Dalmiro llega a una vieja casa de campo que alquiló para inspirarse a escribir una nueva novela. La casa está aislada y parece embrujada. Al acercarse, nota que la propiedad se ve descuidada y en mal estado, pero espera que el cambio de escenario lo ayude a superar su bloqueo creativo.
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Dalmiro llega a una vieja casa de campo que alquiló para inspirarse a escribir una nueva novela. La casa está aislada y parece embrujada. Al acercarse, nota que la propiedad se ve descuidada y en mal estado, pero espera que el cambio de escenario lo ayude a superar su bloqueo creativo.
Dalmiro llega a una vieja casa de campo que alquiló para inspirarse a escribir una nueva novela. La casa está aislada y parece embrujada. Al acercarse, nota que la propiedad se ve descuidada y en mal estado, pero espera que el cambio de escenario lo ayude a superar su bloqueo creativo.
Dalmiro llega a una vieja casa de campo que alquiló para inspirarse a escribir una nueva novela. La casa está aislada y parece embrujada. Al acercarse, nota que la propiedad se ve descuidada y en mal estado, pero espera que el cambio de escenario lo ayude a superar su bloqueo creativo.
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ESCRITO CON SANGRE por Martín Tous
El calor de la ruta era insoportable. Dalmiro sudaba bajo la camisa
cuadrillé de algodón, lamparones de humedad rodeaban sus axilas, pecho y cuello. Al viejo Ford Mondeo que lo trasladaba se le había roto el aire acondicionado. Venía de una larga mala racha, no lo podía reparar aún. Tenía solo su ventanilla abierta, había probado abrir las cuatro ventanillas del auto pero no solo entraba viento, sino que los caminos rurales por los que circulaba también le regalaban toneladas de tierra, polvo y plumeritos (que cantidad había, pensó). Así que decidió dejar abierta su ventanilla sola, debía arreglárselas. El paisaje aledaño era como cualquier camino o ruta de campo, solo se veían alambrados, cuadros de campo sembrados con girasol que daban una hermosa vista al panorama general y monótono de la ruta, otros campos estaban sembrados con soja y en otros solo se veían vacas a la sombra de los carteles gigantes de publicidad que había adentro de los propios cuadros. A lo lejos, a veces, se divisaba algún que otro rancho, pero gente nada. Claro, en el campo se duerme la siesta, pensó Dalmiro dando una ojeada a su reloj de pulsera. Se lamentó pensando que si no fuera porque se perdió en un cruce de rutas y se desvió como cien kilómetros, ya habría llegado a destino hace una hora u hora y media al menos, y el calor de la media tarde lo hubiera agarrado ya en la casa, a la sombra, adentro, hasta quizás podría haber probado una siestita también. Pero no, según sus cálculos y el mapa ajado que llevaba todo pegado con cinta Scoch y medio amarillo ya, le faltaban unos veinte o treinta kilómetros todavía. —Después de andar un rato largo, va a ver una iglesia abandonada hace siglos, se va a dar cuenta, de allí sigue unos cinco kilómetros más y la próxima calle de tierra y ripio que vea a la izquierda dobla, por ese camino sigue derechito y se va a chocar con la casa, vaya tranquilo esta fácil. —Le había indicado el playero de la estación de servicio, la última vez que cargó combustible en su auto más un bidón de veinte litros que llevaba en el baúl, al lado de una garrafa de gas licuado que también había comprado en la misma estación de servicio para la cocina de la casa. A lo lejos comenzó a divisar una cruz en lo alto de una torre abovedada, estaba torcida hacia un lado y le faltaba un pedazo en la punta, parecía una letra T gigante a punto de caerse. Dalmiro suspiró fuerte y ruidoso, un poco por el calor, y otro poco de alegría porque eso quería decir que ya estaba cerca. Al pasar frente a la iglesia, chequeó los espejos y redujo la velocidad casi a veinte kilómetros por hora, no venía nadie por la ruta así que no había peligro en reducir tan de pronto la velocidad de su auto. Pasó lentamente observando la iglesia, era un iglesia tipo Victoriana, bastante derruida y maltratada por el tiempo, aunque aún conservaba una extraña y tétrica belleza. La torre abovedada terminaba en punta triangular y la cruz descansaba tambaleante hacia un costado. La puerta del frente parecía de roble y de doble hoja, altísima, casi tocaba el techo de la iglesia, estaba descascarada y rajada en varios lados. Las paredes estaban cubiertas de lajas o piedras, no llegó a diferenciarlo bien, el terreno que la rodeaba estaba totalmente cubierto de altos pastos y plantas salvajes, había dos o tres árboles secos que terminaban de darle un aspecto bastante ruinoso y solitario. Dalmiro pensó que sería una muy buena locación para filmar una buena película de terror. Volvió a pisar el acelerador y siguió su camino, se sentía aliviado porque en unos cinco kilómetros más se encontraría con el camino de ripio que le había indicado el de la estación de servicio. 2 Después de haber pasado la iglesia unos cinco kilómetros atrás, salía un camino angosto de ripio hacia la izquierda. Era sin duda el camino hacia su destino. Mientras lo tomaba disminuyó la marcha para evitar levantar mucho polvo y también para que el andar sobre el ripio sea un poco más suave. Mientras tanto se puso a pensar cuándo fue la última vez que había podido escribir algo decente... El maldito bloqueo hacía un año y medio que lo tenía parado. Su editor ya estaba comenzando a presionar para que saque una nueva novela, se acercaba fin de año y los seguidores de “Dalmiro Wachtmen” querían algo nuevo. Su apellido real era Machado, pero sonaba mucho más comercial y marketinero Watchmen. Si bien no era un escritor muy famoso, ya había logrado fidelizar una gran masa lectores gracias a sus tres novelas anteriores. Una era: La condena, la primera novela que sacó y editó formalmente. Su experiencia hasta esa época se había basado en una colección de cuentos de terror y misterio que, dentro de algunos foros y lugares de internet de aficionados, habían tenido bastante repercusión. La condena hablaba de la época de la inquisición y de la brujería, ese había sido el puntapié inicial que lo llevó a poder editar la segunda novela: Más allá de los ángeles, en donde se despachó matando ángeles y demonios a diestra y siniestra. Esa novela había gustado mucho, tuvo un premio local y uno de una editorial española, de esas que se concursan por internet. De hecho, ya había empezado a ganar algo de dinero, allí fue cuando se compró el auto, no podía creer que lo había podido pagar todo en efectivo y en una sola vez. Si bien el auto era usado, hasta ahora que se le había roto el aire acondicionado, no había tenido problemas. La última novela que había publicado hacía ya un año y medio y había sido: Suspiros, que trataba de unos fantasmas que acosaban a una familia de ateos. La idea de que a personas que no creen en ningún Dios ni demonio las acosaran espíritus también había gustado mucho, y hasta había sido tema de controversia en algunos medios locales y de internet conjuntamente. Pero, esos tiempos de musas inspiradoras habían pasado, ahora eran solo un recuerdo. Su mente se encontraba en cero, todo era blanco mate allí adentro. A Dalmiro la idea de alquilar una casa encantada, idea de su editor, le había parecida una idiotez en un principio y hasta se había ido muy enojado de la editorial. Pero luego, en su pequeño departamento de dos ambientes en medio de la ciudad, comenzó a amigarse con la idea, después de todo el bloqueo estaba allí, había que intentarlo al menos, de paso tampoco le vendría mal salir de la ciudad y respirar un poco de aire fresco, por otro lado sus finanzas comenzaban a ser una preocupación. Algo tenía que hacer. Así fue que, por recomendación de su editor, INSOMNIA | 57 logró alquilar la casa a la que se dirigía ahora. Como tenía esa fama, de casa encantada, la había alquilado en un valor muy bajo, el de la inmobiliaria lo había querido convencer incluso de que no alquile esa casa porque estaba lejos y en muy mal estado general, como no lo convenció le hizo firmar un acta de responsabilidad, donde especificaba que el locador, él mismo, se hacía cien por cien responsable de su propia seguridad deslindando a la inmobiliaria de cualquier lesión o daño que se produjera durante el arrendamiento. Sorprendido Dalmiro firmó el convenio y finalmente le dieron la dirección y un juego de llaves. Le habían dicho que la casa no tenía teléfono fijo, así que si tenía celular mejor sería que lo tenga a mano y cargado por cualquier cosa. Tampoco contaba con conexión a la red eléctrica, por lo tanto la electricidad se la proporcionaba un generador pequeño que estaba en el cuarto de herramientas de la casa, le habían recomendado enérgicamente también que por lo menos se llevara unos veinte o treinta litros de combustible para hacerlo funcionar. Siete u ocho días llegaría bien con ese combustible, si solo usaba las luces de noche para iluminar la casa y enchufar el cargador de alguna computadora o celular claro, no mucho más. La siguiente recomendación que le hizo fue que, como tampoco contaba con gas natural, sería prudente hacerse con una garrafa de diez kilos para poder cocinarse o tomar algo caliente al menos. ¡Ah, cocina si tiene y funcionando incluso! Además también cuenta con una hogar a leña sepa usted, le había dicho orgulloso el de la inmobiliaria cuando le entregó las llaves. Dalmiro salió de la inmobiliaria ese día con su juego de llaves y el papelito arrugado en la mano con la dirección del lugar. Cinco horas de viaje calculó a ojo mientras miraba la dirección que le habían anotado. 3 Casi sin darse cuenta Dalmiro ya estaba pisando la entrada de la casa. Habría hecho unos dos o tres kilómetros desde que tomó el camino de ripio. La entrada al parque del frente era de un estilo antiguo, había un portón doble de rejas altas y gruesas, amurado a un gran paredón de piedra o roca rústica, parecía una muralla china impenetrable. Se veía un camino de adoquines desde el portón de rejas hasta la entrada de la casa. El pasto estaba alto y salvaje, le hizo recordar a la iglesia que había visto kilómetros atrás. Así y todo se llegaba bien a la casa porque el camino era del ancho de un auto aproximadamente y estaba despejado de malezas. Se bajó del Ford, se acercó a la reja y sacó el manojo de llaves que le habían dado en la inmobiliaria. Comenzó a probar las llaves hasta que una abrió el candado de la cadena que rodeaba y aseguraba el portón. Dalmiro retiró la oxidada cadena y comenzó a abrirlo. El rechino de los goznes del portón le hizo doler los dientes, evidentemente no había sido abierto en años. Subió al auto y entró. Despacio y siguiendo el camino adoquinado llegó a la casa en poco menos de cincuenta metros de trayecto. Bajó del auto y se quedó contemplando la fachada de la imponente casa embrujada, según aseguraban las malas lenguas. Era antigua y de dos plantas, tipo colonial. La planta baja era totalmente de piedra, había una corta escalera de madera (parecía dura, roble o nogal, estaba muy deteriorada por el tiempo) que llegaban a la puerta de entrada. Una puerta alta, de madera maciza también, con un clásico llamador de hierro grueso en el medio, simulaba una cara rara y de la nariz le salía una argolla que era lo que se usaría para tocar. Se veía una ventana grande a la derecha de la puerta y una serie de ventanas angostas y verticales a la izquierda que llegaban hasta la planta alta, seguramente iluminan una escalera interior, pensó Dalmiro. La planta de arriba era de madera, parecía ser de la misma madera de los escalones de entrada. A la vista, la fachada de la casa era imponente y bella, pero el estado general excepto la parte de piedra, era resquebrajado y ruinoso. La planta alta tenía rajaduras en sus paredes, había dos ventanas grandes a los lados con los vidrios rotos y techo de tejas a dos aguas. Faltaban varias tejas, en el piso y en los alrededores de la casa, había varias tejas caídas y rotas. —¡Ja!, Amityville es un bebe de pecho al lado tuyo eh… —Se escuchó decir Dalmiro en voz alta, mientras miraba extasiado la tremenda fachada. Dalmiro se acercó a la puerta de entrada, volvió a sacar el manojo de llaves y se puso a probar a ver cuál habría. La segunda opción dio resultado, giró la llave y abrió la puerta, empujó la hoja de pesada madera y otra vez, como en el portón de calle, los goznes de la puerta chirriaron produciéndole sensación de frío en los dientes. Entró a la casa. A su izquierda, como había imaginado, había una escalera de madera que llevaba a la planta de arriba. Algunos escalones estaban rotos, descascarados y había olor a humedad y moho. La baranda de la escalera que subía estaba rota y astillada en algunas partes, parecía haber sido mordida, pensó extrañado Dalmiro (por una gran boca además). Había una puerta bajo la escalera que sería una especie de cuarto de limpieza imaginó. Al frente divisaba un arco que llevaba a la cocina, se veía una mesada al fondo de esta y otra puerta que llevaría al patio trasero o parque exterior de la casa. En general se veía bastante mal tratada por el tiempo y la humedad, los pisos era de baldosas antiguas, algunas rotas, otras manchadas con charcos marrones de algún líquido que ya se había secado hacía años. Las paredes estaban descascaradas, faltas de mampostería, agujereadas y rotas en diferentes zonas. Algo que le llamó mucho la atención fue ver en una de las paredes tres rajaduras juntas, como hechas por una garra de algún animal grande (sonriendo, Dalmiro pensó si sería el mismo animal que mordió la baranda de la escalera). A la derecha había otra puerta de madera medio deteriorada también, que como detalle extraño tenía u crucifijo colgado en la mitad superior de la puerta, hacia esa puerta se dirigió en primera instancia. Cuando la abrió se encontró con un gran estudio, una antigua biblioteca con cientos de libros viejos y polvorientos que cubrían una pared entera del cuarto, al frente había una ventana grande con los vidrios muy sucios pero increíblemente intactos. A su derecha se situaba otra ventana, la que había visto desde el frente de la casa. Bajo la ventana frente a él, había un escritorio antiguo, tanto como la biblioteca probablemente, de madera tallada con raros relieves, sobre éste había un velador de bronce lustrado hermoso, también se veían algunos papeles arrugados sobre el escritorio y otros en el piso, junto con una gran masa de polvo y telarañas por doquier. Sobre el escritorio yacía entre polvo y telas de arañas una vieja máquina de escribir, una “Olivetti”, ¡fabuloso! pensó Dalmiro, ¡adiós notebook, aquí voy a escribir con esa Olivetti!, se dijo a sí mismo sintiendo casi que podía sentarse ya a escribir su nueva novela. 4 Al revisar la planta alta encontró dos habitaciones más, cada una con una vieja cama de dos plazas de caños macizos, dos mesas de luz a cada lado, sábanas y acolchados con olor a humedad y un antiguo ropero de dos cuerpos en cada cuarto. También había un amplio baño con bañadera y cortina al mejor estilo Psicosis, era tan antiguos los artefactos y los azulejos tan blancos, que parecía estar viendo una vieja película en blanco y negro. Los pisos de madera rechinaban bastante con los pasos de Dalmiro, después de revisar toda esta planta bajó y salió a ver el patio trasero. Al abrir la puerta se encontró con un raro paisaje, a unos cinco metros de la puerta había una fuente de agua, sin agua, con aspecto antiguo con una gran Gárgola tallada en piedra a modo de adorno. Estaba en posición sentada con sus alas vampirescas replegadas, sus grandes garras delanteras con tres grandes uñas bien talladas en sus manos, apoyadas sobre sus patas traseras en flexión, igual a las que se ven en las fachadas de antiguas iglesias, su cabeza era grande, de orejas puntiagudas, con una gran boca de labios grotescos y gruesos colmillos. Tallada a la perfección. Dalmiro imaginó que en cualquier momento podría levantar vuelo si se lo proponía. Más al fondo del parque había una especie de cementerio, se veían ruinosas lápidas desparramadas por el terreno y alguna que otra cruz de piedra sobre viejas tumbas. Como ya era una regla general los pastos salvajes ocupaban entre las tumbas un lugar predominante. Dalmiro se acercó hasta una de las primeras lápidas, estaba muy deteriorada, no tenía inscripción alguna, excepto por el famoso “Q.E.P.D.” calado en su estructura. Algunos árboles secos rodeaban el cementerio dándole un toque macabro en conjunto. La verdad es que a Dalmiro cada vez le gustaba más esa casa, ya sentía un calor creativo que empezaba a florecer en su interior. Con una media sonrisa en la cara, Dalmiro se acercó a un cuarto que había justo atrás de una de las últimas tumbas. La puerta estaba abierta y un poco entornada contra su marco, la abrió y allí estaba como le había dicho, el generador eléctrico. Un viejo generador a nafta monofásico marca Onan. Conforme con su relevamiento volvió a la casa con la idea de ir bajando la garrafa y el combustible para el generador del auto, y así dejar ya todo conectado y funcionando. Pensó también en hacer una pequeña limpieza general como para poder transitar por la casa sin levantar mucho polvo. Pero desistió. Así como estaba era perfecta para sus fines: inspirarse. Ahora sí era tiempo de sentarse a escribir. Una vez instalado, Dalmiro se hizo una gran jarra de café negro y se dispuso a estrenar esa vieja Olivetti. Sentía los primeros argumentos de una historia queriendo salir, queriendo impactar en una hoja en blanco dejando su marca de fuego. Afuera el crepúsculo daba paso lento al anochecer. La casa si bien estaba en mal estado general, al menos las luces funcionaban todas. A lo lejos se escuchaba el ronronear del generador eléctrico, casi un murmullo que no molestaba para nada, al contrario, le hacía compañía como si fuera una radio encendida de fondo. Se sirvió una taza de café, se sentó en la silla del viejo escritorio, colocó una hoja A4 en la Olivetti, dejó la resma a un costado de la máquina de escribir y tipió torpemente aún el título de su nueva novela: Tinieblas. Inmediatamente después de que Dalmiro escribió la última letra del título de su flamante novela, sin que él lo notara en absoluto, el crucifijo de la puerta del estudio giró en redondo trescientos sesenta grados y quedó colgado totalmente invertido. 5 Dalmiro estaba totalmente abstraído en su novela, ya había escrito todo el primer capítulo de un tirón y arrancaba el segundo, la jarra de café estaba por la mitad. Fría ya. No podía creer que finalmente el bloqueo se había esfumado, que gran noticia, que gran idea la de su editor de haberle insistido en este viaje. Estaba sorprendido por su ductilidad para volver a escribir como si hubiera terminado ayer su última historia. Sabía que la creatividad nunca lo había abandonado, solo estaba encerrada en una oscuridad mental que duró un año y medio. Mientras escribía, Dalmiro no se percató de que en la ventana a su derecha, sobre el escritorio que ocupaba, había una extraña sombra del lado de afuera observándolo a través del vidrio. Era una silueta bastante peculiar y aterradora. Con una de sus grandes garras hizo un rayón sobre el vidrio, el chirrido que generó logró desconectar a Dalmiro de su tarea y lo hizo mirar hacia allí instintivamente. No vio nada. La silueta ya no estaba. Con un gesto corto de hombros hacia arriba se dispuso a seguir escribiendo. De pronto el ronroneo de fondo que lo acompañaba cesó y todas las luces de la casa se apagaron. El maldito generador se había parado, pensó Dalmiro contrariado. No tenía ganas realmente de ocuparse de cuestiones domésticas. Estaba inspirado, estaba escribiendo. Después de un año y medio de sufrir un bloqueo creativo al fin se había liberado y ahora el generador se había parado. No tenía opción, sin luces no podría escribir más, al menos de noche, debería esperar a la mañana para volver a su tarea creativa. Tenía que ir a revisar el generador. Con pocas ganas se levantó de su silla y tanteando en la oscuridad buscó la caja de fósforos que tenía para encender la cocina. Antes de encontrarla, volvió a escuchar un ruido agudo, como si alguien rosara el vidrio de la ventana con varias puntas de diamantes, pero la oscuridad era tal que no distinguió nada. Al fin encontró los fósforos y encendió uno. Miró hacia la ventana y nada. Fue hasta la cocina y buscó entre los cajones. Supuso que en un lugar así habría varios paquetes de velas, sobre todo si se depende de un generador que de pronto deja de funcionar. Buscó en varios cajones de la mesada y finalmente encontró un manojo de tres o cuatro velas a medio derretirse en el fondo del último. Encendió una de las velas y se dispuso a ir al fondo de la casa para revisar el generador. La idea realmente no le agradaba demasiado, pero que otra opción tenía. Salió y haciendo cucharita con la mano derecha delante de la llama para que no se le apagara en el camino, se dirigió al cuarto de herramientas. Al pasar por delante de la fuente Dalmiro no llegó a notar que la Gárgola no estaba en su fuente. Pasó tan apurado intentando que no se le apagase la vela que no miro a los costados. Después de tropezar entre tumbas y ramas, llegó al generador. Paseo la vela por el lomo del motor, nada. Chequeo el combustible, tenía. Miró el cable de salida hacia la casa y estaba en su lugar. No parecía tener ningún problema. Dejó la vela a un lado y tiró de la perilla que encendía el motor. Un intento, nada. Segundo intento, nada. Tercer intento, esta es la vencida pensó Dalmiro cruzando los dedos de la otra mano. Por fin amagó a arrancar y después de escupir grandes bocanadas de humo negro por el escape y de hacer otras tantas contra explosiones, el generador comenzó a funcionar nuevamente. Las luces de la casa parpadearon y volvieron a encenderse. Aliviado, dio una rápida mirada al generador, todo parecía normal, agarró la vela y se apresuró a volver a la casa. Al pasar delante de la fuente, la Gárgola volvía a estar en su lugar, Dalmiro percibió un raro olor, fétido, azufrado. Sin prestarle mayor atención entró a la casa. Aprovechó el break obligado para volver a hacerse café. Mientras enjuagaba la taza se sobresaltó al escuchar claramente unos pesados pasos en la planta alta. El piso de madera resquebrajado de esa planta delataría a un gato caminando sobre él. Algo nervioso, se acercó a la base de la escalera y miro dubitativo hacia arriba. —¿Hola? —Nada. —¡Basta pelotudo! —Se dijo en voz alta—. Te compenetraste demasiado en la novela, ya tenés delirios paranoicos... Volvió a la cocina riéndose en voz baja y se sirvió una taza de café. Entró al estudio y se dispuso a seguir escribiendo. Un poco le dolían los dedos, por la falta de costumbre de usar una máquina de escribir tradicional. Pero estaba demasiado creativo como para irse a dormir. Ni bien apoyó las manos sobre la Olivetti, las luces comenzaron a parpadear nuevamente, el ronroneo de fondo ahora era como una tos perruna a punto de ahogarse. —¡No, no, de nuevo no! —gritó desesperado. Pero pasó. Parpadearon las luces, el generador roncó, tosió y continuó su marcha monótona y decidida. A Dalmiro casi se le escapó una lágrima de alivio. La silueta volvió a aparecer en la ventana, esta vez se divisaba bien con las luces encendidas a través de los vidrios, era sin duda alguna una silueta de Gárgola. La de la fuente específicamente. Su piel ya no era de piedra tallada, parecía piel de rinoceronte, gris, dura y arrugada, sus colmillos gruesos y filosos sobresalían de la boca hacia arriba como los de un jabalí, sus alas vampirescas terminaban en garras con uñas poderosas. Dalmiro comenzó a percibir de pronto el mismo olor fétido que había notado en la fuente, giró la cabeza hacia la ventana y ahora si la vio. La Gárgola, en posición de ataque se disponía a atravesar el vidrio de un golpe, Dalmiro llevó el brazo instintivamente en forma defensiva hacia su cabeza. Los vidrios estallaron estrepitosamente, Dalmiro sintió como le penetraban en todo el cuerpo pequeñas esquirlas de cristal y su piel se laceraba masivamente. Cayó al piso. La Gárgola atravesó la ventana rota y lo enfrentó con todo su porte, con las alas abiertas casi no entraba en la habitación. El terror se apoderó de Dalmiro y arrastrándose por el piso con manos y piernas se topó con la pared a su espalda. La Gárgola avanzada decidida contra él, con las garras abiertas y sus colmillos sedientos de sangre. Dalmiro desesperado comenzó a tantear la pared a sus espaldas en busca de una salida. La Gárgola ya estaba encima de él, era el final... 6 Mientras Dalmiro era atacado por la Gárgola, en una de las tumbas comenzó a removerse el suelo. Se formaron tumultos de tierra y comenzó a abrirse el reseco piso de una cripta. Inmediatamente después apareció una mano desde abajo de la tierra. La mano era enorme, con dedos huesudos y de carnes carcomidas por la podredumbre. Filamentos tendinosos colgaban de las falanges, abrió y cerró el puño como comprobando su fuerza y comenzó a elevarse de la tierra. Apareció un gran brazo por debajo de la mano, también estaba con faltantes de piel y con músculos desgajados, así y todo se veía poderoso; gusanos blancos como la leche complementaban el pútrido miembro que inexorablemente se elevaba desde su tumba hacia la superficie. Segundos más tarde, un ser hediondo y putrefacto estaba parado sobre la tumba, fuera de su lecho mortuorio. Medía alrededor de dos metros, si bien estaba totalmente carcomido y sus carnes agusanadas, se observaba un cuerpo fuerte y musculoso, llevaba puesta una camisa color caqui mezclada con tierra, humedad y musgo hecha girones. Los pantalones en igual estado, color tierra, desgarrados y mostrando fuertes piernas agusanadas con rajas de carnes colgando. Su rostro era repulsivo y aterrador, tenía faltos de pellejo al punto que media dentadura estaba expuesta, mostrando unos dientes amarronados y en descomposición, uno de sus ojos bailaba en su cuenca sin párpados ni piel que lo contuviera. El temible y repulsivo ser, comenzó a caminar torpe pero firmemente hacia la casa. Dalmiro resignado se preparó a recibir el golpe final. La Gárgola elevó hasta el techo su garra derecha dispuesta a eliminar a su presa de un solo golpe. En un segundo de lucidez, antes del golpe final, Dalmiro notó que la Gárgola al levantar la garra, retrajo también su ala derecha dejando expuesto su pubis, si podía decírsele así, a ese engendro sin sexo y chorreante de fluidos sulfúricos, y sin pensarlo dos veces le asestó una tremenda patada desde el suelo directo al seudo genital de la criatura. El golpe la hizo retroceder un metro y medio mientras emitía un desgarrador grito de ultratumba, dejando un pequeño hueco por donde Dalmiro se deslizó escurriéndose y escapando de su atacante. Logró pararse ágil e instantáneamente y corrió hacia la cocina sin mirar atrás. La Gárgola volvió en sí cuando Dalmiro ya traspasaba la puerta del estudio y se dirigía directo hacia la puerta trasera de la casa. En segundos Dalmiro llegó a la puerta trasera. Esa puerta era el último obstáculo entre el demonio y su libertad. Aunque tuviera que correr kilómetros no se dejaría atrapar tan fácilmente. Tomó el picaporte de la puerta y la abrió violentamente dispuesto a escaparse de esa horrible pesadilla. En el instante en que abrió la puerta sintió que algo poderoso lo tomó del cuello y lo elevó varios centímetros del piso. Con las piernas colgando y pegando patadas al aire, Dalmiro comenzó a ahogarse. Instintivamente tomó con sus manos el putrefacto brazo que lo sujetaba, con todas sus fuerzas intentó sacárselo de encima, pero sin ningún resultado. Sentía como la presión en su cuello aumentaba, no lograba identificar qué o quién lo había tomado, solo veía una oscura silueta humanoide que cubría casi toda la puerta. La presión en su cuello erra cada vez mayor y no cesaba, comenzó a sentir que las amígdalas, la lengua, la tráquea y la laringe se le desgarraban de la garganta. La presión seguía aumentando. Dalmiro estaba seguro que su cuello comenzaba a separarse de su cuerpo, de hecho ya no sentía sus piernas, sus ojos estallaban inyectados en sangre y comenzaban a cerrarse lentamente. Su cabeza, literalmente, estaba separándose de su cuerpo. El pútrido ser, en un último esfuerzo diabólico y monstruoso, terminó de cerrar su mano totalmente produciendo un horrible chasquido seco. Como cuando uno quiebra una tabla de madera de una patada. La cabeza inerte, luego de ser separada de su tronco produciendo una explosión de sangre eyectada desde el cuello de Dalmiro hacia afuera, cayó hacia un lado y el cuerpo sin alma ya, cayó hacia el otro lado sobre el piso encharcado en sangre. El agusanado ser, dio media vuelta y volvió a su tumba con paso torpe pero decidido. La Gárgola subió a la fuente y se convirtió de nuevo en un adorno de piedra. El crucifijo de la puerta del estudio giró en semicírculo de nuevo hasta volver a quedar en su posición normal. La Olivetti junto con la biblioteca, el escritorio antiguo y el sillón se desvanecieron en el aire como si nunca hubieran existido. En el estudio vacío ahora, las primeras y únicas hojas escritas de Tinieblas quedaron desparramadas y salpicadas de sangre por todo el piso del lugar. El amanecer anunciaba un nuevo y soleado día de verano.•