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Implosion Literaria.

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Implosión literaria

En ese mismo instante, cuando sus ojos finalmente se posaron en los míos, supe de

manera exacta cuánto lo admiraba. Era mucho más de lo que había calculado, entre

noches de insomnio y auto consuelo. Pude corroborar precisamente, cuánto podía latir

un corazón de rápido sin implosionar y cuanto podía estar un ser humano sin

pestañear y sin respirar al mismo tiempo. Perpleja. Hipnotizada. Paralizada, pero a la

vez enredada en un sinfín de palabras que parecían provenir de mi escote o de mi

ombligo. Estas llegaban a mi mente, pero se trababan en mis labios y en el perturbador

conteo de latidos, volviendo al principio, al ombligo.

Lapsos perpetuos diarios, imaginando verlo dirigir su serena y armoniosa voz solo a mi

persona, en una charla intima, exclusiva del arte que mas nos gusta y que compartimos

como modo de vida.

Nuestras risas cómplices desprendían una iridiscencia mágica, pintándonos de suspiros

profundos. Transformando el sitio en campos de dientes de león.

Autores y fechas que he aprendido solo para compartir con él. Para poder embellecer

nuestra conversación. Para unificarnos.

Me tomó unos eternos segundos poder manejar la voz para por fin decir:

- ¡Hola!

Una palabra que sería el saludo natural y espontaneo de cualquiera, pero que revisé

setenta y ocho veces entre mis cuerdas vocales y registros memoriales hasta lograr

pronunciar. Expresión que se hoyo débil y entrecortada pese a la contrariedad de

poseer apenas unas letras.


El profesor me miro algo confuso. Levantó una ceja y frunció la nariz en una mueca

nueva para mi.

Uffff!!! Debe estar pensando que soy una tonta. Debe creer que esa voz de niña

temerosa que acaba de emerger de mis adentros, contiene la inmadurez o la ridiculez

de quien habla por hablar o seguramente piensa que estoy por equivocación en su

clase. Que mis padres pagan esta costosa carrera creyendo que al fin seré alguien

mejor, apostando todo lo que tienen. Que alguien como yo, de baja estatura, con mal

gusto de la moda y sin ningún atributo natural, se interese en letras y que le cueste

coordinar respirar cuando modula, no es digno de estar allí…

Mientras me escabullía en las suposiciones más crueles pero evidentes, lo escucho

balbucear

- Hola bbbhhuurer fferree nnnio llla cede?

¿¡¡Qué me dijo???? Ayyy!! eso me pasa por desvariar…

- ¿Qué me dice profesor? (Nuevamente con la congoja de quien respira el último

aliento de vida)

Definitivamente no solo piensa que soy una idiota, sino que tengo déficit de atención o

algún tipo de retraso madurativo. Seguramente observó lo apretado que llevo el libro a

mi pecho y debe creer que no es mío, que lo robe de la biblioteca. Siempre está

pidiendo que no se roben los libros mientas recalca que son de uso público y que

somos privilegiados al tenerlos allí. Cada clase es lo ultimo que expresa mientras se

aleja caminando con ese andar sereno y la preponderancia del rey de la manada. El
sabe de cuidados, pero no sabe que yo nunca me llevaría algo que no es mío. ¿Cómo

aclaro que no robé nada?

El murmullo del resto de jóvenes que esperaban para retirarse de la sala, se congeló al

unísono.

- ¿Señorita, puedo ayudarla en algo respecto a la clase de hoy?

Eso si lo entendí.

Se que es de mañana, pero puedo asegurar que en ese instante la luna se tragó el sol

por completo dejando apenas un rayo de aurora que le bañaba el rostro.

Respiro, respiro, respiro. ¡Rápido mujer que es tu oportunidad para acercarte! -Me

dije.

Y ahí… en el acto más lúcido de esos entrañables minutos, respondí:

-Me preguntaba qué opina usted de la poesía que presenté. Me han dicho que siempre

detalla una gran devolución escrita, en la que una puede corregirse, mejorar o

simplemente sentirse halagada por un comentario positivo u alentador… Solo puso un

ocho de nota. Como si estuviéramos en contable (sonreí con timidez). Seguramente

olvidó poner en mi caso una devolución acorde…

El profesor bajó la vista y luego miró a su derecha y arriba, pestañeó como buscando

en su memoria.

¿Acaso va a mentirme? Eso dicen sus grandes ventanas. Todos sabemos que quien

busca en su mente mirando a la derecha es porque está pensando una falsa.


¿Cómo le digo que pasé miles de horas preparando esos versos llenos de sinalefas,

porque agendé lo mucho que él las disfruta? Que conté cada silaba de cada verso

inconmensurables veces, que usé todas y cada una de las licencias métricas para

impresionarlo. Que si bien lo que me gusta escribir es en estilo libre, me percaté con

qué encantador énfasis habla de los sonetos y elegí hacer uno. Pestañeo por todas las

veces que minutos antes no pude. Me seco el sudor que brota escandaloso por todos

mis poros con la manga de la camisa. El libro se cae y él lo mira con desgano sin atinar

a recogerlo.

Claro que el rey de la manada es el más fuerte y además el mas sabio, pero

habitualmente es quien sale en la primera fila a defender a los suyos. Y el… no solo no

me estaba defendiendo, sino que estaba atacando toda mi fortaleza. Me estaba

sintiendo su presa, en vez de ser parte de su exclusivo grupo de pensantes que

comparten de diez a doce horas cada lunes y jueves el aula.

Las palabras bello, noble y asesino, se clavaron junto al nudo en mi garganta, deseando

ser guardadas para pensar luego en detenimiento.

Comenzaba a sentir como el aire congelado quemaba mis orificios.

El profesor metió las manos en sus bolsillos, tocó sus llaves como queriendo irse, volvió

a girar los ojos y me dijo:

-Señorita, es verdad que suelo hacer devoluciones escritas. Últimamente he estado

muy atareado y pensaba con tiempo armar para cada uno de mis alumnos de ggsrtt

fllsiuyy allll nooo no p …

Él seguía hablando. Yo no podía escucharlo.


Ahora mi voz en vez de hundirse quería rugir.

¿Qué clase de profesor era este? ¿Quiere excusar con falta de tiempo el hecho de que

mi poema le pareció nefasto y no pintó nada en su corazón que quisiera decirme? Que

no pude ni impresionarlo, ni destacarme, ni merecer una respuesta. Pero, aun así,

acusa un ocho como sentencia. Ni el rey Agamenón de Micenas fue tan duro con su

espada como él con sus palabras o su falta de palabra, o sus números… El dolor que

repentinamente atravesó mi pecho, estremeció cada nervio y cada fibra hasta

retorcerme. Me agarré del banco más cercano temiendo una caída.

Que terrible agonía encarcela mi alma herida que bajo esta apretada entrada de aire

se esfuerza por no exclamar el profuso ardor que siente. Que, por el contrario, calla y

simula algo de simpatía, para que este sujeto siga pronunciando sus falacias.

¿Cómo disimulo la congoja que resbala por mis dedos nerviosos e inquietos y que llega

hasta la comisura de mis labios formando una especie de lapida fúnebre, robusta e

impenetrable, carcelera de llantos y profanada por los mismísimos demonios quienes

quieren gritar insultos contra todo lo aprendido en estas clases?

Sigo perpleja, acongojada.

Late mi alma, desesperada.

¿¡Cómo puede ser que hasta los hemistiquios y las cesuras quieran ahora

bombarderme!?

¿Que las amadas palabras sean puñales que no logro sacar sin que desgarren mi

entumecida carne?
El profesor seguía hablándome, mientras hacia algunos ademanes propios de altanería

o de superioridad encubierta. Su patético balbuceo apenas se esforzaba para ser

comprendido. Tras un par de suspiros, el pitido en mi cabeza alumbró el horizonte

empujando mis ojos encendidos al cielo.

Seguía sorda, desenfocada.

El silencio absoluto ya cubría su rostro serio y una perezosa inmovilidad dejaba su

cuerpo apoyado flácido y siniestro sobre el robusto escritorio. Rascó con su dedo

índice la cabeza y luego lo colocó en su barbilla, presagiando mi silenciosa derrota.

Finalmente implosioné y caí.

Me dieron un importante premio por aquel poema. Mi primero, único y último poema.

Claro que nunca lo pude recibir. El profesor, en cambio, dio un majestuoso discurso.

Habló de mí y de mi esencia por horas. Tuvo tiempo para reflexionar sobre su nota

hasta cambiarla e incluso recitó la prosa más dulce jamás pronunciada, en mi honor y

frente a todos.

Claudia M.-

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