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Haznos Uno en Ti

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“Haznos uno en ti”.

Ejercicios de contemplación
15.08.2019  | Victorino Pérez Prieto
La necesidad de la meditación/contemplación se hace cada día más acuciante en una Iglesia y un
mundo en descomposición, lleno de contradicciones y absurdos. En este mundo, cada uno de nosotros
vive también sus contradicciones personales; escindidos y buscando la armonía, la unidad con lo que
somos: uno con todo (para los cristianos uno con Dios). “Mi yo es Dios”, decía apasionadamente
el Maestro Eckhart. La meditación/contemplación personal y comunitaria en silencio y quietud, es el
camino privilegiado para experimentar esa identidad. En una cultura hiperacelerada como la nuestra,
descubrimos cada día más la necesidad urgente de encontrar espacios de silencio que nos permitan
vivir con profundidad y consciencia la existencia única e irrepetible que nos ha sido dada. En los
primeros días de agosto participé en unos “Ejercicios de contemplación” en la Cova Sant Ignasi de
Manresa, acompañados por Javier Melloni. Éramos más de una cuarentena de mujeres y hombres de
diferentes edades y con diferentes historias, unidos
por el deseo de Ser, de vivir lo Esencial.
 Tal como fuimos manifestando la mayoría al final
de los ocho días juntos, fue una experiencia
privilegiada en el marco propicio de la Cova de
Manresa, donde Ignacio de Loyola vivió hace
siglos ese encuentro con el Misterio. El jesuita y
amigo Javier Melloni, experto en los Ejercicios
ignacianos, viene ofreciendo desde hace años un
espacio en quietud, con muchas horas de silencio y
pocas de palabra; solamente algunas palabras
suyas, un breve compartir de nuestra experiencia de
esos días y algunos textos de grandes maestros de
Occidente y Oriente: desde los Evangelios a
místicos cristianos como Dionisio Areopagita,
el Maestro Eckhart, Hadewich de
Amberes o Teilhard de Chardin, y sufíes
como Ibn Arabi y Rumi.
El esquema de cada día era sencillo. Comienzo con una hora de chi-kung (chi “energía vital”
y kung “trabajo”) al aire libre, para despertar nuestra energía al comienzo del día. Desayuno y
meditación en el jardín; contemplando muy lentamente la naturaleza, sintiendo que somos uno con la
naturaleza y con todo lo que es, percibiendo los pequeños detalles que ésta nos ofrece. La
contemplación de/en/con la naturaleza, tuvo un efecto extraordinario en todos los participantes, a
juzgar por las experiencias que fueron compartiendo en días sucesivos.
Luego venían las dos horas y media de meditación matinal en la sala; en silencio, en quietud absoluta,
con un kinhin (meditación caminando) cada media hora y un pequeño descanso cada hora. Comida,
descanso y otras dos horas y media de meditación en la tarde; que concluían con otra media hora de
meditación con música interreligiosa; luego un compartir la experiencia de estos días, y la eucaristía
después de la cena. Un total de seis horas diarias de meditación en silencio y quietud absoluta.
La meditación que nos ocupaba la mayor parte del
día la hacíamos en un espacio privilegiado (“Sala
Arrupe”); una gran sala cuadrada en la parte
superior del edificio con tragaluces laterales, que
un practicante de zen identificaría como un
magnífico zendo odojo (“lugar del despertar”);
aunque la meditación no era de cara a la pared
como en el zen, sino de cara al centro. Un espacio
que no tenía símbolo alguno de una religión
particular; solamente un gran cuenco vacío que
recibía luz desde la parte más alta. Era el símbolo
de la Trinidad: el Padre (la luz), fuente y origen de
todo lo que es, el Hijo (el cuenco) que recibe el
agua de la fuente, y el Espíritu Santo (la corriente que se comunica entre el Padre y el Hijo).
El gassho (reverencia con las manos juntas, signo de respeto y gratitud, de unidad y no-dualidad,
expresión de una sola mente) nos situaba en actitud de comunión con
lo que Es, desde la misma entrada en la sala de meditación. 
El primer día, Melloni hizo una sencilla introducción a los elementos
fundamentales de la meditación. La recojo aquí con la ayuda del
también jesuita Franz Jalics (Ejercicios de contemplación):
a) Postura corporal. Bien sentados, en la postura del loto, en el zafu o
en el banquito, e incluso en silla para los que tenían problemas físicos.
Siempre con la espalda bien derecha. Haciéndose conscientes de todo
el cuerpo, pues meditamos con nuestro cuerpo, en indisoluble unión
con nuestro espíritu. Nuestro cuerpo es la expresión del alma y
viceversa, puede influirse en el alma a través de una postura corporal;
por eso, una buena postura es fundamental en la meditación.
b) Respiración. Un elemento absolutamente fundamental en la
meditación en silencio y quietud. Percibir mi respiración; la entrada y
salida del aire siguiendo las vías respiratorias; sentir como fluye.
Hacerse conscientes de la inspiración, como entra el prana, el espíritu,
la vida, en todo nuestro cuerpo; y de la expiración, para vaciarse de todo lo malo que hay en nosotros.
Lo fundamental es mantenerse en la percepción de forma ininterrumpida; y si se pierde, volver a esa
percepción
c) Posición de las manos. Una posición diferente de otros mudras del yoga o del zen; las manos
abiertas, derechas y levantadas a la altura de los hombros y del corazón, enfrentadas simétricamente;
con el centro en estrecho contacto, aunque separadas. Es la postura que introdujo Franz Jalics en su
propuesta de meditación contemplativa; propuesta que sigue Javier Melloni. “La fuerza de las manos
fluye de manera muy intensa a través del centro de las palmas de las manos –escribe Jalics en el libro
citado más arriba-. Estas son una especie de centro energético. A través del cual la energía vital fluye
hacia fuera… Sentí que a través de las palmas de las manos se cerraba un circuito energético que
producía en mí un recogimiento atento y vivo”. Es una propuesta que no se hace en otras formas de
meditación, pero que produce magníficos resultados, como pude comprobar esos días en Manresa.
d) El mantra. Una expresión que se repite al compás del ritmo de la respiración, pero que no se
racionaliza como un mensaje doctrinal. Franz Jalics propone “Cristo-Jesús”: “Si uno avanza por este
camino, es llevado a la unión mística con Cristo… Jesucristo toma posesión de nosotros y penetra toda
nuestra vida… Nos transforma más y más en él. Nos transformamos en Cristo en la tierra”. Pero Javier
Melloni no propuso ningún mantra específico: “El mantra llegará y se hará tuyo”. El mío ha sido
siempre durante años y años de meditación simplemente “Se-ñor”, el Kirios de los primeros cristianos.
Ya empezábamos cada hora de meditación con el canto pausado de un magnífico mantra: “Me
abandono a ti (ter). Haznos uno en ti”.
Respiración-mantra-manos deben ir indisoluble y armónicamente
unidos en esta propuesta de meditación. Este trio resulta magnífico
para entrar de nuevo en la percepción y la consciencia cuando vienen
las distracciones; distracciones que la mayor parte de las veces son
pequeñas nubes que vienen y van, pero otra son más pertinaces. Hay
que volver una y otra vez a la concentración-contemplación-
presencia, con todo la experiencia de lo que somos, más que con la
mente/la razón.
Cuando las distracciones y las molestias físicas se multiplican, son
habitualmente la expresión de la sombra, la oscuridad que hay en
nosotros y fuera de nosotros. No somos conscientes de la causa de
esos dolores y frustraciones; son problemas ignorados de nuestra
parte oscura que vienen una y otra vez de modo pertinaz. La
respuesta que propone Jalics para superarlas y continuar en la
Presencia, es un rotundo “Si” al compás de la respiración. He
experimentado que funciona, y así lo propongo.
En todo momento se trata de vivir el instante, el ahora; no el pasado ni el futuro, sabiendo ver la
importancia de las pequeñas cosas, la unidad y, a la vez, la belleza de la diversidad. En fin,
redescubrimos la importancia de morir y sufrir para renacer, como ocurre con el cuento de Rumi “La
cocción del garbanzo”.
Fue una experiencia personal y comunitaria que nos llevó a centrarnos más en lo esencial, para saber
conocer quien somos realmente y saber responder comprometidamente a la realidad cotidiana de  un
mundo convulso, injusto y violento, donde los más pobres no tienen derecho a nada, ni siquiera a vivir.

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