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21 - Alboroto en La Corte Celestial

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COMO ÉL: EN ENCARNACIÓN

ALBOROTO EN LA CORTE CELESTIAL

Introducción

Serafín, el ángel madrugador, fue el primero en darse cuenta de que pasaba algo raro: “¿Es
tan tarde ya y no aparece ninguno de los Tres?”. Pero – reflexionando un poco - vio que no tenía
nada que ver con eso, que Dios es Dios y puede desayunar a la hora que quiera. Los demás iban
llegando, a medida que entraban por la enorme ventana los primeros rayos de sol y las melodías de
los ángeles tocadores les hacían despertar: primero Abrahán, con su hijo Isaac; luego Jacob,
acompañado de su gran amigo, el ángel luchador; Moisés, descalzo, como siempre; el profeta Isaías,
solemne, con esa gran barba que él no quería cortar… Poco a poco, todos han ido llegando, llenando
de risas y de amenas conversaciones la enorme sala de la corte celestial.

Todos charlaban, menos Serafín. “Empiezo a sentirme culpable” – susurró al ángel Gabriel,
que, a su lado, leía el periódico – “a lo mejor he tocado las campanas con poca fuerza y ellos no se
han despertado. ¿Te parece que vaya a ver?”. La verdad es que ellos no llegaban, y, poco a poco,
todos se han ido dando cuenta, y crecía el cuchicheo… Jonás – dramático como siempre – se ha
levantado de un salto. “¡No puedo aguantarlo más! Sin ellos, el cielo no existe… ¡Alguien tendrá que
ir a ver qué es lo que pasa! Hace ya tiempo que no me sentía tan nervioso como ahora… ¡desde que
estuve esos tres días en el vientre de la ballena!”.

Estaba todavía hablando, cuando empezaron a escuchar voces animadas. Eran los Tres. Se
asomaron sonriendo, con esas sonrisas misteriosas que siempre anteceden las grandes noticias.
Inmediatamente, todos se callaron y Dios Padre tomó la Palabra. La tomó del brazo y habló: “Hemos
estado toda la noche reunidos y todo está ya decidido. ¡Ha llegado el momento!”. La sala se llenó de
un gran silencio de perplejidad. ¿Qué momento?, se preguntaban todos, sin entender nada.

Pero el seguía. “¿Habéis visto el mundo? Es realmente un sitio maravilloso, ¿verdad? ¡Tantos
hombres y mujeres! ¡Tantos críos por todas partes! Y ¡tan distintos los unos de los otros! Unos
blancos y otros negros; unos vestidos con túnicas y otros con vaqueros; unos trabajando y otros
descansando; unos llorando y otros sonriendo; unos amando y otros mirando… Y cada uno tiene un
nombre; y cada uno intenta ser feliz… Al contemplar este mundo, nos hemos conmovido y hemos
decidido que este es el momento para entrar en acción”.

Nadie comprendía lo que decía pero nadie osaba preguntar. Por fin, Adán lo hizo, quizás
porque se sintió un poco ofendido con aquello de la ropa…

- Señor, pido perdón en nombre de todos, pero creo que aquí nadie se está enterando de lo que
estáis diciendo… ¿Qué es lo que va a pasar?

- Tienes razón, dijo Dios, estamos tan entusiasmados que no nos hemos explicado bien…
Hemos decidido intervenir definitivamente en la historia de los hombres. Haremos algo impensable,
que a todos dejará sorprendidos… y todos los humanos volverán a nosotros…

- “¡Ya era tiempo! – soltó Amós, el profeta – Ya era tiempo de poner un poco de orden a toda
aquella confusión. Yo hubiera enviado un cataclismo hace mucho… Sin un buen castigo, ¡nadie
aprende la lección! No hay nada mejor que un buen par de truenos, o un diluvio, o unos terremotos
para que los humanos se arrepientan de sus pecados… Perdón por la osadía, pero, si yo fuera Dios,
les hubiera revelado mi ira hace mucho tiempo. Infelizmente, con ellos no hay otra solución. La

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verdad es esta: ¡los hombres lo han cargado todo! Los Tres, muy bien intencionados, hacen una
creación con todo muy bien programadito, dan la libertad a los hombres y ellos empiezan las guerras,
los odios, y destruyen todo y a todos… ¡Es vergonzoso! ¡Nada más que intereses mezquinos,
explotación del huérfano y de la viuda, incredulidad! Los hombres han estropeado la creación y
ahora, ¡claro!, los Tres tienen que inventarse una manera de arreglar lo que los hombres han roto, de
reparar lo que ellos han destruido… Si me necesitáis, ¡aquí estoy! Por una causa como esa, ¡estoy
dispuesto a todo!

- Amós, Amós – dijo el Hijo, lleno de paciencia – ¡no has comprendido nada! Lo que vamos a
hacer estaba ya previsto, antes mismo de que naciera Adán. No es un remiendo. Claro que no todo
está bien en el mundo, pero cuando empezamos la creación ya sabíamos que no todo iba a ser
perfecto y, aún así, nos hemos arriesgado a crear. Hay guerras e injusticias, pero también hay mucha
cosa buena. Los niños no llegan a adultos sin hacer tonterías y los padres no dejan de tenerlos por
eso, ¿verdad? No, no vamos a remendar… vamos a dar el gran paso por el que esperábamos desde el
principio, porque para esto empezamos la creación.

- Y… ¿se puede saber qué paso es ese? – preguntó tímidamente Isaías.

- Isaías, tú debías de saberlo mejor que nadie… Hemos decidido – dijo el Hijo muy
solemnemente – hemos decidido que… ¡yo voy a vivir con los hombres! ¿No es genial?

1. UNA LECCIÓN DE AMOR

En ese momento, todo se ha quedado inmóvil. Todos, en la corte celestial, tenían los ojos
fijos en los Tres. Un enorme silencio de asombro cayó sobre la sala. El ángel Gabriel, asustado, no
pudo evitar un gesto brusco con el ala izquierda, derramando toda la leche que estaba en la jarra.

- Perdona, Señor – dijo, muy envergonzado – yo no esperaba en absoluto una cosa así… ¿Has
dicho que vas a vivir en la tierra? ¿Es esa tu idea?

- Sí, dijo el Espíritu Santo, y estamos los Tres completamente metidos en esto. La idea es de
los Tres y desde siempre. Pero no podíamos haberla realizado en el principio. Poco a poco, los
hombres han ido creciendo y ahora están ya preparados para esta lección de amor. Yo mismo les
abriré los corazones y comprenderán qué es el amor. Aprenderán a amar viéndonos a nosotros. ¡Uno
aprende mucho más con los ojos que con los oídos!

- ¿Amar? – preguntó, sorprendido, el profeta Amós, que no estaba del todo satisfecho con la
noticia – yo pensaba que vuestra misión era SALVAR y no enseñar sentimientos…

- Llevas tanto tiempo con nosotros y ¿todavía no has comprendido? – dijo el Espíritu Santo –
Lo único que salva es el Amor. Amar y salvar no son dos cosas distintas, son una sola cosa. El Amor
es la única lección que los hombres tienen que aprender. Esa es su única misión. Cuando aprendan a
Amar, ya estarán salvados. Poco a poco, hemos enseñado a los hombres a amar: le hablamos al
corazón y a la conciencia, inspiramos profetas para que hablen en nuestro nombre, conducimos su
historia… En fin, indirectamente, los hemos estado preparando para el Amor. Ahora, ha llegado el
momento de que vivan con el Amor mismo. Si podemos ir allí directamente, ¿por qué esperar más?
Anda, piensa un poco: cuando vean el Amor mismo y cuando puedan abrazarlo, se salvarán. Al
principio, cuando creamos el mundo, ellos no estaban todavía preparados para aceptar esto. Pero
ahora sí… Cuando puedan conocer al Hijo, estar con Él, escucharlo, ver como ama… ¡aprenderán a

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amar y se salvarán! No se trata de un remiendo, te lo repito. Es un objetivo que teníamos desde el
principio del mundo.

2. LA CERCANÍA

- De mi parte – dijo Oseas con los ojos brillantes – tenéis todo mi apoyo. Confieso que no lo
esperaba. Claro, ¡nadie lo esperaba! Pero os apoyo al cien por cien. De hecho, me acuerdo de haber
hablado muchas veces del Amor a mi pueblo. He sido incluso duramente criticado por eso, por
comparar a Dios con un amante. ¡Que el Hijo vaya allí disfrazado de humano me parece estupendo!
- ¡Oseas! – interrumpió el Hijo – ¡yo no voy a “disfrazarme” de hombre! ¡Voy a SER
HOMBRE!
- Claro, mi Señor, os ponéis dos piernas, dos brazos y una cabeza y nadie dudará de que sois
un ser humano de verdad. No quería decir “disfrazado”, claro. Harás “como si fueras” realmente un
hombre.
- Oseas, escúchame. No voy a hacer “como si fuera”: yo seré un hombre.
- Pero, ¿“hombre” cómo? No nacerás ni morirás, evidentemente…
- Sí, claro, voy a nacer, y a morir, y a crecer también.
- Señor, allí abajo hace frío, a veces… no es como aquí en el Cielo…
- Yo sé, Oseas. A veces hace mucho frío de verdad. Incluso en el corazón. Y a veces la
comida no llega…
- Pero… ¿también vas a comer?
- ¡Claro! Comeré, caminaré, sentiré el frío de las piedras bajo mis pies y el calor del verano
en mi espalda. Aprenderé y tendré que ponerme a buscar… Voy a escuchar y a hablar. Voy a hacer
preguntas y a aprender. Tendré que ponerme en camino si quiero ir de un sitio a otro…

Jonás no aguantó:

- ¡Tú no sabes en lo que te vas a meter, Señor! ¡Aquello allí abajo es una auténtica selva!
Todavía me entran escalofríos, cuando pienso en Nínive… mira que uno sufre de verdad, a veces. Y
no hablo sólo del frío o del calor, sino también de la incomprensión de los demás. Y la soledad.
Perdona, Señor, pero ese no es un ambiente digno de ti. No sería más sensato que te acercaras con
apariencia humana, que hicieras lo que tienes que hacer y te volvieras luego…

- ¿“Apariencia humana”? Esa es la primera gran tentación de los hombres, la tentación de


“dar sin darse”, de jugar al amor sin comprometerse. De tocar sin dejarse afectar, sin perder las
seguridades. Los hombres quieren dejar siempre libre el camino de vuelta. Por eso, dan pero no se
dan… Quieren tener la sensación de que aman pero sin correr ningún riesgo personal. Por eso se
dicen unos a otros: “te quiero mucho, pero no estoy preparado para asumir un compromiso, tengo ya
muchos líos en mi vida”; o: “Te ayudo a resolver tus problemas pero no quiero envolverme
personalmente con tu situación.”; o también: “Hoy quiero seducirte. Pero mañana ya no quiero que
me molestes.” No comprenden nada: amar es dejar que la carga del otro pese sobre nosotros. Así
como una especie de transferencia, ¿comprendes? Esa es la razón por la que, antes de cada acto de
amor, debemos pensar si estamos preparados para ello. Cuando amamos, nos volvemos frágiles. Por
eso creemos que es más fácil mantener siempre alguna distancia cada vez que amamos, para no
arriesgarnos nunca a dejarnos afectar. ¡Eso era lo que tú pretendías cuando sugerías que yo fuera allí
abajo disfrazado de hombre! Pero, ya ves, eso no podía hacerlo nunca…

- Señor, es verdad que vuestros pensamientos no son los nuestros y que vuestros decretos son
insondables – insistió Jonás, con toda solemnidad – pero, sinceramente

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Jonás – respondió el Hijo, sin perder la paciencia – esa es precisamente la segunda tentación
de los hombres, de los que quieren hacer el bien: la tentación del “hacer-cosas-en-lugar-de-estar”.
Piensan que el Amor se puede cambiar por “hacer cosas”, no comprenden que consiste ante todo en
hacerse presente. Se dicen unos a otros: “te he dado una hora de mi tiempo, ¿ves como te amo?”; o:
“yo canto las músicas propias de tu cultura, ¿ves como te amo?”; o también: “me visto como tú y te
sonrío cuando pasas, ¿ves como te amo?”. Pero el amor no es cuestión de horas, ni de cánticos, ni de
ropas, ni de sonrisas, ni de nada de lo que se haga “desde fuera”. Amar es darse a sí mismo y, para
eso, hay que tener tiempo para estar con el otro, tiempo para estar, simplemente. Pero, claro, con el
tiempo nos exponemos al frío y al calor del otro en nuestra propia alma… Ya ves, Jonás, un Dios
muy eficiente y muy profesional pero sin tiempo para estar con los demás no podría salvar a nadie…

En ese momento, salió un ángel adolescente volando del coro de los ángeles, con su arpa en
la mano, bailando alrededor del Hijo y cantando:

“¡La voz de mi amado! Helo aquí que ya viene, saltando por los montes, brincando por los
collados. Semejante es mi amado a una gacela, o un joven cervatillo. Vedle ya que se para detrás de
nuestra cerca, mira por las ventanas, atisba por las rejas.” [Ct.2, 8-10]

Luego se paró delante del Hijo y le hizo una gran reverencia.

Todos le dieron un fuerte aplauso, sobre todo el Dios Padre, visiblemente entusiasmado.
¡Menos mal que alguien, en medio de la asamblea, había llegado a comprender el sentido pleno de lo
que los Tres intentaban transmitir! Pero no todos estaban contentos. En medio de la corte, alguien
puso el dedo en la llaga:

- Señor – dijo, dirigiéndose al Hijo – veo que, sin duda, buscáis solamente el bien de los
hombres. No hay otra razón para una entrega tan generosa. Pero lo que no acabo de tener claro –
¡con todo el respeto… – es que ese sea el bien de los hombres. Hay una línea, Señor, una línea que
no deja que todo sea relativo. Por debajo de esa línea están los pájaros, los árboles, las montañas, el
hombre… es decir, la creación. Por encima de esa línea está Dios. Por debajo está el tiempo. Por
encima, la eternidad. Por debajo, lo que es finito. Por encima, lo infinito. Abajo, todo es relativo.
Arriba, todo absoluto. Esta línea crea una distancia infranqueable y es lo que permite que las cosas
no se mezclen. Es muy bueno saber que, por encima de nosotros, todo es claro e incondicional. Nos
ayuda a vivir con orden el desorden de nuestra vida. Pero, si lo he comprendido bien, vuestro
proyecto lo confunde todo. Lo de arriba se funde con lo de abajo. Lo de arriba viene hacia abajo y,
cuando menos lo esperéis, ya están los de abajo creyendo que están arriba. ¿No sería mejor dejarlo
todo como está, tal y como nos lo han enseñado nuestros abuelos? ¿No será esto motivo de confusión
y duda en las cabezas de los hombres? Es que esto me recuerda un poco a esos padres que empiezan
a comportarse como sus hijos, o a esos profesores que se sientan en medio de sus alumnos. Es un
gran lío… Creo que, si realmente queréis el bien de la humanidad, lo primero que hay que hacer es
mantener el orden establecido.

- Mira, será exactamente eso que dices: una línea partida. Pero no has comprendido bien el
por qué… Es a causa del Amor. El amor no soporta distancias, jerarquías.

- Pero, Señor, si quebráis esa línea os exponéis a todo lo que es relativo. No penséis que la
muchedumbre vendrá a serviros. Aquí os respetamos y os veneramos cuando pasáis, pero allí no es
así. Es la Ley del más fuerte. Allí abajo, todo puede pasar. La violencia. Quizás incluso la muerte.

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Luego, ¿cómo os quedaréis? Si perdéis vuestro “estatus” ya no podréis salvar a nadie… y es la
humanidad la que sale perdiendo…

- ¡Te equivocas, amigo! Nadie salva “desde arriba”, asumiendo una posición de superioridad.
Los hombres tendrán que aprender a encontrarme, no cuando miran hacia arriba, sino mirando hacia
abajo. Quizás no estén todavía preparados para que les lave yo los pies, pero un día lo comprenderán.
Es esta la tercera tentación de los hombres, en lo que respecta al amor: la tentación de “tender-la-
mano-sin-rebajarse”. Pensar que se puede amar sin volcarse sobre el otro, sin perder. Por eso dicen
cosas como: “Te quiero, pero no lo digas por ahí. Mi imagen saldría dañada.”; o: “déjame ayudarte,
pero no me obligues a ir a tu casa, porque no me siento a gusto en esos barrios marginales.”; o
también: “cuéntame tus pecados, pero omite los detalles, para que yo no me comprometa”. Pero amar
es aceptar perder para que el otro gane. Amar es quebrar esa línea que siempre nos mantiene “por
encima”, en nuestra autosuficiencia.

- Pero… ¿no pueden salir los dos ganando? – preguntó…

- Teóricamente sí, es posible pensar en un amor que no traiga nada más que beneficios. Pero
en la práctica, no. Amor y dolor no pueden separarse.

- Pues, es exactamente de lo que hablo, aquí. Del dolor. No tanto del dolor físico, sino sobre
todo del “dolor de corazón”. ¿Qué harías si los hombres no te aceptaran? ¿Has pensado en esa
posibilidad?

- He pensado en la posibilidad de amar hasta el extremo, adondequiera que eso me lleve. Esa
es la línea que quiero trazar, ¿comprendes?, la línea del amor. Claro que esto rompe con las
jerarquías… Cuando uno ama, no puede quedarse “por encima”… Parece que tú no has amado nunca
a nadie…

- Señor, ¿y si ese amor te lleva hasta la muerte? Imagina simplemente la posibilidad de que
quieran matarte… Tú, en cuanto Dios, ¿qué harías?

- No sé. Lo único que sé es que quiero ser fiel hasta el final.

- ¿Hasta la muerte?

- Hasta la muerte – dijo el Hijo, mirando al Padre, mientras el Espíritu Santo reclinaba la
cabeza sobre su pecho.

“Hasta la muerte”… Al oír esto, el ángel tocador no resistió y voló de nuevo alrededor del
Hijo, cantando:

“Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello en tu brazo. Porque es fuerte el amor
como la Muerte, implacable como el seol la pasión. Saetas de fuego, sus saetas, una llama de
Yahvé.” [Ct.8,6]

3. LA LIBERTAD

Poco a poco, el entusiasmo por este “jugada” de los Tres fue creciendo. Los más
extrovertidos bailaban alegremente, los más solemnes discurseaban y proponían brindis, los más
impulsivos se ofrecían también para “bajar” o “subir” a la tierra y compartir con el Hijo del Hombre

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su suerte. Había también un grupo más militante que empezó a gritar animadamente palabras de
orden, como si se tratara de una manifestación: “¡Hosanna, Hosanna al Hijo de David!”, “Bendito el
que viene en el nombre del Señor” y otros eslóganes parecidos. De repente, apareció una banda
dorada que decía: “¡Encarnar ya! Unidos a los Tres en su proyecto de felicidad”. El Padre ha pedido
un poco de silencio y explicó:

- Veo que ya habéis comprendido lo que irá a pasar y nos alegra mucho que compartáis
nuestro entusiasmo. Les agradecemos a todos el apoyo. Pero quiero que esto quede claro: no
buscamos nuestra propia felicidad. No lo necesitamos. Damos este paso para que los hombres sean
felices. Tal vez no sea fácil comprender esto: a nosotros no nos falta nada. Un día, vendrán hombres
que dirán que nosotros, para ser Dios, necesitábamos bajar a la tierra, que era una necesidad. Y eso
no es verdad. A nosotros no nos falta nada. Ellos piensan que el Amor es una necesidad, no
comprenden que salir en busca del amor por necesidad no sería amor, sino más bien su contrario, la
dependencia. Esta es la cuarta tentación de los hombres acerca del amor: la tentación del “darse
para llenarse”. Es verdad que todo amor enriquece al que lo da. Pero no es menos verdad que amar
es desear el bien del otro y no el nuestro. Sin esto, no hay amor. Como sabéis, los hombres tienen
muchas carencias, principalmente afectivas. Cuando, a veces, le dan la espalda, para no enfrentarlas,
buscan a otra persona para “llenar” sus vacíos. Y a eso le llaman amor. Dicen cosas raras como, por
ejemplo: “Te necesito para ser feliz”; “Sin ti no sería nadie” y “no puedo vivir sin ti”. No han
comprendido nada. El amor es como un puente y cada pilar de ese puente tiene de estar bien firme en
su margen. Si el pilar busca apoyarse en el mismo puente, seguro que todo se derriba. Por eso, otros
hombres dicen: “tenderte la mano llena el vacío que existe en mí” y “me doy porque me siento útil al
saber que me necesitas”. Y le llaman amor. Pero no lo es. El amor es gratuito. Sólo el que acepta
vivir su misma soledad, sabiendo que no necesita al otro para sobrevivir puede llegar a amar. La
soledad no es lo contrario del amor – como piensan los hombres, muchas veces – es su cimiento
escondido. Podéis pensar que si amamos así no nos implicamos. Pero no es verdad: así es como
podemos implicarnos sin miedo a perder. El verdadero amor alimenta la independencia. El Hijo no
dejará nunca de ser quien es.

Ahora sí, estaban todos realmente confundidos…

- Pero… - preguntó el ángel del arpa - ¿qué es realmente el amor? ¿No es fundirse con el
otro? ¿No es eso lo que va a pasar con el Hijo, que va a dejar de ser quien es para ser hombre?

- No, Benjamín – interrumpió el Hijo – si yo dejo de ser quien soy ya no puedo amar. Mira lo
que pasa aquí en el cielo: aquí no hay más que amor, pero cada uno tiene su propia personalidad. Tú,
por ejemplo, no dejas de ser un ángel cuando me amas, a mí, que no soy ángel. El amor no te hace
sentir otro, distinto de ti mismo. Saca de ti lo mejor que tienes. Si dejaras de ser quien eres para
cautivarme, por ejemplo, lo estropearías todo. Es esta la quinta tentación de los hombres cuando
aman: la tentación de “venderse para agradar”. Los hombres, con tal de agradar a los que “aman”,
pueden vender incluso lo que tienen de más sagrado. Renuncian a sus ideales, asumen
comportamientos que no son suyos, no son capaces de decir lo que realmente piensan, relativizan
aquello en lo que creen, para no perder al otro. Yo no haré eso. Si lo hiciera, sería como un juego de
sombras, me vaciaría y no podría dar nada. Habrá sin duda momentos en los que los hombres me
buscarán y no podrán encontrarme, porque necesitaré estar conmigo mismo. Puede que haya
momentos en los que los hombres me pedirán que grite las palabras de orden de sus partidos y yo los
desilusionaré, porque no quiero contradecirme. Puede que haya momentos en los que me ofrezcan el
mundo entero para que sea yo la atracción principal y quedarán defraudados, cuando yo diga que la
verdad no puede ser vendida. Eso sería como intentar que el peso del pilar asentara sobre el puente…
duraría muy poco.

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- ¡Sigo sin entender, Señor! Primero pensaba que tú no ibas a ser exactamente un hombre,
sino que ibas a disfrazarte. Luego has explicado que no, y he comprendido tus razones. Pensaba que
ibas a dejar de ser Dios, para ser hombre. Pero, por lo que dices, tampoco es eso… ¡estoy
confundido! Sinceramente, no veo cómo puedes ser hombre y seguir siendo Dios. Porque, para mí,
son dos realidades completamente distintas: Dios lo sabe todo, los hombres no; Dios está en todas
partes, a los hombres les hace falta moverse para ir de un sitio a otro; Dios tiene poder sobre todas
las cosas, los hombres no…

El tema le estaba interesando al Hijo. Con un brillo especial en los ojos, respondió:

- “Había, en un país lejano, un rey. Vivía en su palacio, en lo alto de la colina y en compañía


de su hijo. En ese reino había también un bosque, un gran bosque con un riachuelo azul. Mucha
gente vivía en ese bosque. Gente buena y sencilla, que no había entrado nunca en el palacio real y
que tampoco se sentiría bien si fuera invitada allí, por la gran distancia que había entre esos dos
mundos vecinos. Los hombres eran cazadores y leñadores. Las mujeres lavaban ropa en el río.

Un día, el Príncipe, cabalgando en el bosque a lo largo del río, vio una joven Lavandera. Se
quedó mirándola en secreto, detrás de los cañaverales, y se enamoró de ella. Le gustaría presentársele
y pedirle que fuera su novia. Pero, ¿cómo? No podía llevarla a vivir en el palacio – sería demasiado
para ella. Tampoco podía venir Él, con todo su séquito, a vivir en el bosque. No era posible. Por eso,
decidió: “dejaré la corte, perderé todos los privilegios y me iré a vivir en el bosque como uno más”.
Algunos años después, allí está. Trabaja con el leñador durante todo el día. Tiene sus manos callosas
del hacha. Su manera de hablar también ha cambiado, ahora habla como cualquier leñador, y se toma
con ellos una cerveza, al final del día, antes de volverse a casa.”

Dime, Benjamín, este hombre, que ahora vemos mal vestido, sudoroso y de manos callosas
¿ha dejado de ser el Príncipe?

Benjamín dudó… “¡Qué historia más bonita, Señor! Bueno… creo que… es decir… creo que
sí, que él lo ha dejado todo por amor pero que sigue siendo el Príncipe.”

- ¡Correcto! Ahora no podrá firmar los decretos reales, ni disponer libremente de la fortuna de
la familia, ni usar los mismos medios de que disponía en el Palacio. Pero la sangre azul le sigue
corriendo en las venas. Una vez Príncipe, por siempre Príncipe.

- Es decir, Señor, aplicado a ti… Tú vas a perder los privilegios que tenías pero no dejarás de
ser quien eres…

- Eso es, Benjamín… ¡Así es el Amor!

- Y la Lavandera ¿quién es? ¿La humanidad?

- ¡En el clavo, Benjamín!

- Y tu sangre azul, esa que no pierdes nunca, ¿qué es?

- Es el Amor, Benjamín.

- ¿Y la Lavandera? ¿Qué le pasó?

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- La Lavandera, poco a poco, aprenderá a amar el Príncipe, tendrá sentimientos cada vez más
nobles y llegará a ser una “señora”.

- ¿Se irá al Palacio con Él?

- ¡Claro, Benjamín! Cuando esté preparada…

- ¿Y los dos serán felices para siempre?

- Sí, Benjamín – dijo el Hijo, riendo mucho – los dos serán felices para siempre. Y el Rey la
tratará como hija, y será heredera de todos los bienes de la familia real.

- Creo que lo estoy comprendiendo mejor, dijo el ángel tocador, cogiendo el arpa:

“¿A dónde se fue tu amado, oh la más bella de las mujeres? ¿A dónde tu amado se volvió,
para que contigo le busquemos? Mi amado ha bajado a su huerto, a las eras de balsameras, a
apacentar en los huertos, y recoger lirios. Yo soy para mi amado y mi amado es para mí: él
pastorea entre los lirios”. [Ct. 6,1-3]

Esta historia del Leñador y de la Lavandera y la referencia a los lirios ha conmovido a todos
los presentes. Porque los jardines celestiales estaban cubiertos de lirios y todo el mundo los
apreciaba. Entonces, un profeta menor, escondido en medio del grupo, tuvo una idea: “podría
decretarse desde ahora en el mundo una armonía perfecta, para que el Hijo, al llegar, fuese acogido
por todos… Porque puede que por allí haya gente a la que no le gustan los lirios… y eso los alejará
de Él… pueden incluso estropearle el esquema…”. Y todos empezaron a discutir a propósito de los
lirios. ¿Sería mejor hacer que todos los hombres apreciaran los lirios? La idea fue creciendo… para
el bien de los hombres, todos deberían apreciar los lirios, quisieran o no… Eso facilitaría la misión
del Hijo, con la que todos estaban comprometidos. Pero el Padre, una vez más, pidió silencio:

- ¿Veis? Esta es la sexta tentación de los hombres, cuando empiezan a amar: la tentación de
“manipular al otro para no perderlo”, de seducirlo para que él no pueda rehusar el amor. Hay
tantas formas de hacerlo… y algunas son muy discretas… Muchos se hacen imprescindibles, para
que el otro no pueda vivir sin ellos. Otros intentan confundir al otro, anularlo, hasta que él piense
que, sin ese amor, no es nada. Algunos pueden llegar incluso a amenazar al otro, para que no los
rechace… Pero cada persona tiene que descubrir por sí misma el color y la belleza de los lirios, y
amarlos libremente por lo que son. Si a todos nos tuvieran que gustar los lirios, estos perderían su
encanto.

- ¿Y si rechazan al Hijo? – preguntaban todos - ¿si no llegan siquiera a abrirle la puerta?


Porque, para ellos, el mundo es su casa… es mejor pensar en un plan para forzar la entrada…

- El mundo es realmente su casa – respondió el Hijo. ¡Nunca forzaremos la entrada! El amor,


si es amor, siempre es el encuentro de dos libertades.

CONCLUSIÓN

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Así que, un día, muy lejos de allí, en una pequeña aldea perdida en el mapa, una chica abrió
la puerta y entró en su cuarto para descansar. Había tenido un día lleno. Lleno de cosas que hacer y
llenos de proyectos de futuro.

Se sentó en la cama, soñadora, con un pequeño lirio en la mano, que había cogido en el
camino de vuelta a casa. Y, en ese momento, escuchó una voz que la saludaba: “¡Alégrate, María! El
Señor está contigo”. Ella se turbó en su interior. Escuchó, preguntó, pensó, amó… Y, al final,
respondió: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según su Palabra”. Y el ángel la dejó.

P. NUNO TOVAR DE LEMOS, SJ.

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