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Casos para Toma de Decisiones (BALORA) 2022-2023

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MÁSTER EN INTERVENCIÓN Y MEDIACIÓN

FAMILIAR
Adversidad y maltrato infantil en la familia: factores de
riesgo y de protección

TOMA DE DECISIONES EN SITUACIONES DE RIESGO


Y MALTRATO INFANTIL

Los cuatro casos siguientes proceden de casos reales, pero han sido convenientemente modificados
para ocultar datos de identificación. La actividad a realizar por parejas consiste en valorar estos cuatro
casos usando los protocolos e instrumentos de BALORA (ver la carpeta BALORA para la toma de
decisiones). El análisis de cada caso debe llevar la hoja-resumen de valoración propuesta en el propio
instrumento, más un análisis del razonamiento por el cual, en la última línea de dicha hoja-resumen, se
propone una medida de protección concreta.

LUIS, TERE y CARLOS


Los tres hermanos Luis, Tere y Carlos están en un Centro de Acogida Inmediata. En el momento
de su ingreso tenían 6, 4 y 2 años. En estos momentos se está llevando a cabo la valoración de sus
padres y su entorno familiar para tomar una decisión sobre su futuro. Los testimonios de Luis y,
en menor medida, de su hermana son bastante completos y dan una idea de su vida antes del
ingreso en el centro. La exploración de los padres da también mucha información, así como la
visita al domicilio.
Cuando el niño mayor nació, la madre tenía 14 años y el padre 20. Casi desde el principio
de sus relaciones, el padre de los niños se mostró como un hombre impulsivo y violento,
golpeando a su mujer y a sus hijos con frecuencia. Sus problemas con el alcohol empezaron
también muy pronto, empeorando su conducta y sus relaciones. Conseguía puestos de trabajo que
perdía muy pronto. Desde que su hijo mayor tenía 3-4 años lo sacaba con él a la calle a vender
tabaco en los semáforos, mostrándose poco cariñoso y muy exigente. Varios años después, el
niño sigue todavía poniéndose muy nervioso cuando ve a un hombre vendiendo tabaco en la
calle.
Con alguna frecuencia, la madre de los niños se cansaba de la situación y la violencia y se
iba a casa de su madre, donde se refugiaba durante unos días. Pero no pasaba más de una semana
antes de que volviera al domicilio con su marido.
Con una ayuda económica de la madre de ella, montaron un bar al que atendían entre los
dos. Los niños pasaban muchas horas con ellos en la trastienda del bar, sin dejarles salir para que
no llamaran la atención ni molestaran a los clientes. Otras veces los dejaban solos en casa durante
largas horas. Como la niña era un poco más inquieta, a veces la ataban a la cama con un cinturón.
Algunas veces la madre venía a darles de comer, pero otras veces no lo hacía porque se le
acumulaba el trabajo en el bar. En estas circunstancias, los niños tenían pocas oportunidades de
relacionarse con otros miembros de la familia y sólo muy de vez en cuando veían a su abuela
materna.
La casa en la que la familia vivía era un bajo oscuro, sin apenas ventilación y lleno de
humedad con muebles muy usados, en algunos casos, estropeados y bastante sucios. Tanto los
niños como la madre reconocen que allí había muchas cucarachas y ratones. Al parecer los
bajantes y cañerías de la casa estaban en mal estado y esto producía un exceso de humedad y un
mal olor persistente. La única iluminación natural procedía de una ventana al final de la casa, que
daba a una pequeña terraza. Algunas veces una vecina dejaba comida en la terraza para los niños
y el mayor saltaba a cogerla, por lo que con frecuencia el horario, la cantidad y la calidad de las
comidas carecían del más mínimo control.
Los niños pasaban muchas horas solos, tanto por el día como por la noche y carecían de
los controles y la atención médica habitual ante enfermedades o problemas comunes (salvo en
situaciones extremas..). Pasaban muchas horas mirando la televisión, pero cuando oían que sus
padres llegaban la apagaban y se metían en la cama, haciéndose los dormidos porque les daba
miedo de que su padre les pegara, porque solía llegar borracho. Los padres llegaban muy tarde,
porque después de cerrar su bar se iban a tomar copas, según ellos para relajarse. Además, no han
mostrado interés en todo este tiempo por llevar a los niños a la guardería, ni se han ocupado de
realizar con ellos actividades educativas más constructivas que ver la TV.
Mientras tanto, había nacido Carlos, el hermano pequeño. El niño pasaba tanto tiempo en
la trastienda del bar como en casa. En el bar, la madre alternaba el cuidado de los clientes con el
del bebé. En la casa, el niño quedaba al cuidado de sus hermanos.
Un hermano del padre salió entonces de la cárcel y como no tenía dónde ir se instaló en la
casa de esta familia. El cuidado de los niños pasó entonces a manos de este hombre, que era
violento y algo desequilibrado, así como habitual consumidor de alcohol.
Una noche, al volver a su casa, los niños estaban muy traviesos, llorando y gritando. La
madre se tumbó en la cama porque estaba muy cansada. Oyó gritos y golpes, pero al final todo
quedó en silencio. Cuando salió de la habitación al cabo de un rato, encontró al bebé tumbado en
su carrito, con aspecto muy raro. La madre lo cogió y vio que no reaccionaba. Se alarmó y lo
llevó al hospital, donde le fue diagnosticado un grave traumatismo cráneo-encefálico del que
tanto su marido como su cuñado se declaran completamente inocentes. El uno dice que el niño
estaba ya así cuando llegaron a la casa y el otro dice que ha estado así todo el día.
El niño queda hospitalizado. Los servicios sociales hacen una visita domiciliaria en la que
encuentran la casa en estado lamentable, con las ya mencionadas cucarachas y ratones, así como
con innumerables cajas de vino vacías acumuladas detrás del frigorífico. La casa está muy sucia y
muy desordenada. Los niños presentan un aspecto lamentable y descuidado (churretes,
despeinados...), con ropa estropeada y más bien sucia. Además, presentan ligera desnutrición y un
retraso madurativo muy marcado.
La madre, que siempre se mostró cariñosa (aunque permisiva) con los niños, queda
abatida, entrando en una fase de fuerte depresión. Pasa el día al lado de su hijo en el hospital,
donde se ha dado un diagnóstico de ceguera total, parálisis de ambas piernas y retraso mental
severo consecuentes al traumatismo sufrido. En esas circunstancias, la madre queda de nuevo
embarazada.
En la exploración a que es sometida, dice que su marido no es un mal hombre, aunque es
un poco violento a veces. Echa la culpa de todo al hermano del marido, al que ha echado de la
casa, con lo que los niños vuelven a quedarse a cargo del padre, que se ve desbordado por los
acontecimientos y pierde el bar que tenía. Ahora bebe más y pasa el día en casa, habiéndose
aficionado a los videojuegos, en los que no deja participar a los niños. La madre dice que los
niños son muy traviesos y sacan a su padre de quicio continuamente.
La exploración psicológica del padre muestra a un hombre con trastorno límite de la
personalidad. Su puntuación en el CAP (prueba para evaluar el potencial de maltrato físico) es de
47 (puntuación de corte para nivel de riesgo, 32). No es consciente de los problemas familiares y
afirma que no necesitan ayuda ni cambios de ningún tipo y que lo único que quieren es que el
pequeñito se ponga bueno de una vez y que se les deje ya tranquilos.
La exploración de la madre muestra a una mujer muy inmadura, muy dependiente de su
marido, al que justifica en todas sus conductas, bien sea porque a veces bebe un poco -según ella,
bien porque su vida es muy difícil, bien porque los niños son muy malos... Su puntuación en el
CAP es muy elevada, llamando de nuevo la atención sus bajas puntuaciones en la subescala que
evalúa la conciencia de los problemas familiares. Se siente infeliz, pero dice que es sobre todo
por su Carlitos, porque ya le han dicho que el niño no va a poder quedar bien. Y respecto al bebé
que ahora espera, dice que lo mejor será que se lo lleve una hermana suya que vive en Cataluña y
a la que le gustan mucho los niños. Tiene miedo de que los servicios de protección le retiren la
custodia de los otros niños y no quiere que le pase lo mismo al bebé que va a nacer, así es que
dice que si es necesario se irá a dar a luz a Barcelona.
Luis y Tere son ingresados en un Centro de Acogida Inmediata, donde también será
llevado su hermano Carlos cuando tenga el alta hospitalaria. Tras su ingreso en el centro, los
niños llaman la atención por su importante retraso madurativo y evolutivo. Algunas de sus
conductas más llamativas tienen que ver con su gran inseguridad personal y su miedo a los
adultos. Sobre todo Luis sufre de terrores nocturnos que le hacen gritar y despertarse a mitad de
la noche. Tras una semana en el centro, algunas de estas conductas empiezan a remitir. Los dos
hermanos están fuertemente apegados y se apoyan mucho el uno al otro. Tienen muchas ganas de
que su hermanito venga con ellos, aunque ya saben que está malito. No preguntan por sus padres
y cuando se les pregunta si les gustaría verlos dicen que no. La niña dice que si acaso no le
importaría ver a su madre, pero que a su padre no quiere verlo.

INMACULADA
Con un año y medio de edad, Inmaculada es hija de Rocío, una mujer de 28 años que vive sola
con la niña en un pueblo de la provincia de Córdoba. Con nulas relaciones con el padre de la niña
(en prisión en Zaragoza y con una condena larga) y con muy escasas relaciones con los pocos
miembros de su familia extensa (una hermana que vive en Barcelona y otra que Rocío no sabe ni
dónde vive), madre e hija carecen de apoyos familiares y viven de la ayuda económica que Rocío
recibe de la ONCE, pues tiene muy graves problemas visuales.
Rocío ha presentado en diversas ocasiones problemas de salud mental. Pasa por etapas de
mucha depresión que hasta el momento se han atendido con tratamiento farmacológico. Aunque
madre e hija están muy apegadas la una a la otra, los cuidados que Inmaculada recibe por parte de
su madre son irregulares e insuficientes. Particularmente durante las fases más depresivas de la
madre, la niña pasa largas horas a solas, tumbada en su cuna. Llora poco, explora poco y tiene un
claro retraso en las habilidades comunicativas. Salen poco de la casa en la que viven, un pequeño
piso de protección oficial en condiciones límite de higiene. Inmaculada acude al centro de salud
cada vez que la niña presenta algún problema. En una de esas visitas se observan claros
problemas de higiene en Inmaculada (costras de leche pegadas en el pecho, pelo muy sucio,
rozaduras de pañales…) y los servicios sociales comunitarios son alertados.
Las primeras impresiones que sacan los profesionales ponen de manifiesto que la niña
muestra una muy escasa expresividad. Cuando tiene alguna tensión, el contacto con la madre
sirve para confortarla en una relación en la que predomina sobre todo el contacto físico. Rocío
está pendiente de los horarios de comida de la niña, aunque la alimentación que le da no es
adecuada ya para la edad de Inmaculada. Habla de la niña con cariño, pero reconoce que cuando
ella se encuentra mal le cuesta mucho trabajo estar pendiente de ella todo el tiempo. Para su corta
edad, Inmaculada presenta un claro retraso evolutivo que se pone de manifiesto en lo psicomotor,
en las habilidades comunicativas y relacionales. Lo que más llama la atención de la casa es su
escasa adecuación para la crianza de una niña pequeña. Aparte de la cuna y algún objeto en su
interior, nada haría pensar que allí vive un bebé. La barriada en la que está la vivienda es muy
modesta, pero sin problemas importantes de seguridad o higiene. El centro de salud está
relativamente cerca del domicilio, así como otros servicios municipales de atención familiar para
los que hay gran demanda en la barriada.
PEDRO Y ANTONIO
Pedro y Antonio son dos hermanos de 8 y 7 años, respectivamente. Viven con sus padres en el
primer piso de renta antigua de un viejo edificio de viviendas. La casa consta de dos dormitorios,
sala de estar (con cocina dentro) y cuarto de baño. En la casa funcionan correctamente los
servicios y los equipamientos básicos de luz, agua y sanitarios. El dormitorio de los niños es
pequeño, está desordenado y descuidado y tiene un colchón sobre el suelo en el que duermen los
dos hermanos. Un viejo cajón hace de armario en el que se guardan de cualquier modo las
pertenencias y la ropa de los niños. La puerta de la habitación está rota y permanece descolgada a
la entrada de la habitación. Sin embargo, aunque con mobiliario muy usado y algo estropeado, el
conjunto de la casa tiene un aspecto algo más cuidado, particularmente el dormitorio de los
padres, que disponen de un buen armario y una cama con buen aspecto.
Pedro y Antonio van a la escuela irregularmente y presentan un rendimiento escolar muy
por debajo del de sus compañeros. El río está cerca de su casa y son muchos los días en los que se
van a jugar al lado del río en vez de ir al colegio, particularmente cuando hace buen tiempo. Las
quejas de los profesores por sus reiteradas faltas a clase son muy frecuentes, habiendo enviado
numerosos avisos a los padres, con los que han llegado a entrevistarse en alguna ocasión, pues
los padres no suelen acudir a las citas a las que se les convoca.
El padre de los niños está relacionado con la venta de droga, que realiza frecuentemente
en su propia casa, muchas veces en presencia de los niños. Los ingresos familiares, que el padre
administra a su antojo dándole a la madre pequeñas cantidades para hacer los gastos de la casa,
proceden del tráfico de drogas. Cuando la policía autonómica visita el domicilio, encuentra
numerosos paquetitos de droga en los cajones de un mueble que hay en la sala de estar de la casa.
Encuentra también abundantes provisiones de alcohol (de más baja y de más alta graduación) en
la cocina, así como utensilios para la preparación de droga para su consumo. El padre está
ausente de la casa durante la mayor parte del día, encontrándosele allí sobre todo al caer la tarde,
momento en que suelen acudir los compradores.
La madre está presente en el hogar casi todo el tiempo, excepto cuando precisa salir a
comprar comida. Su vida está muy organizada en torno a las necesidades de su marido, que es
muy exigente con ella respecto a tener la ropa en buen estado, bien planchada, etc. Dedica mucho
tiempo a arreglar su dormitorio, a cocinar y a ver la televisión. Cree que los niños comen algunos
días en el colegio, aunque no sabe precisar qué días exactamente. En realidad, los niños no
comen en el colegio nunca, porque tienen jornada escolar sólo de mañana. Simplemente, o no
van al colegio, o se dedican a callejear y a jugar cerca del río o en la calle, solos ellos dos o en
compañía de otros niños.
Con frecuencia los niños llegan a su casa al oscurecer. A la madre no parece llamarle la
atención que eso ocurra y no sabe dar cuenta de dónde han estado los niños, qué han hecho o del
aspecto descuidado y sucio que presentan. Recientemente fue llamada del hospital infantil porque
el mayor de sus hijos había sido atropellado por una furgoneta en la calle, yendo al hospital en
compañía de su hermano. Cuando los niños están en casa, pasan la mayor parte del tiempo en su
habitación, sentados sobre la cama, o viendo la televisión. Los dos son niños muy inquietos y
aunque suelen llevarse muy bien entre ellos, de vez en cuando discuten y se pelean. La madre
suele intervenir gritando y pegando, así como amenazando de que se lo dirá a su padre cuando
llegue, algo que aterroriza a los niños. No es infrecuente que castigue a los niños sin cenar.
El padre es un hombre colérico. Grita y golpea a los niños con frecuencia, a veces
violentamente. Para ello utiliza el cinturón y un cable de televisión con terminal metálico que hay
en la sala de estar de la casa. Todo ello en un contexto de relación teñido de frialdad y miedo.
Vende droga delante de sus hijos, a los que pide a veces que salgan a la calle y suban corriendo a
avisarle si ven que se acerca la policía. Consume droga y bebe abundantemente delante de sus
hijos. Es también violento con su mujer, a la que golpea cuando se enfada por cualquier motivo.
Con ocasión del ingreso del ingreso del niño mayor en el servicio de urgencias del
hospital infantil, los médicos observaron en el cuerpo del niño múltiples cicatrices. Llamaron su
atención una quemadura en su brazo en forma de cucharilla, así como cicatrices por hebilla de
cinturón en la espalda y el pecho. Algunas de estas cicatrices eran recientes, pero otras parecían
remontarse bastante atrás en el tiempo. Al preguntarle por el origen de esas cicatrices, el niño
habló de los golpes recibidos en su casa, tanto por parte del padre como de la madre. Al examinar
el cuerpo del hermano menor, que acompañaba al mayor en el hospital, encontraron una gran
cicatriz en el pecho, que ambos niños atribuyeron a que un día el niño se derramó encima una
cafetera que estaba sobre la cocina con café recién hecho. En aquella ocasión el niño no fue
llevado al médico, curando la madre la herida por sus propios medios.
Alertado el sistema de protección por los servicios médicos hospitalarios, a la vista del
testimonio de los niños y de la gravedad de su situación, se decide el ingreso de los menores en
un centro de acogida mientras se estudia la situación familiar y se toma una decisión más a largo
plazo. Los menores se adaptan rápidamente a la vida del centro, sin manifestar especial tristeza ni
preguntar por sus padres, afirmando estar mejor en el centro que en su casa. Ofrecen un relato
claro y coherente de su estilo de vida, del maltrato que recibían, de su deambular por las calles y
la orilla del río, etc. La cicatriz en forma de cucharilla fue producida por su padre un día que
preparaba droga, el niño pequeño empujó al mayor, que fue a golpear con la cabeza el codo del
padre. Enfadado, le estampó la cucharilla sobre el brazo. El niño recuerda aún con horror el dolor
que le produjo. Recuerdan el día que se cerraron en su habitación huyendo del padre violento y
cómo éste rompió la puerta y les golpeó.
El padre no sólo no reconoce la existencia de un problema, sino que se muestra violento
con los profesionales que le entrevistan, a los que amenaza de que les va a “buscar la ruina”.
Niega su relación con el tráfico de drogas y afirma que él sólo bebe lo normal, lo mismo que
cualquier otro hombre. Reconoce que alguna vez ha dado algún azote a sus hijos, pero afirma que
muchos menos de los que se merecen. A su mujer dice que no la ha maltratado, aunque al final
reconoce que alguna vez le ha puesto “la mano encima”. Según su relato, los niños están muy
bien y no les falta de nada, aunque son muy traviesos y se portan muy mal porque no son buenos.
Si no fueran tan malos, les irían mejor las cosas. En su exploración psicológica, el padre muestra
un perfil psicopatológico claro, con altas puntuaciones clínicas en diversas subescalas del MMPI-
2. En el CAP, obtiene una puntuación sobre 50 puntos (las puntuaciones se consideran
significativas de potencial de maltrato físico a partir de 32). En la misma prueba, en las
subescalas de malestar psicológico, infelicidad, problemas familiares y problemas con los niños,
tiene también puntuaciones que se consideran por encima de los niveles criterio de normalidad.
En contraste con el padre, la madre muestra el perfil de una mujer muy sumisa. Llora
mucho durante la exploración y dice que sólo quiere recuperar a sus hijos. Afirma que los niños
están muy bien, que no les falta de nada, que están bien cuidados, que comen bien tanto en el
colegio como en su casa. Niega que su marido haya maltratado nunca a los niños y niega también
que la haya maltratado a ella. Niega que su marido tenga nada que ver con el tráfico de drogas ni
con su consumo. Según ella, los niños no se portan mal ni son inquietos. Si dicen que ella o su
marido les han pegado alguna vez, están mintiendo porque son mentirosos. Su puntuación en el
CAP supera la puntuación criterio, aunque no es tan llamativamente alta como la de su esposo.
También está por encima de la puntuación de corte en la escala de infelicidad. Llamativamente,
su puntuación está por debajo de la puntuación de corte en la escala de problemas familiares,
donde alcanza sólo una puntuación de 2, siendo 4 la puntuación de corte.
Ni el padre ni la madre parecen motivados a cambiar su forma de vida ni parecen
preocupados por el estado actual de los niños, a los que no han visto desde hace dos semanas. Lo
único que quieren es que vuelvan con ellos “para volver a tener una vida normal”.
CARMEN Y JUAN
De 6 y 4 años, Carmen y Juan viven con Fátima, su madre, en un pueblo de tamaño medio que
dista unos 40 km de la capital. Son hijos de padres diferentes y con los que la madre no mantiene
ninguna relación. De hecho, ni Carmen ni Juan conocen a sus padres y la única referencia de las
familias paternas son unos tíos (hermanos del padre de Carmen) a los que su madre llevó a ver en
un par de ocasiones cuando los niños tenían, respectivamente, 4 y 2 años. Pero aquellas visitas
tenían como finalidad fundamental pedirles dinero. En la segunda ocasión, en que Fátima vivía
una situación muy angustiosa, la relación fue muy tensa y los tíos de Carmen pidieron a la madre
que no volviera por allí.
Fátima es norteafricana, sin familia extensa a la que recurrir en España. Quedó
embarazada por primera vez con 16 años y desde poco después del nacimiento de la niña, una vez
que el padre desapareció del hogar, se puso a trabajar en la ciudad para poder mantener la casa y
criar a la niña. Entre el desplazamiento a la ciudad y el trabajo limpiando escaleras pasaba fuera
del hogar más de ocho horas diarias. La niña era cuidada por una vecina, una señora muy mayor
(87 años en la actualidad) con la que la niña estaba muy encariñada. La llegada del segundo hijo
se produjo en medio de un gran conflicto entre la madre y su nueva pareja. El padre de Juan
resultó ser un hombre violento. Al poco de nacer Juan, el hombre golpeó a la niña porque ésta no
paraba de llorar, al parecer porque estaba enferma y tenía fiebre alta. La madre expulsó al hombre
de la casa y le amenazó con denunciarlo por maltrato si volvía a aparecer. Desde entonces, no ha
vuelto a saber de él.
Los servicios sociales comunitarios visitan la casa de Fátima por primera vez por una
alerta del centro de salud poco después del sexto cumpleaños de la niña. La vecina que se hace
cargo de los niños durante el día acudió al centro de salud porque la niña llevaba varios días con
fiebre muy alta que no cedía. Se descubrió entonces que la niña tenía un historial incompleto de
vacunaciones, un cierto retraso en estatura y peso, y que no estaba escolarizada, a pesar de estar
ya en edad de escolarización obligatoria.
La visita al domicilio de Fátima pone de manifiesto unas condiciones básicas de cierta
precariedad. El frigorífico está medio vacío y tiene diversos productos caducados. El
equipamiento infantil es mínimo y llaman la atención la ausencia de juguetes adecuados para su
edad y el hecho de que los dos niños compartan para dormir un sofá en la sala de estar. De hecho,
sus juguetes los tienen en la casa de la vecina con la que pasan la mayor parte del tiempo, donde
se dedican sobre todo a ver la televisión y a jugar entre sí. Tienen muy poco contacto con otros
niños y parecen no saber relacionarse adecuadamente con ellos.
La situación económica de la familia es precaria. Fátima gana lo justo para sus
desplazamientos a la ciudad, para comprar la ropa básica para los niños y la alimentación para
todos. En alguna ocasión, sobre todo en los últimos días del mes, la vecina ha ayudado con la
compra de comida para los niños.
Fátima tiene una cierta conciencia de que la situación de los niños no es la más adecuada.
Siente cariño por los dos niños, que por su parte parecen tener lazos más estrechos con la vecina
que con su madre, a la que de todas formas dan también algunas muestras de cariño. La madre
describe a los niños como bien cuidados y atendidos, no pareciendo consciente de sus retrasos y
su aislamiento. Dice que no ha tenido tiempo de matricularlos en el colegio, pero que piensa
hacerlo en cuanto pueda. El problema es que su presencia en el pueblo es muy escasa. Además,
últimamente ha empezado a relacionarse con un chico en la ciudad, por lo que algunos sábados y
domingos también se ausenta. Preguntada por qué es lo que más le preocupa en estos momentos,
se refiere a la relación con este chico y a su miedo de que él se eche para atrás cuando se entere
de que ella tiene dos hijos.
A medida que los profesionales de los servicios sociales comunitarios van preguntando
cosas a Fátima, ella parece ir tomando conciencia de lo indeseable de la situación de sus hijos,
derrumbándose psicológicamente. Afirma querer a sus hijos y que todo lo que ella hace es por
ellos. Insiste en que no quiere que les pase nada, ni que se los lleven. Se defiende una y otra vez
refiriéndose al mucho apoyo que recibe por parte de la vecina, a la que describe como la abuela
de hecho de sus niños. Se derrumba más todavía cuando los profesionales le informan de que a
esta vecina se le ha diagnosticado una grave enfermedad con muy mal pronóstico a corto plazo.
Para empezar, dentro de cinco semanas tendrá que ser hospitalizada para una intervención
quirúrgica que requiere al menos 15 días de hospitalización y uno o dos meses de reposo en cama
una vez en su domicilio.
Económicamente, Fátima no parece tener alternativa. Lleva ya años limpiando en la
misma zona y parece que podrá mantener ese trabajo, al menos por ahora. Por lo demás, no sabe
qué va a ser de su vida. Acaba de empezar una relación que está aún en sus comienzos pero por la
que siente mucha ilusión. Las nuevas circunstancias de la vecina hacen que la situación actual sea
insostenible durante más tiempo.

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