Bajo La Tormenta
Bajo La Tormenta
Bajo La Tormenta
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin
autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,
comprendidos la reprografía y el tratamiento informático.
Índice
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
EPÍLOGO
NOTAS DE LA AUTORA
Este libro está dedicado a todas aquellas personas que han sufrido en sus
propias carnes o en la de sus seres queridos la crudeza del dolor, la
violencia, el abuso, la discriminación o la crueldad por parte de otros.
Sea lo que sea aquello que nos diferencia, sea cual sea el color de nuestra
piel, o amemos a quien amemos, los lazos que nos unen deben ser siempre
mucho más fuertes de los que nos separan. Precisamente la riqueza de las
personas se encuentra en la discrepancia, en la diversidad y en la
divergencia.
No existen razones suficientes para el odio, el racismo, los prejuicios, ni
la homofobia.
Esta es una buena oportunidad para pararse a pensar en el presente y en
el futuro, pero sin olvidar jamás el pasado. Porque como dijo George
Santayana: “Aquellos que olvidan su historia están condenados a
repetirla”.
… Recordar el pasado, nos ayudará a saber de dónde venimos, y lo más
importante, nos permitirá crecer, acumular sabiduría y avanzar…
Si puedo evitar que un corazón sufra, no viviré en vano; si puedo aliviar el
dolor de una vida, o sanar una herida o ayudar a un petirrojo desmayado a
encontrar su nido, no viviré en vano.
EMILY DICKINSON
CAPÍTULO 1
Virginia 1854
C orría el año 1859, yo tenía diecinueve años. Era joven y hermosa, con
una suave tez blanca, el cabello ondulado y pelirrojo, mi nariz y mis
mejillas estaban plagadas de pecas, lo que confería a mi rostro un aspecto
aniñado y angelical. Había heredado los ojos de mi madre, unos preciosos
ojos verdes de mirada penetrante, como los de un gato salvaje, lo que me
daba un aire irreal y misterioso, como el de un hada, una ninfa de cuento. A
esa edad ya era toda una mujer, y se suponía que debía casarme pronto, pero
el matrimonio carecía completamente de interés para mí. Me había
convertido en una joven dulce, amable y hermosa, y a diferencia de la
mayoría de las damas casaderas, padre no me había criado para ser la típica
mujer decorativa, siempre a la sombra de su esposo, sino que mi educación
se basó en valores más nobles, como la justicia, la honestidad, la gratitud y
el respeto hacia mí misma y hacia los demás.
Yo era una mujer fuera de lo común, mis intereses eran ayudar a mi padre
a dirigir la hacienda, cuidar de él y de nuestro hogar. Cabalgaba a
horcajadas como un hombre y vestía con pantalones y botas (indumentaria
que, aun sin ser la más adecuada para una señorita, padre me permitía a
pesar de la existencia de leyes prohibitivas al respecto en varios estados).
Conducía los carromatos, ayudaba en los establos y acudía diariamente a las
cabañas de los esclavos para ayudar a los ancianos, curar a los enfermos,
asistir a las madres parturientas o pasar algo de tiempo con los más
pequeños enseñándoles a dar de comer a las gallinas, a cepillar y ensillar los
caballos, o simplemente a contarles historias. Esa era mi vida.
Padre era un buen hombre, y aunque tenía esclavos como la mayoría de
los que vivíamos en el sur, jamás los trató de forma cruel o denigrante, lo
que le ocasionó algún que otro enfrentamiento con los propietarios de otras
plantaciones.
Siempre me había considerado una niña feliz, risueña, despierta e
inquieta. Vivía en una gran casa de estilo neogriego, el gusto por todo lo
griego en el mobiliario y en el diseño estaba en su apogeo. Enormes
columnas se erguían imponentes dando a la casa el aspecto de un hermoso
templo. La hacienda estaba situada en el condado de Georgetown, Carolina
del Sur. Era un lugar muy hermoso, tranquilo, lleno de luz, rodeado de
bosques de robles y magnolios. Estaba muy bien cuidada; decenas de
árboles llenos de musgo conducían a la plantación creando un paisaje
grandioso, imponente y majestuoso. Aquel era mi hogar, y aunque daba la
sensación de estar a millas de cualquier lugar del mundo, jamás me sentía
sola.
Durante mi infancia permanecí mucho tiempo sumida en mi propio
mundo, simplemente no me preguntaba el por qué de muchas cosas, y no
fue hasta que cumplí los quince años que empecé a interesarme por nuestro
particular modo de vida y por la política.
Un estilo de vida despreciable a todas luces y que no traería consigo más
que dolor y muerte. Las colonias del sur vivían organizadas bajo un sistema
esclavista. Cientos de miles de esclavos negros explotaban las plantaciones
de tabaco, algodón y azúcar. La población estaba compuesta por grandes y
pequeños propietarios, y esclavos.
África suministraba un gran número de hombres, mujeres y niños,
procedentes en la mayoría de los casos de raptos. Mediante cuadrillas
errantes y armadas, miles de negros eran embarcados, azotados, maltratados
y vendidos en los estados del sur, alimentando a un país completamente
dependiente de sus energías y de sus cuerpos. El comercio de esclavos, por
aquel entonces, era un negocio muy próspero y rentable; cada pocas
semanas llegaban barcos con cientos y cientos de esclavos hacinados en las
bodegas, encadenados como animales. Algunos de ellos, los que no
sobrevivían a tan largo viaje, eran arrojados al mar pasto de los tiburones; el
resto eran desembarcados en los puertos y clasificados. Los hombres a un
lado, las mujeres a otro. Algunos eran subastados en las plazas nada más
llegar, pero la mayoría de ellos eran trasladados, repartidos por diferentes
lugares y vendidos al mejor postor.
Carolina del Sur había sido una de las trece colonias que se rebelaron
contra el gobierno británico en la Guerra de la Independencia de los Estados
Unidos. Un conflicto bélico que enfrentó a las trece colonias británicas
originales en América del Norte contra el Reino de Gran Bretaña, y que
finalizó con la derrota británica en la batalla de Yorktown. Para la mayor
parte de sus protagonistas, aquella guerra fue la más extraordinaria
revolución de la historia. Los colonos reclamaban el derecho a gobernarse a
sí mismos con sus valores democráticos.
Los partidarios de la secesión estaban convencidos de que la suya era la
causa de la libertad. Ellos representaban a toda la humanidad en la lucha
contra el absolutismo, la opresión, el abuso y la tiranía. De su triunfo iba a
depender el futuro de millones de hombres y mujeres que todavía no habían
nacido, pero la opresión que decían combatir no era tan grave como la
dibujaban. Disfrutaban de un nivel económico elevado con plantaciones y
granjas cómodas y bien provistas.
América… la gran esperanza, tierra de oportunidades, sus admiradores
quedaban deslumbrados por aquel mundo tan joven y dinámico sin llegar a
percibir por completo sus acusadas contradicciones. Como las existentes
entre un norte industrial y un sur agrario y esclavista. El mismo estado que
pretendía representar los valores de la libertad, no abolió la esclavitud, así
como tampoco le otorgó la igualdad ni a los indios ni a las mujeres.
La esclavitud tenía unas claras dimensiones éticas, sociales y económicas,
y poco a poco terminó por tener derivaciones políticas de envergadura. Los
Estados esclavistas estaban claramente delimitados de los que no lo eran. El
problema real surgió precisamente cuando se desató la conquista del Oeste,
produciéndose una auténtica competición entre abolicionistas y esclavistas
con el único fin de convertir dichos territorios a sus respectivas causas.
CAPÍTULO 3
Me despedí de ellos y salí de allí. Caminé tan aprisa como pude alejándome
en dirección al bosque. Avanzaba como empujada por una tempestad y con
la mente dispersa. Me alejé hasta llegar al arroyo, me senté sobre un viejo
tronco, y suspire.
De algún modo podía oler el miedo físicamente en Emily, y en Salomón,
un miedo atroz a lo desconocido, o mejor dicho, a lo conocido…
Aquello me provocaba una terrible sensación de tristeza No sabía cómo
consolarme a mí misma, cómo sentirme mejor. Quería ayudarlos, pero
¿¡cómo…!? Aquello era descorazonador, y creo que yo, tenía incluso más
miedo que ellos.
Permitir que penetre en la mente un pensamiento triste o negativo es tan
peligroso, como caminar descalzo sobre cristales rotos, o sobre brasas.
Respiré profundamente tratando de aclarar mis pensamientos. Cerré los ojos
e inspiré el aire fresco a mi alrededor permitiendo que los aromas del
bosque me inundaran, desee que me emborracharan sus fragancias, y poder
así, hallar un poco de tranquilidad y sosiego…
Para mí no había nada mejor que ese verdadero olor a vida que traen
consigo las tormentas. Ese exquisito aroma que desprenden las pequeñas
plantas tras la lluvia, me transportaba a la infancia. Cuando llovía, muchas
veces, salía al porche para escuchar como caían las finas gotas y disfrutar
del olor a tierra mojada inundando mis sentidos. Era como si mi cerebro
conectara casi instantáneamente con mis emociones, llenándome de paz y
serenidad. Me gustaba sentir cómo las gotas de lluvia me golpeaban la cara,
y el viento revolviendo mis mechones huidizos.
Pareció que el cielo escuchara mis deseos, porque de una forma mágica y
repentina, comenzó a llover torrencialmente.
De repente, me sobresalté al oír un quejido… estaba segura de haberlo
escuchado tan sólo a unos pocos metros de mí. Me acerqué y rebusqué entre
unos matorrales. Hallé una bolsa vieja y sucia, era una especie de saco
atado en el extremo superior con una soga bien apretada. Estaba cerca del
arroyo, me costó bastante trabajo deshacer el nudo, alguien lo había atado a
conciencia. Cuando lo abrí me quede sorprendida.
–¡Pero, que…! ¿De dónde sales tu, eh? ¿Quién te ha metido ahí?
Dentro de aquel sucio y apestoso saco había un pequeño cachorro. Lo
extraje con cuidado y lo observe.
–¡Vaya!, eres, una perrita preciosa.
Comenzó a lamerme las manos y a mover su cola enloquecida, estaba
claro que aquella bolita de pelo estaba tan agradecida como fascinada por
aquella criatura estrafalaria que yo debía parecerle. La dejé en el suelo, dio
unas vueltas sobre si misma, y regreso despacio hacia a mí guiada por su
hocico. La acaricie con suavidad y la abracé tratando de darle calor, llovía
muy fuerte y ambas estábamos empapadas.
Estaba demasiado lejos de casa, necesitaba resguardarme lo antes posible.
Recordé que estaba cerca de mi vieja cabaña del árbol, padre la había
mandado construir para mí poco después de morir madre, para que pudiera
jugar y distraerme, estaba en lo alto de un enorme roble del sur. Comencé a
caminar a toda prisa. Hacía años que no iba, no estaba segura de recordar el
camino, y de encontrarla, tampoco sabía en qué condiciones estaría, quizás
alguna tormenta la hubiera derribado. Pasé varias veces por el mismo sitio,
y no lograba dar con ella, el terreno había cambiado, el follaje era diferente
a como lo recordaba, escudriñé las copas de los árboles buscando
referencias, y de pronto la vi.
El árbol que antes resultaba destacado entre los demás, se encontraba
ahora completamente oculto por la maleza. Los arbustos habían crecido a su
alrededor, de tal modo, que el bosque parecía haber abrazado mi árbol por
completo.
Me introduje entre la espesura y salí al otro lado. La lluvia me impedía ver
con claridad, me acerqué al tronco y comprobé el estado de las escaleras,
me dio la sensación de que aguantarían, y me dispuse a subir por ellas.
Cuando llegué, dejé a la bolita de pelo en el suelo. “Dios mío” “está igual
que la recordaba” La nostalgia me invadió por completo. Di una vuelta
sobre mí misma, observando… La ventana estaba intacta, el suelo y las
pareces parecían estar también en buenas condiciones, salvo por algunas
finas ramas que habían penetrado por unas rendijas creciendo en el interior
de la cabaña, todo me resultaba extrañamente familiar. De inmediato me fije
en una de las esquinas, no recordaba aquella caja, pero era mía…, allí solía
guardar los tesoros que encontraba ocultos en el bosque. Me acerqué y me
arrodille en el suelo, abrí la caja y revisé en su interior.
–¡No me lo puedo creer! ¡Velas!
Comencé a sacar una por una las cosas, encontré un viejo cuaderno con
dibujos, una tosca estrella de cinco puntas tallada a mano en un trozo de
madera, una vieja manta y una caja de cerillas vacía…
–Te olvidaste de traer fósforos la última vez que estuviste aquí, ¿eh,
Alison?
La bolita de pelo se acercó y se apartó rápidamente tras olfatear la manta.
–Huele a rayos y centellas, ¿verdad, amiga?
La tomé en brazos y nos quedamos en un rincón acurrucadas, esperando a
que la lluvia nos diera el tiempo suficiente para regresar a casa. La tormenta
podía durar horas, así que me quite la ropa empapada, y la tendí sobre el
suelo para no terminar cogiendo una pulmonía. El día que había amanecido
soleado, había dado paso a una lluvia gruesa y cálida, que de forma intensa
borraba el paisaje convirtiendo el horizonte en una bruma gris.
La cachorra estaba sobre mi regazo, la alce para mirarla detenidamente.
Era una perra de pelo corto pero muy denso, de color ocre, y ligeramente
leonado, parecía un dingo americano. Era hermosa, sus ojos eran marrón
oscuro con forma almendrada, tenía unas orejas muy gruesas y romas que
caían parcialmente a ambos lados de su carita.
–Eres una preciosidad… te llamaré, Bella, ¡eso es! ¿Te gusta, eh?
Movía su cola húmeda agradecida, y me lamía las manos sin parar.
Pasaron horas hasta que la tormenta por fin cedió, permitiendo que los
rayos del sol se colaran de nuevo entre las nubes inundando el bosque de
colores, y aromas embriagadores. Volví a vestirme, mis ropas estaban casi
secas por completo. Bella estaba dormida sobre la vieja manta maloliente y
medio podrida.
–Voy a tener que darte un buen baño cuando lleguemos a casa, ¿eh,
amiguita?
Movió la cola y me miro como si pudiera comprenderme. La tome de
nuevo en brazos, y bajamos. Cargué con ella encima prácticamente todo el
camino de vuelta, la tierra estaba tan empapada, que las botas se me
hundían en el barro a cada paso. Cuando me aproxime a la puerta principal
pude ver a Madi, seguramente se había estado preguntando donde demonios
me habría metido con aquella tormenta.
–Hola, Madi –saludé al llegar a su altura.
–Mi niña… ¿Dónde estabas? Estaba muy preocupada, ¡mira tu pelo…! ¡Y
tu ropa…! –me regañó.
–La tormenta me pilló de improviso.
–¿Qué es eso que escondes?
–¡Se llama, Bella!, –exclamé, con una sonrisa–. La encontré cerca del rio.
Alguien la introdujo en el interior de un saco, y la dejo allí, seguramente
para que se ahogara. Por suerte la encontré antes de que pudiera ocurrirle
nada.
–¡Santo Dios! pobrecita, ¡vamos, venid a la cocina!, le daremos un poco
de leche fresca.
–Han debido destetarla hace poco, no parece mal alimentada.
Madi tomó a la perrita entre sus brazos y la separo de ella casi
inmediatamente.
–¡Dios mío! ¿A qué huele?
–Bueno, es una larga historia, ¿verdad, pequeña?
–¡Es horrible!
–Trae un tazón con un poco de leche, después, está preciosidad y yo
iremos a cambiarnos y a descansar un rato.
Madi puso un bol de leche en el suelo, y Bella comenzó a beber con tanta
ansiedad que casi lo derrama con las patas. Pronto relamió el fondo del
cuenco, y Madi volvió a rellenarlo un poco más.
–¡Pobrecita! Debe llevar muchas horas sin beber, está sedienta.
–¡Y no es la única! Muero de hambre, ¿tienes algo por aquí que pueda
saciar mi estómago?
–Hay caldo de carne con verduras, aún está caliente, toma asiento, te
serviré un poco.
–Gracias, mamá Madi –le sonreí.
Me senté en la mesa de la cocina, Madi colocó ante mí un enorme plato
humeante, en su interior había diferentes verduras, un poco de carne de ave,
huevo, y pequeños trozos de pan. Aspiré el aroma de aquel caldo con
deleite y una sonrisa apareció en el rostro de Madi.
–Ten cuidado, está caliente.
–¿Y padre? –pregunté.
–Salió cuando paró de llover. Está en los campos, Samuel le acompaña.
–¿Nos prepararás más tarde un baño a esta preciosidad y a mí, Madi?
–¡Por supuesto! esa cosa peluda huele francamente mal.
Ambas reímos mientras Bella acababa el segundo bol de leche fresca con
más calma que el anterior, e inmediatamente después, se orinó sobre el
suelo de la cocina.
–¡Alison Talvot! Saca a esta bola de pelo maloliente de mi cocina –dijo
elevando la voz…
Dejé escapar una tremenda carcajada. Toda mi vida había tratado de
mostrar a Madi mi mejor cara, ocultando mis travesuras, refrenando mi
temperamento y mostrándome dulce, encantadora y vivaracha, aunque
siempre me resultó imposible ocultarle nada. Nunca me hacía demasiadas
ilusiones con ella, pues los ojos de Madi eran agudos, inteligentes, y
despiertos… y me conocía demasiado bien, por lo que nunca fui capaz de
engañarla mucho tiempo. Aun así, disfrutaba como una niña pequeña
chinchándola.
–Rápido, Bella, marchémonos de aquí antes de que se despierte la
beeestiaa… –exclamé, burlándome de Madi.
Subí con la bolita de pelo entre mis brazos hasta mi cuarto dejando a Madi
en la cocina hablando sola y maldiciendo entre dientes.
Mi dormitorio estaba situado al subir las escaleras, al final del pasillo que
quedaba inmediatamente a la izquierda. Era una habitación amplia y
cuadrada, con dos grandes ventanas con vistas al acceso principal, y una
chimenea de piedra recubierta de nogal en la que ardían perezosamente
troncos de enebro durante el invierno.
Deposité a Bella en el suelo. Saqué un viejo blusón de mi ropero y lo dejé
junto a mi cama para que pudiera acomodarse en el. La cachorra me miró
sin comprender, aulló lastimosamente inclinando un poco la cabeza, y
comenzó a mover la cola con un gesto juguetón, mordiendo la prenda y
tirando de ella.
–¡No! Es para dormir… vamos, ¡ven aquí! Échate –le ordené.
Soltó la tela de sus fauces y tras olfatearla dio un par de vueltas sobre sí
misma, ahuecando la prenda, como buscando su lugar…
No podía comprender como alguien podía ser tan cruel como para
abandonar a un pobre animal indefenso para que muriera de un modo tan
horrible. La miré con ternura y me enamoré de ella al instante, era preciosa,
parecía observar cada uno de mis movimientos con curiosidad, era un
animal muy dulce y cariñoso.
La acaricié durante un rato hasta que sus pequeños ojos se entornaron
poco a poco, cayendo en un sueño profundo tras sentirse a salvo y con el
estómago lleno.
Al verla a ella, me entró la misma necesidad. Me froté los ojos, bostecé, y
me tumbé en la cama para dormir un rato.
CAPÍTULO 4
E l día llegó trayendo consigo un viento gélido, un frío que resultaba casi
glacial y poco habitual para esa época del año. El cambio de estación
ya se sentía en el aire. A pesar de que los días seguían siendo algo calurosos
durante las horas centrales, las mañanas eran desabridas y húmedas.
Refrescaba cada día un poco más, y las horas de luz se iban reduciendo
paulatinamente. Aunque prefería disfrutar del buen tiempo que trae consigo
la primavera o el verano, me encantaba contemplar los paisajes repletos de
árboles caducifolios, pasando de sus verdes tonalidades a una gran variedad
de tonos anaranjados, observar la lluvia tan romántica y cautivadora… El
verano terminaba, pero empezaba el bello espectáculo que lo cubría todo
con su extraordinario manto de fuego. Esa estación maravillosa, llena de
preciosos colores amarillos y rojos que me enamoraban.
Un día, tras volver de cabalgar por los campos, entré en la casa y al pasar
por delante de la biblioteca, la vi. Acariciaba con sus dedos el lomo de uno
de los libros que había allí. Me apoyé en el quicio de la puerta con una
sonrisa mientras la observaba sin que ella se diera cuenta.
–¿Te gusta ese o buscas algo en particular? –pregunté.
Sanyu dio un respingo al escucharme tan inesperadamente y continúo
limpiando con manos temblorosas el resto de los libros.
–Puedo decirte dónde encontrar cualquier libro que haya en esta
biblioteca.
–Lo siento, señorita Alison, yo… no estaba haciendo nada.
–Lo sé, tranquila. No pretendía asustarte. Es solo que me pareció que ese
libro te gustaba, ¿puedo?
Caminé hacia ella, al llegar a su altura me detuve frente a la estantería y
leí el título de la obra en voz alta.
–Moby Dick –sonreí abiertamente y extraje el volumen que estaba junto a
otros muy similares–. Tienes buen ojo, es un libro magnífico, y con unas
ilustraciones excelentes.
–¿De qué trata? –preguntó, llena de curiosidad.
–Narra la historia de Ismael, un joven deseoso de aventuras que se
embarca en un ballenero, el Pequod. Su autoritario y misterioso capitán,
Achab, sufre un incidente con una ballena blanca que le amputa una pierna.
Obsesionado por dar muerte al monstruo y vengarse así de ella, la bautiza
como Moby Dick y se lanza a dar caza a ese demonio blanco junto a sus
hombres en una persecución obsesiva y autodestructiva.
Se le iluminó la cara al escuchar el argumento.
Lo contemplé un segundo mientras acariciaba la tapa con los pulgares y se
lo ofrecí.
–¡Quédatelo! –exclamé, extendiéndoselo.
Sanyu lo miró ilusionada.
–Pero, señorita Talvot, no sabría qué hacer con él. Yo… no sé leer –dijo
de un modo inocente.
–Eso no es un problema, yo puedo enseñarte.
–No creo que al amo Talvot le parezca buena idea, señorita.
–¿Por qué dices eso? –fruncí el ceño.
–Hay quien piensa que enseñar a los esclavos a leer y escribir tiende a
excitar el descontento en sus mentes, y produce la insurrección y la
rebelión.
–Créeme, a padre no le importará en absoluto –sonreí–. ¡Cógelo!, lo
leeremos juntas.
Sanyu lo acepto, lo abrió por la mitad, y lo acercó a su nariz a la vez que
aspiraba intensamente. Y por fin, pude vislumbrar la más maravillosa de las
sonrisas que había contemplado jamás.
–Me gusta como huele –dijo–. Huele como el chocolate.
–Puedes quedártelo, pero ¡solo si prometes no comértelo! –bromeé.
Otra encantadora sonrisa brotó de sus labios y me sentí más que
complacida.
Esa hermosa joven mestiza no solo me parecía realmente increíble, era,
además, increíblemente real…
CAPÍTULO 7
Querido Dios
A quel era un sábado más, un sábado sin nubes, sin viento. Un sábado
inofensivo, muy parecido a los otros. Un sol atronador, caliente y
generoso daba brillo a los campos, dándoles la apariencia de un gran lago
verde. Todo exudaba paz, era una mañana preciosa, con ecos, con trinos de
pájaros, y con brisa tonificante…
Samuel entró en la casa vociferando y dando gritos, le oí llamarme desde
mi dormitorio.
–¡Señorita! ¡Señorita Talvot!
–¡Samuel Louis! ¡Saca tus sucias botas de esta casa! –Le reprendió Madi.
–Mama Madi… necesito hablar con la señorita Alison.
–Que diantres ha pasado para que entres con estas prisas, ¿eh?
–¿Qué ocurre, Samuel? –pregunté desde lo alto de las escaleras.
No fue su voz solamente, fue su ademán rígido, nervioso y también su
temblor lo que me alarmó…
–Por favor, señorita Alison, ¡dese prisa! El señor Dawson va a azotar a
Sanyu.
–¿¡Qué!?
Salí a toda velocidad de la casa, monté mi caballo y galopé en dirección a
las cabañas. Los esclavos formaban un corro alrededor de la escena, Joffrey
les estaba obligando a mirar. Al llegar encontré a Sanyu maniatada a un
enorme poste de madera, sus ropas estaban rotas y su espalda expuesta.
Joffrey la estaba azotando con saña. Me situé por detrás y agarré fuerte el
látigo antes de que pudiera propinarle un solo golpe más.
–¿¡Qué demonios haces, Dawson!? –grité a sus espaldas.
–Señora, esta mestiza me atacó, estoy dándole un escarmiento.
Las uñas de Sanyu estaban marcadas en su mejilla y la sangre resbalaba
por su rostro brotando a través de unos arañazos semejantes a los de un gato
cautivo y domesticado, pero que sabe bien que con un golpe de zarpa puede
pulverizar a aquel que pretenda molestarle en demasía.
–¡Suéltala inmediatamente!
–Lo siento, señorita Talvot, pero alguien tiene que enseñar a estos
malditos negros a respetar a los blancos.
–¡He dicho que la sueltes!
–El señor Talvot me contrató para…
–¿Para qué, Joffrey? –le interrumpí –¿Para golpear a personas a tu antojo?
Jamás había estado tan furiosa en toda mi vida. Me erguí ante él, segura y
decidida a encabritarme, como un caballo que siente sus bridas tocadas por
un extraño.
–Ni siquiera los animales merecen ser tratados así ¡Aquí no usamos el
látigo! No permitiré que se les azotes y menos aún si disfrutas con ello.
–Pero…
–¡Suéltala! ¡Ahora!
–¡Esta sucia negra me atacó! –argumentó.
–No me hagas repetirlo, Dawson –mi rostro se transformó.
–Como ordene, señora, ¡soltadla!
–Te lo advierto, Joffrey y solo te lo voy a decir una vez… si vuelves a
ponerle las manos encima a Sanyu o a uno solo de mis hombres, te echaré a
patadas de aquí, ¿está claro? ¡Márchate!, hablaré contigo más tarde.
–Sí, señora…
Sanyu estaba casi inconsciente debido al terrible dolor, cayendo a los pies
del poste cuando desataron sus manos. Al verla allí, sentí su dolor de un
modo que traspasó mi alma. Desde el principio había tenido la certeza de
que ese hombre traería consigo problemas. Sus arrebatos de agresividad
verbal hacia los esclavos brotaban en él como la pólvora, pero esa era la
primera vez que traspasaba la línea con un castigo físico. Desde que Joffrey
Dawson había llegado a la plantación Talvot, los esclavos más mayores se
volvieron taciturnos, los rostros de algunos de los hombres y mujeres se
contraían como si el miedo los chupara por dentro y sus pasos en cualquier
dirección parecían precipitarse.
–Tranquila… shhh, ya pasó… estoy aquí… ya pasó…
Samuel y Connor me ayudaron a llevarla a casa. Sanyu quedó tumbada
sobre la cama boca abajo, examiné sus heridas con cuidado.
–¿Qué ha pasado, Samuel?
–Sanyu llevaba pan a las cabañas, señorita Talvot, el señor Dawson le
salió al paso, él intentó… –dijo mientras hacía girar su sombrero entre las
manos.
Samuel no se atrevió a continuar y bajo la mirada a sus botas.
–¿¡Qué!? –pregunté con impaciencia.
–Intentó llevarla a una zona apartada del bosque, señorita Alison –se
apresuró a decir Connor –Sanyu quiso escapar, ella sabía lo que ocurriría si
iba con él.
–Maldito –murmuré entre dientes –quiero que os mantengáis alejados de
él, todos vosotros, es un hombre peligroso e impredecible, ¿está claro?
–Sí, señorita –contestó Samuel.
–Ella se resistió, ama Talvot, y lo abofeteó tratando de zafarse –concluyó
Connor.
–Dejadme sola con ella, volved al trabajo. Madi, tráeme agua caliente y
paños limpios.
–Enseguida, mi niña.
No pude evitar que asomara a mis ojos una mirada compasiva. Los
primeros golpes le habían provocado moretones y contusiones, los cuales se
habían abierto con los sucesivos. Aquella piel canela que tanto me fascinaba
estaba hecha jirones por los latigazos. Con una dulzura que no lograba
eliminar el dolor de mi corazón, limpié y cubrí sus heridas con una pequeña
cantidad de miel. Improvisé unas vendas y rodeé con ellas su torso, dejando
su espalda cubierta por completo para evitar que se infectara. Los nervios se
apoderaron de mi juicio cuando sentí su pecho desnudo tan cerca de mí.
El temblor en sus hombros, la rigidez de su rostro y la dureza con la que
apretaba sus labios, dejaban entrever su enorme sufrimiento.
¿Cómo podía haberme cautivado una mujer tan distinta a mí?
Quise tocarla, abrazarla para darle consuelo, pero me contuve.
–Te pondrás bien –exclamé.
–Es usted muy buena persona, señorita, que Dios la bendiga.
–Siento muchísimo lo que ha pasado, Sanyu y lamento profundamente no
haber podido llegar a tiempo para detenerlo antes.
–No se preocupe, señorita Alison –de nuevo las lágrimas empezaron
humedecer sus mejillas.
Deseaba consolarla a través del contacto físico, pero algo me lo impedía,
así que trasladé ese abrazo a mis palabras tiernas y reconfortantes.
–Te has defendido con uñas y dientes –exclamé con dulzura–. Has sido
muy valiente.
–No permitiré que ningún hombre vuelva a tomar por la fuerza lo que solo
a mí me corresponde entregar. Antes prefiero morir.
–Te prometo que Joffrey no volverá a ponerte las manos encima. Si
vuelve a acercarse a ti, o intenta azotar a una sola persona más, juro que le
echaré de mis tierras.
Sanyu me miró directamente a los ojos y en ese momento me alcanzó la
bala, una bala que aturdía, como aturden los golpes en la cabeza. No había
salido de ningún rifle. Salió de una frase. Una simple e inesperada frase que
bruscamente cambió de un modo rotundo el panorama de mi vida. Una
frase irrevocablemente cierta…
–Siempre habrá otro Joffrey dispuesto a levantar su látigo contra un
esclavo.
–Por favor, no digas eso –le rogué.
–No se canse, señorita. Es imposible nadar contracorriente. Los blancos
nos odian, para ellos no somos más que trozos de carne sin vida, sin valor.
–En esta casa jamás se os ha tratado como esclavos, Sanyu. En esta casa
no se os castiga así y no pienso permitirlo. ¡De ningún modo!
–Sigo siendo lo que soy… la hija bastarda de un hombre blanco. Una
mestiza. No pertenezco a ninguna de las dos razas… no soy ni blanca, ni
negra.
–Pensar así no te hará ningún bien.
–Nada me hará sentirme nunca bien, señorita Ali. ¡Soy lo que soy, ya está!
Tomé su cara entre las manos y acaricié suavemente sus mejillas. De
pronto, Sanyu calló. Se dio cuenta de que yo estaba delante, muy cerca de
ella, alzó la cara con el rostro aún húmedo, pero sus ojos se habían secado
repentinamente, y nos miramos en silencio. Nuestros alientos casi podían
rozarse, y en ese momento la mirada de Sanyu se posó durante un breve
segundo sobre mis labios, a la vez que entreabría la boca de un modo tan
sensual que me estremecí. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, y mi
deseo por ella palpitó con exigencia, no solo en mi pecho, también en otras
partes de mi cuerpo.
Me asusté de mi propia reacción, mi cuerpo parecía funcionar solo,
movido por algo inédito y enérgico, algo tan ardiente que me descolocó.
Aparté mis manos de su rostro con cierto pesar y bajé la mirada un poco
avergonzada.
Deseaba besarla, y estuve a punto de hacerlo. Nunca había sentido nada
igual y el pánico me dejó paralizada. Sanyu me dedicó una mirada tan dulce
y tierna cuando mis mejillas enrojecieron que mis piernas comenzaron a
temblar, y sentí que podía ver dentro de mí.
Ella era así, tan natural y sencilla como los vientos que agitan las copas de
los árboles.
–Eres mucho más que el color de tu piel…
–Pero no todos los blancos piensan como usted –dijo apartando la mirada.
–Lo sé… –exclamé con tristeza –ahora descansa, volveré más tarde para
ver cómo te encuentras.
Acaricie su cabello negro como el azabache, me dejé llevar por mis
deseos y lo bese. El perfume de su pelo me pareció suave, como un aroma
primaveral en pleno invierno. Solo fue un instante y en ese momento aún no
lo sabía, pero ese perfume, ese aroma maravilloso que oprimió mis sienes y
desbocó mis sentidos, permanecería en mi memoria durante el resto de mi
vida, penetrando directamente en mi corazón, anegándolo, sumergiéndolo
poco a poco en una languidez de felicidad inefable.
–Ahora trata de relajarte. Te vendrá bien dormir un poco, Sanyu. Le
pediré a Madi que te prepare algo caliente para cenar.
No contesto, pegó sus labios a mi oído. Era como si todo lo que nos
estuviera rodeando existiera solo para ella y para mí:
–Gracias.
–Duerme, Sanyu.
El día, que había amanecido radiante y luminoso, se tornó gris y
desagradable, comenzó a llover con fuerza, parecía un día muerto, como si
todo el mundo hubiera huido y las cabañas hubieran quedado deshabitadas
o como si todos hubiesen caído repentinamente enfermos. Madi se apresuró
a cerrar las contraventanas, el aire comenzaba a soplar furioso haciendo que
las gotas de lluvia salpicaran sobre los cristales como dardos. El aire
vibraba, colándose por todos los rincones, emitiendo silbidos que
cambiaban de tono dependiendo de la intensidad de las ráfagas. Cuando el
viento soplaba de ese modo, me resultaba molesto, y cuando además lo
hacía de forma persistente, influía negativamente en mi estado de ánimo.
–Maldito tiempo loco –dijo padre mientras echaba una mirada a través de
los cristales del comedor.
–Este viento… me perturba –afirmé con pesar.
–La estación de las lluvias este año azotará con fuerza, todo son
problemas –exclamó padre cerrando el periódico con el rostro preocupado.
–He leído que Lincoln ha ganado las elecciones, padre.
–Lo sé, hija. La Confederación ha declarado oficialmente la secesión de
los estados Unidos.
–¡Dios mío! ¿Cree que la guerra puede ser inminente?
–Si estalla… no durará mucho, de eso estoy seguro.
–Deberíamos abandonar Georgetown, padre.
–¡No empieces otra vez con eso, Alison! Esta tierra significa todo para mí.
No la abandonaré, es lo único por lo que vale la pena trabajar, luchar y hasta
morir.
Bella alzó sus patas delanteras sobre mi regazo, como si pretendiera
distraerme de mis preocupaciones, jugar, como otras veces conmigo,
mordiéndome con cuidado las manos y la ropa. Había crecido mucho y ya
no podía tomarla en brazos como antes, así que abracé su cabeza y la apreté
contra mi pecho. Miré a padre un minuto y hablé…
–Sorprendí a Dawson azotando a Sanyu esta mañana, le he prohibido que
vuelva a hacer nada semejante. No me gusta ese hombre, padre. Es
peligroso y cruel, los esclavos le temen.
–¿Le preguntaste el motivo de ese castigo?
–¡Por supuesto que no!, no existen motivos suficientes para azotar a una
persona, ¿no creé?
–Hablaré con él.
–¡Hágalo pronto! Si vuelvo a sorprenderlo tratando de castigar a un
esclavo juro por Dios que me las pagará.
–¿La muchacha está bien?
–Sí –admití con tristeza–. Tardará algunas semanas en recuperarse, pero
llegué a tiempo para detenerlo. Ese hombre es un salvaje. Podría haberla
matado.
–Te preocupas en exceso por ellos, hija mía. Tratarlos bien es una cosa,
pero tu sufrimiento es demasiado ¿no te parece?
–No, padre, no me parece. ¡Son personas! ¡No son animales!, lloran,
sufren, aman y ríen como usted y como yo.
–Me hago cargo, hija.
–Merecen ser tratados con dignidad, es lo mínimo que se nos debe exigir
después de la explotación a la que los hemos sometido durante más de cien
años.
–Tu madre tampoco estuvo nunca de acuerdo con tener esclavos, cuando
nos casamos y vino a vivir aquí desde Pensilvania, le costó adaptarse. Te
pareces demasiado a ella.
–Me alegro de que así sea –exclamé–. Iré a ver cómo está Sanyu, debería
cambiarle los vendajes. Si me disculpa…
Me sonrió con una sonrisa inédita en él, se levantó de su sillón y caminó
en mi dirección con una extraña expresión en la cara, como de alguien que
claudica ante lo evidente, posó su mano sobre mi hombro y me sacudió
ligeramente.
–Eres una buena persona, hija mía.
–Gracias, padre. Que descanse.
–Hasta mañana, tesoro.
Me dirigí directamente al piso de arriba y entré con cuidado en el cuarto
de Sanyu. Estaba dormida, boca abajo, su cuerpo permanecía
completamente inmóvil y su mejilla izquierda hundida en la almohada.
Revisé su espalda sin atreverme a tocarla, restos de sangre habían
atravesado la tela. De repente, Sanyu se removió en un lamento, como si se
le hubiesen metido un puñado de avispas bajo los vendajes. Me senté a su
lado y comencé a retirarlos con todo el cariño que pude, pero la voz que
salía de su garganta con cada vuelta que deshacía de aquel fajamiento de
momia, se quebró en llanto, en gestos de dolor, y en una mirada vidriosa y
resignada.
–Lo siento… lo siento.
–No se preocupe, lo hace muy bien, señorita Alison.
–Quisiera poder ahorrarte este sufrimiento, pero no puedo.
–No sufra por mí. Lo soportaré.
–Eres muy valiente. Pronto estarás mejor, ya lo verás.
Después de volver a limpiar sus heridas y recolocar un nuevo vendaje,
abrí un pequeño frasco y vacié una pequeña cantidad de líquido en una
cuchara.
–Ven, incorpórate un poco. Tómate esto…
–Está muy amargo –dijo haciendo una mueca.
–Es láudano. Mitigará el dolor y te ayudará a dormir.
–Gracias.
–Te he traído una campanita, quiero que la hagas sonar si necesitas
cualquier cosa, ¿de acuerdo? Dejaré la puerta de mi habitación abierta…
–No sé cómo agradecerle lo que está haciendo por mí.
–No tienes que agradecerme nada.
–Pero Madi puede ocuparse, no tendría que tomarse tantas molestias.
–Quiero hacerlo yo, además para mí no es ninguna molestia. Es mi deber.
–Es usted un ángel.
–Voy a cuidar de ti, San –afirmé con solemnidad.
–¿San?, –me miró con cierta curiosidad–. Nunca me habían llamado así.
Me gusta… suena bien –sonrió como para sí misma.
–Yo también lo creo. Bueno, te dejo para que puedas descansar, ¿de
acuerdo?
–De acuerdo. Buenas noches, señorita Alison.
–Buenas noches, San.
Me alejé caminando despacio, antes de salir me giré una vez más para
encontrarme con sus ojos y la descubrí regalándome una sonrisa sincera que
nacía del alivio.
Le devolví ese mismo gesto y me dirigí a mi dormitorio. Dejé la puerta
abierta y me preparé para leer un rato, sin embargo, no podía concentrarme
en nada y me fui a dormir temprano. Al apagar la luz de las velas volví a
ver el rostro de San, era imposible apartarla de mis pensamientos. Sus ojos,
sus mejillas humedecidas por las lágrimas, sus sensuales labios, el exquisito
aroma de su pelo y su sonrisa.
Recordé lo hermoso que resultaba contemplar los atardeceres junto al rio,
y me di cuenta de que en ella se apreciaba esa misma calma, y esa misma
magia, pero en su boca.
Su imagen volvía una y otra vez a mi mente. No me cansaba de pensar en
ella, desprendiéndome de todo menos de su imagen, de sus facciones, de las
líneas de su rostro. Sumida en una existencia distorsionada, divagando,
sustituyendo la realidad por fantasías repletas de esperanzas, de
sentimientos, de placeres, de anhelos… y así pasé la noche, soñando
despierta.
Más libros en www.librosmania.com
CAPÍTULO 10
D urante los siguientes tres meses fui arreglando la vieja cabaña del
árbol, mandé reforzarla y ampliarla, tuvimos que traer muchos
troncos para construir con ellos un nuevo techo y reforzar la estructura
original, sustituir las viejas escaleras por una gran pasarela que ascendía
poco a poco hasta la puerta. Utilizamos los árboles que quedaban más cerca
para hacerla mucho mas grande y repartir el peso de toda la estructura.
Mantuve la entrada oculta tras el amplio follaje, quería que aquel lugar
continuara siendo un secreto para todos y un refugio maravilloso para
nosotras. Esa parte del bosque había pertenecido a la familia de mi padre
desde hacía muchas décadas, casi un veintiséis por ciento del paraje estaba
dentro de los límites de nuestras tierras. Otro cincuenta y dos por ciento era
propiedad del estado, un catorce por cierto pertenecía a la industria forestal
y el ocho por ciento restante, estaba dividido entre otros colectivos,
parroquias y diferentes organizaciones.
Durante las horas siguientes me preguntaba cómo dos personas tan distintas
entre sí, y que provenían de mundos tan opuestos, habían llegado a una
compenetración sentimental tan matemática y tan sólida. Nos entendíamos a
la perfección, incluso sin hablar, sólo mirándonos, levantando una mano o
gesticulando. Entre ella y yo había resortes que solo nosotras entendíamos.
Carraspeos que plasmaban presagios, muecas que alzaban miradas,
suspiros que señalaban sentimientos… todo para nosotras era exclusivo,
propio. Y no permitiríamos que nadie se introdujera en nuestro coto
cerrado.
CAPÍTULO 13
Nos costó muchísimo salir del dormitorio esa mañana, pero había que
hacerlo. Me dirigí directamente al cuarto de mi padre. Sanyu bajó hasta la
cocina para ayudar a Madi a preparar el desayuno.
–¡Padre! –me acerqué hasta la cama.
–Buenos días, hija mía.
–Me alegro de verle despierto, por fin la fiebre ha disminuido ¿cómo se
encuentra?
–Me encuentro muy cansado, parece que me ha pasado por encima un
ferrocarril.
–Es normal, pero no se desanime. Debe descansar un poco más, verá
como pronto se sentirá mucho mejor.
–Seguro que sí…
–Ayer me asusté mucho al verle. Estaba muy preocupada por usted.
–No te preocupes, Alison. Tu viejo padre dará mucha guerra aún –
exclamó con una sonrisa.
–Sanyu y Madi están preparando el desayuno, debería comer algo para
recuperar fuerzas. Está deshidratado por la fiebre, anoche incluso deliraba.
–No tengo apetito, pero lo intentaré, hija –dijo, incorporándose
ligeramente sobre su lecho.
–Le dejo descansar un rato más, yo también iré a desayunar y luego
cabalgaré hasta los campos. No se preocupe por nada padre, yo me encargo
de todo.
–Gracias, Alison.
Al acercarme a la puerta para salir de la habitación, volvió a hablar entre
dientes:
–No podría estar más orgulloso de ti.
Sonreí complacida al escucharle.
–Descanse un poco, padre –salí cerrando la puerta.
En la cocina, Sanyu y Madi preparaban el desayuno sin hablar.
–Esta mañana me di cuenta de que no dormiste en tu habitación –dijo
Madi, mientras servía el café en unas tazas de porcelana.
Sanyu se quedó petrificada al escucharla, el corazón le latía rápidamente y
la voz se le ahogó en su garganta.
–La señorita Alison me llamó a su cuarto, me pidió que me quedara con
ella, estaba muy triste.
–Sí, lo sé… os lleváis muy bien ¿no?
–Sí. La señorita Ali es muy buena conmigo.
–Mi niña… es toda bondad y corazón. Anda, sírvele el desayuno, debe
estar en el comedor esperando.
–Enseguida, Madi.
Sanyu se dirigió hasta el comedor. El doctor Stewart había regresado para
ver cómo se encontraba mi padre, e insistí en invitarle a tomar un café antes
de subir al dormitorio.
Mientras Sanyu depositaba la bandeja del desayuno sobre la mesa,
nuestras miradas se cruzaron y nos regalamos una tímida sonrisa.
–Gracias, San –exclamé, rozando levemente uno de sus dedos mientras el
doctor no miraba.
El doctor Stewart era un hombre alto, delgado, de aspecto elegante y
apuesto a pesar de su edad. Contaría con algo más de sesenta años, hablaba
despacio y se movía despacio, pero dudo que pensara despacio, era
inteligente y médico de nuestra familia desde hacía muchos años. A pesar
de su pelo gris, era uno de esos hombres que no cambian mucho con la edad
en cuanto a su aspecto físico.
–¿Qué le parecen las ultimas noticias sobre la secesión, doctor?
–Hay muchos sureños partidarios de la unión que no quieren la guerra.
–Estoy francamente preocupada por cómo acabará todo esto –exclamé.
–Tranquila, no le pasará nada a su familia –dijo, mientras miraba a través
del ventanal de la sala.
–¿No cree que seremos considerados traidores?
–Es posible, señorita Alison, es posible…
–En mi opinión –afirmé con rotundidad –considero que la secesión es
anticonstitucional y que la esclavitud es perniciosa y nefasta para cualquier
sociedad.
–Estoy completamente de acuerdo con usted –dijo, mientras se llevaba la
taza de café a los labios.
–El Sur está ebrio de entusiasmo, los jóvenes están excitados, deseosos de
que estalle un conflicto, ¡tienen tantas ganas de luchar!, no logro
comprenderlo.
–Yo tampoco, señorita Alison –exclamó resignado –y dígame, ¿cómo está
su padre esta mañana? ¿Se tomó el tónico que le recomendé?
–Sí, doctor. Ayer estuvo muy débil, tenía mucha fiebre, deliraba… aunque
esta noche parece que ha logrado descansar un poco. Me tiene preocupada.
–Me gustaría verle.
–Por supuesto, le acompañaré gustosa.
Tras desayunar, acompañé al doctor Stewart hasta el dormitorio donde
descansaba mi padre y me retiré para dejarlos a solas. Tardo un buen rato en
salir. Cuando lo hizo, le acompañé hasta la puerta principal mientras me
daba las indicaciones necesarias para su recuperación. Aún seria necesario
que guardara reposo, su tos se había intensificado y la fiebre no terminaba
de cesar por completo, tenía una especie de infección en los pulmones que
había que continuar vigilando. Se despidió de mí con un apretón de manos y
prometió regresar más adelante.
–¿Se recuperará? –pregunté.
–Es pronto para asegurarlo, me preocupan sus pulmones, está demasiado
fatigado, pero soy optimista. John es un hombre fuerte y siempre contó con
una salud de hierro. Lo mantendremos estrechamente vigilado, quiero que
descanse lo máximo posible –explicó –y que se tome la medicina que le di
al menos tres veces al día, eso debería reducir los accesos de tos.
–Descuide doctor, me encargaré personalmente de que así sea.
–Muy bien, ahora tengo que marcharme.
–De acuerdo.
Me contempló tranquilamente con sus serenos ojos azules.
–Cuide de su padre, Alison, y cuídese usted también. Llámenme si
empeora, ¿de acuerdo? –dijo, mientras se ponía de nuevo su sombrero.
–Lo haré doctor, muchas gracias por venir.
–Que pase un buen día –se despidió estrechándome la mano.
E l tiempo pasaba lento, era algo así como un pasar eterno, que no
modificaba nada y que lo dejaba todo como embebido en viscosidad.
La primavera llegó hasta nosotros envejecida, cansada de su propia lentitud.
La inestabilidad que se extendía por todo el país no podía ser ajena a
ninguno de nosotros y la incertidumbre era algo palpable. Los
acontecimientos políticos se iban embrollando cada vez más.
Todos teníamos miedo a la guerra que se estaba fraguando y a sus futuras
consecuencias.
Un largo desfile de acontecimientos internos que pocos conocían, habían
ido preparando el terreno para que al fin, estallara la bomba y con ella la
guerra.
–¡Señorita Talvot! ¡Un jinete se aproxima! –gritó Connor desde la puerta.
Un muchacho cabalgaba al galope hacia nosotros. Inmediatamente salí a
su encuentro. Era un chico de no más de dieciséis años, delgado como un
junco y de ojos negros como el carbón.
–El fuerte Sumter ha caído, señorita Talvot –dijo sin dilación, nada más
llegar hasta mí–. ¡Estamos en guerra!
–¿¡Cuándo ha ocurrido!? –exclamé con nerviosismo.
–Esta madrugada…
–“Dios mío” –pensé–. Gracias, muchacho.
El joven espoleó su caballo y se alejó de nosotros a la misma velocidad
con la que había llegado. Sanyu y Madi salieron, no dijeron nada, pero me
conocían lo suficiente para ser conscientes de mi preocupación y el
desasosiego que se apoderaba de mí. Aquello era como una pesadilla que no
tenía lógica ni realidad.
Las tres nos abrazamos en silencio durante unos minutos.
–Ali –dijo Madi–. Deberías subir y decírselo a tu padre.
–Lo haré más tarde, ahora debe descansar.
Esa misma tarde le conté a padre los últimos acontecimientos. No se
sorprendió, los complejos problemas políticos, económicos y divisorios que
atravesaba el país no podían acabar de otra manera, decía…
Al día siguiente recibió la visita de su abogado, Claude Becker. Ignoraba
cuál era el motivo de aquella repentina reunión, pero supuse que tenía que
ver con la noticia de la inminente guerra. El señor Becker era un hombre de
baja estatura y movimientos rápidos, de unos cincuenta años. Con voz
profunda y melodiosa.
Sonrió amablemente al cruzarse conmigo al tiempo que desaparecía tras la
puerta del dormitorio de mi padre. Estuvieron a solas más de una hora, al
salir de nuevo, descendió la escalera con evidente despreocupación, se
acercó, y me estrechó la mano con firmeza.
–¿Cómo está, señorita Talvot?
–Bien, señor Becker –contesté.
–Un placer volver a verla, está usted más hermosa cada día.
–Gracias, señor.
–Si me disculpa, debo marcharme ya, tengo un poco de prisa.
–¡Claro! Le acompaño hasta la puerta.
–Muy amable.
Becker era calvo, con algunos mechones de cabello en las sienes que
parecían parches. Eso, unido a su piel sonrosada y sus facciones vivas y
despiertas, le daba un aire de enanito, como si fuera un niño que simulaba
ser hombre, o quizás un hombre que pretendía pasar por un niño. Era un
tipo de lo más extraño, una especie de rata de biblioteca. Hablaba con
facilidad y sin detenerse, modulando su voz como si de un músico se
tratara, jugando con las palabras, como buen abogado.
–¿Puedo preguntar qué asunto le ha traído hasta aquí, señor Becker?
Claude Becker me miró fijamente, igual que un experto luchador al que
golpean en el primer asalto y se repliega para estudiar a su contrincante.
–Me he enterado de la delicada salud del señor Talvot y he querido
interesarme por su estado, eso es todo –dijo fríamente.
–Me gusta la lealtad que demuestras a mi padre, Claude, pero no permitas
que te domine, soy su única hija, sus asuntos son mis asuntos, si ocurre algo
quiero saberlo de inmediato, más ahora que está enfermo, lo comprendes
¿verdad? –no pude evitar una sonrisa.
–Por supuesto. No se preocupe, señorita Alison, los intereses de la familia
Talvot son una prioridad para mí.
Madi se me acercó por detrás en cuanto el abogado se marchó.
–No me gusta ese hombre, va siempre demasiado tieso, como si estuviese
muy seguro de sí mismo. Además, se diría que oculta algo.
–En confianza, Madi –respondí –yo también comienzo a tenerle antipatía.
Subí hasta el dormitorio para estar con padre por el resto de la tarde, ni
siquiera traté de indagar por el motivo de aquella inesperada visita, tenía ya
bastante en que pensar, tan solo deseaba que su enfermedad le diera un
respiro. Estaba cada vez más débil y abatido, y mi miedo aumentaba
conforme lo hacían sus síntomas.
A laintroducirlo
mañana siguiente enterramos el cuerpo sin vida de Tom, después de
en un ataúd que construyó el mismísimo Connor, ayudado
por Barack y Salomón. Estuvieron trabajando en él toda la noche, y cuanto
más trataban ambos de evitarle al chico ese sufrimiento, más ahínco ponía
el muchacho en su labor. Era como si aquella actividad lo liberase
momentáneamente de su dolor y de su pena.
Durante el funeral, el viejo Arthur dedicó unas palabras al difunto
mientras las mujeres se lamentaban. Al acabar todos entonaron canciones
juntos. En ese momento recordé lo que San me había contado sobre las
canciones de los esclavos y cómo liberaban su sufrimiento a través de ellas.
El corazón se me encogió dentro del pecho al escucharlos, más que
canciones parecían lamentos…
Era desgarrador para mí ver como los negros eran considerados seres
subhumanos, sin derechos, comparados y tratados como animales, sin tan
siquiera considerarlos personas y, por lo tanto, jurídicamente desamparados.
Eran tratados como meros objetos o cosas, humillados y vejados de forma
constante. Obligados a trabajar en los campos hasta su muerte.
Había incluso quien se empeñaba en debatir si los individuos de raza
negra tenían alma humana, de ser así, tratar de una manera tan denigrante a
los esclavos hubiera resultado ilegal a ojos de la iglesia, por lo que la
mayoría se reafirmaban en la idea de que las personas negras no tenían
alma. En mi opinión esa fue sin duda la peor y más terrible culpa de todos
los hombres, la vergüenza para toda la raza blanca. El pecado original de los
Estados Unidos de América.
Las piernas me flaqueaban. Era como si todo lo que había sucedido lo
recordara como entre brumas, igual que uno de esos relatos que nos
impresionan cuando somos niñas y que, cuando crecemos, no podemos
distinguir si lo vimos, o solo fueron explicados. Me fui alejando de ellos,
poco a poco, hasta dejarme caer a los pies de un árbol aislado. Sollozando,
me llevé las manos a la cara para secar mis lágrimas y el sudor que
empapaba mi frente. Sanyu me miró preocupada desde la distancia. Cuando
todo acabó los esclavos se retiraron a las cabañas y la vi a acercarse.
–¿Estás bien?
Seguía sin poder hablar, jamás me había sentido tan débil, tan ausente, tan
perdida, tan hundida.
–Comprendo tu dolor, mi amor –dijo –, pero no debes sentirte culpable
por la muerte de Tom. Todos estamos juntos en esto, todos debemos superar
las circunstancias. No se consigue nada sucumbiendo a la tristeza y a la
pena. Debemos ser fuertes, ahora más que nunca.
–Esto es muy duro para mí –admití, enjugándome las lágrimas.
–Lo sé…
–Es como si lo hubiera matado yo.
–¿¡Estás loca!? ¡No quiero volver a escuchar algo así! ¿¡Me oyes bien!?
–¡San!, –sus palabras me hicieron reaccionar–. No te enojes conmigo, por
favor.
–¡Pues deja de decir tonterías! Me duele escucharte decir esas cosas ¿lo
entiendes?
No tuve en cuenta que mi forma de hablar podía herirla.
–Lo siento, mi amor. Tienes razón.
–Te perdono si me regalas una sonrisa.
La expresión de mi rostro pasó de la tristeza a la felicidad en cuestión de
segundos.
–Una y mil –dije.
San comenzó a sonreír con una sonrisa que yo no conocía en ella,
despreocupada y segura.
De pronto mi atención se desvió hacia otra parte. Unos metros más allá de
donde nos encontrábamos vi a Connor, tenía un pequeño palo en su mano
derecha. De pronto tomó impulso y lo lanzó con fuerza por encima de unos
matorrales. Un segundo después surgió Bella como de la nada, saltó y
atrapó el palo entre sus dientes. Connor se agazapó y la perra corrió hacia él
entregándoselo para repetir el juego una vez más.
–¿Estás viendo lo que yo?
–Todavía tengo ojos –contestó.
–Parece que Bella tiene un nuevo compañero de juegos.
–Sí, eso parece –giró la cara para mirarme–. Va a ser muy duro para él,
solo es un muchacho.
–Lo sé, pero nosotras le ayudaremos. No quiero que a ese chico le falte de
nada, San –el animal continuaba corriendo gozoso en compañía de Connor.
El corazón de San se encogió dentro de su pecho con aquella inesperada
frase y se impresionó tanto, que si antes me amaba entrañablemente, desde
ese momento su amor se convirtió en adoración.
–Eres maravillosa, Alison. Tu corazón está hecho de alas de mariposa,
eres capaz de darlo todo por las personas a las que amas –me miraba como
sorprendida–. Tu única debilidad es que te preocupas demasiado por los
demás y casi nunca te das prioridad. Eres buena y a la vez tu rabia es tan
poderosa, como las tormentas.
–¿De verdad, lo crees? Porque yo muchas veces dudo de todo, hasta de mí
misma.
–Eres fuerte y consecuente con lo que sientes, una líder nata que siempre
trata de mantener a los suyos a salvo y hacerlos felices. No tienes paciencia
cuando te topas con gente farsante y problemática. Si abusan de tu
confianza, te vuelves fría como un océano de hielo. Eres hermosa, pero
también muy peligrosa si se meten contigo o con aquellos a los que amas, y
si alguien se atreve a hacerlo, es mejor que corra lo más lejos posible.
–Cuando te escucho hablar así, tengo la sensación de que me conoces
mejor que yo misma.
–Te conozco muy bien, porque eres una persona leal y transparente que no
teme mostrar lo que siente, ni tampoco huye de sus miedos, los enfrenta.
Aunque a veces eres terca como una mula, pero eso es solo porque casi
siempre tienes la razón. Eres toda pasión y amas con cada fibra de tu ser.
Enamorarme de ti es lo mejor que me ha pasado en la vida, tanto, que me
avergüenzo de sentirme tan feliz en medio de este constante sufrimiento –
esbozó una sonrisa melancólica.
–Quiero besarte –dije de pronto.
–¡Alison! –un leve rubor se esparció por su cuello.
San miró a su alrededor. Su pecho se agitaba inquieto bajo su vestido. Sus
dedos rozaron los míos con suavidad, se le había encendido la cara, sus
mejillas ardían y sus ojos brillaban como si estuviera embriagada por algún
tipo de alcohol.
–Quiero hacerte el amor.
–Por Dios, Ali…
–Te quiero desnuda sobre mí. Temblando de ganas y necesidad.
San contuvo el aliento, y su respiración se agitó aún más cuando me erguí
para levantarme, acercándome peligrosamente a ella mientras lo hacía. La
miré con intensidad y mis ojos se oscurecieron por el deseo. Admiré la
hermosura de su rostro y me quedé con los ojos fijos sobre sus labios que
desprendían un singular y poderoso atractivo.
–Esos labios… son mi tortura, mi obsesión divina.
San entreabrió ligeramente la boca y mi corazón comenzó a galopar
desbocado.
–Si pudiera, exhalaría mi alma a través de mis labios infundiéndola en la
tuya con un beso suave, eterno, e infinito –afirmé con determinación.
–Sé paciente, mi amor. Aguanta hasta que muera el día y te prometo que
la plácida noche me llevara hasta ti… y mis brazos te transportarán a un
mundo nuevo, lleno de paz y de calma, y mis labios llevarán a tu alma
profunda melancolía. Amaremos juntas a la aurora y a la tibia luz que
llora…
–Eres poesía –la miré con adoración –Te quiero, San. No me dejes nunca.
–No lo haré.
–¿Lo prometes?
–Lo prometo.
–Si pudiera me casaría contigo, me gustaría que fueras mi esposa y yo la
tuya –sonreí con tristeza.
–Lo soy ante los ojos de Dios, Alison. Soy tuya, completamente tuya y lo
seré siempre. Puede que Milton tuviera mi cuerpo, pero jamás me tuvo a mí.
Sólo a ti he entregado mi piel, mi corazón, mi sangre y mi alma.
–¡Te admiro tanto, San!, soportaste mucho dolor. Nunca hablas de lo dura
que fue tu vida y sin embargo los problemas que enfrentaste no te han
hecho caer, siempre mantienes la cabeza en alto. Lo que más me asombra,
es la tristeza que no muestras. Tengo la intención de hacerte feliz y te
prometo que intentaré hacer todos tus sueños realidad.
A pesar de las circunstancias, el día se volvió alegre. Los suaves rumores
de aquella hermosa mañana y el perfume de las flores que nos rodeaban,
fueron los únicos testigos del beso que deposité en sus labios.
CAPÍTULO 17
Madi y Sanyu estaban ultimando los preparativos para la cena cuando baje a
la cocina.
–Mmm huele delicioso… –afirmé con una sonrisa mientras me acercaba a
los fogones.
La cazuela estaba aún sobre el fuego y llena hasta el borde. Era un guiso
con verduras y algo de carne. Pan de maíz recién horneado y un pastel de
manzana completaban el menú. Madi cocinaba como los ángeles, y yo
siempre comía con deleite todo lo que ella preparaba.
–Me muero de hambre. San, pásame una cuchara ¿quieres? –dije
asomándome al guiso que estaba en la lumbre.
–¡Alison Talvot, saca tus manos de mi puchero…! –exclamó Madi.
–Oh vamos, mama Madi… ¡solo quiero probar un poquito!
–Ni lo sueñes… no probarás bocado hasta que todos estéis sentados a la
mesa.
–Es una bruja –le susurré en voz baja a Sanyu haciendo una mueca y
poniendo los ojos en blanco, provocándole una hermosa sonrisa.
–Sanyu –exclamó Madi con voz grave–. No dejes que Alison se acerque a
la cazuela. Voy a colocar la vajilla en la mesa.
–Sí, mama Madi.
En cuanto Madi abandonó la cocina, me acerque por detrás a ella y
tomándola por la cintura la apreté en un abrazo contra mi cuerpo, en un
intento desesperado por sentirla. San tragó saliva cuando sintió la firmeza
de mis pechos rozando su espalda. Llevaba muchos días sin tener la
oportunidad de estar a solas con mi San.
–Te echo de menos –murmuré en su oído con voz ronca.
Envolví su cuerpo deslizando mis manos sobre su abdomen, apretando
mis dedos, intentando sentirla a través de la ropa. Abandoné su oreja para
deslizarme aspirando su cuello y rozándolo sutilmente con mis labios.
–Ali… para…
–No puedo…, te deseo…
Sentí como la respiración de San se agitaba, su pecho subía y bajaba,
ascendí una de mis manos ahuecándola sobre uno de sus senos, al hacerlo
un tenue gemido escapó de su garganta. Se giró con decisión para quedar
frente a mí. Tenía los ojos tan oscurecidos que me era imposible distinguir
el iris de la pupila. Acaricié su barbilla con el pulgar y me separé un poco
de ella para admirarla.
–Nos van a ver –dijo suavemente.
–Nadie nos va a ver. Madi está poniendo la mesa. Estamos solas tú y yo…
anda, no seas mala –volví a acercarme–. Dame un beso.
–¡Alison…! –trataba de huir de mis caricias sonriendo como una niña
pequeña a la que le hacen cosquillas.
–Necesito estar cerca de ti, abrazarte, sentirte... ¿Vendrás esta noche a mi
cuarto?
–No lo sé…
–Por favor, San… me muero por estar contigo a solas, aunque sólo sea un
ratito.
–Es que…
–¿Qué ocurre, cariño? ¿Qué es lo que te preocupa?
–Creo que, Madi, sospecha algo…
–A estas alturas, ya no me importa que se enteren. Ni Madi, ni nadie.
–¿¡Estás loca!? –preguntó sin perder la sonrisa.
–Completamente –contesté muy seria.
Acarició mis labios con sus dedos mientras posaba sus ojos sobre ellos
con una mirada de deseo que me hizo estremecer. Entreabrí los labios para
atrapar sus yemas.
–Estoy ardiendo…
–Lo sé –dijo bajando otra vez la mirada a mi boca.
–Pues deja de mirarme así o te como a besos aquí y ahora –mi corazón
bombeaba con furia la sangre que se arremolinaba por mis venas.
–Eres como una gata juguetona y feroz, que prolonga deliberadamente la
agonía de un pequeño ratón que ha caído entre sus zarpas –murmuró sin
dejar de mirarme.
–Y tú eres el incauto, travieso y diminuto ratoncillo que deja de roer al
sentir mis pasos, y se deja atrapar por su curiosidad inocente.
–Te quiero –dijo.
–Y yo a ti, mi amor –susurre antes de robarle un tímido beso.
El pomo chirrió al girar y la puerta se abrió.
–Alison, tu padre y el joven soldado te esperan en el comedor –la voz de
Madi sonó a nuestras espaldas.
–Gracias Madi, iré enseguida.
Guiñé un ojo a Sanyu y le dije “miau” sin emitir sonido alguno, a lo que
ella sonrió. Me dirigí hasta el comedor, salude, y me senté a la mesa con
una sonrisa absurda dibujada en mi rostro. Mi padre y ese joven estaban
enfrascados en una conversación que ni siquiera era capaz de escuchar. Mi
cabeza estaba muy lejos de allí, estaba sobre su hombro, mirando sus manos
mientras cortaba las verduras, estaba en su sonrisa y en su forma de zafarse
de mis caricias, estaba en la oscuridad de sus ojos, en esa forma suya de
mirarme que me dejaba sin aliento y en la calidez de sus labios. De pronto
mis deseos se convirtieron en realidad y Sanyu entró en el salón con una
bandeja en las manos. La observé en silencio mientras servia la cena,
necesitaba deleitarme con la armonía de su cuerpo, ver su melena negra
flotando hueca sobre sus hombros. Yo no sé qué especie de talismán tenia
Sanyu para absorber mi vida de aquel modo. Mi mundo entero parecía
bullir con ella; San era la única persona en la tierra capaz de detener mi
aliento o de obligarme a respirar. Estaba completamente enamorada de ella.
–¿No estás de acuerdo, Alison? ¡Alison! –dijo mi padre elevando un poco
la voz.
–¿Q… qué?
–¿Dónde demonios estás?
–Discúlpeme padre, estaba distraída.
–Últimamente estas siempre en las nubes, hija. Estoy empezando a
preocuparme.
–Estaba pensando en mis cosas. ¿Qué decía?
–El joven Jackson me hablaba de los planes que tiene cuando finalice esta
guerra. Es un muchacho lleno de sueños, estoy seguro de que le ira bien.
–Claro, padre. Si usted lo dice…
–Me gustaría abrir mi propio negocio –expuso el joven–. Tengo un buen
amigo, Peter, nos gustaría asociarnos y establecernos juntos en Nueva York.
No pude evitar levantar la mirada cuando lo escuché. Había dicho
¿establecerse juntos?, me pareció raro oír hablar así a un hombre. Le
observé con detenimiento. Desde que ese joven había llegado a casa, me
resultó extraño, diferente a otros hombres, su forma de expresarse, de hablar
y de moverse me parecía delicada, sensible. Regresé la mirada al plato y
agité un poco la cabeza tratando de aclarar mis pensamientos.
–¿Está casado, señor Jackson? –preguntó mi padre.
–No, señor.
–En ese caso, estará prometido con alguna hermosa joven ¿me equivoco?
–No, señor Talvot, la verdad es que no estoy prometido.
–Pero a un hombre tan apuesto e inteligente como usted no deben faltarle
candidatas ¿No es cierto?
–¡Padre, por favor! –exclamé al ver al chico un poco nervioso con aquel
tema de conversación.
El joven dirigió su mirada hacia mí y me brindó una bonita sonrisa, como
agradeciendo ser rescatado de ese momento tan embarazoso. Terminamos la
cena en silencio. Mi padre se retiró casi de inmediato para dejarme a solas
con aquel muchacho, en un intento de procurarme compañía masculina. Le
seguí la corriente, en cierto modo, me sentía cómoda ante la presencia de
aquel joven.
–Disculpe a mi padre. En ocasiones es demasiado indiscreto.
–Tranquila, señorita Talvot, a veces se preguntan esas cosas cuando no se
sabe de qué hablar –sonrió.
–O cuando se está obsesionado por encontrar un marido para una hija
rebelde, y sin interés alguno en el matrimonio –los dos nos reímos a
carcajadas.
–En ese caso, mejor que piense que se ha salido con la suya ¿no cree?
–Me parece una gran idea, dejemos que sea feliz por una noche.
Ninguno de los dos le reprochó a mi pobre padre ese acto. Ambos reímos
y conversamos amigablemente. Era un joven inteligente y despierto, tenía el
pelo ensortijado de un bonito tono castaño, sus ojos eran azules y sus labios
no eran ni delgados ni gruesos, sino que estaban en un agradable término
medio.
–¿Le apetece una copa de brandy, señor Jackson?
–Sí, gracias.
Me acerqué hasta el mueble donde se situaban las bebidas, y serví un poco
de nuestro mejor brandy en dos copas. Caminé de nuevo en dirección a la
mesa y entregué una de ellas al joven, que la recibió con una sonrisa.
–Gracias, muy amable.
–No hay de qué. ¡Y dígame! ¿De dónde es, señor Jackson?
–Nací en Greenville, en el Condado de Butler. Alabama.
El joven se recostó un poco sobre la silla. Todo su cuerpo pareció
aflojarse. Acercó el cristal a sus labios y me dedicó una dulce mirada por
encima del borde del mismo, saboreando por unos instantes el licor antes de
tragarlo.
–¿Qué le parece?
–Es fantástico.
–Es el favorito de mi padre, seguro que se sentirá complacido de que lo
compartamos ¡brindo por él! –exclamé alzando mi copa –puede que sea un
poco casamentero, indiscreto y quisquilloso, pero he de reconocer que tiene
un gusto exquisito para el coñac.
–Su padre se preocupa por usted, señorita Alison.
–Lo sé. Solo bromeaba, mi padre es el mejor hombre del mundo.
–Es afortunado al tenerla a usted por hija.
Volví la cabeza un poco para mirar hacia San mientras subía las escaleras.
Observé embelesada su nuca y sus brazos desnudos. Llevaba uno de mis
vestidos, era verde oscuro, con un precioso escote bajo que realzaba a la
perfección el portentoso encanto de sus pechos. La vi subir los peldaños
uno por uno y no dejé de mirarla ni un segundo, hasta que la vi girar por el
pasillo de la izquierda, desapareciendo completamente de mi vista.
–Hay algo que me intriga de usted, señor Jackson –el joven arrugó la
nariz–. ¿Por qué lucha en esta guerra? ¿Por qué se alistó?
El soldado hizo una lenta y honda inspiración expulsando el aire
silenciosamente. Apuró el último trago de su copa y se echó hacia atrás
cruzando las piernas.
–No defiendo la esclavitud, si es eso lo que le preocupa.
–¿Entonces? –cuestioné, entornando los ojos.
–Al principio del conflicto, miles de jóvenes acudieron a la llamada del
Presidente de los Estados Confederados y se alistaron como voluntarios
para participar en las operaciones militares. Unos meses después, y tras
numerosas bajas, se hicieron modificaciones sobre el reclutamiento. El
Congreso Confederado intentaba combatir las pérdidas sufridas en batalla y
todos los hombres de entre veinte, y treinta y cinco años, fuimos reclutados
de forma obligatoria para servir a la causa.
–Lo siento mucho, desconocía ese hecho.
–Tranquila, no importa. No lucho por ideales, ni mucho menos por
expandir la esclavitud. Lucho por sobrevivir…
–Matar o morir ¿no? –afirmé, abatida.
–Por desgracia, así es…
–Perdone mi ignorancia, señor Jackson.
–Lo haré encantado –me dijo con una sonrisa radiante–. Si me sirve otra
copa de este exquisito brandy.
–¡Eso está hecho! –añadí, guiñándole un ojo.
El joven me observó en silencio mientras rellenaba ambas copas.
Brindamos mudamente y bebimos a la vez, paladeando el licor antes de
dejar que el líquido resbalara calentando nuestras gargantas.
–¿Puedo preguntarle algo en confianza, señorita Alison?
–¡Claro! –afirmé.
–No quisiera parecer entrometido, pero, tengo la sensación de que su
corazón ya tiene por quien latir…
–¿Cómo dice? –exclamé sorprendida.
–Esa hermosa esclava, la joven mulata.
–¿San?
–Perdóneme, pero… no he podido evitar darme cuenta de cómo la mira
¿Usted la ama, verdad, Alison?
Me incorporé un poco en mi asiento y mi respiración se aceleró de
repente. Ese hombre acababa de llegar a la plantación, ¿Cómo era posible
que se hubiera dado cuenta? y de ser así, ¿Cuántos mas lo sabrían? Sanyu
me había dicho que Madi sospechaba, pero ¿y mi padre? ¿Y el resto de
esclavos…? Mi cabeza empezó a dar vueltas como las aspas de un molino
que giran agitadas por una tempestad.
–Tranquila, Alison. Su secreto está a salvo conmigo.
–¿Cómo puede decir eso? Apenas me conoce –traté de disimular.
–Créame, lo sé. Sé lo que es fingir y rumiar a solas los conflictos
interiores por no tener a nadie con quien compartirlos. Sé lo que es no poder
pedir ayuda a nadie, no querer decepcionar a tu familia y no tener la
suficiente fortaleza psicológica para aceptar los insultos, las burlas o las
críticas. Sé lo que es la desesperación, creer que tu única oportunidad es
cambiar, casarte y, quizás, tener hijos.
–Insinúa usted que…
–Sí, Alison, yo también soy como usted… estoy enamorado, pero no de
una mujer, como debería ser… por eso me he dado cuenta, por eso la
entiendo, y por eso necesitaba decirle que no está sola. Hay muchas otras
personas como nosotros, personas sensibles que con un simple cruce de
miradas, son capaces de ver mas allá de lo que expresan nuestros ojos.
Como si fueran capaces de penetrar en nuestras almas.
–San es el amor de mi vida.
–Me he dado cuenta… –sonrió.
–Me da un poco de vergüenza, hasta ahora no he sido consciente de que
mis sentimientos fueran tan evidentes –mis mejillas se sonrojaron, un poco
por el coñac, pero sobre todo por mi propia confesión.
–No lo son ¡créame!, solo yo me he dado cuenta. Su amor por esa joven y
el mío por Peter es algo que nos une.
–Da un poco de miedo ir en contra de todo lo establecido, pero no pienso
renunciar a mi felicidad por nada del mundo –afirmé con determinación –y
mi felicidad está junto a ella.
–Escúcheme…, cuando acabe esta maldita guerra, quiero unirme a Peter,
lo amo y mi único deseo es estar con él. Abriremos nuestro propio negocio,
ese es nuestro sueño…
–Es un bonito sueño.
–Cualquier cosa que necesite, no dude en pedírmela. Mi familia está bien
situada. Le devolveré el favor que me ha hecho usted cuidando de mi todo
este tiempo… No está sola, Alison. Ahora tiene usted un amigo en quien
puede confiar.
–Muchísimas gracias, señor Jackson.
–Por favor, llámame Ben.
–Me alegro de haber tenido esta conversación, Ben.
–Yo también, Alison. Tu padre y tú sois muy buenas personas, me habéis
acogido en vuestra casa como si de un hijo se tratara, debería haber más
personas como vosotros, el mundo sería un lugar mejor.
–¡Exagerado! –afirmé con una enorme sonrisa.
–Muchísimas gracias, de verdad.
–Vamos, Ben. No ha sido nada, estoy convencida de que cualquiera en
nuestro lugar habría hecho lo mismo.
–Buena, hermosa y además humilde. Sin duda creo que debería pedir tu
mano al señor Talvot –sonrió enigmáticamente.
–Créeme, lo harías el hombre más feliz de Carolina del Sur.
–No entiendo como no hay un centenar de jóvenes haciendo cola a tu
puerta para cortejarte. Tienes los ojos más bonitos que he visto en mi vida.
–Gracias. Eres muy amable.
Ben contuvo el aliento por un segundo antes de hablar:
–Tus ojos son grandes y luminosos, me recuerdan al color verde del mar.
No me extraña que esa joven se haya quedado prendada. Mirarse en ellos
debe ser como someterse a las profundidades marinas.
–Gracias. Los heredé de mi madre –exclamé, llena de orgullo.
–Debió ser una mujer muy hermosa, sin duda.
–Lo fue, murió hace ya mucho tiempo. Yo tenía nueve años.
–Lo siento. Perder una madre siempre es difícil, pero hacerlo cuando se es
aún tan niña debió ser un duro golpe.
–Afortunadamente mi padre ha desempeñado ambos papeles a la
perfección, fue difícil en su momento, pero así es la vida ¿no?
E stuve fuera varios días, viajé hasta Charleston para reunirme con el
dueño de una plantación de arroz en Berkeley. Padre insistió en que
Samuel y Barack me acompañaran, y por supuesto me llevé a Sanyu
conmigo. La carreta estaba llena de caña de azúcar de nuestra última
cosecha, no podíamos exportar a Europa, por lo que no era extraño usar el
trueque para sobrevivir mientras duraba la guerra. Regresamos a casa con
varios sacos de arroz y semillas para nuestro huerto, compré más gallinas y
un ternero. Al salir de la ciudad la gente estaba alborotada, el barullo que
nos rodeaba iba en aumento. Un grupo de personas se agolpaba tratando de
leer una noticia. En medio de la confusión, comencé a escuchar abucheos e
insultos.
–¿Que ocurre, Alison?
–No estoy segura. ¡Esperad aquí! –dije, bajando de la carreta.
–¡Eh, Chico! –murmuré a un joven que vendía periódicos en plena calle –
¿Qué está pasando?
–Es la ley de Emancipación, señora.
–Dame uno de esos ejemplares.
En la primera plana aparecía la noticia del documento que el Presidente
Lincoln había firmado esa misma semana, y que ponía fin a aquella
existencia insoportable cambiando el estatus legal de más de 3,5 millones
de afroamericanos esclavizados. Sentí una felicidad inigualable que sin
duda se veía reflejada en mi rostro.
Levanté la vista, y Sanyu me sonrió como si me estuviera leyendo la
mente, daba la impresión de que le apremiaba saber lo que estaba
ocurriendo. Tropezando entre la muchedumbre me dirigí a la carreta y
azucé los caballos.
–Ha pasado algo importante, ¿verdad?
–Así es, San… es algo increíble.
–¿De qué se trata?
–Lo sabrás cuando lleguemos.
A lo lejos quedaba el revuelo, los murmullos y exclamaciones. Las voces
se perdían en aquel caos helado. Era una terrible información para la
mayoría de los blancos, pero una maravillosa noticia para mí. Aquella ley
sin duda marcaría el fin de una etapa. En aquel momento, mi única obsesión
era llegar cuanto antes a casa. El viaje de regreso transcurrió sin problemas.
Al llegar, Barack y Samuel se ocuparon de descargar la carreta. Bajé y tomé
a Sanyu de la mano para ayudarla a apearse.
–Salomón, reúne a todos en la puerta, que vengan hombres, mujeres y
niños… quiero anunciaros algo.
–Sí, señora.
Entré a toda prisa en el despacho, padre estaba sentado revisando unos
papeles, en cuanto entré por la puerta, me miró por encima de sus gafas de
lectura.
–Hola hija. Me alegro de que hayas llegado ¿Qué tal el viaje? ¿Algún
problema?
–Todo muy bien, padre. Le hacía descansando… ¿Qué hace levantado?
–Tengo trabajo retrasado, cielo.
Me acerqué para darle un beso y noté su frente algo caliente.
–Creo que vuelve a tener un poco de fiebre.
–No puedo estar todo el día sin hacer nada, hija mía, mientras mi cuerpo
me lo permita me ocuparé de la plantación como he hecho hasta ahora. No
te preocupes, estoy bien.
Su ya arraigada y profunda tos provocada por la necesidad de respirar
volvió a hacer acto de presencia con punzadas vagas a través del pecho.
–Vamos padre, respire con calma… ¿quiere un poco de agua?
–No es necesario, se me pasará enseguida. Y dime ¿cómo te ha ido?
–Bien, hemos traído varios sacos de arroz, un ternero, gallinas y semillas
para el huerto. Ha sido un viaje largo, pero provechoso.
–Me alegro mucho.
–Padre –dudé antes de hablar.
–Dime, tesoro.
–Traigo noticias. Ha ocurrido algo importante.
–Lo sé, hija, he leído la prensa esta mañana –exclamó, quitándose las
gafas y poniéndolas sobre la mesa, para después frotarse enérgicamente el
entrecejo.
–Entonces, ya está al corriente…
–Así es…
–Lincoln ha proclamado la Ley de emancipación –dije muy seria.
Su expresión cambió de repente, lo miré en silencio y me devolvió a su
vez una mirada con un gesto desdeñoso.
–Ese hombre es muy listo, aprovecha la esclavitud en su propio beneficio
–se recostó sobre el respaldo de su asiento.
–¡No diga tonterías!
–¿¡Tonterías!? ¿Entonces, como explicas que la emancipación solo afecte
a los estados esclavistas rebeldes?
–Pues no lo sé, padre. No lo había pensado.
–Su objetivo es debilitar económica y políticamente a los separatistas,
Alison.
–Yo creo que es un hombre valiente e inteligente.
–¡Nos está condenando a la ruina! –aquella frase brotó de sus labios como
la lava de un volcán.
–Sin embargo, yo creo que Lincoln pasará a la historia de este país como
el mejor presidente de los Estados Unidos. No importan las razones reales,
la esclavitud es una aberración y debe ser erradicada.
–Lincoln es un supremacista blanco –exclamó exasperado–. Como tantos
otros, ha otorgado a los negros la igualdad política, pero nunca ha hablado
de igualdad social ¿no te das cuenta? Su razonamiento no es moral, Alison,
sino económico y, sobre todo, político. Incluso me atrevería a afirmar que
hay un trasfondo bélico en todo esto.
–¿Insinúa que la emancipación no es más que otra estrategia de guerra? –
cuestioné.
–En mi opinión, sí.
–¿Y se puede saber en qué se basa para afirmar tal cosa?
–Dar la libertad a los esclavos le beneficia ¿no lo ves? La Unión ha
sufrido grandes derrotas con miles de soldados caídos. Su idea es convencer
a los esclavos de que su futuro, su libertad, se juega en este conflicto. Serán
muchos los hombres negros que se alcen armados como soldados contra
nosotros, hija.
–El ejército de la liberación –murmuré.
–¿Cómo dices?
–Nada, padre, es solo que… Si el mundo estuviera gobernado por
mujeres, sería un lugar muy distinto. Los hombres son demasiado
presuntuosos, demasiado vanidosos, siempre queriendo ser los amos de
todo cuanto les rodea, provocando guerras, sometiendo a pueblos… es
lamentable.
Sus carcajadas resonaron en las paredes del despacho.
–No me hagas reír, Alison –se burló. Terminó de llenar su pipa y la
encendió.
–Tengo razón, y lo sabe –contemplé el humo por un momento–. No
debería fumar, padre, el doctor Stewart lo desaconsejó explícitamente.
–Lo sé –dijo mientras daba otra calada.
Me quedé de pie junto a la ventana del despacho mirando al exterior. El
hermoso sol del invierno enviaba sus rayos a la cabeza inclinada y canosa
del viejo Arthur y calentaba la nuca de la pequeña Alison que jugaba entre
sus brazos. Sonreí al contemplarlos…
–¿En qué piensas, hija?
–Voy a comunicar a todos la nueva Ley.
–Pero… ¡se marcharán!
–Probablemente.
–¿Qué haremos entonces?
–Ofreceré un salario a los que decidan quedarse, pero si yo estuviera en su
pellejo, me marcharía sin dudar.
–Que Dios nos asista, hija.
Nuestra conversación se vio interrumpida en un par de ocasiones a causa
de su desigual respiración por los estertores propios de una tos cavernosa.
–Alégrese por ellos, padre ¡hágalo por mí! –le rogué.
–¿¡Alegrarme!? ¿Cómo demonios piensas que vamos a llevar la
plantación si se van?
–Contrataremos hombres, ganaremos un poco menos, pero saldremos
adelante. Podemos vender algunos acres, ya pensaremos en algo. No se
preocupe antes de tiempo.
–Esto es un completo desastre –dijo, negando con la cabeza.
–Tengo que ir a darles la noticia.
–Hazlo. No podemos retenerlos –claudicó.
–Y ahora, deje de hacerse el fuerte y suba a descansar, tiene un poco de
fiebre, y no me gusta nada esa insistente tos, no quiero que empeore, ahora
que parece un poco más recuperado.
–De acuerdo, cielo. Voy a terminar de revisar unos documentos y me
acostaré un rato. Te veré más tarde.
–Le quiero, padre.
–Y yo a ti, hija mía.
Nos quedamos mirándonos. Padre intentó mantener en su rostro una
sonrisa, pero estaba demasiado preocupado, y aunque trataba de
disimularlo, la sonrisa se borraba poco a poco de su rostro, como el agua
desaparece en la tierra.
Salí del despacho, no podía disimular la felicidad que invadía todo mi ser,
padre estaba inquieto por la nueva situación, pero para mí todo comenzaba
a encajar. Me dirigí a la cocina, Sanyu estaba sentada junto al fuego,
hablando con Madi.
–San, ¡ven conmigo!
–¿Adónde?
–Quiero decirte algo…
Subí las escaleras hasta mi habitación con Sanyu cogida de mi mano.
Estaba feliz por la noticia, pero al mismo tiempo, estaba nerviosa. Había
estado esperando algo así desde hacía mucho tiempo. Entramos en mi
cuarto, cerré la puerta y la estreché con fuerza contra mi pecho.
–Mi amor…
–¿Qué pasa, Alison? ¡Me estás asustando!
–San, desde hoy eres una mujer libre.
–¿Qué quieres decir?
–Se ha declarado la libertad a todos los esclavos. El Gobierno de los
Estados Unidos lo ha anunciado hoy.
–No entiendo.
–¡Eres libre, San! ¡Libre para hacer cualquier cosa que desees!
Sanyu se acercó hasta la cama con una expresión desconcertante.
–¿Qué ocurre, amor? ¿No estás contenta?
–Sí, por supuesto que sí, es sólo que… no sé que debo hacer ahora.
–Eres libre, San –comencé a reír–. ¡Libre!
–Libre… –repitió incrédula.
Nos cogimos de las manos y comenzamos a dar vueltas en círculo tan
rápido que perdimos el equilibrio y caímos a los pies de la cama
completamente felices. Nos abrazamos sin dejar de sonreírnos hasta que la
habitación dejó de girar a nuestro alrededor.
–Es maravilloso, aunque lo cierto es que soy libre desde que te conocí,
creaste en mí una nueva forma de sonreír, hiciste que mi rostro empezara a
brillar, y me mostraste esa luz que hay en tus ojos tan hermosa y atractiva.
Me brindaste una libertad sin condiciones, Ali.
–Eres el amor de mi vida, San.
–Te quiero –susurró.
–Y yo a ti –la besé.
–¿Y qué haremos ahora? –preguntó, llena de entusiasmo.
–¿Qué te gustaría hacer?
–Quiero seguir a tu lado, Ali. Mi libertad empezó el día que te conocí ¿lo
sabes verdad?
–Amor mío… –volví a besarla una vez más –¡Estoy tan feliz por ti…!
¡Por todos vosotros!
–Eres un ángel del cielo, Alison –su mirada brillo de la emoción.
–¡Rápido! ¡Acompáñame abajo!, no puedo esperar para decírselo a todos.
Bajamos los peldaños de las escaleras de tres en tres cogidas de la mano.
Madi nos observó desde la puerta de la cocina con sorpresa, mientras
secaba sus manos con el delantal que la cubría.
–¡Mamá Madi, ven! –grité –tienes que escuchar esto.
Todos estaban esperando con caras de preocupación, no podían ni
imaginar que sus vidas estaban a punto de cambiar para siempre. Al salir los
miré durante unos segundos. Pasé mis ojos de unos a otros con alegría.
Todos estaban allí, Salomón, y su esposa Emily, sus dos hijos, Sam, el
mayor, Lucke, el mediano, y la pequeña Alison que ya tenía tres años. El
viejo Arthur y su esposa Milly. Samuel, Connor, el joven Albert. Bryan y su
esposa Mildred, Benjamín, Barack, y todos los demás… Sanyu y Madi se
quedaron unos pasos por detrás y comencé a hablar:
–Buenas tardes a todos. Quiero anunciaros algo muy importante. Desde
esta misma mañana, primer día de enero en el año de Nuestro Señor de
1863, toda persona retenida como esclavo, dentro de cualquier territorio
perteneciente a aquellos estados alzados en rebelión contra los Estados
Unidos, quedarán desde este momento y para siempre en libertad. El
gobierno ejecutivo de los Estados Unidos, autoridades militares y navales,
reconocerán y defenderán la libertad de dichas personas.
Se hizo un murmullo de voces arremolinadas que se alzó en el silencio,
como el sonido de un enjambre de abejas acercándose. Alcé las manos para
acallarlos y continuar hablando.
–Como bien sabemos…, Carolina del Sur pertenece a uno de esos estados
considerados separatistas, por lo que, desde este momento, todos y cada uno
de vosotros sois libres para marchar de estas tierras o para quedaros si ese
es vuestro deseo. Para los que decidáis marcharos, solo puedo desearos
suerte y para los que quieran quedarse aquí, negociaremos un salario digno
por vuestro trabajo, pero decidáis lo que decidáis, quiero ofreceros todo mi
apoyo y mi cariño. Antes de marcharos, os proporcionaremos algunas
raciones de comida para el camino y una pequeña cantidad de dinero en
efectivo, es lo mínimo que puedo hacer por vosotros. Que Dios os bendiga
y os proteja. Muchas gracias a todos.
Algunos sonreían con alegría, otros se abrazaban entre lágrimas o se
miraban entre sí incrédulos, pero en la mayoría de ellos se podía leer una
felicidad difícilmente expresable con palabras.
–Sois libres, podéis marchar cuando queráis, podéis llevar con vosotros
todo cuanto necesitéis de vuestras cabañas, todo lo que hay en ellas es
vuestro.
–¿Y adónde debemos dirigirnos ahora, señorita Alison?
–Mi recomendación es que dejéis el Sur lo antes posible, lo mejor es
dirigirse hacia el Norte, Iowa, Illinois, Ohio, Pensilvania… cualquier lugar
es mejor que éste.
De pronto Connor corrió hacia mí y sus brazos me rodearon con tanta
fuerza que casi me impedía respirar…
No me moví, permanecí allí abrazándolo hasta que el chico se retiró para
mirarme.
–¿Y qué hago yo, ama Talvot? ¿Adónde debo ir yo?
Sus palabras me llegaron al alma de tal modo, que mis ojos se
humedecieron repentinamente, obligándome a pestañear varias veces para
evitar las lágrimas. Le agarré por los hombros y le miré a los ojos.
–Si tú quieres Connor, sería muy feliz de que te quedaras con nosotras.
Conmigo y con San. Nosotras cuidaremos de ti.
–Si quieres puedes venir conmigo, Connor –dijo Barack, mirando hacia
nosotros.
Connor se encogió de hombros.
–Eso parece razonable ¿te gustaría ir con él? –sus ojos brillaron y asintió
enérgicamente con la cabeza.
–Bien –apreté ligeramente mis manos que aún permanecían sobre sus
hombros.
–¿Seguirá entrenando a Bella para que traiga el palo? –sonrió.
–Por supuesto que sí. Y cada vez que lo haga, pensaré en ti.
–Gracias por todo, ama Talvot –volvió a abrazarme.
–Cuídate mucho, Connor. Haz caso a Barack y no te separes de su lado
¿de acuerdo?
–No lo haré, señorita.
Poco a poco, todos se fueron retirando hacia sus respectivas cabañas para
ir recogiendo sus cosas y prepararse para tan largo viaje. Me quedé
observándolos en silencio durante unos minutos. San avanzó hacia mí y
entrelazó sus dedos con los míos, mientras Madi observaba aquel gesto sin
pronunciar palabra.
Mis sentimientos chocaban entre sí, ¿era posible sentirse feliz y triste al
mismo tiempo? A pesar de que se había cumplido uno de mis sueños más
inalcanzables, uno que jamás creí posible, una especie de melancolía
invadió mi corazón y lloré al darme cuenta de que probablemente no
volvería a ver a ninguno de ellos jamás.
CAPÍTULO 19
Perder a mi madre fue duro para mí siendo tan sólo una niña, pero la muerte
de mi padre me daba una perspectiva muy distinta sobre mi propia
existencia y cuál era a partir de ese momento mi lugar. Sentí que mi punto
de referencia en la vida había desaparecido, era como si estuviera perdida.
Me resultaba muy duro sentirme completamente huérfana.
Siempre me había perseguido aquel terror congénito que me inspiraba
siempre la muerte ante la certeza de que también yo, algún día, había de
pasar por aquel trance. Encontrar el significado del dolor era difícil.
Lloré mucho, lloré con lágrimas silenciosas y discretas, lloré por nuestras
discusiones, por nuestros desencuentros, por los momentos felices y los
amargos… Lloré todos mis recuerdos ligados a él.
CAPÍTULO 22
Los primeros rayos del sol sobre mi rostro me despertaron. San dormía boca
abajo, me giré para besar las cicatrices de su espalda una a una. Ella se
removió y se dio la vuelta para mirarme de frente.
–Buenos días, mi diosa de ébano –exclamé.
–Buenos días, amor –sonrió ensoñiscada.
–¿Cansada?
–Si todas las noches a tu lado son así de maravillosas, no me importa
dormir poco.
–Aún es temprano. ¡Ven! ¡Abrázame! Durmamos un poco más.
–Mmm, sí…
San escondió la cara en el hueco de mi cuello y así en un abrir y cerrar de
ojos, sucumbimos a la llamada de Morfeo. El Dios de los sueños nos
acogió, abrazando nuestros cuerpos con sus alas, seduciendo nuestras
mentes, permitiendo que nuestros sueños fueran serenos y placenteros,
llenos de fantasías e ilusiones. Disfrutamos de un descanso profundo y
reparador, sumergidas en un mundo onírico, alejado de todo y lleno de paz.
CAPÍTULO 28
El olor del café inundó mis fosas nasales, de tal modo que mi cerebro pasó
de la nada a la conciencia más absoluta a una velocidad vertiginosa.
–Mmm, café… –Mi voz sonó ronca al emitir mis primeras palabras.
–Buenos días, dormilona.
–Huele de maravilla.
–Levántate y ve a asearte, el desayuno está casi listo –dijo, al tiempo que
me besaba fugazmente.
–Quiero más besos. Los necesito.
–Alison Talvot, eres imposible.
–Pero me quieres… –sonreí.
–Con todo mi corazón –dijo, guiñándome un ojo.
Me desperecé sentada en la cama, y después me levanté para asearme.
Bella se alzó sobre sus patas traseras y se apoyó en mi cintura para
saludarme, le acaricié la cabeza mientras lamía mis manos, la besé, la
achuché y jugueteé un rato con ella antes de abrirle la puerta para que
saliera. Era muy juguetona y cariñosa, pero salir al bosque por las mañanas
le gustaba más que cualquier cosa.
–El fin de esta guerra es la mejor noticia que podíamos tener, ¿no te
parece?
–Sin duda. Esta lucha ha durado demasiado.
–Cierto. Pero todo ha terminado al fin. Ahora podremos vivir en paz, y lo
más importante… en libertad.
–¿Qué quieres hacer?
–¿A qué te refieres, cariño?
–¿Has decidido ya si vas a quedarte en el Sur? –preguntó San de pronto.
–No estoy segura de nada, quisiera marcharme, pero me duele dejar todo
atrás. Vender la plantación sería como fallarle a padre.
–¿Y qué sugieres entonces?
–La reconstruiré, pero de momento no voy a venderla.
–Me parece una gran idea.
–Después nos marcharemos a Pensilvania, y de allí a Delaware.
Viviremos en la casa de verano de mis abuelos maternos, no es muy grande
y puede que necesite algunos arreglos, pero está aislada y alejada de todo,
allí podremos tener intimidad. Resultará perfecta para nosotras, San. Lejos
de miradas indiscretas y prejuiciosas.
–Delaware…
–Sí, mi amor, es un lugar precioso.
–¿Está muy lejos?
–Un poco, tendremos que cruzar varios estados en tren, pero te aseguro
que merecerá la pena ¡Te va a encantar!
–Estoy segura de que sí –se acercó para extenderme un tazón de humeante
café –ten cuidado, cielo. Quema mucho.
Lo soplé un par de veces antes de probarlo.
–Mmm, maravilloso. Gracias, mi vida –le sonreí.
–De nada, cariño –dijo, devolviéndome una sonrisa preciosa.
–Hace siglos que no voy, la última vez tenía diez años, pero la casa es
muy bonita y el entorno junto al río Delaware resulta maravilloso, además
está muy cerca de Nueva York y Nueva Jersey, dos ciudades que siempre
quise conocer.
–Iremos donde tú quieras, Ali. Te seguiré hasta el fin del mundo, ¿lo
sabes, verdad? –afirmó mientras me abrazaba.
–Lo sé, pequeña. Te quiero mucho…
–Y yo a ti más.
Miré al cielo a través de la ventana, los rayos del sol se ocultaban a ratos
tras unos jirones de nubes dispersas, cubriendo la tierra de tonos grises y
apagados. Pensé en mi vida, y en cómo, durante mucho tiempo, me había
convertido en una mujer sin color, encadenada a su tierra, pero ahora tenía a
San… Una mujer maravillosa y viva, que asumía todos los colores que yo
había perdido. Era como un sueño.
CAPÍTULO 29
30 años después:
Sanyu
Julio de 1838
28 de Abril 1894
“En Memoria de San, mi único
y verdadero amor”
Acaricié la lápida con las yemas de mis dedos y las lágrimas regresaron
una vez más, inundando mis ojos y emborronándome la vista en milésimas
de segundo. Prisionera del pasado, e incapaz de atribuir sentido a las cosas,
me dejé llevar una vez más por el dolor de su ausencia.
–Mi amor… si alguien hubiera querido escribir lo que hasta ahora ha sido
mi vida, únicamente reconozco dos fechas importantes:
La primera, el día que te conocí. La segunda, el día que te fuiste. Entre las
dos transcurrió mi vida entera, lo que ocurrió antes de ti, no lo recuerdo. Y
lo que ha sucedido a partir de tu marcha, carece completamente de
importancia.
Mi diosa de ébano, mi alma gemela, amor de mi vida… únicamente puedo
seguir respirando gracias a mi memoria y a mis sueños, en los que siempre
estás presente. La ensoñación es para mí como un refugio que me ampara,
que me proporciona unas cuantas horas de placer, algo que busco de un
modo desesperado, como una niña que ansía una cita con una pequeña
felicidad oculta, tratando siempre de continuar mis sueños donde los dejé la
noche anterior.
Morir de amor es un dolor que aún soy capaz de asumir, capaz de
soportar; pero lo que realmente es insoportable para mí es resucitar cada
mañana en la más absoluta soledad. Lejos de tu cuerpo, de tu risa, de tu
presencia. Lejos de tus manos, de tu boca, y de la calidez de tu piel de
canela.
¡Te echo tanto de menos, San! hace poco más de tres años que te fuiste,
pero, para mí, es como si hubiera transcurrido toda una eternidad. He
pasado este tiempo inmersa en proyectos descabellados que me permitan
soportar la tristeza de lo real, pero lo real es ambivalente. Supongo que
siempre hay algún gesto tranquilizador en medio del mayor espanto, una
esperanza en el horror más grande, un resquicio de cielo soleado, incluso en
mi corazón sombrío.
Trato de mantener mi curiosidad por las cosas que me rodean, de
mentalizarme, de mantener mi relación con los demás, para evitar un
naufragio melancólico del que, no obstante, me hallo presa. Mi vida sin ti es
aún más difícil de como imaginé que sería, San. Aun así… noto que es
posible amarme a mí misma, porque sé que he sido amada.
Releí lo que había escrito varias veces, y por fin me decidí a meterme en la
cama. Necesitaba momentos de calma en mi vida, momentos de quietud que
me ayudaran a pensar y a distraerme del afán de mi propia mente, y de
alguna manera esperaba hallar en esas líneas la tranquilidad y el sosiego que
ansiaba mi alma.
De pronto, el sonido sordo de la lluvia golpeó los cristales de la casa, el
murmullo del agua y el recuerdo de San me acunaron hasta que me quedé
dormida. Llevaba poco tiempo así, desconectada del mundo, cuando ese
horrible dolor regresó más vivo que nunca, era como tener una enorme
brasa ardiendo en el interior de mi pecho. Un dolor sordo y a la vez
punzante. Traté de tranquilizarme y respirar despacio, como hacía siempre.
Comencé a sudar y a sentir cierta incomodidad en la cabeza y muchas
náuseas.
En la mesita de noche se hallaba un vaso de agua, me incorporé levemente
y bebí un sorbo, humedecí mis dedos en el interior del líquido, y remojé con
ellos ligeramente mis muñecas y mi nuca. Me tumbé de nuevo. La carta aún
permanecía a mi lado, entre las sábanas. La deposité en su almohada, cerré
los ojos y pensé en ella. Poco a poco, las sensaciones fueron desapareciendo
a la vez que desaparecía mi conciencia.
No sé cuánto tiempo pasó, pero, de pronto, vi mi cuerpo desde cierta
distancia, tendido en la cama, boca arriba. Sentí paz y tanta ligereza que me
sobrecogí. Las sensaciones eran muy extrañas; de repente noté que flotaba,
miré a mi alrededor y me acerqué a mi propio cuerpo, que yacía inmóvil en
la cama. Me asusté, y miré a hacia la ventana, la lluvia había cesado y el
cuarto de pronto se había llenado de luz, “quizás se ha hecho de día”. No
sabía que estaba pasando, pero ese miedo que había sentido rápidamente dio
paso a una calma inusitada que me desbordó. Miré hacia abajo y pude sentir
las manos de San alrededor de mi cintura. Me abrazaba fuerte y podía notar
el calor de su mejilla apoyada contra la mía. Me giré para mirarla:
–Amor mío –me aferré con fuerza a ella y sentí que me fundía con su
cuerpo.
–Hola, cariño –me sonrió.
–¡Estás aquí…! ¿¡Estoy soñando!?
–Mi vida, tranquila. Esto no es ningún sueño, estoy aquí contigo, ahora
puedes verme y tocarme –su voz era honda y rebosante de paz.
–Llevo días sintiéndome extraña –dije, un poco confundida.
–Todo está bien ahora. El dolor no volverá.
–¿Qué es lo que me ha pasado? ¿Acaso estoy…?
–¿Muerta? –dijo con serenidad.
Asentí con la cabeza.
–Así es, mi amor, pero no sufras por eso, no debes temer nada.
–No tengo ningún miedo –sonreí.
–Te prometí que vendría a por ti cuando llegara el momento, ¿lo
recuerdas?
–Perfectamente. ¡Dios, te he echado tanto de menos, San…!
–Lo sé, mi amor, te he visto sufrir, y llorar muchas veces. He estado a tu
lado todo el tiempo, sosteniendo tu mano, velando tu sueño, pero no podías
verme. Nunca me fui del todo, una parte de mí siempre estuvo aquí,
acompañándote en silencio.
–A veces te he presentido a mi lado, creí que me estaba volviendo loca.
Necesitaba tanto volver a verte, volver a tocarte. Dime que no despertaré de
este sueño, mi amor.
–Tranquila, no lo harás. Estoy aquí, ya nada volverá a separarnos jamás.
Somos eternas, amor mío.
–Gracias –sentí que lloraba, pero no había lágrimas en mis ojos.
–Esa carta que me has escrito esta noche, es… preciosa.
–Esas pocas palabras son solo una parte insignificante de lo que en
realidad siento por ti, San. Te quiero tanto –la besé.
–Lo sé, siempre lo supe. Conseguiste sanar mis heridas y hacerme
inmensamente feliz, me has dado una vida maravillosa.
–La vida que merecías, cariño, la que ambas merecíamos.
–Ahora dame la mano, tenemos que irnos ya.
–¿Y dónde iremos ahora?
–A nuestra cabaña del bosque, sé que es el mejor lugar para nosotras, ¿no
te parece?
–Creo que es una maravillosa idea –dije, completamente entusiasmada.
San me abrazó de nuevo, sentir su cuerpo tan cerca del mío después de
tanto tiempo me hizo estremecer de un modo que me pareció que
empezábamos a flotar, como ingrávidas. Era un sueño maravilloso sentir de
nuevo a mi San.
–¿Y qué pasará con mi cuerpo? –exclamé, un poco confusa.
–No te preocupes por él… a donde vamos, ya no lo necesitas, nuestros
cuerpos son inmateriales, pero aún podemos sentirlos –me acarició la
mejilla y la felicidad me inundó cuando sentí el calor de sus labios sobre los
míos.
–No puedo creer que estés aquí.
–¿Tienes miedo? –preguntó.
–No. Solo tengo amor dentro de mí, San.
–Eres un ángel, Alison, las dos lo somos.
–¡Es increíble! realmente maravilloso, siempre tuve fe en ti, en mí, en
nosotras, pero esto…, esto es mucho más de lo que nunca llegué a imaginar,
es… ¡un milagro!
–Dios nos ha bendecido, Ali. Nos ha regalado el mayor de los dones, el
más ansiado de los tesoros, nos ha concedido “la eternidad”.
–¿Cómo es…? –pregunté llena de curiosidad.
–¿Quién? ¿Dios?
–Mjm.
–Dios está guardado por un velo, recatado por una nube, es inmenso,
prodigioso. En la tierra, se habla de un Dios incomprensible por su poder,
por su excelsitud, por su gloria, por su misericordia, pero la grandeza de
Dios, no lo es tanto por lo que se sabe de él, como por todo lo que se ignora.
–¿En serio, esto es real? No voy a despertar en cualquier momento y te
desvanecerás ¿verdad?
–No lo haré.
–Gracias, Señor –exclamé, llena de felicidad.
–He venido a por ti, mi vida, para llevarte conmigo a otro universo, a un
mundo paralelo, un mundo diferente y mágico donde no existe el miedo, ni
el dolor. Llevo mucho tiempo esperando para hacerlo, y ese momento ha
llegado.
–Estás más hermosa que nunca, mi amor –acaricié su rostro con devoción.
–Tú también.
–Estoy lista –afirmé.
–Pues marchémonos.
–Te quiero con todo mi corazón, San.
–Lo sé, cariño, yo también te quiero a ti.
…Y así fue como traspasamos el umbral de una gloriosa existencia,
dejando atrás una vida mortal, porque todo en nosotras se había llenado de
luz, éramos sueño, amor y magia, nos habíamos vuelto almas, almas
encendidas con la hermosura de una gracia sublime, y nuestros ensueños
navegaron dulcemente por un mar infinito, sometidas a la brújula que Dios
nos había dado, en un perpetuo tránsito, un movimiento sin término, una
carrera sin meta, una eternidad maravillosa…
FIN
Una vida después de la muerte, una vida futura, un “más allá” es una de las
creencias más extendida en el mundo. Necesitamos creer que hay algo más,
porque de lo contrario ¿qué sentido tendría la propia existencia?
Nos reafirmamos en la idea de que es posible que exista una vida más allá
de la muerte, que nuestras almas, nuestros espíritus o nuestra energía se
transforme en otra cosa. Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha
tenido miedo a la muerte por el desconocimiento de lo que habrá al otro
lado. La muerte es el mayor de los misterios, no hay ninguno más profundo
o importante. Es un paso necesario para todos los seres vivos en el ciclo de
la vida. Es un portal, una puerta… Mucho se ha escrito sobre la vida y la
muerte, y lo único que hemos aprendido tras dedicar grandes pensamientos
a esta materia… es que no podemos entenderla. Muchos son los que se han
lanzado a discernir lo que ocurre realmente en el trance de la muerte, pero
pocos son los que han arrojado una luz sobre tan trascendental incógnita. La
única realidad es que ciertos conocimientos no están hechos para el hombre.
Puede que alcancemos una vida eterna junto a aquellos a quienes hemos
amado, puede que en otros casos haya quien crea que el ciclo de la vida
continúa imparable y que volveremos nuevamente a nacer, o puede que esa
hipotética existencia tenga lugar en un ámbito de espiritualidad. Todo es
relativo, todo depende del color del cristal con que se mire, los principales
puntos de vista sobre ello vienen de la mano de la religión, de la metafísica
y del esoterismo. En cualquier caso, lo único que es común a todos los seres
humanos, no es otra cosa que…
la esperanza.
NOTAS DE LA AUTORA
Como siempre que llego a este momento, a este punto, aprovecho para darte
las gracias por leer este libro. Deseando que lo hayas disfrutado tanto como
yo. Gracias por permitir que mis historias te acompañen o que al menos,
consigan evadirte durante el tiempo que dure su lectura.
Gracias también por tenerme entre tus manos, leyéndome justo en este
momento en el que desde el pasado te dedico unas palabras para que tú las
leas en mi futuro. Ese mismo futuro que ahora, en este momento, resulta
que es tu presente.
Antes de exponer este libro al mundo, asumo que no gustará a todo el que
lo lea. Cada escritor tiene su público y yo debo encontrar el mío. De entre
todas las personas que me lean, sólo una pequeña proporción dejará un
comentario o una opinión sobre esta novela. Por ello, me gustaría pedirte de
corazón que seas tú una de esas personas, y que compartas tu opinión
conmigo, con todos, con el mundo.
Después de subir un libro, espero esos comentarios con ilusión y con unas
ganas que están por encima incluso de las ventas. Porque las ventas, pueden
ser mayores o menores, eso no me importa, no es relevante para mí. Lo
único importante es lo que tú sientes, saber que he conseguido transmitirte
emociones, pasiones.
Llegar al corazón de las personas es algo intangible, es algo mágico y
maravilloso, es algo que no se puede comprar.
Sé que la mayoría no lo harán, quizás porque crean que no merece la
pena, que no aportarán nada nuevo o porque simplemente no lo hacen
nunca, los motivos son muchos y variados.
Por mi parte, hagas lo que hagas, soy feliz de haber compartido contigo
una parte muy íntima de mi misma.
Escribir se ha convertido para mí en una necesidad, en una pasión, en una
forma de aplacar el dolor, en un impulso, y a la vez en un sueño… creando
historias que hasta yo misma me llego a creer, estrangulando las palabras y
lo sentimientos para dejarlos volar, posarse sobre mi piel y morar en mi
persona, porque me resulta muy hermoso descubrir y crear personajes que
viven situaciones dispares, enredadas en mis palabras mientras trato de
encontrarme a mí misma, porque a veces es preferible la coraza del papel
con sus infinitas rectificaciones que el suicidio irreverente de unos labios
inoportunos, y también porque las palabras escritas siempre
permanecerán…
Como escritora aficionada no me mueve el dinero, no me mueve la fama,
lo único que me motiva es emocionarte. Emocionarte a ti, que tienes mi
libro entre las manos; quiero ser capaz de seducirte y apasionarte a partes
iguales. Que no puedas esperar a saber lo que pasa, que me leas con una
sonrisa perpetua en los labios y con el alma en un puño. Pido mucho, soy
consciente, pero ese es mi sueño, y soñar, amiga mía, es gratis, es
maravilloso, y si soy capaz de conseguir que ese sueño sea una realidad,
todo cobrará sentido, y habrá merecido la pena tantísimo esfuerzo. Hasta la
próxima historia mi querida lectora. Gracias por todo.
Atentamente:
M. Luisa Lozano
mlh89p@gmail.com
Instagram: @llhescritora
Twitter: @Mllescritora
M. Luisa Lozano