses de los grandes empresarios emergentes en el
empíreo norteamericano, y el motor secreto de la expansión imperialista
comenzó a marchar.
Mahan -que había nacido en 1840- sostenía que los vastos recursos
brindados por una gran producción son medios conducentes a un fin. La
eficiencia industrial lleva inevitablemente a la creación de armas ofensivas y
defensivas, y en sus tesis el incremento, perfeccionamiento y potenciamiento
del arma naval era el objetivo prioritario. No se trataba simplemente de
construir acorazados.
En el caso concreto de los Estados Unidos, veía como característica central
de la última década del siglo XIX, que esa nación se había convertido en un
39
complejo industrial capaz de producir todo tipo de productos y recursos;
vislumbraba que ello, con su lógica evolución, llevaría invariablemente a la
colisión con otros poderes por el dominio de mercados y de materias primas.
Tenía razón. Entre el fin de la Guerra de Secesión y 1898, la producción de
trigo en EE.UU aumentó un 256 %, la de maíz 223 %, la de azúcar refinado 460
%, la de carbón 800 %, la de rieles de acero 523 % y el kilometraje de líneas
férreas en 567 %. La producción de barriles de petróleo pasó de 3 a 5 millones,
y la fundición de acero, de 20 mil toneladas a 9 millones. En 1904, los ingleses
verían con asombro que 14 acorazados y 13 cruceros eran construidos
simultáneamente en astilleros norteamericanos.
En su obra fundamental, Influencia del poder naval en la historia (1890),
apenas inicia Mahan su larga y viva exposición, señala que la historia naval es,
casi siempre, la narración del conflicto entre las naciones por el dominio del
mar. “Mucho antes de que se descubrieran los verdaderos principios que rigen
el crecimiento y prosperidad del comercio marítimo, se había visto ya con toda
claridad la profunda influencia que éste ejerce sobre la riqueza y el poderío de
los países, por cuya causa han hecho los pueblos siempre toda clase de
esfuerzos para asegurar la mayor cantidad posible de estos beneficios,
valiéndose ya de medios pacíficos... o de la violencia donde y cuando aquellos
no bastaban. El choque de intereses, los odios nacidos de las tentativas violentas
hechas para conseguir la mayor parte de las ventajas comerciales o para
apoderarse de distintas regiones con las que convenía entablar comercio,
condujeron a la guerra”.30
Durante un siglo, luego de la independencia norteamericana, los políticos
estadounidenses habían considerado los océanos como una bendición de Dios,
como un vasto espejo líquido capaz de separarlos eficazmente de un Lejano
Oriente ignoto y de una Europa considerada la cuna de la perfidia y las
catástrofes. Mahan cambió radicalmente esta apreciación: el océano no era una
muralla que separaba sino un corredor que unía, una vía que podía ser transitada
en todas las direcciones. Esencialmente, constituía un camino para la expansión
económica y política. Para ello era necesaria una gran flota mercante y, como
lógica consecuencia, una poderosa marina de guerra capaz de protegerla y
asegurar una activa presencia en los mares. Los ejemplos históricos de Roma y
de Inglaterra eran claves para el almirante; no obstante su brillantez, el poder
cartaginés de Aníbal no pudo con el control romano del Mediterráneo, que
permitió el triunfo de Escipión. Y Napoleón, a pesar de tener en sus manos casi
todo el continente europeo, al no poder invadir Inglaterra -fracaso debido a la
existencia de una flota británica superior y victoriosa-, no pudo evitar la guerra
en dos frentes, el desembarco de Wellington y la derrota final. En resumidas
cuentas, por grande que sea un poder terrestre, está siempre de por sí limitado -
40
Á>

1 según el geopolítico americano-, cosa que no ocurre con un gran poder naval.
| En cuanto a España, poseedora de América sin competidores durante tanto
I tiempo, debió -decía Mahan- ocupar un puesto preponderante entre las
| potencias marítimas. Pero desde Lepanto que carecía de una historia naval
| significativa, y ello porque -a pesar de las continuas guerras- la decadencia del
| comercio y de la producción de manufacturas se acompañó del declive de su
| marina mercante y de guerra. Joaquín Costa, comentando a Mahan, lo reconoce,
8 al señalar que España no ha demostrado aptitudes para ser una potencia naval,
I pues “los barcos no salen de los montes ni de las minas, sino de la cabeza.
I Porque no hemos tenido en ella el dominio del mar, no lo hemos tenido nunca
t en los océanos”.
En 1893 Mahan era una auténtica vedette. Invitado por la Reina Victoria,
1 fue recibido en Londres con todos los honores; los altos oficiales de la Royal
Navy lo consultaban y admiraban. Luego fue huésped del Kaiser Guillermo II,
? quien se declaró un entusiasta discípulo de sus ideas; el Emperador ordenó que
¡ una copia del libro estuviera en cada barco de la Armada Alemana. En una
I misiva a un amigo, el Kaiser confiesa: “No he leído, sino devorado el libro del
? Capitán Mahan (entonces ese era su rango) y tratado de aprenderlo de corazón...
es una obra de primera clase, clásica en todos sus puntos. Está a bordo de todos
; mis barcos y constantemente consultada por mis capitanes y oficiales”*1. Dicho
sea de paso, el increíble crecimiento de la flota germana en cantidad y calidad
de barcos -segunda del mundo en vísperas de la Gran Guerra-, había sido
alertado por Mahan, quien señaló que el Imperio Alemán podía llegar a superar
en flota a la Unión. Ello provocó el lógico resquemor de Gran Bretaña, pues si
ésta podía tolerar que el Reich tuviera el mejor ejército de tierra, no podía
permitir que también tuviera el mayor poder naval. En cuanto a otra joven
potencia, Japón, también se interesó en la obra de Mahan; fue adoptada como
texto en todas las academias navales y colegios militares japoneses, luego de su
conveniente traducción.
El corolario de tan brillante teoría era llevar sus premisas a la práctica. En
primer lugar, había que crear una flota bioceánica para los EE.UU, y
consecuentemente construir un canal que conectara el Atlántico con el Pacífico
en algún lugar adecuado de América Central. Paralelamente, y como se vió
anteriormente, se construía una moderna y potente escuadra de acorazados y
cruceros de todo tipo, hasta derivar en la idea de realizar una “flota no inferior a
ninguna otra”. Esta escuadra debía tener, lógicamente, bases operativas, puertos
seguros y puntos de apoyo, más aún en una época donde el carbón era vital. Es
así que, en la inmensidad del Pacífico, destacaba la importancia de Hawai, y en
el Caribe, la de Cuba y Puerto Rico.
Pero fueron necesarios nuevos acontecimientos de política internacional
41
para que se acelerara este proceso. En 1895, el moderno Japón creado por la
dinastía Meiji comenzó también su expansión, y en poco tiempo derrotó en mar
y tierra al coloso chino -entonces un gigante con pies de barro-, acontecimiento
que colocó al Imperio del Sol Naciente en el concierto de las grandes potencias.
El programa j aponés de rearme naval y el desparpajo que Tokio sentía al tratar
con la Rusia zarista -el próximo obstáculo en la expansión japonesa-, empezó a
provocar preocupación en Occidente, llevando al Káiser Guillermo II a acuñar
su célebre frase die Gelbe Gefahr, “el peligro amarillo”.
Ahora sí, el ascenso japonés justificaba más que nunca la construcción del
canal interoceánico y sus respectivas bases de avanzada, protección y
contención en Hawai y Cuba. La necesidad estratégica de defensa del canal así
lo exigían -aseguraba Mahan en una serie de artículos escritos a mediados de los
noventa-, pues el Caribe era ahora vital nudo de comunicaciones. Entre Jamaica
y Cuba, esta última debía ser elegida, pues era infinitamente más rica en
recursos y superior en ubicación.
La relación de EE.UU con Cuba era muy vieja. En 1819, España había
vendido la península de Florida al naciente país, y Cuba estaba a unas horas de
navegación. La isla tiene excelentes puertos naturales, y cualquiera de ellos
podía convertirse en bases de primer nivel para una potencia enemiga. La
preocupación por la cercanía de Cuba y por quien detenta el poder en ella ha
sido una constante de la política estadounidense, hasta hoy. Siempre pensó
Washington que algún día la isla seguiría a Florida, transformándose en un
estado más de la Unión. De hecho, impidió que las repúblicas sudamericanas
provocaran la emancipación cubana, luego de la culminación de las guerras de
independencia. Y EE.UU lo hizo apoyando directamente a España, llegando a
garantizar en 1840 1a soberanía española en la isla, ante cualquier Estado que
intentara arrancarle esa porción de su territorio.
El temor, concretamente, era que Gran Bretaña terminara apoderándose de
la isla; ya en 1823 Adams sostuvo que la cesión de Cuba al Imperio Británico
sería una grave cuestión para la Unión, que debía evitarse a toda costa,
recurriendo a la fuerza si era preciso. No estaban tan errados, pues en 1843 los
ingleses tenían el plan de establecer una república militar negra bajo
protectorado británico. En pocas palabras, EE.UU toleraba la soberanía de
España sobre Cuba porque era la que estaba en menos condiciones de fortificar
y potenciar la isla, pero esa soberanía no era tan completa como para que los
españoles la cedieran a otra potencia. La Unión prefería a España porque, de
todos los poderes internacionales, era el más incompetente.32
A raíz de la euforia siguiente a la guerra con Méjico y a la anexión de
California, en 1848, el presidente Polk encargó a James Buchanan que a través
del representante norteamericano en Madrid se comenzaran gestiones para la
42
compra de Cuba, que fracasaron ante la negativa española. No hay que olvidar
que aún existían los Estados del Sur, que eran esclavistas, y pensaban que la
anexión de Cuba redituaría en mano de obra esclava barata y abundante. Por
entonces, España estaba inmersa en grandes conmociones intemas y en la
guerra carlista, es decir en peor situación que 1a que tendría a fines de siglo. Los
norteamericanos estaban dispuestos a una rápida anexión cuando estalló la
Guerra de Secesión; el impasse subsiguiente hizo que momentáneamente se
desinteresaran de la isla, preocupados por expandir la frontera interior y lamerse
las heridas de la terrible guerra civil.
El cambio en la situación geopolítica internacional de la última década del
ochocientos volvió a poner sobre el tapete la cuestión de Cuba. ¿Qué pasaría si
alguna potencia europea heredaba la isla de la decadente Corona española? No
se trataba de Inglaterra o Francia solamente. ¿Qué pasaría si España le vendía
Cuba, por ejemplo, al Imperio Alemán? Los Estados Unidos no estaban aún
dispuestos a combatir contra potencias europeas. Lo habían demostradp al
zanjar los entredichos con Gran Bretaña, con la cuestión de Venezuela y la
Guayana Británica, pero también anteriormente, en la pugna por el control del
Canadá.
En 1867, Rusia vendió Alaska a los EE.UU en siete millones de dólares;
era la primera expresión del poderío del Norte victorioso y de la autoconfianza
de la Unión. Fue entonces que se pensó seriamente en anexarse las colonias
británicas de América del Norte; Alaska era el primer paso hacia la ocupación
de toda la región. Las incursiones ilegales de los miembros de la Hermandad
Feniana de Irlandeses -con base en EE.UU- en el territorio canadiense eran cada
vez mayores. Ello, no obstante, tuvo el efecto contraproducente de que las
colonias inglesas se confederaran, convirtiéndose en el Dominio del Canadá. El
intento norteamericano de incorporar la Columbia británica -con lo cual el
Estado de Washington quedaría unido por tierra a Alaska- no dió resultado por
la firme oposición inglesa, que no quería perder las costas sobre el Pacífico.
EE.UU no tuvo más remedio que aceptar una nación independiente, tan vasta
como la propia, en la frontera norte. De hecho, el efecto fue que todas las
energías se concentraran en un viraje hacia el sur.
Existía otra razón muy importante. Al publicarse el censo de 1890, los
estadounidenses tuvieron la impresión que se había terminado la expansión
interna, que la frontera había desaparecido. Ahora se imponían conquistas fuera
de la nación, pues ésta ya había sido ocupada al límite de lo posible. En honor
de la verdad, cabe decir que este fenómeno, esta sensación de ser “empujado” a
empresas más allá de las propias fronteras, lo estaban experimentando todas las
potencias finiseculares; los grandes imperios coloniales estaban en el límite de
su expansión, pues la posibilidad de adquirir nuevos territorios estaba agotada.
43
Venía el momento en que se verían impelidos unos contra otros. Es muy fácil
argumentar, y sin duda es cierto, que el motor principal era la competencia
económica, la conquista de mercados y el descarado accionar de los monopolios
industriales y financieros, que presionaban sobre repúblicas y monarquías para
lograr sus objetivos de expansión y predominio. Pero no basta para una
explicación acabada, si no se considera el “aire ideológico” que envolvía dicha
empresa y alimentaba de continuo el anhelo fáustico de las potencias
occidentales.
Este inmenso empuje expansionista fue absorbido por varios años, en la
Unión, por la ocupación de territorios vacíos -los indios, en esta concepción
expansiva racista, no eran considerados propietarios y debían ser exterminados-,
que recién se completó al declararse “cerrada” la frontera continental en 1890.
El ideólogo de la “frontera americana” fue Frederick Jackson Tumer, quien
sostenía que “cada época escribe la historia del pasado haciendo referencia a las
condiciones relevantes de su propio tiempo. Hoy las cuestiones más importantes
no son tanto las políticas como las económicas. La época de las máquinas, de
los sistemas de fábricas, es también la época de las demandas sociales”. Él
interpretaba esa última parte del siglo como la era del Hombre Económico; y su
tesis central era que el poder económico se encontraba en la adquisición de
tierras libres. “Tanto como existan espacios libres, la oportunidad para la
competencia existirá, y los poderes económicos se transformarán en poderes
políticos”.
Es muy importante retener el postulado central de Tumer, pues constituye
la base de la posterior concepción hemisférica de la geopolítica americana, que
termina por establecer directamente la ausencia de toda frontera para la
expansión estadounidense. Allí donde haya un espacio de competencia a dirimir
con otros poderes económicos y políticos, allí se considerará la potencia
americana con derecho pleno a actuar.
Por entonces, cerrada la frontera interior, comenzaba a alejarse la noción
de frontera -sobre todo psíquica- hacia el exterior, de modo que -como
describiera Frank Norris- “el Io de mayo de 1898 se disparaba un revólver en la
bahía de Manila y, en respuesta, el frente de batalla cruzaba el Pacífico
empujando hacia delante la frontera”.33 Era la lógica y evidente continuación
del movimiento de los pioneers hacia el oeste y del Destino Manifiesto.
La mente de Mahan planificó la guerra contra España, o mejor dicho contra
el Imperio Español. Una guerra no se conduce contra objetivos limitados, más
allá de lo que se vocifere al estallar ésta, puesto que en todo conflicto se busca
doblegar al adversario atacándolo donde se le alcance. Y al poder español se le
podía alcanzar y atacar tanto en el Atlántico como en el Pacífico. Y, pese a su
enorme popularidad, Mahan por sí solo no habría podido movilizar las fuerzas
44
de la Unión si no hubiera encontrado eco en algunos políticos activos. Por
entonces, Brook Adams, Henry Cabot Lodge y, particularmente, Theodore
Roosevelt eran considerados “tres mosqueteros en un mundo en guerra
perpetua”. Mahan se convirtió en el D’Artagnan de este grupo y el argumento
quedó completo.
Varios policy makers y periodistas americanos llevaron las ideas de Mahan
al gran público. Albert Shaw, amigo de Lodge y Roosevelt, a través de la
Review o f Reviews; el propio Roosevelt enfatizó las doctrinas del marino en
Atlantic Monthly, convencido como estaba de que éstas debían constituirse en
una suerte de “Biblia” de los Círculos Navales de EE.UU. El nuevo libro de
Mahan, Interest o f America in Sea Power, fue plagiado reiteradas veces por
varios congresistas, quienes repetían parágrafos del mismo, junto con los de su
obra mayor, para reforzar los argumentos expansionistas.
El más conspicuo de los ideólogos cercanos a Mahan era una suerte de
H.S. Chamberlain yanqui, el renombrado Teddy Roosevelt. Siempre había
sostenido la necesidad, por parte de los EE.UU, de asumir sus posibilidades
enormes: era un país infantil que debía alcanzar la adultez, puesto que en
recursos era un gigante. Para ello debía ser “despertado” (nótese la similitud con
el Deutschland erwache de los nacionalistas germanos) pues de lo contrario se
sumiría en la decadencia. Al igual que la mayoría de los miembros del grupo
jingoísta, Roosevelt no era un hombre de negocios, sino que buscaba una mayor
aristocratización de la vida pública. En un país que exaltaba como objetivo de
vida el profit y los negocios, este grupo se identificaba con un marcado
sentimiento patriótico, acorde al Destino Manifiesto, que ya se había
evidenciado en la guerra con Méjico, la gesta de El Alamo y la toma de Tejas y
California. Personajes de alcurnia, cultos y que escribían muy bien, tenían en
Teddy Roosevelt a un hombre no sólo de ideas sino de acción.
Cuando John Long, ex-gobemador de Massachusetts, fue nombrado
Ministro de Marina, Roosevelt fue designado Subsecretario, y era evidente que
su influencia sería total y tendría el real comando de esa oficina. Era abril de
1897, y Mahan se vió con él inmediatamente. McClure, del McClure’s
Magazine señaló: “El más grande biógrafo naval es cada vez más popular; a
Roosevelt se lo ve engrandecido desde acá. Hay que tratar de apoyarlos.
Roosevelt y Mahan son justo de nuestro tamaño”. Poco después Teddy
pronunciaba un discurso mesiánico en la apertura de la Escuela Naval de
Newport: “Un pueblo verdaderamente grande, orgulloso y magnánimo,
afrontaría todos los desastres de la guerra antes que perseguir esa baja
prosperidad que se compra al precio del honor nacional... la cobardía en una
raza, lo mismo que en un individuo, es el pecado imperdonable. Hasta ahora
ninguna nación puede mantener su lugar en el mundo o realizar cualquier
45
trabajo digno si no está dispuesta a defender sus derechos con mano armada... la
sumisión dócil a una mano extranjera es una cosa mezquina e indigna...”.
Roosevelt quería la guerra a toda costa. En 1895 contra Inglaterra por la
cuestión venezolana; en 1897 creía que Alemania -debido a la desafiante
actitud de la flota germana del Pacífico- era el enemigo principal. Sostenía
después que Japón estaba dispuesto a atacar EE.UU, razón por la cual propició
la anexión de Hawai, al afirmar que los japoneses tenían allí un crucero. Mahan
le aconsejó “tomar las islas primero y hablar después”. Teddy respondió: “Las
tomaría mañana, y a España la sacaría de las Indias Occidentales con una
docena de acorazados”. En vísperas de la guerra, en febrero de 1898 escribía:
“Me gustaría moldear nuestra política exterior, con el objeto definido de arrojar
de este continente a todas las potencias europeas. Empezaría por España y
terminaría por Inglaterra”. Bien podía decir su amigo Cabot Lodge: “La única
cosa en contra de Teddy es la sensación de que él quiere pelearse con alguien
inmediatamente”.34
El propio Cabot Lodge no escapaba al mesianismo generalizado. En un
famoso artículo, tiempo atrás, en Forum señalaba: “Debería haber una sola
bandera y un solo país desde el Río Grande hasta el Océano Artico...
deberíamos en interés de nuestro comercio... construir el canal de Nicaragua,
controlar las Hawai... la isla de Cuba será una necesidad... las grandes naciones
absorben con rapidez, para su futura expansión, y para su defensa todos los
lugares desolados de la tierra. Este movimiento hace a la civilización y al
progreso de la raza. Los Estados Unidos, una de las grandes naciones del
mundo, no pueden quedar al margen”. Por más que parezca exagerado el
argumento de Lodge, no cabe duda que pensaba de manera exacta y clara en
conceptos de gran espacio, una visión dirigida a la política internacional del
futuro.
Como puede verse, no sólo se trataba de la prensa intervencionista del tipo
New York Journal ni de las caricaturas ácidas de The Judge sino, incluso, de
revistas especializadas y de libros destinados a mantener la campaña
propagandística en contra de los españoles. Un tal Murat Halstead publicó en
1897 un libro titulado La historia de Cuba. Sus luchas por la libertad,
justificando la intervención norteamericana. Una vez obtenida la independencia,
la isla debería incorporarse a EE.UU, acorde al objetivo de “americanizar las
islas americanas”, pues “la paz y prosperidad de la más fértil y noble de las
islas americanas, requiere que mediante procesos internacionales pacíficos se
incline a su destino manifiesto...hacia la gran República, ocupando su puesto
como indestructible Estado de la indisoluble Unión Americana, una de las
estrellas de nuestra constelación nacional...”
Una ola de belicismo se apoderó de las Cámaras norteamericanas a partir
46
de la voladura del Maine. Los sentimientos racistas y militaristas que anidaban
en el Manifest Destiny afloraron sin tapujos en los debates subsiguientes El
senador Alien (Nebraska) se proclamó ultra jingo vocif erando que España no
tenía suficiente oro para indemnizar a la Unión por el insulto inferido. El
senador Money (Mississippi) pensaba que después de una larga paz, la enterra
mejoraría la nación, poniendo de manifiesto los mejores rasgos del carácter:
devoción, abnegación, valor. Peters (Kansas) veía en el encuentro entre EE.UU
y España el choque de dos fuerzas opuestas; po run lado, el derecho divino de
los reyes, por el otro el derecho divino de los hombres. Hams (Kansas)
vociferaba el derecho a una guerra justa, pues ésta fomenta y conserva lo mejor
y más elevado de la vida nacional. Había también sinceros simpatizantes de la
causa de los insurrectos cubanos, que sin ser jingoístas se comportaban como
tales; es el caso de Williams J. Bryan, quien, en palabras que luego serían
comunes en el siglo venidero, sostenía: “Ha llegado el momento de intervenir.
La humanidad exige que actuemos”. Un editorial del Washington Posí, poco
antes de comenzar las hostilidades, fue sintomático: “Una nueva conciencia
surge en nosotros: la conciencia de la fuerza y el anhelo de mostrarla. El sabor a
Imperio está en la boca de la gente, lo mismo que el sabor de la sangre reina en
la jungla”.35
Al revisar las declaraciones de época, se tiene el sentimiento de que el
imperialismo norteamericano, que tan virulentamente se manifestaba, también
respondía a causas más profundas y complejas, fusionadas en un crisol
finisecular de diversos matices. La doctrina de la superioridad del hombre
blanco -es innegable el contenido racista de la mayoría de las afirmaciones
orales y escritas de la época-, y más concretamente del hombre anglosajón,
había calado hondo en vastos sectores de la intelectualidad yanqui. Los
norteamericanos se sentían herederos de la misión “salvífica” de relevar al
Imperio Británico en la tarea de administrar la vida y las almas de los pueblos
“bárbaros”, toda vez que Inglaterra demostraba llegar al línáte de su expansión
y evidenciaba un agotamiento espiritual. Fue, precisamente, un inglés, el
conocido poeta del Imperio Sir Rudyard Kipling, quien motivó a los
estadounidenses a heredar la misión imperial, cuando, a raíz de la victoria sobre
España, les envió un poema que dejó perplejos, pero llenos de inconfeso
orgullo, a los lectores del Magazine de McClure: “Tomen la pesada carga del
Hombre Blanco / las salvajes guerras de paz / Es lo mínimo a que pueden
atreverse / No llamen demasiado fuerte a la libertad / para disimular su
abatimiento...”.
A ello hay que añadir el fundamentalismo de raíz protestante: la certeza de
vivir en el Nuev (Mundo, en una nueva tierra prometida, de ser salvado y desde
allí poder salvar a los demás. Si los demás deseaban o no ser “salvados” pasaba
47
a lugar secundario. La propaganda religiosa trabajó intensamente en este
sentido. Un pastor protestante, Josiah Strong, propulsor de la “frontera
misionera”, predicó -coincidiendo con el popular libelo de John Fiske Manifest
Destiny, pero dándole más alcance- que la raza anglosajona fue elegida por Dios
para civilizar la tierra, en una especie de cruzada que debía encabezar el Tío
Sam. “Millones de hombres de color, amarillos y negros, permanecen fuera de
las bendiciones del cristianismo -señalaba el misionero en su obra Nuestra
Patria (1886)-; al conquistar esas multitudes ignorantes, los estadounidenses
difundirán el útil Evangelio”. Cuando al término de la guerra con España
publicó Expansión under New World conditions, una propuesta para la política
exterior de EE.UU, en el prefacio agradecerá a sus inspiradores, el senador
Frye, de Maine, y el Alte. Mahan, lo cual refuerza la relación entre geopolítica y
religión en el nuevo imperialismo.
La guerra también podía pagar dividendos en términos de salvación de las
almas. Así estaban convencidas las iglesias protestantes, tanto como los
hombres de negocios respecto de las ventajas materiales. Grupos religiosos, que
habían apoyado la guerra como cruzada humanitaria, veían en la fácil victoria
sobre el Imperio católico la aprobación divina para continuar el buen trabajo de
liberar a las islas de la tiranía española. Metodistas, baptistas, presbiterianos y
episcopales, junto con varias sectas menores, se unieron -con muy pocas
disidencias- para pedir al pueblo de la Unión que aceptaran la trusión
civilizadora y evangelizadora que la Providencia les había encargado. Del
mismo modo que muchos hombres de negocios se habían preparado para sacar
ventaja en el comercio y en las inversiones en las antiguas posesiones
españolas, también las iglesias comenzaron a elaborar planes para
emprendimientos misioneros.
No se trataba sólo de una carrera en pos de lograr el imperialismo
económico, sino que, al decir de los religiosos, era un “imperialismo de lo
correcto” (imperialism of righteousness). Estas ideas, libremente expresadas por
los portavoces de los empresarios, además de los religiosos, seguramente,
ayudaron al cambio tan brusco y evidente del presidente McKinley respecto de
las posesiones españolas. McKinley era no sólo un devoto de los intereses
comerciales americanos, sino un hombre religioso en el sentido protestante.
Meses después de decidir quedarse con las Filipinas, le dijo a una delegación
metodista reunida en la Casa Blanca -en respuesta a sus ruegos y plegarias para
que Dios lo guiara-, que una noche le vino una revelación, por la cual
comprendió que no debía dejar a los filipinos librados a su suerte, sino que
debía civilizarlos y cristianizarlos.
El senador Thurston (Nebraska), quien rechazaba el jingoísmo, era el típico
exponente de la doble moral protestante de corte calvinista. Afirmaba que creía
48
en la doctrina de Cristo, y que la intervención ai los asuntos de Cuba era el
deseo de Dios que luchaba en pro de la humanidad y la libertad; se apuraba, no
obstante, a decir que la guerra con España, también “aumentaría el tráfico y el
rendimiento de nuestras factorías, estimularía todas las ramas de la industria y el
comercio interior, haciendo subir las acciones de nuestras empresas”.36
No cabe pensar que la opinión pública estadounidense y los parlamentarios
guardaban una unidad monolítica detrás de los objetivos imperialistas. Como
antes y después, las fuerzas intelectuales, políticas, económicas y morales de la
Unión estaban divididas entre el intervencionismo y el aislacionismo. Charles
W. Elliot, Decano distinguido de Harvard, fue uno de los que más duramente
denunció la doctrina del jingoísmo como desvirtuada y ofensiva. Era una
corriente “extraña a la sociedad americana, pese a que algunos amigos la
propone como americanismo patriótico. La construcción de una Marina y la
presencia de un vasto Ejército implican el abandono de lo característicamente
americano. Los acorazados son típicos de una política inglesa o francesa, nada
tienen que ver con nosotros”. Y concluía que el jingoísmo era una expresión de
los aspectos combativos ocultos en el hombre, señalando a Lodge y Roosevelt,
principales belicistas, como “hijos degenerados de Harvard”.
Inflexible en todo lo que consideraba que era correcto de acuerdo a las
antiguas tradiciones, claro exponente de la geniry, Elliot se oponía a las
tendencias reformistas y modernizantes de Harvard. Se convirtió de inmediato
en el blanco de los ataques furibundos de Roosevelt y Lodge, para quienes era
impensable que un hombre tan notable no entendiera que había llegado la hora
del destino. “Si no podemos llegar a algo como nación -señaló Lodge- será
porque personas como Elliot, Cari Schurz, el Evening Post y los
sentimentalistas fútiles del tipo de los que requieren de arbitrajes
internacionales, habrán producido un carácter reblandecido y tímido que se
comerá todos los aspectos grandes de nuestra raza”. Para los intervencionistas,
en la Casa Blanca no podían existir hombres reblandecidos y tímidos. Pero
conforme los acontecimientos se precipitaban y el horizonte se oscurecía, el
movimiento pacifista se hizo más fuerte y notorio.
El republicano Thomas B. Reed, un moderado, se veía en figurillas para
pivotear el Congreso, que presidía. La administración se caracterizaba por el
extremismo: o la blanda reluctancia de Me Kinley o la dureza de Lodge. En
Inglaterra, comentando ésto, The Spectator dijo que finalizaba una época y
advenía una era militarista. Reed consideraba que hombres como Randolph
Hearst propiciaban el furor contra los españoles, y acusaba a los jingoístas de
hipócritas. En su escrito El Imperio puede esperar, Reed consiguió impactar a la
opinión pública y nuclear a los opositores a la anexión de Hawai: Imperio e
imperialismo -señalaba- tienen la misma connotación que el saqueo de Africa
49
por los europeos. En Forum, un inglés, Pryce, aconsejaba a los norteamericanos
hurtarse al afán anexionista, pues la posición lejana de América y su vasto poder
la liberaban del peso del presupuesto armamentista que estaba hipotecando a
Europa: “Su ejemplo debe ser abstenerse de guerras de conquista, y ceder al
hambre de tierras sería abandonar completamente el sendero de los industriosos
Padres Fundadores”. Pryce sostenía que EE.UU no debía traicionar su
nacimiento. (Claro está que la postura del británico Pryce no era necesariamente
objetiva y desinteresada).
En tomo a estas protestas, Reed hizo lo más que pudo para atajar a los
belicistas. Veía que Me Kinley, temeroso de una ruptura del gobierno, tenía que
ceder. Cuando el senador Proctor, empresario marmolero de Vermont, arengaba
a la intervención, Reed salió al paso: “La postura de Proctor es de esperarse,
pues una guerra para él significa vender un montón de lápidas”. Luego del
editorial del Washington Post sobre “el gusto del Imperio”, Reed vió que
tampoco podía controlar a los reporteros. “Es más fácil -dijo- disuadir a un
ciclón en Kansas”. A uno de los seis que no votaron por el ultimátum a España,
le felicitó: “envidio su lujazo, yo por mi posición no podía hacerlo”.
Exaltados por la prensa y galvanizados por no tener la guerra en su propia
casa, la agresividad de la población fue en aumento. Quienes se proclamaban
pacifistas comenzaron a correr riegos; el Prof. Norton fue abucheado y
amenazado por sugerir a los estudiantes que no se alistaran, y hasta propusieron
lincharlo. “Que amargo es que al final de un siglo de descubrimientos y
esperanzas, América se embarque en una guerra injusta”, fue la triste reflexión
del anciano académico.
Entonces se fundó la Liga Antimperialista, cuyos promotores eran
reconocidos miembros de familias patricias, como Storey y Bradford, y que
contaba entre sus filas al ex-presidente Cleveland y al millonario filántropo
Andrew Camegie, entre numerosos congresistas, abogados, catedráticos,
religiosos y escritores. Entre éstos últimos hubo mucho apoyo: William Howells
escribió que la guerra era un negocio abominable, y su amigo Mark Twain
adhirió con fervor al movimiento.
El trasfondo de los antimperialistas era un aislacionismo aristocratizante,
no exento del racismo de la época. El pensamiento central era que EE.UU, en su
contacto con pueblos anexados, perdería su esencia. “Ya tenemos bastante con
los negros propios como para tomar más negros”, afirmaban. Esos “ignorantes”
y esas “razas inferiores”, con las que América no tenía conexión, sólo
conducirían a la corrupción. El notorio pacifista Cari Schurz tenía la misma
opinión respecto del Canal y del Caribe: “si hay que anexar países, al final
terminará por haber hispanos en el Congreso, y también orientales -se refería a
las Hawai-, quizá 20 senadores y 50 o 60 diputados”.37 Habría que ver la cara
50
que estos conspicuos wasp pondrían si pudieran ver la constitución actual del
Parlamento estadounidense.
De todos modos, los antimperialistas sostenían también argumentos de
peso. Insistían en que las guerras eran de liberación y no debían ser
transformadas en guerras imperialistas; buscar poder, gloria y riquezas afuera,
implicaba olvidar las necesarias reformas en la propia casa y amenazaba
liquidar el sentimiento federalista. Los problemas domésticos eran demasiado
grandes, y la nación que había surgido de una feroz contienda civil no hacía
mucho tiempo, estaba plagada de desórdenes; las cuestiones referidas a los
derechos del pueblo norteamericano, la situación de los indios y los negros, etc.,
indicaban que el país no estaba totalmente estructurado como para tener
extranjeros bajo su dominio. La expansión, por lo tanto, aún no era necesaria, ni
le había llegado la hora.
El senador Hoare, republicano, señaló: “The Monroe Doctrine is gone”.
Con la mayoría de los demócratas, sostenía que bajo la Constitución no había
lugar para un sistema colonial como el de las potencias europeas: precisamente
contra este sistema se habían sublevado los norteamericanos en 1776. Si las
Filipinas eran tomadas como parte de la Unión, entonces sus habitantes deberían
ser ciudadanos de puro derecho, y sus productos no podrían ser excluidos. La
posesión de Filipinas embarcaría a los EE.UU en la política del Lejano Oriente,
es decir sabotearía la propia Doctrina Monroe; entonces no se le podría impedir
a Europa que hiciera lo mismo en el occidente.
Los demócratas denunciaron oficialmente la política del momento hacia el
archipiélago como “goloso comercialismo”. “Nos oponemos -subrayaban- a
tomar o comprar islas distantes; es algo contrario a la Constitución si sus
habitantes nunca serán ciudadanos”. Agregaban una declaración: las Filipinas
deberían tener una forma estable de gobierno, independencia y protección
asegurada contra intervenciones extranjeras. Pero los hombres de negocios, los
magnates de los trusts y de la banca, junto con los hijos verdaderos de la
Harvard orientada al nuevo milenio, estaban dispuestos a saltar todas las
barreras morales que los políticos de viejo cuño no se atrevían a franquear.
El hecho es que, considerando los auspicios y el contexto en que esta
guerra se presentó, no era más que el prolegómeno inmediato al gran conflicto
en el cual quedó sepultado el mundo optimista y positivista de la belle époque\
no constituía otra cosa que la antesala de la masacre colectiva que se
avecindaba: las colinas feraces de Cuba eran el anticipo del lodo de Flandes.
Por cierto que la “espléndida guerrita” fue rápida y agudamente
considerada como gran negocio por los más conspicuos empresarios y
banqueros. Baruch, en su oficina neoyorquina, vio la oportunidad de hacer
buenas diferencias manejando la información por cable -según confesó en sus
51
memorias- como Rotschild hizo su fortuna al saber que Napoleón había perdido
en Waterloo. A los pocos minutos de la apertura del mercado de Londres ya
estaba enterado del desastre español (el 4 de julio todo estaba cerrado en EE.UU
pero no en Inglaterra). Los cables exultaban: “Gran victoria americana... EE.UU
poder mundial... nuevas posesiones y mercados...un Imperio que rivaliza con
Inglaterra...”
Y qué decía el common people? El hombre común, el transeúnte de la
calle, siempre entendió muy poco lo que significaba la “moral”. Como decía
Kipling: “Lo de ellos no es preguntar por qué sino marchar y morir”. Los
hombres comunes nunca tuvieron la responsabilidad ética de consustanciarse
con ningún Parlamento, Congreso o Káiser. Cuando un conservador lúcido
como Alfred Jay Nock se pregunta, en plena Gran Guerra, qué interés, qué
atractivo ejerce la guerra sobre el hombre común, concluye que guerra y paz son
sólo emprendimientos rivales que se enfrentan competitivamente, y que recaen
en el interés del recluta potencial. En la determinación de este interés, los
factores de lógico razonamiento y moral son abstractos.
El sentimiento más importante entre estos reclutas finiseculares era el
instinto igualitario. La guerra -decía Nock- ha, invariablemente, promovido este
instinto, así como la paz lo ha adormecido. “Fue en Nueva York, en el
comienzo de la Guerra Hispanoamericana, que la curiosidad me llevó a
mezclarme con muchos hombres que, alrededor de la Union Square, iban a
alistarse. Noté que, si bien algunos de ellos parecían provenir de clases bajas, y
no sería injusto considerarlos marginales, muchos otros eran comerciantes y
pequeños propietarios, que se supone debían tener algún tipo de sustento diario.
Les pregunté por qué estaban tan ansiosos de alistarse, pues no parecían
movidos por la lujuria de la sangre ni -en términos estrictos- por la búsqueda de
aventuras. No eran de espíritu elevado, por el contrario eran bastante
miserables. Lo que los motivaba no era el patriotismo, porque no sabían
suficientemente sobre la gueira ni les preocupaba mayormente. Les pregunté y
obtuve la respuesta: veían la guerra como un gran ecualizador de oportunidades.
Para cada uno de ellos era una oportunidad en una vida vacía. Era su ascenso
hacia la responsabilidad, hacia la oportunidad de ser per se tan bueno como
cualquiera”.'8
Era evidente que la paz siguiente a la guerra civil, había mantenido a los
estadounidenses bajo el handicap de un privilegio artificial; la guerra -la
primera real guerra exterior de EE.UU- les ofrecíala oportunidad de comenzar
de cero.
Pero frente a los aislacionistas, y a despecho del hombre de la calle,
personajes como Mahan, Roosevelt, Davis y Lodge sabían muy bien lo que
querían, con qué recursos podían contar y qué factibilidad de realización de
52
objetivos existía. El pueblo norteamericano, por el contrario, no sabía si las
Filipinas eran unas islas o una marca de comestibles enlatados -según decía Mr.
Dooley-, y el propio Me Kinley confesó que no las ubicaba. Mahan sí las
ubicaba muy bien. Al estallar la guerra estaba en Roma y fue reporteado; al
preguntársele cuánto duraría la guerra contestó: “3 meses y se acaba”. En ese
momento, Teddy Roosevelt le escribe: “Ud. nos dió las sugerencias que
nosotros deseábamos”, muestra de absoluta adscripción y reconocimiento.
Roosevelt siempre vislumbró que el gran poder emergente norteamericano
estaba en embrión desde el origen de la propia nación estadounidense (en ese
entonces los líderes de la Unión todavía hacían recurso a esta palabra).
“Nuestros más grandes hombres de estado -señalará después- han sido siempre
los que creyeron en la Nación, los que han tenido la fe en el poderío de nuestro
pueblo para extenderse hasta llegar a ser el más potente entre los pueblos del
mundo”. Roosevelt creía que sólo una unión de republicanos libres, con un
“instrumento casi perfecto”, la Constitución Federal, era capaz de una empresa
como la colonización del oeste, la gesta de los pioneers, que nunca -según él- la
hubieran podido lograr ni los griegos ni los romanos, ni los poderes
colonialistas de Europa, puesto que ellos no habían creado ningún “plan nuevo”,
mediante el cual conservar a la vez la unidad nacional y la libertad local e
individual. “Es el gran hecho épico de nuestra raza”, concluía.
La victoria empujó a Roosevelt rápidamente a la presidencia de los Estados
Unidos, cuando McKinley fue asesinado por un anarquista. Había contribuido a
ello su popularidad como hombre de acción, cuando con su grupo de
voluntarios, los Rough Riders, se atrevió a lanzarse al asalto de las muy bien
defendidas colinas de San Juan. Una vez en la presidencia, Teddy consideró
llegada la hora de aplicar las premisas del Destino Manifiesto a toda América.
El continente debía ser custodiado por el nuevo poder, la nueva raza, los nuevos
empresarios, abismalmente distintos de lo europeo. “Por la parte comercial,
debemos no sólo construir el canal ístmico, sino ocupar posiciones ventajosas
que nos hagan capaces de tener nuestra palabra para decidir los destinos de los
océanos del este y del oeste. Bajo el punto de vista del honor internacional, el
argumento es aún más fuerte. Los cañones que tronaron sobre Manila y
Santiago de Cuba, nos han dejado también un legado de deberes. Si no
hubiésemos expulsado una tiranía medieval más que para dejar en su puesto una
anarquía salvaje, mejor no hubiéramos comenzado esta tarea”.
Esta idea de haber luchado contra un enemigo medieval, de la victoria de la
luz sobre las tinieblas, era totalmente compatible con una visión del adversario
como depositario de la “barbarie”. “En un mundo civilizado -escribía Teddy en
The Independerá- la barbarie no puede ni debe tener ningún lugar. Es nuestro
deber para el pueblo que vive en la barbarie vigilar que esté libre de sus
53
cadenas, y no podemos librarle más que destruyendo la barbarie misma”. El hilo En cuanto a Cuba, luego de la expulsión de España los norteamericanos la
invisible, pero altamente conducente, que une a través de un siglo a la guerra ocuparon por cuatro años, ocupación militar de “pacificación” durante la cual se
hispanoamericana con el conflicto del Golfo y la crisis de los Balcanes, al consolidó asimismo, el dominio económico de los empresarios azucareros
discurso de Teddy Roosevelt con los de George Bush y Bill Clinton, resulta estadounidenses. Cierto es que el gobierno dictatorial del Gral. Leonard Wood
evidente. Dirá Roosevelt, una vez más, "toda expansión de la civilización hizo mucho por los servicios sociales y realizó una eficaz administración de la
trabaja para la paz, toda expansión de una potencia civilizada significa una isla, pero la causa fundamental por la cual los EE.UU habían ido a la guerra
victoria para la ley, el orden y la justicia”. con España -la libertad de los cubanos-, parecía olvidada. La marcada política
Propugnando entonces un entendimiento con el mundo germano- de Washington de impedir que los cubanos se gobernaran por sí mismos quedó
anglosajón, sostendrá que “los árabes hicieron oscurecer la civilización de las confirmada por la Enmienda Platt. Cuba alcanzaba en los papeles la soberanía
costas mediterráneas, como los turcos hicieron oscurecer a la civilización política, pero dicha Enmienda la limitaba, pues permitía a los EE.UU intervenir
europea sudoriental”.39Jamás se preguntó Roosevelt qué era del territorio donde en los asuntos de la isla cuando lo exigieran “la protección de vidas,
luego se asentaron las Trece Colonias en épocas en que Córdoba, Sevilla y propiedades y libertades individuales”. Además, los norteamericanos se
Granada estaban en su esplendor, y de más está decir que España también era, aseguraban la base de Guantánamo, lo cual equivalía a mantener una
para él, un Imperio oscurantista. No le importaba el pasado glorioso de las gendarmería en el territorio cubano. La Enmienda debió incorporarse a la
demás culturas; sólo sabía, y sentía, que el Nuevo Mundo estaba desplazando Constitución cubana.
definitivamente al Viejo. Si bien, desde el 20 de mayo de 1902, Cuba pasó a ser una república y
Teme a Dios y no a cumplir con tu deber, era la frase favorita de jamás formó parte de los EE.UU, también es cierto que la isla, desde entonces y
Roosevelt. Y se apuraba a acomodarla al Destino Manifiesto, que, al compás de hasta la revolución castrista de 1959, estuvo bajo virtual control de los
las marchas de John P. Sousa, alcanzaba su cénit al alborear el nuevo siglo. norteamericanos. A pesar de que -según Jenks-, seguía habiendo un
“Para que nosotros podamos servir a Dios y cumplir con nuestro deber, es desconocimiento enorme de lo que Cuba realmente era, y que un Ph.D creía que
preciso que ante todo seamos fundamentalmente americanos y que nuestro constituía un territorio de la Unión, y un funcionario que La Habana era un
patriotismo constituya la esencia misma de nuestro ser”. Cuando alcanzó la puerto de Florida, sin duda la isla pasó a ser la “vaca sagrada” de la diplomacia
presidencia, se puso con ahínco a trabajar con todos los recursos nacionales para estadounidense, mezcla de interés geopolítico y negocio azucarero.
extender la hegemonía norteamericana en todo el continente. Simbolizó el McKinley había sostenido que “según nuestro código moral, la anexión de
apogeo del nuevo imperialismo, paseando su imponente flota por todo el territorio constituiría una agresión criminal”. Eso fue al estallar la guerra. Como
mundo; en enero de 1910 bien pudo C.B.Fowler escribir su poema Teddy's se adelantó, al promediar el conflicto, había añadido Puerto Rico - donde no
Imperial Glory. Inauguró la política del Big Stick, del gran garrote (Roosevelt había ninguna revolución popular contra el gobierno colonial español- y Guam
decía: speak sqftly but cany a big stick), y los primeros golpes los dió en a las exigencias del armisticio.
Centroamérica, siendo la primera víctima Colombia, donde se había proyectado Por lo que hace a Puerto Rico, pasó a ser propiedad de los Estados Unidos.
construir el canal bioceánico. Hasta mayo de 1901 quedó bajo gobierno militar, y fue tratado como país
La intervención en el Caribe es el comienzo de expansión de la Unión conquistado. Los males endémicos de la administración española se agudizaron,
hacia el sur del continente. Tras haber fomentado la revolución de 1903, al subir los precios de los artículos de primera necesidad; como consecuencia
proclamando que Colombia era incapaz de mantener el orden en su propio país, reinó el hambre en las villas, aumentó la mortalidad y disminuyó la natalidad.
correspondía a los Estados Unidos ejercer la protección del comercio y del Los grandes daños causados por un tremendo ciclón en 1899 no fueron
tráfico de las naciones civilizadas, es decir ejercer un control policial. De este remediados. La emigración aumentó tanto que la isla parecía quedar pronto
modo, intervino para asegurarse el dominio sobre Panamá -entonces parte de despoblada. Aunque Teddy Roosevelt, ya electo presidente, hizo promesas de
Colombia- y allí construir el tan deseado Canal. Cumplía, así, con la premisa reformas, éstas no llegaron a concretarse y pasó mucho tiempo antes que la isla
geopolítica de Mahan: terminar el triángulo defensivo Hawai-Alaska-Panamá. mejorara su situación, al convertirse en Estado asociado de la Unión.
Roosevelt había cambiado la división de Kipling entre el hombre blanco y el De la polarización europea, Puerto Rico pasó a una polarización
resto, por la diferencia entre naciones civilizadas y naciones atrasadas. norteamericana, y entre esos dos estilos de vida, la personalidad de la isla se
54 55
volvió “transeúnte y pendulana, como paloma en vuelo y sin reposo,
emparedada entre dos tipos de cultura contrapuestas”, como reflexionaría
Antonio Pedreira. De todos modos, tuvo más suerte que Guam, convertida en el
lugar de disipación de las Fuerzas Armadas estadounidenses, la base de rest and
recreation de los marines comprometidos en Vietnam.
La situación con las Filipinas fue mucho más compleja. Esta cuestión
puede ser considerada una muestra clara del darwinismo social que imperaba en
el pensamiento norteamericano. En diciembre de 1898, Me Kinley -arrastrado
por la ola de orgullo patriotero y belicista que había seguido a la rápida victoria
sobre España- ordenó al Departamento de Guerra extender la ocupación militar
de Manila al resto del archipiélago. Las dudas de Aguinaldo se confirmaron, y
éste encabezó una resistencia armada, acción que empujó al Senado a apoyar el
tratado de anexión, en febrero de 1899. Para esa fecha, pocos meses después de
la retirada española, los norteamericanos tenían 120 mil hombres en el
archipiélago combatiendo contra los “insurrectos”, y las bajas empezaron a
contarse por miles. Tardaron en “pacificar” la isla. Durante años siguieron los
atentados, y la ocupación efectiva del archipiélago, a pesar de la pistola 45,
costará a los EE.UU más hombres y más recursos que la guerra contra el
Imperio Español.
Aguinaldo había sido un patriota, un hombre soñador que se había alzado
contra la decrepita autoridad colonial y había creído de buena fe en el apoyo
desinteresado y generoso de la joven, floreciente y poderosa Unión americana,
la tierra de la libertad, la esperanza y las oportunidades. Había sido tocado por
el ejemplo abnegado de José Rizal, el médico, poeta y guerrero, el Martí
filipino, hermanados en el amor a su tierra y su anhelo de trascendencia.
“Mi Patria idolatrada, dolor de mis dolores / Querida Filipinas, oye el
postrer adiós / Ahí te dejo todo, mis padres, mis amores / Voy donde no hay
esclavos, verdugos ni opresores / Donde la fé no mata, donde el que reina es
Dios...”. El poema de Rizal, escrito en la celda la noche previa a su fusilamiento
por los españoles, señala el drama de Filipinas, de Cuba, y de tantas naciones.
El drama eterno del débil frente al fuerte, del que tiene sed de libertad y justicia
frente a la cruda realidad del poder, que termina usándolos y devorándolos.
De hecho, es altamente revelador que ambas partes en conflicto, España y
Estados Unidos, se reservaron el centro de la escena, pues como poderes
imperiales sólo ellos se consideraban a sí mismos -y eran considerados- sujetos
históricos. En la mesa de negociaciones de 1898, en la que ya era Ville Lamiere,
no estaban sentados ni cubanos, ni filipinos, ni portorriqueños.
La reconsideración de la guerra hispanoamericana como guerra hispano-
cubano-filipino-norteamericana es cosa bastante reciente, producto de la
relatividad de potenciales surgida del bipolarismo, que permitió la creación de
56
un “tercer mundo” -aunque no de una “tercera posición” real-, que
imperiosamente debió hurgar en sus raíces, en sus movimientos
independentistas y sus héroes populares. José Martí, que vivió en los años 1880
en Nueva York, que leía a Emerson y Whitman y observaba lúcidamente el
poder y la cultura de la urbe norteamericana, no dejaba de tener sus dudas
acerca de hacia dónde apuntaría ese despliegue de potencia y voluntad. Emilio
Aguinaldo, antes de morir casi centenario en 1964, debió recordar nostálgico y
dubitativo su servicio a la causa norteamericana al embarcar en Hong-Kong con
el Alte. Dewey en el Olympia. Ya en los veinte recordaba a España como
“madre”. También reflexionaría sobre las increíbles transformaciones de esa
sociedad filipina, que sí se había modernizado, urbanizado y tecnificado al
estilo del cabeza de fila de Occidente, pero que aún no podía, soberanamente,
mantenerse al margen de su política.
Pero puede decirse, sin temor a equivocarse, que fue más importante la
utilización estadounidense de la Doctrina Monroe en provecho propio que
cualquier otra cosa. Y, por razones geográficas y políticas, Iberoamérica recibió
el mayor golpe. “Yo creo con todo corazón en la doctrina de Monroe -decía
Teddy-, que debe ser mirada, simplemente, como una gran política internacional
panamericana, vital para los intereses de todos nosotros. Los EE.UU tienen y
deben tener y es preciso que siempre lo tengan, el deseo, tan sólo, de ver a las
repúblicas hermanas del hemisferio occidental continuar floreciendo y la
determinación de impedir a toda potencia del Viejo Mundo de adquirir un nuevo
territorio aquí, en este continente occidental”.40 Lo que quizá ni el propio
Roosevelt podía preveer era que, con el tiempo, esta Monroe Doctrine se
expandiría hasta limitar con Corea y los Balcanes.
Teddy comprendió que las poesías de Rubén Darío eran más que literatura;
sostuvo que el principal obstáculo al dominio de Iberoamérica era el
catolicismo. El temor que la cada vez más poderosa Unión suscitaba en
Iberoamérica luego de la toma de Cuba y Filipinas -que en el fondo era no sólo
miedo a la hegemonía norteamericana sino a la norteamericanización-,
encabezó un largo debate en todo el continente, cuyos exponentes fueron
luminarias como Darío y José Enrique Rodó. Con impecable retórica, opusieron
una barrera de valores al avance “calibanesco”, barrera que pocas veces se
plasmó en algo más que un brillante escudo. Como al poder sólo se contesta con
poder, en el siglo veinte surgieron innumerables focos revolucionarios de todo
tipo y condición en Iberoamérica; puede afirmarse que 1898 se perpetuó en un
sinnúmero de continuas luchas de liberación y guerras civiles en el seno del
continente. Pero eso es motivo de otra reflexión.

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El “Desastre” visto desde España

La crisis interna de Cuba y Filipinas, que terminó en la guerra


hispanoamericana, había sido tan grave que condicionó totalmente Ja política de
la metrópoli española. La Regente María Cristina de Austria encabezaba el
régimen monárquico de la Restauración, cuyos partidos estaban dispuestos a
mantener y defender la unidad de la nación, luchando contra las tendencias
centrífugas e independentistas. Los dos partidos eran el Conservador (Cánovas
del Castillo) y el Liberal (Práxedes Sagasta), siendo éste último más proclive a
brindar cierta autonomía a las posesiones de ultramar.
Los partidos mayores de la oposición, los republicanos y los carlistas -a
diferencia de los monárquicos-, eran más decididamente nacionalistas y
belicistas en política exterior. Los más convencidos partidarios de brindar
autonomías y ganar la paz eran los anarquistas y socialistas, así como los
nacionalistas catalanes y vascos, pero entonces no tenían mucha fuerza, que sí
ganaron con la derrota de 1898.
Si bien los políticos de fuste conocían perfectamente la decadencia del
Imperio Español y la debilidad de las fuerzas armadas destinadas a defenderlo,
eran muy pocos los que se atrevían a decirlo en voz alta. “Lo más sensato es
negociar la paz que se pueda, y amén”, dirá Don Antonio Maura. Pero la
mayoría de los medios periodísticos y de las autoridades militares, civiles y
eclesiásticas vivían en una irrealidad patriotera que solo pensaba en la pasada
grandeza, y que creía firmemente que el valor y la hidalguía eran bienes
nacionales suficientes para enfrentar a cualquier poder del mundo.
Cierto es que no se trataba sólo de patriotismo exaltado; también eran
partidarios de mantener los restos del dominio colonial todos aquellos que
tenían negocios en ultramar. Desde el Banco Hispano Colonial -con capitales en
Madrid, Barcelona y La Habana-, hasta los terratenientes que exportaban
productos a las colonias, y los comerciantes e industriales, sobre todo del rubro
textil. Los industriales catalanes, especialmente, se oponían a las reformas al
estilo Maura y a las propuestas autonómicas; muchos consideraban que, por
magnitud del comercio, Cataluña era la verdadera metrópoli colonial. Pero, si
bien iban a la zaga, no dejaban de ser significativas las inversiones y
exportaciones de Castilla, el País Vasco y las Baleares en los territorios de
ultramar. Todos bajo la advocación del Marqués de Comillas, dueño de la
Compañía Transatlántica y la Compañía General de Tabacos de Filipinas, cuya
imponente sede aún puede observarse en la Rambla barcelonesa.
Si la despedida definitiva de esos ricos territorios fue visto, a partir de
1898, como una tragedia nacional, se debió a que la derrota y consecuente
expoliación no fue consecuencia del desenlace de una guerra civil entre
58
españoles y criollos, como fue la lucha por la independencia americana, sino
que ocurrió a manos de una potencia extranjera, en todo el real sentido de esta
última palabra. Y, en este orden de ideas, hay que recalcar una vez más que el
mal anidaba en la propia España desde hacía mucho tiempo, desde que el
sistema de Virreinatos había sido reemplazado por el centralismo administrativo
borbónico. De ser considerados “pares”, de igual entidad que los reinos
peninsulares, los territorios de ultramar pasaron a ser objetos económicos, de
especulación e inversión, es decir terminaron siendo colonias. Este sucumbir a
la modernidad -para la cual, incluso, tampoco estaba España preparada
adecuadamente-, la fue convirtiendo paulatinamente en el otro “enfermo de
Europa”, junto con el Imperio Otomano.
Ni siquiera considerada y respetada por sus vecinos europeos, menos lo iba
a ser por la joven potencia norteamericana, cuyos dirigentes eran perfectamente
concientes de la debilidad española. En términos muy duros pero también
preclaros, que tiene mayor mérito proviniendo de un español, José Javier
Esparza ha dicho que “España se había buscado concienzudamente su propia
ruina. De modo que lo importante no es que España pudiera haber ganado
aquella guerra, sino que España no merecía ganarla... demostró no tener
capacidad para mantener ni sus colonias, ni sus ejércitos, ni un Estado sano, ni
siquiera el concepto de sí misma. El 98 demostró que todo en España estaba
podrido”.41
Esta España había entrado a la modernidad por la puerta falsa. Tampoco se
había acompañado de las previsiones y de la explotación de los recursos
nacionales que Italia y Alemania -dos países que habían advenido tarde a la
unidad nacional- habían sabido movilizar en el Risorgimento y el Estado
bismarkiano. Téngase en cuenta que el propio Teddy Roosevelt admiraba a
Alemania, sentimiento que al estallar la Gran Guerra evidenciará sin ambages:
“Debemos elogiar a Alemania no sólo por su preparación y organización, sino
en mayor grado por el espíritu que está detrás de ambas... su patriotismo
admirable y su abnegado sacrificio... de corazón deseo y espero que nosotros los
americanos, si alguna vez llegase a ser necesario, mostremos cualidades
semejantes”.42 Estas palabras señalan la autoconciencia no ya de la Unión, sino
de toda potencia mundial: como boxeadores de categoría máxima, dichas
potencias sólo respetan a quienes son capaces de plantarse en el medio del ring
y hacer sentir el peso de sus puños. Y entre esos púgiles, entrenados y potentes,
cuya campana iba pronto a sonar en Sarajevo, no estaba España ni podía estarlo.
La historia la había dejado en el camino, y en cierto modo también la había
ahorrado.
Los políticos españoles -concientes al fin de quien tenían enfrente-
confiaban en que el cristiano Imperio Austro-Húngaro y el floreciente Imperio
59
Alemán se alzaran en defensa de España. Pero luego del silencio del Káiser en
el discurso de Aliona -en mayo de 1898- abandonaron toda esperanza en una
posible coalición europea contra EE.UU; la decepción fue tan grande que las
simpatías por la Triple Alianza fueron quedando de lado. La realidad era que
recién veían, en Madrid, hasta qué punto España estaba sola.
Quienes tenían un absoluto desconocimiento del enemigo eran los
periodistas que azuzaban a la opinión pública, burlándose de los presuntos
defectos y carencias de los yanquis, error que muchos europeos mantuvieron
durante el siglo XX. El Heraldo proclamaba exultante: “La victoria será fácil,
pues tan pronto nuestros buques abran fuego, desertarán las tripulaciones de los
barcos norteamericanos, formada, como bien es sabido, por gente de todas las
nacionalidades”. Paralelamente, en el Teatro Albizu, de La Habana, se
presentaba la zarzuela El viaje de la escuadrilla, cuyo argumento suponía un
combate naval donde los destructores hispanos vencían rápidamente al enemigo.
Coincidente con las fuertes bajas en la Bolsa, si hemos de creer al
académico José Francos Rodríguez, “dispuestos a las cosas bárbaras” se
organizó en vísperas de la guerra una lucha entre un toro y un elefante; “el del
colmillo estuvo francamente cobarde, y el comúpeto, en verdad, comedido. Los
únicos irascibles... lanzando rugidos, eran los espectadores”. El esperado
combate no se verificó al fin. En el Príncipe Alfonso hubo temporada lírica en
la primavera del 98, se estrenó nada menos que La Bohéme, de Puccini. Pierre
Loti, simpatizante de la causa española, fue homenajeado en todos los cafés de
Madrid, donde una gitana le improvisó una copla: “Al pelear con los yanquis /
tendrá que ver / cómo de dos ladrillazos / los haremos correr / Tienen muchos
barcos / nosotros, razón / ellos armamento / nosotros honor”.
La culminación fue la fiebre por las “corridas patrióticas” de toros. La gran
corrida del 12 de mayo fue el delirio; aún no se sabía cuántos centenares de
marineros habían muerto en Cavite y cuántos soldados caían cada día en la
espesura cubana, pero las localidades se disputaron con saña y los revendedores
hicieron su agosto. Según Romanones, cuando llegó la noticia del desastre de
Cavite, el presidente del gobierno -lógicamente nervioso y sin poder conciliar el
sueño-, para buscar alivio salió a pasear por la capital española, “y al atravesar
Madrid a la hora de los toros, se le ofreció a sus ojos un espectáculo que, aún
para su escepticismo, era impresionante: por la calle de Alcalá, en alegre tropel,
las gentes se dirigían a la plaza a ver la corrida. Total, Cavite quedaba muy
lejos”. Todas las semanas había zarzuelas, y todas eran figuras, desde el diestro
Lagartijo hasta un ilustre huésped, el maestro Saint-Saéns.43
Luego de los delirios de la sinrazón, la atroz realidad conmovió a España
hasta los cimientos. El Io de julio, en los Jardines del Buen Retiro, se celebró un
banquete de tono sombrío. El antiguo ministro de la Corona y gran defensor de
60
las colonias, Romero Robledo, pronunció un discurso de tono realista:
“Santiago de Cuba caerá en poder de los yanquis, y quien sabe si la escuadra de
Cervera, puesta en sus manos, servirá para bombardear nuestras plazas... las
instituciones se hallan en grave peligro”. Don Francisco Silvela, político de
talento, sentenció que el desastre de Santiago no debía continuarse: “No
debemos multiplicar estos martirios heroicos; sin escuadra es imposible seguir
una guerra colonial, ni pensar en que Cuba sea de España”. Antes, había
expresado conceptos similares Don Pi y Margall, pero no sólo no le escucharon
sino que le habían denostado.
No obstante, el desastre terminó siendo positivo, pues España sin dudas
creció. Por supuesto, las primeras críticas cayeron sobre los políticos y las
fuerzas armadas, pero pronto derivaron a terrenos más fértiles. Como un trueno
apocalíptico, la tremenda sacudida provocará no sólo la autocrítica, sino la
emergencia de los verdaderos númenes de la península, pues en una gran crisis
afloran los talentos escondidos, y los grandes se revelan más grandes. Cierto es
que, mientras toda una sociedad de gobernantes y gobernados estaba shockeada
y agonizaba sin terminar de salir del estupor, la cultura rayaba a gran altura.
Nació un nuevo período de auge y esplendor, comparado por muchos como una
segunda Edad de Oro. No es ánimo de esta reflexión hablar de la Generación
del 98, pero es menester señalar al pasar algunos aspectos esclarecedores.
Según Don Pedro Laín Entralgo, la Generación del 98 -definida como tal
por vez primera por Azorín en 1913 y que también fuera llamada Generación
del Desastre- está compuesta, además de Azorín, por Miguel de Unamuno,
Antonio y Manuel Machado, Pío Baroja, Ramón Valle Inclán, Ramón
Menéndez Pidal, Angel Ganivet, Ramiro de Maeztu, Jacinto Benavente, Ignacio
Zuloaga, los hermanos Alvarez Quintero, Manuel Bueno, Silverio Lanza, Darío .
de Regoyos, Gabriel Miró y Juan Ramón Giménez. Pero no puede olvidarse que
los ecos pueden rastrearse en Ortega, D ’Ors, Pérez de Ayala y tantos otros. Es
muy difícil precisar quien está dentro o fuera de la Generación del 98. Además,
confluye en ese instante no sólo dicha generación, sino también los europeístas
del 14 y la generación de poetas del 27. Mucha razón tiene Don Gonzalo
Fernández de la Mora cuando sostiene que la fórmula “Generación del 98” es
indefendible; es lo mismo que decir “Tertulia del Pombo, la Academia
Española o La Pléyade... lo mejor que puede decirse de ella es que es un
comodín crítico o un latiguillo de pedagogías apresuradas”.
El término Más se perdió en Cuba, que aún hoy día a veces se escucha
decir en España al referirse a un acontecimiento desfavorable, tiene su correlato
positivo en la autocrítica despiadada que estos intelectuales realizaron, heridos
por la humillación y la falta de contenidos y objetivos de un país que amaban
con desesperación. Pérez Galdós sintetizará esa crisis: “toros, género chico,
61
alegría dominguera y periodismo fácil”; Ganivet hablaba de la “abulia”,
Unamuno del “marasmo”, Menéndez y Pelayo de la “tristeza del gigante
vencido”, Ortega de los “años bobos”, y así sucesivamente. Valle Inclán dirá:
“Yo anuncio la era argentina / de socialismo y cocaína / de cocotas con
convulsiones / y de vastas revoluciones”.
El aspecto más importante es que todos en España comienzan a hablar de
regeneración nacional. El primer toque de alerta no lo da ningún literato, sino
un militar; el Gral. Polavieja publicó el Io de septiembre de 1898 una carta en la
cual decía: “Es preciso dejar de pensar en los comités, en las falsificaciones
electorales y en los medios de fabricar no sólo las mayorías que votan, sino
hasta las minorías que fiscalizan y discuten, para pensar en los campos
sedientos, en los caminos sin abrir, en los montes talados... El lema es sustituir
en el gobierno a la política de abstracciones, la política agraria, la política
industrial, la política mercantil”. Era un llamado severo al decisionismo político,
a asumir las responsabilidades del poder político y ponerlo al servicio de una
gran causa, en un proceso regenerativo del tejido carcomido de la sociedad
española.
Entonces se descubre al autor de Así habló Zaratustra, se revisa la
tradición, se encuentra al paisaje, parte constitutiva del alma de todo pueblo que
jamás podrá ser reemplazada por las imágenes del abstractismo y la retórica
hueca. “Sobre la Generación del 98 han obrado diversas influencias -dirá
Azorín-; ha influido Nietzsche; han influido los pensadores anarquistas; han
influido el paisaje de Castilla y las viejas ciudades; ha influido la pintura. Sobre
Valle Inclán las tablas de los pintores primitivos... Sobre Maeztu ha pasado
Nietzsche. Sobre Baroja han gravitado el panorama castellano y la visión de las
ciudades muertas”. Llegan los extranjeros y traen diversas visiones de Europa;
el silencioso erudito alemán Doctor Smith, lee con parsimonia a Pío Baroja un
volumen con la correspondencia nietzscheana, mientras “arriba el cielo se
extiende límpido y azul”.
De este modo, España se situó en Europa, la reencontró de la mano de
Nietzsche, Gautier, D’Annunzio, Dickens, Ibsen, Verlaine, Bainville, de lo
mejor del Viejo Continente. Todos estos autores, a su modo, eran
revolucionarios y antiburgueses, “que hicieron brotar en España muchos gestos
de iracundia y múltiples gritos de protesta”, diría Azorín después, al repasar las
influencias de juventud.44
Fue Angel Ganivet quien se dió cuenta que era necesaria una teoría de
renovación nacional, y eso, antes del conflicto con los EE.UU. En su Ideario no
proponía un programa de gobierno articulado, sino un llamado a la renovación:
nacionalización de la riqueza, reforma agraria con abolición de privilegios,
concentración de las energías nacionales, sustitución del regionalismo por el
62
municipalismo, defensa de la tradición. Ganivet sostenía que España había sido
la primera nación europea engrandecida por la expansión y la conquista, y
también la primera en decaer, terminando su evolución en un desparramo
mundial; por ende debía ser la primera en intentar una restauración política y
social, y sin imitar a ninguna otra, pues su singularidad era absoluta.
Había que comenzar -preconizaba Ganivet- por restaurar el sentido común,
pues “lo más triste de nuestra decadencia no es la decadencia en sí, sino la
refinada estupidez de que dan repetidas muestras los hombres colocados al
frente de los negocios públicos en España”. Sin esos ideales secretos que
impulsan la voluntad de un pueblo, jamás una nación aspirará a un triunfo
duradero.
En 1898, Ganivet escribió que aún las naciones aparentemente más
utilitarias podían estar animadas de esos ideales profundos: “España ha sido
vencida como lo sería cualquier otra nación -Inglaterra misma, a pesar de su
poder-, porque luchaba no contra una nación, sino contra el espíritu americano,
cuya expansión dentro de la órbita natural es inevitable. En cambio, nuestra
victoria sería segura, a pesar de la postración aparente en que nos hallamos, si
supiéramos dirigir nuestro esfuerzo hacia donde debemos dirigirlo”. Poco
después de estas afirmaciones, plenas de noble coraje, Ganivet se suicidaba,
arrojándose a las aguas del Báltico frente al solitario muelle de Riga. Su último
escrito era una reflexión sobre la muerte, “un fenómeno individual, y por lo
mismo, porque resume la vida, puede ser también nacional, expresar los
caracteres dominantes de cada nación”. Era la despedida del'm ás lúcido
precursor de la Generación del 98.
El “eje diamantino” de Ganivet, su idea del ser hispánico - “que siempre se
pueda decir de tí que eres un hombre”- será retomado por Ramiro de Maeztu,
como imperativo categórico de un hombre esencialmente libre y universal. Sin
duda su visión es parcial y exagerada, aunque honesta y sentida. De Maeztu
creía que los países extranjeros que fueron orientación y guía habían fracasado,
por ende “los pueblos hispánicos no tendrán más remedio que preguntarse lo
que son, lo que anhelan, lo que querían ser”. El universalismo de la hispanidad
es la clave, pues “el valor histórico de España consiste en la defensa del espíritu
universal contra el de secta”. Al desengaño material de los pueblos hispánicos le
ha seguido el desengaño espiritual, pues “la crisis de la hispanidad es la de sus
principios religiosos”; para “ser antes que valer” se debe regenerar la fé.45
Esta ansia de regeneración era también un anhelo de juventud y de
liderazgo. “Es un espectáculo deprimente -decía Don Miguel de Unamuno- el
del estado mental y moral de nuestra sociedad española, sobre todo si se la
estudia en su centro. Es una pobre conciencia colectiva homogénea y rasa... No
hay corrientes vivas internas en nuestra vida intelectual y moral; esto es un
63
pantano de agua estancada y no corriente de manantial”. Y concluía señalando
que faltaba la savia de la juventud; “no hay Joven España... los jóvenes mismos
envejecen, se avejentan enseguida, se formalizan, se acamellan, encasillan y
cuadriculan... Ojalá una verdadera juventud, animosa y libre... avive el espíritu
colectivo intracastizo, que duerme esperando un redentor”. Es importante
destacar que en países como Rusia y Alemania se estaban organizando grandes
movimientos juveniles que después se plasmarían, más tarde o más temprano,
en movimientos revolucionarios, políticos y sociales. Los jóvenes místicos y
anarquistas rusos y los “pájaros caminantes” (Wandervógel) alemanes, con su
espíritu acendradamente antiburgués, estaban hermanados por una misma
actitud inconformista. Unamuno, hombre culto e informado, creía que España
debía tener su propia y distintiva regeneración juvenil.
Pero el más notable de los pensadores regeneracionistas era, sin duda,
Joaquín Costa. Nacido en 1846, este renombrado abogado aragonés había sido
desde sus años mozos un gran escéptico; sentía un profundo pesimismo por el
futuro de España, sentimiento que se intensificó con el “desastre”. Comprendió
que la victoria norteamericana no solamente afectaba la capacidad espiritual del
pueblo español, sino su futuro político como nación. Costa señaló entonces que
no sólo el Estado y el gobierno habían fracasado, sino la nación entera: España
“vagaba desenterrada entre las tumbas de extintas nacionalidades”. Esta imagen
de un país que se sentía cadáver, una ruina entre las ruinas, lo llevó a dudar de
la posibilidad de que el pueblo español pudiera levantarse una vez más.
Si el caciquismo gobernaba el país, y la apatía y la deshonestidad en la
administración del gobierno eran los males nacionales, fue Costa -entre todos
los escritores del 98-, quien más los estigmatizó y atacó. Era un gran creador de
eslogans, conciente de su efecto político. Uno de los más famosos fue: “Hemos
puesto un doble cerrojo sobre la tumba del Cid”. Más objetiva fue su
consideración que la dominación colonial española había terminado, y en
adelante “debemos poner fin a todo imperialismo y aventuras de esa clase;
nosotros debemos sólo trabajar para el propio bienestar del país y nuestra propia
regeneración, si deseamos obtener algo exitoso y permanente”.
Costa consideraba las vicisitudes de la historia española y para él, desde el
seiscientos al ochocientos, España se había desangrado. América le había
llevado lo mejor y más generoso de su población, “los más claros y más
apasionados intelectuales... las voluntades más férreas de resistencia... Los
espíritus de mayor energía e iniciativa... Las conciencias más ejemplares y los
temperamentos más altos”. El resultado fue que España se quedó sin una élite
intelectual y moral, con la sangría de energías y talentos que la colonización
americana y la vida monástica habían provocado -medio millón, según Costa-;
por ende, los remanentes “de metal más bajo y los tontos” habían sido los que
64
de siglo en siglo habían formado la España moderna. La consecuencia era la
impericia, la carencia de estrategia y objetivos, la falta de voluntad y grandeza
de espíritu que habían conducido al desastre.
El pensador aragonés sostenía que el gran problema español, planteado con
la crisis nacional que culminó en el Tratado de París, era mucho más que un
tema de “regeneración”, aunque así lo había llamado. “Eso fué en Francia, en
1870, porque detrás de Sedán quedaba un pueblo. Lo nuestro es distinto.
Desenlace lógico de una decadencia de cuatro siglos, ha quedado España
reducida a una expresión histórica: el problema consiste en hacer de ella una
realidad actual. No se trata de regenerar una nación que ya existe; se trata de
algo más que eso: de crear una nación nueva”.
Para Costa, el doctrinarismo formalista y abstracto, tan propio del
liberalismo, era una de las causas funestas por las cuales España estaba
postrada. Los doctrinarios liberales fueron calificados de tal modo -decía-, por
“aquello que presumían tener pero que precisamente no tenían”, una doótrina.
Su inspiración era el eclecticismo típico de una sociedad decadente, lo cual
debía degenerar necesariamente en un “hacinamiento de principios opuestos,
tomados arbitrariamente... en declaraciones huecas y sentimentales, elocuentes
pero sin verdad, o con verdad relativa e incierta, no menos dañosa que el
error...”. La división consiguiente del Estado en dos, “el gobierno o país legal,
que manda, y el súbdito, que obedece”, fue una “antítesis funesta que llevaba en
sus entrañas el germen de una revolución inextinguible, donde al identificar la
soberanía con la libertad, se entregaba la nación a la omnipotencia del
Parlamento y del Gobierno”. Frente a la “clase discutidora”, Costa proponía el
decisionismo.
El problema de una adecuada educación era crucial en el pensamiento de
Costa: “no se necesita más sangre de héroes y mártires sino sang-froid”,
escribía en 1899. Era necesario un hombre a la cabeza del Estado; no un
superhombre, ni un héroe, ni un genio, sino un político auténtico. Costa creía en
una dictadura tutelar, legal, jurídica, pero firme, como él solía decir “un
cirujano de hierro”. Su programa político se acercaba al del carlismo - a pesar
que aparentaba ser republicano-, pero un Carlismo sin Iglesia ni Rey.
Sin creer demasiado en las reservas de Costa en materia religiosa,
Unamuno dirá, en el veintiún aniversario de la muerte del maestro del
decisionismo español: “Tengo cierta sospecha, que quizá él no estaba tan
convencido sobre el Dios de Aristóteles, pero que creía en la Virgen del Pilar”
En realidad, quizá sin pensarlo, el gran profesor salmantino estaba dando una
imagen ajustada de quien, en el marasmo de entonces, estaba desesperadamente
abocado a la tarea de reencontrar el ser español -sus desvelos por Tartesios y
los íberos, su interés por Schulten-, en una unión de tradición y regeneración,
65
unido a un decisionismo por encima de los poderes contingentes.
La misma poesía surgida al fragor del desastre se volvió nostálgica,
escéptica y sombría; pero también en ella se puede encontrar un llamado a la
autocrítica y la introspección, una reflexión sobre el destino de España. “Fue
ayer, éramos casi adolescentes / era con tiempo malo, encinta de lúgubres
presagios / cuando montar quisimos en pelo una quimera / mientras la mar
dormía, ahíta de naufragios”. Las sentidas palabras de Antonio Machado
destacan una expresión: montar una quimera, claro que fue escrito mucho
después de Cavite y Santiago. En cambio, Rafael Alberti, demasiado
comprometido entonces en política pero lejos de su convulsionado país,
compuso -al visitar la isla en 1935- Cuba dentro de un piano, donde en algún
fragmento dice: “Cuba se había perdido, y ahora era de verdad / Era verdad / no
era mentira / Un cañonero huido llegó cantándolo en guajira. / La Habana ya se
perdió / tuvo la culpa el dinero... / Calló / Cayó el cañonero / pero después, ah!
después / fue cuando al sí / lo hicieron yes”. No importa cuánto media entre uno
y otro poema, pero resulta evidente que, más allá de las banderías políticas,
ambos poetas -republicanos- conservaban la nostalgia de la isla como si aún
fuera una continuación espiritual de Cádiz. Y, a propósito, además interesa
destacar el hilo conductor entre la guerra hispanoamericana y la guerra civil
española.
Uno de los aspectos más graves y peor considerados entre las
consecuencias del 98 es que no sólo se desprestigió totalmente la clase política
peninsular, sino que también resultó erosionado el concepto de capitalidad y de
nación. Madrid pasó a ser la sede de los ineptos, charlatanes, cobardes y
traidores a la patria, según el gusto. El consenso, penosamente mantenido, y la
confianza interior en la unidad española se desmoronaron al perderse la imagen
del Imperio de ultramar, reforzando las tendencias centrífugas y las tentaciones
autonomistas.
Siendo la región más próspera, moderna e industrializada de la península,
Cataluña fue la que mayormente sintió la carencia de las posesiones coloniales.
Autoexcluyéndose de las responsabilidades que la burguesía catalana tenía en la
preparación del “desastre”, acentuaron unilateralmente las culpas en la ineptitud
e ineficiencia de Madrid, desvalorizando la administración centrista castellana.
Los grandes hombres de negocios catalanes concluyeron que el Estado -que
identificaban con Castilla- se había dejado quitar olímpicamente las posesiones
de ultramar, que en los hechos prácticamente dependían de Barcelona.
Más allá del criterio parcial y bastante injusto que de la responsabilidad de
la derrota tenían los catalanes, el hecho cierto es que el “catalanismo” cobró
nuevos bríos; ahora se imponía la conciencia nacional catalana, una exigencia
de reconocimiento de la especificidad lingüística y cultural de la región, una
66
mayor participación en los negocios públicos y la pretensión de reforma dé todo
el régimen político. El discurso del poeta y comediógrafo Guimerá, en los
Juegos Florales de 1889, fue el momento culminante. Un teórico lúcido del
catalanismo será Prat de la Riba, con su acendrada crítica a los males del
sistema español y la prédica de un verdadero federalismo y -de la
“reconstrucción” del alma catalana. Denunciando la exageración e injusticia con
que los catalanes desvalorizaron y despreciaron todo lo que era castellano,
reconoció no obstante la importancia de este fenómeno -el catalanismo-, que
“no era una teoría ni una doctrina ni un programa, sino un sentimiento, el
sentimiento de patria... Es Cataluña, el sentimiento de la patria catalana. Ser
nosotros mismos: ésta es la cuestión, ser catalanes”.
Algo parecido sucedió en Euzkadi. Un verdadero certificado de
separatismo lo tenemos en el telegrama de Sabino Arana Goirri al presidente T.
Roosevelt, fechado el 26 de mayo de 1902, antecedente del exaltado
nacionalismo vasco que, por su marcado contenido étnico, se diferencia del
nacionalismo catalán, que es esencialmente lingüístico y cultural. El cable
decía: “Nombre partido nacionalista vasco felicito por independencia Cuba
Federación nobilísima que presidís, que supo liberar la esclavitud. Ejemplo
magnanimidad y culto, justicia y libertad dan nuestros poderosos estados,
desconocido historia, e inimitable para potencias Europa, especialmente latinas.
Si Europa imitara, también nación vasca, su pueblo más antiguo, sería libre”.
Esta dificultad o confusión de la política española para definir el verdadero
enemigo, si profundizamos el argumento, veremos que será recurrente a lo largo
del tiempo.
La incapacidad de las fuerzas sociales, políticas y culturales de España para
unificar a la nación, constituirá uno de los aspectos mayores de la fractura del
98; será la ausencia de un proyecto común y -en palabras de un político
posterior- la imposibilidad de encontrar “una unidad de destino”. Cataluña y el
País Vasco serán la primera señal, pero no la única. Las Españas, en mayor o
menor medida, eran conmovidas por la amarga imprecación de Joan Maragall:
“Dónde estás, España, dónde que no te veo? / No oyes mi voz atronadora? / No
comprendes esta lengua que te habla entre peligros?/No sabes ya entender a tus
hijos?/Adiós, España!”.47
La España que entraba en el nuevo siglo veinte, con casi 19 millones de
habitantes, tenía la tasa de mortalidad más alta de Europa -el doble de los otros
países europeos- y pasaba hambre en su mayoría, dicho esto sin eufemismo; el
75% de la población era analfabeta. Se necesitaba hacer algo, pero las
instituciones no estaban capacitadas para hacer -nada. El regeneracionismo
postcanovista, entre el nacimiento del siglo y la Gran Guerra, fracasó en su
intento. El grado de descomposición histórica -apunta De la Cierva- que
67
revelaba el Desastre, se perpetuó con los años; 1898, 1907, 1912, 1917, 1921,
1923, 1931, 1934, 1936, 1940, 1944, 1946, serán todos “años en que se repite
obsesivamente la idea de salvar a España”.
A pesar que -visto objetivamente desde el análisis histórico y la distancia
de un siglo-, la derrota en la guerra hispanoamericana no fue más desastrosa que
otras de la Europa contemporánea -Adua, Tsushima, etc - sí se sintió en España
de un modo catastrófico: quedaba resquebrajada para siempre la autoimagen de
la nación española. “Ni tan siquiera la retórica del discurso gubernamental -
señala García de Cortázar- puede ocultar el lento proceso de desnacionalización,
sin paralelo en Europa, iniciado a raíz del examen de las responsabilidades de
Cuba y Filipinas. En el 98 España pierde su discurso nacional a favor de las
sensibilidades centrífugas, que ilegitiman el unitarismo precedente mientras el
Estado, carente de instrumentos consensuados, sólo podrá imponerse por la
fuerza al mostrarse ineficaces las invocaciones a la grandeza de la patria para
movilizar a las masas”.48
La debilidad congénita del Estado español seguirá durante buena parte del
siglo siguiente. Las consecuencias del 98 pueden rastrearse hasta la década del
treinta, cuando las tensiones intrínsecas a la sociedad española desembocaron en
un callejón sin salida, agravada la situación peninsular por el entorno europeo.
Todos los elementos connaturales a la obsesión modemizadora de las primeras
décadas del siglo, desde los programas educativos republicanos hasta la
empresa industrializadora franquista, son hijos legítimos del “desastre”. La
desesperada búsqueda del logro nacional, oscilante entre la imitación del
ejemplo del atlantismo exitoso y la mirada vuelta hacia el pasado, entre la
tentación revolucionaria transpirenaica y la celosa custodia del ideal cristiano,
no podrá eludir el gólgota de una profunda crisis, tanto tiempo postergada, a
raíz de la cual esos jóvenes españoles -que Unamuno buscara con tanto afán-
terminaron luchando unos contra otros. 1936 será el precio que los españoles
deberán pagar por la Restauración, cuyo punto crítico fue 1898.
¿Y ahora? España en la Comunidad Europea, en la OTAN, en el mundo...
“En estos tiempos del letargo televisivo y futbolístico -observa Juan Marichal-,
sin olvidar el letargo del consumismo y de la impostura neoliberal... cabría aquí
recordar lo observado por Giner en 1899: ‘nuestra catástrofe no es del 1898,
sino es una disolución espiritual que viene de muy lejos’...”. Para que España
recupere ese “legado histórico excepcional que -en visible contraste con tantas
comunidades humanas sin historia aprovechable- podría enriquecer la
civilización moderna europea” habría, ante todo, que “desamortizar de la
política de partido la dirección de todos los grandes intereses nacionales”, como
lo pedía Giner en 1906.49

68
Algunas opiniones argentinas sobre la guerra hispanoamericana

A fines del S. XIX, la República Argentina era declaradamente opositora a


los Estados Unidos. No se trataba sólo de rivalidad en política exterior, ni de
una adscripción a la política europea -esencialmente británica-, como
hbitualmente se dice, aunque esto fuera cierto. Existía una diferencia de
concepción de la sociedad y de la nación, basada en valores muy diferenciados
en la visión de ambas clases dirigentes, en los extremo sur y norte del Nuevo
Mundo. Si bien muchos prohombres argentinos, como Domingo F. Sarmiento,
admiraron la pujanza de la civilización estadounidense, no es menos cierto que
la mayoría de la denominada “Generación del 80” era abiertamente hostil al
modo de ser norteamericano.
La Generación del 80 era la culminación de un largo proceso evolutivo del
patriciado argentino. Fue una generación brillante y efímera, formada por
hombres de fortuna, exquisita educación, formación intelectual europea, que
supo pasear su buen gusto, inteligencia y frivolidad, por las embajadas y
salones de toda Europa. Muchos de ellos eran escritores eximios y de extrema
lucidez -como también los había en la clase dirigente norteamericana-, pero más
en la línea del conversador español, con el gusto dandista por lo efímero y
rebuscado, sin mayores preocupaciones acerca de la posible influencia de sus
pensamientos ni demasiado inquietos por el futuro de su país.
La Argentina finisecular era una nación muy rica, favorecida por la
vastedad de su espacio geográfico, la variedad de su clima y la prodigalidad de
sus recursos naturales. El proceso de expansión intema fue similar al de los
Estados Unidos, pero los territorios sumados a la administración estatal -como
el caso del sur patagónico y del Chaco-, no fueron en su momento realmente
incorporados al sistema productivo. Nunca se “cerró” la frontera, porque jamás
hubo una real colonización de las zonas límites del país, sólo mantenidas por la
presencia del ejército de Roca y sus sucesores. La imagen síquica del país se
concentró en la fértil “pampa húmeda”, de la cual se extraían todo tipo de
productos agropecuarios sin gran esfuerzo. Ya sea por carencia de otros
recursos o por dificultades de explotación, la nación no se industrializó en
tiempo y forma. Esta primera diferencia con la Unión Americana será
fundamental.
Paul Groussac sostuvo que, en los Estados Unidos, la marcha al oeste
“americanizó” todo el país, desvalorizando al este bostoniano, que sí era de
raigambre europea. Pero olvida añadir que esta característica es la que terminó
dándole a dicha nación su inmensa potencia y su idiosincrasia única. En la
Argentina, la primacía continua del puerto de Buenos Aires en los asuntos
intemos, con su clase dirigente-autóctona o cooptada del interior- mirando hacia
69
Europa, impidió una real coagulación nacional prácticamente hasta mediados de
este siglo.
Hay que destacar, además, que la grandeza de EE.UU se debe también a su
condición biocéanica. Considerándose a sí mismos una “isla” superior a la
británica, con un vecino débil al sur y un territorio prácticamente deshabitado al
norte, la expansión norteamericana estaba asegurada. Argentina limitaba al
oeste con un país soberano, con el cual tenía conflictos permanentes, al punto de
estar cercanos a la guerra, precisamente en 1898. La falta de una condición
biocéanica impidió la consolidación de un gran espacio, que realmente pudiera
equilibrar la balanza de fuerzas en América con un poder en el extremo sur. Y
en la época del Estado-Nación de fronteras cerradas y del nacionalismo más
exaltado, eran contadas las mentes lúcidas que, a ambos lados de la cordillera,
pudieran pensar en una Confederación o una alianza de Estados, capaz de
abrirse a la vez y sin conflicto al Atlántico y al Pacífico.
No obstante, y pese a todas las objeciones que pueda hacérsele, Argentina
fue -a fines del siglo pasado y principios del S. XX- el único poder americano
que enfrentó a la Doctrina Monroe. También Chile tenía una política
independiente, pero sus fuerzas no igualaban a su voluntad. Además,
lamentablemente y con la complacencia de los propios poderes europeos,
existía entre ambos países una rivalidad manifiesta.
Frente a los Estados Unidos, el gobierno de Buenos Aires boicoteó
claramente la Conferencia Panamericana de 1889; los delegados argentinos
tuvieron manifestaciones despectivas, de público conocimiento entonces, que
repetirían en encuentros posteriores. Hoy día parece fácil hacer un mea culpa y
señalar que dicha actitud fue equivocada, que había que abandonar el barco
inglés y subirse al norteamericano, etc. Pero hay que comprender que no se
trataba sólo de alianzas estratégicas de tipo comercial y político, también
existían aspectos culturales y de orgullo nacional que hoy no son contemplados
o son considerados como cosa fútil del pasado.
Cierto es que, en orden a su riqueza, en Argentina existía el espejismo de
que aquella era inagotable, cuando concretamente se especulaba, el juego
reinaba y la banca y la Bolsa tenían una conducta demencial, que dio origen a
varias obras críticas. Gobiernos como el de Juárez Celman habían demostrado
que la magnitud de las obras faraónicas no se compadecía con la real riqueza del
país. Además, en aras de la consolidación del Estado-Nación, en un tiempo en
que todos los países hacían lo mismo de acuerdo a sus recursos, Argentina
abordó un plan de adquisiciones navales muy ambicioso. En aquella época todo
el mundo construía y compraba barcos: Alemania botaba acorazados porque
Inglaterra lo hacía, Japón encargaba diseños nuevos al igual que EE.UU, Chile
compraba cruceros porque Argentina los tenía y viceversa, etc.
70
Las grandes adquisiciones navales involucraban ingentes sumas de dinero,
provocando en los países iberoamericanos una sangría económica que derivó en
una crisis financiera. Carlos Pellegrini la denunció, en Argentina, como
“consecuencia de una política de paz armada que hemos seguido en los últimos
diez años”, y que, según este Senador, “alcanzaba un costo de cien millones de
pesos”. El primero de los cuatro grandes cruceros acorazados encargados a
Italia -el Garibaldi, nombre de un procer tanto italiano como argentino-, fue
botado en Ansaldo, de Génova, y llegó al país en diciembre de 1896. Era uno de
los barcos más avanzados de su época. Italia construyó diez de estos buques,
reservándose tres para su propia marina. La Argentina encargó cuatro y dos más
a principios de siglo, que fueron vendidos al Japón -una vez firmado el Tratado
de Paz con Chile y la consiguiente desmilitarización- y alcanzaron a estar
presentes en la guerra ruso-japonesa de 1904-5. La unidad restante fue a España
y resultó hundida en Santiago de Cuba. EE.UU quiso comprar otras, pero ya
estaban comprometidas.
Siendo la situación con Chile muy crítica, se consideró que el gobierno
argentino debía estar al mando de un militar, y ninguno tenía el prestigio y la
habilidad del General Julio A. Roca, quien fue elegido presidente por segunda
vez. Es imposible no relacionar el efecto de la guerra hispanoamericana en la
presidencia de Roca; la modificación de la Constitución Nacional, de 1898,
elevó a ocho el número de ministerios, y la nueva ley de éstos creó el Ministerio
de Marina, separado del de Guerra, puesto en vigencia el 12 de octubre de 1898,
que generó la necesidad de una ley orgánica propia para la Armada, sancionada
en 1905.50
Cuando estalló la guerra entre España y EE.UU, la Argentina -como toda
Iberoamérica- tomó una posición neutral, si bien la gran inmigración española,
unida al pasado virreinal, la lengua común y la herencia cultural, hacía que
prácticamente todas las simpatías del pueblo argentino estuvieran por España.
La opinión era del estilo de, por ejemplo, el Buenos Aires Herald, que sostenía
que los asuntos de Cuba debían arreglarlos los cubanos y la Corona española, y
que atrocidades siempre existieron en todas las guerras y en todos los bandos.
La lectura atenta de un diario como La Nación revela que la información -muy
amplia y mediante cables de toda procedencia-, tiene un tratamiento
desapasionado. Algunas opiniones, que se repetían al inicio del conflicto,
aseguraban que Argentina tomaría partido por España, no sólo por la influencia
de la colonia española, sino por la adversión hacia los Estados Unidos.
La colectividad española en Argentina se movilizó rápidamente. El
destructor Temerario estaba en el puerto de Buenos Aires con las máquinas
encendidas al estallar la guerra, y fue ovacionado por unas doscientas personas;
también fue muy emotiva la posterior despedida del barco, rumbo a su trágico
71
destino. Al igual que en Madrid, se organizaron suscripciones patrióticas; la
función del Teatro Victoria apunta que se ejecutó la “Cavatina” de La Traviata
junto con canciones españolas, con gran recaudación de fondos. La suscripción
de Montevideo -en el Uruguay también hay gran influencia hispana- del 29 de
abril produjo 63 mil pesos oro. La colecta de Buenos Aires reunió 370 mil pesos
oro, contados en el Club Español de esa capital; muchos suscriptores eran
italianos. Un humilde colono, inmigrante español, ofreció su chacra de Pehuajó
a falta de dinero contante para la suscripción. Los voluntarios que se
presentaron para ir a combatir junto a España pasaban los 10 mil.51
También se movilizaron los intelectuales iberoamericanos. Con la
presidencia de Rubén Darío, y la promoción de varios personajes de las letras,
se realizó en Buenos Aires una reunión para formar un “álbum literario
hispanoamericano” en apoyo de la causa española. Darío propuso se invitase a
todos los países latinos; fueron convocados literatos de Francia, Italia y
Portugal.
El Gral. Lucio V. Mansilla se presentó como voluntario para luchar por
España. En su alma de dandy era mucho mas que un gesto. Mansilla coincide
con muchos de los mayores pensadores americanos en que Iberoamérica no
estaba preparada para la independencia. “Los pueblos hispanoamericanos que
ocupan la mayor parte de este vasto y fértilísimo territorio del Nuevo Mundo,
no habían sido educados ni preparados como los americanos del norte para la
gran transformación que comenzó en 1810”. Coincidía con Monsieur de
Salvandi y su informe a la Cámara de Diputados gala sobre el proyecto de
navegación a vapor transatlántico: “La América está destinada a absorber la
Europa”. Más allá de esta postura profética, era Mansilla auténticamente
bolivariano. El panamericanismo e internacionalismo de Mansilla era intenso,
pero no carecía de estrategia, pues quería unir la confederación panamericana a
las principales naciones de Europa. De este modo, tendería a un real equilibrio,
amén de evitar las revoluciones.
Otro intelectual que tomó abierto partido por España y se comprometió
más profundamente que los otros fue Paul Groussac, de quien dice De Gandía
que “no se equivoca cuando juzga y analiza libre de influencias historiográficas
y cae en errores cuando no se desprende de la rutina tradicional”. Groussac tuvo
gran influencia en las generaciones de escritores argentinos, empezando por
Jorge Luis Borges. Francés de origen, sus juicios siempre le valieron réplicas y
disgustos. Profundamente europeísta, su prosa es corrosiva cuando se refiere a
los Estados Unidos y, a pesar de decir algunas verdades también comete
injusticias, derivadas de su incomprensión.
“No olvido por un momento que estoy observando la porción más
adventicia de un pueblo joven -valga de ejemplo este comentario de Groussac al
72
visitar la gran Exposición de Chicago de 1893-, recién entrado en el escenario
histórico... el gigantesco bazar de la Exposición ha demostrado que su momento
no ha llegado aún. De los dos aspectos del mundo -voluntad y representación-
me parece que el pueblo yanqui no refleja sino el primero con potencia y
eficacia, como lo pensé y dije al salvar su frontera; y esto, por otra parte, es más
que suficiente para interesar al observador. Pues: pueblo joven, nuevo, robusto,
ingenuo, es lo que quiero significar al llamarle primario”.
El desprecio de Groussac por el modo de vida norteamericano y sus
epígonos de organización política y social resulta evidente en sucesivas
apreciaciones, que ha dejado en diversos escritos. “La muchedumbre
democrática de los Estados Unidos ocupa, sin duda, un nivel más elevado que el
del paisano o proletario europeo; pero... no es discutible la inferioridad de la
primera respecto de la segunda, y queda evidenciada la conclusión. El ascenso
de la mayoría se ha comprado con el descenso de la minoría, o sea del grupo
que lleva la enseña de la civilización. Se han arrasado las cumbres para
terraplenar los valles y obtener esta vasta llanura ilimitada”.
Como muchos intelectuales, Groussac considera que la guerra civil ha
constituido un punto de inflexión en el destino de la nación norteamericana, que
ha creado un Golem, un artificio carente de grandeza espiritual y de belleza, a
pesar de su evidente titanismo.
“Pero, desde la guerra de Secesión y la brutal invasión del Oeste -afirma el
intelectual, escritor y periodista francoargentino-, se ha desprendido libremente
el espíritu yankee del cuerpo informe y “calibanesco”, y el viejo mundo ha
contemplado con inquietud y terror a la novísima civilización que pretende
suplantar a la nuestra, declarada caduca. Esta civilización, embrionaria e
incompleta en su deformidad, quiere substituir la razón con la fuerza, la
aspiración generosa con la satisfacción egoísta, la calidad con la cantidad, la
. honradez con la nobleza, el sentimiento de lo bello y lo bueno con la sensación
del lujo plebeyo... Confunde al progreso histórico con el desarrollo material;
cree que la democracia consiste en la igualdad de todos por la común
vulgaridad, y aplica a su modo el principio darwinista de la selección,
eliminando de su seno las aristocracias de la moralidad y del talento.”
Groussac se considera a sí mismo un hombre del Viejo Mundo; sus
observaciones ácidas ganan en lucidez allí donde pierden en prospectiva. No
obstante, más allá de que muchas de sus críticas son injustas y miopes, señala
aspectos de fondo aún no resueltos, recurrentes y siempre preocupantes cuando
se hace referencia al titanismo norteamericano y sus exabruptos en política
internacional.
“Hemos mostrado la inferioridad incurable de esas improvisaciones
ciclópeas; la uniforme fealdad de esas enormes adaptaciones, el tedio profundo
73
que despide ese confort advenedizo; la nulidad de un pensamiento que carece de
vuelo original; lo frágil y deleznable de una organización sociológica sin
hondos cimientos en lo pasado ni principios en lo presente... Han rebajado y
vulgarizado cuanto han tocado; y hasta la guerra, salvaguardia extrema de la
honra y lábaro del patriotismo, no ha sido para ellos sino un arbitrio de despojos
y fructuosas anexiones.” En estas palabras de Groussac, pronunciadas
vehementemente en el Club Español de Buenos Aires al principio de la guerra,
late la furia del euroargentino -a más francés- frente a un poder que conoce y
teme tanto como culturalmente desprecia, sentimiento que de algún modo
podemos encontrar aún hoy día.52
De la nutrida correspondencia recibida por el Gral. Roca, entonces en plena
campaña presidencial, surgen opiniones luminosas de algunos de los más
notables personajes de la cultura, las letras y las fuerzas armadas de aquella
Argentina orgullosa, exponentes de la “Generación del 80”. Conste que la
guerra hispanoamericana estaba tan lejana, que el común de la gente mezclaba
confusamente sus emociones con las más inmediatas del litigio con Chile y la
campaña política de Roca. Pero los argentinos que estaban en el exterior veían
las cosas muy claras.
Desde Madrid el 17/4/98, uno de los hombres más brillantes de la
Argentina de entonces, Vicente Quesada, a la sazón diplomático en la capital
española, le confiesa a Roca: “Soy ahora partidario de los gobiernos fuertes y
deseo que haya un plan de política internacional que nos libre de las continuas
imposiciones de políticos sin criterio propio. El triste ejemplo de este país me
está mostrando el peligro del aislamiento internacional, viviendo de concesiones
que, en vez de calmar las pretensiones del extranjero, las aumentan. Creo que la
guerra con los Estados Unidos es inevitable, a no ser que la casualidad o la
Providencia lo impidan”
París 10/4/98 (de regreso de Niza) Cosme Massini escribe desde el “Hotel
de la Grande Bretagne”: “En cuanto a la cuestión de España-Norteamérica,
cuando ésta llegue estará resuelta ¿como? Sería aventurado vaticinarlo. Me
hallo en un aprieto: indignado ante la mala fe yanqui, insinué que si había
guerra me enrolaría en el Estado Mayor de España. Si hay guerra no será de un
día. Los yanquis lo que quieren es Cuba (qué demonios!) Porque Cuba es la
llave, el Gibraltar del golfo de Méjico...”
El 11/4/98, desde el mismo lugar, nuevamente Massini a Roca: “No le
hablaré de Cuba, ni de Dreyfus ni de la China, porque el telégrafo rectifica o
desmiente casi siempre a los augures. Sigo pensando que este afán por
conservar la paz está diciendo que la guerra es una inquietud”
Carta para Roca fechada en París, del 21/4/98: “Por aquí no hay más
preocupación por el momento que por la guerra Hispano Americana. Esta gente
74
conoce muy bien lo que pasa fuera de Europa; hasta ayer la mayoría y aún la
Cancillería creía poder evitar la guerra. No comprenden que dados los
antecedentes y las tendencias del conflicto, y el carácter de los dos pueblos el
choque era fatal e irremediable. Será probablemente una guerra naval y quien
pierda el dominio del mar tendrá que ceder. Por el momento el cheque nos
favorece- todos los títulos bajan porque el dinero espera mejor colocación en
papeles de EE.UU”. Firma la misiva Miguel Cañé, a la sazón adscrito a la
embajada argentina en Francia.
Miguel Cañé estaba en la legación argentina en Madrid los años previos a
la guerra, antes de pasar a la de París en 1898. Resulta interesante relevar las
opiniones que tenía sobre aquella España, que vertía cotidianamente en sus
informes de funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores. Consideraba a
la Reina Doña Cristina un ejemplo de tacto y cordura, consagrada a una alta
misión. Frente a los dos partidos serios de gobierno que había entonces en
España, veía el mar de fondo de una sociedad insatisfecha y efervescente. “No
hay cálculo ni previsión humana posible allí donde un puñado de soldados se
subleva en un cuartel y atraviesa las calles de la capital dando gritos sediciosos
y asesinando a su paso”, señala en un comunicado a su gobierno del primero de
diciembre de 1896. Y el 11 de mayo del siguiente año, apunta una observación
que con el tiempo estaba destinada a devenir profética: “España es el país
menos preparado para la República y el ejército en la actualidad es contrario a
ese régimen; sólo se vería un cuadro de luchas intestinas sin término en el caso
que la actual dinastía fuera derrocada”.
También había visitado Cañé los Estados Unidos antes de la guerra, en
1882. Había vislumbrado el poderío de la joven nación, sus virtudes y defectos.
“América para los americanos, es la fórmula precisa y clara de Monroe. Si por
ella se entiende que Europa debe renunciar para siempre a todo predominio
político en las regiones que se emanciparon de las coronas británicas, española
y portuguesa... estamos perfectamente de acuerdo. Pero ¿se trata de eso? Piensa
hoy seriamente algún gobierno europeo en reivindicar sus viejos títulos
coloniales- ? Seamos serios, nadie atenta contra la independencia de América,
y para los más desatinados aventureros o ilusos está vivo aún el recuerdo de
Maximiliano... ¿Qué significado actual, real, positivo, tiene hoy la famosa
doctrina? Simplemente éste: la influencia norteamericana en vez de la influencia
europea, el comercio americano en vez del europeo, la industria americana en
vez de la de Europa— Es una aspiración nacional, egoísta en su patriotismo,
exclusiva en su ambición, pero que no está revestida de los caracteres de un
principio de justicia capaz de imponerse a la América entera”.
Nuevamente desde París, el 18/5/98, Miguel Cañé dice a Roca: “La guerra
(con Chile) sería abominable. Hemos de evitarla en cuanto sea decorosamente
75
posible. La otra guerra, la Hispano Americana, es una calamidad para nuestra imágenes en rotograbado de las unidades más significativas de las flotas
raza y para nuestro continente. Felizmente, estamos muy lejos de los EE.UU y comprometidas en la guerra, así como del Várese, comprado en Italia, el San
la alcachofa tiene muchas hojas para comer antes de nosotros”. Martín y otros buques de la Armada Argentina.
El 6/5/98, desde el “Hotel Victoria” de Londres y antes de embarcarse En carta fechada en Barcelona el 21/5/98 y firmada por “Un buen
para Nueva York, escribe Martín García Merou, quien desempeñó la Legación argentino” (seudónimo de Guido y Spano) se le dice a Roca: “Causa pena ver
Argentina en la capital norteamericana entre 1895 y 1900, y conocía bien a los que mientras los anglosajones de todo el globo procuran unirse para tiranizar el
Estados Unidos: “Estoy ansioso por llegar de una vez a Washington y seguir de mundo en beneficio de su raza, nosotros sigamos divididos en microscópicas
cerca el desenvolvimiento de las operaciones de guerra. Como ve Ud. mis repúblicas enemigas unas de otras y casi siempre dispuestas a zaherir a la
previsiones se han realizado. La pobre España ha recibido ya los primeros gloriosa España, nuestra madre común. Infinita tristeza me inspira la tirantez de
golpes y dejará en la partida los restos últimos de su poderío colonial. Para los relaciones entre nuestra amada patria Argentina y la próspera Chile. No, Sr.
EEUU, los resultados de la campaña tendrán una trascendencia histórica Presidente, de ninguna manera conviene una guerra fratricida entre pueblos
excepcional. La adquisición de nuevos territorios, en brusca irrupción en el hermanos. Debemos fortificarnos, debemos armamos, debemos tener una
dédalo internacional del extremo oriente, obligarán a aquel país a iniciar una potente escuadra e instruir bien a nuestros hijos, pero no para desgarrar a
nueva política de expansión exterior, apoyada por una escuadra poderosa y un nuestra raza sino para defendemos de ingleses y yanquis, que son nuestros
fuerte ejército permanente. Sólo el tiempo puede mostrar las consecuencias y enemigos... Es hora ya de formar una gran federación latina europea y
complicaciones que traerá la invasión del nuevo poder en medio del llamado americana para defenderse de la rapacidad anglosajona. Después de Cuba
concierto de las grandes potencias europeas”. Un mes después seguirá llamando atacarían Méjico, después Centro América, luego Colombia y luego Sud
“insensata” a esta guerra. América. Este es su plan: América para los americanos o el Nuevo Mundo para
El 7/5/98: “Neutral yo también, como ciudadano que volvía a ser el año heredad de los yankees”.
pasado cuando vivíamos en Madrid, nada quiero decir de la presente guerra con Aún considerando la posición subjetiva del autor de esta carta, asombra la
los EE.UU. Tengo por obvio que Ud. y yo hemos de pensar lo mismo y que, lucidez con que encara la posibilidad de crear un “gran espacio” iberoamericano
como a mi, no ha de haberle sorprendido el desastre de Cavite”. Firma Don -con un siglo de anticipación-, y la capacidad para fijar un enemigo que sirva de
Francisco de Alba y Fruzado. contraimagen y apoyo para el logro de esta unidad.
17/5/98 (Reservada) Embajada de la Rep. Argentina. Vicente Quesada Desde Londres, Clodomiro Urtubey, un marino argentino veterano de la
escribe nuevamente a Roca desde Madrid: “El gobierno español no pudo ser Guerra del Paraguay, que se había formado en España y ahora era parte de las
más condescendiente con las indicaciones y exigencias yanquis, al extremo que comisiones para la compra de nuevas unidades para la Armada, le escribe a
otorgada la autonomía, constituido un gobierno insular con facultad para Roca el 26/5/98: “La guerra de Cuba ha venido a entorpecer mis planes de viaje
celebrar tratados de comercio, los EE.UU habían obtenido cuanto pudieran a La Habana... Creo innecesario decirle que todas mis simpatías están por
desear para asegurar un comercio favorable y ventajoso. Sin embargo, todas las España. Independientemente de la sin razón de los EE.UU, tengo por los
concesiones fueron ineficaces, precisamente por la prédica guerrera y levantisca españoles cariño, engendrado cuando, todavía muy joven, fui admitido en su
de los diarios yanquis, y la guerra es hoy una terrible realidad. España se colegio Naval Militar... Al pasar por San Vicente me encontré con la División
encuentra con un tesoro empobrecido, el crédito debilitado y con la necesidad del Alte. Cervera, de la que formaban parte varios de mis antiguos
de hacer frente a los enormes gastos de una guerra marítima y sin aliados que la compañeros... no dudo que han de aumentar las inmarcesibles glorias de la
favorecieran en el conflicto”. Armada Española... Pero son tan poderosos los elementos contra los que
Ante la posibilidad de una guerra con Chile, Quesada señala al pasar que la tendrán que luchar! Quisiera equivocarme en mis pronósticos, pero al salir de
Argentina está sin armas y con preparación insuficiente. Es menester observar San Vicente dejando a la División Española lista para hacerse a la mar, me
que la situación con el vecino país derivaba claramente a un casus belli, y que sentía conmovido hasta las lágrimas, pensando en la suerte que corrieran los
las experiencias de las campañas navales de Filipinas y el Caribe eran seguidas valientes marinos entre los que tantos amigos tengo”.
con detenimiento por los expertos y los políticos a ambos lados de la cordillera. La opinión de un hombre realista y pragmático, siempre al mismo
La prensa porteña, singularmente La Nación, proporcionaba datos técnicos e destinatario: “En estos momentos, y en aquellos que pueden venir, recién se
76 77
comprende que el crédito vale tanto como los cañones. Todo el mundo cree hoy
confiadamente en el poder de EE.UU, no porque su escuadra y su ejército sean
superiores a los de España, sino porque tiene recursos y, sobre todo, crédito...”
Firma Carlos Pellegrini, desde París el 21/5/98.
Otra misiva de Quesada, donde además de felicitar a Roca por su triunfo
electoral, señala: “En la presente guerra, la prensa de los EE.UU y el orgullo de
la española... cuando esta nación ni estaba preparada ni tenía dinero para
hacerla, me demuestra cuán terrible es la imprevisión en la política. La prensa
chilena y parte de la argentina están procediendo de la misma manera,
olvidando que las guerras necesitan muchísimo oro, carbón y fuerzas militares,
sin las cuales la Armada es una carga y no una ventaja... Los españoles en el
quijotismo de Cánovas del Castillo pretendiendo que los ministros suscriban
una peseta por español me alarma más que la guerra en Cuba suponiendo que
las posesiones en Antillas y Filipinas sean devueltas a España al celebrar la
paz” . Firmada en Madrid el 20/6/98. (El subrayado es de Quesada).
Terminado el conflicto, en carta de Alba Fruzado a Roca (15/8/98) se
criticaba abiertamente a la clase dirigente española: “El desenlace de la guerra y
su marcha desde que empezó ha revelado aún a los extraños que España tenía
una miserable oligarquía de generales y politicastros. Los Balcanes y las
Canarias son codiciadas por la Gran Bretaña y regiones enteras como Cataluña
se incoiporarían de buen grado a Francia”. Las referencias a la descomposición
interna española no eran para nada descabelladas.54
En resumidas cuentas, las opiniones de estos prohombres argentinos no
diferían mucho de las de los europeos en general. Posteriormente a estos juicios,
la Argentina ha seguido las generales de la evolución histórica. En ambos
conflictos mundiales, la neutralidad argentina significó todavía un desafio a la
política internacional de Washington, sobre todo en la Segunda Guerra, cuando
Spykman se lamentaba de la oposición argentina al panamericanismo activo,
antagonismo ya expresado en la Conferencia de Buenos Aires de 1936. Incluso
durante el gobierno peronista de 1946-55 se desarrolló tecnología aeronáutica y
militar a partir de técnicos alemanes emigrados -al igual que lo hicieron EE.UU
y la U.R.S.S-, y se intentó gestar un incipiente “gran espacio” iberoamericano a
partir del ABC, una política concertada entre Argentina, Brasil y Chile en
abierto desafío al monroísmo digitado desde Washington.
Esta actitud fue cambiando, especialmente luego de la década del
cincuenta, hasta culminar en el alineamiento con los Estados Unidos, la
condición de aliado extra de la OTAN, la presencia de sus “cascos azules” en
los distintos escenarios de la globalización, y todos aquellos aspectos que la
Generación del 80 ni hubiera imaginado ni mucho menos aceptado.

78
De 1898 al Golfo y los Balcanes. Un siglo de globalización

Se han dado todas las justificaciones posibles de las razones por las cuales
EE.UU combatió a España, porque es difícil encontrar una razón terminante
valedera, si bien existen diversas explicaciones que, como se ha visto, giran en
torno del impulso mesiánico estadounidense.
Se puede argüir, y es correcto hacerlo, que los poderes indirectos fueron los
auténticos impulsores de aquella guerra, y probada está su responsabilidad en la
actual globalización. A partir de la fratricida Guerra de Secesión, estos poderes
indirectos, pretextando la defensa de los más sublimes ideales en nombre de la
“humanidad”, embarcaron al laborioso y ordenado pueblo norteamericano y sus
enormes recursos en sucesivos conflictos internacionales, con el objeto principal
de la consecución y mantenimiento de sus propios beneficios.
El concepto de “guerra justa”, inaugurado en el enfrentamiento por la
cuestión de Cuba -que culmina en la discriminación del adversarte como
depositario del mal-, acompañará esta empresa comercial y financiera desde
1898 hasta el presente. El aprovechamiento de un movimiento emancipador con
fines de engrandecimiento político y económico del poder nacional
estadounidense y de su constelación de poderes, resultará evidente desde
entonces. La apoyatura ideológica de tipo mesiánico, de raíz calvinista y
maniquea -yo soy el salvado y puedo dar la libertad, la salvación a los demás-,
unido a la doble moral -el remplazo de la salvación por el business y la
búsqueda del p r o fit- asoman acabadamente en la guerra hispano-cubano-
filipino-norteamericana.
Sin embargo, es injusto detenerse sólo en dichos aspectos, y resultaría un
examen parcial la sola lectura de esos elementos. Por una resultante de causas,
varias de las cuales se han tratado en esta reflexión, la Unión americana había
alcanzado su eclosión como poder mundial a fines del siglo pasado, y era
evidente la autoimagen de ese poder, la visión síquica que la sociedad
norteamericana tenía de sí misma en ese instante histórico. La dinámica
expansionista surgía naturalmente, del modo fresco y espontáneo que tienen las
fuerzas emergentes en la historia cuando les llega la hora.
Pensadores de renombre como Max Weber y Oswald Spengler, entre otros,
consideraban que al hombre, frente al acontecer, se le presentan dos
alternativas: o los valores humanos se realizan en un proceso histórico, o el
manejo y el desenvolvimiento de dicho proceso no respeta las instituciones
humanas, es decir no tiene realmente un sentido. Ellos pensaban esto último. Si
se considera la evolución del empíreo mundial en el último siglo, es fácil
sentirse inclinado a las tesis de mentes tan lúcidas y poderosas.
Sin embargo, sin razonar acerca de una posible teleología de 1a historia -
79
que no es motivo de este trabajo-, importa destacar que el fenómeno de
globalización ha seguido una evolución coherente e implacable. Es el producto
de un lógico desarrollo sociotecnológico -acerca del cual Ernst Jünger y tantos
otros nos enseñaron que era ocioso reflexionar sobre la bondad o maldad del
acontecer-, cuyo pilar es el monopolio de las finanzas, la tecnología, las
comunicaciones y los servicios por parte de un occidente cada vez más
americanizado y -como diría Cari Schmitt- acompañado de la consiguiente
“neutralización de la cultura”.
Obviamente, el proceso sociotecnológico orientado al one world no dejó de
tener grandes resistencias y altibajos, aunque se reveló hegemónico casi desde
el principio. Cierto es que occidente ha inficionado el planeta entero, pero existe
la certidumbre de que el proceso de globalización está llegando a sus límites, sin
haber conseguido su objetivo de homogeneización cultural, como los más
optimistas futurólogos de los setenta preveían. Bien resulta que la aldea global
no se ha consolidado mas allá de las comunicaciones y ciertos valores
impuestos desde los centros productores de sentido; en el plano político y
cultural se están dando algunas de las mayores batallas, entre la tendencia
globalizante y diversos diques de contención y resistencia.
La idea de decadencia es inseparable de la de globalización. Aunque un
estudioso joven como Arthur Hermán considere que esta idea es una
construcción de los intelectuales, él mismo facilita una visión de la declinación
específicamente norteamericana. Henry y Brook Adams eran miembros del
círculo bostoniano que incluía a Cabot Lodge, Beveridge y Teddy Roosevelt.
“La civilización que no avanza decae”, escribió Brook en 1900; la idea del
imperialismo como renovación continua es central en el pensamiento de Teddy
Roosevelt.
Pero Henry y Brook Adams no coincidían en cuestiones de fondo. Brook
trataba escépticamente la idea, largamente aceptada por los historiadores, que la
civilización occidental estaba destinada al progreso indefinido. Pero tomó la
incipiente guerra con España como una prueba de que su original teoría de la
concentración monetaria había sido prematura; la distribución final de las
fuerzas y energías globales aún no se había alcanzado. Consiguiendo colonias
de una civilización moribunda (España) y suplantando el poder económico de
otra (Gran Bretaña), los EE.UU podían postergar el comienzo de la decadencia
también en forma indefinida. En el futuro combate darwiniano por los recursos
del planeta, serían puestas a prueba máxima las energías y recursos de las
civilizaciones modernas. Si la expansión cesara, la única salida posible para esta
energía vital sería la competencia económica, que sólo beneficiaría a los
capitalistas.
Henry, contrariamente, consideraba la guerra hispanoamericana y el
80
jingoísmo como partes de las mismas fuerzas corruptas que se habían puesto en
movimiento en la guerra de 1812, y vio el ascenso de los EE.UU hacia el
globalismo como una evidencia de su decadencia. Constituye el reverso de la
misma moneda que conforma con su hermano; pero es evidente que la
manifestación de la política estadounidense sigue más las generales de' Brook.
En su Law of Civilizations on decay, Brook enfatizó no sólo la influencia de la
economía y la geografía en la historia de los Imperios, sino que profetizó la
declinación británica, el ascenso alemán y la ruptura del equilibrio de poder
europeo que había sido paciente y laboriosamente mantenido después del
Congreso de Viena.
Pero lo más significativo es que, si bien la expansión de los EE.UU se
benefició grandemente de esa ruptura de equilibrio y la consiguiente Gran
Guerra civil europea, y posteriormente con el suicidio final del Viejo Continente
en 1939-45, esa expansión comenzó a tener su entropía a partir del desafío de la
vastedad de los grandes espacios asiáticos y euroasiáticos. Además, creaciones
como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), bajo virtual
dominio norteamericano, y la capacidad panintervencionista del Tío Sam a
escala planetaria, no oscurece la realidad de que las grandes transnacionales
económico-financieras y de comunicaciones y servicios han sido las verdaderas
vencedoras de este siglo, especialmente a partir de la postguerra fría, incluso por
sobre el propio poder del gobierno norteamericano. Hoy, no se sabe quién toma
realmente las decisiones en política internacional, si los gobiernos o las bancas,
las bolsas o el mercado. Una vez más, la advertencia de Brook y la denuncia de
Henry se hacen evidentes.
La continua oscilación entre expansionismo imperialista y autocrítica
despiadada será una constante en la política exterior estadounidense, que se
traducirá en el péndulo entre panintervencionismo y aislacionismo. Bien dice
Lemer: “como todos lo que creen mesiánicamente en una idea, los
norteamericanos no comprenden porqué el resto del mundo no la adopta. No
obstante, el censor autocrítico que les infunde el temor a las causas absolutas, y
que los desilusiona cuando sucumben a ellas, los obliga a retraerse”.5í
Los mayores obstáculos al one world y al politicaly corred lo constituyen
tanto los nacionalismos como los fundamentalismos -aquí Samuel Huntington
da en la clave-, y es sintomático que un hombre de negocios como George
Soros, ante la imposibilidad virtual de un estado mundial, proponga en sus
escritos una suerte de control internacional -especialmente económico- basado
en una justicia global por encima de las fronteras, acompañada de un
correspondiente mecanismo fiscalizador y correctivo. Constituyen intentos de
estabilización y mantenimiento de un sistema en crisis, en el cual los verdaderos
actores son los poderes indirectos antes que los Estados nacionales. De
momento, pareciera que vivimos en un mundo, -luego del fin de la guerra fría y ;
del bipolarismo- ni unipolar ni multipolar, sino apolar, donde una serie de
grandes espacios en formación están luchando por consolidarse.
A partir del triunfo sobre España, los EE.UU, cautelosamente al principio, j
de manera más evidente con el paso del tiempo, expandieron la Doctrina
Monroe hacia el este y el oeste. Tal como lo había considerado Lodge, y
refrendado Bismarck al señalar la lengua común como el acontecimiento más ¡
importante para el logro de la alianza angloamericana, los EE.UU utilizaron |
como cabeza de puente en el Viejo Continente a la Rubia Albión, a la cual en ;
dos oportunidades salvarían de sucumbir. De algún modo, entre 1914 y 1945, se
produce un creciente trasvasamiento del poder imperial británico a manos j
norteamericanas. ■
Si atendemos las causas efectivas de la entrada de EE.UU en ambos
conflictos mundiales, veremos que tienen una raíz marítima, lo cual engrandece j
aún más la presencia de Mahan en la historia intelectual norteamericana. Uno es .
el caso del Lusitania, transatlántico inglés en el que viajaban varios
estadounidenses, algunos de ellos muy importantes (además de llevar munición ;
de guerra) hundido por un submarino alemán en 1915, acontecimiento que
aprovechó la prensa sensacionalista para crear en la Unión el consenso para ;
intervenir. El gobierno de Woodrow Wilson justificó que EEUU fuera a la
guerra con palabras similares a las de McKinley: “Estamos felices de luchar por
la paz definitiva, por la libertad de todos los pueblos del mundo, para garantizar ¡
la democracia en el mundo... Nos alineamos con los derechos de la
Humanidad”. Por supuesto, también se iba a la guerra para expandir e imponer
la industria, el comercio y las finanzas norteamericanas. ’
El otro aspecto es la conducta marítima estadounidense durante el siguiente )
conflicto mundial. Mediante la denominada Ley de Préstamos y Arriendo, los i
norteamericanos proporcionaron decenas de destructores a bajo costo a los ¡
ingleses, amenazados por la campaña submarina germana en los primeros años ;
del conflicto. Posteriormente, los propios buques de guerra de EE.UU, pese a ,
ser neutrales, escoltaron a los convoyes en abierta provocación a los alemanes.
La culminación fue el ataque japonés a Pearl Harbour a f ines de 1941 -colofón 1
del choque por el dominio marítimo en el Pacífico entre el Tío Sam y el Imperio
del Sol Naciente-, en circunstancias muy controvertidas, ya que Washington ;
estaba en posesión de las claves japonesas, y algunos historiadores, incluso
americanos, han señalado que el presidente Franklin D. Roosevelt estaba al
tanto del ataque, y lo aprovechó para galvanizar la voluntad de la nación, I
fuertemente aislacionista, e intervenir en el conflicto.56 ;
Hay un continuo entre el primer “recuerden” -Remember The Alamo, que
fue el leit motiv de la guerra con Méjico, el Remember The Maine y el
82
Remember Pearl Harbour. Trasciende el marco de este ensayo, pero es
innumerable la bibliografía que estudia el accionar de la prensa y los medios de
difusión, los grupos de presión de la élite y los poderes indirectos en la política
internacional del gobierno de los EEUU en los grandes eventos del siglo, desde
ambas guerras mundiales hasta los incidentes del Golfo de Tonkin y del Golfo
Pérsico.
En 1896se creó el cinematógrafo. La prensa amarilla norteamericana
comprendió de inmediato las ventajas del enorme efecto comunicativo de las
imágenes del cine; en 1898 hicieron algunos cortos pretendidamente
documentales, con la intensión de teñir de patriotismo y heroísmo la campaña
del Caribe y las Filipinas. El enemigo hispano fue presentado como
desorganizado y cobarde, huyendo en tropel ante la atildada presencia de las
fuerzas de la Unión. En un cuarto de baño neoyorquino, con siluetas de cartón
movidas por hilos y un fondo de humo de tabaco se montó un engaño histórico
simulando la batalla naval de Santiago de Cuba. Los verdaderos reporteros
recogieron imágenes muy distintas de la auténtica guerra.
De todos modos, este conflicto también inauguró una constante de la
centuria siguiente: la manipulación de imágenes y la confección de fotos y
filmes fraguados. En la campaña patriotera consiguiente, el gobierno
norteamericano creó distintos tipos de condecoraciones y distinciones por actos
de servicio, utilizando hábilmente los hechos de arrojo de sus ciudadanos para
contribuir a la justificación de su política intervencionista. No hay noticias de
que algún cubano, filipino o portorriqueño haya recibido condecoración alguna
por su contribución a la lucha común contra España.
Lo que importa destacar es que empero,
en 1898, el periodismo preparaba la opinión pública con sus noticias
truculentas, que parcializaban y bastardeaban la Verdad, pero el honor existía
entre marinos y militares, vencedores y vencidos. Con el tiempo, la
discriminación terminó alcanzando a políticos y militares. Existe un abismo
entre el trato dado al Alte. Cervera y su hombres, y los Juicios de Nuremberg y
Tokio, entre las negociaciones de París y de Yalta.
Si bien personajes como Lodge y Teddy Roosevelt eran reconocidos por
pertenecer al Morgan Hill, no significaba que su amistad con el banquero
vulnerara su servicio a la nación; en todo caso aquellos políticos compartían el
poder con los grandes empresarios y financistas, y nunca dejaban que sus
relaciones privaran sobre el interés nacional. Digan lo que digan, su patriotismo
es evidente. Basta recordar que el fin del siglo XIX es la época en que se
combinaron las grandes masas de capital formando los Trust, y que Teddy
Roosevelt, en su segunda administración, ordenó la investigación del activo y
de los métodos comerciales de las grandes corporaciones financieras (algo
83
similar quiso hacer John F. Kennedy mucho después). Pero rápidamente esta tras la ruptura del balance de poder que trajo aparejada la Gran Guerra y la
situación degeneró. ineptitud de la Sociedad de Naciones para restablecerlo, apareció en Europa una
Con la Gran Guerra, en la mayoría de los países una prensa más o menos nueva filosofía, que remplazaba el mito del Hombre Económico -factor
libre fue sustituida por otra sometida a censura, dirigida y manejada para fundamental del capitalismo y del marxismo- por el mito del Hombre Heroico.
condicionar conciencias y voluntades. La potencia económica siempre se había En el nuevo mito movilizador, los deberes estaban por encima de los derechos,
apoyado en la prensa; en 1930 el financista y traficante de armas Sir Basil la vida era sacrificio por los demás antes que egoísmo, y la comunidad era
Zaharoff dominaba más de veinte periódicos en Europa, llegando a su apogeo superior al individuo. “Es un error común y estúpido -decía Drucker- ver en la
como árbitro de la política del Imperio Británico. La Conferencia de 1929 de la exaltación del sacrificio en el totalitarismo una mera hipocresía, autodecepción
Sociedad de las Naciones para tratar las deudas de guerra e imponer un o propaganda ruidosa. Fue el producto de una profunda desesperación. Como
concordato, estaba formada casi exclusivamente por técnicos y expertos en los nihilistas de la Rusia de 1880, en Italia y en Alemania no fueron los peores,
economía internacional, en su mayoría directores de grandes bancos, sino los mejores elementos de la generación de postguerra quienes se negaron a
independientes supuestamente de toda influencia política y de los intereses de comprometerse con un mundo sin valores genuinos”.
los pueblos mismos. Esta Conferencia, que debía tratar problemas europeos, fue Resulta secundario en esta reflexión señalar la confusión de ideas, los
presidida, sin que mediara explicación alguna, por Mr. Owen Young, financista errores cosmovisionales, las obsesiones creadoras de “antitipos” y la violencia
norteamericano que había apoyado la campaña del presidente W. Wilson. La surgida de esta efervescencia social, política y cultural. Basta apuntar que la
idea central fue la creación de un Superbanco por sobre la soberanía de los gran tragedia de 1939-45 también debe ser explicada a la luz de esta oposición
Estados, mero instrumento de la finanza internacional. Varios parlamentarios feroz entre el “Hombre Económico” y el “Hombre Heroico”. La tesis de
europeos, asombrados por esa actitud inconsulta, protestaron sin ser escuchados. Drucker, para una mejor comprensión, ha de ser complementada con otras,
Desde entonces, las decisiones de la alta finanza internacional dejaron de ser como las de “nacionalización de las masas”, de George Mosse, y de “guerra
discutidas. civil europea” de Emst Nolte, que no es del caso desarrollarlas aquí.
Consecuentemente, hubo reacciones terribles. La revolución ideológica y La Segunda Guerra Mundial fue no sólo un encuentro cosmovisional sino
política surgida en Europa -también en Extremo Oriente-, entre ambas guerras un combate por la supremacía terrestre entre el III Reich y la Unión Soviética, y
mundiales, no fue más que la rebelión de naciones y pueblos y sus tradiciones por la supremacía marítima entre el Japón y los Estados Unidos; todos los
particulares, frente a la fuerza anónima de homogeneización econóiñica por demás se movieron al compás de esos cuatro colosos. Interesa aquí, en orden a
parte de los poderes conexos a la expansión financiera con base en el mundo nuestra línea de pensamiento, señalar dos aspectos de la política norteamericana
anglosajón. Cari Schmitt ha definido el segundo conflicto mundial como la en el conflicto. El primero es la “rendición incondicional”; el segundo el “Plan
lucha entre un gran espacio de poder europeo, liderado por la potencia alemana, Morgenthau”.
frente a dos principios panintervencionistas: el comunismo soviético, con la En enero de 1943, dos meses después de poner los Aliados pie en África, el
consecución de la dictadura del proletariado en todo el orbe, y el capitalismo presidente Franklin Roosevelt y el Premier Winston Churchill se encontraron
angloamericano, con la imposición de la economía libre de mercado y la en Marruecos; Stalin fue invitado pero no asistió. En las reuniones con la
democracia liberal en el mundo. Era la consecuencia de la última línea global, la prensa, el presidente de la Unión usó una expresión tomada directamente del
concepción “hemisférica” implementada por los EE.UU.57 Spykman fue el gran Gral. Grant al iniciar su tristemente célebre “larga marcha” de la Guerra de
impulsor de la geopolítica hemisférica norteamericana; se trataba de romper el Secesión: “rendición incondicional” (“El plan de guerra -dijo Roosevelt-
cerco del Mundo Antiguo sobre el Nuevo Mundo, donde EE.UU encabezaría un propone la rendición incondicional de las potencias del Eje”). Si la intención era
frente común contra Europa. Este pensamiento sigue vigencia en la política avisar a Stalin que los anglonorteamericanos estaban dispuestos a luchar hasta
mundial de Washington. el fin, el efecto fue infortunado: inexistente en el léxico del ius publicum
Pero hay otra cuestión aquí, que una vez más señala la importancia del europeo, impulsó a Alemania a una resistencia a ultranza -también al Japón-, de
trasfondo espiritual que toda época esconde tras los emergentes políticos, en modo que, al no distinguir gobernantes de gobernados, consiguió que
este caso, los nuevos desafiantes del orden internacional estructurado en prácticamente la totalidad de la población germana -y japonesa-, acosada desde
Versalles. Peter Drucker, hombre lúcido, hace tiempo lo señaló, al afirmar que, todos lados y por los bombardeos, cerrara filas con el régimen aún sin quererlo.
84 85
Nosotros creemos que fue intencional: el gobierno norteamericano inauguraba a
nivel mundial el estilo de guerra que el Norte había impuesto al Sur; es decir
quebrar totalmente la voluntad del adversario imponiéndole absolutamente sus
condiciones o aniquilarlo.
Infortunada también, por sus efectos en el endurecimiento de la resistencia
alemana y la tragedia posterior, fue el aval dado por Roosevelt y Churchill, en
setiembre de 1944, al denominado “Plan Morgenthau” para el tratamiento de la
Alemania de post-guerra. El programa consistía en la eliminación de las
industrias germanas y en la conversión del país a una nación primariamente
agropecuaria. Era idea del Secretario del Tesoro, Henry Morgenthau, quien
convenció a Roosevelt a pesar de la oposición de hombres como Hull y
Stimson; los ingleses aceptaron a regañadientes, como parte del compromiso
contraído con los norteamericanos. La consecuencia fue que, como efecto del
plan, centenares de miles de alemanes fueron condenados a la inanición, cosa
que ha permanecido casi oculta prácticamente hasta hoy.58
El proceso socioteconológico frío, cínico e inevitable, como diría Ernst
Jünger, desenmascaró la violencia criminal inherente a nuestro siglo. Han sido
los sistemas totalitarios, el comunismo y el nazifascismo, quienes encamaron
arquetípicamente esta criminalidad desbordante, pero hay que admitir que la
violencia connatural a estos fenómenos políticos había sido claramente expuesta
en sus propias bases revolucionarias, ideológicas y doctrinarias. En cambio, el
demoliberalismo anglosajón había incurrido en una criminalidad y violencia
incompatible con su combate en nombre de la libertad y la justicia. Una cosa no
desmiente ni justifica la otra.
Luego del fin de la Segunda Guerra Mundial y el triunfo del hombre
económico, visto que Stalin no estaba dispuesto a abandonar las premisas de
revolución mundial para el logro del Comunismo, habiendo llegado a un
ambiguo pero firme acuerdo de condominio compartido del planeta en la
Conferencia de Yalta, surgió un conflicto negociado que se conoció como
"guerra fría”, consolidado al amparo del techo atómico de los armamentos.
Entonces, la política concertada entre las dos grandes potencias consagró el
bipolarismo. Las Naciones Unidas, surgidas al fin del conflicto, estaban bajo
virtual control de EE.UU y la U.R.S.S. En los vaivenes de este juego mundial,
las fuerzas que se movieron en el tablero de ajedrez planetario terminaban, de
una u otra forma, siendo peones de ambos polos de poder. La guerrilla, tanto
rural como urbana, en las periferias del mundo y los represores de la “doctrina
de seguridad nacional” han sido las dos caras de una misma tragedia dialéctica.
Es lo que Nolte denominó “guerra civil mundial”, como continuación de la
guerra civil europea.
En el caso de Iberoamérica -y el resto del que fuera llamado Tercer Mundo
86
hasta la caída del Muro de Berlín-, el poder de Washington, con la colaboración
activa de la CIA, fue el factor esencial en la caída de numerosos gobiernos,
implementando asimismo diversos mecanismos de represión contra los distitnos
movimientos que pretendían constituirse en fuerzas de autodeterminación
nacional. La caída de Arbenz en Guatemala, la imposición de las dictaduras
corruptas de Batista en Cuba, Trujillo en Dominicana y Marcos en Filipinas, así
como los golpes de estado que llevaron al poder al General Pinochet en Chile y
a la Junta Militar en Argentina, deben contabilizarse en el haber de la política
norteamericana en esta “guerra civil mundial”.
Chomsky sostendrá que “las juntas militares de América y Asia son
nuestras juntas. Muchas de ellas fueron directamente instaladas por nosotros o
son directamente beneficiarías de nuestra intervención directa, y la mayoría de
las demás surgieron con nuestro apoyo tácito, utilizando entrenamiento y equipo
militar proporcionado por los Estados Unidos. Nuestra subversión e
intervención masiva se ha limitado casi exclusivamente a derroca» a
reformadores demócratas y radicales; rara vez hemos ‘desestabilizado’ a
regímenes militares, por más corruptos y terroristas que fuesen”.59
Los conflictos de Corea en la década del cincuenta y de Vietnam en la del
sesenta demostraron las limitaciones de la guerra democrática. En un país donde
la opinión pública tiene mucho peso, como los EE.UU, las imágenes de tantos
muertos brindadas por una televisión libre, condicionaron la política interior
norteamericana y contribuyeron al aislamiento y a la voluntad de derrota que
anidaba en vastos sectores de la población. Conscientes de ello, a partir de
Grenada, la información fue sometida a cierta censura y se trató de conseguir,
por todos los medios, la rendición del adversario de tumo por medio de una
tecnología militar altamente sofisticada -que impidiera el combate entre fuerzas
terrestres-, acompañado del aislamiento político internacional del adversario y
su demonización.
El pólice bombing -bombardeo policíaco desde el aire- y el bloqueo serán
las principales armas de los EE.UU y sus aliados -voluntarios e involuntarios-
europeos. Para acompañarlo de una opinión pública domesticada y favorable, se
hizo necesario un complejo mecanismo internacional de seguridad colectiva,
siempre liderado por los estadounidenses, en el cual compartir el peso del
liderazgo mundial consecuente a la caída del Muro de Berlín y la autodisolución
soviética. Este mecanismo tiene tres características esenciales: discriminación
del adversario, que como en toda represión policíaca -en este caso a escala
planetaria- queda reducido de jefe de Estado a la categoría de gángster o
criminal internacional, sea Saddam Hussein o Milosevic; desproporcionalidad
en el uso de la fuerza, es decir se puede aplicar todo el peso de las armas
modernas sin protesta de la comunidad internacional, pues se actúa sobre
87
alguien que supuestamente está al margen de ella; dilución de la responsabilidad
política y militar en la fuerza punitiva de seguridad colectiva.
El accionar político y militar en nombre de la “humanidad” -que fue el
argumento de Me Kinley para intervenir en los asuntos de España en Cuba- se
convirtió, en un siglo, en práctica cotidiana del accionar político internacional
Y la vanguardia de este modo de ser y actuar lo constituye la concepción
atlantista que, primero, compartió el poder con las Naciones Unidas y que,
después, para evitar el veto euroasiático (Rusia y China) en el Consejo de
Seguridad de dicho organismo, prescindió olímpicamente de la ONU para
actuar directamente a través de una OTAN ampliada.60 La ampliación de la
OTAN no es sino la expansión del atlantismo en el gran espacio euroasíatico.
Y, en los hechos, la imposición de la Doctrina Monroe al glacis europeo,
tratando una región como los Balcanes como si fuera el Caribe.
Uno de los más conspicuos asesores en política internacional de los
Estados Unidos, el Prof. Zbigniew Brzezinski, ha sido el principal impulsor de
la idea de que si la Unión Europea se extiende hacia el este, también debe
extenderse su órgano de seguridad. Y dado que muchos de los países de Europa
occidental son miembros formales de la OTAN, organización en la cual los
EE.UU son el principal actor, es inconcebible dejar de considerar que los temas
de seguridad europea también hacen a la seguridad norteamericana.
Según Brzezinski, la reunificación alemana y la caída de los regímenes
socialistas en Europa del Este, unida a la desafortunada experiencia de la guerra
interbalcánica, aconsejaban la incorporación a la OTAN de los países europeos
centro-orientales e, incluso, de Rusia. (Hasta ahora los rusos han sido muy
reticentes). De este modo, una OTAN expandida aseguraría la paz frente a
cualquier problema que pudiera surgir en los Balcanes así como más al este.
Dicho "Plan para Europa" presume, obviamente, el liderazgo norteamericano,
único que puede ayudar a crear una Europa unida y confiable para el próximo
siglo. Bien visto, este plan supone la consolidación de la primacía
estadounidense en Europa y el control sobre la posibilidad de todo resurgir
nacionalista en Rusia y Europa Continental. (El tratamiento dado a Serbia es
sintomático).
Otro notorio especialista en política internacional, Henry Kissinger,
también sostiene que las relaciones transatlánticas de EE.UU son prioritarias
para el siglo XXI. El éxito o fracaso de la Unión Europea de conformar
definitivamente una unidad política, la posición de Rusia en el contexto
internacional y el grado de extensión de la OTAN signarán la política atlántica
de Washington. La ampliación de la OTAN -sostiene Kissinger- y, a su debido
tiempo, una zona transatlántica de libre comercio, constituyen las piedras
fundamentales de una empresa que representa un interés político fundamental
88 .
para EE.UU. Esta es una visión incompatible con la entrega de las nuevas
democracias centroeuropeas a una esfera de influencia tradicional, concluye.
Kissinger propone extender la OTAN por dos razones: una es marcar de
cerca a Rusia, ocupando su antiguo "triángulo de seguridad", la otra es llevar los
límites de la organización más allá de la frontera alemana actual, pues si ésta
fuera la línea de defensa común, Berlín, aprovechándose de su posición, podría
llegar a cuestionar el liderazgo estadounidense.
En una cosa coinciden evidentemente Kissinger y Brzezinski: la necesidad
de "un liderazgo norteamericano firme e iluminado" para garantizar un orden
internacional "humanizado y pacífico".61 El discurso no ha cambiado demasiado
desde 1898.
A su vez, el presidente Clinton, en su mensaje al Estado de la Unión al
asumir su segundo mandato, también dijo palabras esclarecedoras: "Para dar a
los Estados Unidos medio siglo más de seguridad y prosperidad, nuestra
primera tarea es ayudar a establecer una Europa indivisa y democrática. Cuando
Europa es estable, próspera y está en paz, EE.UU está más seguro. Para ello
debemos ampliar la OTAN, estableciendo una relación estable entre ella y una
Rusia democrática...si EE.UU quiere seguir dirigiendo el mundo, quienes
dirigimos EE.UU tenemos que encontrar, sencillamente, la voluntad de pagar el
billete". Esta es una clara apelación a mantener y perfeccionar el aparato militar
norteamericano.
Evidentemente, los EE.UU son algo más que otro socio de la OTAN. A
fines de 1996, los países integrantes de esta organización, reunidos en Bruselas,
debían armonizar sus puntos de vista con miras a una acción conjunta futura. No
terminaron de ponerse de acuerdo. Francia, que tiene un puesto en el
mecanismo militar de la OTAN desde 1995, quiere hacer de la identidad
europea de defensa y seguridad el elemento central. Pero los EE.UU, hasta
ahora, no están precisamente dispuestos a que Europa tenga una auténtica
soberanía militar, ni a perder el derecho de veto sobre las decisiones europeas.
El Pentágono no piensa entregar las palancas de la maquinaria.
El colofón ha sido la incorporación de Polonia, República Checa y Hungría
al mecanismo de la OTAN y la siguiente agresión a un país soberano, Serbia,
por parte de dicha organización en el jubileo de su cincuenta aniversario, con el
pretexto de defender a la minoría kosovar. Obligados, mal que les pese, a
compartir esta aventura con el atlantismo, los países de Europa continental
deben ahora admitir un área de conflicto en los Balcanes. Las premisas de
Brzezinski, Kissinger y Clinton se han cumplido y, dígase cuánto se quiera, el
hecho consumado de la guerra de Kosovo, como la guerra hispanoamericana un
siglo atrás, es también un conflicto entre Estados Unidos y Europa. Al igual que
lo declaró Me Kinley en 1898, la guerra de Kosovo -como la del Golfo- es una
89
“guerra humanitaria”, para establecer en la práctica un protectorado.
Si la guerra del Golfo fue la defensa de los intereses petroleros occidentales
disfrazada de humanitarismo, Kosovo también esconde objetivos económicos -
minería, posibilidad de oleoductos, etc.- que una vez más indicarían que, en un
mundo donde las naciones cada vez cuentan menos, el Estado más poderoso ha
pasado a ser, en la práctica, el mayor gestor del capitalismo abstracto. Pero no
debemos descuidar los aspectos geopolíticos.
Con absoluta franqueza, Brzezinski afirma que el poder global
estadounidense, único por la rapidez de su ascenso, en escasamente un siglo,
puede ahora actuar también en el espacio euroasiático. El interés prioritario de
EE.UU es evitar que cualquier otra potencia o coalición la excluya de dicho
espacio. La presencia de EE.UU en Eurasia debe asegurar que este enorme
espacio se abra a la economía de mercado y al pluralismo del sistema liberal. Al
igual que el poder norteamericano no se detuvo en el Caribe y el Pacífico en
1898, no está dispuesto a detenerse ahora. Los Balcanes, señala Brzezinski, son
eurasiáticos. Por ende, la intervención de EE.UU en esa área no es más que
entrar en la antesala del heartland del planeta.
Sin embargo, es erróneo pensar que detrás de la extensión de la OTAN, la
consiguiente guerra humanitaria y el avance sobre Eurasia sólo existe la
voluntad de poder de EE.UU, de sus aliados y de los poderes indirectos que en
ellos se escudan, camuflado cínicamente de democracia, libertad y progreso.
También existe la convicción de que occidente significa todo eso y más.
Subyace la idea mesiánica -repitámoslo- de que la economía de mercado y la
democracia liberal a escala planetaria traen necesariamente la felicidad y la paz
mundial. En el discurso de Clinton hay un claro pasaje, la referencia al versículo
58:12 del profeta Isaías: "Levantarás los cimientos que han de durar numerosas
generaciones, serás llamado el que ha reparado la brecha y hace seguros los
caminos”. Haciendo suyo este mensaje, el presidente concluye: “EE.UU no es
un lugar, es una idea, la idea más perfecta de la historia de los pueblos".62
Lo anterior evidencia plenamente el mesianismo veterotestamentario, tan
propio del puritanismo que -no obstante todos los cambios ocurridos en la
sociedad estadounidense en el último medio siglo- aún signa la política
norteamericana, con su mensaje salvacionista y su doble moral. Antes fueron
Mahan y Spykman, ahora, en los escritos de Brzezinski y Kissinger, como en
los discursos de presidentes como Bush y Clinton, encontramos continuas
referencias a los postulados antedichos.
Lo que resulta preocupante es que, tratándose -por sus recursos
económicos, tecnológicos y militares- del principal país del planeta, los EE.UU
crean genuinamente que su modo de vida debe ser la forma de existencia de
todos los demás. Desvalorizan a quien no piensa igual; atacan a quien se opone
90
a su sistema, en cualquier parte del globo, porque creen, de buena fé, que su
política panintervencionista no debe tener fronteras, pues se consideran a sí
mismo la salvaguarda y la garantía de la paz y de un mejor derecho.
Paul Kennedy señala que, ante la realidad de los EE.UU como number one
mundial, flotan dos interrogantes: si en el aspecto militar y estratégico, pueden
conservar un razonable equilibrio entre las exigencias de asumir ese rol
planetario y los medios que poseen para atender ese compromiso; y si, además,
pueden las bases económicas y tecnológicas de su poder afrontar los desafíos
de las pautas siempre cambiantes de la producción mundial. Resulta obvio que
existe una competencia económica declarada entre los grandes bloques -Nafta,
Unión Europea y Extremo Oriente-, pero además a lo que Kennedy apunta sin
decirlo claramente, es que ninguna potencia, ni siquiera los EE.UU, puede
violar la ley de los grandes espacios. La experiencia histórica indica que,
cuando más poder se tiene, más deben ejercerse los mecanismo de ese poder, y
mayor desgaste es la consecuencia. Las experiencias del Imperio Español a
partir del S. XVII, la Francia napoleónica, el IIf Reich, el Japón Imperial y, en
cierto modo, los propios EE.UU desde Corea hasta el sudeste asiático, así lo
demuestran. Es menester recordar que la máxima expansión de Roma y su
carácter cosmopolita constituyó el germen de su decadencia y disgregación. La
caída del Muro de Berlín y la autodisolución de la U.R.S.S, lejos de solucionar
los problemas internacionales, multiplicó los compromisos de EE.UU en el
mundo, cosa que ya temían los aislacionistas del 98.
Existe otro problema que señala la debilidad relativa del “número uno”. A
pesar de la evidente voluntad política de la Casa Blanca para ejercer el liderazgo
mundial, la sociedad norteamericana no puede asumir el costo de tener muertos.
Luego del atentado de Beirut, que segó la vida de doscientos cuarenta marines
en un día, y la descabellada intervención en Somalia, con cuarenta muertos, el
“síndrome de Vietnam” volvió a aflorar de modo tal, que las acciones contra
Serbia por la cuestión de Kosovo no constituyeron más que una operación
policíaca de represión desde ¡a distancia, sin contacto con el enemigo, con tal
desprestigio a nivel internacional que no faltaron los medios que compararon la
violencia ejercida por los serbios contra los kosovares con la desplegada por la
OTAN. El cabeza de fila de occidente necesita imperiosamente de una coalición
que le permita repartir el peso de la responsabilidad del liderazgo, más que
prorratear el despilfarro de recursos en acciones cada vez más confusas y
objetables.
Toda vez que se presenta un casas belli, en cada conflicto, debemos
reconocer qué realidades se ocultan detrás de las palabras y qué verdades se
esconden detrás de los hechos aparentes. No parece que, necesariamente, los
objetivos y los resultados hayan coincidido cada vez que se hizo el recurso a
91
una guerra humanitaria. Como bien señala Walzer: “Los juicios formulados en
casos como la guerra de Cuba, no dependen del hecho que otras consideraciones
aparte de la humanidad figuraran en los planes del gobierno, ni siquiera en el
hecho que la humanidad no fuese la consideración principal. No sabemos si
alguna vez lo es, y la medida es especialmente difícil en una democracia liberal
donde los diversos motivos del gobierno reflejan el pluralismo de la sociedad...
La intervención humanitaria implica la acción militar a favor del pueblo
oprimido y requiere que e! estado interviniente siga hasta cierto punto los
propósitos de ese pueblo... No quiere decir que los propósitos de los oprimidos
sean necesariamente justos o que hay que aceptarlos totalmente. Pero se les
debe prestar más atención de la que Estados Unidos estuvo dispuesto a hacerlo
en 1898”.6J A sí se cierra el arco que a lo largo de un siglo une a la guerra
hispanoamericana con Kosovo.
No se puede predecir el futuro, pero Napoleón decía que se puede hacer
cualquier cosa con las bayonetas menos sentarse sobre ellas, y fue cuando
desatendió su propio consejo que terminó por hartar y perder a sus propios
aliados del continente. Chomsky ha alertado también sobre las consecuencias
del panintervencionismo violento norteamericano, que termina por situar a
EE.UU en el bando de los “malos” La idea de implementar un bloque militar
compuesto sólo por países europeos, implica que Europa es concierne, luego de
la desagradable experiencia de Kosovo, de que sus objetivos de política exterior
le son dictados por EE.UU y desea independizarse de su tutela.
Nuevamente Drucker advierte: "El comunismo cedió, más eso no significa
que el capitalismo y la democracia hayan triunfado. Estos ganaron simplemente
porque eran mucho mejores como alternativa. Pero ahora que las democracias
no tienen nada con qué compararse, tienen que probarse por sus propios
méritos... estamos aprendiendo muy rápido que la creencia de que el libre
mercado es todo lo que necesita una sociedad para funcionar, es pura ilusión”.
En un mundo unipolar, one world, homogéneo, la política y la geopolítica
no tendrían sentido. Entronizaría el peor totalitarismo, pues bien se dijo que en
un mundo unificado un disidente no tendría refugio, no tendría lugar hacia
donde huir. ¿Podrá entonces la hegemonía económica y técnica del occidente
norteamericanizado terminar por imponer su vestido psíquico sobre el espíritu
de culturas y pueblos? O irrumpirán nuevas fuerzas latentes hasta ahora,
capaces de provocar, una vez más, un momento de ruptura? La historia se
caracterizó siempre por ser imprevisible, por la continua posibilidad del
acontecer. Y, más allá de la remanida globalización y sus claves económicas,
políticas y geopolíticas ocultas, esperemos sobrevengan, como en 1898, tiempos
interesantes antes que inertes y aburridos.

92
NOTAS
A los efectos de una lectura más fluida del texto, las notas, en su mayoría, abarcan varias
referencias bibliográficas.

1 Reiteramos conceptos vertidos en nuestio artículo “1898: los comienzos de la globalización”


Revista Disenso N°12, Buenos Aires, Invierno de 1997, pgs. 55 y ss.
2 Véase Marqués de Lozoya: Historia de España. Salvat, Barcelona 1973. T.VI, pgs. 287 y ss.
5 Miller, William: Nueva Historia de los Es todos Unidos. Nova, Buenos Aires 1961, pg .309.
4 Sobre los poderes indirectos, Schmitt, Cari: El Leviathan en la teoría política de Thomas Hobbes.
Ed. Struhart Co. Bs.As. 1990.
5 San Martín. Rafael: Biografía del Tío Sam. Argonauta, Bs. As. 1988, pg. 417. L os patriotas
rebeldes cubanos eran llamados “mambises”, de mambí, voz de origen africano (mbi) que tiene
una connotación despectiva, y fue utilizada por primera vez por los españoles al referirse a los
insurrectos dominicanos. >
6 Weyler. Valeriano - Mi mando en Cuba. Madrid, 1911, T.I. pg,13;T.V . pg.329.
También: Díaz Plaja, Femando: La historia de España en sus documentos. El siglo XIX. Instituto
de Estudios Políticos, Madrid 1954,pgs. 400 y ss. Historiar la Campaña de Cuba no es objeto de
esta reflexión. Un estudio exhaustivo e s la obra de Elorza, Antonio y Hernández Sandoica, Elena:
La Guerra de Cuba (1895-1898). AlianzaEditorial, Madrid 1998.
7 La Feber, Walter-- The New Empire. Alt inteipretation o f American Expansión 1860-1898.
Comell Univ. Press. New York 1967, pg. 39. 'T he bussines point o f view” en Fine, Sfdney y
Brown, Gerald: The American Pást. M cM illan, N.Y. 1965, pg. 193.
s Carta de Gómez a Estrada Palma, en Marimón, Antón:: La crisis de 1898. Ariel, Barcelona
1998, pg. 122. José Martí en Pía, Alberto J.: Estado y Sociedad en el pensamiento norte y
latinoamericano. (Antología). Cántaro, Bs. As. 1987, pgs. 94 y ss. San Martín, R.: op.cit. pg. 414.
9 La carta de Dupuy de Lome reproducida en facsímil en el New York Journal del 9/2/1898. Ver:
Pratt, Julius: A Hision of United States foreing policv. Prentice Hall, New Jersey 1965, pg. 208-
209.
m Díaz Plaja, Fernando: La historia de España en sus documentos. De Felipe II al Desastre de
1898. Plaza y Janés, Barcelona 1971, pg. 309-311.
11 La Nación, Buenos Aires, 6/6/1898. Ver: López, José Martín: Cruceros. San. Martín, Madrid
1976, pg. 103. Alien, Thomas: “Recuerdan el Mainel" National Geographic. V ol.2, N°2,
Feb.1998, pgs. 93-109. El informe de Rickover en Plaza, José Antonio: "Al Infierno con
España”. EDAF, Madrid 1997, pgs. 181 y ss. Entre 1905 y 1907 habían volado espontáneamente
un acorazado japonés, un barco de guerra brasileño y otro francés. El caso de la explosión del
gran acorazado nipón Mutsu en 1943, descartada la hipótesis del atentado, prueba que incluso en
tiempos actuales las naves no estaban exentas de una deflagración de los gases de los pañoles.
12 La Nación 26/3/1898. El subrayado es nuestro. El texto completo de la declaración de Me
Kinley en: Contreras, M. y Sosa, 1.: Antología latinoamericana en el S. XX. 1898-1945. UNAM,
Méjico 1973, pgs. 42-47. Para la actuación del Cap,. Sigsbee, comandante del Maine, ver; Acosta
Matos. Eliades: 1898-1998. Cien respuestas para un siglo de dudas. P. de la Tómente-Puvill,
Barcelona 1998, pg.53.
13 Dayly Chronicle, Londres, 30/3/1898.
14 The Times, Londres. Editorial. 5/4/1898.
15 Cabot Lodge en García Merou, Martín: Estudios Americanos. Félix Lajouane Ed. Bs.As. 1900,

93
pg.205. Spykman, Nicholas: Los Estados Unidos frente al mundo. FCE, Méjico 1944, pg. 84.
16 El artículo del Journal reproducido en La Nación 4/4/1898. Para el papel de Hearst véase la
obra de Companys, J..- La prensa amarilla norteamericana en 1898. Sílex, Madrid. 1998-
17 El Intparcial, Madrid, 30/3/1898 y 6/4/1898. El Socialista 22/4/1898, cit. en: Noreña, María
Teresa: “La prensa obrera madrileña ante el 98”. En: Jover Zamora, José M. (comp.): El siglo XIX
en España Planeta, Barcelona 1974, pg. 589.
18 Lokalanzeiger, Berlín, 17/4/1898. Le Temps, París, 16/4/1898. La Nación, Bs.As. 20 y
21/4/1898.3jl ultimátum de EE.UU a España y la declaración de guerra en: Varios Autores: EUA.
Documentos para su historia política. Instituto Mora, Méjico 1988, T.III. pgs. 323-332.
19 The Times, Londres, 21/4/1898. La Republique, París, 20/4/1898.
20 El texto español citado en Oncken, Guillermo (dir.): Historia Universal. Tomo XXXVIII.
Montaner y Simón, Barcelona 1929, pgs. 159-160.
21 Para estos aspectos de la amistad angloamericana véase Alien, H.C.: Historia de los Estados
Unidos de América Paidós, Bs.As. 1975, Vol.II, pgs. 47-63.
22 La Nación, Bs.As., 23/4/1898. Una semblanza de Aguinaldo en Pérez del Arco: “Emilio
Aguinaldo, el noble guerrero”. Revista Diplomática Placet. Centenario de Filipinas, Bs. A s 1998.
23 The Times, Londres, 2/5/1898. La fiase de Bismarck en La Nación. B s.A s. 7/5/1898.
24 L ’Aurore, París, 4/5/1898. La Nación, Buenos Aires 6/5/1898. E l artículo de Ferrero especial
para La Nación, Bs.As. 3/5/1898.
-5 Ver el artículo de José M. Peñaranda: “Hace cien años. Los combates de Cavite y Santiago de
Cuba” Revista Defensa, Madrid, Año XXI, N°242, Junio 1998, pgs. 52 y ss. También Elorza, A. y
Hernández, E.: op. cit. pgs. 419 y ss.
16 D el relato del Cap. Víctor Corteas y Palau, en Cuevas Torres-Campo, Alberto: Historia de la
Marina de Guerra Española. Ed..Mitre, Barcelona 1984, pg. 67 y ss.
27 De los documentos del Alte. Pascual Cervera y Topete, en Diaz Píaja, F.: La historia de España
en sus documentos. De Felipe II al Desastre, ed. cit pg. 313-315. Ver La Gaceta, Madrid,
27/6/1898.
28 Vossische Zeitung, Colonia; Hamburg Nachrichten, Hamburgo; Novosti, St. Petersburgo, cit. en
La Nación, Bs. As. 6/6/1898. El Liberal, Madrid, 10/7/1898.
29 The Times, Londres, 2/7/1898 y 11/7/1898. La Nación, Bs. As. 13/7/1898. “The splendid little
war” fue la expresión de John Hay, amigo de Roosevelt. Ver: William S. T & Current, R &
Preidel, F: A history o f the United States. A. Knopf, N ew York 1965, pg. 287 y ss.
En el Dossier “Cuba 1898” de la revista La Aventura de Ja Historia, Año 1, N°2, Madrid,
Diciembre 1998, pg. 88, se establece un cómputo estimativo de las bajas de guerra. 2136 muertos
norteamericanos (370 en combate, 266 en el Maine y el resto por enfermedades) y 1700 heridos.
Más de mil muertos y 1500 heridos han de sumarse a causa de la rebelión de los tagalos filipinos.
España tuvo entre 50 y 60 mil bajas, incluyendo la guerra contra los insurgentes cubanos y el
conflicto con los EE.UU, el 90 % por enfermedades. Los mambises perdieron 5 mil combatientes.
30 Mahan, Alfred Thayer: Influencia del poder naval en ¡a Historia. Partenón, Buenos Aires 1946,
pg. 17. Las cifras de producción en Kennedy, Paul: Auge y Caída d e las Grandes Potencias.
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32 Jenks. Leland H.: Nuestra colonia de Cuba. Palestra. Bs. As. 1960, pg. 39 y ss.
33 J. Tumer en La Feber, W.: op. cit. pgs. 63 y ss. Alien, H.C.: op. cit. pg. 53.
34 Tuchman, B.: op. cit. pgs. 168-171. Jenks, L.: op.cit. pgs.75-76. En el archivo documental de T.
Roosevelt figuran nada menos que 1326 papeles dirigidos a él o en relación con él por H.C.Lodge
94
entre 1889 y 1919. además de 88 del Alte. Mahan, entre 1893 y 1915. Index to the Theodore
Roosevelt Papers. Library o f Congress, Washington 1969, Vol. 2, pgs. 670-677 y 736-737.
35 Jenks. L.: op. cit. pg. 77. Forwn, marzo 1895. EUA. Documentos de su historia política. Ed. cit.
pgs, 302 y ss. Halstead en Elorza, A. y Hernández, E.: op. cit. pg. 357.
36 San Martín: op. cit. pg. 415. Pratt. J.: op. cit. pg. 215. Alien, H.C.: op. cit. pg. 53. Strongen La
Feber : op.cit., pgs. 72-80. *
37 H liot y las discusiones en el Parlamento norteamericano en Tuchman, B.: op. cit. pg. 177 y ss.
También en “Reaction; approach to war” en La Feber, W.: op. cit. último capítulo,
38 Nock, Albert Jay: The State of the Union 1870-1945. Liberty Press, Indiana 1991, pgs 68-69.
Pratt, J.: op. cit, pg. 217. Baruch, Bemard: My Own Story. Holt & Co. New York 1957, pg. 108.
3VLos argumentos a favor de adquirir las Filipinas en : EUA. Documentos..Ed. cit pgs. 337-343.
Roosevelt, Theodore: L as dos Américas. La Vida Literaria, Barcelona s/f, pgs. 3 7 / 69. The
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411 Roosevelt, Theodore: El deber de América ante la Nueva Europa. Americalee, Bs. As. 1943,
pg. 15. Antes: Fohlen, Claude: La América anglosajona de 1815 hasta nuestros días. Labor.
Barcelona 1967, pg. 51. Miller: op.cit. pg .314-313.
41 Para los intereses económicos en las colonias y la política de los partidos metropolitanos, véase
Marimón, A.: op cit. pgs. 33 y ss. Esparza, José Javier: “Hispanidad y globalización. Reflexiones
a propósito de 1898 y su centenario”. Disenso N° 18, Buenos Aires, verano de 1998, pg. 14.
43 Roosevelt, Theodore: La Guerra Mundial. Ed. Maucci, Barcelona 1915, pg. 90.
43 Heraldo, Madrid, 6/4/1898, Escenas d éla vida de entonces en Francos Rodríguez, José: El Año
d e la Derrota 1898. Cía. Iberoamericana de Publicaciones, Madrid 1930, pgs. 6 9 ,1 4 9 , 153 y ss.
Artículo anónimo “Y Madrid en lo s toros’’. El Mundo, Madrid, Sección Cultural del Io de mayo
de 1998.
44 Fernández de la Mora, Gonzalo: Ortega y la Generación del 98. Rialp, Madrid 1963, pg. 53.
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Pg-21.
45 Ganivet. Angel: Ideario Español. Biblioteca Nueva,'Madrid 1936, pg. 27 y 113. Ganivet,
Angel: Cartas finlandesas. Losada, Bs.As. 1954, pg. 178. De Maeztu, Ramiro: Defensa de la
Hispanidad. Ed. Poblet, Buenos Aires 1952, pg. 79, 219, 275.
4fi Unamuno, Miguel de: “Sobre el marasmo actual de España”, en Ensayos T.I. Publicaciones de
la Residencia de Estudiantes, Madrid 1916, pgs. 196-197 y 218-219. Costa, Joaquín: Estudios
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Costa. Ed. cit., pg. 225. Otros fragmentos de obras de Costa en Trend, J.B.: The origins of the
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47 Prat de la Riba. Enrich: La Nacionalitat Catalana. Imp. La Cataluña, Barcelona 1910, pg. 45
(el subrayado es de Pratt). "Oda a Espanya”, de Maragall, en Marimón, A.: op. cit. pg. 182-183.
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48 De la Cierva, Ricardo: Historia Total de España. Fénix, Madrid 1998, pg. 720. García de
Cortazar, Fernando: “Un 98 sin llanto” Historia 16. N°257, setiembre 1997, pg. 73.
49 Marichal, Juan: “Tres héroes españoles: Giner, Unamuno, Ortega”. El País, Madrid, 4/9/1998.
Sl’ Para un panorama intelectual de la Argentina de fin del siglo XIX, véase': D e Gandía, Enrique:
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52 De Gandía, E.: op.cit. pg. 436. Groussac, Paul; D el Plata al Niágara Imp. Coni, Bs.As. 1925.
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33 Correspondencia recibida por el Gral. Julio A . Roca. Archivo General de la Nación. Buenos
Aires. Sala VII, N° 1306, Legajo N °78 (abril-mayo ] 898).
54 CoiTespondencia oficial entre Miguel Cañé y el Ministerio de Relaciones Exteriores de la
República Argentina 1881-1898. Archivo Generalde laNación. Buenos Aires, Sala VII, N° 2206.
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Correspondencia recibida por el Gral. Julio A. Roca. Archivo Gral. de la Nación, Buenos Aires,
Sala VII, N°1307, Legajo N°79 (junio-julio 1898); N° 1308, Legajo N°80 (agosto 1898). Para los
datos de los personajes citados, puede consultarse con provecho Abad de Santillán, Diego: Gran
Enciclopedia Argentina. Ediar, Bs. As, 1959.
33 Sobre los Adams, ver Hermán. Arthur: The Idea o f Decline in Western History. Free Press,
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Editora. Buenos Aires 1961. T.III. pg. 276.
5r’ Al respecto: Theobald. Alte, y Kimmel, Alte.: El secreto fina! de Pearl Harbour. Círculo
Militar, Buenos Aires 195 I . Sobre el Lusitania, que llevaba 4.200 cajas de munición de guerra,
verPratt, J.: op. cit. pg. 271.
57 El rol de la prensa en tiempos de guerra en Catton, Bruce: The War Lords o f Washington.
Harcourt, Brace & Co. New York 1948. Sobre la concepción hemisférica y la línea global
Schinitt. Cari: “Cambio de estructura del Derecho Internacional”, en Escritos de Política
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tratamiento de la población alemana de acuerdo al Plan Morgenthau véase Bacque, James: Critnes
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Losses. Futura. Macdonald & Co.. London 1994.
39 Chomsky, Noam y Hermán, Edward: Washington y el fascismo en el Tercer Mundo. Siglo XXI,
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611 Al respecto nuestros artículos: "La falacia de la seguridad colectiva” Defensa, Madrid, Año
XXI. N°243. Agosto 1998 y ”La OTAN y el liderazgo mundial norteamericano”. Rev. Fundación,
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61 Brzezinski, Zbigniew: “A Plan for Europe” Foreing Affairs, Vol. 74, N°l, 1995. Kissinger,
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profundamente sus tesis de expansión en El Gran Tablero. Paidós, Barcelona-Buenos Aires 1998.
62 El discurso de Clinton a la Unión, en Revista Argentina de Estudios Estratégicos N°16, Buenos
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62 Walzer. Mfchael: Guerras justas e injustas. Goyanarte Ed., Buenos Aires 1980, pg. 137. Antes,
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La bibliografía sobre el 98 es m u y num erosa. A continuación el listado d e las obras


consultadas, la m ayoría de las cu ales han sido citadas en las notas correspondientes.

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El fundamento geopolítico e ideológico ' 39

El “Desastre” visto desde España 58

Algunas opiniones argentinas sobre la guerra hispanoamericana 69

De 1898 al Golfo y los Balcanes. Un siglo de globalización 79

Notas 93

Bibliografía y fuentes 97

100

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