Sanchis Sinisterra - Monólogos
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Fragmento
PEDRARIAS Fue Lope de Aguirre vizcaíno y, según él decía, hidalgo y natural de Oñate,
pero, juzgándolo por sus obras, fue tan cruel y perverso que...<O:P</O:P
ANA ¿Será Lope de Aguirre, como él dice, la ira de Dios?<O:P</O:P
ELVIRA A llevar la justicia a los pobres y esclavos, y a los viejos soldados como él,
gastados por las guerras y maltratados por el Rey y sus ministros...<O:P</O:P
ANTON ¿En qué parará quien no se avenga con la felicidad que le
ofrecemos?<O:P</O:P
INÉS Es aquel vizcaíno pequeño de cuerpo y de ruin talle de cuyos voceríos te
burlabas...<O:P</O:P
PEDRO Para llegar al umbral de esta aventura, de este sueño, de este río...<O:P</O:P
FERNANDO Que ya no habrá más bandos, ni disensiones, ni muertes...<O:P</O:P
MARAÑON En parte por ser yo, no te lo niego, amigo de esperar a ver qué pasa, de no
precipitarme, de no bañarme hasta saber hacia qué lado corre el agua...<O:P</O:P
— Levantando gente y aprestando las cosas necesarias para la jornada...<O:P</O:P
PEDRO Quince años de sueños aplazados, de trabajos y fatigas mezquinas...<O:P</O:P
— ¡Pedro de Ursúa gobernador de Eldorado y Omagua, Dios te perdone!<O:P</O:P
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(Silencio).<O:P</O:P
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PRIMER MONÓLOGO
Bueno está, bueno está: si quieren que me calle, me callaré. Punto en boca, ni más
media palabra. La Juana Torralva se ha quedado muda. Muda, pero manca no, claro es,
ni tampoco coja, claro es: los brazos y las piernas que no paren, que trabajo no falta.
Toda la casa encima de la Juana Torralva, pero muda. A deslomarse de sol a sol, pero
muda. Ella no es quién para enmendar al amo, ni para revolverle los humos a la niña. A
los pucheros sí, y a los manteles y vestidos todo lo que guste. También a las gallinas
puede hablarles, si es su gusto, pero con las personas, punto en boca.
¿Quién le pide opinión a una sirvienta? Que no otra cosa soy, pese a quien pese, por
más que me titulen dama de compañía. Ya ves qué compañía y qué dama y qué encajes
de Holanda. Menos que yo trasiegan las indias de la casa que, en cuanto se avecina
algún trabajo duro, ¡zas!, a la plaza volando a buscar agua. Y quédate esperándolas,
que te dan las diez y las once y las doce, y el amo que requiere el almuerzo, y la niña
que pide sus enaguas limpias, y la Juana Torralva hecha negra de granjería, con los
lomos tronzados por atender a todo. Pero luego: chitón, cierra la boca, nadie te ha dado
vela en este entierro.<O:P</O:P
Y nunca mejor dicho, pese al cielo, que entierro ha de volverse esta locura. ¿Son años
todos los que tiene encima ese hombre, que rondan los cincuenta, para extraviar los
huesos por ese río del fin del mundo y para andar peleando con infinitos indios paganos?
¿Es ése modo de entrar como Dios manda en la vejez? Pero ve y díselo, Juana Torralva,
dile sensatamente lo que le importa y te oirás decir: «A callar y a tus cosas,
metementodo, que yo se muy bien lo que conviene a mí y a los míos». Pues muy bien,
si señor, vuestra merced lo manda y es el amo, y la Juana Torralva cierra el pico y no
vuelve a decir esta boca es mía.<O:P</O:P
Callada como una muerta, si señor, aunque me salten en la boca mil razones que le
digan cómo es locura ir a perderse él en tal empresa, pero muy más locura es arrastrar
consigo a esa hija suya, a mi niña Elvira que, aunque mestiza, tiene más alma dentro
con sus quince años que todos los Aguirres de Araoz de Oñate con sus siglos a cuestas.
Pero, vamos a ver, viejo empecinado: ¿no sería obra de cordura dejarla aquí en el
Cuzco, bien celada en un convento, ya que ni amigos ni parientes tienes a quien
confiársela? Yo aceptaría gustosa su cuidado, siempre que no me hicieran abrazar la
clausura, que aunque ya no soy moza, Dios lo sabe, aún no me pide el cuerpo ser
amojamado. ¿Y tú mismo, testarrón vizcaíno, no estuvieras mejor zurciendo las heridas
y lavando los pecados de tus pasados alborotos en esta villa que al fin parece calma?