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El Futuro Está en Manos de Quienes Hoy Están en Nuestras Manos

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El futuro está en manos de quienes hoy están en nuestras manos

Por Hugo Rubén Calvó (Comunicólogo)

El título de la presente columna es el resultado de parafrasear a Antonio


Guterres, quien sostiene que: “O futuro do nosso mundo Está nas mäos das
crianças (…) O futuro das crianças está nas nossas mäos.”

Traducción: El futuro de nuestro mundo está en las manos de los niños (…) El
futuro de los niños está en nuestras manos.

Adhiriendo a este tan claro mensaje del hoy Secretario General de la ONU, el
que provoca reflexionar sobre lo que es necesario para contribuir a la
construcción de un mundo futuro, considerando con seriedad que en nuestras
manos están quienes pueden ser los ejecutores de las mejores prácticas para
lograr, entre otras cosas, mitigar el hambre en el mundo, un medio ambiente
sostenible y la paz de los pueblos, todo eso con el auxilio de la herramienta más
ordenadora creada hasta el día de hoy, una educación dedicada y sostenida.

La educación es considerada un derecho inalienable en el marco de la


Declaración Universal de los Derechos Humanos por su indiscutible impacto
positivo en el bienestar social. De manera directa o indirecta, la educación
promueve el desarrollo de la sociedad en múltiples aspectos, fomentando la
integración y la cohesión intrasocial.

La extensa literatura en esta área evidencia el rol de la educación en el


crecimiento sostenido y la estabilidad de cualquier nación, ya sea por su efecto
estimulante en el desarrollo de capital humano, en el mercado laboral, o su éxito
en reducir las tasas de criminalidad y mejorar el acceso y el estado de la salud.

En nuestro país contamos con un sistema educativo que, a lo largo de los últimos
20 años, ha mejorado sus indicadores de acceso. La inversión en la educación,
medida como porcentaje del producto interno bruto, ha crecido. Aunque todavía
existen grandes desafíos en las trayectorias escolares, en la asignación de
recursos y en los resultados de aprendizaje, principalmente en el nivel
secundario.

A pesar de contar con un elevado presupuesto, nuestro país no logra alcanzar


altos retornos educativos. A pesar del aumento en la inversión educativa, la
calidad de la educación en Argentina ha caído junto a la tasa de escolarización.

A fines del año 2020, la FLACSO alertó sobre una proyección que mostraba que
casi 1,5 millones de chicos abandonaron la escuela después de la cuarentena.
A nivel oficial el propio ministro de educación de entonces reconoció que en el
2020 casi un millón de alumnos tuvieron “bajo o nulo contacto con las escuelas”.

A lo largo de la historia educativa de Argentina hubo varias crisis, unas como


producto de políticas derivadas de cambios de paradigma político y otras de
leyes que federalizaron, procederes y contenidos. Podemos analizar cada crisis
del sector, pero ninguna de ellas expulsó de las escuelas a más de un millón de
alumnos en un año como resultado del extenso e incomprensible cierre de
escuelas durante la pandemia.

Es de considerar que, sumado al fenómeno de una cuarentena escolar tan


extensa como la que hubo en nuestro país, una educación de baja calidad es un
obstáculo para la movilidad social y para el acceso a oportunidades de los niños
provenientes de contextos vulnerables. Una educación deficitaria no solo implica
un bajo rendimiento académico, sino un menor desarrollo de capital humano y
una profundización de la desigualdad educativa.

Es sabido que las evaluaciones, insólitamente resistidas por algunos gremios


docentes, aportan información al sistema y a las escuelas, que son quienes
inmediatamente reciben los resultados. Esto les permite saber “por dónde ir”,
una ruta para seguir y mejorar los puntos flojos del aprendizaje en los distintos
niveles.

La primera conclusión que arrojan los resultados de pruebas estandarizadas es


que en primaria los aprendizajes son más sólidos que en secundaria. Aprender
muestra que 6 de cada 10 alumnos de sexto grado se encuentran en el nivel
satisfactorio o avanzado en matemática. Del mismo modo, expone que 7 cada
10 estudiantes del último año de secundaria están por debajo del nivel deseado.

Respecto del acceso, los estudios explorados muestran que, en primaria no se


registraron grandes cambios. La cobertura sigue siendo cercana al 100%. Casi
todos los chicos en edad de primaria van a la escuela. En cambio, la caída de la
matrícula en secundaria se explica en la dificultad que persiste en sostener
trayectorias escolares. De cada diez estudiantes que empiezan la secundaria,
solo seis la terminan en el plazo esperado. El mayor desgranamiento se da en el
segundo año porque es al principio del nivel donde más repiten los chicos.

El desarrollo del sistema educativo de los últimos 20 años, verificado en distintos


estudios, dan cuenta de un deterioro tal que casi podemos definir a un alto
porcentaje de los que consiguen egresar como, analfabetos funcionales (Se
denomina analfabetismo funcional a la incapacidad de un individuo para utilizar
su capacidad de lectura, escritura y cálculo de forma eficiente en las situaciones
habituales de la vida). Esta calificación no busca ofender a las víctimas, pero si
interpelar a los victimarios, los que tienen a su cargo la definición y ejecución de
las políticas educativas.

Por estos días estamos asistiendo en nuestro país a controversiales propuestas


para eliminar sistemas de calificación y promoción de los niños en las escuelas.
Unos proponen habilitar el pase al siguiente nivel con 19 materias previas. Otros
evaluar con un nuevo sistema numeral que elimina las notas más bajas. También
se promueve la promoción automática para aquellos alumnos que no hayan
alcanzado los objetivos pedagógicos. Todo esto forma parte del método que
utilizan algunas provincias para, tal vez, ocultar el fracaso de una política
educativa, los constantes paros de docentes, los efectos de cerrar escuelas en
pandemia y/o dar una respuesta política a padres que se preocuparon más por
la pérdida de tiempo/aula que por la adquisición de información que los habilite
a los hijos a mejor atravesar el siguiente nivel.
Con esto se estaría quebrando aquello de que la evaluación forma parte del
proceso formativo que acompaña la trayectoria escolar de los estudiantes, una
herramienta de los docentes para conducir la enseñanza de manera efectiva,
retroalimentar los aprendizajes y comunicar los resultados a los alumnos y sus
familias.

Entonces, si este esquema se relativiza en un contexto social en que las


urgencias del diario vivir permean la cultura del esfuerzo y los valores morales,
que naturalizan procederes y los convierten en una forma práctica de enfrentar
el presente, nos van dejando el futuro sin continente.

En nombre de los pobres es que el discurso político-social involucra conceptos


como la igualdad de oportunidades, confundiendo esta con igualdad de
resultados, promoviendo sistemas de evaluación y no evaluación, igualando para
abajo, escudándose en supuestas estigmatizaciones y/o discriminaciones que
afectarían emocionalmente a aquellos social e intelectual, supuestamente,
menos agraciados, haciendo caso omiso de cómo afecta a quienes estarían en
un contexto similar pero con la voluntad de superarse, este último vería que su
esfuerzo es vano pues a él lo califican igual que al que no tiene la actitud de
superación, convirtiendo en un círculo vicioso lo que debiera ser uno virtuoso.
Entonces no se trata de soltarle la mano a quien quiere desarrollar su intelecto
al máximo por conformar a quienes, son considerados, perversamente, los que
no van a poder, que no son aptos y que, tal vez, no merecen el esfuerzo del
sistema para dar vuelta lo que consideran una segura pérdida de tiempo.

En resumen, la educación no es solo escolarizarse sino obtener un propósito de


vida a través del conocimiento, de un saber hacer, y esa es la tarea del sistema
de educación, de los docentes y de los padres.
El reconocido economista, Tomas Bulat, dejó un enorme legado acuñando el
siguiente pronunciamiento “Cuando se nace pobre, estudiar es el mayor acto de
rebeldía contra el sistema. El saber rompe las cadenas de la esclavitud”. Demás
está decir lo que debemos aprender de él.

Retomando la idea de que el futuro está en manos de quienes hoy están en


nuestras manos, es que no debemos perder el tiempo para darnos cuenta de
algo tan evidente, solo porque hay mandatos ideológicos irreflexivos, o muy
reflexionados, tanto que lo que en realidad se busca es una empatía negativa,
esta que funcione como una corriente centrifuga que expulse a quienes no se
ajusten a ciertas formas de entender la distribución del poder, en la que la
centralidad es unipersonal. Si tenemos claro que el futuro está en manos de los
niños, pero que ellos hoy están en nuestras manos es que debemos hacer el
mejor esfuerzo para formar seres dignos, con fe en sus destinos, con una ética
sobre la libertad que les permita solidos propósitos en beneficio de la humanidad
toda.

No hagamos lo que los fabricantes de armas proponían para solucionar el drama


de los niños soldados, fabricar armas más chicas.

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