Resumen Del Libro
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Capitulo 1
Heráclito: el fuego
Heráclito expresó del modo más vigoroso, y con gran riqueza de metáforas, la idea de que la
realidad no es sino devenir, incesante transformación: "todo fluye", "todo pasa y nada
permanece", son frases que Platón atribuye a los heraclitianos.2 Heráclito se vale de numerosas
imágenes, la más famosa de las cuales compara la realidad con el curso de un río: "no podemos
bañarnos dos veces en el mismo río". El río de Heráclito simboliza entonces el cambio perpetuo
de todas las cosas. Por tanto lo substancial, lo que tiene cierta consistencia fija, no la puede
tener sino en apariencia; todo lo que se ofrece como permanente es nada más que una ilusión
que encubre un cambio tan lento que resulta difícil de percibir.
Heráclito sostiene que el cosmos no es obra de los dioses, ni mucho menos, naturalmente, de los
hombres; por el contrario, el mundo "siempre fue, es y será", es decir, es eterno, de duración
infinita. -El cosmos es además único: "el mismo para todos", y con esta idea de su unicidad
niega Heráclito la pluralidad de los mundos.
Respecto del significado que le diera el filósofo al fuego, caben dos interpretaciones diferentes,
que en el fondo no son incompatibles. -En primer lugar se puede pensar que "fuego" designa el
principio o fundamento ( ) de todas las cosas, como especie de "material" primordial del que
todo está hecho.
En segundo lugar, puede pensarse que "fuego" sea una metáfora, una imagen del cambio
incesante que domina toda la realidad, elegido como símbolo porque, entre todas las cosas y
procesos que se nos ofrecen a la percepción, no hay ninguno donde el cambio se manifieste de
manera tan patente como en el fuego. Sin embargo, que ambas interpretaciones del "fuego" no
son necesariamente excluyentes. En cuanto al calificativo de "siempre vivo" , significa también
que esa "substancia" quizás aun de índole psíquica; el fuego es un principio generador,
autoformador y autoordenador, inmanente a todas las cosas.
Heráclito: el logos
El cambio no es cambio puro, por así decirlo, sin orden ni concierto -lo cual sería por lo demás
impensable-, sino un cambio que sigue ciertas pautas. Con lo cual aparece por primera vez -si
no con entera claridad, al menos prefigurado- el concepto de lo que luego se llamará ley
científica, y que Heráclito denomina Dike (Justicia) y logos.
"Guerra", pólemos ( ) no es sino un nuevo nombre para el cambio. Heráclito la llama "padre" y
"rey"8 vale decir, la considera aquello que genera, aquello de donde las cosas se originan, y a la
vez lo que manda, gobierna o domina sobre ellas. Éstos son, precisamente, los dos sentidos
principales de la palabra , arjé, que suele traducirse por "fundamento" o "principio". , Heráclito
concibió lo absoluto como proceso dialéctico, según observaba Hegel:9 "dialéctico", porque en
ese proceso se realiza la unidad de los opuestos, la coincidentia oppositorum [coincidencia de
los opuestos], según se dirá mucho después. Porque toda cosa, en su incesante cambio, reúne en
sí determinaciones opuestas, es y no es, es hecha y deshecha, destruida y rehecha.
Que la guerra es "común" a todas las cosas, significa una vez más que constituye el principio
universal que todo lo domina, pues "todas las cosas ocurren o se generan según la discordia"; y
ello acontece inexorablemente ("según necesidad"). La unidad de los contrarios la insinúa la
frase de acuerdo con la cual "la justicia es discordia”.
De la identidad de los contrarios aduce Heráclito numerosos ejemplos, entre ellos los siguientes,
que no requieren mayor comentario:
Enseñan que los opuestos, sin dejar de serlo, no son nada separado de modo absoluto, sino más
bien momentos alternos y complementarios de un solo dinamismo.
La "guerra" no significa entonces -se lo ve ahora con más claridad-desorden, sino, por el
contrario, una armonía: la que de una pluralidad de cosas y acontecimientos discordantes hace el
cosmos único, bello y ordenado, y que no es sino el mundo mismo como armonía que
incesantemente se construye a sí mismo.
Dijimos más arriba que a esta especie de ley que todo lo domina le da Heráclito, entre otros
nombres, el de logos, Es éste un término fundamental, muy rico en significados, que los
diccionarios suelen reducir a tres principales: a) palabra, dicho, discurso; b) relación,
proporción; y c) razón, inteligencia, concepto. Y de todo ello hay resonancias en Heráclito: el
logos dice (a) cuál es la relación entre las cosas (b), su comportamiento, que expresa un cierto
orden inteligible (c) inmanente al mundo.
El logos, pues, entendido como el ser en tanto dador de unidad, es el fundamento de todo, que
todo traspasa y domina.
Es evidente que no puede haber posibilidad de más alcance que la que se plantea en esta
disyuntiva: la más amplia porque dentro de ella cae todo absolutamente (la filosofía se ocupa de
la totalidad), inclusive la nada, que aparece en el segundo miembro de la alternativa. De manera
que
La decisión consiste en esto: o es o no es.
O lo uno o lo otro; pero sin que quepa una tercera posibilidad.
Ahora bien, es asimismo evidente que la segunda posibilidad enunciada -que no sea nada- es un
absurdo; porque decir "no hay nada" es como afirmar que "lo que hay es la nada", que "la nada
es", o, en otras palabras, que "el no-ente es": esto es claramente contradictorio, y por tanto debe
rechazarse (principio de contradicción):
Pero si hay algo, si algo "es", a ese algo se lo llamará ente (cf. Cap. I, § 1). Entonces el ente es
necesario.
porque afirmar que "el ente no es" es una evidente contradicción.
El ente es único. Si hubiese dos entes, tendría que haber una diferencia entre ambos, puesto que
si no se diferenciasen en nada no serían dos, sino uno solo.
El ente es inmutable, es decir, no está sometido al cambio, en ninguna de sus formas, porque
cualquier tipo de cambio supondría que el ente se transformase en algo diferente; pero como lo
diferente del ente es el no-ente, y el no-ente es la nada, y la nada no es nada, el ente no puede
cambiar..
Para moverse, el ente necesitaría un espacio donde desplazarse. Este espacio o lugar debiera ser
diferente del ente; pero como lo diferente del ente es el no-ente, la nada, no puede haber espacio
ninguno donde el ente se mueva. El ente, pues, es inmóvil.25 De la inmutabilidad resulta
también que el ente carece de origen, que es inengendrado.
Pero como lo diferente del ente es el no-ente, la nada, no hay nada que pueda haberlo originado;
por consiguiente, es ingenerado
Es preciso sostener que el ente nunca puede dejar de ser, que el ente es imperecedero: "así como
es ingenerado es también imperecedero" (frag. 8, vers. 3). Porque si el ente se destruyese, si
dejase de ser, entonces sería el no-ente, la nada; y como esto, según ya se sabe, es absurdo.
El ente es además intemporal. , Parménides piensa la eternidad del ente como eternidad
supratemporal, como constante presencia, como eterno presente,28 o, quizás más exactamente,
como in-temporalidad.
Carece de significado hablar de pasado o de futuro respecto del ente; decir "fue" o "será"
implica duración a través del tiempo. Decir "fue" o "será", y, en general, hablar del tiempo,
supone un proceso de devenir a través del cual el ente dura; pero el ente es pleno y completo, y
por tanto no tiene sentido aplicarle determinaciones temporales: simplemente "es", como
constante presencia más allá o independientemente de todo tiempo posible, en una especie de
presente sin duración ninguna.
El ente, por último, es indivisible.
En el ente, en efecto, no hay "diferencias" -porque lo diferente del ente, repitamos, es el no-
ente-, sino que es todo y simplemente ente, de modo perfectamente "continuo", sin
"interrupciones" entre algo que fuera menos y algo que fuera más. Y si no hay diferencias, no es
posible dividirlo, puesto que toda división se la hace según partes diferentes.
El descubrimiento de la razón
Con Parménides comenzó el filosofar propiamente dicho,38 y con ello se echa de ver la
elevación al reino de lo ideal. Un hombre se libera de todas las representaciones y opiniones, les
niega toda verdad, y dice que sólo la necesidad, el ser, es lo verdadero. Este comienzo por cierto
es todavía borroso e indeterminado; no puede aclararse más lo que allí yace; pero precisamente
esta aclaración es el desarrollo de la filosofía misma, el cual aquí no existe todavía.
El saber vulgar
La palabra "saber" tiene sentido muy amplio; equivale a toda forma de conocimiento y se
opone, por tanto, a "ignorancia". Pero hay diversos tipos o especies de saber, que
fundamentalmente se reducen a dos: el ingenuo o vulgar, y el crítico.
El saber vulgar o ingenuo es espontáneo: Se trata entonces del saber que proviene de nuestro
contacto cotidiano y corriente con las cosas y con las personas, el que nos trasmite el medio
natural. Lo que se nos dice oralmente, o mediante los periódicos, la radio o la televisión. La
primera característica del saber ingenuo, pues. es su espontaneidad.
En segundo lugar, se trata de un saber socialmente determinado; se lo comparte en tanto se
forma parte de una comunidad dada y por el solo hecho de pertenecer a ella. Por lo mismo que
es espontáneo, está dominado por la sociedad respectiva y por las pautas que en ella rigen. En la
medida en que en cada circunstancia social ese saber tiene cierta estructura y contenidos
comunes, suele hablarse de "sentido común": el común denominador de los conocimientos,
valoraciones y costumbres propios de una sociedad determinada.
El saber ingenuo, pues, es subjetivo, porque no está determinado esencialmente por lo que las
cosas u objetos son en sí mismos, sino por la vida emocional del sujeto. Por ello este saber
difiere de un individuo a otro, de un grupo social a otro, de país a país, de época a época, sin
posibilidad de acuerdo, a no ser por azar
Cuarta característica: su asistematicidad. Y es tal desorden lo que hace que suela estar lleno de
contradicciones, que sin embargo no lo vulneran ni afectan como tal saber, justo porque lo que
en él predomina no es la lógica, el aspecto racional, sino los factores emocionales.
El saber crítico
El saber crítico, entonces, exige disciplina, y un cambio fundamental de nuestra anterior actitud
ante el mundo (la espontánea). En este sentido es característica esencial del saber crítico estar
presidido por un método, vale decir, por un procedimiento, convenientemente elaborado, para
llegar al conocimiento, un conjunto de reglas que establecen la manera legítima de lograrlo.
El saber crítico, en cambio, sólo puede admitir algo cuando está fundamentado, esto es, exige
que se aduzcan los fundamentos o razones de cada afirmación (principio de razón). No basta
con que lo diga, sino que deberá mostrar en qué se apoya para afirmarlo, tendrá que dar pruebas.
La organización lógica hace que el saber crítico no pueda soportar las contradicciones; y si éstas
surgen, son indicio seguro de algún error y obligan de inmediato a la revisión para tratar de
eliminarlas; será preciso entonces rehacer el tema en cuestión, porque la contradicción implica
que el sabe.
En el saber crítico domina la exigencia simplemente teorética, el puro saber y su
fundamentación, y aspira a ser universalmente válido: pretende lograr la más rigurosa
objetividad, porque lo que busca es saber cómo son realmente las cosas, que se revelen tal como
son en sí mismas, y no meramente como nos parece que son.
El saber crítico sólo se da en ciertos momentos de nuestra vida: cuando deliberadamente se
asume la posición teorética, tal como ocurre en la ciencia y en la filosofía.
Tampoco es un saber compartido por todos los miembros de una sociedad o época
determinadas, sino sólo por aquellos miembros del grupo que se dedican a la actividad crítica,
porque en la vida diaria se comportan tan espontáneamente como los demás.
Se adelantó (cf. § 1) que ambos tipos de saber, el vulgar y el crítico, marchan frecuentemente
enlazados el uno con el otro. Y, en efecto, sufren diversos tipos de influencias recíprocas.
De manera que la característica que permite separar el saber vulgar del crítico no está tanto en el
contenido de los conocimientos -en lo que éstos afirman-, cuanto más bien en el modo cómo lo
afirman -en que estén convenientemente fundados-, en nuestra actitud frente a los mismos.
La pregunta de Leibniz
El principio de razón: lo que se exige es no aceptar nada porque sí, sino pedir en cada caso la
razón, el fundamento, y el fundamento de todo en general, porque la filosofía es búsqueda del
fundamento último de todo absolutamente.
Capitulo 4
El momento histórico
umiría frecuentemente las formas de la demagogia. Las diversas contingencias sociales y
políticas de la época pueden sintetizarse diciendo que, en primer lugar, y gracias a Pericles, se
produce el ascenso de todos los ciudadanos al poder, es decir, el desarrollo de todas las
posibilidades del régimen democrático. Debe recordarse que se trataba de una democracia
directa, donde eran los propios ciudadanos quienes intervenían en el manejo de la cosa pública.
En segundo lugar, esa democracia deriva hacia la demagogia en algunos casos, o hacia la
tiranía, en otros. Tales circunstancias corren paralelas con el cambio que entonces se registra en
los intereses filosóficos.
Los sofistas
Al hablar de los primeros filósofos griegos -Tales, Heráclito, Parménides, Zenónpudo
observarse que estos pensadores se ocupaban en lo fundamental con el problema de determinar
cuál es la realidad de las cosas, que se ocupaban sobre todo por los problemas relativos a la
"naturaleza" o al "mundo", y no propiamente por el hombre como tal; por ello suele
denominarse cosmológico ese primer período de la filosofía griega durante el cual predominan
los problemas relativos al "cosmos" ( ) -siglo VI y primera mitad del V.
Según se dijo, la participación de los ciudadanos en el gobierno llega en esta época a su máximo
desarrollo. Pero ahora el número de intervinientes crece cada vez más, y estos recién llegados a
la política, por así decirlo, sienten la necesidad de prepararse, para la nueva tarea que se les
ofrece. Por tanto, buscan, por una parte, información. Por otra parte, necesitan también un
instrumento con el que persuadir a quienes los escuchen. Pues bien, los encargados de satisfacer
estos requerimientos de la época son unos personajes que se conocen con el nombre de sofistas.
Si queremos traducir "sofista" por un término que exprese la función social correspondiente a
nuestros días, quizá lómenos alejado sería traducirlo por "profesor", "disertante",
"conferencista". En efecto, los sofistas eran maestros ambulantes que iban de ciudad en ciudad
enseñando, y que -cosa entonces insólita y que a muchos (entre ellos Platón) pareció
escandalosa- cobraban por sus lecciones. No se ocuparon de la investigación, fuese ésta
científica o filosófica. En tal sentido, su finalidad era bien limitada: responder a las
"necesidades" educativas de la época. En general, los sofistas se consideraban a sí mismos
maestros de "virtud" ( [arete]), es decir, lo que hoy llamaríamos el desarrollo de las capacidades
de cada cual, de su "cultura"; y se proponían enseñar "cómo manejar los asuntos privados lo
mismo que los de la ciudad".
La mayor parte de los sofistas no fueron más que simples preceptores o profesores; hubo
algunos, sin embargo, que alcanzaron verdadera jerarquía de filósofos: sobre todo dos,
Protagoras y Gorgias.
Protágoras: "el hombre es la medida de todas las cosas".4 Con este principio (llamado homo
mensura, "el hombre como medida"), quedaba eliminada toda validez objetiva, sea en la esfera
del conocimiento, sea en la de la conducta; todo es relativo al sujeto: una cosa será verdadera,
justa, buena o bella para quien le parezca serlo, y será falsa, injusta, mala o fea para quien no le
parezca.
Protagoras enseñaba el arte mediante el cual podían volverse buenas las malas razones , el arte
de discutir con habilidad tanto a favor como en contra de cualquier tesis , y él enseñaba cómo
podía lograrse que el más débil resultase el más fuerte, r, que lo venciese independientemente de
su verdad o falsedad.
Gorgias (483-375 a.C.) fue otro sofista de auténtico nivel filosófico. Su pensamiento lo resumió
en tres principios concatenados entre sí: "1. Nada existe; 2. Si algo existiese, el hombre no lo
podría conocer; 3. Si se lo pudiese conocer, ese conocimiento sería inexplicable e
incomunicable a los demás."
Los sofistas eran profesionales en la enseñanza de la retórica, no les interesaba tanto la verdad
de lo demostrado o afirmado, cuanto más bien la manera de embellecer los discursos y hacer
triunfar una tesis cualquiera, independientemente de su valor intrínseco. La crisis que
caracteriza la segunda mitad del siglo V, una crisis de las convicciones básicas sobre las que el
griego había vivido hasta entonces: se trata de la conmoción de todo su sistema de creencias, de
los fundamentos mismos de su existencia histórica, o, como también puede decirse, de la
"moralidad" hasta entonces vigente. "Crisis" significa que una determinada tabla de valores deja
de tener vigencia, y que una sociedad o época histórica permanecen indecisas o fluctuantes sin
prestar adhesión a la vieja tabla y sin encontrar tampoco otra que la reemplace.
En el siglo V todo cambia radicalmente, y hacia fines del mismo ya nadie sabía orientarse
mentalmente; el inteligente subvertía las concepciones y creencias conocidas, y el simple sentía
que todo eso estaba ya pasado de moda
La figura de Sócrates
Sócrates representa la reacción contra el relativismo y subjetivismo sofísticos. Singular ejemplo
de unidad entre teoría y conducta, entre pensamiento y acción, fue a la vez capaz de llevar tal
unidad al plano del conocimiento, al sostener que la virtud es conocimiento y el vicio
ignorancia.
Al final de esta larga pesquisa comprende por fin Sócrates la verdad profunda de la declaración
del dios: los demás creen saber, cuando en realidad no saben ni tienen conciencia de esa
ignorancia, mientras que él, Sócrates, posee esta conciencia de su ignorada que a los demás les
falta. "Sólo sé que no sé nada", y en esto consiste toda su sabiduría y su única superioridad
sobre los demás.
De esta forma Sócrates descubre los límites de todo conocimiento humano, piensa a fondo esta
radical situación de finitud que caracteriza al hombre (cf. Cap. I, § 7); éste sólo llega a la
conciencia adecuada de su humanidad, de aquello en que reside su esencia, cuando toma
conciencia de lo poco que sabe. En este sentido Sócrates es sabio: porque no pretende,
ingenuamente, como los demás, saber lo que no sabe.
La misión de Sócrates
Su misión será la de recordarles a los hombres el carácter precario de todo saber humano y
librarlos de la ilusión de ese falso saber, la de llevarlos a tomar conciencia de los límites de la
naturaleza humana.
Sócrates insiste una y mil veces en que él no sabe nada, y que lo único que pretende es poner a
prueba el saber que los demás dicen tener. Su función es la de exhortar o excitar a sus
conciudadanos atenienses, pues a su juicio el dios lo ha destinado
Sócrates, pues, no comunicaba ninguna doctrina a los que interrogaba. Su objeto fue
completamente diferente: consistió en el continuo examen que los demás y de sí mismo, en la
permanente incitación y requerimiento a problematizarlo todo, considerando que lo más valioso
del hombre, lo que lo define, está justo en su capacidad de preguntar, de plantearse problemas,
que es lo que mejor le recuerda la condición humana, a diferencia del Dios. Su "enseñanza" no
consistía en transmitir conocimientos, sino en tratar de que sus interlocutores tomaran
conciencia de los problemas, que se percatasen de este hecho sorprendente y primordial de que
hay problemas, y sobre todo problemas éticos, problemas referidos a la conducta, o, si se quiere,
problemas existenciales, esto es, referentes a la existencia de cada uno de nosotros.
Se trata, en defintiva, de la forma cómo debemos vivir nuestra vida, del sentido que ha de
imprimírsele.
Los dos segmentos principales, AC y CE, corresponden, según se ha dicho, a los dos mundos:
AC representa el dominio de lo que Platón llama "lo visible", y también "lo opinable", el mundo
del devenir o mundo de la opinión (dóxa), porque se lo conoce precisamente merced a esta
forma de saber. Es el mundo en que se mueve todo saber vulgar y el único mundo que conocen
los que Platón llama "amantes de las apariencias" (filodóxos). En cambio CE representa el
mundo inteligible, la verdadera realidad, los entes que son sin devenir ni cambio ninguno; se lo
conoce mediante la epistéme, "ciencia" o conocimiento propiamente dicho. Es el mundo que
reconocen los verdaderos "amantes de la sabiduría", es decir, los filósofos (de [filos], "amante",
y [sofía], "sabiduría").
El mundo de la dóxa
El segmento AB corresponde a los entes cuyo ser es el más débil posible por así decirlo: entes
como las sombra, los sueños. El estado de espíritu correspondiente lo llama Platón eikasía,
{imaginación o conjetura).
En la medida en que en estos casos tomásemos la sombra, la imagen o el sueño por la realidad,
nos encontraríamos en un estado de eikasía. Un notable ejemplo - que Platón, lo encuentra en el
cine; porque lo que allí se nos ofrece no son sino sombras proyectadas sobre la pantalla, pero
sombras que, en la medida en que la película nos interesa, nos hacen reír o llorar como si se
tratase de la vida real.
Tomando ahora un caso referente al campo moral,6 podría decirse lo siguiente. La justicia es
una idea que, como tal, estaría colocada en el segmento DE de nuestro esquema. Todo sistema
jurídico o sistema de gobierno efectivamente existente en alguna parte, sería un tipo de cosa
sensible (segmento BC), que, como toda cosa sensible, no podría realizar, sino de manera
imperfecta, la idea de justicia,7 porque lo perfecto es siempre sólo la idea, y sus manifestaciones
o copias sensibles suponen necesariamente una degradación o deformación de la misma; así las
leyes de Atenas.
El segmento BC se refiere a las cosas sensibles propiamente dichas, como las casas, los
caballos, las montañas; el estado del espíritu mediante el cual las captamos se llama pístis ( ),
"creencia" (quizá, muy libremente, podría traducirse por "sentido común", en la medida en que
el sentido común considera que estos objetos sensibles representan la verdadera realidad). En el
campo ético, la pístis consiste en creencias morales correctas acerca de lo que debe hacerse,
pero que no están acompañadas de conocimiento (epistéme) y, en tal sentido, son "ciegas",10
aunque suficientes para la acción.
El mundo inteligible
Con esto pasamos por encima de la horizontal trazada en C y penetramos en el mundo
inteligible -paso que representa, en la alegoría de la caverna, cf. § 14, la salida del prisionero
fuera de este antro, es decir, la salida del mundo de las apariencias, para penetrar en la zona del
verdadero ser.
El segmento CD se refiere a las ideas matemáticas. El modo típico de conocer estos entes, se
llama diánoia, , (entendimiento).
La primera característica de la diánoia consiste en que se vale de diagramas o dibujos como
representaciones imperfectas de los entes a que se refiere, que son objetos del pensamiento
puro; tales ilustraciones sirven, entonces, a modo de puente para pasar de lo sensible a lo
inteligible. Este paso de lo sensible a lo inteligible se da en todas las ciencias, no sólo en las
matemáticas: el estudio de las ciencias nos obliga a abandonar el puro testimonio de los sentidos
y a confiar más bien en el pensamiento.
En la medida en que las matemáticas ofrecen tal puente que lleva de lo sensible a lo inteligible,
se comprende la importancia que Platón les concede como estudio propedéutico respecto de la
"dialéctica" o filosofía: sirven como preparación, para que el espíritu del estudiante se vaya
habituando a pensar abstractamente, sin ayuda de las cosas sensibles.
La segunda característica de la diánoia -y, puede decirse, del conocimiento científico en general
(cf. Cap. III, §§ 3 y 9)- es la de ser un conocimiento hipotético, un conocimiento que parte de
"hipótesis".
Se trata, entonces, de los supuestos propios de toda ciencia: la aritmética, por ejemplo, parte de
la afirmación (o supuesto) del número, la geometría de la del espacio, etc., pero ese supuesto o
punto de partida mismo no lo discuten; simplemente proceden a partir de él.
El término diánoia se refiere a este tipo de pensar que va de algo que se da por supuesto a las
conclusiones que de ello se desprenden. La diánoia reside entonces en que admite su punto de
partida como si fuese algo independiente o autosuficiente, puesto que no da razón de él; pero la
verdad es que la hipótesis no es nada que se baste a sí mismo, y por eso necesita que se la
fundamente.
Con lo cual se pasa al segmento DE. En efecto, el conocimiento filosófico es aquel en el cual se
da razón de cada idea hasta llegar a un principio que sea efectivamente autosuficiente,
anhipotético.
Este modo de conocimiento, que Platón llama nóesis ( ), "inteligencia", se caracteriza en primer
lugar por ser puramente intelectual. En segundo lugar, es un conocimiento absoluto, no-
hipotético. De manera que conocimiento y ente son la contraparte el uno del otro, de tal modo
que al ser más pleno corresponde el conocimiento más completo o perfecto: "lo absolutamente
ente es absolutamente cognoscible".13 "La unidad final en que se encuentran ambos,
Conocimiento y Ente, es la Idea del Bien, que por lo tanto es la causa suprema y última del
universo."
La dialéctica
El método de la nóesis es la dialéctica
La dialéctica significa en la República el arte de la conversación que tiene por meta dar razón de
alguna idea, buscando el principio de que depende. Según que el orden seguido en el proceso
vaya de una idea hacia las que le están subordinadas, o bien hacia las ideas superiores (o,
simplemente, de los casos sensibles a la idea), en la dialéctica resaltará el momento de la
división ( [diáiresis]), o bien el de la combinación ( ) o sinopsis, la dialéctica descendente o la
ascendente.
Del procedimiento de división se encuentra un famoso ejemplo en el Sofista, que sirve a la vez
para comprender claramente la organización del mundo inteligible. El diálogo se propone
definir ese personaje que es el sofista; pero como se reconoce la dificultad de la empresa, se
resuelve comenzar con algo más fácil, como tarea preparatoria: se propone definir la pesca con
caña.
En resumen, el esquema resultante puede representarse de la siguiente manera:
Como en cada caso se ha hecho la división en dos, se tratará de una división "dicotómica".
Ahora bien, este esquema proporciona una imagen de las relaciones entre las ideas: éstas se
encuentran orgánicamente ordenadas, subordinadas las más particulares a las más generales,
formando de esta manera una especie de pirámide, cuyo vértice está ocupado por la idea
suprema, la "Idea de las ideas", la Idea del Bien; ésta entonces fundamenta todas las demás y les
da sentido
Como tal tipo de conocimiento depende en definitiva de que se llegue a la idea del Bien como
principio absolutamente incondicionado (anhipotético), la dialéctica propiamente dicha es la
dialéctica ascendente, que va de lo sensible hacia las ideas, y en último término hasta el Bien.
Puede decirse también que la dialéctica representa un tránsito desde lo fragmentario hacia esa
totalidad orgánica articulada que es el mundo de las ideas presidido por el Bien. Y tal "viaje" es
el que realiza el amor ( [éros]) en tanto impulso o aspiración hacia lo ideal y lo perfecto a partir
de lo parcial.
La alegoría de la caverna
(Fijate en internet)
Capitulo 6
Las categorías
Tales maneras se reducen a dos fundamentales: el modo de ser "en sí" (in se) y el modo de
ser "en otro" (in alio). El ser de esta mesa es in se, es decir, en sí o por sí mismo; se trata de
un ser independiente.
Este ser "en sí" lo llama Aristóteles (pronunciar "usía", término que suele traducirse por
"substancia");* con más exactitud, se trata de la ousía primera ( [prote ousía]), esto es, el
individuo, o, tal como también lo expresa Aristóteles, el "esto (que está) aquí" ( [tóde ti]).
Este ente individual y concreto - como Sócrates, Platón, esta mesa- constituye el sujeto
último de toda posible predicación, pues sólo puede ser sujeto y nunca predicado de un
enunciado. Todos los demás modos de ser -es decir, las diversas maneras de ser "en otro"-
se los denomina accidentes.
La escala de la naturaleza
Para Aristóteles el universo como una jerarquía de entes, que va desde aquellos que "menos
son", o en los que predomina la materia, la potencia, hasta aquellos que son de manera más
plena, o en los que predomina la forma, el acto. Aristóteles, pues, va a disponer los entes en una
serie de grados o escalones entre los extremos de la pura materia y del acto puro.
De manera entonces que el primer peldaño de la realidad no puede estar constituido por la
materia pura, sino ya por un cierto grado de actualidad -el menor posible, pero algo. Y aquí se
encuentran los cuatro elementos sublunares22 -en orden de lo inferior a lo superior: tierra, agua,
aire y fuego.
El segundo grado está constituido por las substancias homeoméricas, es decir, aquellas cuyas
partes son homogéneas, como los minerales o los tejidos.
El tercer grado lo constituyen los cuerpos anomeoméricos, a saber, los órganos, como, por
ejemplo, el corazón
En cuarto lugar se encuentran las plantas, el reino vegetal.
El quinto estadio lo constituye el reino animal
Por último, el sexto grado está constituido por el hombre. Su materia próxima es la vida
sensitiva, y su forma es el alma racional, la razón.
Capitulo 7
Importancia del tomismo en la filosofía actual
La filosofía de Santo Tomás es la aristotélica, pero en él el interés filosófico no es autónomo,
sino que está al servicio del tema religioso, que es lo que fundamentalmente le preocupa: la
filosofía no es sino el "medio que le sirve para elaborar y fundamentar el material y el sistema
didáctico de la teología"; su filosofía fue "la filosofía de un gran teólogo".3 Por ello no es
inoportuno comenzar fijando algunos de los rasgos propios de la religión cristiana y el problema
fundamental que ella propone a la filosofía: el de las relaciones entre fe y razón, o entre la
revelación y el conocimiento natural.
La filosofía cristiana
El cristianismo es religión; no filosofía. Pero encierra una concepción susceptible, por lo menos
en parte, de integrar un sistema de pensamiento. Tal sistema, tal "racionalización" o
conceptualización, tenía que darse en la medida en que el creyente no se limitase sólo a asumir
en la fe las verdades que la religión le comunicaba, sino intentase además penetrar
intelectualmente en su sentido, aunque sólo fuese para comprobar la imposibilidad de
traducirlas en fórmulas conceptuales; es decir, en la medida en que no renunciase por completo
a su capacidad de pensar. El cristianismo tuvo que enfrentarse Con el paganismo; y por otra,
dentro del propio cristianismo, con los herejes. Consecuentemente, en la medida en que los
paganos se adjudicaban la razón a sí mismos, debía nacer entre los cristianos un cierto
sentimiento de desconfianza frente a ella -, y a la vez la necesidad de defenderse racionalmente.
Si se agrega todavía que también dentro del cristianismo surge un peligro, el de las herejías, esto
es, las desviaciones respecto de la ortodoxia o recta doctrina, se comprenderá que pronto se
haya visto forzado a formular de la manera más explícita y determinada posible las doctrinas
(dogmas) que constituían la base de su vida religiosa, buscando fijarlas con precisión, aclararlas,
ordenarlas, sistematizarlas y fundamentarlas, en la medida de lo posible. Tal doble proceso de
enfrentamiento dio origen a lo que suele denominarse "filosofía cristiana".
Para tal empresa, los cristianos no podían recurrir sino a la filosofía griega, porque sólo en ésta
podían encontrar los conceptos, la terminología, los procedimientos intelectuales de que
necesitaban. Pero la tarea no era nada fácil, porque si la religiosidad cristiana era muy diferente
de la helénica, parecía ser más extraña aun con respecto a los supuestos y concepciones del
pensamiento filosófico griego. En efecto, la filosofía griega expresa un ideal puramente
teorético, según el cual la vida humana más perfecta, y por tanto más feliz, es aquella que se
dedica a la pura contemplación de la verdad por la verdad misma, y para la cual el mundo se
ofrece como puro espectáculo. En relación con esto puede decirse que el pensamiento griego
expresa una metafísica de las cosas, impersonalista, porque dentro de su horizonte el hombre no
es en definitiva sino una cosa entre las otras, por más prerrogativas que se le atribuyan. El
cristianismo, en cambio, es esencialmente personalista, porque en su doctrina el hombre asume
una jerarquía y un carácter que lo separan radicalmente de todas las demás criaturas. En efecto,
el mundo, la vida humana, no es un espectáculo más o menos ocioso, sino un drama del que el
hombre es el protagonista y donde lo que se dirime es su propio y definitivo destino: el supremo
interés estriba en su salvación o, respectivamente, en su condena eterna. Por ello el saber sólo
puede tener valor para el cristiano en función de la salvación; según lo cual a las virtudes
dianoéticas antepone las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad). La historia comienza con
la caída, con el pecado original, y gira toda ella en su torno: el pecado, el mal, que es entonces
para el cristiano una realidad, una terrible realidad, producto del querer humano.
El Dios que el cristianismo anuncia es ante todo, según se dijo, Amor, infinita misericordia, que
ha enviado a Su propio Hijo para salvar a los hombres
La razón y la fe
En vista de tal heterogeneidad y discrepancias, no es difícil entrever cuál haya sido el problema
que hubo de planteársele al pensamiento cristiano en cuanto pensamiento: su problema
fundamental consiste en preguntarse si es posible incorporar a su mundo espiritual la filosofía
griega y, en general, la racionalidad, y, en caso de contestarse afirmativamente, cómo ello sea
posible.
Pues bien, frente a este problema de las relaciones entre razón y fe cabe pensar cinco soluciones
posibles, a) eliminar la razón; b) eliminar la fe; c) separar radical y antitéticamente la fe de la
razón, como dos dominios por completo heterogéneos e incomunicables; d) considerar la fe
como supuesto de la razón; y e) distinguirlas y armonizarlas.
a) Lo primero que el cristiano podía hacer, y lo que en efecto se hizo ante todo, era rechazar la
razón, declararla totalmente inadecuada para captar los contenidos de la fe; ésta representa
entonces la antirrazón. La razón humana no puede penetrar en el sentido de la Revelación; y en
su fondo es la razón algo demoníaco, que lo llena al hombre de soberbia, de presunción, y no de
la humildad con que debe rendirse a la fe.
b) Si aquellos autores ponían de relieve o en primer plano el misterio, este elemento desaparece
por completo según la segunda posibilidad, que invierte a la primera al eliminar la fe y no dejar
subsistir más que la razón; si la Revelación se opone a la razón, no puede ser verdadera. Lo cual
significaba, concretamente, rechazar el cristianismo, o, al menos, no aceptar de él sino lo que
pudiera demostrarse racionalmente o interpretarse como símbolo de verdades racionales.
c) La tercera posibilidad consiste en separar por completo fe y razón y considerar que se trata de
dos zonas incomunicables entre sí y heterogéneas, hasta el punto de que algo puede ser
verdadero en materia religiosa y falso para la filosofía, o viceversa; que se puede entonces ser
cristiano en tanto creyente, y no serlo en tanto filósofo. Es la doctrina de la doble verdad.
) La cuarta posibilidad se la encuentra en uno de los personajes más interesantes y apasionantes
de la Iglesia, en San Agustín. Para San Agustín la fe es el presupuesto de la razón, la ayuda o
base firme con cuyo concurso tan sólo, y a partir de la cual únicamente, puede llegarse a alguna
comprensión de las verdades últimas, si bien dentro de los límites de la finitud humana.
La naturaleza de Dios
Una vez que se sabe que Dios es o existe, corresponde preguntarse qué es; a la pregunta por su
existencia sigue la pregunta por su naturaleza o esencia. De las cinco vías se desprenden los
atributos principales de Dios y los elementos con los cuales puede determinarse su naturaleza:
Dios es primer motor inmóvil, causa primera, ente absolutamente necesario, ente perfecto, e
inteligencia suprema ordenadora del mundo. El examen y demostración detallados de la
naturaleza de Dios se realiza según dos procedimientos o modos de conocer: por vía de
negación y por vía de eminencia. A continuación se resume lo esencial del tema
Capítulo 8
La nueva época y la crítica al pensamiento medieval
En efecto, el Renacimiento indica el momento en que el hombre occidental se ha
desembarazado de la confianza en las creencias fundamentales sobre las que había vivido el
mundo medieval. Para señalar un único aspecto de la cuestión, de por sí solo suficientemente
revelador, baste indicar que lo característico de la concepción medieval del mundo residía en su
constante referencia al más allá, en su interés dominante por la salvación de! hombre (cf. Cap.
VII, § 3), lo cual llevaba consigo un cierto desprecio, o, por lo menos, descuido, hacia este
mundo terreno; se trata, diríamos de una concepción religiosa del mundo y de la vida, centrada
o dirigida, pues, hacia la divinidad (teocentrismo). El Renacimiento, en cambio, vuelve su
mirada hacia este mundo, hacia la naturaleza (naturalismo).
El Renacimiento es casi estéril desde el punto de vista filosófico; el mismo carácter arrebatado,
febril, agitado, de la vida renacentista lo explica; es una época de crisis (cf. Cap. IV, § 2), no
sólo de crítica al pasado inmediato.
La filosofía de la desconfianza
Como filósofo, interesa ante todo caracterizar el "radicalismo" que singulariza su pensamiento.
En efecto, Descartes vive, con una intensidad desconocida antes de él, aun en pleno
Renacimiento, el hecho de la pluralidad y diversidad de los sistemas filosóficos, el hecho de que
los filósofos no se han puesto jamás de acuerdo, la circunstancia de que la filosofía, a pesar de
haberse empeñado en ella los más grandes espíritus de la humanidad, no ha conseguido
solucionar ninguno de sus problemas:
Y es esto lo que Descartes no puede soportar: lo dudoso, lo simplemente verosímil. El
conocimiento, o ha de ser absolutamente seguro, o ha de ser abandonado como teóricamente
insuficiente. Desde este punto de vista, entonces, en un primer momento, su pensamiento puede
caracterizarse como filosofía de la desconfianza, dada la posición que asume frente a todo aquel
esfuerzo secular de la filosofía que parece no haber conducido a nada, y por las precauciones
que tomará para evitar la repetición de tales "fracasos". Porque hasta ahora la filosofía no ha
hecho sino fracasar -viene a decir el pensador francés. Y como nuevo hombre que se dispone a
filosofar, tiene que comenzar a filosofar, vale decir, iniciar radicalmente el filosofar como si
antes de él nadie hubiera filosofado. Es esta actitud lo que confiere al pensamiento cartesiano su
imperecedera grandeza. Hegel dijo que Descartes es un héroe porque tomó las cosas por el
comienzo.
La duda metódica
Ahora bien, esta actitud crítica frente al pasado no significa que Descartes haga tabla rasa de él.
Por el contrario, ese pasado encierra al menos una enseñanza, implícita en sus fracasos: la de
que debemos cuidarnos de no caer en el error, la de que debemos también ser críticos respecto
de nosotros mismos, y no sólo del pasado. De este modo, el radicalismo cartesiano se manifiesta
ante todo -por lo que ahora interesa- como preocupación por evitar el error.
La duda metódica no significa dudar simplemente, como mero ejercicio más o menos cómodo,
elegante o ingenioso. Por el contrario, para Descartes se trata es de hacer de la duda un método,
convertir la duda en el método.
En efecto, para evitar los errores, o, en términos aun más generales, las incertidumbres en que
hasta ahora se ha incurrido, el radicalismo quiere alcanzar un saber absolutamente cierto, cuya
verdad sea tan firme que esté más allá de toda posible duda; no que Descartes meramente
busque el conocimiento verdadero, porque es obvio que nadie busca el falso, sino que busca un
conocimiento absolutamente cierto. Por lo cual, y con apariencia de paradoja, emprende
Descartes el camino de la duda. ¿cuál es, en efecto, la manera más segura de encontrar algo
absolutamente seguro, si es que lo hay? Pues ello no puede consistir sino en dudar de todo, para
ver si dudando de todo, y aun forzando la duda hasta sus mismos límites, queda algo que se
resista a ella.
El método cartesiano consiste entonces, inicialmente, en emplear la duda para ver si hay algo
capaz de resistirla -aun a la duda más exagerada- y que sea, entonces, absolutamente cierto. La
duda es, pues, metódica, es decir, que se la emplea como instrumento o camino para llegar a la
verdad,10 y no para quedarse en ella, a la manera de los escépticos. Es, en segundo lugar,
universal, porque habrá de aplicarse a todo sin excepción, porque nada deberá excluirse de ella,
hasta no llegar al caso justamente de que resulte imposible la duda. Y en tercer lugar la duda es,
por lo mismo, hiperbólica, si así puede decirse, porque será llevada hasta su último extremo,
hasta su última exageración, forzada al máximo posible, según veremos.
El cogito
Sin embargo, en el preciso momento en que la duda llega al extremo, se convierte en su
opuesto.
En efecto, aunque suponga que el genio maligno existe y ejerce su maléfico poder sobre mí, yo
mismo tengo que existir o ser, porque de otro modo no podría siquiera ser engañado:
De manera que esta afirmación famosa: cogito, ergo sum (pienso, luego soy), no puede ya ser
puesta en duda, por más que a ésta la forcemos. Por ende, nos encontramos aquí con una verdad
absoluta. El cogito, pues, constituye el "primer principio" de la filosofía: primer/ desde el punto
de vista gnoseológico y metodológico, en la medida en que constituye el primer conocimiento
seguro, y primero también desde el punto de vista ontológico, porque me pone en presencia del
primer ente indudablemente existente -que soy yo mismo en tanto pienso.
La manera cómo Descartes enuncia a veces su principio -"pienso, luego soy"- podría hacer
pensar que se tratase aquí de un conocimiento discursivo. Sin embargo, esto sería un error, y el
mismo Descartes previno contra tal interpretación: porque, en efecto, si se tratase de un
silogismo, tendríamos que conocer primero la premisa mayor, es decir, tendría que saberse que
hay otros entes existentes aparte de mí. El cogito es, en cambio, un conocimiento intuitivo, esto
es, se lo conoce de modo inmediato, directo, y no merced a una premisa mayor de la que se lo
deduzca: no tenemos más que reflexionar sobre el cogito para darnos cuenta, en el mismo, de su
verdad.
El criterio de verdad
Una afirmación es verdadera cuando lo que ella afirma coincide con el objeto a que se refiere.
El "criterio" de verdad es la nota, rasgo o carácter mediante el cual se reconoce que una
afirmación es verdadera, o que nos permite distinguir un conocimiento verdadero de uno falso.
Ahora bien, como con el cogito hemos hallado un conocimiento indudablemente verdadero,
Descartes nos dice que en él se hallará también el criterio de la verdad, la característica merced
a la cual se lo reconoce como verdadero sin duda ninguna.
Una proposición (afirmación o negación), entonces, sabremos que es verdadera cuando sea clara
y distinta o, en una palabra, evidente. Para comprender mejor lo que se acaba de decir, es
preciso referirnos a las reglas o preceptos del método.
Las reglas del método
La Regla IV de esta última obra explica qué entiende Descartes por método:
Por método entiendo [un conjunto de] reglas ciertas y fáciles, observando exactamente las
cuales nadie tomará jamás lo falso por verdadero y llegará, sin fatigarse con inútiles esfuerzos
del espíritu, sino aumentando progresivamente su saber, al conocimiento verdadero de todo
aquello de que sea capaz.
En la segunda parte del Discurso enuncia Descartes cuatro reglas o preceptos, que condensan
todo su pensamiento metodológico. El primero de estos preceptos, el de la evidencia, exige:
Según esto, se debe admitir como verdadero un conocimiento sólo en caso de que sea evidente,
esto es, cuando no se pueda dudar de él, cuando no haya "ninguna ocasión de ponerlo en duda".
La evidencia tiene dos caracteres: la claridad y la distinción. Un conocimiento es claro cuando
"está presente y manifiesto a un espíritu atento",29 es decir, cuando la idea misma a que me
refiero se muestra directamente al espíritu, está inmediatamente presente ante éste. Si además en
este conocimiento de algo no hay nada que no le pertenezca a ese algo, el conocimiento será
distinto. s. De manera que "claro" se opone a "oscuro", y "distinto" a "confuso". Y se ve
también que todo conocimiento distinto tiene que ser a la vez claro, pero que un conocimiento
claro tanto puede ser distinto cuanto confuso.
Además, el precepto ordena guardarnos de dos fuertes propensiones de nuestro espíritu: la
precipitación y la prevención. La precipitación consiste en afirmar o negar algo antes de haber
llegado a la evidencia. La prevención equivale a los prejuicios, pero nada que no hayamos
examinado con nuestra propia razón, nada que nos venga de fuera de ella, puede ser válido, sino
sólo aquello que hayamos conquistado mediante nuestro propio esfuerzo y según los principios
del método.
Esta regla de la evidencia encuentra su confirmación, y a la vez su fuente, en el cogito; porque,
justamente, el que éste sea un conocimiento indubitable se lo reconoce en la circunstancia de
que es evidente.
Pero si la evidencia es rasgo o criterio de la verdad, no sabemos aún cómo hacer para encontrar
conocimientos evidentes; ello lo va a enseñar la segunda regla.
La regla del análisis, pues, nos dice que, cuando nos ocupamos de cualquier problema o
dificultad o cuestión compleja, se lo debe dividir, analizar, y seguir con la división hasta el
momento, justamente, en que se llegue a algo evidente; de modo que la división es a la vez el
procedimiento para alcanzar la evidencia.
Pero si nos quedásemos aquí, en el puro momento analítico, divisorio, no se alcanzaría un
auténtico conocimiento
Esto es ¡o que prescribe la regla de la síntesis, o del orden.
Esto significa que en todo conocimiento se debe partir siempre de lo más sencillo, y de allí
proceder hacia lo más complicado, siempre según un orden. Descartes dice además que hay que
suponer "un orden [aun] entre los [conocimientos] que no se preceden naturalmente": en
anatomía se estudia primero el sistema óseo, luego el muscular, etc., sin que esto signifique que
en la naturaleza se haya constituido primero el esqueleto, después los músculos, etc.
Este precepto, que puede llamarse regla de la enumeración, exige examinar con cuidado la
cuestión estudiada para ver si no hay algún tema o aspecto que se haya pasado por alto, sea en el
momento analítico (segunda regla) o en el sintético (tercera). Puede ocurrir, por ejemplo, que en
un razonamiento matemático se haya saltado un paso, por inadvertencia o precipitación; o que al
analizar un organismo vivo se haya olvidado el examen de un órgano suyo: en cualquiera de
estos casos habríamos omitido algo, y por tanto el conjunto del conocimiento presentaría una
falla.
La "cosa" pensante. Las ideas innatas
Hemos dicho que podemos dudar de todo, menos de que, en tanto pienso, soy. Pero, ¿qué soy
yo?
Según Descartes, entonces, yo soy una substancia o cosa pensante (res cogitans). Pero es preciso
observar que Descartes emplea los términos "pensar" y "pensamiento" en un sentido mucho más
amplio que aquel en que los empleamos usualmente; "pensar" es para él prácticamente sinónimo
de toda actividad psíquica consciente:
Además afirma Descartes que este yo o cosa pensante, o alma, es independiente del cuerpo, y
más fácil de conocer que éste, pues, en efecto, no sé aún si tengo cuerpo o no, pero en cambio la
existencia de mi alma o yo (el cogito) es absolutamente indubitable.
Entre los pensamientos hay algunos que tienen singular importancia, y que Descartes llama
"ideas":
Descartes los llama ideas, y afirma que éstas son como imágenes de las cosas, es decir, especie
de cuadros o "fotografías" (si se nos permite el anacronismo), representantes (representaciones)
mentales de las cosas.
Las ideas se subdividen en innatas, adventicias y facticias. Las adventicias son aquellas que
parecen venirnos del exterior, mediante los sentidos, como las ideas de rojo, amargo, etc. Las
facticias son las que nosotros mismos elaboramos mediante la imaginación, como la idea de
centauro o la de quimera. Por último, las ideas innatas son aquellas que el alma trae consigo,
como constituyendo su patrimonio original, con total independencia de la experiencia. De éstas,
unas representan cosas o propiedades de cosas y otras las llama Descartes axiomas o verdades
eternas. Con ideas innatas trabaja propiamente la razón.
Sin embargo, surge una dificultad. Porque si bien es cierto que el genio maligno no puede
burlarnos acerca del cogito, puede en cambio muy bien engañarnos acerca de cualquier otro
conocimiento por más evidente que parezca. Para no quedarnos detenidos en este punto,
entonces, si queremos llevar nuestro conocimiento más allá de la sola afirmación del cogito y
salir de la inmanencia de la conciencia, es preciso buscar la forma de eliminar por completo la
hipótesis del genio maligno. Esto lo va a lograr Descartes mediante la demostración de la
existencia de Dios.
La substancia extensa
Por último se plantea el problema de saber si, además de la substancia pensante infinita (Dios),
y de las substancias pensantes finitas (los diferentes yoes), existe algo más. La Meditación
sexta.
Encuentro en mí la facultad de cambiar de lugar, de colocarme en diversas posiciones, etc. El
movimiento supone algo que se mueve, y sólo es concebible si hay una substancia espacial a la
cual se halle unido. Por ende, los movimientos "deben pertener a una substancia corpórea o
extensa, y no a una substancia inteligente, puesto que en su concepto claro y distinto hay
contenida cierta suerte de extensión, mas no de inteligencia".
Por otra parte, es imposible dudar de que tengo sensaciones, dicho con otras palabras, entre mis
ideas encuentro las llamadas adventicias (§ 10), las referentes a mi cuerpo y al mundo exterior:
ideas de color, sabor, dureza, calor, etc. La cuestión consiste en saber si son sólo puras ideas, o
si corresponden a algo realmente existente.
Esas ideas han de tener una causa, algo que las produzca.
Siento además en mí fuerte inclinación a creer que las ideas adventicias parten de las cosas
corporales",43 es decir, a considerar que los cuerpos son sus causas. Esta inclinación natural ha
sido puesta en mí por Dios. Y como Éste no es engañador, sino eminentemente veraz (§ 11),
"hay que concluir que existen cosas corporales".
Sin embargo, esto no significa que las percepciones sensibles sean fiel reflejo de las cosas
corporales, pues en muchos casos la percepción es oscura y confusa.
Sólo las propiedades geométricas, las llamadas cualidades primarias.- 46 son con seguridad
propias de la res extensa, con lo cual Descartes se convierte en uno de los fundadores de la
física moderna.
De este modo encontramos una nueva substancia junto a la pensante: la res extensa, que así se la
llama porque su carácter esencial es la extensión, el ocupar lugar. La extensión -que es el único
aspecto del mundo exterior que se me ofrece con claridad y distinción- equivale a la
corporeidad, a la materia, de modo que para Descartes coinciden materia y extensión (en otros
términos. no hay para él espacio vacío).
El racionalismo
(falta leer)
Capítulo 9
El empirismo y Hume
El empirismo sostiene la tesis contraria. Todo conocimiento deriva en última instancia de la
experiencia sensible; ésta es la única fuente de conocimiento, y sin ella no se lograría saber
ninguno. -Por último, mientras que el racionalismo expresaba una tendencia filosófica
declaradamente metafísica, porque afirmaba la posibilidad del conocimiento de una realidad que
trasciende los límites de la experiencia (ideas platónicas, substancias. Dios), el empirismo
propende, en general, a negar la posibilidad de la metafísica y a confinar el conocimiento a los
fenómenos, a las fronteras de la experiencia: no hay más conocimiento de las cosas y procesos
que el que se logra mediante la sensibilidad; la "razón" no podría tener otra función, según esto,
como no fuera la de ordenar lógicamente los materiales que los sentidos ofrecen.
J. Locke (1632-1704) fue el primero en desarrollar sistemáticamente la teoría gnoseológica
empirista, sosteniendo que todo conocimiento en general deriva de la experiencia. Con quien el
empirismo llega a su culminación, fue el escocés David Hume (1711-1776), porque llevó esta
teoría casi hasta sus últimas consecuencias con una hondura y sutileza que convierten sus
análisis en piezas maestras de la argumentación filosófica.
Impresiones e ideas
Hume sostiene que todo conocimiento en última instancia procede de la experiencia; vale decir,
la que proviene de los sentidos. Hume se propone emprender consistirá en el análisis de los
hechos de la propia experiencia, llama percepciones del espíritu. A las percepciones que se
reciben de modo directo las denomina Hume impresiones, y las divide en impresiones de la
sensación, e impresiones de la reflexión, vale decir, las de nuestra propia interioridad.
Estas impresiones, o representaciones originarias, se diferencian de las percepciones derivadas,
que Hume llama ideas, como v. gr. los fenómenos de la memoria o de la fantasía.
El recuerdo no es un estado originario, sino derivado de una impresión. Y lo mismo ocurre con
la fantasía.
No es lo mismo, en efecto, estar encolerizado que recordar la cólera del día anterior, o imaginar
cómo me puedo encolerizar por algún hecho futuro. Hay entonces una diferencia fundamental
entre "impresiones" e "ideas". Y esta diferencia, según Hume, es una diferencia de intensidad o
vivacidad.
Con el término impresión significo, pues, todas nuestras percepciones más vivaces cuando
oímos o vemos o palpamos o amamos u odiamos o deseamos o queremos. Y las impresiones se
distinguen de las ideas -que son las percepciones menos vivaces de que somos conscientes
cuando reflexionamos sobre cualesquiera de esas sensaciones o movimientos antes
mencionados
Tanto las ideas cuanto las impresiones pueden ser a su vez complejas o simples.
Todos nuestros conocimientos derivan directa o indirectamente de impresiones. Por ejemplo,
me puedo hacer la idea de una montaña de oro, es simplemente el resultado de una combinación
operada por mi espíritu, que ha unido la idea de oro, de un lado, con la de montaña, por el otro,
ideas que yo poseía ya de antes y que derivan de impresiones.
Según esto, entonces, el espíritu humano no tiene otra posibilidad como no sea la de mezclar o
componer, dividir o unir los materiales que las impresiones suministran. Y en esta actividad el
espíritu no responde a otra legalidad que a la de las leyes de asociación de las ideas (cf. Cap. VI,
§ 6). Según Hume, son tres: asociación por semejanza, asociación por contigüidad en el tiempo
y en el espacio, y asociación por causa y efecto:
En efecto, toda la multiplicidad y variedad de los estados anímicos se reduce a percepciones
simples, y a la postre a impresiones simples; y aquella variedad nace meramente de la
combinación de tales elementos mediante las leyes de asociación. En el empleo de este
principio, que hace paralelo con la ley de Newton,7 es donde Hume mismo considera que habría
de ponerse su título de gloria.
Sección II
Positivismo y empirismo en la filosofía actual
Entonces, en resumen, ¿no sería conveniente abandonar la filosofía y limitarse al saber que
proporcionan las ciencias?
Hay filósofos que piensan, precisamente, que la empresa de la filosofía, y sobre todo la de la
metafísica, es empresa inútil, y que es preciso dejarla definitivamente de lado para consagrar el
esfuerzo del entendimiento humano a las ciencias, únicas capaces de proporcionar un saber
efectivamente válido. Estos filósofos son los positivistas.
El empirismo lógico surgió hacia la tercer década del presente siglo, como consecuencia de la
aparición del Tratado lógico-filosófico (1921) de Ludwig Wittgenstein. El movimiento puede
caracterizarse de la siguiente manera: a) En su análisis del lenguaje, estos filósofos tienden a
postergar el lenguaje corriente u ordinario en beneficio de los lenguajes artificiales, vale decir,
los de las ciencias formalizadas con otras palabras, ven en los lenguajes formalizados el modelo
al que intentan aproximarse, de modo que, en última instancia, se trataría de reconstruir las
formulaciones del lenguaje ordinario en un lenguaje artificial exacto, b) Conceden gran
importancia a la moderna lógica matemática. Para estos filósofos se trata de un análisis tónico
del lenguaje, donde la lógica matemática se utiliza constantemente. c) Rechazan decididamente
la metafísica -y de allí que se los llame "positivistas". La filosofía no puede decir nada acerca de
la realidad, porque esta tarea compete sólo a las ciencias. Pero como las ciencias (excluyendo
matemáticas y lógica) se refieren a la experiencia, el único conocimiento legítimo es el
empírico- de ahí la denominación de "empirismo", d) Por último, estos filósofos sostienen la
teoría de la verificación como sentido de las proposiciones o palabras.
a) Estos filósofos no dan excesiva importancia a los lenguajes formalizados, sino que
consideran que éstos suelen simplificar las cosas de tal manera que se elimina gran parte de la
riqueza y pluralidad de matices propios del lenguaje ordinario. b) Sus análisis, por lo tanto, se
dirigen sobre todo al lenguaje ordinario, del cual se valen, aunque tratando de darle mayor
precisión, c) Si bien básicamente empiristas, terminan por reconocer la posibilidad de la
metafísica, d) Les interesa principalmente -no el problema de la verificación, sino- la noción de
"uso" de una palabra o de una sentencia.
Por razones de espacio, nos limitaremos casi exclusivamente al empirismo lógico.
El lenguaje
En el signo se diferencian tres dimensiones o aspectos: mantiene relaciones con otros signos,
con los objetos, y con los sujetos que lo emplean. Por ello se distinguen tres disciplinas dentro
de la semiótica o ciencia general de los signos- sintaxis, semántica y pragmática. La sintaxis se
ocupa del estudio de las relaciones de los signos entre sí. Lo que luego se diga sobre lógica (§ 3)
puede servir también como ejemplo de sintaxis. La semántica estudia la relación de los signos
con los objetos a que se refieren. La teoría empirista de la verificación se refiere a una cuestión
semántica. La pragmática se ocupa de las relaciones entre los signos y quienes los emplean; por
ejemplo, para determinar sus usos.
En efecto, el lenguaje tiene varias funciones fundamentales, a) En primer lugar, la función
informativa, b) La función expresiva consiste en transmitir estados de ánimo, c) La función
imperativa consiste en transmitir órdenes, d) la función ceremonial tiene por finalidad facilitar
el trato con los demás, c) Cabe hablar, por último, de un uso mágico del lenguaje, que consiste
en atribuir poder sobrenatural a las palabras.
Lógica matemática
Todas las proposiciones de la lógica y de la matemática son, según lo; empiristas lógicos (y gran
cantidad de lógicos modernos), proposiciones analíticas, y, por ende, tautológicas. Las
proposiciones fácticas se fundan en la experiencia, en las sensaciones. Si las leyes de la lógica
son independientes de la experiencia, es decir, a priori, ello es así porque no son más que
tautologías; la lógica, en rigor, no se refiere más que a la forma cómo funciona el lenguaje, o,
dicho de otra manera, no es más que el conjunto de reglas sintácticas de un determinado
lenguaje.
Los términos que enlazan unas proposiciones con otras se llaman conectivas.
La lógica, entonces, mediante estos mecanismos (y muchos otros que aquí no pueden indicarse),
permite establecer la verdad de las proposiciones complejas conociendo la de las simples. Pero
la verdad de las proposiciones atómicas -como, por ejemplo, la verdad o falsedad de "Juan es un
campesino"-, no puede determinarse por medios lógicos, sino que sólo puede resolverse
mediante la observación empírica.
La teoría de la verificación
Las proposiciones protocolares, pues, son las que nos dan contacto con la realidad.
Las proposiciones sólo tienen sentido si son verificables, y que una proposición es verificable
significa que esa proposición puede ser comprobada mediante los sentidos- de modo tal,
además, que esa comprobación la pueda realizar, no un solo observador, sino también cualquier
otro.
Suelen distinguirse dos tipos de verificación: la verificación técnica, o real, que consiste en la
efectiva posibilidad de llevar a cabo la observación y la verificación "en principio", o potencial,
que significa que no tenemos las posibilidad técnica de efectuarla, pero que, de todas maneras,
sabemos qué operaciones empíricas tendríamos que realizar para llevarla a cabo
Así pueden decir los empiristas que "el sentido de una proposición reside en el método de su
verificación"; esto es, que una proposición tendrá sentido cuando se sea capaz de decir qué
operaciones empíricas hay que hacer para comprobarla. Debe observarse bien que "sentido" no
significa "verdad": una proposición con sentido tanto puede ser verdadera cuanto falsa.
Critica de la metafísica
En tanto que el empirismo clásico (Hume) había sostenido que de las afirmaciones de la
metafísica no puede determinarse ni su verdad ni su falsedad, porque sobrepasan los límites de
la experiencia, los empiristas lógicos van más lejos aun, pues sostienen que no son propiamente
ni verdaderas ni falsas, sino absolutamente carentes de sentido.
Apunte critico
Los empiristas, que pretendieron eliminar la metafísica, han tropezado con serias dificultades al
tratar de ponerse en claro acerca del significado de la verificación. Sólo otorgaban sentido a una
proposición cuando de hecho se la verifica. Pero entonces había que afirmar que todas las
proposiciones falsas carecían de sentido, puesto que, por ser falsas, no pueden verificarse. Pero
ocurre que gran parte de las proposiciones científicas son de este tipo, porque las leyes, v. gr.,
representan afirmaciones, no sólo sobre hechos pasados y presentes, sino también futuros. Este
género de dificultades obligó a los empiristas a introducir modificaciones en su criterio
fundamental, y dio lugar también a posiciones divergentes dentro de la historia de la propia
escuela. Uno de esos cambios fue el que introdujo la distinción entre verificación real y
verificación en principio (cf. § 14); pero ello no fue suficiente, y más tarde hubo que diferenciar
entre verificación en sentido fuerte y verificación en sentido débil.
Han sido filósofos empiristas como G. J. Warnock (n. 1923) los que han señalado que los
partidarios del principio de verificabilidad parten de una idea demasiado estrecha del lenguaje y
de sus funciones.
Capitulo 10
Sección I
Racionalismo y empirismo. El realismo
El racionalismo (cf. Cap. VIH, § 13) sostiene que puede conocerse con ayuda de la sola razón.
Estos son juicios que se caracterizan por ser necesarios y universales. Un saber, pues, que
realmente merezca el nombre de conocimiento -dice el racionalismo- tiene que ser necesario y
universal.
Pero ocurre que la experiencia no proporciona ningún conocimiento de este tipo. Lo que la
experiencia enseña -lo que vemos, lo que tocamos- nunca es necesario y universal, sino
contingente y particular. Para el racionalismo, entonces, el conocimiento empírico no es
verdadero conocimiento. El único conocimiento propiamente dicho es el que proporciona la
razón por sí sola.
Por tanto, es una facultad mediante la cual puede saberse -entre otras cosas- si existe Dios o si
no existe, si el alma es inmortal o no lo es, si el mundo es finito o infinite, si el hombre es libre
o está determinado necesariamente en todos sus actos.
El empirismo (cf. Cap. IX, § 1), en cambio, sostiene la tesis contraria: el único conocimiento
legítimo, y el fundamento en general de todo conocimiento, es la experiencia, vale decir, los
datos que proporcionan los sentidos. Hume admite, hasta cierto punto, el valor de la razón, pero
enseña que los conocimientos que ella suministra son simplemente análisis de nuestras ideas (cf.
Cap. IX, § 4), se refieren a las relaciones entre ideas que nosotros mismos hemos formado de
manera relativamente arbitraria, ignorando si en el mundo empírico hay algo que les
corresponda. Que efectivamente haya cosas sensibles rectangulares. Y la razón, entonces, carece
de competencia más allá de estas ideas creadas por ella. Según el empirismo, no puede
conocerse absolutamente nada acerca de las cosas en sí, sino sólo los fenómenos que se dan en
la experiencia.
Por tanto Hume es, desde el punto de vista metafísico, un escéptico. No puede saberse si existe
Dios ni si no existe, no conocemos substancia ninguna, ni material ni espiritual, etc.; y no puede
sabérselo porque cuando se habla de Dios o de cualquier otro objeto metafísico, no pretendemos
hablar de meras ideas, de imágenes formadas por nosotros, sino que queremos referirnos a cosas
realmente existentes; pero como de tales objetos metafísicos no se tienen impresiones, y como
la única manera de conocer "realidades" o hechos es mediante la experiencia, la conclusión de
Hume es que de ellos no puede haber conocimiento ninguno.
En efecto, racionalismo y empirismo coinciden en ser formas del realismo. Aquí se lo va a
emplear para designar la teoría que sostiene que en el acto de conocer lo determinante es el
objeto: que cuando se conoce, quien tiene la primera y última palabra no es el sujeto, sino la
cosa misma.
Según el realismo, pues, el conocer es una actitud puramente contemplativa, teorética: el sujeto
cognoscente no hace más que contemplar el espectáculo que la realidad le ofrece. Por ello tanto
el racionalismo cuanto el empirismo definen la noción de verdad diciendo que un conocimiento
es verdadero cuando coincide con el objeto conocido, con la cosa a que se refiere. En el caso del
empirismo, la cuestión está clara: la percepción tiene que coincidir con las cosas sensibles para
ser verdadera. El caso de Descartes puede parecer más complicado, pero en el fondo se trata de
lo mismo, porque sólo se tiene conocimiento verdadero cuando se enlaza las ideas innatas de
manera evidente.
La revolución copernicana
Kant, quien sostiene que conocer no es, en su fundamento, reflejar los objetos, sino que es ante
todo trazar el horizonte dentro del cual los objetos son objetos, vale decir, construir el ámbito de
la objetividad.
Pero con Kant, repetimos, el conocimiento, en su último fundamento, no es ya teoría, sino una
cierta operación transformadora que el sujeto cumple: conocer quiere decir elaborar el objeto. Y
los discípulos de Kant -Hegel entre otros- van a terminar sosteniendo que conocer significa
directamente crear el objeto del conocimiento, más aun, la realidad. De este modo, el núcleo
definitorio de la vida humana no se lo encontrará ya en la actitud teorética, sino en esta especial
forma de "actividad", de praxis, que es el conocimiento tal como Kant lo entiende.
Marx (cf. Cap. XII, § 3) define al hombre, no como animal teorético, sino en función del
trabajo; y ello depende, a la postre, de la manera cómo Kant enfoca el conocimiento: como
elaboración, es decir "fabricación", del objeto.-También podría señalarse la relación que tiene
esta cuestión de la primacía de la acción sobre la contemplación, con un tema de la literatura de
la época.
Volviendo a Kant, decíamos que el sujeto cognoscente podría compararse con un individuo que
naciese con lentes coloreadas. Para que esta persona pueda ver -es decir, conocer- se precisan
dos elementos: de un lado, los anteojos, y del otro las cosas visibles; si falta cualquiera de los
dos, el conocimiento se hace imposible. Traducido a términos de Kant, esto significa que el
conocimiento envuelve dos factores: 1) la estructura de nuestra "razón", que es independiente de
la experiencia; pero la razón, para poder funcionar en este especial tipo de conocimiento que
consiste en "modelar" los objetos, requiere 2) un "material" modelable, las impresiones.
La "razón"9 está constituida, de un lado, por el espacio y el tiempo, que Kant llama formas
puras de la sensibilidad o intuiciones puras; y del otro, por las categorías, o conceptos puros del
entendimiento, tales como substancia, causalidad, unidad, pluralidad, etc. Resulta entonces que
el espacio, el tiempo y las categorías no son independientes del sujeto, no son cosas ni
propiedades de las cosas en sí mismas, sino "instrumentos" o "moldes" mediante los cuales el
sujeto elabora el mundo de los objetos; y el "material" a que se aplican esos moldes son las
impresiones o sensaciones.
Si se intentase conocer valiéndose solamente de la "razón", es decir, de las formas a priori del
sujeto, no se tendría sino formas enteramente vacías, y por tanto no se conocería ningún objeto,
nada absolutamente. Es preciso, pues, que esas formas o moldes tengan un material al cual
aplicarse. Pero ocurre que ese material no puede provenir sino sólo de la experiencia, de las
sensaciones, y Kant dirá entonces que no es posible ningún conocimiento si no es dentro de las
fronteras de la experiencia. En este sentido se aproxima al empirismo, y declarará la
imposibilidad del conocimiento metafísico, entendido como conocimiento de las cosas en sí,
porque para que éste fuese posible tendrían que sernos dados los objetos metafísicos (Dios, el
alma, etc.), cosa que evidentemente no ocurre. Lo único que nos es dado son las impresiones, y
solamente sobre la base de éstas podrá elaborarse el conocimiento. "Pensamientos" -es decir,
aquí: formas del sujeto- "sin contenido son vacíos".
Pero a la vez Kant enseña, contra la tesis empirista, que con puras impresiones tampoco puede
haber conocimiento, no serían sino un caos, un material en bruto. Para que haya conocimiento
es preciso que esas impresiones estén de alguna manera ordenadas, jerarquizadas, conformadas,
"racionalizadas". "Sin conceptos son ciegas". Y en este sentido Kant se aproxima al
racionalismo.
Kant entonces rescata la porción de verdad que encierran empirismo y racionalismo, y puede
hacerlo porque se coloca en una zona más fundamental, en cuanto muestra que el conocer no es
mera recepción, sino también elaboración del objeto. Para Kant la actividad del conocimiento
consiste, en su fundamento, en constituir, en construir, los objetos. De manera que para Kant lo
determinante en el acto de conocer no es tanto el objeto, cuanto más bien el sujeto. Esta teoría
se denomina "idealismo".
Pero que los objetos se rijan "por nuestro conocimiento", no significa que éstos se conviertan
ahora en algo subjetivo, en puras representaciones.
La Estética trascendental.
Exposición metafísica del espacio y del tiempo Kant comienza la Estética trascendental30
señalando que todo conocimiento busca en definitiva tomar contacto directo con su objeto,
busca una relación inmediata con él se da en la intuición (cf. § 6). Mas para que ello ocurra,
según también se ha dicho (cf. § 5), es preciso que el objeto nos sea dado. El sujeto humano es
un ente finito, y su finitud (en el campo del conocimiento) se muestra justamente en la
circunstancia de que para intuir el objeto, éste tiene que serle dado.
Quizá la mejor manera de comprender la esencia de la intuición humana, o sea la esencia de la
sensibilidad, consista en contraponerla a la intuición divina. Además, esta intuición divina tiene
que ser tal, que no dependa del objeto intuido, porque Dios, por ser absoluto, no depende de
nada, sino que, al revés, todo depende de Él. Por tanto, la intuición divina no depende de que el
objeto le sea dado; al contrario, es una intuición que, en tanto se ejecuta, otorga el ser a lo
intuido, lo crea; será, pues, una intuición originaria (intuitus originarius). Pero en cambio la
intuición humana no es originaria, sino derivada, es decir, una intuición que depende, primero,
de que el ente, antes de ser intuido, ya exista de por sí; y segundo, de que efectivamente el
sujeto se encuentre con el objeto, de que el objeto le sea dado. Si el hombre fuese infinito,
entonces podría, en el mismo acto de intuición, crear, dar el ser al objeto.
Por tanto, el hombre debe estar constituido de manera de permitir que algo le sea dado, tiene
que ser receptivo; tal receptividad es la sensibilidad. "La capacidad (receptividad) de recibir
representaciones por el modo cómo somos afectados por objetos, llámase sensibilidad.
Ahora bien, Kant sostiene que la receptividad humana (sensibilidad) tiene condiciones, ciertas
formas según las cuales intuye, formas que hasta cierto punto conforman el objeto intuido; estas
formas de la sensibilidad, que no dependen de la experiencia, se llaman formas a priori de la
sensibilidad, o intuiciones puras, y son dos: el espacio y el tiempo. De estas intuiciones puras se
ocupa justamente la Estética trascendental.
El espacio es "la forma de todos los fenómenos del sentido externo". Todos los objetos del
mundo exterior son espaciales, pero no porque lo sean en sí mismos, sino porque ése es el modo
cómo funciona la receptividad humana, que al intuirlos los somete a esa forma o manera suya de
intuirlos que es el espacio. Por otra parte, el tiempo es "la forma del sentido interno, es decir, de
la intuición de nosotros mismos y de nuestro estado interno",34 la forma del sentido mediante el
cual tomamos conciencia de nosotros mismos. Pero como todos los fenómenos del mundo
exterior se nos dan solamente a través de percepciones, y las percepciones son fenómenos del
sentido interno, resulta que el tiempo es también forma de todos los fenómenos del sentido
exterior. Por tanto, "el tiempo es la condición formal a priori de todos los fenómenos en
general",35 la forma universal de toda intuición humana.
Kant, sostener que el tiempo y el espacio no son cosas en sí (Newton), ni relaciones o
propiedades de las cosas en sí (Leibniz), sino solamente formas de nuestra sensibilidad, maneras
nuestras de intuir las cosas. Y lo demuestra en las que llama "exposición metafísica del espacio"
y "exposición metafísica del tiempo".
La exposición metafísica del espacio consta de cuatro argumentos; los dos primeros demuestran
el carácter a priori del espacio; los dos últimos, su carácter intuitivo.
a) No hay más que dos posibilidades: o el espacio es algo derivado de la experiencia, o es
independiente de ella. En consecuencia, el espacio no es nada derivado de la experiencia, no es
nada que resulte por abstracción de relaciones dadas, sino al revés: el espacio no supone la
experiencia, sino que la experiencia supone el espacio como condición suya; es decir, el espacio
es a priori.
b) Podemos pensar un espacio sin objetos, un espacio vacío (como el de la geometría); pero, en
cambio, si de los fenómenos se elimina el espacio, no nos queda nada, es decir, no nos podemos
representar objetos sino en el espacio. El espacio es condición de los objetos, y no los objetos
condición del espacio; por tanto, que el espacio es a priori, condición de posibilidad de los
fenómenos.
c) Hay un solo espacio, no muchos; porque cuando se habla de diversos espacios , en realidad lo
que se está haciendo es nada más que dividir, de manera más o menos arbitraria, el espacio
único; distinguiendo partes, entonces, que sólo pueden pensarse en él. Pues bien, cuando una
representación se refiere a un objeto único, la llamamos intuición (cf. § 6); por tanto, el espacio
es una intuición.
d) Ningún concepto contiene sus ejemplares en sí, sino bajo sí. Pero el espacio contiene en sí,
como limitaciones suyas, los diversos espacios, según se dijo (cf. c). Por tanto, será una
intuición.
En consecuencia, el espacio es una intuición a priori. Esto significa que el espacio es forma o
condición de la intuición, de manera tal que no se puede percibir ningún fenómeno del mundo
exterior si no es en el espacio.
La exposición metafísica del tiempo se vale de una argumentación semejante, para llegar al
mismo resultado, a) El tiempo no supone la experiencia, sino que, al revés, la experiencia
supone el tiempo como condición de la misma; porque la representación del tiempo no se la
forma por abstracción de las relaciones temporales -simultaneidad, o sucesión-, sino que éstas
tienen sentido solamente si ya se supone el tiempo. Por tanto, éste es a priori. b) Puede pensarse
un tiempo vacío, en el cual no haya ningún objeto; pero no es posible representarse ningún
fenómeno si no es en el tiempo. El tiempo es pues dado a priori", 38 es condición de todo
conocimiento de los fenómenos, c) El tiempo es único, porque los diversos tiempos de que
pueda hablarse no son sino partes, más o menos arbitrarias, del tiempo único; por consiguiente,
la representación del tiempo es una intuición. d) El tiempo único contiene en sí todos los
tiempos posibles; es, pues, intuición, no concepto. De todo lo cual resulta, en resumen, que el
tiempo es intuición pura, una forma de la intuición a la que tiene que someterse necesariamente
toda intuición empírica, vale decir, cualquier contacto que el hombre pueda tener con la
realidad.
Aclaraciones y complementos
Lo esencial en toda esta cuestión es que el respecto o perspectiva (la categoría) representa un
acto del sujeto frente a lo intuido.
La Idea de Dios
Dios es, por definición (independientemente de que exista o no), la condición de todas las
condiciones. En tal sentido, el de Dios es concepto legítimo. Pero si ese Ideal se lo considera
como algo real, si se lo substancializa y personifica, y se intenta buscar pruebas para demostrar
su existencia, entonces se está empleando esta idea ilegítimamente (en el campo teórico).
Según Kant, todas las posibles demostraciones de la existencia de Dios van a parar, en última
instancia, al argumento ontológico. El argumento de Descartes quería ser -dicho en la
terminología de Kant- un juicio analítico, pues afirmaba que la existencia está contenida en el
concepto de Dios; Kant, por el contrario, muestra que se trata -como ocurre con todo juicio de
existencia- de un juicio sintético.
Dicho con otras palabras: la existencia no puede ser un predicado conceptual, porque el
concepto sujeto, como concepto, no varía absolutamente nada en su significado por el hecho de
que se afirme o niegue la existencia del objeto a que ese concepto se refiere.
El argumento ontológico dice: "Dios es un ser perfecto; si es perfecto tiene que existir, porque si
fuese inexistente sería imperfecto". Es decir que, según Descartes, el juicio "Dios existe" sería
un juicio analítico, porque el predicado "existe" tendría que estar contenido en el sujeto "Dios" o
"Ser perfecto". Kant lo niega por la sencilla razón de que la existencia, según se acaba de ver,
no es nada conceptual, y si no es nada conceptual no puede estar contenida en un concepto y por
ende no se la puede extraer analíticamente de él.
La existencia no designa una nota conceptual, nada que se encuentre dentro del concepto de
algo, sino que señala la posición entre los fenómenos de la cosa a que nos referimos, con todas
las notas contenidas en su concepto. La existencia indica, no una relación conceptual, sino la
relación de la cosa con nuestro conocimiento; en una palabra, la existencia señala el hecho de
que el objeto se me da, la presencia de algo dentro del mundo fenoménico. Decir que algo existe
significa que algo está dado dentro del ámbito de la experiencia.
Todos los juicios de existencia, pues, son sintéticos, no analíticos. Por tanto, para Descartes el
juicio "Dios no existe" sería un juicio contradictorio, porque equivaldría a decir: "Dios, que es
un ente necesariamente existente, no existe". Kant muestra, al revés, que el juicio "Dios no
existe" no es contradictorio en modo alguno, porque la existencia no es un "predicado real", vale
decir, no es una nota conceptual, y por lo tanto no puede contradecir a ningún concepto.
Lo que Kant enseña es que no se puede demostrar la existencia de Dios, ni tampoco se puede
demostrar su inexistencia.
Resumiendo, entonces, la Dialéctica trascendental enseña que los temas de que se ocupaba la
metafísica tradicional en su parte especial son temas que escapan al conocimiento; pero ello no
nos impide sin embargo pensar en un mundo nouménico, sino más bien nos induce a hacerlo en
la medida en que el hecho de la conciencia moral exige la libertad. Debemos, pues, ocuparnos
ahora de la ética de Kant, aunque tengamos que hacerlo de manera rápida y por tanto muy
simplificada.