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Moyano

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Un acercamiento histórico-conceptual al concepto de democracia en la

intelectualidad de la izquierda renovada. Chile, 1973-1990.

Cristina Moyano B1.

Las luchas políticas son siempre luchas por la semantización, por la posibilidad de
nominar de una determinada forma representaciones de la realidad sobre la que se aspira
a actuar, ya sea para transformar o para conservar. En ese sentido, las luchas políticas
pueden ser entendidas también como luchas lingüísticas por la significación de las
realidades; espacios de debate de nominaciones que aspiran a hegemonizar una
determinada sociedad para conducir los caminos hacia el futuro deseado y bajo órdenes
anhelados.

Los conceptos políticos tienen además una particularidad que los distingue de otros
universos conceptuales. Contienen en su interior no sólo nominaciones de la realidad,
representaciones de lo real, sino que además concitan en su enunciación un llamado a la
acción, a lo normativo, al deber ser de una sociedad. Por ello están constituidos de un
marco representacional-nominativo y a su vez de un espacio normativo-ético-valórico
que concita un deber ser que dibuja la sociopraxis de la acción que los revela a los otros
como atractivos.

Tal como lo plantea Lucien Jaume2, los conceptos y el lenguaje político contienen un
vínculo inquebrantable entre “discurso-idea” y “acción”, por lo que es imposible
analizar su historicidad fuera de las condiciones concretas en los que se produjeron y
circularon. En ese sentido, existe un llamado desde la historiografía conceptual a
analizar históricamente la producción, resemantización, apropiación y circulación de los
conceptos que en una determinada época se convierten en los espacios de disputa, de
definición de identidades y de luchas políticas que marcan los caminos de una sociedad.

Fernández Sebastian3 plantea que un concepto político social no puede equipararse


simplemente a una “idea”, sino que debe comprenderse como una noción variable,
contestable, impura, elusiva, que se sitúa en un punto intermedio entre la palabra y la
cosa. De allí que determinados conceptos políticos sociales emerjan como espacios de
significación de experiencias sociales e inspiren ciertas pautas de acción de los
individuos y los grupos, reflejando no sólo un estado de cosas heredado del pasado, sino
que orientando el comportamiento de los actores y contribuyendo así a la construcción
del futuro. Los conceptos políticos sociales no sólo aspiran a representar una realidad,
sino que contienen una normatividad que establece un deber ser por el cual se lucha en
la cotidianeidad de los actores.

Los conceptos políticos por lo tanto, son un espacio clave de análisis historiográfico
para comprender las luchas semánticas que guiaron las acciones de los actores, porque
más importante que lo que ellos hicieron, nos importa en este análisis cómo nominaron
1
Cristina Moyano Barahona. Doctora en Historia. Académica Departamento de Historia, Universidad de
Santiago de Chile (Investigación adjunta al proyecto de investigación posdoctoral Nº Nº 3085033: “Las
elites políticas de la izquierda chilena. Sujetos, redes y cultura política en una época de excepción. 1973-
1989”).
2
Jaume, Lucien. “El pensamiento en acción: por otra historia de las ideas políticas”, en REVISTA
AYER, Nº 53. Madrid, 2004.
3
Fernández Sebastian, Javier. “A manera de introducción. Historia, lenguaje y política”, en REVISTA
AYER, Nº 53. Madrid, 2004.
lo que “dicen que hacen”. La nominación de sus conductas les entrega sentido a sus
actos, sobre los cuales el historiador más que emitir juicios debe comprender sus
estructuras enunciativas para darle historicidad a la propia acción de los sujetos en el
pasado.

El lenguaje político tiene además otra particularidad, no es un lenguaje que se emita al


azar, sino que tiene un público determinado, específico, un cierto lector estratégico
hacia el cual está orientado y que se puede comprender en el marco particular de una
cultura política, que le entrega sentido a sus propias claves enunciativas. De allí que el
ejercicio de contextualización sea clave para vincular lenguaje, objeto nominado y
cultura político social en una época histórica.

Sin el sustrato epistémico que configura una determinada cultura política resultaría
imposible un análisis conceptual e histórico de los debates políticos. Por ello, creemos
que es necesario realizar un análisis de uno de los conceptos políticos más importante
que cruzó el período dictatorial en Chile: La Democracia.

Las razones de esa necesidad analítica son variadas. En primer lugar un análisis
histórico conceptual de la democracia permitirá avisorar nuevos elementos
comprensivos para entender las claves de nuestra transición a la democracia. En
segundo lugar, porque dicho análisis nos permite también visualizarnos en el presente y
las propias disputas semánticas que circulan en nuestro espacio de debate ciudadano,
ayudándonos a comprender cuánto ha cambiado no sólo la nominación sino que los
anhelos una vez recuperada la democracia. Por último, porque la mayoría de los análisis
sobre la democracia en Chile han trabajado bajo la perspectiva normativa más que desde
una perspectiva histórico conceptual. El debate histórico y politológico se ha centrado
en cuan democrática ha sido o fue nuestra transición, lo que bajo una perspectiva
weberiana es importante para la acción, pero no para la comprensión de nuestro pasado
reciente.

Sin duda que el golpe de Estado abrió un espacio de debate al interior de todas las
fuerzas políticas, aunque en la izquierda dicho debate tomó ribetes desgarradores. Los
cuestionamientos sobre las razones del fin de la vía chilena al socialismo, impuso un
temática de discusión que hizo perder relevancia al concepto “revolución”, abriendo el
terreno para que el concepto “democracia” fuera ganando hegemonía. La “democracia”
no había constituido un concepto político social fundamental en la izquierda durante las
décadas de los 60 y 70, su marco cultural político tenía como principal seña de identidad
la preocupación por el socialismo y la revolución. Fue el golpe el que los enfrentó a una
nueva realidad, a un nuevo contexto sociocultural que abrió el espacio para que la
preocupación por la democracia fuera ganando gravitación y adhesión identitaria.

Semantizar y resemantizar la democracia fue un ejercicio de sobrevivencia, pero


también un ejercicio que derivó en profundas transformaciones al interior de la
identidad de la izquierda nacional. En función de este debate, se fue configurando una
democracia polisémica, que aunada a la necesidad de seguir estando vinculada al
“socialismo” fue diferenciando a las distintas colectividades de la izquierda chilena,
articulando una izquierda más ortodoxa y otra renovada.

Por la radicalidad del debate y por las consecuencias políticas transicionales del mismo,
es que en este artículo esbozaremos un análisis histórico conceptual del concepto de
democracia, en la intelectualidad de izquierda renovada. El concepto de democracia que
emergió de este espacio de izquierda, articuló una cultura política y una identidad que
posibilitó una salida transicional y la configuración de la Concertación de Partidos por
la Democracia. Dicho concepto de democracia, discutido y resemantizado a la luz de
diversos episodios políticos coyunturales, de mediano y largo plazo, fue abriendo el
espacio para que se constituyera como hegemónico dentro de la elite política que
condujo la salida pactada a la dictadura dirigida por el general Pinochet.

La preocupación por la intelectualidad política se fundamenta en dos factores. En


primer lugar porque los intelectuales políticos de la izquierda renovada realizaron una
reflexión sistemática, ordenada, racional y programática que tensionó las bases
constitutivas de la propia identidad y cultura política de la izquierda. En ese marco de
reflexiones el concepto de democracia constituiría un elemento clave para la propia
experiencia futura de la izquierda en Chile y su intención de poder.

En segundo lugar porque la producción intelectual de la izquierda fue el espacio que


más visibilidad pública tuvo dentro de los numerosos debates producidos al interior de
la izquierda. La intelectualidad de izquierda pudo romper las barreras de las discusiones
meramente orgánicas y partidarias y transitar en la esfera pública de la sociedad y en
particular, trascender a la propia elite política en su sentido más amplio. Las
posibilidades de ese flujo en la superficie lo permitió la propia dictadura, que aceptó
dicho debate, con más o menos resistencia de acuerdo a los propios momentos de la
misma, como un debate científico, racional y por sobre todo, moderado. Este debate
“político-académico” posibilitaría el surgimiento de nuevos liderazgos dentro de la
izquierda, así como el de nuevas prácticas políticas que fueron distanciando a la
sociedad del debate político, para quedar este restringido a una esfera tipificada como
técnica/profesional.

Este debate académico público que tuvo como centro la discusión sobre el sistema
político, la democracia, las instituciones, la sociedad y la transición del régimen
dictatorial hacia una democracia representativa fue, a juicio de Marcelo Mella, el
espacio clave donde se constituyó una cultura política concertacionista4.

La izquierda renovada: entre la transformación y la mutación radical.

Existe una diversidad de formas de análisis del proceso de transformación ideológica


que vivenció la izquierda en Chile, después de la fractura que significó el Golpe de
Estado. En la mayoría de dichos análisis el calificativo de “renovada” rige casi en su
exclusividad para el sector de la izquierda socialista, aglutinando en él experiencias
militantes provenientes del MIR, Partido Socialista, MAPU (en sus dos versiones) y la
IC. Quedaría excluido de este proceso el Partido Comunista, aun cuando este
experimentó también un profundo proceso de transformación en su identidad militante,
debido a las experiencias cotidianas de la clandestinidad y el exilio5

4
Mella, Marcelo. “Los intelectuales de los centros académicos independientes y el surgimiento del
concertacionismo”. En Revista de Historia Social y de las Mentalidades. Usach, Año XII, Vol. 1, 2008.
Pp. 83-121.
5
Al respecto revisar la obra de Rolando Álvarez Vallejos. Para este autor el PC habría tenido su propio
proceso de renovación por lo que sería discutible hegemonizar dicho concepto sólo para el área socialista.
Ver tesis doctoral del autor, Universidad de Chile, 2007.
En los análisis politológicos del proceso de renovación en la izquierda, se privilegia la
transformación ideológica y su consecuencia en las prácticas políticas aliancistas,
argumentando que la renovación socialista sería un proceso fundamental para la
constitución histórica de la Concertación de Partidos por el No, que más tarde se
transformó en Concertación de Partidos por la Democracia. Según los cientistas sociales
que abordan esta perspectiva, la transformación profunda en los referentes ideológicos
de la izquierda, el cambio del dogma marxista por otros referentes ideológicos y
filosóficos, habría posibilitado la exitosa alianza con el centro político nacional,
sorteando así el gran escollo que se entendía como parte fundamental del fracaso de la
Unidad Popular6.

Otro grupo de análisis, que privilegia un enfoque más sociológico, plantea que la
renovación constituye un profundo proceso de transformación política, que no sólo
afecta a las prácticas electorales, sino que a la identidad misma de la izquierda. Este tipo
de análisis pone un gran énfasis en las experiencias sociales vivenciadas por los partidos
del área socialista (PS, MAPU, MAPU-OC e IC) en el exilio, especialmente el
eurocomunismo, así como del debate que se genera desde las socialdemocracias
europeas en su crítica y ruptura con la hegemonía que mantenía en la izquierda mundial
la URSS y el PCUS7.

Una versión más radical de este segundo enfoque es aquel que combina el enfoque
politológico y el sociológico para argumentar que el proceso de renovación socialista no
fue solo una transformación de las prácticas y de las ideologías que identificaban a la
izquierda, sino que una mutación que terminó por constituir una nueva izquierda. Esa
nueva izquierda se caracterizaría por el abandono de todos los referentes identitarios que
habían caracterizado a la izquierda de los años 60 y 70 del siglo XX, que al carecer de
una propuesta económica que acompañara al aggiornamiento político- ideológico,
terminó por abrazar el neoliberalismo. Esa izquierda renovada por lo tanto, sería una
izquierda que renegando de sus principales elementos de identidad histórica, hoy
pretende ser reconocida como “fuerza progresista”, abandonando la clásica dicotomía
política que separaba izquierda y derecha desde la Revolución Francesa hasta nuestros
días.

6
En este análisis podemos situar por ejemplo a Salazar, Gabriel y Pinto, Julio. Historia Contemporánea
de Chile. Tomo 1. (Santiago, Ed. Lom, 1999), Roberts, Kenneth. “Renovation in the Revolution?
Dictatorship, democracy and political change in the Chilean Left”. Working Paper U. de California.
(1994), Isern, Pedro. “Las dos renovaciones de la izquierda chilena”. (Santiago,Centro para la apertura y
desarrollo de América Latina, 2004)
7
Podemos situar en este enfoque los trabajos de Corvalán, Luis. “Surgimiento de nuevas identidades en la
historia política reciente. El caso del Partido Socialista de Chile” en Revista Mapocho (1995, Número 38),
Rodriguez Elizondo, Jorge. Crisis y renovación de las izquierdas. De la Revolución cubana a Chiapas,
pasando por el caso chileno. (Santiago, Ed. Andrés Bello, 1995), Santiso, Javier. “La democracia como
horizonte de espera y campo de experiencia: el ejemplo chileno”. Ponencia presentada durante la mesa
redonda organizada por GuyHermet, Oscar Godoy y Bérengére Marqués-Pereira en el marco del proyecto
ECOS (Francia)/ Conicyt (Chile): Democracia representativa y desarrollo democrático en Chile,
Argentina y Francia. Paris, CERL 28 y 29 de Enero de 1998, Hite, Katherine. When the romance ended.
Leaders of the chilean Left 1968-1998. (N. York, Columbia Unbiversity Press, 2000), Jocelyn, Holt.
Alfredo.-. El Chile perplejo. Del avanzar sin transar al transar sin parar. (Santiago, Ed, Sudaméricana,
1998); Jocelyn Holt. Alfredo. El espejo retrovisor (Santiago,Ed.Planeta- Ariel.2000); Durán, Carlos.
“Notas breves sobre la crisis y Renovación de la izquierda chilena”. Apuntes del programs de Teorías
Críticas del Centro de Investigaciones Sociales de la Universidad Arcis. Santiago, 2004; Gazmuri,
Cristian. “Una interpretación política de la experiencia autoritaria 1973-1990”. Instituto de Historia PUC.
Documentos de Discusión. 2002.
Un tercer tipo de enfoque es aquel que postula que la renovación socialista fue un
proceso de cambio cultural. Entiende que la renovación socialista fue producto de una
combinación de nuevas prácticas y nuevos referentes políticos que se situaron en el
contexto interno de represión y clandestinidad, más que en la exportación de ideas
foráneas o de discusiones alejadas de la realidad nacional. Si bien este tipo de enfoque
no abandona la influencia del exterior, supone que la transformación cultural de la
política de un sector de la izquierda chilena, no podría entenderse fuera del contexto
interno que se vivía en Chile bajo la dictadura militar y de las culturas políticas
específicas de cada partido. Por ello la Renovación Socialista sería la transformación
que un sector de la izquierda nacional realizó tanto como practica de sobrevivencia así
como proyecto político más integral.

Este tercer tipo de enfoque por lo tanto, supone que fueron las prácticas en un nuevo
espacio social y político lo que permite configurar este proceso de cambio. Cada cultura
política por lo tanto, con sus prácticas, sus historias y sus propias formas de
organización harían una relectura del pasado, y nutrida de nuevas herramientas
ideológicas y de nuevos referentes políticos, haría su propuesta de futuro8.

Por último este tipo de enfoque plantea que la renovación en tanto proceso de cambio
cultural no supone caminos preconfigurados de luchas, objetivos y estrategias políticas
sino que fue más bien un espíritu de época, donde la crítica, la invención y la creación
eran transcendentales para la sobrevivencia de los actores políticos y sociales. Por ello,
al ser un cambio cultural profundo no puede evaluarse solo como impacto político, sino
también como transformación de esferas que exceden al ámbito tradicional de la política
partidista.

Sin embargo, pese a encontrar diferencias en los enfoques anteriormente mencionados,


existen elementos comunes sobre la renovación socialista que comparten dichos
análisis. Por un lado todos concuerdan que el proceso en cuestión se ubica
temporalmente en las postrimerías de la década de 1970 hasta mediados de 1980.
También coinciden en destacar que la renovación fue un proceso que se sustentó en tres
ejes básicos: la democracia como el gran sistema sin el cual no podría haber sociedad
socialista; el cambio del concepto de socialismo que pasa de un proyecto material de
sociedad a un valor que radicaliza la democracia misma; y por último, el cambio en la
relación existente entre partido y sociedad, así como el abandono de los supuestos
clasistas para la comprensión de esa sociedad. Dado lo anterior, la renovación
constituyó una transformación tripartita, articulada en torno a un cambio en la
teleología, en la estrategia y en el/los agentes políticos.

La democracia como nuevo eje discursivo.

8
En este enfoque podemos situar por ejemplo a Valderrama, Miguel. “Renovación Socialista y
renovación historiográfica” en Documento Nº 5, septiembre de 2001. Debates y Reflexiones, aportes para
la Investigación social. Universidad Arcis; Puryear, Jeffrey. Thinking Politics. Intellectuals and
Democracy in Chile, 1973-1988. (N. York, The John Hopkins University Press, 1994); Devés, Eduardo.
El pensamiento latinoamericano en el siglo XX”. Tomo II. Desde la Cepal al neoliberalismo (1950-
1990). (Santiago, Editorial Biblos, 2003); Moyano, Cristina. “Microhistoria de la renovación socialista en
el MAPU. Un partido, unos sujetos…nuestra transición a la democracia, 1973-1989”. (tesis para optar al
grado de doctora en Historia, Universidad de Chile, 2007).
La discusión en torno a la democracia no había estado en la centralidad del debate de la
intelectualidad de la izquierda. Sin duda que “la revolución”, “el socialismo” y “las
vías” habían articulado el eje de las discusiones temáticas, teóricas e identitarias que
cruzaron a la izquierda desde los años 60 hasta el golpe de Estado en 1973. Tal como lo
plantea Cecilia Lesgart9 fueron los quiebres democráticos los que generaron un nuevo
escenario en casi toda América Latina para que la izquierda pudiera reflexionar sobre la
democracia.

Desde el periodo que se extiende desde los años 30 hasta la Revolución Cubana, el
concepto de democracia no era relevante en la mayoría de las reflexiones de la
izquierda. Esta se encontraba asociada a la red semántica liberal, de la representación
burguesa y se entendía como un espacio de ejercicio de libertades en el que la clase
dominante podía hacer prevalecer sus intereses económicos y sociales. Por lo tanto, la
democracia era entendida como un régimen de gobierno burgués y por ende, superable,
transformable en tanto anhelo para llegar al socialismo.

Durante los años 60 y 70 la izquierda construyó su red semántica identitaria en torno a


la revolución y el socialismo, la vía armada y la transformación radical de la sociedad.
En ese marco la democracia se entendía más como lastre que como espacio de
oportunidades. Sin duda, uno de los puntos de quiebre que abrió luces para toda la
izquierda occidental, fue precisamente la experiencia chilena de la Unidad Popular. El
discurso allendista de generar una transformación radical de la sociedad respetando el
sistema democrático, suscitó un profundo y estudiado debate dentro de la izquierda. Sin
embargo tanto para quienes, como Allende, creían que las transformaciones hacia el
socialismo se podían hacer en democracia, como para quienes semantizaban la
democracia como simple régimen de gobierno burgués, la democracia era superable por
el socialismo, entendido como infinitamente más avanzado que ésta. Por ende, incluso
la izquierda más reformista veía la democracia como un régimen que permitía un
espacio de oportunidad aprovechable precisamente para pasar a una nueva etapa, que
mutaría hacia una fase superior.

Este debate semántico marcó las estrategias políticas, las acciones, los discursos, los
simbolismos y las reflexiones de los actores de la izquierda durante estos años, pero el
golpe de Estado clausuró dicho debate de manera brutal y enfrentó a ésta a nuevas
reflexiones que antes no había desarrollado de manera sistemática. El primer encuentro
con la democracia fue subjetivo, experiencia de vida, de sobrevivencia, un
encantamiento afectivo producto de su pérdida.

Esta vinculación emocional con la democracia se expresó en el debate intelectual desde


el año 75 hasta el año 83. Durante este periodo existen dos elementos claves en la
discursividad de la izquierda renovada. El primero de ellos es revalorizar la democracia
asociándola a la libertad como valor básico para la convivencia social y por ende
resemantizada con las ideas de respeto, tolerancia y diversidad; y el segundo de los
elementos, es tratar de construir una vinculación teórica, práctica y simbólica entre
democracia y socialismo.

9
Lesgart, Cecilia. Usos de la transición a la democracia. Ensayo, ciencia y política en la década del ’80.
(Ed. Homosapiens, Rosario, 2003).
Este último elemento resulta clave para mantener la discusión dentro de la identidad de
izquierda, construyendo algunos puentes simbólicos que no tensionaran al máximo la
propia reflexividad política como para desgarrar el propio “ser” de izquierda. Moulián
escribía en 1977 que “el desarrollo de la democracia chilena estuvo ligado
históricamente a la acción política de la izquierda y las clases populares”10

En ese sentido se entiende que la democracia es una “construcción histórica” y por


ende, abierta a la disputa de su edificación, conteniendo dos elementos esenciales en su
propia constitución: la soberanía popular y la libertad política. Sólo manteniendo estos
dos elementos básicos en su propia definición, el socialismo como utopía y como forma
de organización de las estructuras sociales y productivas, tiene aparejado a sí mismo la
condición adjetivable de “democrático”.

“La democracia intenta ser una forma de organización de la soberanía popular y de la


libertad política, que son sus dos principios fundantes inseparables. Porque organiza
un espacio de libertad política puede organizarse el otro, el de la soberanía popular.
Esta se materializa específicamente en la posibilidad de constituirse como sujeto social
que expresa intereses, demandas, visiones alternativas de sociedad o que realiza
prácticas.”11

Así, tal como lo plantea Moulián la democracia se entiende como “organización social”,
como un “campo constitutivo de sujetos”, que no estando predeterminados a ninguna
ley del avance histórico, disputan los espacios para representar sus intereses y construir
las lógicas colectivas que se expresarán como intereses “hegemónicos”.

Lo anterior lleva al autor a plantear que se hace necesario erradicar la vieja visión que
poseía la izquierda sobre la democracia, al entenderla como “una trampa ideológica o
cultural con que las clases dominantes buscan atrapar a los asalariados”12, para
comprenderla como un espacio anhelable de constitución de sujetos sociales, aun
cuando su configuración histórica impida hablar de una democracia en singular.

En este autor, así como en Lechner, Varas y Tironi, la democracia tiene dos universos
significantes durante este período. En primer lugar como espacio de constitución de
sujetos, de prácticas y de política y por ende, como un tipo de organización formal de
los conflictos inherentes a cualquier tipo de sociedad y, en segundo lugar, como anhelo
normativo, como sustrato ideal de configuración de ordenes superiores al autoritarismo.

El primer universo significante le da a la democracia el carácter de organización formal


de los conflictos, semantizándola como espacio de resolución de los problemas sociales
en forma libre y soberana, espacio en el que se permite la equivalencia en competencia,
la permisividad de la propia diversidad. Este universo sistematiza principalmente los
elementos articuladores de un espacio en disputa, donde se puede expresar la
racionalidad humana compatibilizando “la autodeterminación individual con la
eficiencia de la organización social.”13
10
Moulian, Tomás. Documento escrito en 1977 y presentado en Punta de Tralca. Reeditado en
“Democracia y socialismo en Chile”. Flacso, 1983, p. 164.
11
Moulián, Tomás. “Democracia, socialismo y soberanía popular”. Material de discusión, FLACSO Nº
20. septiembre de 1981. P. 14.
12
Moulián, Tomás. Op. Cit. P. 14.
13
Lechner, Norbert. “El debate teórico sobre la democracia”. Material de discusión, FLACSO Nº 2, julio
de 1980. P. 3
Desde una perspectiva más radical aún, José Joaquín Brunner enfatiza que la
democracia tiene una lógica intrínseca en su organización formal que le entrega un
carácter racionalizador a las estrategias de negociación entre sujetos diversos, por ello,
es un buen mecanismo organizador de los conflictos sociales, aun cuando no pueda ser
precisamente extensiva a todos los miembros, especialmente en situaciones de
transiciones desde regimenes autoritarios. Brunner plantea que la democracia puede ser
entendida como “empresa política, con su propia máquina de funcionarios. La
democracia es así concebida como una técnica para seleccionar entre empresas
políticas alternativas, aquella que pueda producir un gobierno.”14

De esta forma la democracia para Brunner, expresaría “continuamente la tensión social


entre racionalización formal y sustantiva” 15, por lo que no es posible pensarla como un
ideal constituido a alcanzar. La propuesta teórica de Brunner es vaciar a la democracia
del anhelo de buen gobierno, debido a que no existe un “modelo democrático” a
conquistar, sino que simplemente un ideal en construcción y en constante tensión de las
fuerzas que disputan la hegemonía.

Congruente con Brunner, Eugenio Tironi plantea que es necesario aceptar “la existencia
de “posicionalidades populares” y “posicionalidades democráticas” no siempre
congruentes y la política como “práctica” articulatoria en cada momento histórico, de
ambas posicionalidades”16. En ese esquema la democracia se vacía de una lógica
preconstituida, manteniendo simplemente la racionalidad, el campo de disputa abierto,
respetando la soberanía popular e individual. En otras palabras, es un campo de disputa
para la construcción de hegemonías.

Entendida así la democracia, se produce un distanciamiento cada vez más rápido de la


vinculación de la democracia con la burguesía, es decir, la democracia comienza a
aparecer como democracia a secas, sin el calificativo nominativo de burguesa,
permitiendo ampliar su marco de acción reflexiva dentro del debate de la izquierda.

Lo anterior nos conecta con el segundo de los universos discursivos de la democracia,


referida a su carácter normativo, es decir, a la configuración racional de un tipo de
democracia anhelable, deseable. Este universo tiene un desarrollo mayor en el periodo
que se extiende entre 1983 y 1988, en donde la democracia deseable se convierte en el
foco de discusión dentro de la intelectualidad. Paralelo al desarrollo de este debate está
la temática de la democratización, configurándose la discusión en torno a la democracia
posible y realizable.

Sin duda que la democracia posible y deseable estuvo marcada por el profundo impacto
que generaron las jornadas de protesta popular entre los años 1983 y 1984 que
produjeron un efecto de distanciamiento entre lo social y lo político, advirtiéndose un
triunfo relativamente hegemónico en la elite política, no así en la intelectualidad, de la
democracia al estilo weberiano, es decir, entendida como “un método técnico para

14
Brunner, José J. “Cultura y desarrollo: notas a propósito de Weber, el mercado y el autoritarismo”.
Material de discusión, FLACSO Nº 17. 1981. P. 12.
15
Brunner, José J. Op. Cit. P.11
16
Tironi, Eugenio. “Inventario de la crisis de la izquierda”. Revista Proposiciones Nº 2. septiembre de
1980.
elegir entre elites competitivas que se ciñen a un marco ideológico-jurídico
previamente acotado”17.

Las jornadas de protesta popular habrían dejado en evidencia, a decir de varios de estos
intelectuales, la profunda transformación a nivel de los sujetos, su subjetividad y sus
prácticas cotidianas producto de la instalación de las políticas económicas y culturales
de la dictadura. Para Garretón uno de los problemas que mostraba la dictadura y las
posibilidades propias de la oposición política, referenciaban precisamente a este
profundo proceso de transformación social, constituido semánticamente como “crisis de
respresentación de la sociedad chilena” o “desvinculación entre el mundo político y el
mundo social. Las transformaciones de la sociedad en estos años se tradujeron en su
atomización y en la masificación de sectores difícilmente organizables y representables,
con predominio de bases juveniles, algunas con un fuerte potencial de radicalización y
rebeldía. Difícilmente las estructuras políticas logran canalizar y representar a estos
sectores”18

Para los intelectuales renovados, el escenario había mutado hasta hacerse irreconocible,
por ello el propio impacto que generaron las jornadas de protesta en la racionalización
de lo que estaba ocurriendo. El estupor y el miedo se posicionó de algunos de ellos y en
ese marco la democracia posible y la democratización tomaron los rumbos elitistas que
la han caracterizado. Así Garretón enfatizaba que “ninguna movilización o forma de
violencia es una estrategia política, si no tiene efecto a nivel estatal o global en la
sociedad”19

Democratización y democracia posible.

Con las jornadas de protesta social y la irrupción violenta de un pueblo golpeado por los
efectos nocivos de la crisis económica de 1982, aparece en el discurso de los
intelectuales un temor al descalabro y a la anomia social, a la constitución de un
conflicto que pudiera disolver el tejido social, que habiendo mutado hasta hacerse casi
irreconocible, todavía existía como base/ anhelo para recomponer la sociedad chilena en
un futuro de transición.

En ese escenario de inestabilidad y de irrupción de la protesta, la aparición del miedo al


descontrol y al enfrentamiento hizo surgir, aparejado al debate sobre la democracia, el
debate sobre el consenso. Así se asocia a la red de semantizaciones de la democracia, la
conceptualización del consenso.

El consenso aparece semantizado tanto como mecanismo deseable para resolver


conflictos y por ende, conllevando la práctica de la “concertación” de intereses e ideas,
así como “utopía”. Norbert Lechner afirmaba hacia 1983 que el consenso tiene tres
significaciones. La primera de ellas es entender el consenso “como preferencia
compartida de los participantes de evitar una guerra civil”; la segunda “como acuerdo
sobre los procedimientos válidos en la toma de decisiones”; y por último “como
concepto límite para discernir las condiciones del disenso.”20 Esta última significación

17
Brunner, José J. Op. Cit. P. 11.
18
Garretón, Manuel A. Dictaduras y democratización. FLACSO, 1984, p. 42.
19
Garretón, Manuel. Op. Cit. P. 12.
20
Lechner, Norbert. “El consenso como estrategia y utopía”. Documento de trabajo Nº 189, FLACSO,
septiembre de 1983. p. 4
es la que se enmarca en la red semántica de la utopía, es decir, como algo imaginable y
que limita lo posible.

Para Lechner el consenso tiene un ámbito de definición formal en función de


procedimientos y un ámbito de definición normativo, que dibuja lo anhelable para
limitar la realidad y lo posible. Es importante resaltar aquí que la utopía se reivindica
como sueño y como límite de posibilidad, no como algo a alcanzar sino que como
espacio de imaginación dentro de las posibilidades materiales que los distintos grupos
comparten. Por ello “el consenso no prescribe lo que debiera ser la vida plena. No
apunta a un contenido específico sino el modo en que se produce” 21 y por ende, ofrece
un plano de posibilidades que norma el comportamiento de los sujetos dentro de su
propia materialidad vivida y constituida imaginariamente como hegemónica.

En la misma línea que Lechner, Tomás Moulián afirmaba que se hacía necesario
rescatar la utopía, entendida como “necesidad de pensar en lo posible más allá –
aunque no fuera – de las formas históricas vividas.”22Así semantizada la utopía se
conectaba con la democracia, con el socialismo y jugando un rol clave de puente entre
ambos conceptos: el consenso.

Moulián entendía el consenso como “pacto social en función del cambio concertado,
donde se reflejan los grados posibles de convergencia. Por lo mismo el programa
convenido debe definir objetivos y también los límites más allá de los cuales no se
puede pasar, cualesquiera sea la coyuntura de fuerzas. El consenso no es el producto
de un juego de azar sino una construcción histórica que debe corresponder a los
grados de conciencia de las diferentes clases.”23Configurado así, el consenso
proporcionaría mecanismos de solución de conflictos y se convierte además en algo
anhelable, el marco de soporte de la nueva transición. No sólo había que imaginar la
democracia sino que a su vez desear el consenso.

En la misma línea anterior, Ángel Flisfisch avanza hacia la vinculación entre


democracia – consenso y pacto democrático, afirmando que “el problema de la
democratización es, por la inversa, el de un proceso de formación de los actores
políticos con capacidad de generar y estabilizar un régimen virtual, producto de
severos conflictos políticos y cuyo carácter democrático le impone la forma de pacto
institucional.”24El consenso se vincula entonces al pacto, a la negociación, como
estrategia constitutiva del mismo y como necesidad histórica para alcanzar la
democracia.

Se configura así una red de significaciones asociadas a la democracia que cobra especial
fuerza producto de las jornadas de protesta social de inicios de los años 80:
1. La democracia es una construcción histórica, posible de ser imaginada.
2. La democracia es anhelable como ámbito de constitución de sujetos.
3. La democracia es un campo donde los sujetos constituidos resuelven sus
conflictos y construyen la hegemonía.
4. La democracia está asociada al consenso. Sin consenso no hay posibilidad de
democracia.
21
Lechner, Norbert. Op. Cit. P. 25.
22
Moulián, Tomás. Democracia y Socialismo en Chile. Ed. FLACSO, 1983. P. 164.
23
Moulián, Tomás. Op. Cit. P. 177.
24
Flisfisch, Angel. “Una nueva ideología democrática en el Sur de A. Latina”. Documento de Trabajo Nº
162, FLACSO, noviembre de 1982. P. 27.
5. La democracia es consustancial al socialismo y a las luchas de la izquierda.
6. En un sistema autoritario la democracia está anulada, por lo que se requiere
de voluntad política para recuperarla.
7. El sistema autoritario ha transformado a los sujetos y el modelo económico
neoliberal ha destruido las bases en los que anteriormente dichos sujetos
basaban su identidad, en especial los sectores populares.
8. Dado que los sectores populares, sujetos de representación de la izquierda se
encuentran en proceso de reconfiguración, no pueden conducir ni menos
imaginar un sistema democrático.
9. Para recuperar la democracia es necesario un pacto institucional.
10. Por ende, ese pacto institucional debe ser conducido por la élite.

Una vez configurada este grupo de representaciones, la discusión de la intelectualidad


renovada giró hacia dos conceptos claves asociados a la red semántica de la democracia:
diseñar la transición y pensar los procesos de democratización. Desde el año 85, año en
que se configura el Acuerdo Nacional hasta el 88 en que se diseña la salida pactada a la
dictadura, los temas claves asociados a la democracia estuvieron puestos en el acuerdo
institucional y en la democratización anhelada.

El anhelo de democratización sin embargo, se supuso como el campo de disputa, el


ámbito normativo e imaginable que dividiría las aguas una vez conseguido el retorno a
la democracia, entendida como forma/sistema de representación de los sujetos y sin
contenidos normativos preconfigurados. Tal como afirma Flisfisch “si tanto lo que debe
ser, como lo que es políticamente posible, están prejuzgados con antelación, no hay
condiciones para esa elaboración contractual, ni tampoco para se asuma el punto de
vista de la totalidad.”25Por ello era necesario ser “realistamente político” y pensar la
democracia como un ámbito de posibilidad sin llenarla de contenido normativo.

Lo que dotaría de sentido a las nuevas luchas políticas, en el marco temporal de la


transición, sería cuan democrática queríamos fuera nuestra nueva democracia, es decir,
la profundidad de los procesos de democratización. Pero esta discusión se establecía en
un margen de tiempo superior a la consecución del acuerdo básico formal de pactar con
el régimen el fin de la dictadura.

De esta forma, la intelectualidad renovada comenzó tempranamente una discusión en


torno a la democratización y a la reconfiguración del sentido democrático de la
izquierda. Este debate que se dio a la par con la legitimación de un pacto con el centro
político, fue clave para la configuración de una identidad que fundamentó prácticas en
el marco de una cultura política que constituyó a la Concertación. Pensada desde la
perspectiva de un “nuevo realismo político”, la democracia se vacía de contenido y el
eje de la discusión se pone en torno a la democratización. Sin embargo, la necesidad de
pensar un modelo estable implicaba comenzar a pensar la posibilidad de democracia
desde la perspectiva de la totalidad, con altruismo y abandonando los intereses de
clases. Lo que se pedía era abandonar el paradigma del príncipe y pasar a un nuevo tipo
de política que fundamentara por sobre todo una protección a la democracia, ahora
entendida como mejor régimen de representación existente.

25
Flisfisch, Ángel. “Hacia un realismo político distinto”. Documento de Trabajo Nº 219, FLACSO,
octubre de 1984. P26.
Flisfisch escribía en 1984 que “si bien la construcción del sistema será el resultado de
acciones unilaterales que poseen un fuerte sentido conflictivo, la creación de las rutinas
exige, implícita o explícitamente, asumir el punto de vista de la totalidad del sistema.
Esto es, en las decisiones que crean las rutinas tendrá que existir como condición para
una construcción exitosa del sistema, esa orientación objetivamente altruista arriba
mencionada.”26Este altruismo implica pensar, como deber de la elite política, el todo y
no en lo particular.

De esta forma, una vez institucionalizada la dictadura con la Constitución de 1980 y


agotadas las protestas sociales, semantizadas como anómicas, violentas y disruptivas, la
democracia dentro de la izquierda renovada tiene ya dos significados en disputa: un
régimen de representación liberal, sin contenido normativo que la contenga
esencialmente; y un régimen de representación y de constitución de los sujetos
populares, que conteniendo un marco básico de respeto a los derechos humanos,
espacios de libertad y capacidad de ejercicio de la soberanía, se abre como un ámbito
colectivo donde los distintos sujetos sociales pueden luchar por representar
hegemónicamente la totalidad de la población. Esta segunda línea de significado de la
democracia, es la que se vinculó dentro de la izquierda renovada con la idea de
democratización. La primera de ellas en cambio, estuvo más asociada a la constitución
del pacto destinado a pactar una salida política a la dictadura. Ambas, sin embargo,
nutrieron el debate dentro de la izquierda y fundamentaron una cultura política renovada
que sirvió de base para la constitución de una identidad concertacionista.

La lucha por la democratización o la profundización democrática fue ganando terreno


en aquellos intelectuales que aspiraban a definir un espacio de construcción identitaria
dentro de la izquierda. Tanto en Moulián como en Garretón, existía una necesidad por
dotar de sentido a la izquierda en el nuevo marco institucional de transición a la
democracia. ¿Qué debía aportar la izquierda en la “nueva democracia? Una presión por
la transformación social, que amparada en un consenso de las fuerzas de la oposición
“más allá de los pactos en torno a las reglas democráticas”, pusiera el centro en torno
“a los proyectos de transformación en el largo plazo de la sociedad. 27” Así, democracia
política y transformación social aparecen indisolublemente ligadas.28

Sin embargo, hacia 1984 todavía no se podía argumentar que ese acuerdo en torno a los
proyectos de transformación estuviese cerca de concretarse. Según Garretón “no hay
aún, al parecer, claridad sobre el modelo de desarrollo alternativo, es decir, no se han
constituido aún las bases de un bloque sociopolítico que asegure la dimensión
transformadora sin la cual la democracia política será siempre precaria.”29
Democracia política y democratización social comienzan a separarse en el análisis y en
la práctica política.

1985 consagra la constitución de dos grandes grupos opositores a la dictadura: la


Alianza Democrática y el Movimiento Democrático Popular. Ninguno de los dos
alcanza a ser hegemónicos, pero el primero de ellos, cuya postura estratégica de
negociación con la dictadura y aliada de la derecha más aperturista, va construyendo a
pasos agigantados una hegemonía intraelite.

26
Flisfisch, A. Op. Cit. P. 24.
27
Garretón, Manuel Antonio. Dictaduras y democratización. FLACSO, 1984. P. 47.
28
Garretón, M.A. Op. Cit. P. 45.
29
Garretón, M.A. Op. Cit. P. 47.
Sin embargo, es importante señalar que la Alianza Democrática privilegió en sus
análisis el pensar la democracia como un espacio de representación formal, dejando
para después, en pos de un consenso realista, la disputa por la democratización social.
Esto marcó los caminos de nuestra transición y el soporte de las tensiones nunca
resueltas dentro de la propia Concertación.

Una vez realizado el Acuerdo Nacional, los debates dentro de la izquierda renovada
mantuvieron el énfasis en la tensa relación entre democratización y pacto institucional.
La nueva discusión fue alejando la utopía del consenso y se mantuvo bajo la premisa de
un realismo de lo posible. En ese marco la clase política, entendida como “público
sofisticado” (Parsons) o como “elite política” constituía el único actor social capaz de
sostener en sus hombros el desafío de alcanzar un acuerdo normativo, básico para
posibilitar un proceso de transición a la democracia. Ángel Flisfisch planteaba que “Ese
público atento y políticamente sofisticado, que es el que efectivamente posee
capacidades para crear climas de opinión pública y liderar procesos de expresión de
opinión pública, exhibe un consenso democrático respecto del régimen democrático en
general, y una clara mayoría de sus miembros da opiniones, que son positivas desde un
punto de vista democrático, respecto de la institución de los partidos políticos. Por
consiguiente, considerando aquella población que es relevante para la existencia de un
consenso normativo políticamente eficaz, el estado de cosas que en ella prevalece es
una condición favorable para la redemocratización.”30

Por antonomasia los sectores no “sofisticados” no estaban en condiciones de conducir


un proceso de transición, aunque posteriormente fueran sujetos que presionaran por la
democratización. La idea es lograr una convocatoria y formar después una cultura
democrática de la ciudadanía, que constituyera una sociedad civil potente, autónoma y
con capacidad de autoorganización para hacer de contrapunto al Estado burocrático.

Esa convocatoria estaba en función de generar afectos subjetivos a la valoración de un


régimen democrático y por ende a la democracia. Para Lechner, el nuevo escenario
abierto hacia 1987 abría una época de incertidumbre, de elección, que podía generar un
clima nocivo para poder avanzar hacia la transición. Según Lechner, la vivencia de una
época de crisis de la modernidad contraponía un sentir social común de “necesidad de
orden”, mientras la critica intelectual y los universos políticos naufragaban en la
reconstrucción y el “no orden”, ante la carencia de una visión de futuro progresivo,
cualitativamente superior. Para este autor, la política en Chile, pese a ir contra corriente
debe ser capaz de entregarnos un sueño, ya que sólo ese sueño podía conducirnos a una
democracia con certidumbres, al menos de afección ciudadana a si misma.

“El caso chileno ilustra dramáticamente cuan difícil resulta neutralizar el miedo a las
amenazas, reales o imaginarias, mediante procedimientos formales. Las dificultades de
la “ingeniería institucional” remiten al mundo simbólico y a los imaginarios
colectivos; redescubrimos que la política no se guía solamente por intereses, sino
igualmente por pasiones e imágenes, creencias y emociones. El desgarro de la sociedad
saca a la luz la cara oculta de la política: el miedo al desarraigo social, la ansiedad de

30
Flisfisch, Angel. “Consenso democrático en el Chile autoritario”. Documento de Trabajo Nº 330.
FLACSO, marzo de 1987, p. 45.
pertenencia colectiva, la angustia por trascender la inmediatez de la vida singular. La
democracia no puede desoír estos clamores so pena de ser arrastrada por ellos.”31

El plebiscito de 1988 podía ser entendido como un espacio de oportunidad para conectar
la política con la construcción de un sueño colectivo: conquistar la democracia. La
democracia por lo tanto cobra aquí una semantización épica, momentánea significación
que más tarde mutará en administración de un régimen de representación de sujetos,
más que de constitución de los mismos.

Un breve sueño: el plebiscito de 1988. La separación semántica de democracia y de


democratización. ¿Condición necesaria o consecuencia interpretativa?

Para Eugenio Tironi, hacia 1987 “el anhelo básico de los chilenos es vivir en una
sociedad en donde, en reemplazo del miedo, lo que se encuentre sea seguridad y un
sentimiento de unidad y transcendencia”32. “Los chilenos tienen necesidad de un futuro,
pero los agobia la posibilidad de que él reavive los traumas del pasado. La
despolitización de los chilenos es una respuesta a esos conflictos emocionales” 33. Por
ello, a juicio de Tironi, “la aceptación de un plebiscito es una oportunidad política. Allí
la oposición, y en especial la izquierda, deben abandonar la actitud “marcada por la
queja, la denuncia y el escepticismo. Si es así, entonces se estará profundizando la
impotencia y el miedo; vale decir, los soportes sicosociales de la apatía. Por lo tanto,
es urgente romper con la actitud de muchos militantes de la oposición. Para terminar
con la apatía, esos militantes tendrán que transformarse en los profetas de la
esperanza, en los comunicadores de la nueva actitud: el plebiscito es una oportunidad
para afirmar la dignidad de los chilenos y para mostrar el poder del pueblo”34.

El plebiscito era además entendido como una oportunidad de demostrar que la oposición
era una fuerza política dispuesta a respetar las normas del juego. Si alguien desconocía
los resultados, no sería la oposición y con ello demostraría que la cuenta por “la
irresponsabilidad”35 de los hechos del pasado, estaba más que saldada. El peso del
pasado, pasaba a ser resignificado como garante de buen comportamiento porque la
autocrítica había sido radical y asumida.

Según las reflexiones renovadas, por tanto, lo más importante en el periodo que va
desde 1986 hasta 1987 es convencerse de que el plebiscito es una opción y a la vez una
gran oportunidad. Para Tironi, en especial, “ofrece una ventaja comparativa que no
puede desaprovecharse: permite la unidad de objetivo y conductas a un conglomerado
heterogéneo en cuanto a sus motivaciones” 36. Era la oportunidad de demostrar que la
izquierda en particular, se había dado cuenta de que uno de los fracasos más profundos
de la Unidad Popular, pasó por la no construcción de puentes aliancista con el centro
político. Si algo había que hacer en la transición era la configuración de alianzas
pragmáticas que ayudara a la configuración de transformaciones hegemónicas. Dichas

31
Lechner, Norbert. “¿Responde la democracia a la búsqueda de incertidumbre?”. Documento de Trabajo
Nº 340, FLACSO, junio de 1987, p. 12.
32
Tironi, Eugenio. La invisible victoria. (Sur ediciones, Santiago, 1990) P. 22
33
Tironi, Eugenio. Op. Cit. P. 23.
34
Tironi, Eugenio. Op. Cit. P. 25.
35
Esto emerge del análisis de los textos renovados y por ende, no constituye un juicio histórico de quien
investiga.
36
Tironi, Eugenio. La invisible victoria (Sur Ediciones, Santiago, 1990) P. 29.
transformaciones debían hacerse además dentro del marco de alianzas lo más amplias
posibles.

Por ello tanto Tironi como Garretón concordaban en la reflexión de que la coalición que
debía fundarse para derrotar en el plebiscito a la dictadura, no debía contener grandes
alcances programáticos ni ideológicos. De no ser así, se perdía la ventaja comparativa.
Tironi argumentaba que “lo peor de todas las estrategias posibles es enfrentar el
plebiscito como si fuera una elección abierta y competitiva. En el amplio arco por el No
hay espacio para todos; por lo mismo cualquier proyecto de uniformarlo es
contraproducente.”37

En reflexiones temporalmente anteriores, Manuel Antonio Garretón también esgrimía


que un gran problema que tenía la oposición estaba dado por el exceso de ideologicismo
que mantenían sus partidos, y que generaba problemas “respecto de consensos
pragmáticos y lleva(ba) a exclusiones negativas, por ejemplo del Partido
Comunista…”38. En 1986, este sociólogo planteaba que junto a este exceso había otro
problema que agobiaba a esta oposición, referido a la “dificultad de ligar el mundo
político propiamente tal con el mundo social afectado por procesos de desarticulación,
temor, radicalización visceral y desconfianza de los procesos institucionales39”.

Así hacia 1987 había, en registro renovado, tres desafíos básicos para la democracia. El
primero de ellos consistía en ayudar a crear un referente de unidad opositora, que dejase
para después el debate por la sociedad que se anhelaba. El segundo desafío era cambiar
la forma de hacer política en un mundo que, si bien tuvo grandes bajas humanas, seguía
apegado a formas antiguas como estrategia de sobrevivencia y continuidad identitaria.
Por último el tercer gran desafío era ayudar a que la transición a la democracia se
hiciera sobre las bases de confianzas restituidas, dado que el sistema no proporcionaba
un marco legitimario básico y aceptado por todos.

Por ello, “la principal cuestión es: ¿cómo crear confianza en la democracia? La
estabilidad del sistema democrático depende de la confianza que la sociedad tenga en
el orden. Ahora bien, ¿qué significa, en concreto, confiar en el orden? La confianza
abarca tanto la identificación de la ciudadanía con el sistema político como la
“credibilidad” de este frente a la opinión pública. Ella se apoya en la eficacia de los
procedimientos (legalidad), pero también en un sentido de orden que permita poner los
límites a la incertidumbre de un futuro abierto 40” “Esas acciones no suponen todavía
un apoyo activo a la democracia, ni siquiera algún oportunismo, sino solamente aquel
conformismo indispensable para poder desarrollar una rutina cotidiana. Las
consecuencias, empero son grandes: como nadie gusta perder sus inversiones,
económicas o afectiva, todos están interesados en mantener el orden duradero”. Por
ello “el realismo es más que una lógica del cálculo. Al entender el realismo como una
categoría crítica nos referimos también a una lógica de la acción. Nos referimos a una
elaboración del tiempo. Cuando preguntamos sobre qué posibilidades se apoya, qué
posibilidades abre la democratización, la crítica de “lo posible” nos remite a la
producción de temporalidades.” 41
37
Tironi, Eugenio. Op. Cit. p. 29.
38
Garretón, Manuel Antonio. “Transición hacia la democracia en Chile e influencia externa. Dilemas y
perspectivas”. FLACSO, documento de trabajo nº 282, Santiago, 1986, p. 8.
39
Garretón, Manuel. Op. Cit. p. 8.
40
Lechner, Norbert. Op. Cit. p. 88.
41
Lechner, Norbert. Ibíd. P. 90.
Se concluye que quien tiene el poder es aquel que puede construir las temporalidades.
El No y su campaña apostaría a ello, a configurar una nueva de forma de comprender la
temporalidad, que le permitiera a la oposición y en especial a la izquierda renovada,
replantear identitariamente su nuevo “ser” a fines de 1980. Junto a ello era
imprescindible construir una imagen de confianza, que si no podía ser institucional
debía hacerse en torno a las redes sociales, las experiencias compartidas, en la
construcción de una historia común que habían recorrido todos quienes habían
presenciado como actores, protagonistas o de reparto, la crisis democrática que Chile
sufrió en 1973.

La campaña por el NO y su diseño estratégico comunicacional, fue la oportunidad para


que algunos políticos pusieran en acción los postulados de la renovación socialista. La
idea de un cambio fundamental en los cimientos de la política chilena, y sobre todo de
la izquierda socialista, fue un elemento crucial en la definición de la campaña.
Responsabilidad, tecnificación, redefinición de un nuevo universo simbólico identitario,
la propuesta de futuro, la recomposición de la nación, la idea de orden y estabilidad, se
pusieron en escena a través del diseño comunicacional. Si hubiera que graficar
simbólicamente el icono de la renovación socialista, la Campaña por el NO sería su
mejor exponente.

Recordemos un poco la estética de la franja por el NO. Un joven alto, bien vestido, buen
mozo camina por un puente libremente y con actitud de confianza en sí mismo.
Comienza el “himno” y aparecen sucesivas imágenes de personas que representan a los
distintos sectores sociales. Todas estas personas, a la luz de un arco iris se abrazan y se
reencuentran. Los partidos políticos están casi invisibilizados en el spot inicial y aparece
la idea de un país que funciona.

Sin duda que estas imágenes que recién esbocé tienen muchos elementos del discurso
que se introdujeron desde la intelectualidad renovada de izquierda. Hay un abandono de
la estética del enfrentamiento, o dicho en otros términos de la lucha de clases, la
sociedad aparece como una sociedad que necesita de armonía para evitar desgarros
profundos. Hay simultáneamente un afán de redención de la izquierda, toda vez que
pretende mostrarse como una fuerza moderna, que se hizo autocríticamente cargo del
pasado, pero que aspira sobre todo a ser referente en el futuro.

Aparece también en la franja una puesta en escena de unión con la Democracia


Cristiana, paralelamente se construye fuertemente la idea de “gobernar es concertar”,
transformándose en el icono político de la estrategia comunicacional. Según Eugenio
Tironi la realización de la campaña por el NO, fue el reflejo de un proceso de
modernización de la forma de hacer política, “la atención prestada a las encuestas de
opinión y a su imagen pública, revela la voluntad de los políticos de adaptarse a las
percepciones, sentimientos y opiniones de la gente común, para ensayar
interpretarla”42, en contraste con la figura de un político profeta que pone en acción un
proyecto preconcebido de manera voluntarista.

A juicio de este mismo sociólogo, ese proceso de transformación en la relación político-


elector (gente), permite a su vez ser el freno del desarrollo de proyectos globales y de
cambio radical, toda vez que en el contacto cotidiano, la realidad se demuestra en toda
42
Tironi, Eugenio. La invisible victoria. p. 43
su complejidad y tonalidades. Según Tironi, “desde el momento en que los líderes
trascienden sus grupos de referencia para acercarse a la gente ordinaria en el afán de
representarla, no hay duda de que las posibilidades de los proyectos ideológicos totales
son mucho menores, lo que desde todo punto de vista es positivo.”43

La construcción de una política responsable, de mantener el orden y la estabilidad para


garantizar la cohesión de la nación debía, sin embargo, ser también portadora de nuevos
sueños menos ideologizados, pero sueños al fin. De esta forma el No debía representar
en primer lugar, esta opción de civilización por una refundación de la cultura cívica así
como una apelación a una conquista emocional y afectiva.

El consenso aparece en esta matriz reflexiva como un valor en sí mismo, toda vez que
sería la representación empírica y sujeta al escrutinio ciudadano, de que la política en
Chile había cambiado después de 17 años de dictadura. El consenso era pragmático y no
programático, lo que para Tironi fue la gran virtud de la campaña, dada su fuerza
integradora. Ese consenso se realizó sobre tres puntos cruciales y por todos
compartidos, el primero de ellos estaba dado por la aspiración de recuperación de la
ciudadanía (re establecer el derecho a voto), el segundo por mantener una estabilidad
económica, con crecimiento así como con equidad. Por último, el tercero de esos puntos
estaba en la base de un acuerdo cívico de que cualquier cambio político se haría en
orden.

Las propuestas programáticas que estarían detrás del punto número dos, son a juicio de
Garretón, algo que debía dejarse para un tiempo posterior a la recuperación de la
democracia. Esto era la discusión en torno a la democratización, que se separó en 1987
y ad portas del plebiscito, de la discusión en torno a la democracia.

Para Tironi el “NO” ganó precisamente porque logró convocar, concertar y evocar.
Propuso iconográficamente la idea de una nación cohesionada e integrada. La dilución
de lo confrontacional ayudó también a reconfigurar las identidades políticas, por lo que
la izquierda, el centro y la derecha ya no podían contener las transformaciones. Así “la
campaña por el No hizo suya la hipótesis según la cual la sociedad chilena había
atravesado por un período prolongado de desintegración. De partida, el hecho de
haber sido azotada por olas de cambios sucesivos y radicales, terminó por provocar en
la gente un hondo cansancio. Muchos de los antiguos referentes normativos, valóricos y
simbólicos fueron destruidos.”44

El NO por lo tanto, ayudó a configurar una especie de campaña por la sanación y la


reconciliación una apuesta por la cohesión social y la mantención del orden y
estabilidad como los valores más deseables. Así el NO abandonó ex profeso cualquier
nominación a lo revolucionario y se articuló precisamente como una campaña
conservadora. A juicio de Tironi, este cambio fue fundamental para entender el triunfo,
y también (aunque el autor no lo dice) para diseñar las acciones políticas posteriores.
“La estrategia del NO consistió básicamente en la formulación de mensajes y en la
organización de eventos que, en vez de reforzar las tendencias conflictuales y
desintegrativas dominantes por años en la sociedad chilena, respondieron a los anhelos
reprimidos de reconciliación y cohesión social”.

43
Tironi, Eugenio. Op. Cit. p. 43.
44
Tironi, Eugenio. Ibíd. p. 45.
Hubo que dibujar entonces un diseño político comunicacional que se centrara en una
sociedad acogedora y segura, donde se respetara la dignidad así como también el
legítimo derecho a la movilidad social. Una propuesta que en lo político se la jugara por
apertura de los canales de participación, de restitución de las confianzas y donde
predominara un sentimiento de pertenencia y fortalecimiento de la comunidad política o
la nación45

Paralelamente el NO debía apostar a una conquista de los nuevos votantes, los que
habían vivido mayoritariamente sus vida en dictadura. A ellos les debía convocar,
integrar, prometer el futuro, pero no como dado por un Estado sino que en base a la
competencia individual, donde se garantice la igualdad de oportunidades. Por ello, el No
debía constituir la expresión del “compromiso de los partidos políticos en el sentido de
que su primera prioridad sería ampliar las oportunidades socioeconómicas de las
personas, antes que emprender grandes transformaciones de tipo estructural.”46

Para Tironi, quien jugó un rol muy relevante en el diseño de la campaña, la propuesta
del No era una propuesta profundamente conservadora, precisamente por la
convocatoria a los valores de la cohesión social, la continuidad histórica y la unidad
nacional. Se abandonaba por lo tanto, el discurso revolucionario, de la lucha de clases y
de los anhelos colectivos. Era hora de dibujar un nuevo escenario equitativo pero
competitivo, donde cada quien pudiera ser libre de desarrollarse de acuerdo a sus
propios anhelos individuales.

Bajo esta matriz reflexiva el plebiscito fue la oportunidad de realizar el rito de


reconciliación, ya que “permitió exorcizar los demonios que habitaban en la historia
reciente del país, y que mantenían a los chilenos atemorizados y divididos. Participar
en un mismo rito, defendiéndolo y respetándolo, los llevó a reconocerse como parte de
una misma comunidad nacional y, por ende, a respetar sus diferencias”47.

De esta forma, las antiguas identidades entre el centro y la izquierda que se disolvieron
en la propuesta de oposición fueron, a juicio de Tironi, un elemento positivo para
enfrentar el nuevo escenario transicional. Hubo un abandono conciente de dichas
identidades y la configuración y mantención de la Concertación en el tiempo formaba
parte del anhelo de configurar una nueva identidad política hegemónica de largo plazo.

Esta nueva identidad concertacionista, debía aglutinar todos los procesos renovadores
de la política, tanto dentro de la Democracia Cristiana como en la izquierda socialista.
Sin embargo, esta debía posicionarse no solamente como una estrategia de acuerdos
consensuales, como los de antaño, sino que como una nueva forma de hacer política. En
esa nueva forma, la “campaña no se planteó un cuestionamiento global del sistema; el
foco de su crítica fue la forma en que se distribuían los beneficios del sistema. Este es
un país que andaba bien pero los chilenos están mal. No queremos acabar con las
modernizaciones, sino que éstas se pongan al alcance de más gente. Esto fue lo que
estuvo en la base del discurso socioeconómico del NO.”48

45
Tironi, Eugenio. Ibíd. p. 47.
46
Tironi, Eugenio. Op. Cit. p. 47.
47
Tironi, Eugenio. Ibíd. p. 50.
48
Tironi, Eugenio. La invisible victoria. p. 56.
Aceptación crítica de las transformaciones de la dictadura y la idea de un país moderno
pero humano, trascendió aparentemente las aguas de las clásicas divergencias políticas
de los partidos del conglomerado. En la izquierda, marcó la consolidación de una
izquierda nueva, renovada, que se planteaba defensora de los derechos humanos, pero
que también asumía los desafíos de la modernidad y el libre mercado, que seguía
manteniendo un cariño por el pueblo y lo tradicional, pero que no se negaba a abrirse al
mundo, en suma, una izquierda que combinaba “solidaridad” con “modernización.”49

El NO evocaba el fin de las epopeyas y su triunfo: la valorización positiva de ese


proceso. Según los ideólogos de la campaña, la “gente” en Chile estaba cansada de
tantas transformaciones radicales y su máxima aspiración era que la política se redujera
a una esfera mínima, que si bien importante debía alejarse de lo cotidiano, para ejercerse
profesionalmente.

Se ponía fin a una época y por ello, el plebiscito era expresión del fin de un proceso
estructural, donde la política desplazó su eje referencial al pasado para concentrarse en
el futuro. Simultáneamente se separaba lo social de lo político y con ello se le restaba
omnipotencia a la actividad política, permitiendo la generación de un sistema de
autodefensa de cualquier posible quiebre democrático futuro. No todo era, fue, ni debía
ser política.

En este nuevo escenario, después del triunfo del NO y más tarde de Aylwin, Eugenio
Tironi declaró que la transición había terminado. Bajo sus códigos semánticos y
epistemológicos efectivamente esa transición tocaba a su fin con la puesta en marcha de
la Concertación de Partidos Por la Democracia, alianza que configuraba un nuevo
referente político, así como un producto de la recuperación ciudadana de los derechos
propios. Tironi cerró la transición afirmando que las identidades políticas tradicionales
se habían acabado y que dicho fin expresaba a su vez, un proceso profundo de
modernización política. Paralelamente, en ese mismo discurso emergió la propuesta de
que la actividad debía dejar de ser una actividad que rodeaba todo el mundo social, que
lo inundaba y por ende, generaba una sensación de inestabilidad permanente, para
volver a una “normalidad” donde quienes la ejerzan sean a penas percibidos en la
cotidianidad.

La separación de democracia con democratización, como opción política que permitió la


configuración de la Concertación, diseñó un camino, sustento simbólico de prácticas
políticas que fueron distanciando cada vez más lo social de lo político. Numerosas
tensiones no resueltas hasta hoy, pero que en su momento se pospusieron para alcanzar
la democracia, entendida semánticamente y simplemente como “espacio de
representación” de sujetos.

49
Tironi, Eugenio. Op. Cit. p. 60.
Fuentes:

Baño, Rodrigo et al. “Aspectos institucionales en el colapso de la Unidad Popular y la


democracia chilena”. FLACSO, 1987.

Brunner, José Joaquín. “A propósito de las políticas culturales y democracia: un


ejercicio formal”. FLACSO, 1985.

Brunner, José Joaquín. “América Latina: entre la cultura autoritaria y la cultura


democrática. Legados y desafíos”. FLACSO, 1987.

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Brunner, José Joaquín. “Cultura y política en la lucha por la democracia”. FLACSO,


1984.

Brunner, José Joaquín. “La educación y el futuro de la democracia”. FLACSO, 1985.

Campero, Guillermo et al. “Actores Sociales y transición a la democracia”. Cieplan,


1988.

Díaz, Elías. “Socialismo democrático: instituciones política y movimientos sociales”.


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