ANALISIS DEL CASO ANA ESTRADA Completo
ANALISIS DEL CASO ANA ESTRADA Completo
ANALISIS DEL CASO ANA ESTRADA Completo
11. EL DOLOR
El sufrimiento físico o psicoló gico puede generar un dolor trascendente, esto es que afecte a la
condició n humana misma, a la dignidad. Frente a ello es un derecho el no sufrir ese dolor, sea
por causa de un tercero, del Estado, de una situació n estructural o de su salud.
“La vía negativa a la que se refiere Vásquez supone entender que la dignidad lo que viene a fijar
es algo así como un “umbral mínimo”, ciertos “mínimos inalterables” vinculados con “nociones
negativas” como las de privación, enajenación, vulnerabilidad o incapacidad y que podrían
resumirse en esta fórmula: “no ser tratado con crueldad, ni con humillación”. Aclara además
que, si enfatiza la vía negativa, es porque “quizá los liberales hemos puesto el acento,
unilateralmente, en la versión positiva del liberalismo con el concepto de autonomía”, lo que
supone haber descuidado “la otra cara del liberalismo”, lo que Judith Shklar llamo “el
liberalismo del miedo” y que significa precisamente la ausencia de temores, o sea, de nuevo el
“ser tratados sin crueldad y sin humillación”.
Los seres humanos tenemos claro que, la enfermedad es sinó nimo de
dolor y má s que eso, es la referencia má s cercana al final del ciclo vital. Si bien la salud, es
también un concepto no pacífico y discutible, todo ser humano, percibe que la falta de salud es
la puerta que se abre a la muerte. Así, todo ser humano tiene ante sí dos opciones; la curació n
o la muerte. La noticia de que no hay cura, que el sufrimiento se haga intenso, que incapacite,
puede hacer que la persona se sienta sumida en una situació n que perciba como la pérdida de
su dignidad o que esa forma de morir afecte severamente su dignidad. Una percepció n
kafkiana. Así, no solo es la falta de razó n, la que generaría una pérdida efectiva de dignidad,
sino la percepció n clara por medio de la razó n, de que no es posible hacer uso de su libertad
para seguir viviendo de una manera que espera. El dolor, no es solo dolor físico.
En el caso de Ana Estrada, puede verse que narra una progresiva pérdida de sus afectos; como
la pérdida de su intimidad, la pérdida de los momentos de estar a solas consigo misma y con
sus pensamientos, el dolor físico que causan las “atenciones” e intervenciones de su
tratamiento, la paulatina pérdida de movimiento personal, la dependencia progresiva y
severa, la sensació n de ser una “carga” para su familia, la pérdida de sus amores y deseos
truncos y seguramente una lista má s larga de sufrimientos, de pérdidas, incluso de los sueñ os,
construyen en ella una percepció n de pérdida de su dignidad y de vida digna. Entonces con lo
poco que le queda, precisamente de esa libertad que está perdiendo, pide justicia, lo que para
ella significa, poner fin, en determinado momento a esa paulatina pérdida de dignidad.
Consideramos así que, esta es una razó n para que la justicia exista. El Estado, solo puede
respetar ese acto de rebeldía frente a la ley. El Estado no puede dejar de tener piedad.
El suicidio (la tentativa), no es sancionado en las normas
positivas, es impune. Si bien la moralidad religiosa de un sector, rechaza este acto, de manera
absoluta como una irreverencia a quien la otorgó , sin embargo, hay otro sector y una teoría
que admite o deja al debate en determinados casos, precisamente con base al uso de la
libertad y la dignidad. Nuestro Estado laico, el sistema jurídico Constitucional de valores cuyo
elemento central es precisamente la libertad y la dignidad, tiene una misió n má s allá del punto
vista religioso y es de la parte que nos ocupamos primero, esto es, la de hacer justicia ante el
reclamo de una persona. Habíamos dicho que, la medida de esa vida digna es la propia
persona. La medida de la intimidad, (un elemento de la dignidad), la puede dar solo la misma
persona. En la actual sociedad de masificació n de medios, muchas personas exponen sus
vivencias en los medios y redes sociales, unos má s que otros y el grado de exposició n, solo lo
pueden dar esas mismas personas, es decir, que cada quien expone lo que considera aceptable
y no publica lo que considera su intimidad. Así, solo puede reclamar y proteger el espacio que
la misma persona no expuso. De hecho, tiene derecho a proteger ese grado de intimidad que la
misma persona considera tal. Ana Estrada reclama estar un tiempo a solas, pues considera
que, tener una persona que la cuide las veinticuatro horas al día, implica también que se
restrinja o elimine su intimidad, pero hay otra parte que expone, en redes sociales, en medios
de comunicació n; habrá una parte que aú n considera que es su intimidad y tiene derecho a
proteger ese espacio, aunque minimizado, es parte de su intimidad y es una circunstancia de
afectació n a su libertad. De ello podemos concluir que aun el tratamiento en su favor, puede
tener una consecuencia que afecte otro derecho, que en algú n momento puede ser má s
apreciable o importante. De este modo, podemos concluir vá lidamente que,
existe el derecho a una vida digna, que tiene como base a la libertad y autonomía; empero, la
misma validez de este concepto, implica que exista el derecho a proyectar su vida y en ese
proyecto pensar en su final, lo que la demandante considera; una muerte digna. Algunos
podrían entenderla, como una muerte natural, una muerte heroica, una muerte trascendente,
tal vez só lo una muerte sin sufrimientos de cualquier tipo; es decir libre, como la queremos la
mayoría de los mortales. El mismo derecho que sostiene la libertad de vivir o de vivir con
libertad, sostiene el derecho a concluirla, si la vida carece de dignidad, de morir cuando aú n la
vida es digna o de no pasar una situació n de indignidad que arrastre a la muerte
indefectiblemente. En el acto de audiencia, se le preguntó a
la demandante a cerca de su estado de salud mental y de ser el caso, de su tratamiento
psicoló gico y psiquiá trico, a fin de determinar con claridad, si esta percepció n de indignidad
tenía bases en el razonamiento que ella tiene sobre su estado de salud o si
independientemente de esas bases fácticas, subyace una condició n psicoló gica ú nicamente;
pues puede considerarse que algunas personas, por cualquier causa, prefieren seguir viviendo
a pesar del dolor y deterioro. Es decir que, es preciso distinguir la percepció n basada en una
situació n específica y de dolor o limitació n física, causante del sufrimiento; respecto de una
patología psicoló gica, (depresió n), que conduzca al deseo suicida. Nuestra
legislació n, (nuevamente), no distingue entre el suicidio por causas patoló gicas de la psiquis,
respecto de condiciones reales y objetivas que determinen alcanzar el derecho que en esta
parte hemos considerado. Empero, está claro que el deseo suicida por causas patoló gicas, a lo
que tiene derecho, es a un tratamiento. Una persona que, padece de una enfermedad
momentá nea o incluso reiterada de acabar con su vida, por causas atribuibles a una patología,
luego de un tratamiento, posiblemente agradecerá a quien lo haya acudido en su momento de
crisis, cuando haya vuelto a su normalidad. La autopercepció n, en este caso no tendría bases
para acceder a un nivel de derecho a acabar con su sufrimiento por medio de la muerte, sino
por medio de un tratamiento. En caso de que la afectació n psíquica no tuviera tratamiento
efectivo, igualmente, ese deseo suicida no es atendible como un derecho, en tanto, la voluntad,
la libertad, está afectada de una distorsió n por la enfermedad que afecta precisamente su
razó n y su voluntad, que como hemos dicho, es la medida de su libertad y de su dignidad.
Como tal, no es propiamente expresió n de su voluntad. En tales casos es, ademá s, sancionable,
la asistencia al suicidio, aun cuando reú na las condiciones de piedad y petició n de parte.
La demandante sostiene como el derecho a: “decidir de manera informada
y expresa, controlar el fin de la vida debido a dolores incurables y condiciones de deterioro que
vulneran la dignidad de quien padece una enfermedad incurable, degenerativa y progresiva”,
añ ade que, este es un derecho que si bien no está inscrito en el listado de derechos
constitucionales en la Carta de 1993, ello no impide que se le considere como tal, de acuerdo a
lo señ alado en el artículo 3° de la Constitució n que establece la cláusula de nú merus apertus o
lista abierta, de derechos constitucionales al ser, la muerte, una fase esencial de la vida misma,
que no es posible mantenerse inerte ante ella, cuando la vida no merece la pena vivirla, lo que
implica solo reconocer la autonomía del individuo, de decidir su propia existencia con
dignidad. Argumenta ademá s que: “la norma constitucional que exige al Estado proteger la
vida frente a privaciones arbitrarias no se contrapone al reconocimiento del derecho
fundamental a la muerte en condiciones dignas”. Sostiene que se trata de un derecho que puede
ejercerse solo en condiciones específicas y extraordinarias, donde se busca efectivizar el
ú ltimo espacio de libertad disponible en el cuerpo y su vida, cuando prolongar la vida significa
una afectació n irreversible a su dignidad y una forma de trato cruel.
Uno de los procuradores sostiene que, el hecho de no haberse demostrado que
Ana Estrada padezca de dolores intolerables, sería fundamento para no inaplicar la norma, en
el entendido de que solo se trata de dolor físico. En efecto, Ana Estrada no ha manifestado que
padezca de dolores insufribles o intolerables, lo que padece es de una enfermedad
incapacitante, lo cual sí es físico. Está perdiendo paulatinamente la capacidad motora y
algunas capacidades orgá nicas, que algunas intervenciones como la gastrostomía son
dolorosas en algunos momentos, pero no es lo que describe como insufribles. Así, segú n el
procurador, no se cumpliría taxativamente con la parte del texto legal que dice, “que lo solicita
de manera expresa y consciente poner fin a intolerables dolores”. En caso fuese vá lida la
interpretació n del Procurador que solo puede aplicarse este artículo en caso de dolores
(físicos), intolerables, deberíamos interpretar, a contrario sensu, que en caso de que no
existiesen dolores, el homicidio piadoso no es punible, como lo es el suicidio, por falta de
tipicidad. Esta judicatura entiende así, sin que ello sea analogía, o interpretació n extensiva,
que cuando la norme dice dolores, se está refiriendo a la sensació n íntima de sufrimiento. El
dolor finalmente puede ser intolerable para algunas personas má s que para otras, frente a una
misma lesió n y los analgésicos pueden evitar significativamente el dolor, aunque en algunos
casos implique afectació n de otras sensaciones y de la conciencia.
12. HOMICIDIO PIADOSO
Se ha solicitado la inaplicació n del artículo 112 del Có digo Penal cuyo texto dice:
El que, por piedad, mata a un enfermo incurable que le solicita de manera expresa y consciente
para poner fin a sus intolerables dolores, será reprimido con pena privativa de libertad no
mayor de tres años.
Es en efecto una norma autoaplicativa; no requiere acto adicional o reglamento que viabilice
su aplicació n. En caso una persona, especialmente un médico, (responsable de su cuidado),
realice tal acto, será pasible de procesamiento y sanció n de oficio. 111. Habíamos señ alado
antes que, no se trata de un caso ya consumado donde, por ejemplo, un médico a quien se le
imputa el hecho típico, haya interpuesto una Amparo. En este caso, es la propia persona que
pide ser asistida en la consumació n de su muerte quien solicita la inaplicació n para su
cooperante. Así, el acto, no está consumado, es futuro y no inminente, (en el sentido de
pró ximo en el tiempo), má s bien condicionado a la estimació n de su pretensió n y a su propia
voluntad. Sin embargo, de acogerse la pretensió n, en el sentido de que estimar el derecho a
morir por voluntad propia, pero con ayuda, es ineludible pronunciarse sobre este extremo;
pues no tendría sentido considerar que la muerte digna es un derecho y al mismo tiempo,
aplicar la sanció n a quien ayude a cumplir ese derecho. Empero, es preciso tener en cuenta
que no se trata de un caso consumado, má s bien, se solicita su inaplicació n para el caso futuro
pero factible, de lo que considera el cumplimiento de su derecho a la muerte digna.
La demandante sostiene así que, es una norma cuyos efectos jurídicos
crean una situación inconstitucional que impide el ejercicio del derecho fundamental a decidir
las circunstancias en las que la señora Ana Estrada Ugarte desea tomar control sobre su vida y
poner fin a sus sufrimientos intolerables que experimenta producto de la enfermedad que
padece. Ello, en tanto impide a los profesionales médicos ejecutar el procedimiento médico
cuando ello sea factible y así lo decida, que también impide una regulació n sanitaria al
respecto, por lo que considera procedente. Añ ade que ninguna persona puede ser sometida a
tratamiento médico o quirú rgico, sin consentimiento previo y como tal tiene derecho a
negarse a recibir o continuar el tratamiento y a que se le explique las consecuencias de esa
negativa, de acuerdo a la Ley general de Salud, lo que constituye el reconocimiento del
derecho a la autodeterminació n y de tomar una decisió n consentida e informada, pero que
ademá s, implica que el Estado asume el reconocimiento de que su deber de proteger la salud y
la vida de las personas es desplazado por el derecho a la autonomía del individuo, pasando del
modelo de beneficencia de la ética médica al modelo de la autonomía que toma a la persona,
como la má s capacitada y legitimada para decidir en base a sus valores y creencias personales.
La regla señ alada solo tiene como excepció n los casos de emergencia, donde no es necesario
recabar el consentimiento informado del paciente o cuando existe riesgo comprobado para la
salud de terceros o de grave riesgo para la salud pú blica, lo que implica que este derecho tiene
su límite en el derecho de los terceros. Reitera que, su pedido no es que la dejen morir
rechazando los tratamientos requeridos en su caso, sino que el Estado le permita controlar y
decidir en uso de su autonomía y en ejercicio del libre desarrollo de su personalidad, así como
a su derecho a no recibir tratos crueles e inhumanos y que, para la materializació n de ello,
requiere que la participació n de terceros, no sea criminalizada.
Cita el caso de la Sentencia 970-14 del Tribunal
Constitucional de Colombia, donde se dispuso la creació n de comités cuyas funciones fuesen
las de acompañ ar a la familia y al paciente en ayuda psicoló gica, médica y social para que la
decisió n no genere efectos negativos, atenció n que debe ser constante, durante las fases de
decisió n y ejecució n del procedimiento, mediante Comités de tipo científico –
interdisciplinario para el derecho a Morir con Dignidad, como garantes de todo el
procedimiento. Vamos a recoger
de la demanda, también las definiciones; teniendo el concepto de: A. Suicidio asistido o auxilio
al suicidio, como la acció n del tercero que, sin contribuir a la formació n de voluntad del
suicida, lo ayuda a que se concrete. Distinto a la instigació n al suicidio donde el tercero
“siembra la idea”, penalizado en el artículo 113 del Có digo Penal. B. La eutanasia; que supone
la intervenció n de un profesional médico a petició n expresa del paciente que padece de
enfermedad incurable y que procura poner fin a sus dolores. C. El homicidio piadoso,
tipificado en el artículo 112 del Có digo Penal como delito al que por piedad mata a un enfermo
incurable que le solicita de manera expresa y consciente poner fin a sus intolerables dolores,
D. cuidados paliativos. “un planteamiento que permite mejorar la calidad de vida de los
pacientes (adultos y niños) y sus allegados cuando afrontan los problemas inherentes a una
enfermedad potencialmente mortal, planteamiento que se concreta en la prevención y el alivio
del sufrimiento mediante la detección precoz y la correcta evaluación y terapia del dolor y otros
problemas, ya sean estos de orden físico, psicosocial o espiritual” y E. Muerte en condiciones
dignas: Acorde a la Corte Constitucional de Colombia, es un derecho que garantiza que, “luego
de un ejercicio sensato e informado de toma de decisiones, la persona pueda optar por dejar de
vivir una vida con sufrimientos y dolores intensos”.
13. EL TIPO PENAL CUESTIONADO, EN LA DOCTRINA
Existe ya un largo debate en sede nacional sobre este artículo, donde los juristas, se han
mostrado mayoritariamente críticos. Así; para Javier Villa Stein10, este tipo penal se
incorpora en el Có digo Penal de 1991 y considera que: “Al codificador se le pasó por alto la
eventual anticonstitucionalidad del tipo penal creado pues la Constitución de 1979, consagraba
en su Art.2 él «derecho al libre desenvolvimiento de su personalidad» y este derecho de rango
constitucional, se ve atacado en la hipótesis de una agonía o muerte indigna. Respecto de la
Constitución de 1993, ocurre otro tanto, pues en este caso se colisiona el tipo penal del homicidio
pietista, con lo dispuesto. Con el Art. 1 del estatuto peruano que consagra «la defensa de la
persona humana y el respeto a su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado» pues
se mata por piedad y en precisa salvaguarda de la vida y muerte digna, este acto de supremo
amor no puede ser castigado sin caer en la inmoralidad y la estupidez. El artículo 2 del estatuto
peruano asimismo defiende el libre desarrollo de la persona, derecho que igualmente se pone a
salvo en la dogmática, pero justa hipótesis del homicidio por piedad”.
El ex Juez hace ademá s un aná lisis y recuento de las distintas
figuras que pueden darse dentro de este artículo del có digo penal, sobre las que también nos
ocuparemos má s adelante, para determinar los casos de interpretació n conforme a la
constitució n o en contra de la misma, a fin de determinar su inaplicació n. Es de notar también
que concluye con un breve comentario sobre el principio de oportunidad y su aplicació n al
caso. Es interesante un artículo de Reyna Alfaro11, por el
recuento que hace de los juristas peruanos y su posició n u omisió n al respecto, denotando la
tendencia mayoritaria por la descriminalizació n; citando a Salinas Siccha, Villavicencio
Terreros, Villa Stein, Chirinos soto, Bramont Arias, García Cantizano y Momethiano Santiago;
el autor por su parte sostiene: “Justamente la configuración de una especie de deber
constitucional de tutelar la vida contra la voluntad de su titular colisiona con el principio de
dignidad de la persona. La con figuración constitucional del derecho a la vida no se limita a
reconocer el derecho a vivir en términos estrictamente biológicos, si no que compren de las
condiciones de vida que, en un Estado de derecho, deben necesariamente ser compatibles con el
principio de dignidad de la persona. Esta configuración constitucional del derecho a la vida, por
otra parte, no puede vincularse a determinadas concepciones religiosas que propugnan la
santidad de la vida…” Má s adelante, sobre el bien jurídico; vida y su disponibilidad
dice: “La calificación de la vida humana como bien jurídico
absolutamente in disponible supone una suerte de reconocimiento de su absoluta falta de
relación con la voluntad de vivir de su titular, y constituye, además, una contradicción total con
la existencia de supuestos reconocidos constitucionalmente de disposición de la vida por parte
del Estado, como la pena de muerte en casos de traición a la patria durante guerra exterior”.
Resultan también importantes las consideraciones técnicas de este tipo penal, al señ alar que
su principal elemento es que es un homicidio a petició n, sea de su forma activa o pasiva, es
decir, por acció n directa u omisió n del acto necesario para que siga con vida y que determine
el alargamiento de la vida, siendo que, para el autor, estos casos no serían típicos, puesto que
no se provoca la muerte ni se adelanta la misma, solo se hace má s tolerable. Precisa que el
ú nico sujeto pasivo del delito, es un enfermo incurable, que sufre intolerables dolores y
excluyendo a las enfermedades psíquicas, puesto que resulta discutible establecer que la
expresió n de voluntad se hace en estado de conciencia. Ello implica ademá s que el
consentimiento es necesariamente expreso. Precisa ademá s que: El móvil es indudablemente el
piadoso que es uno de los sustentos del menor desvalor de la acción que justifica la menor carga
punitiva del homicidio a petición, relacionado a la menor peligrosidad del autor en relación al
homicida ordinario. No obstante, conviene recordar —con Eser— que la mayoría de
ordenamientos jurídico-penales considera irrelevante el motivo del autor para realizar el
homicidio, en la medida que lo realmente trascendente es la petición expresa de morir de la
víctima.
Asimismo, se puede comprobar que, es solo desde el actual Có digo Penal que se tipifica este
acto como delito; esto es que má s antes fue un acto no punible, pues el texto del anterior
có digo de 1924 dice: Có digo penal de 1924. Art 157. El que por mó vil egoísta instigare a otro
al suicidio o lo ayudare a cometerlo, será reprimido si el suicidio se ha consumado o
intentado, con penitenciaría o con prisió n no mayor de cinco añ os. Se observa así, que se
sanciona solo el mó vil egoísta, no el mó vil piadoso que, al no nombrarse, se entiende que no es
punible, por el principio de legalidad y tipicidad penal.
Un artículo má s extenso y muy interesante es el de Claux Roxin, con una detallada tipología de
la eutanasia y figuras relacionadas, que incluyen el tipo penal del caso que nos ocupa. Esta
resolució n no pretende ser un recuento de lo señ alado por estos juristas, por lo que tomamos
de este artículo ú nicamente la Toma de posició n, en tanto considera que:
“Por otro lado, aún hoy en día no pueden ser controladas suficientemente todas las situaciones
de profundo padecimiento (65); y suceden realmente casos en los que existe un deseo de morir
apremiante y comprensible como lo demuestran sobradamente los ejemplos ya expuestos
extraídos de la jurisprudencia. Pero se debe tener presente que, de acuerdo con el Derecho
alemán –a diferencia de lo que ocurre con la mayoría de los Ordenamientos jurídicos
extranjeros-, la complicidad en el suicidio siempre ha sido impune. La forma de intervenir
desarrollada por Hackethal (vid. supra E I) permanece bajo el Derecho vigente como la última
salida posible, cuando fracasan todos los medios para hacer superfluo el inaplazable deseo de
morir. Si en un caso de esta naturaleza quien desea morir bebe por sí mismo el vaso cuyo
contenido le depara una muerte plácida, sólo él ha dado el último paso. Esto me parece siempre
más tolerable que un homicidio ajeno legalmente institucionalizado y procedimentalmente
regulado.
Si se tiene esto en cuenta, únicamente subsisten raros y extremos supuestos en los que quepa
practicar legítimamente una eutanasia activa, por encontrarnos con una persona deseosa de
morir por estar mortalmente enferma y padecer graves sufrimientos, que ni puede ser liberada
de sus padecimientos ni está en situación de poner fin a su vida por sí misma. Así, esto puede
suceder con una persona completamente paralizada y amenazada por una muerte por asfixia.
Me parece que un caso como el resuelto por el Tribunal de Ravensburg (supra D I 4) pertenece a
esta categoría. El marido, que en este caso proporcionó la muerte a su mujer mediante la
desconexión de un aparato de respiración artificial, tampoco habría merecido pena alguna si, en
vez de la interrupción técnica del tratamiento, hubiera recurrido a su muerte directa”.
Nó tese que el jurista considera que es má s tolerable el suicidio por mano propia que el
“homicidio ajeno legalmente institucionalizado y procedimentalmente regulado”; sin embargo,
considera que en el caso en el que la persona, siendo víctima de sufrimientos desmedidos y
deseosa de morir, no puede poner fin a su vida por sí misma, que sería el caso que nos ocupa,
dice que este sería un caso “en los que quepa practicar legítimamente una eutanasia activa”.
Frente a estas posiciones existen por supuesto, opiniones en contra en la doctrina, basadas
fundamentalmente en el valor de la vida como bien absoluto y respecto del cual, diremos que
está claro que, la vida, como todo derecho, tiene límites, en nuestra constitució n, tales como la
pena de muerte en caso de guerra exterior y la defensa propia y situaciones no punibles, como
el suicidio, el duelo, el aborto terapéutico, la defensa propia y la acció n necesaria de la policía,
(actuació n conforme al deber). Aun así, es posible defender el fundamento, señ alando que
dichos límites, debieran ser abolidos. Esta judicatura, al respecto, debe expresar que, no es
posible en esta resolució n hacer una toma de posició n sobre todos los extremos, puesto que
no son materia de esta causa, no han sido expuestos por las partes y no es preciso hacer un
ejercicio académico, pues precisamente ese es el límite de una decisió n jurisdiccional, esto es,
el de no hacer pronunciamientos sobre temas que no son puestos a consideració n del Juez.
Debemos entender así, en relació n al caso en concreto que, sobre la base de lo
expuesto por la doctrina, la eutanasia en un caso como el de Ana Estrada, má s que un
homicidio piadoso, como lo denomina el tipo penal en cuestió n, es permitir que la naturaleza
humana concluya su trabajo; ello, teniendo en cuenta que, si no se le hubiera aplicado los
necesarios tratamientos a los que se le ha sometido, ella tal vez, ya habría fallecido. Estos
tratamientos eran necesarios, los ha deseado y aceptado ella misma, su familia y el Estado en
nombre de una sociedad solidaria; pero, llegado un momento en el que se ofende a su propia
dignidad y sin tener al otro lado una real posibilidad de curació n y de vida digna; solo se
llegará al punto en el que se le estará impidiendo morir naturalmente, como corresponde a
todo ser humano. El estado vegetativo, y sus similares clínicos, no son estados naturales, dicen
los médicos. De otro lado, tenemos presente que, el debate también se ha dado en
sede legislativa, así, se tiene conocimiento de la Pá gina Web del Congreso de la Repú blica que,
el 04 de marzo del añ o 2015, se presentó un Proyecto de Ley N° 04215/2014 CR, Ley que
despenaliza el homicidio piadoso y declara de necesidad pú blica e interés nacional la
implementació n de la eutanasia”, proyecto que no tuviera éxito en el trá mite parlamentario.
Así mismo, se ha tomado conocimiento por medios de comunicació n pú blicos, que se habría
presentado un nuevo proyecto de ley, recientemente, cuyo trá mite apenas inicia. No es
posible, para esta judicatura, empero, esperar o suspender el proceso, en relació n al anterior
ni al nuevo proyecto de ley, por las razones que hemos señ alado en la primera parte de esta
resolució n.
14. LA DOCTRINA DEL DOBLE EFECTO
En el debate de la eutanasia, se ha tomado, reiteradamente, como criterio de su fundabilidad,
(o infundabilidad), el principio o doctrina del doble efecto. Es de verse que, este principio, se
usa extensamente y en diversos grados. En el presente caso, nos guiaremos de Alejandro
Miranda Montesinos. Este Principio o Doctrina, nace de la situació n en que, para conseguir un
determinado fin o efecto bueno, se producirá un efecto malo, dependiendo de la
proporcionalidad de uno y otro; es lícito o no, ese acto. La doctrina viene desde Grecia,
pasando por los filó sofos escolá sticos, Santo Tomá s de Aquino y vuelve a aparecer entre la
moral y el derecho del Common Law del siglo pasado, siendo un hito el caso Vecco vs Quill de
1997, en la Corte Suprema de Estados Unidos.
En nuestro medio, los denominados límites o excepciones al derecho a la
vida, pueden fundamentarse precisamente en este principio, tales como la legítima defensa, la
actuació n conforme al deber de la policía, el aborto terapéutico y la praxis médica. En efecto,
los médicos a menudo se ven en esta disyuntiva, pues un medicamento alivia o cura un mal,
pero tiene efectos secundarios nocivos, donde tendrá que contemplar la proporcionalidad de
efecto secundario, si el efecto, secundario es insignificante, el criterio de proporcionalidad,
será sencillo, pero a medida que el riesgo o mala consecuencia se incrementa, se inicia el
debate sobre la punibilidad. Así, es necesario distinguir entre lo directamente voluntario y lo
indirectamente voluntario; esto es, lo que se quiere alcanzar, (fin) y aquellos efectos
colaterales que se debe o puede prever, pero que no es el fin ni el medio. En consecuencia, no
es responsable, de todos los efectos malos por igual, sino que existe una diferencia entre lo
que se pretende y aquello que solo se prevé y será medido en proporció n a la importancia de
la finalidad de su acció n, frente al mal causado.
El efecto malo, que prima facie sería imputable ad culpam al agente por haber sido
causado a sabiendas, deja de serle así imputable "consideradas todas las cosas". El principio
no opera, pues, como una causa de excusa, ya que el efecto malo no es causado
involuntariamente. Tal efecto es considerado en la deliberació n que precede a la elecció n de la
acció n, y el agente tiene la posibilidad física de evitarlo, absteniéndose de realizar esa acció n.
Por eso es voluntario. Pero no lo es directamente, porque no es considerado como una razó n
para la acció n, es decir, no es el efecto malo la razó n por la que el agente hace la elecció n que
hace. En este sentido, debe decirse que el efecto malo no es querido o buscado por sí mismo,
pero sí es deliberadamente aceptado.
Esta doctrina establece condiciones para su admisibilidad: 1° que el fin
del agente sea honesto; 2° que la causa sea en sí misma buena o al menos indiferente; 3° que
el efecto bueno se siga de la causa [al menos] con igual inmediatez que el malo; 4° que el
efecto bueno al menos compense al malo". A su vez, si se cumplen simultá neamente los dos
requisitos siguientes: (i) que el efecto malo no se busque ni como fin ni como medio; y (ii) que
exista una razó n proporcionalmente grave para aceptarlo. En Summa theologiae, (II—11, q.
64, a. 7, c,) donde expone las razones para probar que no es ilícito a alguien matar a un
hombre en defensa de sí mismo. Dice allí santo Tomá s que "nada impide que un
solo acto produzca dos efectos (duos effectus), de los cuales solo uno sea intencional (sit in
intentioné) y el otro esté fuera de la intenció n (praeter intentionem). Tal cosa es precisamente
lo que sucede en el caso de la defensa occisiva, pues "del acto de alguien que se defiende a sí
mismo pueden seguirse dos efectos (duplex effectus): uno, la conservació n de la propia vida;
otro, la muerte del agresor" Ahora bien, para que la defensa sea lícita es necesario que exista
una debida proporció n entre la acció n y su fin, ya que "un acto que proviene de buena
intenció n puede hacerse ilícito si no es proporcionado al fin (proportionatus fini). El agente
debe estar má s obligado a conseguir el primero que a evitar el segundo: Francisco de Vitoria,
recoge la distinció n entre matar per se (o ex intentione) y matar per accidens (o praeter
intentionem) y recurre a ella, en su tratamiento del ius in bello, para justificar la aceptació n de
bajas civiles como efecto colateral de acciones bélicas. Se da un debate sobre si existen
bienes o derechos absolutos, John Finnis, dice que; una doctrina de esta naturaleza elimina
por su base la posibilidad de que existan derechos humanos absolutos (como el derecho a no
ser privado directamente de la vida como medio para ningú n fin ulterior, y otros que
constituyen la garantía de la dignidad de las personas), ya que, segú n ella, no hay formas de
tratar a un ser humano respecto de las cuales se pueda decir que, cualesquiera que sean las
consecuencias, nadie debe ser jamá s tratado de esa forma. El juicio de proporcionalidad o
la ponderació n no puede medir o comparar bienes de manera simple. Alguien puede
defenderse matando a cinco agresores; y la madre puede someterse a la quimioterapia a pesar
de que espere mellizos. Dos muertes no son peor ni mejor que una.
Así, en la sistematizació n comú n de estos autores se dice que la causa o razó n excusante (i.e.,
el efecto bueno) debe ser tanto mayor cuanto: (i) más grave es el efecto malo; (ii) más próximo
es el efecto malo; (iii) más seguro es que se seguirá el efecto malo; y (iv) mayor es la obligación
de impedir el efecto malo. Si el militar, sin otra razó n, elige la bomba de mayor potencia, eso no
puede ser sino señ al de que intentaba la muerte de los civiles, a lo menos como fin secundario
o suplementario de su acció n. Por el contrario, la falta de proporció n entre el efecto bueno y el
efecto malo no implica necesariamente que el agente intente el efecto malo. De lo glosado,
sobre las tesis este autor, Alejandro Miranda, podemos concluir que; desde la decisió n que un
médico toma para recetar a un paciente un medicamento con efectos adversos, hace una
valoració n del bien que decide proteger, considerando en este caso que, el efecto adverso es
menor o má s soportable, frente al beneficio que se pretende lograr; de ello pasar a la
valoració n del excesivo sufrimiento, frente a una vida indigna, es cuestió n de asumir cuá l es el
bien de menor valor y por tanto a sacrificar.
15. EL PRINCIPIO DEL DOBLE EFECTO Y LA EUTANASIA
Se distingue la eutanasia voluntaria y el suicidio médicamente asistido, cuyo objeto es matar
al enfermo para poner fin al sufrimiento; de la sedació n terminal o los tratamientos paliativos
del dolor que pueden acortar la expectativa de vida, pero que busca ú nicamente aliviar su
dolor, aunque en ellas el agente prevea el efecto colateral muerte. John Finnis14 dice que,
existe una diferencia moral y jurídica fundamental.
En los casos Rodríguez vs. British Columbia (1993) y Vacco vs. Quill (1997), las
Supremas Cortes de Canadá y de los Estados Unidos, respectivamente, apelan a la distinció n
entre intenció n y efecto colateral para justificar el distinto tratamiento que da el Derecho a la
eutanasia o al suicidio asistido, por una parte, y a los tratamientos paliativos que aceleran o
pueden acelerar la muerte, por la otra. Un debate adicional es la determinació n de la
intenció n, pues bajo esta doctrina, el juicio de proporcionalidad mide el efecto má s que la
intenció n. El principio del doble efecto en la protecció n constitucional de los derechos
fundamentales es de una aplicació n extensiva, en la que el principio se emplea como criterio
para juzgar la conformidad de las leyes u otras disposiciones inferiores con los preceptos
constitucionales. En el moderno derecho constitucional, el principio de proporcionalidad,
tiene su antecedente, en esta doctrina del doble efecto. Un ejemplo fue el caso de dos personas
que cuestionaban la prohibició n de drogas, alegando que era parte de su rito religioso; sobre
lo que la suprema Corte de EEUU resolvió que si la intenció n de la prohibició n, no estaba
dirigida a afectar la religió n, pero esta tenía un efecto colateral, no había afectació n de le
Primera enmiendo que protege el derecho de culto.
En otro artículo 15 el mismo autor hace una má s extensa
explicació n con aplicació n del principio de dignidad humana, considerando que, si bien hay
una faz prohibitiva de este principio, segú n la cual, existen derechos absolutos, que siempre
estará prohibido afectar, empero existe una faz permisiva. Así, en el ejemplo del homicidio,
esta teoría vendría a decir que se viola la dignidad humana en el homicidio del inocente y, es
siempre injusto, si esa muerte es un efecto colateral previsto de lo que el agente elige.
Una posició n que niegue tanto el consecuencialismo como la
faz permisiva del PDE só lo podría decir que el homicidio, como acto siempre prohibido,
consiste en (a) realizar una acció n positiva de la que se sigue previsiblemente la muerte de un
ser humano inocente, o en (b) optar por un curso de acció n (acció n positiva u omisió n) del
que se sigue previsiblemente la muerte de un ser humano inocente. Sin embargo, una norma
absoluta que prohíba (b) debe descartarse, pues es imposible de cumplir. Así, un médico que
só lo puede salvar la vida de la madre con una acció n de la que se sigue la muerte del feto, y
viceversa, sería necesariamente culpable de homicidio, lo que es absurdo. Una prohibició n
absoluta de (a) no produce tal incoherencia, ya que siempre puede cumplirse mediante la
omisió n. Con todo, cabe objetar que la distinció n acció n/omisió n só lo implica diferencias en el
orden de la causalidad física, por lo que no hay razones para sostener que un agente, obligado
prima facie a evitar dos efectos colaterales malos, esté siempre má s obligado a evitar el que
resulta de su acció n que el que resulta de su omisió n, cuando la acció n con la que impide uno
es la causa del otro. Todo dependerá , aquí, de la razó n proporcionada para actuar. En cambio,
la distinció n; intentado/colateral implica diferencias en la voluntariedad, que es de donde
fluye la moralidad de los actos humanos, pues los actos se consideran humanos o morales en
la medida en que son voluntarios. De ahí, pues, que sea ésta la distinció n moralmente
relevante para fijar el alcance de una norma moral o jurídica absoluta como la que prohíbe el
homicidio. Considera ademá s que un rigorismo absoluto limitaría inclusive los tratamientos
paliativos, pues de esa acció n puede preverse la muerte del inocente, incluso como efecto
colateral. De lo expuesto, podemos decir que; en
principio es vá lido tomar esta doctrina para analizar la licitud del suicidio asistido, en tanto, la
prohibició n absoluta anularía derechos como la dignidad, la autonomía y la libertad, los
mismos que deben incluirse en la mensura de la proporcionalidad, considerando ademá s que
no existe, como ya hemos señ alado derechos absolutos y que el derecho a la vida, igualmente
tiene límites o situaciones de excepció n, en la legítima defensa, la actuació n conforme al deber
de la policía, la guerra, la pena de muerte y aú n en los casos del inocente, como la acció n
terapéutica de efectos nocivos, el aborto terapéutico o situaciones límite, como el ejemplo en
el que un salvavidas debe escoger entre dos personas que se está n ahogando, sabiendo que
dejar por unos minutos el otro, significará su muerte, así; preservar la dignidad, la libertad del
solicitante, evitar el dolor, en los casos del enfermo terminal o incurable, en determinados
casos, puede significar también una excepció n no punible.
VI. Notifíquese.