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Hebreos 10

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Hebreos 10 Este capítulo cierra la sección sobre «el sacerdocio superior» (7–10) explicando

que el sacerdocio de Jesucristo se basa en un sacrificio superior: el sacrificio de Cristo mismo.


El escritor da tres razones por las cuales el sacrificio de Cristo es superior a los descritos en el
AT.
I. EL SACRIFICIO DE CRISTO QUITA EL PECADO (10.1–10)
A. LOS SACRIFICIOS DEL AT ERAN INEFICACES (VV. 1–4).
los sacrificios fueron buenos y necesarios pero insuficientes, eran solo tipos y las sombras, del
sacrificio de Cristo y por consiguiente jamás podían cambiar el corazón. Se repetían «cada
año» (v. 1) y «día tras día» (v. 11), demostrando así que no podían quitar el pecado. De otra
manera el sumo sacerdote y sus ayudantes no hubieran tenido que repetir estas acciones.
Como lo explica Hebreos 9.10–14, los rituales del AT se referían sólo a cosas externas e
impureza ceremonial. Los sacrificios eran una «recordación de pecados», pero no una remisión
de pecados
B. EL SACRIFICIO DE CRISTO ES EFICAZ (VV. 5–20).
Aquí el escritor cita el Salmo 40.6–8. El Espíritu Santo ha cambiado de: «Has abierto mis
oídos», a: «Mas me preparaste un cuerpo». La referencia puede ser a Éxodo 21.1–6. En el año
del jubileo se ordenaba a los judíos que dejaran en libertad a sus siervos hebreos. Pero si el
criado quería a su amo y deseaba permanecer con él, se le marcaba perforando su oreja.
Desde ese momento su cuerpo le pertenecía al amo de por vida. Cuando Cristo vino al mundo
el Espíritu le preparó un cuerpo y Él se dedicó por entero a la voluntad de Dios y dependía de
ella.
El sacrificio expiatorio debe ser consentido, y debe ponerse por propia voluntad en el lugar del
pecador: Cristo hizo así
Ese cuerpo sería sacrificado en la cruz por los pecados del mundo. Pasajes tales como el
Salmo 51.10, 16, 1 Samuel 15.22 e Isaías 1.11 dejan en claro que Dios no vio ninguna
salvación completamente terminada en la sangre de los animales; quería el corazón del
creyente. En los versículos 8–9 el escritor usa las palabras de Cristo para mostrar que Dios, a
través de Cristo, dejó a un lado el primer pacto con sus sacrificios de animales y estableció uno
nuevo con su propia sangre. Debido al sometimiento de Cristo a la voluntad de Dios hemos sido
apartados para Él (santificados) de una vez y para siempre.
II. EL SACRIFICIO DE CRISTO NO NECESITA REPETIRSE (10.11–18)
Nótense los contrastes: los sacerdotes del AT se ponían de pie diariamente, pero Cristo se
sentó; el sacerdote del AT ofrecía los mismos sacrificios con frecuencia; Cristo ofreció un solo
sacrificio (Él mismo) una sola vez. Por una sola ofrenda Dios ha otorgado la posición correcta, o
sea, perfecta, cabal, para siempre, a los que se han apartado mediante la fe en Cristo. (En el v.
10 somos santificados de una vez por todas; en el v. 14 somos santificados diariamente. Esta
santificación es posicional y progresiva.)
Los sacrificios del AT recordaban los pecados, pero el sacrificio de Cristo hace posible la
remisión de los pecados (v. 18). Remisión quiere decir: «enviar lejos». Nuestros pecados han
sido perdonados y enviados lejos para siempre (Sal 103.12; Miq 7.19). En el Día de Expiación
(Lv 16) el sumo sacerdote confesaba los pecados de la nación sobre la cabeza del chivo
expiatorio y luego el macho cabrío era llevado al desierto y dejado allí en libertad. Esto fue lo
que Cristo hizo con nuestros pecados. Ya no hay más sufrimiento por el pecado porque no hay
más recordación del pecado. El Espíritu Santo testifica a nuestros corazones y tenemos la
bendición de ese nuevo pacto prometido (vv. 14–17; Jer 31.33).
III. EL SACRIFICIO DE CRISTO ABRE EL CAMINO HACIA DIOS (10.19–39)
A. EXPLICACIÓN (VV. 19–21).
El escritor repasa las bendiciones que los creyentes tienen por la muerte de Cristo que ocurrió
una vez y para siempre. Debido a que en Cristo tenemos una posición perfecta, podemos tener
confianza (literalmente «libertad de palabra») para acercarnos a su presencia. Ningún velo se
interpone entre nosotros y Dios. Ese velo del tabernáculo simbolizaba el cuerpo humano de
Cristo, porque cubría la gloria de Dios (Jn 1.14). Cuando su cuerpo fue ofrecido, el velo se
rompió. Tenemos un nuevo camino basado en el nuevo pacto; tenemos un camino de vida,
debido a que tenemos un sumo Sacerdote viviente (7.25). La familia de Dios (la Iglesia) tiene un
gran sumo Sacerdote en gloria.
B. INVITACIÓN (VV. 22–25).
Hay tres afirmaciones de invitación aquí (Véanse también 6.1):
(1) «Acerquémonos» en lugar de alejarnos o deslizarnos;
(2) «mantengamos firme» nuestra profesión (testimonio) de fe (o esperanza, como dicen
algunas traducciones), sin vacilar debido a las pruebas;
(3) «considerémonos» unos a otros y, con nuestro ejemplo, estimulando a otros creyentes a ser
fieles a Cristo.
Debemos estimularnos al amor (Véanse 1 Co 13.5). La confianza que tenemos en el cielo debe
guiarnos al crecimiento y a la dedicación espiritual en la tierra. Parece que estos creyentes,
debido a las pruebas, estaban descuidando el compañerismo cristiano y el estímulo mutuo que
los creyentes necesitan el uno del otro. Puesto que Cristo es nuestro sumo Sacerdote y porque
somos un reino de sacerdotes (1 P 2.9), debemos congregarnos para la adoración, la
enseñanza y para rendir culto y servicio. El judío del AT no podía entrar en el tabernáculo y el
sumo sacerdote no podía entrar en el Lugar Santísimo cuando quería. Pero, mediante el
sacrificio de Cristo, tenemos un camino vivo al cielo. Podemos llegarnos a Dios en cualquier
momento. ¿Aprovechamos este privilegio?
C. EXHORTACIÓN (VV. 26–39).
Esta es la cuarta de las cinco exhortaciones (Véanse el bosquejo). Advierte en contra del
pecado voluntario. Por favor, recuerde que esta exhortación es para los creyentes, no para los
inconversos, y se relaciona a las otras tres exhortaciones anteriores. Los cristianos indiferentes
empiezan a alejarse debido a la negligencia; luego dudan de la Palabra; después se endurecen
contra la Palabra; y el siguiente paso es el pecado deliberado y el rechazo de la herencia
espiritual. Nótense los hechos importantes de este pecado en particular. No es uno que se
comete una sola vez; «si pecáremos voluntariamente» en el versículo 26 debe entenderse
como «voluntariamente queremos seguir pecando».
Es el mismo tiempo gramatical continuo como en 1 Juan 3.4–10: «El que peca continua y
habitualmente no ha nacido de Dios». Así, este pasaje no se refiere al «pecado imperdonable»,
sino de una actitud hacia la Palabra, actitud a la cual Dios llama rebelión voluntaria. En el AT no
había sacrificios para los pecados deliberados, con presunción (véanse Éx 21.14; Nm 15.30).
Los pecados de ignorancia (Lv 4) y los que resultaban de los arranques de pasión estaban
cubiertos; pero los pecados voluntarios merecían sólo el castigo.
El versículo 29 nos recuerda que Dios tiene en alta estima nuestra salvación (y el
derramamiento de la sangre que la compró). El Padre valora a su Hijo; el Hijo vertió su sangre;
el Espíritu aplica al creyente los méritos de la cruz. Para nosotros, el pecado voluntario es pecar
contra el Padre y el Hijo y el Espíritu. El escritor cita a Deuteronomio 32.35, 36 para mostrar que
Dios, en el AT, tuvo el cuidado de que su pueblo (no los inconversos) cosechara lo que
sembraba y fuera juzgado cuando desobedeciera voluntariamente. El hecho de que era su
pueblo del pacto hacía que sus obligaciones fueran mucho mayores (Am 3.2). Dios juzga a su
pueblo; véanse Romanos 2.16; 1 Corintios 11.31, 32 y 1 Pedro 1.17. Por supuesto, esto no es el
juicio eterno, sino más bien su castigo en esta vida y la pérdida de recompensa en la venidera.
Nótense los versículos 34–35, en donde el escritor enfatiza la recompensa por la fidelidad, no
por la salvación. Véanse también 1 Corintios 3.14, 15; 5.5; 9.27 y 11.30.
En los versículos 32–39 (como en 6.9–12) da una seguridad maravillosa a estos creyentes de
que sus vidas habían demostrado que verdaderamente habían nacido de nuevo. Estaban entre
los que habían puesto su fe en Cristo (Hab 2.3, 4) y por consiguiente no podían «salir» como lo
hicieron los que en realidad no eran salvos (1 Jn 2.19). Su destino es la perfección, no la
perdición, debido a que tienen a Cristo en sus corazones y esperan su venida.

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