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Es Fácil Asumir Una Posición Inmanentista Del Ser. Rev1

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¿Es fácil asumir una posición inmanentista del ser?

Desde que el ser humano tuvo la consciencia necesaria para cuestionarse las cosas
aparecieron sistemas de explicación que atribuían a causas externas, intangibles y
metafísicas el origen y el fin de todo. Es así como todo aquello que escapaba a la incipiente
comprensión de una especie llevada por la selección natural a depender de mecanismos de
adaptación más “intelectuales” por así decirlo, que físicos para la supervivencia era
pensado en términos animistas, por ello es que encontramos en cualquier civilización
pasada, por antigua que sea, todo un sistema explicativo que trataba de responder a
preguntas sobre asuntos de la naturaleza. En algunos casos la naturaleza misma era la causa
de todo, pero en un sentido animista, es decir, considerándola como un ente con voluntad y
pensamiento.

En este sentido, existe una pregunta que desde el principio de la humanidad ha cuestionado
a la especie: es la pregunta por el origen de todo lo conocido; ésta ha hallado respuesta en la
mitología, en donde culturas y pueblos en todo el mundo sitúan su propia descripción de la
creación del mundo, lo curioso es que establecer una primera aparición de estos mitos
acerca del principio de todo es igual de trabajoso que explicar la génesis misma y el
aventurar una suposición nos pondría en el mismo lugar de aquellos que a lo largo de la
historia han recurrido a este tipo de explicaciones.

A lo que queremos llegar es a que siempre las preguntas por el origen supondrán un
problema para quién intente responderlas, nadie estuvo allí y si alguien hubiese estado lo
más probable es que no considere necesario plasmar lo allí sucedido, pues no se tiene idea
de lo que pasará después, a menos que sea un dios que ve el futuro, que es lo que nos
quieren vender como lo novedoso o interesante de los dioses del libro, pero eso es otro
tema, pero dado el caso de que pudiera verlo: ¿por qué no dejar registro de una vez de lo
que pasó, en lugar de usar a un “escriba divinamente iluminado” unos milenios después?
No es lógico.

Dejando claro que no es posible tener un origen claro y veraz de las cosas y del mundo, lo
que queda es pasar a observar el fenómeno de las explicaciones mitológicas; el cómo
surgieron es un misterio igual de grande que el origen mismo, como ya hemos dicho; lo que
nos importa entonces es analizar sus repercusiones actuales, ya que es ese mismo principio
explicativo del que se valen las religiones para ganar adeptos.

Algo en lo que se tiene cierto consenso es en que las explicaciones mitológicas nacen, a
parte de la imposibilidad de pensar el origen del mundo en términos racionales (algo difícil
incluso en nuestro tiempo), por un temor desmedido a la muerte, esto explica el por qué un
mito de origen también es un mito del fin, y en este sentido la existencia se convierte en el
producto de un proceso que ya tiene determinados límites y propósitos, propósitos que le
sirven al ser superior de turno y en los que solo importa el alma, espíritu o como sea que en
otra cultura lo llamen, dejando al cuerpo como cárcel, receptáculo o máquina de la que se
sirve ésta para interactuar con el mundo físico.

Ahora, en nuestro tiempo las cosas no han cambiado mucho en cuanto a la necesidad de
explicar conceptos como principio, fin y propósito; pero en lo que sí han cambiado es en la
forma en que estos conceptos se asumen. Diríamos que los sistemas de explicativos que
sirven a estos fines ya se hallan consolidados, por lo cual una posible respuesta no resulta
tan abrumadora, pues ya se pensó esa respuesta y el sujeto la tiene, sin cuestionarse, sin
preocuparse. Basta con hablar con un religioso, de esos que creen tan ciegamente que,
interpretando un poco al Marqués de Sade en diálogo entre un sacerdote y un moribundo,
“ven todo claro” para darse cuenta de que estas preguntas no les resultan abrumadoras; si se
le pregunta si teme a la muerte, éste contestará orgulloso que no, pues cuando llegue tendrá
la vida eterna, el eterno descanso y la felicidad completa, la plenitud encarnada, todo esto,
al lado de quién creó todo.

Siendo así las cosas ¿para qué preocuparse?: ¡para nada!, no se teme a la muerte porque
simplemente la muerte no llega, es solo un cambio de estado, cambio al que es fácil
acceder, solo hay que hacer la “santa voluntad del creador”, ¡así cualquiera! Y eso es lo
realmente atractivo.

Entonces, ¿para qué perder tiempo en explicarle a alguien una teoría inmanente del ser? No
sirve de nada, quien tiene la venda de su religión pegada a sus ojos no entenderá nunca que
el sentido de su existencia está en su propio ser, no en seres externos y caprichosos,
simplemente para él no es posible creerlo, pues ¿para dónde se va uno después de morir?:
reaparece el miedo, se vuelve de nuevo abrumadora la respuesta.

Es claro que no es posible, al menos no todavía, que una posición inmanentista del ser sea
aceptada por la gente fácilmente, pues el hecho de asumirse como dueño de su propio
sentido, o en palabras de Spinoza, ser su propia divinidad, su causa inmanente es algo que
le implica al sujeto separarse de aquella idea errada de trascendencia, en la que esta es la
consecuencia de una vida apegada a los caprichos de un creador y consiste en otra vida
después de la vida, pues la muerte no existe; y decimos que es errada porque preferimos
proponer que la verdadera trascendencia consistiría en un legado, así se es trascendente
para quienes “quedan” pero finalmente su existencia se reduce al tiempo que se estuvo en
vida.

Alguien diría que existir tan poco sería simplemente no existir, la existencia se apega a la
existencia, por eso siempre será cómoda una postura en la que la existencia es infinita, por
ello no es fácil asumir una posición inmanentista del ser.

Por: Carlos Esteban Rincón Cruz.

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