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Como Sellegaaserpsicologo: Prolegómenosalacienciadelalma

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COM O SE LLEGA A SER PSICOLOGO *

por Theodor Reik


( N ueva Y ork)

Señoras y señores:
Las observaciones que someto a ustedes quieren aportar una contri-
bución al siguiente problema: ¿De dónde surge el interés psicológico?
Por ello tiene atinencia también con una de las cuestiones que nos han
hecho reunirnos aquí para trabajar en común. Un problema como éste,
que por su índole misma es psicológico y se halla ligado a la psicología
toda tomada en conjunto, pertenece a un capítulo que debería llamarse
P r o le g ó m e n o s a la c ie n c ia d e l a lm a . En él tocamos problemas que en vano
serían buscados en los convenios y libros didácticos de psicología. Bien
entendido, se trata del mismo problema de cómo se llega a ser psicólogo.
No nos ocuparemos de esto en el sentido de un examen de aptitud profe-
sional y capacidad técnica. De ninguna manera se trata aquí de una pro-
fesión, de un oficio, sino de cierta actitud psíquica, bien definida, suscep-
tible de una exacta descripción. De modo que ni la instrucción, ni ningún
otro factor externo nos han de interesar; nuestra atención es requerida más
bien por las premisas psíquicas, los motivos y los fines del psicólogo. En
cada uno de ustedes nace el interés psicológico de una necesidad interior,
no de móviles externos. Si alguien llegara a ser psicólogo por causas
externas, no llegaría a ser psicólogo. De modo que debemos entender
nuestro problema a la manera de Nietzsche: "Cómo se llega a ser lo que
se es." Pero tampoco aportaremos aqm" mas que a1gunos e 1ementos par~
la solución de este problema. No hemos de considerarlo desde todos los
puntos de vista; lo presentaremos de un modo conscientemente unilateral
y continuando consecuentemente desarrollos anteriores. Esto quiere decir
que los factores que presentaré a ustedes, ni son los únicos, ni pretenden
ser los únicos decisivos, pues también otros factores esenciales, que aquí

•• Conferencia pronunciada en el IX Congreso Internacional de Psicoanálisis, el 5 de sepr


de 1925, en Hornburg.
CÓM O SE LLEGA A SER P S IC Ó L O G O 115

no se analizan juegan en esto un im portante papel. Presentar parcialm ente


una realidad no equivale forzosam ente a descartar o m enospreciar cual-
quier otro aspecto de la m ism a. M ás de una vez nos sentim os tentados
de hacer, en cuestiones científicas, la m ism a pregunta que solem os hacer-
nos en la vida diaria: ¿Por qué tan sencillo, si tam bién com plicado puede
m archar?
Toda la psicología científica, en tanto se le adm ite com o ciencia re-
conocida, parte de la base de que su fuente prim era y m ás im portante de
conocim iento es la percepción interior, cuyos resultados son inm ediatos
y evidentes. Aun sigue en pie el punto de vista de W undt y de la m ayoría
de los psicólogos de la consciencia (B e w u s s ts e in s p s y c h o lo g e n ), quienes se-
paran la psicología de las ciencias naturales: Esta -dicen- tiene su fun-
dam ento en la experiencia m ediata, aquélla en la inm ediata. El axiom a de
la certeza inm ediata respecto a los procesos psíquicos ocupa el prim er lugar
entado com pendio serio de psicología. Pertenece al núm ero de aquellos
casos evidentes que toda persona culta entiende en el acto, sin lugar a
ninguna duda. Pueden ustedes considerarlo sin m ás ni m enos com o uno
de los errores fundam entales de la psicología científica. Es una caracte-
rística de tales conceptos erróneos y básicos que su fuerza de convicción
sea invulnerable: a ninguna verdad y que puede apelar, adem ás, a un senti-
m iento de respeto debido a su antigüedad. Llegam os hasta a poner ente-
ram ente en tela de juicio el que pueda subsistir una ciencia, si realm ente
pretende m erecer este nom bre, sin sem ejantes falsedades básicas. Carece-
m os, hasta el m om ento de toda experiencia a este respecto ...
Ustedes estarán de acuerdo conm igo en que la fam osa frase tallada
en la entrada del tem plo de Delfos pierde, a la luz de esta evidencia inm e-
.diata de la percepción interna, toda su desconcertante autoridad para con-
vertirse en una valiosa advertencia, cuyo sentido se reviste de la evidencia
de todo lo interiorm ente percibido. El herm oso aforism o bien podría hacer
juego con aquellas m áxim as que adornan la casa del burgués alem án com o:
"Adorna tu hogar" o "El propio hogar es valioso com o el oro." Helo
ahí convertido en el lem a de la "psicología para uso dom éstico" de la
ciencia. El hijo de Zeus sabía lo que hacía.
Hoy ponem os en duda si, al crear su fam a m áxim a, cruzaron por la
m ente del dios délfico exhortaciones tan triviales com o éstas. Tal vez tu-
viera sólo un sentido, tan palpable y evidente para los psicólogos acadé-
116 REVIS'TA DE PSICOANALISIS

micos de la antigüedad. De un dios cuyos oráculos tenían tan mala fama


por lo . oscuro, bien puede creerse que la inscripción de su templo tenía
un.sentido más profundo y esotérico, un sentido que no podía escapar a
los sabios, "Conócete a ti mismo." He aquí una de las más difíciles tareas
que puedan darse, y a cuya realización se opone algo que se alza en el
mismo ser del hombre; una resistencia para cuya superación hubieran de
ser afrontados y dominados inusitados obstáculos.
De Descartes a W undt la seguridad de la percepción interior tuvo el
valor de un axioma, del cual parecía casi insolente atreverse a dudar. T 0-

dos ustedes saben que el psicoanálisis nos ha demostrado cuán poco evi-
dentes son los resultados de la percepción interior y que lo psicológico no
se entiende por sí mismo como lo moral. No se trata de que uno se equi-
voque más que otro en el conocimiento de sí mismo según el postulado
de Apolo; no está en discusión la magnitud de este autoengaño. Todos
nosotros tenemos que engañarnos forzosamente, porque el yo psíquico en
lo esencial no es ni inmediato ni es evidente. Es por sí mismo inconsciente
y poderosas fuerzas están obrando en nosotros mismos para preservarnos
de su reconocimiento. El análisis nos ha hecho entender que precisamente
allá donde termina nuestra creencia en la inmediata seguridad de las pro-
pias percepciones interiores, comienza la psicología a ser una ciencia que
llega a las profundidades. Recién con esta duda se hace posible el conoci-
miento del alma en sus partes esenciales: in e ip it p s ic o lo g ia . La máxima del
dios délfico no señala el comienzo sino la meta de la investigación psico-
lógica. El TIIWOt O"faVTOIl no puede valer tampoco como principio metddico.
Se lo presenta en verdad como postulado y sería superfluo, si sola-
mente sirviera para señalar el camino dado ya por la naturaleza. La psi-
cología no empieza tampoco con la autoobservación directa. Y si por un
momento llegáramos a suponer lo contrario, nos hallaríamos colocados
desprevenidamente, desde el comienzo mismo de nuestra tarea de investi-
gación, frente a uno de sus más importantes problemas. Toda ciencia pre-
supone un sujeto y un objeto, un objeto a reconocer y un yo que lo
reconoce. Ahora bien: el campo de la experiencia psíquica se aparta sen-
siblemente de todos los demás. El objeto que hallamos en todos los otros
campos de experiencia son hechos y relaciones del mundo exterior, el
sujeto es el yo. Pero en .la psicología el objeto sería el mundo interior, el
sujeto el yo. Tenemos aquí una identidad del objeto y sujeto que sor-
CÓMO SE LLEGA A SER PSICÓLOGO 117

prende en el primer instante. Esta situación singular de que el yo pueda


observarse a sí mismo, implica una de las premisas primordiales de la¡ cien-
cia del alma, pero simultáneamente constituye uno de sus primeros pro-
blemas.
De tal modo pareció inexplicable, que se creyó oportuno considerarle
como evidente y convertirla, sin mayor reflexión, en firme postulado.
Afirma Aristóteles que el asombro constituye el punto de partida de h
investigación. Admitirán ustedes que la mayoría de los psicólogos har
sabido mantenerse indemnes durante mucho tiempo, de afecto tan super·
fluo y poco comprensible.
Permítanme ustedes describir este hecho fundamental, tan sorpren.
dente para nosotros con las expresiones del psicólogo americano W illian
James. El "yo" -afirma James- observa al "me". La solución del enig
ma de cómo el yo puede observar el "me" no tiene nada de difícil. Bier
claro se ve que la premisa de esta posibilidad de captar objetivamente 1:
propia vida psíquica, debe ser la escisión del yo. La escisión del yo es l(
que hace posible la psicología. Pero es también ella la que hace necesari:
la psicología. Si el yo fuera indiviso no podría observarse; pero tarnpoo
sería necesario observarse. El hecho sorprendente de que el yo pued
observarse a sí mismo resultará más comprensible si se lo retrotrae
dos hechos anteriores. Hay una época en que el yo no es todavía fuer
te, independiente ni bastante desarrollado. Lo más natural para el niñ.
en este período era proyectar al exterior la percepción inqonscienre ~
endopsíquica de placer y displacer. La atención dirigida al exterior s
adelantó a la autoobservación. También en una edad más madura la auto
observación se desenvuelve a continuación de la observación de los de
más, hecho que Nietzsche formula acertadamente en la frase: "El ti

es de más edad que el yo." Freud ha demostrado que la autoobservació


acentuada que se manifiesta en la esquizofrenia corresponde a una regn
sión de la atención a la percepción interior.
Pero ningún camino directo nos llevará de aquí a la psicología intro:
pectiva, si no se intercala un eslabón entre la observación de ajenos y ]
autoobservación. En la citada época primitiva del desarrollo del yo, I

niño tenía que notar que "el ambiente lo observa", que es objeto de obsei
vación de parte de las personas que lo cuidan. En otras palabras: "El y
puede observar al "me" porque ellos ~él o ella- han observado anterio:
118 REVISTA DE PSICOANALISIS

mente el me. La atención del mundo exterior para el niño se continúa


-por vía de la introyección- en la atención del niño hacia sí mismo.
Esta procedencia de la auto observación del ser observado representa una
transformación de una vivencia pasiva en una reflexiva. Es éste un pro-
ceso psíquico que será de gran importancia para las premisas y el conte-
nido de toda psicología. Resulta fácil demostrar que la auto observación
procede del ser observado. Tendremos que buscar esta comprobación allí
donde la personalidad, por causas patológicas se retrotrae a un estado de
pronunciada desintegración; por ejemplo en la sintomatología de las en-
fermedades psicóticas. En estos casos la sensación de ser observado se
transforma frecuentemente en delirio de observación. En otra forma, los
síntomas de la despersonalización, con su acentuada auto observación, mues-
tran una regresión parcial a la fase de sentirse observado. Pero no sólo
en los casos patológicos se puede estudiar el origen de la auto observación.
Supongan ustedes que yo me diera cuenta en este instante, mientras les
estoy hablando, de las particularidades de mi voz, de la índole .de mis
movimientos, de mi modo de hablar y expresarme. Este proceso psíquico sería
apenas independiente del problema referente a la impresión que ejerce
sobre ustedes mi hablar y lo hablado mismo. Los ingleses tienen una ex-
presión muy significativa para este sentimiento que acaba de ser descrito:
To g e t s e lic o n s c io u s , No acontece solamente, por cierto, cuando una o
varias personas están presentes que. uno se hace s e lic o n s c io u s , pero es, con
mucho, el caso más frecuente. No solamente es más raro que este senti-
miento aparezca en la soledad, sino que es ya derivado y secundario. To
g e t s e lic o n s c io u s significa sencillamente -podríamos decir- reconocer
preconscientemente qué impresión hacemos a los demás.
La experiencia del propio yo en el niño, el así llamado sentimiento de la
personalidad o la conciencia de sí mismo del niño, nos es todavía e~casa-
mente comprensible en su génesis: se desenvuelve, como ustedes saben,
muy tarde. Lipps, W undt y otros investigadores han indicado con razón
que el uso tardío de la palabra yo nada demuestra sobre la aparición del
sentimiento del yo. Nos parece, en realidad, que los sentimientos del yo
aparecen anteriormente al uso de la palabra yo. Si ustedes ahora me permiten
hablar en cierto modo abreviadamente, diré: La conciencia del propio yo
del niño depende de la conciencia de que el mundo exterior, los padres,
las personas que lo cuidan, lo observan y lo consideran como yo. Repito
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pues: la auto observación no es ningún fenóm eno prim igenio: deriva su


origen del sentim iento de ser observado. Puede suponerse asim ism o que
la diferencia en la form a y la intensidad de la observación podría ser de
im portancia para el desarrollo del sentim iento de ser observado y con eso,
para el futuro interés psicológico.
Es fácilm ente com prensible que el sentim iento de ser observado llega
a efectuarse bajo la influencia de la carga narcisística, a la que, a su vez,
reaccionando se fortalece. El sentim iento de ser observado es m uy cer-
cano al de ser estim ado y ser am ado. Aquí hallam os una de las m ás tem -
pranas raíces narcisísticas de la psicología, que m ás tarde se reconoce en
la introspección.
Otro cam ino, partiendo tam bién de aquí, nos conduce a la observa-
ción de los dem ás. El sentim iento de ser observado no llegaría a consti-
tuirse sin una atención prim itiva, dirigida a las personas del am biente. De
esta m anera el sentim iento de ser observado delata ya el aditam ento de una
carga objetiva libidinosa; el niño observado tiene derecho a esperar la
satisfacción de sus necesidades por la persona observadora. Otro estím ulo
de la transición a la libido objetiva de m ayor alcance contiene adem ás la
conciencia de ser observado: El objeto extraño será am ado tanto com o
el yo se siente querido por éste. La etapa interm edia del narcisism o, en
que se opera la transform ación de la libido narcisística en libido objetiva,
no ha sido aún explorada a fondo. Yo propondría la denom inación de
narcisism o reflexivo para distinguirlo del prim ario. En él no hallam os m ás
la catexis ingenua del yo infantil. El bastarse a sí m ism o de la carga nar-
cisística ya ha desaparecido en gran parte y se hace necesario el am or del
m undo exterior para fortalecer la libido del yo. El am or del am biente
hacia el yo transform a el carácter del narcisism o prim ario y form a al
m ism o tiem po el puente de pasaje hacia la prim era carga objetiva. Per-
m ítase indicar con una sola palabra que la im portancia de esta fase re-
flexiva del narcisism o, que ya presum e un objeto, tam poco ha sido sufi-
cientem ente explorada en la génesis de la hom osexualidad, del m asoquism o
y del exhibicionism o, en la adm iración de sí m ism o y en la com pasión de
sí m ism o com o tam bién en ciertos rasgos de la vida sexual norm al.
Los padres o las personas que cuidan del niño lo observan con sum o
interés para satisfacer sus necesidades vitales, pero esta observación no se
halla exenta de afecto. Los m ovim ientos, el llanto, el grito y la risa del
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bebé provocan ciertos determinados sentimientos en los padres para cuya


exteriorización el niño demostrará pronto una suceptibilidad bastante gran-
de. Su memoria retiene las expresiones de alegría, de enojo, de regocijo
y de reprobación de las personas que lo cuidan, y pronto aprende el niño a
ligar la impresión que le producen estas reacciones con SUS) propios medios
de expresión. M ás aún, se podría creer que el sentimiento de ser obser-
vado no había de surgir sin tal reacción del ambiente y que representa ya
el reflejo de cierta comprensión, todavía confusa de la criatura, para el
comportamiento de las personas del ambiente.
Puesto que el sentimiento de ser observado se relaciona con ciertas
reacciones del mundo exterior, comprenderán ustedes ciertamente que el
niño desea experimentar solamente reacciones placenteras y trata de evitar
las de displacer. Estas íntimas reacciones son especialmente importantes
para el desarrollo ulterior del sentimiento de sí mismo. El niño aprende,
dijimós, a evitar estas reacciones del ambiente que se presentan como des-
aprobación o enojo y que pueden incluso traer castigo. Esta dependencia
del ambiente tiene consecuencias importantes: El ser observado, y más
tarde la autoobservación, ya nunca perderán del todo la conexión de los
sentimientos del yo con la crítica del mundo exterior: ésta continuará
luego, como autocrítica, Si el niño intenta más tarde una actitud cual-
quiera, como gritar, por ejemplo, y asocia a esto el recuerdo de que
esta acción causa una reacción indignada del ambiente, es decir una pér-
dida de amor, se sentirá inhibido por este recuerdo. Ven ustedes muy
bien la importancia de la introyección temprana del objeto para 1; génesis
de la auto observación. La psicología vuelve siempre a enseñarnos que la
autoobservación lleva a la crítica de sí mismo, y todos hemos tenido la opor-
tunidad de comprobar en carne propia, mejor dicho en nuestra propia
vida psíquica, esta experiencia. Lo que agregamos es que la autoobserva-
ció n ya es resultado de la crítica de sí mismo y que ésta ha derivado de
una introyección del objeto. La crítica de sí mismo constituye en realidad
la premisa indispensable para la posibilidad de la autoobservación: gené-
ticamente expresado para la transformación del sentimiento de ser ~bser-
vado en el impulso de la autoobservación. Tenemos, por consiguiente,
este ciclo: La percepción interior inconsciente de placer y displacer es
proyectada al mundo exterior y se forma una observación primitiva de los
demás, una atención dirigida al mundo exterior. Esta permite hacerse
CÓM O SE LLEGA A SER PSICÓLOGO 121

consciente el ser observado, que se transforma en autoobservación por


introyección del objeto. De aquí parte nuevamente la observación de ob-
jetos exteriores y la percepción interior inconsciente sirve a los fines de
comparación.
Ustedes han oído decir que los psicólogos se han extrañado -y mu-
chos de ellos ni siquiera se han extrañado- de que el yo pueda observarse
a sí mismo. Pero ahora sabemos quién es este yo observador: Es el objeto
introyectado en el yo, la madre, el padre o la n u r s e , la persona que nos ha
observado en la niñez. De esta manera se comprende la escisión en dos
partes de la observación endopsíquica. Se explica por la introyección de
la persona educadora, en el yo; el yo que observa es eli sobreviviente de la
madre observadora o del padre. Seguramente asocian ustedes ahora, a raíz
de este razonamiento, la génesis de la creencia religiosa en la omniscien-
cia de Dios, a nuestra creencia infantil de que Dios todo lo ve.
Acá se enlaza el segundo hecho subrayado por nosotros: esta auto-
observación está tempranamente bajo el signo de una crítica primitiva de
sí mismo, más aún: parte de ahí, y esta autocrítica es la continuación de la
crítica de los demás. Freud expuso en una oportunidad que la observación
de los impulsos, es decir, la percepción introspectiva de las propias ten-
dencias instintivas, desemboca finalmente en una inhibición de los impul-
sos. Pero queremos agregar que esta misma observación de los instintos
ya es el resultado de una inhibición temprana de aquéllos. No existiría, si en
la memoria no se conservaran rastros de la forma en que el ambiente re-
accionaba a ciertas expresiones impulsivas con indignación, con enojo o
t
con pérdida del amor. Perrnítanme ustedes volver a nuestro ejemplo con-
creto: si yo me hago en este momento consciente, en cierta forma, de mi"
1 movimientos y mi voz y realizo lo que se llama en inglés hacerse s e tic o n s -
c io u s , y este sentimiento adquiere cierta intensidad, esta reacción -se acer-
caría rápidamente a la de confusión o de embarazo; empezaría a tartamu-
dear, aparecerían otras perturbaciones en la expresión y suponiendo que
se prolongaría por cierto tiempo la intensidad de este sentimiento podría
llegar a tener el efecto, benévolo para ustedes, de que tuviera que desistir
de hablar. .. Pero esto estaría relacionado, como dijimos, con la impre-
sión de que mis razonamientos no son aceptados por ustedes con juicio
benévolo, sino rechazados, porque tropiezan con una crítica negativa. Ven
ustedes cómo la conciencia del yo no es realmente diferente del hacerse
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consciente de la pOSlClOn de los demás frente al propio yo, mejor dicho,


un hacerse preconsciente de esta posición y que este sentimiento es espe-
cialmente notorio cuando la crítica de los otros se hace preconsciente. Si
aconteciera realmente que tal conciencia del yo tuviera como consecuencia
una alteración del discurso, ustedes tendrían que concluir de este efecto
que la crítica silenciosa de ustedes ha evocado en mí un sentimiento de
culpa de raíz más profunda y que con esta alteración del discurso me
estoy castigando por una acción mala, que acaso no tenga con mi presente
exposición más que una remota relación.
He destacado aquí que la auto observación se halla evidentemente ba-
jo el signo de la crítica de sí mismo, de aquella otra crítica que es una con-
tinuación de la crítica de los demás acogida en el yo. M ás aún, se po-
dría decir que la auto observación reemplaza en gran parte la autocrítica
y demuestra tener su origen en la crítica de los demás precisamente por el
hecho de que aparece cuando se cree haber dado motivo a los otros para
ser criticado. Quiero aclararlo aún con otro ejemplo trivial: supongan
ustedes que una dama joven, vestida con traje de baile, entra en una sala
en que se encuentran algunas damas de más edad, de esas que suelen ser
llamadas personas respetables, las cuales enarbolan al insfnte sus "im-
pertinentes" y observan a la joven que entra con aquella atención que
las damas entradas en años acostumbran dedicar precisamente a las jóve-
nes compañeras de sexo que entran en una sala de baile. Creo que la re-
cién llegada se hace en este momento s e lic o n s c io u s , consciente de. su yo,
porque se encuentra en el círculo anatemático de las inquisidoras, casi
diría hostiles, impertinentes, de las otras damas. Quizás se pregunta la
joven si su vestido no es demasiado excéntrico o demasiado escotado, si
su peinado se mantiene bien, etc. La observación por parte de: las otras, me-
jor dicho la consciencia de ser observada ha conducido inmediatamente a la
autoobservación. "¿Por qué me miran así? Tal vez tengo rota la media?"
He aquí una forma de reaccionar tan común en las mujeres, que se po-
dría llamar casi un automatismo.
Ustedes podrían formular fácilmente una objeción contra mi teoría
de que la autoobservación tiene su origen en la observación crítica de los
demás y comentar mi ejemplo anterior de la siguiente manera: sería tam-
bién posible que los argumentos de este discurso fueran recibidos aquí favo-
rablemente y reconociéndolo preconscientemente hablaría mejor y me sen-
CÓMO SE LLEGA A SER PSICÓLOGO 123

tiría alentado a continuar mi conferencia. Prescindo por un momento de


la improbabilidad de esta suposición para destacar que tampoco esta fan-
tástica posibilidad 'me ofrecería a mí la garantía segura de un efecto resuci-
tante, y a ustedes la posibilidad de refutar mi hipótesis. Ciertamente tal
efecto es posible y fácilmente comprensible por la carga narcisística del
yo. Pero consideren ustedes también el otro caso posible: que precisa-
mente el interés benévolo me inhiba, me desconcierte y me haga tarta-
mudear, que no me decidiera a concederme el asentimiento de ustedes y
de su aplauso -pongamos, por ejemplo-, si mi necesidad de castigo in-
consciente no estuviera bastante satisfecha por el ejercicio de la profesión
analítica durante muchos años.
Hemos establecido hasta aquí la importancia de una de las primeras
premisas del interés psicológico; pero hay otras que provienen del des-
arrollo psíquico del niño. Ustedes saben cómo el yo se enriquece por la
introyección de los padres y cómo la crítica y magnificada personalidad
del padre se perpetúa en la instancia del superyó. Es precisamente en
este momento cuando surge la posibilidad de la psicología. La observa-
ción primitiva de los instintos es lo que teníamos al comienzo: había algo
que se hallaba en pugna por las experiencias del ambiente y que por ello
debió ser observado, controlado y dominado. Pero se conocía que era
este algo, y que era aquello que quería impedir la descarga motriz de la
vivencia instintiva. Pero ahora, tanto los instintos como las instancias pro-
hibitivas permanecen desconocidos en alto grado, sustraídos a }a cons-
ciencia por la represión. Ustedes saben que la represión de ciertas tenden-
cias instintivas y de sus fines está relacionada con la desaparición del' com-
plejo edípico y qué contribución aporta el superyó al mantenimiento de
la presión. La psicología, como las otras ciencias, puede comenzar tan
sólo cuando se ha reconocido que se ignora algo, que se desea saber, es
decir, por la búsqueda de las causas y conexiones desconocidas de los
fenómenos. Tenemos en la psicología esta situación: las fuerzas de la
represión han hecho hundirse en la profundidad de un abismo gran nú-
mero de instintos, sentimientos y pensamientos; al desaparecer de la' su-
perficie solamente han quedado formaciones difícilmente perceptibles de
sustitutivos y de reacciones, desplazamientos, y deformaciones y otros ras-
tros admisibles para la consciencia. De esta manera la represión es la
premisa de la psicología y la historia de la ciencia tiene que enfrentarse
124 REVISTA DE PSICOANALISIS

con esta notable y grotesca paradoja: la psicología, que empieza apenas


con la represión, que a ésta debe en el fondo su existencia, niega durante
tanto tiempo el proceso de la represión. Es decir, quedaría en pie el
absurdo, si no se explicara precisamente por premisas psicológicas, es decir,
si esta negación misma no fuera una prueba de la eficacia de este proceso
de represión. Esto es algo así como si un hombre se pusiera un antifaz y
si preguntara, quién es ahora realmente. Pero este concepto no es de nin-
guna manera tan insensato, como parece a primera vista: Todos llevamos
antifaces y recorremos la vida desconocidos por los demás, y desconocidos
por nosotros mismos. Nuestro conocimiento del mundo exterior es real-
mente bastante limitado, pero nuestra ignorancia de nuestra vida interior
es casi ilimitada. N o s m o u r o n s to u s in c o n n u s . O será algo así como si
alguien jugara consigo mismo al escondite. También eso parece insen-
sato, y sin embargo lo hacemos constantemente como el análisis nos lo
demuestra. Piensen ustedes por ejemplo, en el proceso del análisis. Se le
podría presentar también de la manera siguiente: ciertamente tenía el
paciente, antes de someterse al análisis, muchos conocidos. Ahora hace
un conocimiento nuevo. Es presentado a sí mismo. Con el contacto más
Íntimo, comienza a conocerse a sí mismo, sus defectos, sus debilidades y
su historia, que en gran parte le era desconocida. La mayoría de los hom-
bres pierde con el contacto más íntimo. Sería bien comprensible que el
paciente se dijera, de vez en cuando, en el curso de su tratamiento ana-
lítico: "Dios mío, ¡cuán frecuentemente se equivoca uno con los. hom-
bres!" Pero también otras reacciones, conocidas por el contacto con los
hombres, tendrán lugar: el enfermo empieza a impacientarse consigo mis-
mo, a enojarse consigo mismo, a discutir consigo mismo hasta que se re-
concilia consigo y se decide a convivir consigo mismo con más calma y
tolerancia. La comprensión adquirida en el análisis contribuye así, a que
la comunión consigo mismo no sea menos sólida e insoluble que la socie-
dad conyugal dentro de un régimen católico.
Volvamos a la génesis del superyó y a su significado para la auto-
observación; por ella hemos podido saber de dónde provienen los rasgos
severos y críticos del superyó. Recuerden ahora cómo la autoobservación
infantil ha tomado su origen del ser observado. Esta evolución prosigue
en la época de la represión por el ser observado, por los padres introyec-
tados: El superyó observa el yo. La institución de la conciencia dará tes-
CÓM O SE LLEGA A SER P S IC Ó L O G O 125

timonio como un monumento, a e r e p e r e n n iu s , de la introyección del pa-


dre en el yo. Ahora reconocemos con más facilidad cómo pudo tener
lugar aquella separación entre el "yo" y el "me": El superyó ha estable-
cido una estación propia de control que mide el extrañamiento variable
entre él mismo y el resto del yo. El superyó es el verdadero móvil de
nuestra investigación psicológica. No puede ser cierto lo que algunos
psicólogos nos han presentado como contemplación inmediata de sí mismo
-es así la hermosa frase-o Para hacer psicología hacen falta dos instan-
cias, aun cuando se trate de introspección al estilo solitario. El superyó,
la imagen primaria del padre introyectada en el yo, es la segunda de las
dos. Freud ha descrito en cierta ocasión cómo el conflicto sentimental
causado por la muerte de personas amadas y simultáneamente odiadas
liberó la investigación psicológica. Entre la satisfacción y el dolor que
le conmovían profundamente en presencia del cadáver de la persona amada,
el hombre concebía, bajo el peso de su sentimiento de culpa aquellos
demonios malvados, proyecciones de sus propias tendencias hostiles, cau-
santes de su angustia.
El yo es, en primer término, un órgano de apercepción que sujeta
las percepciones; es dirigido originariamente al mundo exterior e ina-
decuado para la percepción interior. El superyó es opuesto, como abo-
gado del mundo interior, al yo, que lo es del mundo exterior. Es propia-
mente el mudo c ic e r o n e del dominio subterráneo de la vida psíquica.
No nos debe extrañar que nuestra atención se dirija primeramente al
paraje extraño y tan sólo después al silencioso guía. La participación
del superyó en el origen de la psicología parte de aquí: originariamente
se halla ésta en el servicio de aquél. Se ha dicho que nuestra ciencia
psicológica tiene un pasado largo, pero una historia breve. Ustedes saben
ciertamente, cuán escasamente se halla capacitado el hombre para hacer his-
toria, pero en la medida en que podemos abarcar, en todo caso, la historia
de la psicología, vemos que ésta se encuentra predominantemente bajo la
influencia de representaciones religiosas y morales. En sus comienzos, la
psicología debía vigilar que ninguna tendencia prohibida traspasara el um-
bral de la consciencia. Su atención y vigilancia sirvieron originariamente
para contener tales tendencias e impulsos percibidos endopsíquicamente,
.para proyectarlos al exterior y reprimirlos, para asegurar el mantenimiento
de la represión. Diferencia, clasifica y experimenta durante largo tiempo
126 REVISTA DE PSICOANALlSIS

al servicio de los poderes de la represión. Las nociones que comprende


no son más que creaciones al servicio de la represión de los instintos. De
este modo el objetivo originario de la psicología no es más que el apoyo
de los medios de represión en el dominio de la ciencia y con los recursos
de ésta. Todavía reconocemos fácilmente este origen de la psicología en
nuestras opiniones psicológicas; el idioma lo ha perpetuado. ¿Cómo ca-
racterizamos a un hombre? Decimos, por ejemplo, que es caprichoso, obs-
tinado, pedante. ¿No oyen ustedes resonar la voz del superyó en nues-
tras afirmaciones psicológicas? Ciertamente queremos observar y verificar
los hechos, al margen de las opiniones convencionales y libres de afecto,
pero nuestro pobre idioma nos obliga a usar palabras que expresan, hasta
cierto punto, desaprobación y menosprecio en nuestras afirmaciones cien-
tíficas. Sin embargo, quisiéramos evitar estos juicios de valor.
Si yo destaco de esta manera el nacimiento de la psicología del espí-
ritu del superyó, no quiero subestimar la participación de los poderes del
"ello". Siempre tenemos presente que' el superyó mismo es solamente una
parte especialmente diferenciada del yo. Ustedes conocen la cooperación
de las fuerzas libidinosas en la génesis y en el desarrollo de la psicología, y
sólo tuve la intención de seguir consecuentemente uno de los hilos de la
trama. Pero ahora tenemos que recalcar que la psicología, como fenómeno
de reacción, aparece a raíz de un conflicto sentimental y que el superyó,
como herencia del complejo de Edipo, no deja de estar erigido sobre una
base libidinosa. Como ya he tratado de demostrar en otra parte, el superyó
mantiene una secreta "entente cordiale" con los poderes del "ello", cuya
importancia no parece ser suficientemente apreciada por el psicoanálisis.
Esta alianza demostrará especialmente su eficacia en dos direcciones: el
superyó protegerá frecuentemente nuestras satisfacciones libidinosas y
agresivas y las reforzará secretamente. Nunca demandaron los instintos de
crueldad y sexualidad grosera de los hombres tantos sacrificios como los
que se ofrendan a la así llamada virtud. Ninguna fiera es más cruel y más
sanguinaria que el hombre en su delirio moral y religioso. La unión secreta
entre moral e instinto, sensualidad y sentimiento de culpa crea una inten-
sificación de la instintividad que no es igualable nunca por la sensualidad
desatada y elemental. Conmovido y lleno de envidia se sentirá el hombre
primitivo frente a las posibilidades placenteras excepcionalmente intensi-
ficadas que Eros ha sabido derivar de la prohibición y que la más desen-
CÓMO SE LLEGA A SER P S IC Ó L O G O 127

frenada pasión no hubiera podido imaginar. Ustedes saben cuán reservada


se mantiene la humanidad frente a las limitaciones morales y religiosas, a
cuya exclusiva influencia debe, por vía de reacción, la posibilidad de la
intensificación de los placeres hasta la orgía.
Ustedes me advierten que debo volver a nuestro tema. La meta de
la psicología, como dijimos, es originariamente, el mantenimiento de los
mecanismos de represión, pero sucede aquí algo parecido a lo que se observa
en el desarrollo de la religión. Cada vez que la coacción religiosa se hace
demasiado fuerte y molesta, sobreviene un movimiento reformador que
modera en gran parte esa coacción o la anula del todo, partiendo precisa-
mente de premisas religiosas. De la misma manera evoluciona la psicología
hacia una ciencia cuyo fin es la superación de la represión. Se coloca, indu-
dablemente, al servicio de tendencias opuestas al yo, pero en cierta medida
queda dependiendo a pesar de eso del superyó. Porque así como el yo, sin-
tiéndose débil, se vió obligado a recurrir en una etapa anterior, al superyó,
para realizar la represión, así también ahora, ya fortalecido, recurre nueva-
mente a él para la abolición de la represión. U stedes pueden observar
diariamente en su trabajo analítico que las mismas fuerzas que anterior-
mente forzaban a ciertos impulsos, sentimientos y pensamientos a la re-
presión, se oponen como resistencia cada vez que se presenta la oportu-
nidad de llevar lo reprimido al yo consciente. Pero es la misma instancia
que produce la represión, el superyó, la que en el análisis ayuda a levan-
tarla. Anatole France hace pronunciar a un ingenioso a b b é , director de
un seminario de curas, estas reflexivas palabras: "Tan grande ·es el poder
de la educación teológica, que solamente ella es capaz de formar los gran·
des infieles: un infiel que no ha pasado por nuestras manos carece de fuerza:
y de armas para el malo. Dentro de nuestros muros se aprende todas la:
ciencias, incluso la del sacrilegio."
De esta manera la misma fuerza psíquica, que una vez escindió la uni
dad del yo, ahora debe ayudar a reconstruirla. Una remoción conside
rable de la represión como meta de la psicología, conduce precisamente :
la reconstrucción de esta unidad.
Así empezó la psicología su investigación al servicio de la cen
sura psíquica: La estación de control de la consciencia examinó lo
impulsos y tendencias que volvieron de la represión. La evolución de 1:
psicología la condujo a negar la existencia de estas tendencias reprimidas
128 REVISTA DE PSICOANALISIS

Sería escasamente exagerada si, .<1 esta altura de su desarrollo, la designára-


mos como una especie de coartada en el campo psicológico. Aquella exhor-
tación <1 conocerse a sí mismo era necesaria, porque la psicología se trans-
formó pronto en el mejor método de desconocerse a sí mismo. M uy tarde
solamente volvió a recordar su misión que no es otra que la de anular la
represión e investigar las desconocidas conexiones psíquicas. Si partimos
de las tendencias latentes de la investigación psicológica podemos decir:
empezó como método para la investigación de la conciencia, bajo el acicate
del inconsciente sentimiento de culpa surgido del complejo de Edipo, y
termina como método para la investigación y el dominio de esta angustia
de la conciencia.
En el curso de este estudio sobre la participación, que al superyó y a
la conciencia les corresponden en el origen y en el desarrollo de la psico-
logía, hemos tropezado nuevamente con el hecho de que el hombre vive
hasta cierto grado rebasando, en dos direcciones, las condiciones básicas de
su vida psíquica: negando, por un lado, sus emociones libidinosas y hos-
tiles, y negando por otra parte, el papel que en su vida psíquica desempeñan
los sentimientos procedentes del superyó. ¿Vamos a permitirnos ahora un
vistazo fugaz a cierta crítica del psicoanálisis? Desde determinado sector
se ha reprochado a los analistas -todos ustedes lo han experimentado-,
que la destacada importancia que concedemos a la sexualidad en la vida
psíquica es la emanación de un pensamiento sucio y lascivo. Por supuesto,
no entraremos a considerar la esencia de esta crítica, ni tampoco de cierta
concepción, que parece reclamar al psicólogo, a quien nada humano de-
biera ser extraño, que se rija por el espíritu ingenuo de estos versos:

Y o soy pequeño
Mi c o r a z ó n e s lim p io :
N a d ie d e b e e s ta r e n é l
M as que Jesús.

¿Pero no les parece extraño que no se haya querido ver todo el valor
moral que ha sido necesario para la investigación profunda de lo psíquico y
para no retroceder ante hallazgos tan sorprendentes y tan en pugna con los
conceptos convencionales? Creemos que es la ocasión de recordar precisa-
rnente aquí el papel del superyó, cuya eficacia hemos visto desplegarse en la
CÓM O SE LLEGA A SER P S IC Ó L O G O 129

inflexibilidad e intrepidez de su investigación de aquellos aspectos "peligrosos"


de la vida psíquica humana.
La historia comparada de las religiones ha demostrado que fueron los
mismos dioses que antes habían reinado en las tinieblas del Hades, los que
más tarde ocuparon el trono de los cielos. Quien ha conmovido el Aque-
ronte, ha obligado también a descender a tierra a los dioses del Olimpo.
Volviendo a nuestro tema quizá sea necesario destacar el hecho de
que reconocer la existencia de ciertos poderes no significa someterse a ellos
ni rendirles tributo, sino llevar a cabo una política realista en el campo psi-
cológico. Se entiende que el reconocimiento analítico y la valoración de
los efectos del superyó nada tiene que ver con las opiniones de las así lla-
madas tendencias anagógicas ni con la psicología de Jung. Si .seguimos a
psicólogos de esta clase, no podemos menos que considerarnos también nos-
otros moralmente intachables; o, para citar las palabras de Anatole France:
"No podemos escapar a la bondad divina e iremos todos al Paraíso, menos
en el caso, de que no exista tal paraíso, lo cual es extraordinariamente ve-
rosímil." M ás bien opinamos que el psicoanálisis podría tener el efecto de
hacer más modestos á los hombres y hacerles reconocer que podrían vivir
un poco mejor, si se decidieran a no exagerar, en sus opiniones, la emanci-
pación de lo bestial y si pudieran ser más tolerantes en sus exigencias frente
al propio yo. M e inclino a la opinión optimista de que los hombres com-
prenderán con el tiempo, cuán poco y cuán superficialmente se diferencian
del animal. Naturalmente no se me ocurre negar totalmente las diferencias
que han establecido por la mentira, la religión y la sed de matanza.
Para terminar permítanme ustedes ilustrar mediante una pequeña his-
toria, la diferencia profunda y básica que existe entre la opinión de aquella
tendencia moralizante y la del psicoanálisis, frente a las instancias del super-
yó. Sin duda ustedes habrán seguido con gran tensión las informaciones
de los diarios que relataron el desarrollo del audaz intento de subir al monte
más alto de la tierra, el M ount Everest. Los tibetanos lo llaman T s c h o m o -
L u n g m a , "Diosa M adre de la Tierra" y sostienen que la diosa cruel persigue a
todos los que se acercan a ella y los empuja hacia la perdición. El frío, el aire
enrarecido, las avalanchas, son en realidad muy grandes peligros, de los que
han sido víctimas ya algunos de los más audaces alpinistas. Las distintas ex-
pediciones equipadas por la Sociedad Geográfica de Londres todavía no han
logrado, pese a los enormes esfuerzos e indescriptibles fatigas, escalar esta
130 REVISTA DE PSICOANALISIS

peligrosa montaña. Cuando el jefe de la expedición del año 1922, general


Bruce, visitó al Lama en el monasterio del valle de Rongbuk, el sacerdote
no pudo expresar suficientemente su extrañeza sobre la expedición. No
entendía por qué se hacían tantos esfuerzos peligrosos y costosos para subir
a esta obstinada montaña. El general Bruce se encontró en una situación
embarazosa. ¿Cómo explicaría las intenciones de la expedición al santo
hombre? Salió del paso con esta hermosa respuesta: "La expedición era
en realidad una peregrinación; la religión de la Sociedad Geográfica or-
dena a sus creyentes visitar y venerar todas las cumbres desconocidas de!
mundo." ,
Traducción de M A RIE LA N G ER

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