Caso Gaspar
Caso Gaspar
Caso Gaspar
Ediciones
Fausto. 1975)
Aburrido de recorrer la ciudad con su valija a cuestas para vender —por lo menos— doce
manteles diarios, harto de gastar suelas, cansado de usar los pies, Gaspar decidió caminar
sobre las manos. Desde ese momento, todos los feriados del mes se los pasó encerrado
en el altillo de su casa, practicando posturas frente al espejo. Al principio, le costó
bastante esfuerzo mantenerse en equilibrio con las piernas para arriba, pero al cabo de
reiteradas pruebas el buen muchacho logró marchar del revés con asombrosa habilidad.
Una vez conseguido esto, dedicó todo su empeño para desplazarse sosteniendo la valija
con cualquiera de sus pies descalzos. Pronto pudo hacerlo y su destreza lo alentó. —
¡Desde hoy, basta de zapatos! ¡Saldré a vender mis manteles caminando sobre las manos!
—exclamó Gaspar una mañana, mientras desayunaba. Y —dicho y hecho— se dispuso a
iniciar esa jornada de trabajo andando sobre las manos. Su vecina barría la vereda
cuando lo vio salir. Gaspar la saludó al pasar, quitándose caballerosamente la galera: —
Buenos días, doña Ramona. ¿Qué tal los canarios? Pero como la señora permaneció
boquiabierta, el muchacho volvió a colocarse la galera y dobló la esquina. Para no
fatigarse, colgaba un rato de su pie izquierdo y otro del derecho la valija con los manteles,
mientras hacía complicadas contorsiones a fin de alcanzar los timbres de las casas sin
ponerse de pie. Lamentablemente, a pesar de su entusiasmo, esa mañana no vendió ni
siquiera un mantel. ¡Ninguna persona confiaba en ese vendedor domiciliario que se
presentaba caminando sobre las manos! —Me rechazan porque soy el primero que se
atreve a cambiar la costumbre de marchar sobre las piernas… Si supieran qué distinto se
ve el mundo de esta manera, me imitarían…Paciencia… Ya impondré la moda de caminar
sobre las manos… —pensó Gaspar, y se aprestó a cruzar una amplia avenida. Nunca lo
hubiera hecho: ya era el mediodía… los autos circulaban casi pegados unos contra otros.
Cientos de personas transitaban apuradas de aquí para allá. —¡Cuidado! ¡Un loco suelto!
—gritaron a coro al ver a Gaspar. El muchacho las escuchó divertido y siguió atravesando
la avenida sobre sus manos, lo más campante. —¿Loco yo? Bah, opiniones… Pero la gente
se aglomeró de inmediato a su alrededor y los vehículos lo aturdieron con sus bocinazos,
tratando de deshacer el atascamiento que había provocado con su singular manera de
caminar. En un instante, tres vigilantes lo rodearon. —Está detenido —aseguró uno de
ellos, tomándolo de las rodillas, mientras los otros dos se comunicaban por radioteléfono
con el Departamento Central de Policía. ¡Pobre Gaspar! Un camión celular lo condujo a la
comisaría más próxima, y allí fue interrogado por innumerables policías: —¿Por qué
camina con las manos? ¡Es muy sospechoso! ¿Qué oculta en esos guantes? ¡Confiese!
¡Hable! Ese día, los ladrones de la ciudad asaltaron los bancos con absoluta tranquilidad:
toda la policía estaba ocupadísima con el “Caso Gaspar—sujeto sospechoso que marcha
sobre las manos”. A pesar de que no sabía qué hacer para salir de esa difícil situación, el
muchacho mantenía la calma y — ¡sorprendente! — continuaba haciendo equilibrio
sobre sus manos ante la furiosa mirada de tantos vigilantes. Finalmente, se le ocurrió
preguntar: —¿Está prohibido caminar sobre las manos? El jefe de policía tragó saliva y
le repitió la pregunta al comisario número 1, el comisario número 1 se la transmitió al
número 2, el número 2 al número 3, el número 3 al número 4… En un momento, todo el
Departamento Central de Policía se preguntaba: ¿ESTÁ PROHIBIDO CAMINAR SOBRE
LAS MANOS? Y por más que buscaron en pilas de libros durante varias horas, esa
prohibición no apareció. No, señor. ¡No existía ninguna ley que prohibiera marchar sobre
las manos ni tampoco otra que obligara a usar exclusivamente los pies! Así fue como
Gaspar recobró la libertad de hacer lo que se le antojara, siempre que no molestara a los
demás con su conducta. Radiante, volvió a salir a la calle andando sobre las manos. Y por
la calle debe encontrarse en este momento, con sus guantes, su galera y su valija,
ofreciendo manteles a domicilio… ¡Y caminando sobre las manos!