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Repartido Platón-1

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Prof.

Lucía Belver, filosofía

¿Qué es lo que existe? ¿Qué es lo que es?

Platón
Filósofo griego, nacido en la ciudad de Atenas, en el 427

a.C. Su nombre real era Aristocles, pero es conocido por su

apodo Platón, que significa el de anchas espaldas.

Descendiente de una vieja familia aristocrática, educado por

tanto, en diversas áreas del conocimiento.

En cuanto a su educación filosófica será Sócrates quien

ejerza una influencia capital en su pensamiento y se

convierta en su gran maestro. Tras la muerte de Sócrates, Platón abandona Atenas por más

de diez años y viaja por diferentes regiones entablando relación con distintos pensadores.

En el año 387 a.C., habiendo regresado a Atenas, funda su escuela que recibirá el nombre

de La Academia. Allí permaneció durante veinte años, dedicado al estudio y la enseñanza.

Muere en Atenas próximo a los 80 años en el 347 a.C.

La política como motor de su filosofía.

La política constituye un móvil fundamental dentro del pensamiento platónico. Durante su

juventud Platón se acerca a los dos regímenes que gobernaron en Atenas en esa época

(primero el gobierno de los treinta tiranos y luego la democracia) y ante la desilusión que le

generan ambos se embarca en la búsqueda, desde lo teórico y casi nunca desde lo práctico,

de un fundamento universal para crear un sistema político justo, perfecto.

En este sentido, la República constituye ante todo una obra en la cual Platón expone la

conformación de un sistema político ideal. Así, si bien el texto no sólo está atravesado por

teorías políticas sino también estéticas, éticas, antropológicas, metafísicas, gnoseológicas y

ontológicas, todas ellas aparecen de algún modo al servicio de la primera.

Esta preocupación por encontrar los fundamentos de un sistema político justo lo lleva a la

búsqueda de establecer qué es la justicia, lo que deviene a su vez en la búsqueda de los

fundamentos de todo lo existente y a la elaboración de una propuesta ontológica.

1
Platón afirma que la verdad efectivamente existe ya que por algo la utilizamos como marco

de referencia: cuando decimos, por ejemplo, que determinada acción es más justa que otra,

o que una acción es injusta es porque utilizamos como referencia una idea de justicia con la

cual contrastamos dichas acciones.

Por otro lado sostiene que la verdadera justicia (así como la verdad acerca de todas las

cosas) no puede existir en esta realidad en la que vivimos ya que la verdad no puede

cambiar (algo no puede ser justo en algún momento y en otro no) sin embargo en esta

realidad todo es cambiante, nada permanece inmutable (hay de hecho varias concepciones

acerca de la justicia) por lo tanto la verdadera justicia no puede existir en esta realidad.

Si la verdadera justicia efectivamente existe, pero no puede existir en esta realidad

cambiante, entonces existe otra realidad, de caracter inmutable, en la cual se encuentra el

ideal de justicia, así como el ideal de todas las cosas existentes, concluye Platón.

De este modo Platón establece un dualismo ontológico: argumenta que hay dos

realidades, o dos niveles de lo real. Una de estas será la “realidad sensible” y otra la

“realidad inteligible”.

La realidad sensible es la compuesta por todo aquello que podemos percibir mediante los

sentidos y las sensaciones, es fundamentalmente material.

La realidad Inteligible en contraposición no es material por lo cual es inteligible ya que sólo

puede ser conocida a través de la inteligencia, la razón.

“Lo múltiple decimos que es visto, pero no concebido, y de las ideas, en cambio, que son

concebidas pero no vistas.” (República, libro VI)

“La idea (ser inmutable) se aprehende con la inteligencia, la mudable apariencia con la

sensibilidad.” (Timeo)

Esta realidad está constituída por las Ideas correspondientes a las cosas existentes en la

realidad sensible, estas Ideas son la esencia perfecta de cada cosa. Entendiendo por

esencia al conjunto de características imprescindibles que hacen que algo sea de ese modo

y no de otro, las Ideas son perfectas en tanto tienen esas características esenciales en su

grado máximo.

2
Platón afirma que la realidad sensible ha sido creada como copia o imitación de la realidad

inteligible que se constituye como su modelo. Por lo tanto, todo lo que conforma esta

realidad tiene un grado inferior del ser, es una imitación de algo perfecto que nunca logrará

realizar en su máxima expresión.

Si las cosas sensibles son lo que son, es porque han sido creadas a partir de su Idea

correspondiente, porque participan de esa Idea o se asemejan a ella: “Una cosa no es bella

por sí misma sino porque participa de lo Bello en sí” (Fedón)

Sin embargo, decimos que las Ideas son en

sí, esto significa que no necesitan de otro

para existir, las Ideas son el máximo grado

del ser, son el fundamento de todo lo que

existe y no necesitan de otro para ser, se

sustentan a sí mismas y son por sí mismas

sin necesidad de participación en cosa

alguna. En este sentido, la realidad

inteligible es superior a la realidad sensible

no sólo porque la primera es perfecta y la

segunda no, sino también en un sentido

ontológico ya que las Ideas son el

fundamento de la existencia de la realidad

sensible.

3
Selección del Libro VII de República de Platón, texto conocido como la “Alegoría de la

Caverna”.

“-Y a continuación -seguí- compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a

la educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza. Imagina una especie de

cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se

extiende a lo ancho de toda la caverna y unos hombres que están en ella desde niños,

atados por las piernas y el cuello de modo que tengan que estarse quietos y mirar

únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos,

la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los

encadenados, un camino situado en alto; y a lo largo del camino suponte que ha sido

construido un muro parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público,

por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas.

-Ya lo veo -dijo.

-Pues bien, contempla ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan

toda clase de objetos cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o

animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de materias; entre estos portadores

habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.

4
-¡Qué extraña escena describes -dijo- y qué extraños prisioneros!

-Iguales que nosotros -dije-, porque, en primer lugar ¿crees que los que están así han visto

otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego

sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?

-¿Cómo -dijo-, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las

cabezas?

-¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?

-¿Qué otra cosa van a ver?

-Y, si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a

aquellas sombras que veían pasar ante ellos?

- Forzosamente.

-¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez

que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino

la sombra que veían pasar?

-No, ¡por Zeus! -dijo.

-Entonces no hay duda -dije yo- de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más

que las sombras de los objetos fabricados.

-Es enteramente forzoso -dijo.

-Examina, pues -dije-, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su

ignorancia y si les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a

levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz y cuando, al hacer

todo esto, sintiera dolor y, por causa del encandilamiento, no fuera capaz de ver aquellos

objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le dijera alguien que antes

no veía más que sombras insignificantes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la

realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera

mostrándole los objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué

es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado

le parecería más verdadero que lo que entonces se le mostraba?

-Mucho más -dijo.

5
-Y, si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que

se escaparía volviéndose hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría

que éstos son realmente más claros que los que le muestran?

-Así es -dijo.

-Y, si se lo llevaran de allí a la fuerza -dije-, obligándole a recorrer la áspera y escarpada

subida, y no le dejaran antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que

sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado y, una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan

llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las que ahora llamamos

verdaderas?

-No, no sería capaz -dijo-, al menos por el momento.

-Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. Lo que

vería más fácilmente serían, ante todo, las sombras, luego, las imágenes de hombres y de

otros objetos reflejados en las aguas, y más tarde, los objetos mismos. Y después de esto le

sería más fácil el contemplar de noche las cosas del cielo y el cielo mismo, fijando su vista

en la luz de las estrellas y la luna, que el ver de día el sol y lo que le es propio. -¿Cómo no?

-Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus imágenes reflejadas en las aguas ni en otro

lugar ajeno a él, sino el propio sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo, lo que él

estaría en condiciones de mirar y contemplar.

-Necesariamente -dijo.

-¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus

antiguos compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y

que les compadecería a ellos?

-Efectivamente.

-Ahora fíjate en esto -dije-: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento,

¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas como a quien deja súbitamente la luz del

sol?

-Ciertamente -dijo.

(…) -Y, si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente

encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado

todavía los ojos, ve con dificultad -y no sería muy corto el tiempo que necesitara para

acostumbrarse-, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto

6
con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión?

¿Y no matarían, si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara

desatarles y hacerles subir?

-Claro que sí-dijo.

-Pues bien -dije-, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh, amigo Glaucón!, a lo que se

ha dicho antes; hay que comparar la región revelada por medio de la vista con la

vivienda-prisión y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol. En cuanto a la

subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de éste, si las comparas con la

ascensión del alma hasta la región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre. En fin,

he aquí lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con

trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa de

todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas, que, mientras en el mundo visible ha

engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la soberana y productora

de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder

sabiamente en su vida privada o pública.

-También yo estoy de acuerdo -dijo-, en el grado en que puedo estarlo.

-Pues bien -dije-, dame también la razón en esto otro: no te extrañes de que los que han

llegado a ese punto no quieran ocuparse en asuntos humanos; antes bien, sus almas

tienden siempre a permanecer en las alturas, y es natural, creo yo, que así ocurra, al menos

si también esto concuerda con la imagen de que se ha hablado.

-Es natural, desde luego -dijo.

-¿Y qué? ¿Crees -dije yo- que haya que extrañarse de que, al pasar un hombre de las

contemplaciones divinas a las miserias humanas, se muestre torpe y sumamente ridículo

cuando, viendo todavía mal y no hallándose aún suficientemente acostumbrado a las

tinieblas que le rodean, se ve obligado a discutir, en los tribunales o en otro lugar

cualquiera, acerca de las sombras de lo justo o de las imágenes de que son ellas reflejo y a

contender acerca del modo en que interpretan estas cosas los que jamás han visto la

justicia en sí?

-No es nada extraño -dijo. (…)

7
En consonancia con su dualismo ontológico hallamos en el pensamiento platónico un

dualismo antropológico, es decir, una concepción dual sobre el ser humano. También en el

humano coexiste una doble naturaleza que se emparenta con la doble naturaleza de lo real.

Por un lado, una de carácter material y mortal (el cuerpo) y por otro una de carácter

inmaterial e inmortal (el alma). Mientras que el cuerpo me vincula con la realidad sensible

ya que es a través de él que la percibo y es debido a él que estamos inmersos en la misma;

el alma es la parte del ser humano que participa de la realidad inteligible y la que nos

permite relacionarnos con la misma, conocerla.

Como no es muy difícil imaginar, las valoraciones que se realizan son también análogas,

otorgándosele al alma un lugar de primacía y centralidad en contraposición del cuerpo al

que se lo concibe como una cárcel para el alma, fuente de error y de innumerables males.

“Por ello, mi única y exclusiva misión ha sido, en efecto, el ir por esas calles

persuadiendolos, jóvenes o viejos, que no os preocupéis de vuestro cuerpo ni de vuestra

fortuna con el interés que debéis hacerlo de vuestra alma, con objeto de volverla tan buena

como sea posible.” (Apología de Sócrates)

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