Revista Huellas 109 Universidad Del Norte
Revista Huellas 109 Universidad Del Norte
Revista Huellas 109 Universidad Del Norte
HUELLAS
REVISTA DE L A UNIVER SIDAD DEL NORTE
MONOGRÁFICO RAMÓN ILLÁN BACCA
HUELLAS
Revista de la Universidad del Norte
ISSN 0120-2537
Barranquilla, Colombia
© Universidad del Norte, 2022
Directora
Farides Lugo Zuleta
Coordinador editorial
Fabián Buelvas
Comité editorial
Adolfo Meisel Roca
Adriana Maestre Díaz
Carlos Pereira
Fabio Rodríguez Amaya
Giselle Massard Lozano
Joachim Hahn Von Hessberg
Julio Olaciregui
María Margarita Mendoza
Samuel Whelpley
Sergio Álvarez Uribe
Toni Celia Maestre
Una realización de
Editorial Universidad del Norte
Ilustración de portada:
Retrato de las máscaras de Ramón Illán Bacca,
ilustración digital, diciembre de 2021
Obra de la artista Laura Viviana Ortiz
Diseño gráfico
Geraldín Acevedo España
Cómic
DR. FU MANCHU No. 1 ............................................................................ 23
I. W. Publishing. Lápices y tintas de Carl Burgos
Música
DESGRACIA Y FELICIDAD DE LA MÚSICA ............................................... 31
Pablo Montoya (con selección musical de Giselle Massard)
Poesía
APARICIÓN DE RAMÓN ILLÁN BACCA
PIDIENDO PERMISO ENTRE LA GENTE ................................................... 36
John Templanza Better
ORIGINALES
CLARINET CONCERTO IN A, K. 622, II ADAGIO......................................... 41
Wolfgang Amadeus Mozart
ENSAYO
EL RESGUARDO ORIENTALISTA ...............................................................54
Andrea Juliana Enciso
IN MEMORIAM..........................................................................................78
Ariel Castillo Mier
COLECCIONISTA DE EPIFANÍAS............................................................... 84
Orl ando Araújo Fontalvo
EL CUERVO DE LA FÁBULA......................................................................90
Rubén Maldonado Ortega
ENSAYO II
LA ESCRITURA DEL GATO DE CHESHIRE.................................................. 111
Orlando Mejía Rivera
NARRATIVA
MARACAS EN LA ÓPERA, CAPÍTULO IV.................................................. 149
Ramón Illán Bacca
MISCELÁNEOS
LE HAN DICHO QUE ES MEJOR CONVERSADOR
QUE CUALQUIER OTRA COSA................................................................. 184
Entrevista de Leopoldo Gómez-Ramírez a RIB
EPÍLOGO....................................................................................................................195
WEBGRAFÍA...............................................................................................................196
COLABORADORES.....................................................................................................198
HUELLAS
3
HUELLAS
4
Traducción literaria
L
a traducción de este cuento está motivada y apoyada por el recorrido académico de
estos últimos años, en particular, por el intercambio académico realizado durante el
segundo semestre de 2020 en la Universidad del Norte de Barranquilla, donde el propio
Ramón Illán Bacca fue profesor durante muchos años.
La oportunidad de conocer de primera mano la realidad de la ciudad de Barranquilla,
especialmente durante el periodo de carnaval, y la frecuentación del Carnaval de las Artes
y de lugares como La cueva, donde se ha formado la vida cultural de Barranquilla, han des-
pertado mi interés por la literatura colombiana más reciente.
La decisión de profundizar el cuento, a través de las obras de Ramón Illán Bacca fue
apoyada además por la profesora del Programa de Filosofía y Humanidades de Uninorte
Rike Bolte.
La obra de Ramón Illán Bacca es el resultado de una vida dedicada a la producción y el
estudio de las letras, y su voz como autor y como erudito es un punto de referencia impor-
tante en el vasto panorama de la literatura colombiana.
HUELLAS
5
ROSAS SOBRE TU TOGA
¿Cómo crees que pueda escribir este artículo si lo primero que me piden es comedi-
miento? Mira esta nota del director: "Se le ruega una gran discreción; confío en su buen
criterio". ¿Qué tal? En medio de este lío tengo que escribir algo que no rompa ni manche
nada. Estos son los momentos en que te preguntas por qué carajo trabajas en esto y, sobre
todo, para estas personas.
¿Él también fue profesor tuyo de Romano?
Me parece verlo todavía en esa primera clase, cuando entró con su vestido de lino
blanco (más bien color marfil), con ese atildamiento en el vestir y ese aire de distinción que
le era tan propio. Alto y sonrosado; no tenía el tipo costeño. ¿Recuerdas cómo se peinaba
con el cabello hacia delante, en un vano intento de taparse la calva? Con esa presencia, ese
nombre y esa ambigua reputación, ya desde antes de entrar al aula –todavía sin pronunciar
palabra– creó la expectativa sobre sus clases.
A mí me parece que ese nombre lo marcó demasiado. Pienso que si se hubiera llama-
do Juan, Jacinto o José todo hubiera sido más fácil para él. Pero supongamos, en gracia de
discusión, que lo hubieran bautizado con uno de esos nombres del calendario cristiano o
del martirologio romano, a que eran tan afectos nuestros abuelos, seguramente se hubiera
llamado Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio, Cipriano, Crisóstomo, Pablo, Cosme o
Damián. Pero no, le colocaron un "Catón" que fue decisivo. Ya averigüé que el nombrecito
no se lo pusieron por ese par de moralistas aguafiestas de la antigüedad, sino por el abuelo,
un lambón de la Yunai, a quien ésta, después de la huelga, premió con una cantidad de tie-
rras y concesiones. Por eso era millonario y pudo estudiar desde el bachillerato en Europa,
donde aprendió como seis lenguas, entre vivas, muertas y… dormidas.
HUELLAS
6
ROSE SULLA TUA TOGA
Come pensi che possa scrivere questo articolo se anzitutto mi si chiede moderazione?
Guarda questa nota del direttore: “Le si chiede molta discrezione; confido nel suo buon
senso”. Che cosa? In mezzo a questo casino devo scrivere qualcosa che non dia fastidio né
offenda nessuno. È in questi momenti che ti chiedi perché diavolo fai questo lavoro e, so-
prattutto, perché lavori per certa gente.
É stato anche il tuo professore di Diritto, vero?
Mi sembra ancora di vederlo a quella prima lezione, quando entrò con il suo completo
di lino bianco (anzi color avorio), con quella finezza nel vestire e quell’aria distinta così
peculiare. Alto e roseo; non sembrava uno della costa. Ricordi come si pettinava i capelli
in avanti, in un vano tentativo di coprirsi la pelata? Con quella presenza, quel nome e que-
ll’ambigua reputazione, ancor prima di entrare in aula – e senza ancora aver proferito parola
– aveva creato grandi aspettative sulle sue lezioni.
Credo che questo nome lo abbia davvero segnato. Penso che se si fosse chiamato Gio-
vanni, Giacinto o Giuseppe sarebbe stato tutto più facile per lui. Ma supponiamo invece,
tanto per dire, che lo avessero battezzato con uno di questi nomi del calendario cristiano o
del martirologio romano, a cui erano tanto affezionati i nostri nonni, si sarebbe chiamato
sicuramente Lino, Cleto, Clemente, Sisto, Cornelio, Cipriano, Crisostomo, Polo, Cosimo o
Damiano. Invece no, gli diedero quel “Catone” che fu determinante. Mi sono già accertato
che questo bel nome non gli fu messo per un paio di moralisti rompiscatole dell’antichità,
ma per il nonno, un leccaculo della Yunai¹, dai quali lui, dopo lo sciopero, fu premiato con
una quantità di terre e concessioni. Per questo era milionario e poté studiare fin dal liceo in
Europa, dove imparò una cosa come sei lingue, tra vive, morte e…dormienti.
¹ [N.d.T.] “Yunai”, prestito naturalizzato dall’inglese, deriva da “United”, indica la United Fruit Company, protagonista del Masacre de
las bananeras, evento nel quale morirono molti dei lavoratori che avevano aderito agli scioperi del 1928.
HUELLAS
7
Cuando oí su nombre por primera vez lo asocié enseguida con togas y laureles. Me pare-
ció ver a Nerón echándose agua en las mejillas con su lacrimatorio, las carreras de caballos
en Ben Hur, a Marlon Brando frente al cadáver de César ("Romanos, ciudadanos, escuchad-
me con atención…"). Como ves, mi cultura romana es "made in Hollywood".
Aquí tengo este rimero de fotos que no puedo utilizar; pero ¿sabes lo que voy a hacer?
Mañana se las llevo al forense. Yo creo que algo aportan a la investigación. No le diré nada
al jefe porque con toda seguridad me lo prohíbe. Pero no hablemos de ratas, hablemos de
leones, aunque sean de color rosa.
Fíjate cómo es la vida. Mi primera impresión de Catón fue desfavorable. Había una
fiesta en la universidad por la iniciación de los cursos. Cuando llegué, tarde como de cos-
tumbre, ya nuestro hombre estaba borracho, desencuadernado, con las gafitas rodándole
por la nariz y farfullando insistentemente un verso en latín, pues el resto del poema se le
había olvidado.
De inmediato me di cuenta de que había cierto deleite en muchos de los asistentes
viendo su derrumbe. En un momento, un joven, aprovechando esa tácita complicidad y
tratando de lucirse, empezó a zarandearlo mientras le decía:
–Quosque tándem abutere Catalina, ¿Cómo es profe?
Agarré al tipo por el cuello y le dije:
–No abuses que el profesor no puede defenderse; métete conmigo a ver cómo te va.
Si hubieras visto cómo se puso de mansito. Tú sabes, a veces hay que sacarle partido a
estos uno con noventa y al kilaje que me gasto.
Desde entonces Catón siempre fue muy condescendiente conmigo.
–Profesor, ¿Sexto Pomponio significa que había cinco Pomponios antes? – preguntaba
con expresión torpe, consciente de que iba a despertar un coro de risitas a mi alrededor. Pero
él me contestaba con mucha calma y paciencia.
HUELLAS
8
Quando ho sentito il suo nome per la prima volta l’ho associato subito a toghe e allori.
Mi sembrò di vedere Nerone che si inumidisce le guance con il suo lacrimatoio, le corse
con le bighe in Ben Hur, Marlon Brando davanti al cadavere di Cesare (“Romani, cittadini,
ascoltatemi con attenzione…”). Come vedi, la mia cultura romana è “made in Hollywood”.
Ho qui un mucchio di foto che non posso utilizzare; ma sai che faccio? Domani le porto
al magistrato. Credo che aiuterebbero l’indagine. Non dico niente al capo perché sicura-
mente me lo proibisce. Ma non parliamo di topi, parliamo di leoni, anche se sono di color
rosa.
Che strana la vita. La mia prima impressione di Catone fu negativa. C’era una festa
all’università per l’inizio dei corsi. Quando arrivai, tardi come al solito, il nostro uomo era
già ubriaco, fuori luogo, con i piccoli occhiali che gli scivolavano sul naso, intento a farfu-
gliare insistentemente un verso in latino, perché il resto della poesia se l’era scordata.
Mi resi subito conto che molti dei presenti provavano un certo piacere a guardare il suo
tracollo. A un certo punto, un ragazzo, approfittando di questa tacita complicità e cercando
di mettersi in mostra, iniziò a scuoterlo mentre gli diceva:
–Quosque tándem abutere Catalina, com’era prof? – Lo afferrai per il collo e dissi:
–Non ti approfittare del professore che non si può difendere: veditela con me e vediamo
come va.
Se avessi visto come si mise la coda tra le gambe. Ma sai, a volte è giusto approfittare del
mio metro e novanta e dei chili che faccio.
Da quel momento Catone fu sempre molto accondiscendente con me.
–Professore, Sesto Pomponio significa che c’erano cinque Pomponi prima? – chiedevo
con espressione stupida, consapevole che avrei sollevato un coro di risate intorno a me. Ma
lui rispondeva con calma e pazienza.
HUELLAS
9
–No, en absoluto. Sextus era un nombre propio, como decir Marcus, Caius, Petronius.
Ahora sé que muchas de sus respuestas candorosas eran tan sólo aparentes, como la vez
que pregunté, bajo una tempestad de carcajadas, quién era "la mamá de Gayo". Él me con-
testó, en forma imperturbable, que ese dato no aparecía en los libros. Una vez me propasé,
inducido por mi tío, que había sido su condiscípulo en la Sorbona, preguntándole qué sig-
nificaba "pell-ex-lava". Me dirigió una mirada como la de un pretor condenando a alguien
y me contestó en latín: Paula máxima canemus, que después supe por las paginitas rosadas
del diccionario Larousse que significaba "hable de cosas más altas".
Y fíjate, no tomó represalias; más aun, cuando fue nombrado magistrado y dejó las cla-
ses, una vez detuvo su limusina, ancha, negra e imperial, y me hizo la carrera. Todavía me
parece verlo recitar a Virgilio frente a los semáforos.
Ya para esa época se había hecho notar por ser estricto en el cumplimiento de la ley.
No les permitió más a los mafiosos tomar las clínicas por cárceles. A pesar de los tiros que le
hicieron permaneció firme en ese punto. Precisamente por esos días fue cuando lo vi salir
por los lados de la "Gardenia Azul". Espérate y te cuento desde el principio. Yo estaba en
la funeraria "Quo Vadis" en un velorio cuando veo salir a Catón por la trocha acompañado
por un joven morocho vestido con una sudadera. Lo sentí perturbado al saludarme. Sentí la
resistencia en su voz. Ahí fue cuando confirmé el run-run que lo acompañaba desde hacía
un tiempo.
Ése era su lado débil, y la gente lo sabía. Por eso cuando le abrió un expediente a un se-
nador y se formó aquel escandaloso "trepaque-sube", una de las primeras cosas que sacaron
a relucir fue a "la Quinto Patio", un travesti que dizque asestaba latigazos sobre las espaldas
de nuestro hombre.
HUELLAS
10
–Assolutamente no. Sesto era un nome proprio, come Marco, Caio, Petronio.
Ora, so bene che molte delle sue risposte candide erano tali solo apparentemente, come
la volta che chiesi, in mezzo a una tempesta di risate, chi era “la mamma di Gaio”². Lui
mi rispose, imperturbabile, che questo dato non era presente nei libri. Una volta superai il
limite, incitato da mio zio, che era stato suo compagno alla Sorbona, chiedendogli che sig-
nificava "pell-ex-lava". Mi guardò come un pretore che emette una condanna e mi rispose in
latino: Paula máxima canemus che, venni poi a sapere dalle paginette rosate del dizionario
Larousse, significava “parla di cose più nobili”.
E pensa che non ci furono ripercussioni; anzi, quando fu nominato magistrato e smise
di insegnare, una volta fermò la sua limousine, lunga, nera e imperiale, e mi diede un pas-
saggio. Mi sembra ancora di vederlo recitare Virgilio davanti ai semafori.
Già all’epoca si faceva notare per il suo rigore nel rispetto della legge. Non permise più
ai mafiosi di usare le cliniche come carceri. Nonostante i guai che gli fecero passare, fu
inamovibile. Fu proprio in quei giorni che lo vidi uscire dalle parti della "Gardenia Azul".
Aspetta che ti racconto dall’inizio. Ero alle pompe funebri "Quo Vadis" a una veglia fune-
bre, quando vidi Catone uscire dal retro accompagnato da un giovane mulatto con la felpa.
Mi sembrò turbato quando mi salutò. Sentii la riluttanza nella sua voce. Fu allora che ebbi
conferma delle dicerie che lo accompagnavano da tempo.
Era questo il suo lato debole, e la gente lo sapeva. Così, quando aprì un’inchiesta su un
senatore e si sollevò quella scandalosa "buriana", una delle prime cose che tirarono fuori
fu "la Quinto Patio", un travestito che dicono sferzasse colpi di frusta sulle spalle del nostro
uomo.
² [N.D.T] Gioco di parole in riferimento a un modo di dire tipico della costa colombiana: “mamarle gallo a alguien” significa “prendere
in giro qualcuno”. In spagnolo l’assonanza tra “Gayo” e “gallo” e tra “mamar” e “mamá” rende l’espressione ambigua.
HUELLAS
11
Me indignó el procedimiento, pero tomé nota que sus enemigos estaban dispuestos a
emplear cualquier arma contra él.
En esas vacaciones de Semana Santa la tormenta se aplacó un poco, y como estaba
cubriendo el caso, aproveché el respiro para casarme con Omaira.
Una tarde, cuando íbamos camino de la playa con las manos entrelazadas, sentimos
la mirada dura y desaprobadora de una señora gorda, de sombrero de ala ancha y collar de
perlas. Al acercarnos vimos a su lado a Catón en un bañador de mucho corte y con una ex-
presión filial que no dejaba ninguna duda sobre quién era la gran madre arquetípica. Con-
versamos un rato, y no sé por qué, pero algo me dijo que no debía tocar el asunto candente
delante de su madre. No pude saber por qué estuvo tan taciturna todo el tiempo, pero el
mismo Catón se encargó de informarme esa noche que su madre odiaba todo lo relacionado
con el periódico.
–A un descendiente de Catalino Noguera no se le menciona sino para felicitarlo. ¿Qué
son esos sobrentendidos que percibo en las crónicas? – le decía.
Un poco más tarde, y cuando estábamos descubriendo el crepúsculo de los recién ca-
sados, recibimos la invitación de Catón a un "cóctel a lo Popea", creación suya, como nos
explicó.
El apartamento estaba lleno de cosas, pero no había distinción. No te lo puedo explicar,
pero tú sabes lo que quiero decir. Había estantes llenos de libros de derecho, con pastas de
cuero rojo y títulos dorados; las paredes se caían de la cantidad de diplomas y fotografías
en las que aparecía Catón al lado de alguno de esos monumentos archiconocidos. Eso sí,
siempre con su madre al lado. Una repisa llena de porcelanas francesas hizo las delicias de
Omaira, mientras que yo quedé sorprendido de la audacia de ciertas poses eróticas de unas
cerámicas tayronas. Presidiéndolo todo estaba un inmenso retrato de la madre joven, ojeras,
collar de perlas, peinado a lo "garzón". No recuerdo al retratista, pero es de esos nombres
que sonaban.
HUELLAS
12
Il processo mi indignò, ma presi nota del fatto che i suoi nemici erano disposti a impie-
gare qualunque arma contro di lui.
Durante le vacanze per la Settimana Santa la tormenta si placò un po’, e dato che mi
stavo occupando del caso, approfittai di quell’attimo di respiro per sposarmi con Omaira.
Un pomeriggio, mentre andavamo in spiaggia mano nella mano, sentimmo lo sguardo
severo e il disappunto di una signora grassa, con un cappello a falde larghe e una collana di
perle. Ci avvicinammo e vedemmo al suo fianco Catone con un costume ridicolo e un’es-
pressione filiale che non lasciava dubbi su chi fosse la grande madre archetipica. Parlammo
un momento, e non so perché, ma qualcosa mi disse che non dovevo toccare l’argomento
scabroso davanti a sua madre. Non riuscivo a capire perché fosse rimasta in silenzio tutto il
tempo, ma lo stesso Catone si preoccupò di informarmi quella sera che sua madre odiava
tutto ciò che riguardava il giornale.
–Un discendente di Catalino Noguera non si nomina se non per congratularsi. Che
sono queste allusioni che avverto nelle cronache? – gli diceva.
Piu tardi, mentre scoprivamo il tramonto da novelli sposi, ricevemmo l’invito di Catone
a un “cocktail alla Poppea”, di sua invenzione, come ci spiegò.
L'appartamento era pieno di cose, ma c’era una gran confusione. Non so come spiegar-
mi, ma ci siamo capiti. C’erano scaffali pieni di libri di diritto, con rilegature in cuoio rosso
e titoli dorati; le pareti erano appesantite dalla quantità di diplomi e fotografie in cui appa-
riva Catone al fianco di alcuni monumenti arcinoti. Ovviamente, sempre con sua madre
al fianco. Una mensola piena di porcellane francesi fu la gioia di Omaira, io invece rimasi
sorpreso dall’audacia di certe pose erotiche di alcune ceramiche tairone. A dominare l’am-
biente c’era un immenso ritratto della madre da giovane: occhiaie, collana di perle, taglio
alla “garçonne”. Non ricordo il ritrattista, ma è un nome famoso.
HUELLAS
13
En el momento en que Omaira estaba entretenida con Lucho Gatica y Felino Fellini,
un par de gatos grises de mejor familia que tú y yo, Catón abrió una vitrina de vidrios corru-
gados y me mostró lo que llamaba sus "pornocómicos ". Todavía no me he recuperado de
la sorpresa.
Todo era de una obscenidad cruda, ramplona, algo que no podía relacionar con Catón
y su refinamiento, quien reía feliz de mi azoramiento. Definitivamente, el psicoanálisis no
es mi fuerte.
La fiesta, llamémosla así, terminó en una borrachera total. Catón resultó un anfitrión
de locura y el mejor coctelero del mundo. "Alfonso el destronado", "Libación de Teresa la
alcahueta", "Áspid para la teta izquierda de Cleopatra" son algunos de los detonantes nom-
bres de los cocteles que recuerdo.
Con el alcohol vinieron las confidencias. Catón me contó una historia de una bella
desconocida con un vestido rojo que en una cava existencialista en el París de la posguerra
se le acercó y le pidió fuego. En el momento en que Sydney Bechet hacía llorar el saxofón,
ella le dijo: "Nos vamos de aquí que ese sax me está matando". No le comenté que la histo-
ria se parecía sospechosamente a una película vieja con Ava Gardner que hacía poco había
visto en el cineclub. Al final y casi en la madrugada, estábamos cantando a todo pulmón
aquel paseo, no sé si lo recuerdas, que dice: "Que le estará pasando al pobre Migue que hace
mucho tiempo que no sale…"
Del fondo de la habitación nos llegó como un bramido de incomodidad, que deduje era
la opinión de "madre". Nos quedamos a dormir en la sala, y claro, Omaira y yo aprovecha-
mos la ocasión para "camasutrear". En ésas estábamos cuando Omaira, señalando un cua-
dro gigantesco de Savonarola, me dijo: "Los ojos del fraile se mueven". Lo miré, y era cierto,
los ojos del fraile estaban parpadeando. Me deslicé al piso y arrastrándome llegué al baño
¿Sabes lo que vi? A Catón desnudo con el pequeño sexo esponjoso erecto, pelle, lavándose.
HUELLAS
14
Mentre Omaira si intratteneva con Lucho Gatica e Felino Fellini, una coppia di gatti
grigi di famiglia migliore della tua e della mia, Catone aprì una vetrina di vetro opaco e mi
mostrò quello che chiamava i suoi “pornocomici”. Non mi sono ancora ripreso dallo scon-
certo.
Ogni cosa era di un’oscenità brutale, squallida, che non riuscivo ad associare a Catone
e alla sua raffinatezza, il quale rideva contento del mio imbarazzo. Senza dubbio, la psicoa-
nalisi non è il mio forte.
La festa, chiamiamola così, finì con una sbronza epocale. Catone risultò essere un pa-
drone di casa strepitoso e il miglior barman del mondo. “Alfonso lo spodestato”, “Libagione
di Teresa la mezzana”, “Aspide per il seno sinistro di Cleopatra” sono alcuni dei detonanti
nomi dei cocktail che ricordo.
Con l’alcol vennero le confidenze. Catone mi raccontò la storia di una bella sconosciu-
ta con un vestito rosso che in una cantina esistenzialista della Parigi del dopoguerra gli si
avvicinò e gli chiese da accendere. Mentre Sydney Bechet faceva piangere il sassofono, lei
gli disse: “Andiamocene, quel sax mi sta uccidendo”. Non gli dissi che la storia assomigliava
stranamente a un vecchio film con Ava Gardner che avevo visto da poco al cineforum. Alla
fine, quando stava per albeggiare, ci ritrovammo a cantare a pieni polmoni quel ritornello,
non so se te lo ricordi, che fa: “Che starà succedendo al povero Migue che da molto tempo
non esce…”
Dal fondo della stanza ci arrivò come un ruggito di fastidio, che dedussi era l’opinione
di “madre”. Ci fermammo a dormire in salotto, e ovviamente Omaira ed io approfittammo
dell’occasione per “kamasutrare”. Eravamo lì lì quando Omaira, indicando un quadro gi-
gantesco di Savonarola mi disse: “Gli occhi del frate si muovono”. Lo guardai, ed era vero, il
frate sbatteva le palpebre. Scivolai sul pavimento e mi trascinai fino al bagno. Sai cosa vidi?
Catone nudo con il piccolo sesso spugnoso in erezione, maldestro, che si lavava.
HUELLAS
15
Me dio profunda lástima, y por eso decidí ser un poco cómplice. Después de todo, era
poco lo que pedía. Así que vuelto a la cama desplegué una técnica amatoria que sorprendió
y encantó a Omaira.
No lo volví a ver más vivo. El senador, completamente atrapado, inició contra él un de-
bate llamándole "el magistrado de las uñas pintadas", que desató toda una campaña infame
en las paredes.
Mira, por cierto, desde esta ventana se alcanza a ver un letrero. ¿Cómo se te hace?
Imagínate estos insultos mil veces repetidos y coreados frente al tribunal, ante la sonrisa
cómplice de la Policía. Sin embargo, cuando lo llamé por teléfono para darle el pésame me
contestó la voz de un hombre firme y reposado.
Ayer supe lo que pasó. Estaba tirado en la bañera repleta de sangre. El piso estaba cu-
bierto de flores sanguinolentas, pastillas de nembutal y frascos rotos cuyas esencias habían
dado al ambiente un rancio olor insoportable. Su cara, con una expresión de inmensa triste-
za, tenía una ridícula florecita bamboleándose sobre su calva. Los cortes, muy superficiales
en el brazo, demostraban que todo lo decidió compulsivamente antes de que llegara la duda.
No sé, te digo francamente que hay algo que no encaja en esa versión cursi de una muer-
te pagana. Mira, hay también dos detalles siniestros, inexplicables: el par de gatos degollados
en la cocina y el tremendo golpe en la nuca. La sola caída en la bañera no lo explica.
HUELLAS
16
Provai un forte dispiacere, per questo decisi di essere un po’ complice. Dopo tutto, era
poco ciò che chiedeva. Cosicché, tornato a letto, misi in pratica una tecnica amorosa che
sorprese e affascinò Omaira.
Non lo vidi più da vivo. Il senatore, ormai incastrato, iniziò contro di lui una diatriba
chiamandolo “il magistrato con lo smalto”, il che scatenò un’ignobile campagna sui muri
della città.
Guarda, sicuramente da questa finestra si riesce a vedere una di quelle scritte. Come si
fa? Immaginati questi insulti ripetuti mille volte e urlati in coro di fronte al tribunale, davan-
ti al sorriso complice della polizia. Ciò nonostante, quando lo chiamai al telefono per dargli
il mio sostegno mi rispose la voce di un uomo risoluto e tranquillo.
Ieri sono venuto a sapere cosa è successo. Si trovava nella vasca ricolma di sangue. Il
pavimento era ricoperto di fiori sanguinolenti, pasticche di Nembutal e flaconi rotti le cui
essenze avevano dato all’ambiente un rancido odore insopportabile. Il suo volto, con un’es-
pressione di immensa tristezza, aveva un ridicolo fiorellino che traballava sulla sua testa
calva. I tagli, molto superficiali nel braccio, dimostravano che aveva deciso tutto in modo
impulsivo prima che potessero sorgergli dubbi.
Non so, ti dico francamente che c’è qualcosa che non quadra in questa versione grosso-
lana di una morte pagana. Guarda, ci sono anche dei dettagli sinistri, inspiegabili: la coppia
di gatti sgozzati in cucina e il tremendo colpo alla nuca. La sola caduta nella vasca non lo
spiega.
HUELLAS
17
¡Mira estas fotografías! Terribles, ¿verdad? No, no, ésa la encontré en un álbum edita-
do por allá en los treinta y titulado "Libro de oro de la ciudad". La encontré en la sección
"Nuestras beldades", llena de mujeres gorditas y de profundas ojeras. Esa joven y robusta
mujer con el niño sobre sus hombros es "madre". ¿Sabías que ella murió hace escasamente
dos meses? Catón le llevaba todos los días orquídeas al cementerio. Viniendo al periódico
reconocí varias veces su carro.
Sí, el suicidio parece explicable, y ésa es la versión que debo dar. "Muertos madre e hijo,
la familia se acabó, ya no cuenta", me dijo esta mañana la asistente del gerente. Me provocó
escupirle la cara, pero ella, después de todo, no hace sino repetir lo que se piensa, aquí.
¿Que mire esa foto con más atención? ¿La de los gatos degollados? Es cierto. No había
reparado en la media de seda sobre el lavamanos. Oiga, compañero, creo que encontramos
algo gordo; esto le puede dar un vuelco completo a la investigación.
Por lo pronto, esta nota estúpida que comienza "cuando nada lo hacía prever falleció de
manera subjetiva el jurisconsulto y miembro de una de las más esclarecidas y tradicionales
familias de la ciudad, el doctor Catón Nonato Noguera…" se va a la basura, y ahora, aunque
me echen, voy a denunciar este asesinato.
Empezaré con un "Rosas sobre tu toga, Catón…"
(1983)
HUELLAS
18
Guarda queste fotografie! Terribili, vero? No, no, questa l’ho trovata in un album pub-
blicato verso gli anni Trenta intitolato “Libro d’oro della città”. L’ho trovata nella sezione
“Le nostre bellezze”, piena di donne grassocce e con profonde occhiaie. Questa giovane
e robusta donna con il bimbo sulle sue spalle è “madre”. Sapevi che è morta da due mesi
scarsi? Catone le portava tutti i giorni le orchidee al cimitero. Venendo al giornale ho rico-
nosciuto più volte la sua auto.
Sì, il suicidio sembra una spiegazione, e questa è la versione che devo dare. “Morti
madre e figlio, la famiglia è finita, non importa più”, mi ha detto questa mattina l’assistente
del direttore. Sono stato tentato di sputarle in faccia, ma lei, dopo tutto, non fa che ripetere
quello che tutti pensano qui.
Dovrei guardare quella foto con più attenzione? Quella dei gatti sgozzati? È vero. Non
avevo notato il calzino di seta sul lavandino. Senti, collega, credo che abbiamo trovato qual-
cosa di grosso; questo potrebbe ribaltare completamente l’indagine.
Per il momento, questa stupida notizia che comincia con “Quando niente lo rendeva
prevedibile morì in circostanze singolari il giurista e membro di una delle famiglie più illu-
minate e tradizionali della città, il dottor Catone Nonato Noguera…” finisce nella spazzatu-
ra, e ora, anche se mi dovessero cacciare, denuncerò questo omicidio.
Inizierò con un “Rose sulla tua toga, Catone…”
(1983)
HUELLAS
19
DER ENGLISCHE SPION
Traducción del español3 al alemán por Peter Schultze-Kraft
Und träumten vom Leben. Erzählungen aus Kolumbien, Edition 8, Zúrich, 2001.
W
er ist dieser mono, der blonde junge Mann auf der Plaza de Santo Domingo? Mit
seinem Khakianzug, den hohen Lederstiefeln und dem Tropenhelm fällt er ein
wenig aus dem Rahmen im alten Cartagena, zur Zeit des Ersten Weltkriegs. Der
Heimatforscher Don Donaldo Ramón-Molinares, der sich sechzig Jahre später auf
seine Fersen setzt, kann nachweisen, dass es sich um einen Ausländer handelt, genau ge-
nommen, einen Engländer. Er folgt der Spur dieses Unbekannten, der gemächlich durch
die verfallende Stadt schlendert und sich dabei mit einer Reitgerte an die Stiefel schlägt, ein
Tick, den er sich im Kolonialdienst in Indien oder im Sudan angeeignet haben mag. Am
Portal de los Dulces tritt er mit einem Strassenverkäufer in Handelsbeziehungen und erste-
ht zwei Zuckerstangen mit Sesamgeschmack. Später fällt er auf, weil er auf offener Strasse
ein Papaya- Eis schleckt.
Was treibt dieser Engländer sonst noch? Don Donaldo findet heraus, dass er drei Wo-
chen später seine Kolonialtracht gegen einen weissen Leinenanzug, einen Panamahut und
einen Spazierstock aus Bambusrohr austauscht, die Mode der einheimischen Caballeros.
Nach und nach wird er zu einer vertrauten Erscheinung in der Stadt, «El míster inglés», fast
ein Original. Man weiss, dass er im Britischen Konsulat ein und aus geht, dass er den jun-
gen Damen der Gesellschaft Privatstunden gibt und dass er mit einem anderen Ausländer _
einem Anglo-Inder _ in den Mangrovensümpfen von Bocagrande topografische Messungen
vornimmt.
Bei Tag als zurückhaltender Gentleman bekannt, entwickelt der schlanke junge Mann
mit dem gepflegten Oberlippenbärtchen und dem goldblonden Haarschopf eine Vorliebe
für das Nachtleben von Getsemaní. Schnell ist er ein gern gesehener Gast im «Rincón Gua-
po» und in der «Gardenia Azul». Warum sonst wird er von den übermässig geschminkten
Mulattinnen mit einem Augenzwinkern gegrüsst, wenn er, der feine Herr, seine Schülerin-
nen ins Institut der Schönen Künste begleitet?
Eines Tages war er verschwunden. Der Barbier erinnerte sich, dass er nach England
zurückgekehrt war. Seine Pokerfreunde im «Bodegón del Tuerto» konnten nicht verstehen,
warum er sich in Puerto Colombia und nicht in Cartagena eingeschifft hatte, und ohne
sich zu verabschieden. Am meisten aber trauerte man ihm im «Rincon Guapo» nach, wo
die Mädchen sich darum gerissen hatten, den «goldenen Fredy», wie er bei ihnen hiess, zu
verwöhnen und in seinem blonden Haar zu spielen.
³ Hay ejercicios de traducción que se salen de lo convencional. Esta traducción que presentamos de Peter S. ha suscitado comentarios
durante años en nuestro contexto local. No existe un texto en español con el cual se pueda cotejar, línea por línea, esta traducción. “¿Y
eso por qué?” se preguntarán nuestros lectores. El ejercicio de Schultze pretendía amalgamar el famoso relato “El espía inglés” de Ramón
Illán Bacca —a quien conoció en uno de sus viajes a Barranquilla y con quien cultivó una amistad— con otro de sus cuentos sobre espio-
naje; sugerencia que el traductor hizo al escritor para “dar más carne” a la narración original. Sin duda, fue un camino arriesgado. En esta
sección buscamos exaltar la labor de los traductores y reivindicar su oficio como un acto de creación artística (derivada). [Nota de la Ed.]
HUELLAS
20
Don Donaldo stösst auf ein Gerücht, der junge Mann habe Spionagehandlungen für
die britische Kriegsmarine ausgeübt. Er erhält Himweise, die auf den Schriftsteller Sir Al-
fred E. Manson (Die vier Federn) deuten, der sich in seinen Memoiren damit brüstete,
Seiner Majestät König George V. als Geheimagent in der Karibik gedient zu haben. Doch
ein Blick in das Who's Who in the British Secret Service belehrt den Heimatforscher, dass Sir
Alfred der Falsche war: korpulent, schnauzbärtig, pechschwarzes Haar.
Ausserdem sagt sich Don Donaldo, während er müde in diese ewigen Sonnenuntergän-
ge, auf diese ewigen Mauern der Festung San Felipe schaut, was gibt es in Cartagena schon
zu spionieren, in diesem gottverlassenen, von der Sonne ausgedörrten Nest, dessen tiefstes,
einziges Geheimnis der Dichter längst der Welt verraten hat: «Nadie grita. Nada pasa».
Was um alles in der Welt gibt es hier zu spionieren?
„Welcher seriöse Spion wird einem schon auf die Nase binden, wonach er spioniert?
Das ist doch geheim!“, spottete in Oxford Balseiro Guzmán, ein vielversprechender Student
der Politischen Wissenschaften, der seit zwölf Jahren am St. Antony's College seine Dokto-
rarbeit über „Die Verwendung der Yamswurzel in den spanischen Festungen der Karibik“
vorbereitete und den Don Donaldo gebeten hatte, sich im Public Record Office in London
nach dem Spion Alfred zu erkundigen. Eine geniale Idee. In den verstaubten Archiven von
Chancery Lane, Ecke Portugal Street stiess Balseiro nach Durchsicht von 213 Ordnern auf
eine unscheinbare Handakte, auf deren Umschlag in altmodischer Frakturschrift geschrie-
ben stand: Our Man in Cartagena.
Die Akte enthielt (a) eine fehlerhafte Abschrift der Kleinen Geschichte der Stadt Carta-
gena de Indias (eines Standardwerks, dessen Velfasser übrigens Don Donaldos Grossvater
war), (b) seitenlange Belehrungen darüber, was Admiral Vernon hätte tun sollen, damit
Cartagena im 18. Jahrhundert in die Hände der Engländer gefallen wäre, und (c) eine Rei-
he von scharfsinnigen Berichten, die alle vom Klima und vom Wetter handelten. Einmal
kommentiert der resignierte Autor den Verfall der Stadt: „Es wäre unnütz, darob auch nur
eine Träne zu vergiessen, denn sie würde verdunsten, noch ehe sie den Boden erreichte“.
Die Einzigen, die zwischen 12 und 17 Uhr in der Sonne herumliefen, seien die Franzosen,
deshalb würden sie von den Einheimischen „die Eidechsen“ genannt.
Das war nicht viel. Doch der Zufall kam Don Donaldo zu Hilfe. Bei einem seiner Besu-
che im «Rincon Guapo» - bei denselben Mädchen, die er in seinen Zeirungsarrikeln schalt,
„ihre Körper für schlimme Dinge herzugeben“ – fiel ihm auf, wie zwei Schwarze aus dem
gegenüberliegenden Lokal, dem alten «El Principe», das abgerissen werden sollte, eine
Truhe heraustrugen. Sein sechster Sinn behielt recht: Am Boden der Truhe fanden sich
zwei von Ratten angefressene Schriftstücke in englischer Sprache, die mit violetter Tinte,
wie sie der „goldene Fredy“ zu benutzen pflegte, geschrieben und rechts oben mit einem
auffälligen Stempel „TOP SECRET“ versehen waren. Zum Glück waren die Spionagebe-
richte nicht chiffriert, und so konnte Don Donaldo, vor Spannung zitternd, erfahren, dass
die in der Bucht von Cartagena ankernden und von der neutralen Regierung Kolumbiens
festgehaltenen deutschen Schiffe sich nicht mehr in seetüchtigem Zustand befanden, dass
sie voller Käfige mit Kanarienvögeln hingen und dass ein deutscher Matrose namens Mü-
lller sich aus Langeweile das Leben genommen hatte. Der zweite Bericht beschrieb die
gefahrenvolle Expedition, die Spion Alfred mit einem Flussschiff, das unter dem Komman-
4
Niemand schreit. Nichts geschieht.
HUELLAS
21
do eines jungen deutschen Kapitäns stand, im Oktober 1917 auf dem Río Magdalena ins
Landesinnere unternommen hatte. Als sich die schwarze Besatzung wegen des verdorbenen
Fleischs gegen den Kapitän auflehnte, half der Engländer dem Deutschen mit der Pistole
im Anschlag, der Meuterei Herr zu werden: Schulterschluss der verfeindeten Zivilisation
gegenüber den vereinten Kräften der Barbarei.
Später dankten es dem Heimatforscher Don Donaldo RamónMolinares die Leser seiner
Stadtchronik Historias ocultas de Cartagena, dass er sich die Mühe gemacht hatte, unter all
den Lokalhelden - goldgierigen Konquistadoren, plündernden Piraten, blutrünstigen Inqui-
sitoren und korrupten Politikern - wenigstens einen ausländischen Spion aufzuspüren, der
die Ehre der zivilisierten Bürger gegen die Bedrohung durch die Barbaren verrteidigt hat.
HUELLAS
22
Cómic
Dr. Fu Manchu #1. Publicado en 1958 por I. W. Publishing. Lápices y tintas de Carl Burgos. Adaptación de The
Mask of Fu Manchu (1951) de Sax Rohmer.
HUELLAS
23
Cómic
Por Carolina Urueta
HUELLAS
24
HUELLAS
25
HUELLAS
26
HUELLAS
27
HUELLAS
28
HUELLAS
29
HUELLAS
30
Música
DESGRACIA Y FELICIDAD
DE LA MÚSICA
Por Pablo Montoya
N
o es fácil reírse holgadamente cuando se lee. Es decir, sin impresiones incómodas y re-
chazos de cualquier índole. Yo lo siento así cuando leo a Ramón Illán Bacca. Es como
una alegría secreta, como tomarse un buen vino escuchando la mejor aria de Donize-
tti, o un bolero de Rolando Laserie asomado al mar Caribe de la delicia y la nostalgia.
Su obra es única en la narrativa colombiana. Tan única y desconocida, tan singular y
oculta, que Orlando Mejía Rivera define a Ramón Illán Bacca como un “clásico marginal”.
Es una definición afortunada que pone a este narrador irreverente en un sitio privilegiado
de nuestras letras.
En un medio como es el colombiano, dominado frecuentemente por los poderes del
establecimiento cultural, aquejado de oficialidad solemne, de capillas chocarreras, de frivo-
lidad y espectáculo, y donde la herencia de los realismos, desde el mágico hasta los sucios
de ahora, se hace a veces asfixiante, la obra de Illán Bacca resulta insular. Y ahora que lo he
vuelto a leer, tengo la certeza de que lo suyo más que una isla tropical, es un oasis en medio
del desierto.
2
Primero acudo a mi historia personal con el autor de Deborah Kruel. No fui su amigo,
en rigor, y solo nos vimos en Barranquilla unas tres o cuatro veces. Pero en él he encontrado
a un compañero especial en estas lides de la escritura. ¿Qué nos unió desde un principio? Es
decir, ¿desde que yo comencé a publicar, y él ya era un señor tan importante que podía ser
jurado de premios nacionales de cuento? La música. Y no exagero si digo que la hermandad
con la música, en la literatura colombiana, solo la he encontrado con él. De resto, y tenien-
do en cuenta estas coordenadas, mis frecuentaciones las he tenido con muertos: Hoffmann,
Balzac, Rolland, Mann, Hesse, Carpentier, Cortázar, Felisberto Hernández y Daniel Moya-
no. En cambio, a Ramón Illán lo tuve tan cerca y tan vivo –él en Barranquilla y yo en París
o en Medellín–, que terminé pensando que éramos amigos entrañables.
La cuestión fue que yo escribí un libro de cuentos musicales y él quiso, en vano, pre-
miarlo en un concurso nacional. No halló afinidades en los jurados (uno era cubano y otra
chilena) que, al parecer, lo ningunearon. Ramón Illán Bacca escribió, además, sobre esos
HUELLAS
31
cuentos y mis primeras crónicas sobre música y las aprobó. Eso para mí, que era nadie en
el medio literario colombiano de aquellos años, fue de una enorme importancia. Había un
escritor en Colombia que reconocía lo que yo escribía (en París, por esos años, también me
llegó el apoyo de Julio Olaciregui y Eduardo García Aguilar). Y ese reconocimiento consis-
tía en aprobar lo que para otros lectores no funcionaba del todo: escribir en la Colombia del
realismo mágico y de la violencia urbana sobre música clásica.
Uno de esos cuentos se llama “Pequeña Suite” y allí hay una historia que fascinó a Illán
Bacca. Es un cuento que tiene influencias de Carpentier y Monterroso y narra en dos cortos
párrafos las peripecias vividas por una obra de Mozart en la que se mezclan las sinuosidades
de la música clásica y la sabrosura de los porros de San Pelayo. Años después, él me dijo,
también lo escribió en una de sus crónicas de Entre lo barroco y lo chévere, que una vez
había ido al festival del porro y se la pasó, mientras oía las papayeras que festejaban el amor
y la alegría, buscando la música de aquel adolescente austriaco que yo supuse. Y si hay algo
que haremos juntos en otra época, porqué él ya no está en esta en que yo todavía estoy, será
irnos para San Pelayo a buscar los ecos de esa obra desconocida.
3
Los abrazos musicales de Europa y América son una constante en la obra de Ramón
Illán Bacca. Y ahí está para corroborarlo la mezcla de la cumbia y la puya de Los Gaiteros
de San Jacinto con las walkirias de Wagner y el “Turandot” de Puccini. Ahí está también
Göering, el abogado que pierde la vida por entrometerse con una mujer ajena y un mafioso
de la marihuana guajira, canturreando a Brahms. O está esa fiesta de las élites samarias que
se hace en “Si no fuera por la zona caramba”, para festejar a quien ha comandado la masa-
cre de las bananeras, y en la que se oye el vals “Sobre las olas” interpretado por la Tayrona
Jazz Band.
Esta fusión de músicas no es algo que solo pertenezca a Illán Bacca. Es, más bien, un
fenómeno propio de la tradición literaria caribeña del siglo XX. Cuando he escrito “única”
para referirme al carácter de su obra, no pretendo afirmar que sea del todo original. Ninguna
obra, en el convulso y milenario mundo del arte, lo es. Lo que sucede es que Illán Bacca
supo condensar, con aguda y divertida inteligencia, un aire de época y de región. Por ello
no me parece apropiado separarlo de Héctor Rojas Herazo, Álvaro Cepeda Samudio, Ga-
briel García Márquez, Marvel Moreno, Germán Espinosa y Roberto Burgos Cantor. Con
ellos, Illán Bacca integra lo mejor de la literatura del Caribe colombiano. Esa que canta
las particularidades de una sensibilidad humana, de una cultura abigarrada y traumatizada
por el racismo y las segregaciones, pero también dueña de un sensualismo y un mestizaje
riquísimo y vital.
Ese aire de época y de región se nota en esa simbiosis musical que va y viene por su obra.
Maracas en la ópera dialoga, por ejemplo, con El recurso del método de Carpentier, novela
que cuenta los gustos operáticos de un dictador latinoamericano. Incluso, lo de introducir
maracas, güiros, claves y bongoes en sinfonías, óperas y ballets clásicos es algo que ya habían
hecho los representantes del nacionalismo musical afrocubano en los años treinta del siglo
pasado. Propuesta que no demoraría en llegar al París de entonces (recuérdese lo que hicie-
ron Stravinski en “La consagración de la primavera”, Varèse en “Ionisation”, y Milhaud en
“El buey sobre el tejado”), sino a las capitales culturales de América Latina y a sus compo-
HUELLAS
32
sitores, preocupados por dar toques tan nacionalistas como contemporáneos a su música.
Aunque es posible que todo este atractivo popurrí haya tenido su inicial apoteosis con “Una
noche en el trópico”, la obra de Louis Moreau Gottschalk, que se estrenó en La Habana, a
fines del siglo XIX, y en la que cuarenta pianos se unieron a cuatrocientos tambores arará.
Si es que, como lo señala Carpentier, no tengamos que irnos hasta Silvestre de Balboa, en
el siglo XVII, y su Espejo de Paciencia, obra en donde se mezclan instrumentos indígenas,
negros y europeos en la celebración de una victoria militar.
Una de las cosas llamativas que ofrece Ramón Illán Bacca es que se escucha la música
que suena en sus libros. Se trata de un mundo sonoro que, acompañado de las referencias
al cine, a la historia y a la literatura, se torna vigorosa y palpitantemente intertextual. Por tal
razón, y a pesar de ese humor tan fresco como corrosivo que lo caracteriza, las exigencias de
esta obra no son fáciles. Illán Bacca no es marginal solo por el carácter que tuvo su vida y su
personalidad –ajenas del todo a los centros del poder literario–, sino por la esencia misma
de su escritura. Toda ella, desde Marihuana para Göering hasta La mujer barbuda, llena
de picardía ciertamente, pero capaz también de una crítica demoledora y apoyada en una
suerte de erudición que, siempre me ha seducido.
De las cosas llamativas que ofrece Ramón Illán Bacca es que se escucha la música que suena en sus libros.
HUELLAS
33
4
Orlando Mejía se refiere, igualmente, a sus “epifanías humorísticas”. Ellas modelan la
obra de Illán Bacca de principio a fin. Y son las que le otorgan un particular fulgor. No creo
que haya otra literatura en Colombia dueña de ese estilo y ese brillo. Es como cuando uno
escucha a Mozart o a Vivaldi, temperamentos tan próximos a la vivacidad de Illán Bacca, o a
la Sonora Matancera o a Daniel Santos. Suenan los primeros compases, o la voz del cantan-
te irrumpe, y el oyente los reconoce de inmediato. Eso mismo pasa con Ramón Illán Bacca.
Y esto, lo de tener un estilo y una voz propia, es lo más arduo de conseguir en el arte. Él lo
hizo tan naturalmente, que es como si al leerlo, lo viéramos hablando, riéndose, caminando
o mirándonos desde su “Punto de bizca”.
Maracas en la ópera, quizás más que sus otros libros, está surcado de esas epifanías del
humor musical. Chopin es una forma sofisticada del bolero. La única tradición perdurable
de Cartagena –y esto valdría para todas las ciudades colombianas– es la bullaranga. “Si no
fuera por los rusos, los bajos no tendrían repertorio”. “Wagner, ese compositor de música
para el cine antes de que este fuera inventado”. Cuando en la radio canta Julio Iglesias una
versión de “Allá en el rancho grande” y se compara con la versión de Tito Guizart, el na-
rrador “se pregunta en qué momento se desplomó el paraíso”. Las peripecias de Oreste, el
músico protagonista de esta novela con telón de fondo de Guerra de los Mil Días y toma del
Palacio de Justicia, son tan disparatadas y febriles que el lector ríe a cada momento. Porque
este mestizaje cultural, que fluye como si estuviéramos montados en una montaña rusa con
fondo sonoro de feria, es tan absurdo como intenso, tan patético y burlesco como peligroso
e insensato.
Detrás de la obra de Ramón Illán Bacca hay una tragedia que se despliega. Acaso sea la
de un escritor que, sometido a las frustraciones que ofrecen las periferias de ciudades como
Barranquilla, Santa Marta y Cartagena en un país cuyo centro es Bogotá, se dedica a bur-
larse de todo lo que lo rodea, comenzando por él mismo. Pero esta mofa no acude al grito
ni a la blasfemia y jamás al improperio o la cantaleta. Es la burla, sobre todo, del escéptico
exquisito. Y es justamente desde la música que Illán Bacca nos muestra destinos humanos
surcados por el fracaso y el desgarramiento. En Deborah Kruel y en “Rosas sobre tu toga” el
pianista Memo Clavel o el melómano Catón, ambos “maricas” ejemplares, cosmopolitas a
contracorriente, y poseedores de una irónica y crítica mirada sobre sus contornos sociales,
terminan asesinados de modo sórdido. Y aunque no se diga directamente en los relatos,
queda flotando en la atmósfera la impresión de que se trata de la homofobia con que está
cimentada la cultura popular latinoamericana y ese machismo execrable tan propio de los
ámbitos caribeños.
“No hay canciones para Osiris Magué”, desde esta perspectiva, llama poderosamente la
atención. Es un cuento en el que toda esta fusión musical, que en otros textos actúa como
leitmotiv del festejo cultural, es puesta en tela de juicio. Osiris es un profesor de piano que,
a través de unos desdoblamientos del tiempo y el espacio, vinculados con el Cortázar de
Bestiario y Final del juego, termina siendo torturado. Osiris se sitúa, por una parte, en una
ciudad del Caribe donde la represión a los movimientos contestatarios de izquierda es pan
de cada día; y, por la otra, vive en una ciudad que podría ser la Roma de Mussolini. Lo curio-
so es que Osiris, antifascista en un sitio y en el otro, y que detesta el vallenato de su vecindad
y lo enfrenta con barreras de arias de Puccini, termina torturado con la peor música popular.
HUELLAS
34
Osiris aúlla por el suplicio auditivo, pues por una circunstancia de su tallo cerebral es in-
mune al dolor físico, cuando le ponen en victrola y en grabadora respectivamente, versiones
horrorosas del “Danubio azul”, “La cucaracha”, “Se va el caimán” y “¡Ay, Manizales del
alma!”. Una vez más sonreímos con tales ocurrencias, pero esta vez lo hacemos cimbrados
en la total inquietud.
5
De estos asuntos me hubiera gustado hablar con Ramón Illán Bacca. Contarle que los
padecimientos sonoros fueron una de mis obsesiones hace años. Que los rastreé desde los
tiempos de la Roma de san Pedro y Séneca hasta nuestros días. Que el canto de las sirenas y
los gritos de las Furias se han vuelto una constante espantosa en estos tiempos del demencial
consumismo. Contarle que, en uno de mis cuentos, “Las formas del silencio”, se lleva el
padecimiento de la música a tales extremos para decir que estamos destinados a la mudez y
a la ausencia de significado. ¿No es ese, por lo demás, uno de los temas más sugestivos que
rodea a la música: su falta de sentido y su sintaxis ubicua?
Pero, Ramón Illán Bacca ya no está con nosotros. Sé que en sus últimos años se reclu-
yó en una casa para ancianos en Barranquilla. Allí siguió leyendo y escribiendo y oyendo
música a un ritmo más sosegado. Murió, de un infarto al corazón, cuando dormía. Me
dijo Julio Olaciregui que se fue en calma, porque la enfermera que lo cuidaba encontró
un rostro plácido al amanecer. Quiero imaginar que murió oyendo música. Sé que a él le
gustaban las arias de Verdi. Que amaba el quinteto “La trucha” de Schubert. Que moría por
“Humo en los ojos” de Leo Marini, esa “joya del arte efímero efímero", como él la definió.
Pero yo quisiera suponer que fue el “Adagio” de Mozart, interpretado por Irakere, lo último
que escuchó. Así quisiera imaginarlo, oyendo los primeros compases del clarinete que toca
aquel segundo movimiento del concierto en La mayor. . Y luego sonriendo cuando Mozart,
nuestro querido muchacho de Salzburgo, se vuelve un consuelo, una travesura y toda la
felicidad del mundo.
HUELLAS
35
Poesía
Por John Better
HUELLAS
36
detrás de una montaña de libros viejos usados.
Ya le tengo el libro que me pidió. Pero el precio se ha triplicado,
el autor ha muerto hace pocos días, dijo el hombre diminuto.
“No supe nada, nadie me lo contó”, dice Ramón con un poco de tristeza.
Mejor así, respondió el librero y lo invitó a un café.
“No puedo, señor, voy de afán”, puntualizó el hombre que parecía
un pájaro caminando sobre las piedras.
HUELLAS
37
Poesía
Por Kirvin Larios
Ramón Illán
Mi amigo Ramón Illán se está muriendo
lo veo morirse mientras veo
que yo también me muero
pero advirtiendo que nuestras muertes biológicas y venideras
difícilmente se juntarán
HUELLAS
39
Contrario a lo que parece
no escribo esto para anticiparme a
la muerte suya que él predijo
—y en la que he dejado de creer hace tiempo—
sino para indagar en una textura emocional no conocida
y abrazar desde ya el tesoro de su recuerdo, de su vida en mí
Septiembre 14 de 2019
HUELLAS
40
Originales
“Yo quisiera suponer que fue el ‘Adagio’ de Mozart, interpretado por Irakere, lo último que escuchó”.
Pablo Montoya
HUELLAS
41
HUELLAS
42
HUELLAS
43
HUELLAS
44
HUELLAS
45
HUELLAS
46
Ilustración y artes gráficas
COMO ME LO CONTÓ RAMÓN Por Samuel Whelpley Selección de textos
HUELLAS
47
i.
EL COMUNISTA BACCA
(O LA PRIMERA VEZ QUE VI A RAMÓN)
Mayo 17 de 2020
F
ue en la Universidad del Norte, por allá en 1985. Estudiaba ingeniería y el horario de
ese semestre tenía un día, creo que el miércoles, en el terminaba un curso al mediodía,
y tenía otra clase a la 1:30 pm. Había un espacio entre 12 y 12:30 para almorzar. Ese día
no fui hasta la casa, estaba en un pasillo cuando se acerca un compañero, Juan Carlos
y me dice:
—Voy para una clase chévere, Historia de América, a ti que te gusta el tema.
—¿Quién es el profesor? —pregunté.
—Un tipo todo comunista, se llama Ramón Bacca —me responde.
—¿Cómo sabes que es comunista? —le digo.
—Ven, entra a la clase para que te des cuenta —añadió—: El profesor no se va a mo-
lestar.
—Juan Carlos, no creo que sea buena idea —respondí.
—Ven, entras unos minutos y si no te gusta te vas.
Entré, me senté y esperé al profesor que llegó minutos después. Rubio, regordete, de
ojos claros, bizco, vestido con una guayabera que había conocido mejores días. Saludó, se
sentó y de pronto me ve:
—¿Usted qué hace aquí? —me pregunta.
—Profesor, es un amigo al que le gusta la historia y vino a escuchar su clase—. Juan
Carlos respondió por mí.
—¡Ah!, bueno, espero que no te aburras.
HUELLAS
48
—¿Ustedes saben cómo se llamaba el secretario de Estado? (Él tenía la costumbre en
sus clases de lanzar preguntas, generalmente, nadie le respondía. Imagino que lo hacía para
no monologar).
—John Foster Dulles —respondí.
—John Foster Dulles, quien había sido empleado de la United Fruit Company, y her-
mano del director de la CIA, Allen Dulles, anticomunistas furibundos que patrocinaron el
golpe de Estado de Castillo Armas, para continuar sumiendo en la miseria a América Latina
—dijo emocionado e izquierdoso, Ramón.
Coda
HUELLAS
49
Obra de Andrés Contreras para Huellas
HUELLAS
50
II.
EDICIONES CAPI BLACK
Noviembre 11 de 2019
L
a bonanza marimbera ha quedado reducida a ciertas historias y personajes propios de
un universo macondiano. No es gratuita la identificación: los aspectos folclóricos, la
exageración y el exceso en las narrativas fueron usados por un grupo de escritores para
presentar la historia de unos campesinos que encuentran una olla de oro. Una versión
un tanto edulcorada que ocultó la sangre y la violencia de un negocio donde primó la codi-
cia. Queda una serie de “personajes folclóricos” (como leí en una descripción del siniestro
Gavilán Mayor, del cual hay un tema muy popular interpretado por Diomedes Díaz) que
de vez en cuando son recordados.
Santa Marta y Ramón se tropezaron con la bonanza a principios del setenta. En una
ocasión Ramón fue a Gaira, despreocupado, para hablar con un marimbero metido en la
política: Gabriel Rodríguez Cabas, alias Capi Black, quien lo había llamado para resolver
un asunto judicial. Para Ramón no era un mafioso, sino hijo del eterno vendedor de pes-
cado de sus tías. Por desgracia para él, el Capi no estaba. Lo retuvieron sus guardaespaldas,
quienes llevaron a Ramón para una playa; le ordenaron que corriera y que no mirara hacia
atrás, sacando sus armas. Ramón corrió como alma que lleva el diablo, mientras sonaban los
tiros. Dispararon al aire.
Asustado, Ramón volvió a Barranquilla. Enterado por las tías, el Capi le envió disculpas
y le pagó muy bien el asunto.
Años más tarde, el Capi llegó a ser Representante a la Cámara, y se tropezó de nuevo
con Ramón en el Mediterráneo en Barranquilla. “¿Qué puedo hacer por ti? Hoy soy re-
presentante, estoy pucho, pídeme lo que necesites”. En esos días Ramón buscaba cómo
publicar su primera obra, y pensó: “Marihuana para Göering. Ramón Illán Bacca. 3000
ejemplares. Ediciones El Capi Black”.
“No, Capi, así estoy bien, gracias”, fue la modesta respuesta de Ramón.
HUELLAS
51
Obra de Luz Mery Fontalvo para Huellas
HUELLAS
52
III.
IDIOMAS PIJAMA
Octubre 27 de 2021
E
n una reunión del colegio de mi hija, la rectora anunció que el año que viene se ofre-
cerá un segundo idioma a los alumnos y que este será el italiano. De inmediato pensé:
“Un idioma pijama”. Esta expresión se la oí a Ramón.
Él decía que una de sus frustraciones era no haber sido traducido al inglés o al
francés. “Solo al eslovaco, un idioma pijama y no me pagaron”. (Digresión: alguna vez me
mostró la revista donde estaba el cuento traducido y su nombre salió algo así como Ramana
Illanu Baccu, ¡vaya a saber!).
Nunca le pregunté si el mandarín es pijama, pero creo que diría que sí. “Una pijama
común, muy usada, pero pijama”.
Ramón, eras un sabio.
HUELLAS
53
Ensayo
EL RESGUARDO ORIENTALISTA
Por Andrea Juliana Enciso
H
ay amistades que se dan desde el reflejo de una vitrina. Se explican por afinidades
trascendentales, de clase, de algún tipo de convicción, de obsesiones comunes y en
ocasiones por la lotería del día de nacimiento. La mía con Ramón Illán Bacca viene
por la evanescencia de una carátula. Después de calificar 50 trabajos finales, de esos
que copian y pegan citas sobre el aborto y la eutanasia, decidí que me merecía un receso
en la librería. Manoseando las novedades que Don Julio el librero me alcanzaba, mi ritual
de las tardes de jueves cuando era profesora de planta de la Universidad del Norte, hubo
dos que me hicieron sonreír: Yo gato de Natsume Sozeki y una serie de novelas graficas de
samuráis de las cuales no recuerdo ya el nombre.
—¿Tú te has leído la historia de esa cortesana japonesa que habla sobre un príncipe
japonés? —me preguntó.
Giré la cabeza y me reí, duro, hondo con la reverberación de la risa por toda la cavidad
pulmonar. La pregunta de ese señor bajito, con ojos hiperbólicos, desordenados, me regre-
saba a todos los libros y los objetos que había dejado en Estados Unidos.
“¡Qué maravilla! Dime, ¿por qué no habías aparecido antes en mi vida?”. Se rio, juntó
las manos en forma de oración sobre los labios y me invitó a tomar un café. Ese fue nuestro
ritual por los años que siguieron. Cada semana nos encontrábamos, o nos llamábamos, para
intercambiar historias sobre libros, chismes literarios, sobre todo, memorias de nuestras lec-
turas y películas orientalistas.
Lo japonés clásico, la estela imposible del Hong Kong del sesenta o el aura mística de la
poesía clásica china del siglo VI tienen ese potencial de lo exótico, de lo externo. Había algo
en esa pasión, la necesidad mutua de huir del rol de profesores de materias que a nadie le
importaban, de dejar a un lado la obligación de ser productivos. El orientalismo, así como lo
fue para los modernistas hace ya un siglo, fue nuestro salón secreto para celebrar la belleza,
el placer puro de la forma.
Hay algo de la fascinación orientalista que se asemeja al closet queer. Escribía el poeta
mexicano Carlos Pellicer: “Que se cierre esa puerta/ que no me deja estar a solas con tus
besos. /Que se cierre esa puerta/ por donde campos, sol y rosas quieren vernos”. Dentro de
ciertos tipos closet, como la ficción o la fantasía, existe la libertad de ser lo que se quiera
emular, el potencial de encarnar nuestros deseos en la narración. Afuera la vida es útil y
lineal. Los objetos son bellos porque son costosos y la ropa es bonita porque queda bien.
HUELLAS
54
La descripción fetichista de los detalles: el giro de un peine de carey, el crisantemo en tinta china sobre papel de arroz; la mirada de Anna May Wong,
la primera femme fatal de Hollywood…
HUELLAS
55
Una de esas tardes bajo la luz lechosa del Juan Valdez de Buenavista, le pregunté:
—¿Para qué carajos me sirve haberme dedicado por años a ver cómo un poeta argentino
utilizaba versos de la poesía T’ang en su trabajo? ¿A quién le importa el instante, el habla
sin hablar de Li-Po, Wang Wei y Du Fu? —Se acercó a la mesa, con el ademán que tiene
Mefistófeles cuando va a revelar su secreto al que no vemos en el encuadre derecho, y me
respondió:
—Niña, para absolutamente nada. Pero es tan refinado decir que uno ha leído esas cosas
tan exquisitas, que ha viajado a esos lugares… —Me quedé mirándolo y me reí totalmente
desarmada con la cara roja y luego con el fresco en el pecho de haber dicho lo que dije en
voz alta.
Tomé agua, estiré las piernas y me preparé a escuchar la historia de un salón de belleza
en Barranquilla en los setenta donde sus peluqueras y sus dueñas se vestían como geishas.
Hay algo en el absurdo refinamiento del orientalismo con el que reconstruimos esa fantasía
de lo otro que nos hace sentir seguros. Como una migraña o un fin de semana en la oscuri-
dad reparadora.
Si algo tiene el closet orientalista, es su esnobismo. A falta de dinero, conexiones socia-
les para indicar la diferencia, están los códigos invisibles de la erudición para interpretar la
excentricidad de lo recordado. Como todo closet fue nuestro lugar seguro para conversar
sin mucho compromiso y muy poca amargura en nombre de lo distante —Claudia, latte
con torta de zanahoria y tinto—. A nuestro alrededor abuelas, nietos, contratistas seguían
comiendo almojábana con café después de las compras en Panamericana. En la descripción
del tocado negro de plumas de Marlene Dietrich en Shanghai Express, había otras maneras
de sufrir en la forma dejando atrás la frustración frente a los trámites con abogados, las ventas
de casas o la dureza de la ley colombiana con los solteros al asumir que nuestros herederos,
al igual que los responsables de la firma que decide si vivimos o no como un vegetal conec-
tado a una máquina ventiladora, tienen que ser familiares biológicos.
En Ramón la exquisitez japonesa y la china clásica y nacionalista, vale aclarar, eran
formas literarias de la inutilidad y el aplazamiento. En la teatralidad y el silencio del orienta-
lismo sus personajes hallaban la manera de burlar la masculinidad de hacienda del hombre
colombiano costeño, así como la obligación de la productividad. De una pericia aparatosa,
obsoleta, mimada, imposible de traducir y de hacerla funcionar más allá del disfraz su per-
sonaje Go Toba, apertrechado en su cuarto de objetos japoneses dice: “Ese es mi drama:
nacer en un país y en una época que no son los míos”. Nunca vi a Ramón vitorear con la
camiseta amarilla de la selección o gritar orgulloso que lo mejor que le había sucedido era
ser colombiano. Algo de alegría con un silencio largo después de cada historia, que sacába-
mos del armario, traía la mención de la Calle del Pozo de Santa Marta. Para mí el tiempo
dorado de Ramón serían los cuarenta con sus barberos, sus trajes de lino y los cantantes de
bolero con tacón cubano. Me pregunto qué tipo de noble hubiera podido ser Ramón en el
mundo imperial japonés del siglo XI. En ese entonces yo no tenía un tiempo para añorar.
Estaba intentando traer pedazos de mi casa desde Estados Unidos (o Bogotá) a un aparta-
mento blanco.
“Mis japoneses son exquisitos, mientras los chinos de mis novelas son laboriosos” afir-
maba con orgullo cuando le preguntaba de dónde había surgido su fascinación por el tema.
Lo japonés sin la sobriedad del zen fue una forma de aplazamiento que él encontró en sus
gustos para crear universos que no tienen que ser prácticos para ser posibles en su narrativa.
HUELLAS
56
Universos sinuosos, llenos de objetos de anticuario porque el tiempo en su literatura va ha-
cia atrás como la imagen de Rita Hayworth quitándose su guante largo negro de seda en la
mitad de una pista de baile.
En cambio, lo chino, lo cantonés, tan barranquillero, tan genético, era más bien en
su escritura un punto de escape moralmente torcido, porque es parte de nosotros como la
tienda de la esquina y la ñapa (vocablo chino, por cierto). Por algo, supongo, en su literatura
había más chinos que japoneses. Tendemos a idolatrar lo imposible y a no hablar de lo que
está más cerca de nosotros porque no es un tema “decente”. A los colombianos la semejan-
za del otro nos causa pánico. A fin de cuentas, hablar de lo chino, era hablar de la historia
de la clase media y popular de la Barranquilla que tanto él como yo conocimos antes de la
extinción de los árboles por la calle setenta y dos, o de que el barrio El Limoncito dejase de
ser una huerta china.
Sé que hay otras formas de escaparse de Colombia, menos anacrónicas. O mejor aún,
menos cliché, casi decimonónicas. Como las de “salir a buscar nuevas y mejores oportuni-
dades” como le escuchaba decir a mis estudiantes que me pedían cartas de recomendación
para sus aplicaciones de beca a Corea, Estados Unidos, Francia o Alemania. “Salir para
tomar una pausa, para escaparse de sí”, me digo ahora que gasto menos tiempo limpiando
los libros que alcancé a traer. Me pregunto cuáles son las de la vejez. Cuáles fueron las de
Ramón, que tuvo que nacer escritor imaginando formas posibles para diferenciarse del pro-
greso de camionetas Trooper y los sancochos con cajas de Old Parr; las de ser un caribeño
clase media en la esquina de un país desigual reconstruyendo un pasado de cristalería y
rosarios de perlas de cien años atrás como le pasa a todos los que recuerdo de Santa Marta.
Un lugar dominado por la belleza brutal y la destrucción constante de los elementos de la
naturaleza. El Caribe es el perfecto escenario para un orientalista.
Nunca cenamos en mi casa, pero si algo compartimos fue ese escaparate íntimo frente
a lo más genuino que puede sentir un colombiano: la vergüenza a la identidad nacional
que exudamos por los poros hasta sentir culpa de oler a colombiano. Un cuarto para el cross
dressing confeccionado con las imágenes del Japón imperial y la China T’ang o nacionalista
para ponernos las fantasías blancas como máscaras y creer que mientras hablábamos el dis-
fraz nos transformaría en ciudadanos “occidentales” del mundo. Este escaparate me dio por
años la energía para no tomarme en serio las reuniones, para llegar a la oficina sin los taco-
nes puestos; para eximirme de la obligación de leer poesía de Elvira Sastre o Kapur y sacar
citas de Yuval Noah Harari en un coctel para verme más interesante en los eventos públicos.
Por esos años los encuentros semanales con Ramón, aun por teléfono, fueron un resguardo
frente a una existencia como la de los goleros que se paraban en las horas de sofoco sobre el
techo cubierto de brea y aluminio de la Biblioteca Central.
Este texto no pretende ser un elogio al muerto. Tampoco hacer un resumen erudito
sobre el orientalismo en su mundo ficcional. En ese sentido, escribo como una lectora que
solía tejer horas de evasión con otro gran lector. Pero lo que es cierto, es que su primera
pregunta sobre La Historia de Genji me hizo compañía como se mira a un paisaje ya muy
distante en el tiempo. Lo bello, aclaro, no como un apego, sino como una manera despren-
dida, vacía de la amistad. “La emoción ante lo bello despierta fuertes anhelos de amistad y
compañerismo” afirmaba Kawabata al recibir su premio Nobel en 1968, explicando que el
principio máximo del arte japonés es la belleza como una disposición de amor y respeto por
todos los seres sintientes y sus formas. El orientalismo, visto desde ese ángulo, es un esfuerzo
HUELLAS
57
por recuperar la fe en el mundo y regresar de una manera benevolente a la amistad con las
cosas y las personas desde la belleza de lo imperfecto.
—Mi estimada Juliana, ¿cuándo regresaste de Nueva York, Minneapolis, Samarcanda
o Shanghái? Debería haber estado en la primera fila del comité de bienvenida —me dijo
con el tono de fiesta, de sorpresa agotada en esa ocasión—. No me he sentido bien en estos
días. He estado como débil, con frío, con mucho desaliento. La doctora dice que no hay
nada que hacer, que son cosas de la vejez —respiro, hubo una pausa y empezamos nuestra
conversación.
Esa noche hablamos sobre María Félix y las descripciones de las maneras de la corte de
El libro de la almohada de Shonagon. Cuando terminamos apagué el teléfono, hablé con
mi mata favorita, me encerré en el cuarto bajo el alivio del aire acondicionado y me reí un
rato a solas recordando las frases lapidarias y sarcásticas dejadas a lo último de la conversa-
ción. Al otro día recibí el mensaje de Gillian Moss por WhatsApp avisándome de su muerte.
No estuve en su funeral. Una amiga cercana me dijo que las palabras finales las dio un
familiar suyo. No suelo visitar a los muertos en los cementerios y tener mis últimas charlas
frente a un ataúd. Pero como el tiempo del incienso, de lo que se va y marca el aire, me
quedo con el refugio de nuestras conversaciones obsesionadas con la belleza de la forma,
absolutamente ajenas a la seriedad de alguna confesión trascendental.
HUELLAS
58
A VECES LLEGAN CARTAS
Por Zoila Sotomayor O.
C
omo editora de Ramón Illán Bacca mantuve una comunicación cálida y cercana con
él. Además de los asuntos relacionados con sus proyectos (investigaciones que deriva-
ron en los libros Escribir en Barranquilla, Veinticinco cuentos barranquilleros; el resca-
te de la revista Voces; la reedición de parte de su obra literaria, es decir, sus crónicas,
cuentos y novelas), también fue motivo de amenas y extensas conversaciones su apoyo a
la labor editorial de Uninorte, como prologuista de algunos textos, como par evaluador o
curador de artículos para la revista Huellas, para mencionar solo algunas de las tareas en
las que fue clave su aporte. Todo lo que girara en torno a la literatura y al quehacer editorial
era de su mayor interés, y en medio de todo ello, obviamente, la vida, los pequeños sucesos
personales siempre estuvieron allí, aderezando nuestras reuniones. La cotidianidad, con sus
alegrías y pesares, los chismes del “poetariado” barranquillero y las miradas bizcas compar-
tidas, se transformaba en risas de complicidad que terminaban casi siempre en carcajadas
sin límite.
El 9 de octubre de 2012, le remití el siguiente correo electrónico:
HUELLAS
59
Cuentas en rojo
Desde muy joven, Ramón acostumbró a escribir cartas en procura de su subsistencia.
Sus tías fueron inicialmente las destinatarias de sus misivas. “Mis primeros intentos literarios
son sin duda las cartas que desde Medellín enviaba a mis tías para que me aumentaran la
asignación mensual. En la mayoría de los casos no dieron resultado”, comenta en “Notas
para una improbable autobiografía”, texto inédito que repartió en diciembre de 2014 como
regalo de fin de año a algunas amigas y escritores cercanos.
Ya han sido ampliamente reseñados los distintos cargos que desempeñó después de gra-
duarse como abogado; su llegada a Barranquilla, su intento infructuoso por ejercer la profe-
sión, su breve cargo como profesor en la Universidad del Atlántico, los inicios de su cátedra
en el programa de Derecho de Uninorte, y su traslado posterior a la División de Humanida-
des. No tan publicitados han sido los “negocios” (hoy serían llamados “emprendimientos”)
en los que se involucró Ramón con el objetivo de ajustar sus arcas y saldar cuentas en rojo:
a finales de la década de 1980 compró un taxi de segunda, que puso a trabajar a un tercero,
pero el sector de los transportes solo le trajo pinchazos y sinsabores. Lo vendió y, con un
socio, montó una veterinaria. Pero el negocio fracasó. “Allí no entraba ni un perro a moti-
larse”, me contó con un dejo amargo, que se convirtió lentamente en una sonora carcajada.
Como escritor investigador fue invitado con frecuencia a dictar conferencias gratis; a
prologar libros, también gratuitamente, o a escribir artículos sin ningún tipo de retribución
económica. Por sumas irrisorias, fue columnista de varios medios de comunicación de la re-
gión durante 30 años. Y el retiro de su columna de opinión en El Heraldo, en 2019, no me-
reció de los directivos de ese medio de comunicación ni una breve carta de agradecimiento
que, con seguridad, habría sido bien recibida por él, pues Ramón Illán Bacca aprendió de
sus tías a valorar “las buenas maneras y la cortesía”. Y con relación a los distinguidos medios
nacionales, en el ya referido texto inédito autobiográfico, anota Ramón:
Converso con Mario Jurisch y Guillermo González, los editores de las revistas El
Malpensante y Número. Me piden colaboraciones. No hablan de pago. Mejor dicho,
sí hablaron. La norma es: no pagar colaboraciones, exigir como si te pagaran tres mil
dólares y no publicarte si no les parece bueno tu texto.
En una entrevista concedida al periodista Marcos Herrera Muñoz, para la revista digital
Omnibús, en 2011, confesó que sacó adelante el libro Escribir en Barranquilla “como parte
de mi vida académica y porque me ganaba una plata extra. He recibido palo [por el libro],
pero más han sido los golpecitos animándome”.
HUELLAS
60
la Universidad del Norte, quizás esperaba que, en algún momento, esta viera la luz y fuese
leída por algunas almas gemelas. Es decir, acompañar a aquellos seres que, como él, perma-
necen alejados de los centros de poder, para que sientan la libertad de enviar cartas incó-
modas, de hacer preguntas que quizás no sean bien recibidas, que causen revuelo y generen
cambios en nuestra sociedad. Así no veamos en forma inmediata tales cambios.
A finales de 2018, por iniciativa del economista Adolfo Meisel Roca, nuevo rector de la
Universidad del Norte, en ceremonia a la que asistieron sus amigos y colegas, y que se sintió
como un gran acto de justicia, Ramón recibió la Medalla Sol del Norte para “reconocer y
exaltar su invaluable labor como profesor, escritor y columnista”. En el segundo semestre
de 2021, la recién creada Maestría en Literatura y Escrituras Creativas creó la beca Ramón
Illán Bacca como “un homenaje a la vida y obra del autor, a sus más de 40 años de docencia
en la Universidad del Norte, a su legado cultural y, sobre todo, a su forma de ver y explorar
la literatura”.
Sí, a veces, hay que enviar cartas, ciertas cartas que incomoden; si no son respondidas
por los destinatarios oportunamente, la vida misma se encargará de producir gestos y accio-
nes que parecen dar respuesta –a través de otros seres más sensibles– a justas reclamaciones,
incluso 40 años después.
Con profundo cariño y respeto, transcribo la carta de 1979.
Referencias
Bacca, R. I. (2015). Notas para una improbable autobiografía. (Texto inédito).
Herrera Muñoz, M. F. (enero, 2011). El juglar anti-heróico: entrevista a Ramón Illán Bacca.
Revista Omnibús No. 34. Disponible en: https://omnibus.miradamalva.org/n34/illan.html
HUELLAS
61
Barranquilla, 22.05.1979
Doctor
BORIS ROSANÍA
Señor rector:
En estos días recibí el cheque por tres mil quinientos pesos m. l. ($3.500.oo),
que corresponden al aumento de mi salario por los meses de marzo, abril y primera
quincena de mayo. Esto indica que actualmente gano $8.500.oo mensuales con descuentos
como profesor de medio tiempo.
Es obvio que este salario no me permite disfrutar de una congrua subsistencia en
esta época de espiral inflacionaria. Por eso en mi otro medio tiempo me toca producir
afanosamente un ingreso que me permita vivir decentemente como corresponde a un
profesional y a un profesor universitario.
Pero haciendo a un lado estas consideraciones y dando por supuesto la libertad
contractual en donde se me aplica íntegramente “la ley de bronce de los salarios”,
hay algo que no puedo dejar pasar por alto y es la pregunta que me escuece el
cerebro: “¿Por qué soy de los profesores peor pagados de la universidad?”.
No soy el de menor conocimiento en mi área, antes bien tengo la certidumbre de ser
dentro de esa “mezquina nómina” de buenos profesores, uno de los mejores. Cualquiera
que escuche una de mis clases puede comprobarlo.
No soy un profesor improvisado, tengo más de diez años de ser profesor universitario,
de los cuales, cuatro en su universidad. Nadie tampoco en ningún momento ha
dudado de mi idoneidad para transmitir el conocimiento. Como prueba de ello están
los testimonios favorables de mis alumnos, la popularidad de mis cursos y los
resultados de las evaluaciones hechas por la propia universidad. Indirectamente la
misma institución me lo ha reconocido, al programarme constantemente para dictar
cursos vacacionales y de extensión cultural, en donde sin lugar a dudas, afirmo
inmodestamente, uno de los principales motivos para la asistencia del público en que
soy quien los dicta.
Respecto al cumplimiento de mi deber, ahí está la prueba de mi completa asistencia a
clases, con algunas pocas y justificadas ausencias. En cuanto a los demás deberes para
con la universidad me remito al informe objetivo de mi Jefe de Grupo.
Soy un hombre inmerso en el mundo de la cultura y mi proyección en ese aspecto rebasa
el campus universitario. En cualquier Universidad eso sería motivo de complacencia,
pero aquí dudo que lo sea, cuando lo único con que me he topado es con el menos-
precio, preconcepto y prejuicio, ya que no hallo otras palabras adecuadas, al
comparar mi precario salario con los sideralmente superiores de otros profesores.
No, no puedo dormir en paz estos días señor rector, mientras no se me explique con
razones ponderadas: ¿Por qué soy uno de los profesores peor pagados de la Universi-
dad?
De usted atentamente,
RAMÓN BACCA LINARES
Copia: Decano de Administración
Jefe de Grupo.
HUELLAS
62
UN HABILIDOSO Y ESCURRIDIZO
CRACK 5
Por Antonio Silvera Arenas
E
n un hermoso cuento de José Félix Fuenmayor aparece una frase referida a lo difícil
que es hacer el retrato de una persona. Literalmente reza:
A mí pregúntenme por una vaca, y ya estoy dando con las palabras que la pintan hasta
mejor que un retrato. También un burro lo puedo explicar que lo reconocen ensegui-
da solo o entre otros burros. Pero si es gente, después te salen con que como dijiste era
equivocado, y es porque tú dices cómo lo viste pero no sabes cómo lo va a ver otro; por-
que ni la gente está lo mismo siempre ni tampoco el que la ve está siempre lo mismo.
Esto que el gracioso y sabio personaje del Viejo Fuenmayor propone para las personas
en general, resulta aún más complicado en el caso del menudo e inquieto Ramón Illán
Bacca. Varias veces me ha parecido divisarlo entre el abigarrado público de un concierto
en el teatro Amira de la Rosa, pero basta espabilar para que su figura se difumine como un
espejismo en el bosque. Esa característica de su ser físico, que algunos podrían cuestionar, sí
que se complejiza en su esencia: Ramón evade fácilmente las preguntas que le dirigen con
solemnidad en los muchos conversatorios y conferencias que le toca realizar o padecer. El
mismo humor que caracteriza sus narraciones o su charla informal en una cafetería es una
forma de driblar obstáculos y rivales. Se me antoja por eso que, de haber sido futbolista, se
habría destacado como un habilidoso y escurridizo crack.
Ramón se ríe de todo, lo embizca todo, comenzando por su propia persona, que no
dudó en caricaturizar en un personaje de su primer libro: Goëring, evocación de su expe-
riencia iniciática en el mundo de las letras. Se trata de un joven juez perdido en la Guajira
de los años sesenta —como de hecho lo fue y lo estuvo entonces en realidad— que, en vez
de vallenatos, escucha música clásica, lee con fervor a los escritores existencialistas de turno
y comete la extravagancia de aplicar justicia a un capo de la época dorada de la yerba. Por
supuesto, termina de la peor forma.
Pero, en ese final sí que se ha distanciado de su inexperto personaje. Él mismo ha con-
tado en una amena crónica la forma como arribó a Barranquilla para jamás abandonarla,
proveniente de la pacata Medellín escandalizada por los nadaístas: “Con una bolsa de alote-
ro, unos bluyines y sin zapatos, pues estos los boté para no traerme ni el polvo de mi pasado,
desembarqué del camión de carga en que me había venido, y caminé desconcertado por
ese Paseo Bolívar de diciembre de 1960”. Ramón tenía entonces poco más de veinte años
y traía también un título de abogado que apenas ejerció para su fortuna y la de las letras
colombianas.
5
Publicado en: Libro de las celebraciones II (2009). Bogotá: Fundación Domingo Atrasado.
HUELLAS
63
Ramón se ríe de todo, lo embizca todo, comenzando por su propia persona.
Obra de la artista Laura Viviana Ortiz
HUELLAS
64
Desde un cubículo de la Universidad del Norte, más de cuarenta años después de aquel
episodio, con zapatos cuyas suelas se han impregnado plenamente de la arena de Barranqui-
lla, y en tono bajo, aunque entusiasta, como normalmente habla, lo he escuchado contar
con gracia sutil la forma como logró rescatar de la picadora, apelando a su propio y escaso
bolsillo, algunos ejemplares de Maracas en la ópera, su segunda novela. Más particular que
el irreverente instrumento de calabazo y semillas en el ámbito excelso de los elegidos, la
inaudita historia, solo posible en las instancias editoriales del mundo actual, ocurrió y ocu-
rre a muchas novelas, en una situación que nada tiene que ver con la calidad de los textos
impresos, sino con la cantidad expresa de los billetes.
También allí mismo, parapetado tras un escritorio atiborrado de papeles, y sentado en
una silla demasiado oficinesca para sus maneras descomplicadas, ante un apunte imperti-
nente sobre su novela Deborah Kruel, lo he visto enarcar las pobladas cejas de espía vetera-
no, rascarse incómodo la nariz y reclamar con inusual gravedad, para él, como un derecho
del patrimonio cultural del departamento del Magdalena, a la mítica zona bananera. Esto
en alusión a García Márquez, con quien considera no tener, aparte de ello, punto alguno
en común.
La afirmación es básicamente cierta. Ramón ha logrado, como pocos de su generación,
tan cercana en el tiempo y acaso por eso mucho más sensible a su influencia, construir
una obra suficientemente sólida y ajena a la sombra del ya otoñal patriarca de la literatura
colombiana. Su mundo, se diría, no es lo real maravilloso sino el de la maravillosa realidad
del Caribe, que cuenta también como habla: en sordina, con humor sano y sin ninguna
extravagancia.
Nativo de Santa Marta, la ciudad de los trenes sin tranvías y formado en la confesional
Medellín del cincuenta, optó, como el caimán, por Barranquilla, la bulliciosa ciudad por-
tuaria y carnavalera. Dos actividades del todo ajenas a los menesteres del intelecto, pero que
Ramón, como antes J. F. Fuenmayor, Cepeda Samudio, Meira Delmar o Marvel Moreno,
para citar connotados ejemplos, han sabido sortear y sobre todo cantar, como es debido: con
sorna y milagrosa dignidad.
A punta de Escribir en Barranquilla, título del volumen con que ha contribuido a recons-
truir la historia de la ciudad desde la desapercibida visión de esos insobornables escritores,
Ramón mismo, con los disfraces de la docencia, la investigación académica y el periodismo,
y viviendo su verdadera vocación como un “milagro secreto” o, mejor, como un inútil espía
en el trópico —para hacerle de nuevo homenaje a una de sus más logradas invenciones—
ha sabido integrarse sin ningún aspaviento a las varias comparsas de su perpetuo carnaval.
HUELLAS
65
SANTA MARTA EN EL CORAZÓN
DE UN ESCRITOR
Por Julio Olaciregui
E
l mar siempre en los comienzos, en la infancia de un mundo. Miraremos siempre el
mar como la primera vez que descubrimos maravillados la bahía de Santa Marta. Ra-
món Illán Bacca nació frente a esa prodigiosa fuente de alegría y sosiego, de verdiazul
profundidad temporal, que brinda a quien se pasea por la orilla nociones de infinidad
y luz.
“Fuimos a la playa y quedé fascinado por la belleza de la bahía. Frente al mar, nos to-
pamos con un malecón orlado de palmeras”, se lee en La mujer barbuda. Y aunque Ramón
Illán se consideraba “un escritor sin connotaciones locales” la muy antigua ciudad de Santa
Marta y su Sierra Nevada y el desierto de la Guajira –que antaño formaba parte de la Go-
bernación de Santa Marta– aparecen en varios de sus cuentos y sobre todo en las novelas
Deborah Kruel y La mujer barbuda.
Sabemos que buena parte del pasado forma parte del presente. Sobre todo, en literatura.
Por eso en Deborah figura un fragmento de un capítulo de La reina Margot, de Alexandre
Dumas, que habla de la masacre de la Saint-Barthélemy, ocurrida en París en agosto de
1572. Benjamín, el niño narrador, lee esta novela a escondidas.
“El escritor que más ha influido en mí quizás sea Alexandre Dumas, por su habilidad
para contar peripecias. Lo leí más que a Julio Verne y Salgari, aunque a este también lo
disfruté mucho. En el Seminario de Santa Marta, donde estuve cuatro años, Dumas era un
autor prohibido. Tú sabes que en Los tres mosqueteros hay ciertas cosas un poco eróticas,
etcétera”, nos dijo Ramón Illán en una entrevista publicada el 5 de marzo de 2017 en El
Heraldo.
Santa Marta fue fundada en 1525, treinta años después de la llegada de Colón a la isla
de las iguanas (Guanahaní) y menos de medio siglo antes de la masacre de los protestantes
por los católicos en las calles de París. La piedra gótica de la iglesia Saint-Germain-l’Auxe-
rrois, cuya campana dio la señal para que comenzara la matazón, ya estaba manchada por
el tiempo. Su construcción comenzó en el siglo VII.
Y acá los Tayronas, presentes en la montaña sagrada desde hacía 14 siglos, seguían des-
nudos, viviendo entre las palmeras y los cerros, la Sierra y el mar. “Nuestro mundo acaba de
encontrar otro (…) no menos grande, rico y vigoroso que él, y, sin embargo, tan nuevo y tan
niño que todavía le están enseñando el abecé. Hace apenas cincuenta años no conocía las
letras, ni los pesos, ni las medidas, ni los vestidos (…) Estaba completamente desnudo, en el
regazo, y vivía tan solo de los recursos de su madre nutricia”, escribió a fines del siglo XVI el
filósofo francés Michel de Montaigne.
HUELLAS
66
Me limitaré en este texto a examinar “los motivos” samarios presentes en las ficciones
de Ramón Illán: los antiguos Tayronas, la matanza de las bananeras, las repercusiones en su
“pequeña ciudad” de la Segunda Guerra Mundial y en menor medida el auge trágico de la
demanda mundial de la Santa Marta Golden, la potente mariguana criolla.
En el misterioso y conmovedor relato titulado “Edipo toca la flauta” el escritor resume
tal vez todos los alcances de su obra: “Esa música era su madre, era Edipo tocando la flauta;
era el abanico de las vidas posibles, eran las oportunidades perdidas, era lo que pudo ser y no
fue, era la conquista y era la nada”.
Primero estaba el mar y el mar era la madre. Así comienza la mitología de los Kogi, los
herederos de los Tayrona. Alusiones y rumores históricos acerca de los Tayrona, tratados
por el escritor con humor y desparpajo, aparecen aquí y allá: la orquesta Tayrona Jazz Band
ameniza la fiesta en homenaje al general Cortés Vargas, quien pasó a la historia por ser res-
ponsable de la matanza de las bananeras en 1928, tras calificar de “cuadrillas de malhecho-
res” a los obreros que se declararon en huelga contra la United Fruit Company.
La famosa antropóloga francesa Mariela, amiga del sabio Paul Rivet, tiene el proyecto
de investigar “la sodomía de los Tayrona”.
“Más arriba vivieron los Tayronas, que fueron exterminados por los españoles, que los
consideraban sodomitas y drogadictos”.
El vicecónsul gringo Raymond Cow “sabía un jurgo sobre ollitas Tayronas. Tenía en
su casa vitrinas repletas de vainas indígenas, todas plebísimas. Tapas de ollas con un pene
inmenso de agarradero”.
Todas las historias sobre Santa Marta comienzan por el mar y una panorámica de la
Sierra Nevada. “Las montañas que se divisan en Nostromo, la novela de Joseph Conrad, no
son otra cosa que la Sierra Nevada de Santa Marta”, deduce el personaje de la doctoranda
Gilliam Altamira, cuyas investigaciones académicas permitirán al autor develar por fin “el
misterio de la mujer barbuda”.
El mar, como lo señala el poeta caribeño Derek Walcott, es un libro de historia. Por el
mar entraron los conquistadores, los piratas, los exploradores. Los africanos esclavizados. A
su puerto llegaban, hasta los años 1960, los trenes cargados de guineo verde, procedentes de
la zona bananera. “Era todo un espectáculo ver esos interminables trenes bananeros atrave-
sarla en su recorrido para llevar la fruta al puerto”, escribió Ramón Illán en su crónica “Los
búcaros de Santa Marta”.
En Deborah Kruel habla de los “ricos bananeros” que viajaban con frecuencia a Bruse-
las y enviaban a sus herederos a estudiar allá. Son estos ricachones los que rinden homenaje
al general Cortés Vargas.
“Bueno ¿pero ustedes creen que la muerte de ocho negritos merece tanto escándalo?”,
exclama uno de los invitados a la fiesta en honor “al carnicero”.
En otro de sus cuentos, “La visita”, vuelve a poner en escena un personaje perteneciente
a la clase de los acaudalados cultivadores de guineo cuya fortuna se acabó cuando la United
Fruit Company se retiró en la década de 1960. “Pero vino la crisis de esos años y empezaste
con la cantaleta que estabas arruinada, que se había acabado el banano, que ya no había em-
barques, que la Yunai se iba, que sin finca no eras nada, que la tierra se había desvalorizado,
que las casas no rentaban, que esto y que aquello”.
HUELLAS
67
La bonanza bananera también es mencionada en el cuento “Pasajero en la noche”,
esta vez en el pueblo de Guacamayal, en el corazón de la Zona: “Queda muy lejos el re-
cuerdo de cuando yo veía a las hermanitas Fagua, Martina y Clara, salir a dar vueltas en el
camellón sombreado por ceibas gigantescas en ese pequeño pueblo de la Zona Bananera en
los tiempos de su esplendor, cuando se hablaba de bailes de cumbia con rollos de billetes
encendidos”.
Si Álvaro Cepeda Samudio y Gabriel García Márquez reconstruyeron en parte la ma-
tanza de las bananeras, Ramón Illán se encargará de imaginar lo que vino después, buscará
retratar a ciertos personajes que se beneficiaron con la sangrienta represión de los huelguis-
tas.
La infancia de Bacca, nacido en 1938, se vio marcada por la Segunda Guerra Mundial.
En esa época Santa Marta es considerada como “una pequeña ciudad” y a veces como “un
pueblo”. De ello dejará huella en su cuento “En la guerra no hay manzanas” y sobre todo
en Deborah Kruel, que se lee como la infancia de un fabulador, las aventuras de un explora-
dor de recuerdos, de un investigador de la imaginación, que él echa a volar con todo lo que
le rodea: las noticias de la guerra, los comentarios de sus tías, los libros que lee, la música,
el cine, su despertar a la sensualidad. Encontré lazos con la novela Boquitas pintadas, del
argentino Manuel Puig, en lo que concierne a la forma como se lleva a cabo la narración:
el argumento lo vamos deduciendo a través de diferentes fuentes como cartas, recortes de
periódicos, citas de otros libros y sobre todo rumores, habladurías.
El personaje de Deborah parece una silueta o el recorte de una revista de moda de
los años de la guerra, un figurín, una aparición, una fantasía, el recuerdo de alguna actriz
alemana.
En varias ocasiones se refirió el escritor, cuya imaginación se desborda a partir de docu-
mentos históricos, a una suerte de posición estética, a su manera de tratar los temas, “entre lo
barroco y lo chévere”, expresión que aparece en el cuento “En la guerra no hay manzanas”,
quizás para significar una mixtura inesperada, combinaciones insólitas, como el hecho de
que uno de los personajes de Deborah Kruel, Gunter Epiayú, sea hijo de un militar alemán
y una indígena wayuu. Ramón Illán jugará con el universalismo y el localismo, el exotismo
y la identidad bicultural.
Siempre dijo que amaba a los exploradores. Ese buscarse a sí mismo en el otro. Cuen-
ta que en su niñez entrevió al “sabio austriaco” Gerardo Reichel Dolmatoff, refugiado en
Colombia a causa de la Segunda Guerra, y quien fundará en agosto de 1946, junto con
su esposa Alicia Dussán, el Instituto Etnológico del Magdalena. En el Museo de Historia
Natural de París se conserva una carta de Reichel a Rivet en la que le dice: “Aquí en Santa
Marta hay un ferviente entusiasmo por nuestros trabajos; la complejidad geográfica y étnica
hace de este departamento del Magdalena un verdadero paraíso etnológico, pero pocos son
los estudios serios sobre los cuales pudiéramos basarnos”.
Dos exploradores citados en La mujer barbuda son el francés Elisée Reclus, del siglo
XIX, y el alemán Konrad Theodor Preuss, a comienzos del XX.
“Marihuana para Goëring”, publicado en 1973, es sin duda el cuento más célebre de
Ramón Illán. Fue adaptado al teatro. “Tuvo buena fortuna”, cuenta en Una improbable
autobiografía, un libro sabroso, aún inédito, que repartió en fotocopias entre sus amigos. El
cuento está basado en su experiencia como juez en la población guajira de Fonseca, en la
época de la llamada “bonanza marimbera”.
HUELLAS
68
Ramón Illán Bacca nació frente a esa prodigiosa fuente de alegría y sosiego, de verdiazul profundidad temporal, que brinda a quien se pasea por la orilla nociones de infinidad y luz
HUELLAS
69
En la ya citada crónica “Los búcaros de Santa Marta”, señala que tras la caída de los
cultivos de banano “en la búsqueda de una economía, Santa Marta vivió una ‘bonanza’
siniestra”.
El personaje de Goëring Bermúdez Diazgranados reaparecerá pasando vacaciones en
Barranquilla, 27 años después, en la novela Disfrázate como quieras, “un joven rubio que
resultó ser juez en la Guajira”. En Deborah Kruel, Goëring es un niño samario, amigo de
Benjamín, el protagonista.
El juez lleva ese nombre “en honor de un gordo nazi”, el hombre con más poder en
Alemania después de Hitler, a quien el padre del personaje admiraba mucho. Se sabe que
el verdadero Goëring era adicto a la morfina y a otras drogas. En el cuento “En la guerra no
hay manzanas”, al detectarse la posible presencia en las aguas de la bahía de Santa Marta de
un submarino nazi, el tío de Benjamín, Nicolás, explica: “Cosas de esos degenerados, deben
estar buscando marihuana para Goëring”.
En otro de sus cuentos, “En el mar la vida es más sabrosa”, evoca de manera burlesca el
ambiente que imperaba en Santa Marta en los años del vendaval mariguanero: “Andrajosos,
con el pelo largo y revuelto, descalzos y los ojos alucinados, se fueron presentando los con-
sumidores de la yerba maldita. Llegaban y subían casi enseguida a la montaña que quedaba
detrás de la ciudad, en busca de la que se producía en forma casi silvestre. Después bajaban
hilarantes o ensoñadores a ocupar la playa mientras tocaban canciones de Jimmy Hendrix o
Janis Joplin. Luego se habló de comunas que se habían instalado en la montaña”.
En su autobiografía Ramón Illán habla de su relación con la cannabis. “Cuando me dio
la crisis por fumar marihuana el psiquiatra Alberto Galofre me hipnotizó y me dio la orden
post-hipnótica de que al fumar la yerba o que alguien la fumara delante de mí me daría un
tremendo dolor de cabeza. Esto sucedió en 1959 y desde esa fecha hasta la de ahora 2006 se
cumplió la orden. Alguna vez le pedí que me levantara la prohibición. En esta vida sosa que
llevo sin poder tomarme un trago pensé que ‘un tabaquito’ no estaría mal de vez en cuando.
Me dijo que ya no podía hacer nada”.
HUELLAS
70
este escritor, titulado “Animula vagula”, en el que desde el comienzo el narrador es alguien
llamado “el cazador de orquídeas”.
“Después de leer este texto por enésima vez, ya que es uno de mis preferidos”, dice, se
inspiró para escribir su cuento “El espía inglés”. Y sobre todo para inventarle una segunda
vida al “cazador de orquídeas”, dotándolo de un nombre, “Spencer Cow” (Spencer Vaca) y
convirtiéndolo en uno de los narradores de La mujer barbuda.
A propósito de espías gringos en Santa Marta el profesor de la Universidad del Magda-
lena, Wilhelm Londoño, asegura en su artículo “Santa Marta la ciudad blanca: memoria y
olvido en la configuración de los hitos patrimoniales de la ciudad”, que la
Tal vez lo que sedujo a Ramón Illán en el cuento de Robert Cunninghame Graham
(1852-1936) fue la mirada de este escritor sobre el trópico y su estilo al describir a los perso-
najes criollos y hablar sobre la naturaleza.
Cunninghame Graham vivió muchos años en América del Sur y murió en Buenos Ai-
res. Algunos de sus cuentos, según el análisis de la profesora Leila Gómez, inspiraron a Jorge
Luis Borges. “Para Borges, nadie percibía los matices criollos como los viajeros ingleses”,
dice en su artículo “Cosmopolitismo y canon: Robert Cunninghame Graham y Borges”.
Ahora podemos escribir “Cunninghame Graham y Ramón Illán Bacca”. La mujer bar-
buda es un baúl de mago del que nuestro escritor va sacando y exhibiendo su saber mali-
cioso, sus muchas lecturas. Sus indagaciones. Como por ejemplo saber quién es el nieto
samario del escritor Joseph Conrad o el sobrino del poeta Candelario Obeso, quien es dis-
criminado por el color de su piel. “Mi crimen es ser un mulato sin plata”.
Esta novela cuenta un viaje a Santa Marta, la llegada a su puerto de dos viajeros ex-
tranjeros, a comienzos del siglo XX, en tiempos del general Rafael Reyes: Spencer Cow, el
“cazador de orquídeas” y la chipriota Aspasia Estratiotes, contratada como institutriz de dos
huérfanas, una de ellas la célebre mujer barbuda.
Santa Marta era en ese entonces “un pequeño pueblo a pesar de sus blasones y de que
sus pobladores se ufanaran de que era la primera ciudad fundada por los españoles en el
continente”, se lee en las memorias de Spencer Cow, a quien su empresa, la British Orchid
Company, le ordena ir a la Sierra Nevada para ver qué clase de orquídeas crecen allí.
HUELLAS
71
El libro de cabecera de Cow es Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta, de Elisée
Reclus. Sin embargo, no subirá más allá de Minca. Su obsesión, como lo cuenta en sus me-
morias, será reencontrar a la muchacha peluda con quien pasó “una noche bruja” en una
finca situada en el camino a Bonda, a pocos kilómetros de Santa Marta.
Cow es un adicto a las drogas. Antes de llegar a Colombia ya consumía opio y hachís.
Acá probará el yagé y sobre todo la coca. En sus memorias cuenta los remotos comienzos de
la producción de la cocaína y su incipiente tráfico. “Hasta ahora la droga se emplea como
un medicamento más, pero por los lados del barrio chino, que se está formando, la consu-
men las rameras y los malandros. El consumo crece”.
Más allá de la historia de la mujer barbuda esta novela transporta al lector a comienzos
del siglo XX, pintando el ambiente tras La Guerra de los Mil días y denunciando como
quien no quiere la cosa las mangualas entre obispos y políticos.
La maestría narrativa de Ramón Illán, el placer de contar historias, se nota en esos ca-
pítulos de la novela que luego convirtió en cuentos, o viceversa, entre ellos el magistral “El
silencio”, la historia de un general que se vuelve loco de los celos, y también “El enviado”.
En este último cuento menciona varias poblaciones del departamento del Magdalena
atravesadas por el santón Hermógenes: el cerro de San Antonio, el Piñón y luego Carraipía,
en la Guajira. En La mujer barbuda aparece ya este santón que se escapa disfrazado de mon-
ja con Sor María, “una de las hermanas vicentinas del hospitalito”.
Cow, en su búsqueda de la mujer barbuda, necesita hablar con el santón “antes de que
le pase algo grave, que aquí es lo que ocurre con la gente que por alguna razón no le gusta
al gobierno”.
En su novela breve La mujer del defenestrado, publicada en 2008 por Pijao Editores,
es decir tres años antes de La mujer barbuda, se habla de “una extraña novela de Raimond
Cow”, Memorias de la peluda, un libro que el director de cine Crispín Altamira, el defenes-
trado, llevaba en su maletín. Este personaje había intentado dirigir la película “El hundi-
miento del circo”, como se titulaba inicialmente La mujer barbuda.
Algunas de las vivencias de Ramón Illán en la Guajira aparecen contadas en La mujer
del defenestrado. El narrador viaja con el equipo de filmación embarcado en ese proyecto
“destinado a fracasar”.
“Empezamos el viaje hacia Nazaret, en las estribaciones de La Macuira. Al principio el
paisaje eran cactus, trupillos, pringamozas, arbustos espinosos. También mujeres indígenas
en sus burros, con los calambucos para recoger agua, vestidas de negro, con la manta guaji-
ra, y con las caras pintadas para protegerse del sol”.
Aunque Ramón Illán proclamaba que su vida carecía de “épica”, al leerlo sentimos la
presencia de un gran mundo imaginario vivido por un sabio inquieto, una suerte de Sócrates
samario, modesto y gozón, que conocía muchas historias de amores y guerras. Escribir era
un placer para él y sus búsquedas librescas, que encendían su imaginación, aparecen entre-
tejidas en sus ficciones, en la invención constante de peripecias para sus personajes a los que
siempre trató de bautizar con nombres sonoros, raros o prestigiosos como los que tomó de las
epopeyas homéricas y las tragedias griegas: Ulises, Nausica, Agamenón, Orestes…
HUELLAS
72
La Ilíada y la Odisea eran sus libros de cabecera. Quizás hallaba consuelo en ellos. Po-
cos meses antes de convertirse a su vez en un mito, Ramón Illán nos leyó este párrafo de la
Ilíada:
¿No ves cuán gallardo y alto de cuerpo soy yo, a quien engendró un padre ilustre y dio
a luz una diosa? Pues también me aguardan la muerte y la Parca cruel. Vendrá una
mañana, una tarde o un mediodía en que alguien me quitará la vida en el combate,
hiriéndome con la lanza o con una flecha despedida por el arco.
HUELLAS
73
EN TORNO A “EL SILENCIO”
Por Sara Martínez
C
aminaba con Ramón por la 79 un sábado, después de almorzar en Jharikanda, y le
comenté que en una edición reciente de su cuento “En la guerra no hay manzanas”
habían suprimido un personaje entrañable que aparecía en la versión de Miss Cathar-
sis. Me miró con un aire de duda despreocupada. “El italiano del cine”, le dije. “Ah sí,
un hombre perfumado y con camisas coloridas, a veces desaparecen de una edición a otra”,
respondió. Seguimos con el recorrido y tras afirmar, como acostumbraba a hacerlo frente a
quien le hablaba de un escrito suyo, que a él no lo leía nadie, Ramón me preguntó si había
leído “El silencio”.
Respondí que ese cuento suyo que culmina con un duelo me había dejado la misma
sensación que La reticencia de lady Anne de Saki, aunque no tenía claro lo que la suscitaba.
Ambas historias me entregaban a cierta perplejidad y una atmósfera anacrónica se instalaba
en mí durante los días que sucedían a su lectura, si se emparentaban en mi museo imagina-
rio era por cierto espíritu que me dejaban más que por sus argumentos, no podría sostener
un análisis comparativo en un artículo que las aborde de manera “clara y distinta”, como
diría Descartes. Aquella vez Ramón me dijo que, de los suyos, ese era el cuento que más le
gustaba, aunque le pregunté, tampoco dio cuenta de la razón.
Él era inasible. Alguna vez, en Luneta 50, entre las respuestas que dio a las preguntas
perentorias que le hacía Carlos Polo, como tiros a cuello corto, mencionó Bajo el volcán de
Malcolm Lowry a título de lectura vital. Yo siempre que lo veía tomaba apuntes para guardar
registro de las perlas que tiraba entre la informalidad de sus conversaciones, poco después
leí la novela de Lowry. Un día fue a visitarme, habíamos quedado en almorzar juntos y tra-
bajar durante la tarde en su próxima novela, Las aventuras de Dante sin nombre o Crimen
en el mar primordial eran los títulos tentativos, no sé cuál le dio al final, aún está inédita. Se
quedó un rato mirando la biblioteca, yo le mostré el ejemplar de Bajo el volcán que tenía y
le agradecí la referencia. “¿Yo cuándo te hablé de ese libro?”, preguntó. Entonces le recordé
el evento de Luneta y con auténtica sorpresa —a veces Ramón hacía un gesto pícaro en el
que se sorprendía con teatralidad— volvió a preguntar: “¿Y el libro del que hablé fue este?”.
Asentí. “Es verdad que me gustó mucho, en algún tiempo leí con insistencia a Lowry”.
En otras ocasiones lo escucharía hablar de Thomas Mann, de Léon Bloy o de Alejandro
Dumas. La vida de un lector pasa por muchos grandes amores, no es raro que en cada oca-
sión vengan distintos nombres a la memoria, pero creo que Ramón además tenía un gusto
por escapar de los intentos de definición. Tal vez por eso aceptaba con gusto el calificativo
que se le antojara a cada entrevistador. De suerte que cuando me habló de “El silencio”
pensé que era una de esas tretas que develan en la misma medida en que ocultan elementos
sobre los que se enfocará la atención en otro encuentro, como de hecho ocurrió, pero en dos
ocasiones más le escuché referirse a ese relato en términos similares.
HUELLAS
74
“El silencio” es una narración breve. La acción recae sobre cuatro personajes: el general
Cipriano Manjarrés “un hombre cuarentón, con fama de valiente e inflexible”, su esposa Jo-
sefina “una mujer andina de quien se decía tenía un pasado”, Clotilde, una de las empleadas
de la casa de los Manjarrés y el teniente José Pío Álvarez, descrito como “un joven tímido y
de quien se decía escribía poemas”.
Algo se ha anudado entre ellos y en el plano de lo no dicho, el velo que se ha cernido sobre las posibles palabras que surgirían
en ese encuentro devela el ímpetu de un afecto inefable
HUELLAS
75
El teniente llega a casa del general para acompañarlo a una reunión de jefes conser-
vadores, Josefina lo atiende en la sala mientras Cipriano sube al segundo piso a afeitarse.
Al culminar esta operación, mientras busca la loción para cortar la sangre de una pequeña
herida que se ha hecho, advierte el silencio que se cierne sobre la sala y empieza a hacerse
preguntas que conjeturan la intimidad de dos amantes. Baja las escaleras en puntillas, espa-
da en mano, y le pregunta a su esposa si el invitado la ha irrespetado. Ante la ausencia de
respuesta y la palidez del rostro de Josefina, el general conmina al teniente a un duelo. Los
empleados los rodean. Cipriano es el mejor espadachín del ejército, por tanto, el favorito en
la contienda, “un descuido, un imprevisto, o una mirada a su esposa con un «después arre-
glaremos esto»” produce un giro que le otorga la victoria del duelo al teniente. La narración
no nos da tiempo de celebrarla, pues de inmediato anuncia en la voz de Clotilde que “al
joven teniente no se le castigó porque se defendió en un lance de honor, pero se le envió a
combatir a una guerrilla liberal irreductible. Allí pereció en un combate cuerpo a cuerpo,
aunque otras voces decían que había muerto de un disparo en la espalda”. La viuda, muerta
en vida, lleva una vida confinada y solo mira desde el balcón de su casa.
En el párrafo final se encuentra, casi a manera de epílogo, el relato de Clotilde sobre la
aciaga visita:
El joven teniente —dice a los criados que se agrupan para oírla— llegó en forma muy
tímida y se sonrojó cuando el general dándole golpecitos amistosos lo felicitó por la
conquista que había hecho de la más bella bailarina de Can-can de la compañía del
italiano Azzali.
Cuando el general subió a afeitarse, su mujer, en silencio y sin mirar al joven teniente,
le había ofrecido café. La taza se movía por el temblor en las manos de la dama. Des-
pués rodó el mecedor a mayor distancia del canapé en que estaba sentado el joven. No
se hablaron; más aún, no le contestaron cuando Clotilde preguntó si deseaban algo
más. En un momento, el joven se levantó, la mujer también y se miraron sin cruzar
palabra. Fue entonces cuando llegó el general y se dio el drama.
Clotilde con voz temblorosa termina con un “y no tengo más nada que añadir”, mien-
tras un silencio pesado se cierne a su alrededor.
HUELLAS
76
Un vínculo, mortinato por las condiciones de su aparición o retorno, se ha tejido en el
silencio de ese encuentro. En la brevísima descripción de Josefina que aparece en la historia
consta que tiene un pasado. ¿El tímido José Pío Álvarez, seductor de bailarinas de cancán de
quien se decía que escribía poesía, habrá hecho parte de ese pasado? ¿Qué conjura Josefina
al momento de rodar la mecedora para poner distancia entre ella y el invitado? ¿Su propio
deseo? Sus manos tiemblan al ofrecerle el café al teniente, algo muy hondo ha sido trastoca-
do en la mujer. José Pío y ella se hallan en el mismo nivel de la casa, ambos están por debajo
del general: él en el orden de las jerarquías militares, ella en su condición de esposa, y por
un breve lapso escapan a su dominio, pero Cipriano viene desde arriba a cortar con su es-
pada el lazo que intuye por las voces que no escucha. Al intentar sorprenderlos les concede
unos instantes, esos segundos en que al bajar las escaleras en puntillas prolonga el silencio.
Aunque es su casa, en ese punto de la historia aparece como un intruso, burdo, tribal.
La atmosfera que rodea a los amantes ha creado su propio canon de legitimidad, pero
el orden militar entrará en juego para castigar cualquier vulneración de la jerarquía. En el
derecho medieval había juicios por duelo en los que el ganador era absuelto o afirmado en
su causa en virtud del favor de Dios, no será así para el teniente Álvarez. Al final solo tene-
mos la imagen de una melancólica Josefina que contempla desde la ventana del balcón su
viudez redoblada.
HUELLAS
77
IN MEMORIAM⁶
Por Ariel Castillo Mier
E
ntre los escritores del Caribe colombiano posteriores a Gabriel García Márquez, una
de las voces más singulares y ajenas a la sombra mágica de Macondo y a la morosa mo-
rada del mito, es la de Ramón Illán Bacca Linares, fallecido de un infarto el 17 de ene-
ro pasado en el hogar geriátrico Madre Marcelina, en Barranquilla, aproximadamente
a las tres de la madrugada, según confirma la monja que a esa hora hacía la ronda de rutina.
Cuentista, novelista, columnista, cronista, historiador de la vida literaria, lo primero
que podría afirmarse acerca de Ramón Bacca es que era un escritor de verdad verdad, de
aquellos que, como pedía Rainer María Rilke, en sus Cartas a un joven poeta, no podía vivir
sin escribir. Hasta la última semana de su vida estuvo trabajando en la novela Dante sin
nombre, de la cual alcanzó a escribir tres versiones durante la pandemia, en la que pudo,
además, poner el punto final a las 270 páginas de su aún inédita Notas para una imposible
autobiografía. Narrador nato, para Bacca la vida constituía un incesante relato que había
que contar no con ruido ni furia, sino con humor e irreverencia, de modo que nada de lo
humano —la vida política, la religión, la justicia, los hábitos sociales, las jerarquías, los lina-
jes, las convenciones— se degradase en lo divino.
Los comienzos de la escritura de Ramón lindan con la paradoja: vinculado al área de co-
municaciones del extinto INCORA, le tocó redactar documentos sobre la brucelosis, la cría
de los búfalos de agua, el cultivo de la ipecacuana y la pertinencia de importar dromedarios
para el desierto de la Guajira, y lo despidieron del cargo porque, según su jefa, carecía de
vocación agrícola y, además, empleaba más de las 800 palabras conocidas por un campesino
colombiano.
Escritor tardío, que comenzó a publicar a los 35 años cuando, en 1973, en el Suple-
mento del Caribe, apareció “Faltan dos patas para el trípode”; la obra de Ramón se vincula a
una promoción de escritores nacidos entre 1935 y 1951, en su mayoría, provincianos que se
desplazaron a las grandes capitales en las que experimentaron el desarraigo, el anonimato,
la exclusión y la pérdida del lar de la infancia y donde comenzaron a publicar a partir de
los 60, cuando se consolidó la urbanización del país y la violencia inició su tránsito ininte-
rrumpido de la variante bipartidista a la de la lucha de clases, el narcotráfico y el impune
paramilitarismo.
Para estos autores —Oscar Collazos, Umberto Valverde, Darío Ruiz, Jairo Mercado,
Germán Espinosa, Fanny Buitrago, Nicolás Suescún, Marvel Moreno, Roberto Burgos,
Eligio García, Alberto Duque, Álvaro Medina, Policarpo Varón, Ricardo Cano, Fernando
Cruz, entre otros—, los historiadores de la literatura no han encontrado un nombre apro-
piado: se les ha llamado Nueva narrativa colombiana, Generación del Bloqueo y del Estado
de Sitio y Narrativa del Frente Nacional, denominaciones todas imprecisas, oportunistas o
vagas.
6
Una primera versión de este texto se puede encontrar en: http://lapalabra.univalle.edu.co/homenaje-in-memoriam-ramon-illan-bac-
ca-nada-de-lo-humano-escapo-a-su-humor-e-irreverencia/
HUELLAS
78
En la formación de estos autores fue clave la resonancia del boom y su lección de pro-
fesionalismo (en las antípodas de los escritores de fin de semana), que los llevó a asumir la
literatura como ficción, como ejercicio de la libertad, que se juega la vida en el lenguaje,
con apoyo en una visión amplia de la cultura, ajena a los arbitrarios criterios que oponen la
alta cultura a la cultura popular y de masas.
A la formación universitaria, estos escritores incorporaron un vasto y amoroso conoci-
miento del cine, las artes plásticas, la música, las radionovelas y las telenovelas, y el impacto
de la Revolución cubana. El mundo de referencias de Bacca se nutre, con un aprovecha-
miento al máximo, de las posibilidades literarias de la cultura popular. Incontables son las
citas, parodias y alusiones a filmes, vidas de actores y actrices, piezas musicales de diversos
ritmos (son, mambo, bolero, salsa, vallenato), radionovelas y revistas de variedades y farán-
dula (Carteles, Bohemia, Cromos).
Atentos a la universalidad que perseguían de manera obsesiva, rigurosa y lúcida, con
una curiosidad insaciable por diversas literaturas foráneas, Ramón Bacca y los narradores
de su generación supieron asimismo escarbar críticamente en el pasado literario del país y
sus regiones y, tras sacudir el polvo a las letras nacionales, postularon la existencia de unos
maestros de adentro y de un canon, en su momento novedoso, y hoy, vigente, en el que in-
cluyeron prosistas marginados hasta entonces como Tomás Carrasquilla, Luis Tejada, Víctor
Manuel García Herreros, José Félix Fuenmayor, Tomás Vargas Osorio, Jorge Zalamea, Álva-
ro Mutis, entre otros. Esta generación crítica, que nunca tragó entero y puso en su puesto a
los falsos héroes de la patria, a los escritores inflados por la historia oficial, a las instituciones
escolares, militares, religiosas, jurídicas, los partidos políticos, la moral tradicional y las aca-
demias, merece (y exige) ser estudiada con mayor dedicación para resarcirla de la desaten-
ción que generó el impacto de Cien años de soledad.
En este marco, Ramón Bacca fue construyendo paulatinamente un mundo propio
con unos motivos, temas y formas que permitían distinguirlo a leguas de sus compañeros
de generación. Como el tuerto López, Ramón padecía de estrabismo, esa “mirada bizca”
(nombre de una de sus columnas de prensa) que no sólo les permitía ver el mundo de una
manera diferente, sino que les generó cierto desacomodo social, cierta soledad que, más que
a la acción, los condujo a la contemplación y al vuelo imaginativo. Los dos se aproximaron
a la realidad con el ojo del humorista que capta el matiz cómico de la tragedia, el pedestal
absurdo en el que se fundan las convenciones y lo vacuo de la solemnidad. La mirada de Ra-
món sobre la realidad funciona como una radiografía o una luz brava que registra lo que se
esconde bajo la superficie: el fracaso laboral, sexual, social, político, económico, la caída, la
degradación, la muerte, la nada. Ramón sabe ver en la riqueza de los poderosos, su inmensa
pobreza y su íntima miseria; en la maestría de Dios, una gran chambonería; en toda supues-
ta victoria, el dolor de la derrota. De ahí la actitud burlesca, irreverente, el juego paródico, la
caricatura, aptas para denunciar la impostura, la mentira, la inautenticidad, la precariedad,
el caos, rebajar lo sublime, cuestionar los prejuicios y provocar la sonrisa de la inteligencia y
la higiene mental y espiritual de la risa, comenzando por el propio autor.
La narrativa de Ramón irrumpe en un ámbito literario muy dado a la solemnidad, el
patetismo, el lugar común y la retórica engolada de los mamertos. En consecuencia, en una
entrevista con Miguel Ángel Flórez Góngora afirmó: “Yo no escribo novelas para combatir
cosas. No me siento profeta, ni ideólogo, adalid, político ni militante ni nada. Yo simple-
mente (escribo) cosas que me parecen sabrosas de contar”. Lo suyo, pues, era la imagina-
HUELLAS
79
ción festiva y jocosa, la agudeza y arte del ingenio de la literatura entendida como “el mejor
juguete para burlarse de la gente”, burla que comienza por el autor mismo que se proyecta
en diversos personajes de los cuales suele reírse sin asomo de piedad, como lo hace con el
Benjamín de Deborah Kruel, excluido, fantasioso, solitario y miope, pero dado a una vasta e
imbatible invención verbal y a la pericia para la parodia.
Sin desprenderse de los juegos con el tiempo, los espacios y las perspectivas múltiples
del relato, usuales entonces, como asimilación de los recursos del cine, Ramón optó asimis-
mo por un rasgo que podía parecer anacrónico: la proliferación anecdótica. Centrada en
la peripecia, la intriga del dato escondido y los enigmas que exigen del lector una atención
intensa (aunque, en ocasiones, el abuso con los enigmas paraliza al lector) para armar el
rompecabezas y resolver los enredos amorosos, morales y jurídicos, heredados del folletín,
sus relatos suelen construirse a partir de un secreto que impone una investigación minuciosa
de documentos de diverso tipo: cartas, diarios personales, artículos, reportajes, crónicas, pan-
fletos, pasquines, fotos, recortes de prensa, expedientes de justicia, entrevistas, grabaciones,
confesiones y archivos, a menudo mutilados por el comején y la polilla, las cucarachas y los
ratones.
Ramón, con su mirada, despedazaba la realidad para rearmarla mediante los acerca-
mientos insólitos, las inversiones perversas y los rebajamientos rotundos que trama el poder
irrisorio de la palabra. La indagación en sucesos, situaciones y personajes significativos bus-
ca la revelación de la condición humana a través de una narrativa de top secrets, centrada
en la historia oculta, indiscreta y escandalosa, que no interesa a los historiadores, la que per-
sigue el rostro real detrás del maquillaje, como el ridículo subido de la aristócrata que cree
estar bailando en París con un príncipe ruso cuando, en realidad, su parejo es un simple
portero de hotel, alcohólico y aficionado al póker, o el relato de mala ley que se nutre del
verbo vengativo para agredir a una sociedad injusta e hipócrita: “¿Para qué son los parientes
millonarios sino para hablar mal de ellos?” (“El príncipe de la baraja”).
A la narrativa de Bacca no le interesa tanto la vida pública que trabajan los historiadores,
sino la vida privada y secreta con sus sueños, pesadillas, digresiones, recuerdos, obsesiones y
fobias que, mediante la trivialización de los acontecimientos, la atención a lo intrascendente
y las preguntas folletinescas, la ironía y la parodia, transmutan toda tragedia en melodrama.
La integración de los géneros tradicionales con los de la literatura de masas —novela rosa,
negra, policial, histórica, erótica o pornográfica, de espionaje, esotérica, de aventuras, epis-
tolar, comics, caricaturas—, los géneros audiovisuales —la educación sentimental del cine
y la televisión—, la oralidad de las clases populares (el romance paladino en el cual suele
el vulgo hablar a su vecino), los mecanismos propios del carnaval con sus rebajamientos, su
mundo al revés y sus ceremonias de coronación y destronamiento, le permiten a Ramón
Bacca lograr su objetivo primordial de entretener y divertir al lector. En tal estrategia está
presente el magisterio de autores, ajenos al trascendentalismo del boom, que se ocuparon
con solvencia de estos tópicos: Guillermo Cabrera Infante, Manuel Puig, Severo Sarduy,
Carlos Monsiváis y Alfredo Bryce Echenique.
No obstante, esa aparente ligereza, la narrativa de Ramón Bacca no se rebaja nunca a
la superficialidad, puesto que termina potenciando la crítica de los falsos valores, la sumisa
adopción de hábitos foráneos, los altos y densos humos de mezquindad e ignorancia de las
clases dominantes, sus pretensiones aristocráticas e ínfulas monárquicas, su fascismo feroz y
la vergüenza por las raíces de su tierra, preocupadas primordialmente por parecer europeos
(aunque solo llegan a europoides), en una geografía inhóspita para tales simulaciones.
HUELLAS
80
Ramón revive, desacralizándolo, el viejo tema del choque entre la civilización y la bar-
barie al abordar el encuentro aparatoso, desigual, entre la operática cultura europea y las
maracas del trópico, cuyo resultado no es otro que la inautenticidad, la simulación y la
impostura de un medio cerrado, pacato, tapizado de tabúes, de espaldas a la realidad y car-
comido por los prejuicios y obsoletos códigos de convivencia.
Otro rasgo singular de la narrativa de Ramón es la incorporación de motivos nada con-
vencionales en nuestras letras, como el deseo, la libertad sexual, los reclamos del cuerpo, el
ocultismo, el anarquismo, el homosexualismo, la mujer fatal, la masturbación, el incesto, el
carnaval, la religión, el esnobismo, la moda, el disfraz, el burdel, etc., encarnados en perso-
najes, con los cuales consigue un registro amplio e inédito de nuestra sociedad: abogados,
actrices, arzobispos, ayas, beatas, cantantes de ópera, condes italianos, criadas, divas, dobles,
escritores, espías, finqueros bananeros, historiadores, jueces, mafiosos, masones, melóma-
nos, mujeres barbudas, prostitutas anarquistas, periodistas, pícaros, pintores, profesores, sa-
cerdotes, seminaristas, senadores vitalicios, sicoanalistas, travestis, vendedores de revistas…
Tales personajes, a menudo en épocas o lugares equivocados (“Cómo llegar a ser japo-
nés”), son seres nada heroicos, tramoyeros, con frecuencia fracasados o perdedores, cuya
única tradición es el error (“El príncipe de la baraja”), “el éxito de todos los fracasos” (“Sue-
ño con Kennedy a bordo”). Paradigmático en este sentido es el periplo de Francis Albor, do-
ble cinematográfico de Greta Garbo, quien arriba a Puerto Colombia y encandilada con el
alcohol local y los negros y mulatos termina siendo Doña Panchita (“La sombra de Greta”).
La excentricidad de estos personajes de “destinitos fatales” se refuerza con sus nombres
sin tocayo: Goëring Bermúdez, Gunter Epiayú, Sócrates Valdez, Agamenón Rosado, Osiris
Magué, Catón Noguera, Raymond Cow, Memo Clavel, Casimiro Perplejo, Germania del
Pavor, Nausicaa Noguera, Bebé fon Kagá, Máximo Altapuya, Zóstenes Redondo, Bratisla-
va Cantillo, Cicerón González, Robespierre Vaquero, Ricardo del Grial, Clemente Narro,
Febo Piedrasanta, Anselmo Sonata, Freud Silvestre, etc.
A los anteriores, es preciso añadir, por su contribución a dotar de poder de persuasión a
las historias, a los personajes reales que Bacca incorpora: los presidentes Caro y Núñez, el
arzobispo Brioschi, los escritores Silva, Gómez Carrillo, López Penha, Vinyes y Cepeda, los
políticos Uribe Uribe, Raúl Mahecha, Gaitán y Bateman, el músico Oreste Sindici, el ge-
neral Cortés Vargas y el pintor “Figurita”, asociados con sucesos históricos como la flota de
buques de guerra italianos que llega a Cartagena en 1898 a reclamar la indemnización a Er-
nesto Cerrutti, el periodo de La Regeneración, la Guerra de los Mil Días, las negociaciones
para la construcción del canal y la independencia de Panamá, la masacre de las bananeras,
el asesinato de Gaitán, la toma del Palacio de Justicia, la tragedia de Armero…
Digna de destacarse también es la visión del Caribe que nos ofrece Ramón Bacca,
muy diferente del que recrearon Fuenmayor, Artel, Zapata, Cepeda, García Márquez o Ro-
jas Herazo. Bacca no copia o describe el Caribe, sino que lo incorpora en un lenguaje, unas
expresiones, una manera de ver el mundo, de insultar, de rebajar que en gran medida está
a punto de perecer. Se trata de un Caribe amplio que abarca la serranía de la Macuira, la
Sierra Nevada, las ciudades portuarias de Cartagena, Santa Marta, Puerto Colombia, Rio-
hacha, Barranquilla y la Ciénaga de las bananeras; un Caribe fundamentalmente urbano,
que no se espanta ante un hidrante, inmerso en un mar de tensas contradicciones culturales
que, según el propio Ramón, oscila entre lo barroco y lo chévere, y sirve de escenario a ese
encuentro aparatoso y desigual entre el refinamiento y la ignorancia, la exquisitez y la vul-
HUELLAS
81
Paradigmático es el periplo de Francis Albor, doble cinematográfico de Greta Garbo, quien arriba a Puerto Colombia
y encandilada con el alcohol local y los negros y mulatos termina siendo Doña Panchita (“La sombra de Greta”)
HUELLAS
82
garidad, la cultura libresca, erudita y la cultura de masas, las herencias europeas y las nativa.
“Mi cultura romana es made in Hollywood”, afirma un personaje.
Aunque no fue nunca un best-seller —no sin tristeza, Ramón se identificaba a sí mismo
como un less o low seller—, su obra contó con el reconocimiento de los jurados de concur-
sos y de los lectores. Primer Premio III Concurso de Cuento del Instituto de Cultura del
Magdalena (1979); Primer Premio Concurso de Cuento Regional Diario del Caribe (1981);
Primer Premio Tercer Concurso Nacional de Novela Cámara de Comercio de Medellín
(1995); Premio Simón Bolívar de Periodismo Cultural (2004). En 2004, recibió el Premio
Nacional de Periodismo Simón Bolívar al mejor artículo cultural, por el prólogo a la reedi-
ción de la fantasmal revista Voces, de la que muchos destacaban sus aportes a la vanguardia
hispanoamericana, pero a la que nadie veía en ninguna parte. En una encuesta de la revista
Semana sobre los mejores libros del siglo pasado, los cuentos de Marihuana para Goëring
figuraron entre los 20 primeros. En encuesta reciente en Manizales, también se registra su
nombre. Son numerosas las antologías regionales, nacionales e internacionales de cuentos
en las que se incluye a Ramón cuya narrativa breve se ha traducido al inglés, alemán, italia-
no, francés y eslovaco.
Conversador incomparable, Ramón era la memoria viva del Caribe, cuya historia des-
plegaba en anécdotas amenas y plenas de significación. Para Barranquilla, la ciudad donde
vivió la mayor parte de su vida, cumplió un papel similar al que años antes habían desa-
rrollado Ramón Vinyes, Meira Delmar, Germán Vargas y Carlos J. María: maestros sin
prosopopeya, faros que iluminaban el camino de los jóvenes y les brindaban el estímulo
necesario para el ejercicio de su vocación, labor nada fácil, como bien lo mostró en su libro
célebre y celebrado Escribir en Barranquilla, en el cual, al examinar la vida literaria de la
urbe portuaria, fabril y fenicia, “ceñida de aguas y madurada al sol”, encontró que, si bien
han surgido y pasado por allí grandes escritores, la creación verbal en esta ciudad parece
implicar una contradicción entre los términos, como la de nadar en la arena. A esa inmi-
nente imposibilidad se enfrentó con dignidad Ramón y nos lega una obra absolutamente
ajena al aburrimiento, que de seguro encontrará mejores lectores en el futuro por su visión
adelantada de las letras y por su arraigo en una visión del mundo impregnada de la vitalidad
invencible del buen humor.
HUELLAS
83
COLECCIONISTA DE EPIFANÍAS
Por Orlando Araújo
H
ay un cuento extraordinario que escribió don Juan Manuel en la Edad Media, mucho
antes de la invención del cuento como género literario. El sobrino de Alfonso X el
Sabio lo llamó “ejemplo”, le dio un título excesivo y lo ubicó en el undécimo lugar
de un libro que la posteridad recordaría como El Conde Lucanor: “De lo que acon-
teció a un deán de Santiago con don Illán, el gran maestro de Toledo”. Es la historia de un
escéptico hechicero que con un genial artilugio desenmascara la ingratitud y la traición de
un sacerdote católico que quiere aprender brujería. Ocho siglos después, dos grandes lecto-
res latinoamericanos se toparon con el “ejemplo” de don Juan Manuel. El primero, en un
puerto del sur, hizo suya la historia y la publicó en uno de sus libros excepcionales con el
título de “El brujo postergado”; el segundo, en un puerto del Caribe, hizo suyo el nombre
de aquel maestro memorable de las artes mágicas: Ramón Illán Bacca.
Como el de Toledo, Ramón Illán fue también generoso y escéptico, un auténtico pen-
sador crítico. El investigador español José Manuel Camacho Delgado, de la Universidad de
Sevilla, me envía unas líneas para refrendarlo: “Me ha caído la noticia de su muerte como
un mazazo. Él me abrió las puertas de la Universidad del Norte, de la Costa. Fue mi tutor,
mi guía, mi amigo. La mirada más iconoclasta, carnavalesca e irreverente de la literatura
del Caribe”.
Hace veinte años, al terminar la maestría en Bogotá, pasé por la Universidad del Norte
a dejar una hoja de vida. Sin embargo, como no tenía cita con nadie, el guardia no me dejó
ingresar. Cuando ya me iba, Ramón Illán bajó de una buseta con su tradicional sombrerito.
Me presenté y le expliqué la situación. Ramón Illán reprendió entonces al guardia con una
sonrisa picaresca: “¿Cómo no vas a dejar entrar a un alumno del Caro y Cuervo si ellos son
los únicos en Colombia que leen a Soledad Acosta de Samper?”.
El guardia no entendió, pero me dejó pasar. Ramón Illán me invitó un café, me dijo
que, en realidad, él era un “infiltrado” en un mundo de académicos, pero que haría llegar
sin falta mi hoja de vida a la persona indicada. Siete años después, esa fue la hoja de vida que
usó Mónica Gontovnik para contactarme. Por más de una década, tuve la fortuna de com-
partir oficina con Ramón Illán Bacca, el caminante, el viejo sabio, el novelista, el cuentista,
la “rara ave” de las letras colombianas, “el cronista más inteligente, generoso y mamagallista
del Caribe”, como lo describe Fabio Rodríguez Amaya. El investigador que rescató para
el mundo los sesenta números de la mítica revista Voces. Sí, Ramón Illán, el que se queja
porque nadie le para bolas, porque le hizo falta viajar, porque no tiene quién lo descubra, el
que me narra sus tertulias con Germán Vargas y me pide que lo lleve donde Ariel Castillo
porque lo está esperando para almorzar.
Una vez me confesó que Maracas en la ópera era su mejor novela, pero que no se lo
contara a las otras. Siempre tuve la impresión, sin embargo, de que las facetas más brillantes
HUELLAS
84
Como don Illán, el maestro memorable de las artes mágicas de Toledo, Ramón Illán Bacca fue también generoso y escéptico, un auténtico pensador crítico.
HUELLAS
85
de Ramón Illán se expresaban en el ejercicio de la conversación desprevenida, en su infinita
capacidad de lectura y en la adopción de la risa trágica y desmitificadora como su más eficaz
instrumento para interpretar la realidad. “De allí —como señala Orlando Mejía Rivera—
su vocación de coleccionista de ‘epifanías humorísticas’, tanto en la vida real como en el
mundo ficcional de sus personajes”.
HUELLAS
86
RAMÓN ILLÁN BACCA
Y LOS ESCRITORES RUSOS
Por Vladimir Daza
A
principios de los años 90 llegué de Rusia al pleno trópico en Barranquilla. Arribé a
esta ciudad con el propósito de adaptarme y en un período histórico de violencia des-
enfrenada en Colombia. Regresaba de Moscú, donde se vivía la perestroika de Mijaíl
Gorbachov que había creado la ilusión de que el socialismo era reformable, “perfec-
cionable”. Fue una época de descubrimientos de lo que había sido el más grande experi-
mento económico social del siglo XX, marcada por los chistes mordaces acerca de la era de
Leonid Brézhnev y del anciano líder soviético Konstantín Chernenko, que me recuerda a
Joe Biden. Pero también fue la época en que conocí al escritor samario Ramón Illán Bacca.
En su monumental obra La revolución rusa, Richard Pipes afirma que la Revolución
francesa culminó en medio del terror, mientras la Revolución rusa comenzó con este; se
podría decir, según escribe Pipes, que la “diferencia entre la práctica jacobina y la de los
bolcheviques es tan abismal en este sentido que bien puede concedérsele a estos últimos el
mérito de haber inventado el terror”.
Los jóvenes soviéticos de aquel entonces y yo, estudiante de historia, conocimos el terror
rojo a través de las revistas literarias y de historia rusas, pues cada número era una revelación.
Por ejemplo, acerca de los escritores, novelistas e intelectuales que habían sido aplastados y
siempre tuvieron problemas para ser publicados o nunca lo fueron, empobrecidos, lanzados
al gulag, los campos de concentración, asesinados o que simplemente se suicidaban.
Recuerdo que, a pesar del frío y del fuerte invierno moscovita, hacíamos fila para com-
prar la revista literaria Novi Mir o el periódico Literaturnaia Gazieta para leer los primeros
capítulos de las novelas de Vasili Grossman y otros escritores que habían sido condenados.
En relación con el terror rojo, afirma Richard Pipes que “a finales de 1920, había en
la Rusia soviética 84 campos de concentración con aproximadamente 50.000 reclusos; tres
años después (en octubre de 1923), la cifra había aumentado a 315 campos con 70.000 in-
ternos”. De hecho, en el congreso de escritores soviéticos de 1934 se estableció el “realismo
socialista” como el ideal del escritor y el trabajador fue proclamado como el héroe principal
de la literatura soviética.
Como escribe Gary Saul Morson, “algunas personas se dedicaron a ‘lavarse el cerebro
a sí mismas’, otras construyeron vidas múltiples con un yo diferente para poder sobrevivir”.
Estas vidas múltiples y yo diferentes fueron una cantera de burlas y de críticas de lo conven-
cional de la vida urbana de los años 20 y 30. También en la era de Gorbachov se viviría ese
fenómeno. El humor negro, fino, fue no sólo una manera de abordar la “realidad socialista”,
sino un viaje seguro, no a la provincia, como le tocó a Ramón Illán, sino al gulag.
HUELLAS
87
En un invierno, recuerdo haber leído, en ruso, El maestro y Margarita y Corazón de
perro, ambas obras de Mijaíl Bulgákov. Luego leí una selección de escritores rusos de los
años 20 y 30, quienes debieron acudir al humor negro para asimilar la pesada cotidianidad
del estalinismo en las ciudades, en la vida, en los apartamentos “comunales” donde había
una pareja de escritores compartiendo la cocina y los baños con una familia obrera con el
fin de reducir, según los ideólogos, la odiosa diferencia entre el “trabajo manual y el trabajo
intelectual”.
Su humor me recordaba siempre a los escritores rusos de los años 20 y 30, quienes fueron desapareciendo asfixiados por el estalinismo
HUELLAS
88
Así, pues, recién llegado de Rusia, conocí a Ramón Illán Bacca en la Universidad del
Norte, donde compartíamos la docencia. Sosteníamos largas conversaciones y su humor me
recordaba siempre a los escritores rusos de los años 20 y 30, quienes fueron desapareciendo
asfixiados por el estalinismo. Ramón Illán me encantó con su historia de los nazis en las
polvorientas calles de Riohacha, debido a que el cónsul Sanders de Estados Unidos debía
llenar de páginas sus informes al Departamento de Estado y convertir a La Guajira, que no
tenía ni acueducto ni servicio eléctrico, en el centro del espionaje nazi en el Caribe.
En su cuento “Nadie diga ser más que García”, Ramón Illán comenta que por haber
elogiado en un examen al Siglo de las Luces de Voltaire, le quitaron la beca y “total me tocó
regresar a la costa y entrar al reino de la necesidad del cual que yo sepa jamás he vuelto a
salir”. Empero, la fuerza del escritor y la buena historia que tenía para contar lo animaron a
escribir su novela Deborah Kruel en un apartamento situado en una de las calles más ruido-
sas y carnavalescas de Barranquilla.
En aquel entonces, los profesores solíamos almorzar en unas mesitas al aire libre, lo
cual, en la “época de las moscas” o en la “hora de los zancudos”, era supremamente moles-
to. Recuerdo que todo cambiaba cuando se sentaba Ramón y nos leía apartes de su relato
acerca de cómo nunca conoció a García Márquez, ya famosísimo.
En Crónicas casi históricas, en la edición de 2007, Ramón Illán Bacca afirma: “Puedo
confesar que en todos estos escritos están los elementos de asombro y candor que me des-
piertan lo implacable y lo hermoso y también las múltiples miradas bizcas que me suscitan
lo convencional e impuesto”.
Todavía evoco su voz de tono suave y ameno, su inteligencia aguda para comprender la
sociedad y la cultura del Caribe, de la cual Santa Marta, Cartagena, Riohacha y Barranquilla
se constituyeron en fuentes de su inspiración. Como bien escribió el escritor Orlando Mejía,
en su estudio crítico sobre la obra cuentística del fallecido autor, Ramón Illán Bacca pudo
“vislumbrar que todo hecho o acto trascendente y serio tiene su revés ridículo e irónico”.
HUELLAS
89
EL CUERVO
DE LA FÁBULA⁷
Por Rubén Maldonado Ortega
E
n una ancestral fábula de la tradición brahmánica se na-
rra la historia de una violenta y sorpresiva agresión por
parte de unos búhos a unos cuervos que dejó cubierto
el campo de los agredidos con centenares de muertos,
heridos y desplumados. Al convocar el rey de los cuervos a
sus cinco consejeros para determinar lo que habría de hacerse
antes de que sobreviniera una nueva ejecución de lo que pa-
recía ser un plan de exterminio, se encontró el rey con que,
únicamente el cuervo más viejo conocía la callada enemistad
de los búhos hacia ellos, originada en unas palabras impru-
dentes que alguna vez pronunciara, en una asamblea general
de los animales, el emisario del rey de los cuervos contra el
emisario del rey de los búhos. Al final de la fábula se sabe que
ese conocimiento resultó decisivo para armar la estrategia con
que la comunidad de los cuervos se libró de su extinción y ase-
guró el sometimiento de los búhos. En las conversaciones que
sostengo a menudo con Ramón Bacca, mis embrolladas con-
jeturas sobre la actualidad de nuestro común mundo circun-
dante —las cuales soporto con densos pensamientos extraídos
del rudo tratado de Max Scheller sobre La esencia y formas de
la simpatía, y de las intrincadas reflexiones de Wilhelm Dil-
they sobre la fundamentación del estudio de la sociedad y de
la historia— son desarticuladas con una breve sentencia que
Ramón soporta con el simple hecho de haber estado allí en ca-
lidad de testigo. Entonces, tras advertir mi perplejidad rayana
en el desamparo, vuelve a sentenciar: “No se te olvide que yo
soy el cuervo de la fábula”.
He deseado mucho ser amigo de Ramón Bacca, pero él es
muy selectivo, así que he tenido que conformarme con la con-
dición de vecino suyo, que esa sí me pertenece por derecho
propio. Y como nadie puede sofocar ni recortar el derecho del
vecino a molestar, allí me he sentido muy cómodo, porque soy
7
Este texto fue presentado ante el público en el homenaje a Ramón Illán Bacca organizado por la Universidad del Norte en el marco del
evento “El Legado de Macondo”, septiembre 27 de 2013.
HUELLAS
90
“No se te olvide que yo soy el cuervo de la fábula”
HUELLAS
91
vecino de Ramón no sólo de barrio, sino de cubículo. Con el
tiempo las molestias se han hecho mutuas, y eso ha hecho ger-
minar entre nosotros una esmerada relación de complicidad.
Cuando el colega Orlando Araujo me pidió que hiciera
una pequeña semblanza de Ramón, le dije que yo no era la
persona indicada, dado que no he leído su obra. Pero ensegui-
da mi jefa, Carmen Elisa, me acorraló con el que consideró un
argumento contundente: como se trataba de una semblanza
personal, porque la de escritor le había sido encomendada al
profesor Orlando Mejía, yo era el más indicado, ya que según
ella bastaba con que relatara el motivo de mis permanentes
risotadas con Ramón en su cubículo para obtener la semblan-
za, y heme aquí intentándola hacer.
Pero no fue el argumento de Carmen Elisa el que me con-
venció, sino mi propia convicción de que Ramón nunca podrá
ser hallado en su obra, sino en su charla, y esa sí la conozco
bien. Y creo que no podrá ser hallado en su obra porque Ra-
món es, contra sí mismo, un pensador. Y aunque ha habido
bastantes pensadores que se han mostrado muy bien en su
obra, no es el caso de Ramón. Él se ha retenido de mostrarse
en su obra por razones que algún día alguien develará, pero
en su charla no sólo se muestra como un pensador, sino que,
incluso, no lo puede evitar.
Hay un enorme error en la consideración de que pensa-
dor sólo pudieron ser celebridades como Platón, San Agustín o
Freud, por ejemplo. Y si esto fuera correcto, sería ciertamente
una necedad decir de Ramón Bacca que es un pensador. Pero
como no lo estoy asimilando como pensador por las cosas que
dice, sino porque procesa la realidad del modo como lo hicie-
ron Platón, San Agustín o Freud, por ejemplo, y porque un
pensador es quien da testimonio del presente como una sus-
tancia viva, en la medida en que ha podido doblegarse mansa-
mente al modo de razonar de Pero Grullo y don Quijote para
alcanzar al mismo tiempo la claridad y la emoción, entonces
Ramón Bacca no es sólo un pensador, sino uno de los pocos
que hay en la Costa Atlántica. Aclaro: alguien puede dar cuen-
ta del modo como, en el Menón, Platón concibió la relación
de lo Uno con lo Múltiple para que el conocimiento no resul-
tara auto-contradictorio; o desplegar dotes de gran pedagogo
presentando el pensamiento de Kierkegaard, en su novela La
repetición, como el esfuerzo del intelecto para captar la rela-
ción de la eternidad con el instante apelando, bien sea al cris-
tianismo o al paganismo, a fin de que la vida no se disuelva en
un estrépito vano y vacío. Pero si no puede explicar suficiente-
mente por qué razón en Colombia, tras años de constitución
de la República, los jefes de los partidos políticos son los hijos
HUELLAS
92
y nietos de los exjefes de esos mismos partidos, y por qué habrá
que escoger al nuevo presidente de Colombia entre dos pri-
mos hermanos de esa misma parentela, entonces será un con-
notado profesor, pero no un pensador. Y cuando quiero saber
algo sustancial sobre las posibilidades de una tercería vigorosa
para retar exitosamente a los primos santos, me desplazo ape-
nas metro y medio hasta el cubículo de Ramón para retarlo a
que desarticule mi recién horneada iluminación al respecto, la
cual soporto, ahora sí, en la irrebatible idea de Hegel de que
“el sentido de la historia debe ser aprehendido por el ser en sí
y por sí, el cual se da a sí mismo diversas figuras, pero que en
ninguna es más claramente sentido que en aquella en que el
espíritu se explicita y manifiesta en las figuras multiformes que
llamamos pueblos”. Conforme a un ceremonial de gestos, cir-
cunloquios y teatralidades proporcionadas por veinte años de
charlas, donde no es posible saber cuáles pertenecen a quién,
Ramón toma aire, cierra los ojos, los vuelve a abrir, pero ya
completamente arrobado, y con las manos levantadas, pero
no tanto, cual leve rastro de su época de monaguillo, y con el
impulso que le da la ventaja de que, a sus ocho años el postre
del almuerzo en casa de sus tías se consumía comentando la
actualidad de la Segunda Guerra Mundial, y en la mía la ple-
garia del Papa protestando por la acogida dada a la minifalda,
acribilla mi peregrina iluminación relatando un simple hecho
al cual esta vez asistió apenas en calidad de testigo inadverti-
do, rematando su estocada con la consabida sentencia: “Se te
olvidó otra vez que yo soy el cuervo de la fábula”.
HUELLAS
93
HUELLAS
94
HUELLAS
95
Con su colega y amigo Ariel Castillo Mier
HUELLAS
96
Con Rubén Maldonado y Orlando Mejía Rivera en el homenaje organizado por la Universidad del Norte en el marco del evento
El Legado de Macondo, septiembre 27 de 2013
HUELLAS
97
Con su amigo Jorge Villalón durante la grabación de un documental
HUELLAS
98
Con su editora y entrañable amiga Zoila Sotomayor
HUELLAS
99
HUELLAS
100
101
HUELLAS
Leyendo para un grupo de estudiantes en la Biblioteca Karl C. Parrish de Uninorte
Con Julio Olaciregui, Plinio Apuleyo Mendoza y Miguel Iriarte en el marco de Libraq
102
HUELLAS
HUELLAS
103
Ariel Castillo y Zoila Sotomayor moderaron la charla que tuvo lugar en el homenaje de Uninorte con entrega de la medalla Sol del Norte, 2019
HUELLAS
104
En Huellas agradecemos y exaltamos tu asombroso legado. ¡Gracias, Ramón!
HUELLAS
105
OBRAS DE RAMÓN ILLÁN BACCA
CUENTO
HUELLAS
106
NOVELA
HUELLAS
107
CRÓNICA Y ENSAYO
HUELLAS
108
COAUTORÍAS
HUELLAS
109
EDICIONES Y RESCATES
HUELLAS
110
LA ESCRITURA DEL GATO
DE CHESHIRE1
Por Orlando Mejía Rivera
Lewis Carroll
R
amón Illán Bacca (1938) es una “rara ave” en el universo de la literatura colombiana.
Tal vez, por ello, es más fácil para el crítico decir primero lo que no es. No pertenece al
Corpus simbólico de la narrativa “cachaca” ni “paisa”: ni escribe con corbata, ni se dis-
fraza de arriero, ni cocina pandebono y manjar blanco, ni llora los tangos de Gardel en
un bar del barrio Guayaquil. Sus personajes no vomitan odios freudianos, ni se han intoxica-
do con una sobredosis de Schopenhauer, de Nietzsche o de Fernando González. Tampoco
pertenece a los “novelistas de la violencia”: nada de cadáveres y gallinazos nadando en las
aguas del río Cauca, ni litros de sangre y crueldades tiñendo sus páginas, ni protagonistas
panfletarios que ven el mundo en “rojo” o “azul”. Ni las tremebundas herencias viperinas de
un Vargas Vila o los alambicamientos de un Isaac y sus descendientes de almíbar.
1
Este texto fue presentado ante el público en el homenaje a Ramón Illán Bacca organizado por la Universidad del Norte en el marco del
evento “El Legado de Macondo”, septiembre 27 de 2013.
HUELLAS
111
Claro, todo esto parece obvio en un autor que nació en Santa Marta y vive desde hace
varias décadas en Barranquilla. Sin embargo, también es inclasificable entre las tendencias
usuales de la narrativa costeña. Por un lado, fue uno de los pocos valientes que decidió no
ser un epígono del realismo mágico de García Márquez. Pero, de igual manera, su escritura
está muy lejos de la oralidad folclórica de un David Sánchez Juliao y otros “cuenteros” de
su generación. Como de las fastuosas catedrales verbales de un Héctor Rojas Herazo o un
Manuel Zapata Olivella.
Entonces, ¿dónde ubicamos las coordenadas y características de su obra? Pienso que
luego de leer sus cinco libros de cuentos, sus cinco novelas, sus crónicas periodísticas y sus
ensayos se pueden intentar varias aproximaciones conceptuales a su literatura.
HUELLAS
112
de Disfrázate como puedas: “Y toda la colección de la revista espiritista Lumen en cuyos
bordes había notas que apuntaban a la tesis de que Santa Teresa levitaba al mear, porque sus
glándulas suprarrenales tenían una sustancia parecida a la mezcalina”. La presencia de los
dichos populares con esa sabiduría de sabrosura caribe: “Lo que siempre he sostenido: Cara
seria, culo loco” que aparece en el diario de Spencer Cow, el personaje inglés de su última
novela La mujer barbuda.
Esta muestra de la numerosa colección de “epifanías humorísticas” que se encuentran
en la obra de Ramón Illán Bacca (RIB) no son chistes aislados y explícitos que se agregan a
las tramas de sus historias, como granos de sal y pimienta para darle sabor al arroz, sino los
momentos esenciales que le dan sentido a la biografía de sus personajes. Él ha comprendido
que esos instantes luminosos, de rayos de humor negro, son la manifestación consciente de
los “catorce momentos de felicidad que, ni uno más, según el califa Abderramán, nos da la
vida”. Es decir, las “epifanías humorísticas” justifican la existencia de un mundo narrativo
donde no hay certeza de Dios, ni tampoco de las ocultas correspondencias de la magia.
Frente a la incertidumbre existencial solo queda el poder real y terrenal de la autoironía
gozosa, la sonrisa sin amargura que permite atravesar la noche sin estrellas ni ángeles.
Estas “epifanías humorísticas” de Ramón Illán son únicas en la narrativa colombiana y
en el contexto latinoamericano solo se encuentran en los textos de Augusto Monterroso y, en
especial, en la obra de Guillermo Cabrera Infante. De hecho, existe, a mi modo de ver, una
relación profunda entre la novela Tres tristes tigres (1969) del cubano y la oralidad paródica
y la atmósfera lúdica de las novelas de RIB. No en vano la Barranquilla y la Santa Marta de
Illán Bacca tienen el mismo cielo caribe que cubre La Habana literaria de Cabrera Infante.
Pero, además, se nos revela otro vínculo: Cabrera Infante, uno de los grandes conoce-
dores y traductores de Joyce, recrea sus “epifanías humorísticas” a partir de la mutación de
las “epifanías trascendentales” del narrador irlandés. Mientras el universo narrativo de Joyce
muestra en los instantes epifánicos del Leopoldo Bloom de Ulises, o de las criaturas acongo-
jadas y temerosas de Dublineses, la furtiva presencia del Dios católico y sus visiones escatoló-
gicas, los mundos caribeños de Cabrera Infante y Ramón Illán Bacca están impregnados de
los ritmos de la tambora, de la danza de las diosas voluptuosas de ébano, de los vaivenes del
mar que no requiere de la existencia de Poseidón o de Cristo para ser amado y deseado, de
las palabras bulliciosas de los habitantes del Caribe que, como dijo Illán Bacca recordando
a Antonio Benítez Rojo, “lo que unía a la gente del Caribe era ‘un modo de caminar’”.
Germán Vargas, el mítico crítico del “Grupo de Barranquilla”, plasmó de manera acer-
tada la “levedad profunda” de la narrativa de RIB cuando afirmó en el prólogo de Crónicas
casi históricas que su escritura oscilaba “entre lo barroco y lo chévere”.
2. Un “clásico marginal”
Tanto la obra como la vida de Illán Bacca parecen reflejar su tendencia a valorar y re-
crear los códigos de la “cultura popular”. Lector de novelistas de folletines decimonónicos,
merodeador escéptico de los libros ocultistas de Allan Kardec y de la teosofía de Helena
Blavatsky, oyente de radionovelas, espectador de más “700” películas del cine mexicano,
ferviente admirador de las “rumberas” y de los “boleristas”, apasionado buscador de los
chismes de las revistas cubanas Bohemia, Carteles y Vanidades que dice haber leído cuando
“durante (su) adolescencia, en los años cincuenta, iba a la peluquería de Paco, el cubano”.
HUELLAS
113
De allí la creación del personaje Benjamín Avilés, alter ego del niño Bacca, quien en
la novela Deborah Kruel nos cuenta de su mundo infantil en la Santa Marta de los años
cuarenta, en medio de los ecos de la Segunda Guerra Mundial, y ese pueblo grande que
tenía el atractivo del cine “Rex” y la belleza enigmática de “Deborah Kruel” acusada de
espía “alemana” por su amigo Natalio cuando la vieron comer “manzanas” en la sala de su
casa. Quien también era la envidia de las damas de sociedad, porque ella se metía al mar y
se bronceaba, usaba vestidos escotados y su caminado era sensual. Lo que llevó al cura Luis
a escribir en sus hojas parroquiales que: “Si esa Jezabel intenta establecer esas modas muy
propias para que algunas de las cómicas de Hollywood seduzcan nativos de la Polinesia, aquí
le contestamos: ¡Vade Retro Satanás!”.
En realidad, sorprende que Deborah Kruel haya sido tomada por el crítico alemán Hu-
bert Pöppel, en su libro La novela policiaca en Colombia (2001), como una auténtica “nove-
la de espionaje” cuyo autor no había recibido la influencia de “Ian Fleming”. Es obvio que
Deborah Kruel es una parodia explícita de las novelas de espionaje clásicas, en el contexto
simbólico e intertextual de la “cultura popular” inmersa en la obra completa de Illán Bacca.
Es como si Pöppel después de leer a Don Quijote hubiese escrito que esta era una “novela
de caballería”, pero que Cervantes no había tenido la influencia directa de Garci Rodríguez
de Montalvo, el autor más conocido del Amadís de Gaula.
De hecho, que el crítico alemán, profesor invitado durante un tiempo por la Univer-
sidad de Antioquia, lograra escribir todo un libro sobre “novela policiaca colombiana” es
un abrumador gesto de altruismo e ingenuidad. Pues, seamos sinceros, los detectives de las
novelas negras de los narradores colombianos son tan creíbles como los camellos de “elásti-
cas cervices” del poeta de Popayán Guillermo Valencia. No puedo evitar imaginarme otra
futura novela paródica de Illán Bacca que, usando como hipotexto la novela inconclusa
Bouvard y Pécuchet de Flaubert, se imagine a dos críticos de literatura colombiana (por
ejemplo, Pöppel y el reseñador “tautológico” de la revista Semana) en una discusión infinita
sobre libros que leyeron, pero no entienden y obras que no leyeron, pero que dicen conocer
muy bien por sus contraportadas.
En fin, la prueba indiscutible de que Deborah Kruel nunca fue un ejercicio explícito
de novela de espionaje la da el mismo Illán Bacca cuando en una entrevista con Augusto
Escobar Meza (Revista Yesca y pedernal, No. 7, Medellín, oct-dic. 2003) le dijo:
Yo escribí la novela Débora Kruel que dicen que es policíaca, otros dicen que es de
espionaje. Bueno yo cuando la escribí en realidad en Santa Marta, estoy hablando
de un Santa Marta muy lejano, allá las mujeres, digamos de sociedad, no se bañaban
en el mar porque la blancura era un requisito muy especial, entonces la gente, las
muchachas decentes, es decir, de la hight, no salían sino a las cinco de la tarde con
un paraguas para que no les cayera ni un rayo de sol, pero había una que había estado
en los Estados Unidos que sí se asoleaba y se daba unas bronceadas grandísimas y la
bautizaron “Diablito Frito”. Entonces Diablito Frito salía de su casa y andaba como
dos cuadras hasta llegar al mar y pasaba frente al palacio episcopal, naturalmente al
obispo le daban como tres ataques cuando veía eso y esta señora seguía sin mosquearse
para el mar. Se había convertido como una especie de leyenda y cuando yo iba a misa
de diez de la mañana, que me llevaba mi tía, de pronto se sentía como un rumor y
uno trataba de voltear y mi tía no me dejaba y era que había llegado Diablito Frito.
Porque Diablito, además de eso, tenía algunas habilidades para hacer vestidos copia-
HUELLAS
114
dos de los figurines de la época, las modas más vanguardistas que había, y llegaba con
unos sombreros a lo Greta Garbo y para acabar de completar la mitología sobre ella,
se había casado cuatro veces y cuatro veces le habían anulado el matrimonio por no
consumado. Naturalmente, ella era un personaje extraordinario en ese entonces cuan-
do yo empecé a escribir y me dije, bueno voy a escribir una novela y recordé todo este
anecdotario de Diablito Frito, pero ya para esa época todo lo que ella hacía ya no tenía
mucho de vanguardismo, ya había pasado mucha agua bajo el puente […]
En un momento dado, durante los tres primeros años de la guerra, los submarinos
nazis estuvieron dándole realmente muy duro a todos los barcos aliados que trans-
portaban mercancía o transporte de tropas por el Caribe y el Atlántico. Imagínate
que hasta la Guajira llegaban los submarinos nazis para contrabandear la gasolina, el
petróleo; había esa especie de comercio ilícito. Todas esas cosas siguieron pasando y
se rumoraba, se decían cosas, nunca era nada claro, sin embargo, “radio bemba” fun-
cionaba de mil maravillas y todos agregaban algo a lo que había escuchado. Esos son
precisamente los recuerdos de mi infancia, apenas había rumores, pero entretenían a
todos. Entonces decidí que iba a escribir esa novela y que me iba a informar bastan-
te. Empecé a leer mucho. Hubo un momento en que tenía una sobresaturación de
información, entonces me pregunté: pero por qué me estoy yo sobresaturando de la
Segunda Guerra Mundial si lo que tengo que escribir es simplemente de mi infancia
samaria con un telón de fondo de la Guerra, eso es lo que yo voy a hacer, me decía.
De igual manera, en mi concepto, Disfrázate como quieras no pretende ser una novela
policiaca, sino una parodia del género. Al lector no le importa quién mató a los disfrazados
del Carnaval de Barranquilla, su placer se encuentra en la manera de contarse la historia, en
su juego festivo, en su polifonía hermenéutica. Como tampoco La mujer barbuda es un thri-
ller. Leer a Ramón Illán Bacca como escritor de novelas de espionaje y policíacas es leerlo
mal y, ahí sí, restarle méritos a su obra, pues es claro que categorizadas como narraciones de
género (que poseen unas técnicas literarias definidas) tendrían más debilidades que aciertos.
Por el contrario, la estructura de todas sus novelas pertenece al contexto narrativo de
“la cultura popular”: el predominio de la oralidad y el diálogo con las diversas tonalidades
de la calle, los referentes cinematográficos del melodrama, el fragmento epistolar, el diario
perdido, la reivindicación irónica del romanticismo, lo kitsch, las atmósferas pintorescas y
carnavalescas, la amoralidad de los personajes, los espacios esperpénticos, el burdel y la
taberna como sitios de conocimiento vital, el erotismo sin contaminaciones metafísicas, los
hipertextos paródicos, la burla de la historia, la presencia constante de la paradoja y la reve-
lación de “las verdades” con el “vestido” del humor negro.
Nakonia, personaje de su novela Disfrázate como quieras, sintetiza muy bien la estética
de su escritura cuando dice: “A veces me confundo porque el escenario y la acción parecen
de tragedia griega, pero cuando se hecha el cuento termina uno empleando una jerga de
película mejicana. Yo creo que la culpa es de Agustín Lara que, con sus boleros y la letra de
ellos, ha vuelto cursi todos los sentimientos”.
La estructura de las novelas de Ramón Illán proviene, de manera evidente, de dos an-
tecedentes narrativos fundacionales en la literatura del continente: La traición de Rita Ha-
yworth (1968) y Boquitas pintadas (1969) del argentino Manuel Puig. Sin embargo, los
HUELLAS
115
contenidos, híbridos de alta cultura y cultura de masas, son propios de las obsesiones recu-
rrentes de Bacca: la Tongolele y la Marlene Dietrich del Ángel azul, el melodrama mexica-
no y el expresionismo alemán, Vinyes y Cepeda Samudio, la periodista barranquillera Rosita
Marrero, alias Nakonia, los boleros de Rolando Laserie, Beto Granados y las Valkirias de
Wagner, María Félix y Pedro Infante al lado de Buñuel, Bergman y Fritz Lang, entre otros.
Para decirlo con los códigos teóricos de Umberto Eco: las novelas de Ramón son una mezcla
afortunada de los “apocalípticos y los integrados”.
Los referentes de la “alta cultura” se amalgaman, de manera natural, con las expresiones
más “populares” de la cultura por medio de la expresión irónica y paródica de sus persona-
jes. Un ejemplo afortunado de esto es cuando él menciona, al evocar sus lecturas del estante
alemán de la biblioteca Municipal de Barranquilla, a una novela de Stefan Zweig así: “¿No
fue María Félix el rostro más adorado en la versión fílmica de Amok?”. Es decir, Ramón
Illán es un chismoso culto.
“¿No fue María Félix el rostro más adorado en la versión fílmica de Amok?”. Es decir, Ramón Illán es un chismoso culto
HUELLAS
116
De acuerdo con Carlos Monsiváis, en su extraordinario ensayo Aires de familia, cultura y
sociedad en América Latina (2000), “lo popular se transfigura y resulta lo clásico marginal”.
Sin lugar a duda, Ramón Illán Bacca es, en este sentido, nuestro “clásico marginal” más re-
presentativo de la narrativa colombiana dentro de una “cultura popular” urbana y moderna.
Pues, si parte de la obra de García Márquez está incrustada dentro de la “cultura popular” y
fue pionera de “lo carnavalesco” y de la desfachatez de las voces caribeñas, lo cierto es que
lo macondiano pertenece a las coordenadas de la “ruralidad” de nuestro pasado.
Visto así, lo “antimacondiano” de la narrativa de RIB no radica en que él haya huido
de los espacios genealógicos compartidos con lo caribeño, sino en algo más interesante: la
“mirada” diferente de lo mismo que García Márquez vio y narró primero. No solo en tanto
el mundo popular de Illán Bacca está asentado en la modernidad de las ciudades costeñas
de la primera mitad del siglo XX (Barranquilla, Cartagena y Santa Marta) y el arquetipo de
Macondo son las aldeas y los pueblos de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Además,
el universo Caribe de Macondo está regido por la causalidad absoluta de la magia. Los
acontecimientos exóticos y los personajes singulares de las narraciones de García Márquez
ya están prefijados. El destino de los Buendía está escrito desde el principio de los tiempos
míticos en los manuscritos del gitano Melquíades, así como Florentino Ariza y Fermina
Daza, de El amor en los tiempos del cólera, nacieron para amarse y procrear en el plano de
la realidad a un Nobel de literatura. Casi todo el realismo mágico de Cien años de soledad
parece surgir del Aleph de Jorge Luis Borges.
El “no a Macondo” que expresó Illán Bacca en su conferencia “¿Independiente?” (Me-
dellín, 11 de septiembre de 2010), es en realidad, el Caribe moderno y urbano, donde el
incierto libre albedrío de los personajes y el azar de los acontecimientos han reemplazado
al destino irrevocable del universo narrativo y rural de Gabo. Sin embargo, pienso que de
manera más inconsciente que consciente, la hermosura de Deborah Kruel proviene de Re-
medios La Bella, la matrona Bratislava Cantillo nos recuerda a la Cándida Eréndira y a
Úrsula Iguarán, y la anécdota del misterioso “avión de guerra alemán Stuka” encontrado
en los desiertos de la Guajira en Deborah Kruel posee un eco con el “galeón” hallado selva
adentro en Cien años de soledad. Ahora bien, tiene toda la razón RIB y clarifica su distancia
del “Caribe macondiano” cuando refiere, en esa misma conferencia, el siguiente episodio:
Los temas de las novelas, después de la presencia omnipotente de “Cien años de so-
ledad”, se volvieron repetitivos, las levitaciones, las viejas sabias apergaminadas, los
patios encantados, eran temas obligados de muchos jóvenes que empezaban a escribir.
También en el periodismo los acontecimientos tomaban un aspecto mágico. Reco-
nozco que en ese mundo medio rural uno se topaba con cosas insólitas. Así en una
de mis crónicas periodísticas relaté cómo cuando me tomaba unas cervezas en una
amanecida en “Aquí me quedo yo” un bar del Ancón, en la red que enfrente estaban
halando unos pescadores, quedó enredado un cuerpo extraño. Al abrir se vieron los
restos de algo que podía haber sido un piano. Unas maderas enceradas, unas tablitas
que parecían teclas daban pie a esa suposición. Al preguntarse todos los presentes,
¿qué podía ser eso? Un viejo cliente del lugar, Joaco Noguera, un antiguo cantante
remplazado por Nelson Pinedo en la orquesta Lastra, dijo en voz alta: “Y ¿qué otra
cosa puede ser? Es el piano del Titanic”. A Joaco se le ha olvidado, pero no a su frase.
HUELLAS
117
Algunos comentaron la anécdota como un ejemplo de nuestro realismo mágico. La
verdad es que yo solo lo mostraba como un hecho pintoresco.
Esta aclaración es clave para valorar más la obra de Illán Bacca y su esfuerzo en escribir
una literatura liberada del simple y cómodo “epigonismo” del realismo mágico de Macon-
do. Lo fácil hubiese sido negar sus propias atmósferas Caribes y la cercanía personal con
parte del grupo de Barranquilla e intentar el “ninguneo” de la narrativa de Gabo, como lo
hicieron otros narradores colombianos de la generación de RIB. Pero hizo lo más difícil:
narrar su propio Caribe sin ser el Caribe de García Márquez. Quizá, por esto, el mejor
crítico extranjero de Gabo, Jacques Gilard, fue uno de los primeros en resaltar la calidad
y originalidad de la literatura de Bacca, hasta el punto en que él mismo tradujo al francés
algunos de sus cuentos.
HUELLAS
118
Uno de los epígrafes de la novela Disfrázate como quieras es una cita de Voltaire: “El
secreto de ser aburrido es decirlo todo”. Por eso RIB esconde lo esencial en sus novelas a
través de su estructura de fragmentos y múltiples voces narrativas, donde ninguna posee la
verdad. La polifonía narrativa es un antídoto contra las visiones maniqueas de la realidad y
esta es una de las mayores cualidades de la narrativa de Illán Bacca.
De otro lado, las “garras y los dientes” aparecen en su posición frente al episodio de la
matanza de las bananeras que se toca, en menor o mayor grado, en todas sus novelas, en
especial en Maracas en la ópera. A través de los personajes Severino y Mahecha, testigos
sobrevivientes de las balas ordenadas por el coronel Cortés Vargas, no solo se habla de más
de mil muertos, sino de la complicidad de la burguesía de Santa Marta como auspiciadores
intelectuales de la matanza.
De hecho, la “Yunai” (United Fruit Company) había generado la bonanza del “oro
verde” y estos ricos del banano, arribistas y clasistas, quedan bien identificados en una frase
que es repetitiva en las novelas y ensayos de Illán Bacca: “Preferimos estar muertos en París,
que vivir en Santa Marta”. Ese mismo nexo entre los norteamericanos de la “Yunai” y la alta
clase social de la Costa permitió la construcción de un barrio, en pleno Santa Marta, que
fue cercado y al cual solo se podía entrar con “salvoconducto”.
Esta sociedad de clases, que construye un mundo cerrado y excluyente, es retratada en
la frase del personaje de Maracas en la ópera, Agamenón Rosado: “Si se nace en Rebolo, no
se llega al Country Club”. También Illán Bacca arremete contra esa clase política corrupta
que se alió primero con los contrabandistas y luego con los mafiosos, y que siempre ha ma-
nipulado las decisiones de los jueces de la Costa Caribe. Es Faraón de Armas, el gobernador
corrupto de La mujer barbuda, o el general Florentino Altapuya de Disfrázate como quieras.
En esta obra Nakonia sintetiza el papel de los políticos costeños al decir: “Cada época tiene
una cerradura de la cual no quita el ojo. En Barranquilla, quien aplicó el ojo a la cerradura
fue el cubano Bobadilla, quien nos describió como una aldea con una corona de gallinazos
dando vueltas sobre el caño de la Auyama y regida por una caterva de políticos corruptos
con nombres griegos”.
Como he tratado de mostrar, la literatura de Illán Bacca, fuera de divertir, también
posee innumerables dardos envenenados y lúcidos contra la hipocresía de los poderosos,
pero dicho de una manera sutil, en voz baja, sin los gritos e histrionismos de un Fernando
Vallejo. Incluso, me atrevo a decir que Ramón ha sido más crítico de la sociedad costeña,
que Vallejo de la sociedad antioqueña. Vallejo es un perro grande e inofensivo que ladra
fuerte, arroja mucha baba y muerde poco. Bacca es el Gato de Cheshire: silencioso, elusivo,
impredecible, peligroso.
A veces, cuando leo las repetitivas expresiones de odio y cantaleta de Fernando Vallejo
contra todo, pienso en un hombre inteligente con hemorroides que busca un culpable para
su dolor. Más que un Céline colombiano, parece un hijo natural de Vargas Vila. Mientras
que Illán Bacca, con la serenidad de un monje zen, usa la vaselina al introducir esas frases
cargadas de dinamita. Es un actor contenido del teatro japonés, es un aforista de la ironía,
está cercano a Jonathan Swift, Marx Twain y Gesualdo Bufalino.
HUELLAS
119
4. El lector de “Puntos de bizca” y “Toque de conticinio”
“Puntos de bizca” y “Toque de conticinio” son los nombres que le dio RIB a sus colum-
nas periodísticas, seleccionadas en sus Crónicas casi históricas. Lo de “bizca” es su autoiro-
nía al estrabismo que no pudieron corregir los médicos en su infancia. Conticinio significa
“hora de la noche en que todo está en silencio”. Los dos títulos son metáforas apropiadas
para describir al gran lector que es Illán Bacca: sabe leer entre líneas y tiene la concentra-
ción del noctámbulo que le permite asociaciones que no son evidentes en una lectura super-
ficial. Su evocación de la literatura alemana y el cine expresionista en su texto “La fiesta era
en Berlín” es magistral y la cita maligna que rescata del escritor Remarque sobre su exesposa
Marlene Dietrich es como para esculpirla en el museo de la injuria: “Ella es como una
hermosa casa vacía, sin muebles, alfombras ni cuadros. En principio tiene todas las posibili-
dades. Puede convertirse en un palacio o en un burdel. Todo depende de quien lo ocupe”.
De hecho, su bagaje intelectual es sólido y diverso. Lo demuestra, además, en esos exce-
lentes ensayos de Escribir en Barranquilla, una auténtica investigación de narrativa colom-
biana que ha pasado a ser un referente obligado para la crítica académica. Allí hace aportes
novedosos a la cultura nacional como, por ejemplo, la real influencia que tuvo Vinyes en
los escritores del “Grupo de Barranquilla” y, en especial, el rescate que hace de la revista
Voces, fundada y orientada por el sabio catalán. También revela la sutileza de lector al ser
el primero en descubrir la influencia del Tristram Shandy de Sterne en la novela Cosme
(1927) de José Félix Fuenmayor.
Ramón Illán es un escritor culto, que trata de esconder su erudición, mientras la mayoría
de las nuevas generaciones de narradores colombianos son escritores incultos que alardean
de su ignorancia casi invencible. En una feria del libro de Bogotá le oí decir a un novelista
bogotano “exitoso”, sin ruborizarse, que él no había vuelto a leer nada para no contaminar
su obra, desde que le contaron que el místico hindú Krishnamurti escribió más de treinta
libros sin leer ninguno.
En fin, el lector preciso, de paladar exquisito, que es Illán Bacca, también se refleja en
la dimensión de su narrativa, como cuando le hace escribir a su personaje inglés Spencer
Cow, de La mujer barbuda: “Dice un proverbio árabe que Dios creó los países con agua
para que los hombres fueran felices y los desiertos para que se encontraran consigo mismos”.
O cuando la “Chipriota” refiere: “Rumio la frase de madame Kitty al decirme: ‘Limítate a
buscar la verdad, no a encontrarla'”.
Esta última sentencia es una buena síntesis del significado de la escritura y de la vida de
Ramón Illán Bacca, elogiado por el mítico Germán Vargas cuando afirmó: “Es, ante todo,
un escritor que siempre está narrando algo. Cuando habla y cuando escribe. Y lo hace con
indiscutible cheveridad”.
HUELLAS
120
RAMÓN EN VOZ BAJA
Por Samuel Whelpley
E
stá por definirse el lugar que ocupará el escritor Ramón Illán Bacca (1938-2021) en
la literatura colombiana. Ramón fue un incansable divulgador de la literatura, un in-
vestigador acucioso, un escritor experimental a la fuerza en multitud de ocasiones, un
cronista del quehacer cultural de su tiempo, un memorioso de aquellas historias olvi-
dadas que consideraba dignas de ser recordadas, un conversador absorbente y exquisito; un
maestro para los que vinieron después. También, para unos elegidos —entre ellos, yo— un
confidente y amigo generoso que muchas veces se metió en líos, por él mismo y por ellos.
Quienes fuimos cercanos a él, nos constituimos en testigos de su permanente preocu-
pación por el valor que se daría a su obra. Lo decía con esa manera tan suya, tan zumbona,
pero que a la vez ocultaba una falsa modestia: “Me encantaría que veinte años después de
muerto una parejita de novios se leyera Deborah Kruel y se dijeran: ‘Oye, el viejo ese estaba
en todo, ¿ah?’”².
Era una preocupación válida: compañeros de generación de Ramón fueron animadores
populares y reconocidos, pero no dejaron una obra aglutinante que, desaparecido el perso-
naje, permitiera seguir recordándolo. Un texto de él, “Nuestra Lost Generation” (Escribir
en Barranquilla, 2da edición) hacía una evocación de esos amigos: Alfredo Gómez Zurek,
poeta y músico a la espera de un compilador; Alberto Vides, Julio Roca Baena, El mello
Esguerra, entre otros. Ramón le temía al olvido.
Quizá es temprano para decir qué lugar ocupará. Sin embargo, observo con algo de
preocupación que, salvo círculos académicos especializados, para el grueso público la obra
de Ramón es vista como liviana, superficial, carente de rigor y una curiosidad literaria que,
en el futuro, se leerá como una nota al margen en la historia de la literatura colombiana. En
ocasiones, el ser humano que conocimos marchita al investigador y escritor.
Fui testigo del rigor y disciplina investigativa de Ramón para rechazar esa afirmación
de liviano, superficial y carente de seriedad. La obra literaria de Ramón es un esfuerzo por
construir un mundo diferente a Macondo, con la misma materia con la que se construyó
Macondo. De allí que tomara lo que quedara y sacara un mundo que reconocemos, pero
totalmente distinto. Era consciente de ello: “¡Atención, que ya el tema de tu novela está
escrito! Compré el libro, carísimo, y lo devoré. Pero no: Ciudad de México y nuestra Costa
Caribe son dos sociedades tan disímiles, que un mismo hecho produce resultados distintos.
Respiré”.³
2
Entrevista a Ramón Bacca por el escritor John Jairo Junieles en El Espectador: https://www.elespectador.com/el-magazin-cultural/
homenaje-a-ramon-illan-bacca-oye-el-viejo-ese-estaba-en-todo-ah-article/
3
Bacca, Ramón. “Saltos y sobresaltos de Deborah Kruel”, Crónicas casi históricas. Ediciones Uninorte, 1990.
HUELLAS
121
“Me encantaría que veinte años después de muerto una parejita de novios se leyera Deborah Kruel y se dijeran: ‘Oye, el viejo ese estaba en todo, ¿ah?’”.
RIB Obra de la artista Laura V. Ortiz para Huellas
HUELLAS
122
Si aceptamos la idea que cada novela que publica un escritor representa la definición
este tiene de novela, imaginen el reto que significó para los escritores de esta esquina del Ca-
ribe el arrollador éxito de Cien años de soledad. Los escritores, en particular los de la Costa
Atlántica y el mundo narrativo de Macondo, tuvieron que pensar cómo afrontar su idea de
novela. Algunos optaron por plegarse y desarrollar lo que estaba disponible en ese Caribe
mágico: el más conocido caso fue el de David Sánchez Juliao y, en menor medida, Juan
Gossaín. Otros, como Enrique Dávila Martínez o Ramón Bacca buscaron alternativas a ese
Macondo: Dávila logra en Una silueta en la partitura4 la experiencia de los descendientes de
inmigrantes europeos en el Caribe, y esa sensación de no pertenencia que parece marcarlos.
En el caso de Ramón, fue encontrar que buena parte de la historia del Caribe tiene mucho
de farsa, y más de ridículo. De la visión bíblica, casi apocalíptica de Cien años de soledad,
pasamos a un estilo que mezcla oralidad, cine mexicano, folletín, revista de variedades,
noticias de crónica social o roja; citas librescas, el rumor y el chisme como elemento de
comunicación y música, mucha música. Si los personajes de García Márquez están ceñidos
a un destino inevitable, los de Ramón están descontentos con el suyo y se resisten. De allí
que muchos de sus personajes devienen caricaturas trágicas:
Esa incomodidad vivencial está tomada de su propia experiencia de vida. Los personajes
de Ramón, más que perdedores —que lo son— no logran encontrar su lugar en el mundo;
el sitio en que viven es chato, estrecho y ajeno a sus intereses. Muchos de esos personajes
tienen una base real. Así, el protagonista del mismo nombre del cuento “No hay canciones
para Osiris Magué” puede verse como un velado retrato del autor: como Osiris, Ramón
era cuarentón, oscuro profesor universitario, comprador habitual de libros curiosos en los
tenderetes del centro y estaba profundamente atormentado por el permanente retintín del
vallenato que asfixia a Barranquilla, mientras tararea arias. De allí que a su personaje le san-
gran los oídos cuando escucha un acordeón: “Los primeros compases del acordeón de Cola-
cho Mendoza se confundieron con el terrible, escalofriante alarido que dio Osiris Magué”9.
“ Soy el único autor colombiano que ha escrito un cuento contra el vallenato” comentó al-
guna vez en mi presencia. También, como Osiris fue confundido con un terrorista: Ramón
fue confundido con Carlos El Chacal, el terrorista venezolano.
4
Dávila Martínez, Enrique. Una silueta en la partitura. Editorial Maremágnum, 2013.
5
Conversación de Ramón Bacca con el autor.
6
Bacca, Ramón. Cómo llegar a ser japonés. Selección de cuentos. Ediciones Uninorte, 2010.
7
Ibid., p. 61.
8
Bacca, Ramón. Maracas en la ópera. Ediciones Cámara de Comercio de Medellín, 1996.
9
Bacca, Ramón. Cuatro narradores colombianos. Fundación Simón y Lola Guberek, Bogotá, 1984.
HUELLAS
123
A veces se trata de una combinación de personajes. En “Rosas para tu toga”, el retrato
del protagonista, Catón Nonato Noguera está basado en dos personajes: su primo Carlos
(Carlitos) Dávila Angulo, un juez samario inflexible con los marimberos, quien fue destitui-
do por homosexual; y su profesor de Derecho romano de la Pontificia, Lucrecio Jaramillo
Vélez, jurista que fue magistrado de la Corte Suprema, rector de la Universidad de Antio-
quia y uno de los más conocidos expertos en Derecho romano del país. Una institución
educativa en Medellín lleva su nombre.
El personaje de Memo Clavel, el pianista clásico afeminado de Deborah Kruel, quien
en un arrebato con sus contertulios por una petición de música popular en un concierto
clásico jura que jamás lo oirán de nuevo, al extremo de colocar algodones al piano mientras
practicaba, está tomado de un episodio que le sucedió al pianista y profesor de música sa-
mario Darío Hernández Diazgranados, maestro de grandes pianistas como Karol Bermúdez
Ponce o Andrés Linero Branly. En una hermosa nota en El Heraldo, Ramón recordó a Da-
río y las anécdotas que conoció y usó como material en sus obras 10.
El chisme también es fundamental para comprender muchas de las historias, algunas
sirven para representar un inesperado giro en el relato. Así, el cuento “Gato suelto y feliz”
relata los hechos que dieron lugar a la expulsión de Ramón Vinyes de Colombia en 1925
por parte del atrabiliario gobernador Eparquio González, quien aprovechando la homose-
xualidad del catalán pudo deshacerse de un enemigo político tendiéndole una trampa, con
efebo incluido. Ramón Bacca —quizás incómodo con lo ocurrido— contó esa historia de
manera muy velada y difusa en el relato. A los amigos más cercanos, sin embargo, nos contó
en detalle el chisme devenido en historia, y la fuente: Germán Vargas Cantillo.
La experiencia, la oralidad, el cine, la prensa, la literatura menor, la ópera y la música
popular; la imaginería religiosa (véase el cuento “El enviado” 11), la televisión, las revistas,
incluso la lucha libre son algunos de los elementos usados por el autor para el desarrollo de
su obra: abundan las citas y recortes de periódicos; las propagandas, fragmentos de folletines,
emisiones radiales, frases de canciones e imágenes del cine. Con ese material, la historia
oficial es objeto de una desacralización que nos brinda una nueva visión de lo contado. De-
trás de la gran solemnidad del monumento se oculta el ridículo: “Ante los esbozos de unos
bustos de próceres no pudo dejar de pensar que esas jóvenes naciones de pobres historias
tenían demasiados héroes”12 .
Detrás de esa aparente trivialidad, de esas frases pintorescas, del enorme catálogo de
nombres ridículos o solemnes (Oreste Antonelli-Colonna, Fortunación Retamozo, Bratis-
lava Cantillo, Deborah Kruel, Usnaivy, Gunter Epiayú, Raimundo Acantilado, Máximo
Altapuya, Catón Nonato Noguera, Memo Clavel, Göering Bermúdez, Bruno Manos Al-
bas, Osiris Magué, Anacreonte De Souza, Raymond Cow y un largo etcétera) y, al final,
absurdos; de la descripción de situaciones a veces delirantes, está el trabajo del autor para
mostrarnos las carencias, los prejuicios de nuestra sociedad, los odios cerriles, las necedades
sociales, los diferentes episodios históricos que de alguna manera nos han marcado. En Ma-
racas en la ópera es posible documentar los siguientes hechos históricos: el asunto Cerrutti,
la matanza de las bananeras y la huida del líder de los huelguistas Raúl Mahecha; la separa-
ción de Panamá, la Guerra de los Mil Días, la II Guerra Mundial y el expolio al que fueron
10
https://revistas.elheraldo.co/latitud/los-pianistas-136155
11
Bacca, Ramón. Gato suelto y feliz y otros cuentos. Compilación y estudio crítico de Orlando Mejía Rivera. Ediciones Universidad de
Caldas.
12 Ibid., “Fantasma entre las flores”, p. 167.
HUELLAS
124
sometidos alemanes e italianos en Colombia; el asesinato de Gaitán, el estado de sitio de
Turbay o la bonanza marimbera por mencionar unos cuantos. También episodios más loca-
les como el asesinato del poeta Óscar Delgado en Santa Ana, Magdalena, o las peripecias
de su familia al inicio de la Guerra Civil Española. Detrás de esa aparente liviandad hay una
mirada “bizca” y una urdimbre bien documentada que mantiene la tensión del relato. Eso
no significa que no haya inexactitudes en algunas ocasiones: en el relato “Fantasma entre
las flores”, Ramón nos presenta a un José Carlos Mariátegui saludable, ignorando que era
tullido de nacimiento. O cuando confundió al abogado norteamericano Clarence Darrow
con Clarence Dawson en Maracas en la ópera 13.
El investigador Ariel Castillo ha señalado con justicia:
Un rápido repaso de las fuentes de su texto nos revela el amplio bagaje, y no sólo lite-
rario, que posee. Detrás de cada capítulo es posible detectar las minuciosas y arduas
prácticas del investigador, su voracidad lectora, la lenta y laboriosa frecuentación de
crónicas, editoriales de prensa, historias de vida, memorias del periodismo, traduccio-
nes, archivos privados, biografías de escritores, manuales de literatura, conversaciones
con los protagonistas, hojas volantes, libros de viajeros, autobiografías, diarios, auna-
dos al conocimiento directo del sistema literario nacional, continental y universal y
del contexto artístico, en particular, del musical y cinematográfico14.
A eso habría que incluir los homenajes en sus novelas, como el que describe el inves-
tigador José Manuel Camacho Delgado señalando que Villa Bratislava, la casa donde se
desarrolla la novela Maracas en la ópera, tiene como antecedente la casa galante del cuento
“La mulata Penélope” de Ramón Vinyes 15.
El investigador, melómano y lector se encuentran en toda su obra literaria. También en
los diferentes trabajos de investigación que tienen como eje central a Barranquilla. Al final,
sin buscarlo, Ramón Illán nos dio una cronología de la literatura del siglo XX en esta ciudad,
que lo hará una referencia obligada para los futuros investigadores. Eso no es poco, y mues-
tra el talante investigativo de Ramón, quien escribía e investigaba acuciosamente durante la
noche, durante el día era un profesor universitario con los compromisos que eso representa.
Contra sus investigaciones conspiraba el hecho que no tenía una formación profesional en
el área: solo era “un abogado varado con inquietudes literarias”. Pero cuando se reseñaba
sus publicaciones, se podía decir que había escrito cerca de catorce libros e infinidad de
artículos en revistas en algo más de treinta años. Nada mal para alguien sin doctorados, pero
dotado de una agudeza única.
Le preocupaba que su obra no fuera bien leída. En LIBRAQ 2019, durante la presen-
tación de la cuarta edición de Deborah Kruel, Ramón recordó que es una novela que todos
citan, pero que nadie lee. Contó que la primera edición, publicada en 1990, solo vendió
dos ejemplares en Santa Marta (“Tengo los datos”, me dijo. “Le temo al olvido”, añadió).
El presentador le preguntó el origen de Deborah, el personaje, y fue muy específico: es
una mezcla de un recuerdo de infancia, con unas gotas de María Félix, Rita Hayworth y
Marlene Dietrich. El recuerdo de infancia es el de una muchacha en sus veintitantos que se
13
Conversación de Ramón Bacca con el autor.
14
15
https://www.elespectador.com/el-magazin-cultural/escribir-en-barranquilla-segun-ramon-illan-bacca-article/
https://www.persee.fr/doc/carav_1147-6753_1997_num_68_1_
HUELLAS
125
asoleaba, en una época en que las mujeres debían ser albas. Resultado, la apodaron primero
“Brudubura”, una crema de la época, luego, “Diablito frito”.
Le pregunté si esa mujer o su familia supo que inspiró un personaje de novela. “No lo
sé”, fue su respuesta. “Se llamaba Olga Barreneche Simmons y se borró en mi memoria,
salvo su nombre y lo que hizo hace casi setenta años”16.
La historia como nos tocó. Y pensar que hay quienes ven a Ramón Virgilio Bacca Lina-
res —que tomó el nombre literario de Ramón Illán Bacca— como un escritor superficial...
¡De seguro no tendrá olvido!
16
Conversación de Ramón Bacca con el autor.
HUELLAS
126
UNA CRÓNICA CASI HISTÓRICA
SOBRE UN ARGENTINO NACIDO
EN SANTA MARTA
Por Jorge Villalón
A
mediados de los años ochenta tuve mi primer encuentro con Ramón Bacca en la ciu-
dad de Barranquilla, cuando él me abordó una tarde en la Avenida Kennedy y me in-
vitó a conversar en la Heladería Americana. Uno de los temas que le interesó fue unos
eventos políticos ocurridos en mi país natal Chile a inicio de los años treinta, cuando
en el país austral existió una “república socialista” que duró doce días dirigida por civiles y
un militar de nombre Marmaduke Grove. Yo estaba muy sorprendido de que una persona
en Barranquilla me hablara de hechos tan puntuales del país que yo había dejado en 1976,
buscando refugio político en la República Federal de Alemania.
Este fue el primer contacto que tuve con Ramón. Yo estaba recién llegado a Barranqui-
lla para vivir en compañía de mi esposa Rosalba Reina, pianista graduada en Alemania, y
de mis tres hijos con quienes intentábamos vivir en la ciudad, la cual se encontraba en una
situación económica y social bastante crítica. Mi esposa regresó a Bellas Artes en donde se
inició como pianista en los años cincuenta, en la ciudad vibraban los proyectos musicales
bajo la batuta del inmigrante italiano Pedro Biava. De mi parte, y como historiador gra-
duado en la Universidad de Tubinga en el sur de Alemania, estaba en la búsqueda de los
historiadores que había en Barranquilla en ese momento.
Después del fortuito encuentro con Ramón sentí por primera vez que hablaba con
alguien que tenía inquietudes similares a las mías, especialmente del siglo XX tan “proble-
mático y febril”, al cual Ramón conocía bastante bien por sus lecturas y por medio de las
expresiones artísticas de la cultura europea y latinoamericana. Tuve la sensación de que por
primera vez hablaba con un historiador de oficio, aunque era, en realidad, un abogado frus-
trado y derivado a profesor de humanidades en la joven Universidad del Norte.
Cuando comencé mi trabajo como docente de planta en la Universidad del Norte, en
enero de 1994, se inició una nueva etapa de mi amistad con Ramón. A partir de ese momen-
to nuestros encuentros y conversaciones ya no eran casuales, casi todos los días nos veíamos
en nuestros sitios de trabajo en el bloque B, tercer piso, donde estaban los cubículos de
los docentes de humanidades. Nuestras conversaciones sobre historia se mantuvieron hasta
unos días antes de fallecer en su cama en el hospicio de la Madre Marcelina en el barrio
Delicias de Barranquilla, a punto de cumplir 84 años en enero de 2021.
En esos mismos años me integré a la tertulia de los sábados en la Librería Vida de la
calle 84, gracias a la hospitalidad de Eduardo Maldonado, su dueño, quien nos brindaba un
buen café y unas sillas para los contertulios de cada fin de semana después de las seis de la
tarde.
HUELLAS
127
Ramón ya era un escritor reconocido en los ámbitos literarios de Colombia, sin llegar a
ser un autor muy leído. Tomé la decisión de coleccionar sus libros, algunas de sus columnas
y los artículos de revistas nacionales que destacaban su obra. Esta colección de Ramón fue
creciendo cada año y se convirtió en un pequeño centro de documentación sobre su vida y
su obra que quedará en una sala especial de la Biblioteca Karl C. Parrish Jr., donde podrán
ser consultados todos sus libros, fotografías, columnas, revistas, etc. Además de sus libros,
recibí de parte de Ramón algunas cartas de personajes de la vida literaria de Colombia, al-
gunos manuscritos y papeles personales para eventuales estudiosos de su vida y de su obra.
No es mi intención hacer referencia a la literatura porque solo soy un lector. Sin em-
bargo, quisiera referirme a uno de sus críticos quien escribió de manera muy acertada sobre
los trabajos literarios de Ramón. Se trata de Carlos Jota María, docente de literatura de la
Universidad del Atlántico, genial lector, gran conversador que opinaba abiertamente sobre
los textos que leía sin importarle lo que diría el autor. En el caso de los cuentos y novelas
de Ramón pudo ver algo que pocos hicieron. La narrativa de Ramón no sería simplemente
un conjunto de anécdotas curiosas con personajes divertidos, sino que detrás de esa fachada
“entretenida”, vio un telón de fondo que contiene importantes visiones de la sociedad de la
Colombia caribeña del siglo XX y que pueden ser consideradas como valiosas intuiciones
para entender la historia en esta parte del mundo.
Las agudas observaciones de Carlos Jota se refieren, por ejemplo, a los nombres utiliza-
dos por Ramón, los cuales llaman a la risa, pero en realidad se trata de una “tarea seductora
y placentera, precisamente ahora cuando abunda tanta trascendencia ridícula” (Feedback,
1996, p. 289). A aquellos que comiencen a leer sus cuentos y novelas les llamará la atención
la combinación de nombres tomados de los grandes hechos históricos de nuestro mundo
occidental, algo transformados y con mezclas muy ingeniosas. Según Carlos Jota, haciendo
referencia a la novela Deborah Kruel, “los elementos irónicos constituirían el meollo de la
novela, la parte seria de la misma”. Sin duda este comentario es acertado, al lector que se
tropieza con los títulos y las portadas de sus libros, estos le producen al menos una sonrisa.
Cualquier lector que tenga a mano un libro de historia universal o —en nuestros días— co-
nexión a Internet, puede darse cuenta de lo divertido de la combinación de nombres de sus
personajes, lo cual, según Carlos Jota, es la parte “seria de su obra”. Finalmente, este crítico
nos dice que se trata de una expresión de la “inautenticidad de la sociedad no solamente
samaria, sino colombiana”.
En alguna oportunidad también intenté interpretar la obra de Ramón en un seminario
sobre la ciudad realizado en el año 2000 por la Cámara de Comercio, dirigido por el arqui-
tecto Luis E. Sánchez. Para ese evento escribí este breve párrafo sobre las visiones de la gran
historia desde su obra literaria en los tiempos en que la política y la economía experimen-
taban importantes transformaciones, las cuales configuraron lo que hoy se conoce como
‘globalización’. Este es el fragmento:
En el campo literario, el escritor Ramón Illán Bacca, desde una actitud totalmen-
te desprevenida, busca en sus novelas y cuentos romper el cascarón que separaba a
Macondo del resto del mundo, imaginándose personajes y situaciones ficticias que
se movían entre diferentes sitios del planeta, anunciaba con su ficción literaria la glo-
balización de las comunicaciones y de los mercados de final de siglo. Años más tar-
de, cuando los economistas neoliberales propusieron que la economía se abriera al
HUELLAS
128
mundo exterior, hacía ya más de una década que había ocurrido en la literatura. Los
personajes de sus novelas, provenientes de las ciudades de la costa caribe, son en ge-
neral figuras frustradas o fracasadas, pero siempre con una dosis de fino humor que les
ayudaba a encontrarle un sabor a la vida, a pesar que el relato del progreso infinito que
les había ofrecido la modernidad ya no se llevaría a cabo, de pronto en otras partes del
planeta, pero no en Barranquilla o en Santa Marta.
Se puede afirmar con cierta certeza, que los artistas e intelectuales estaban ofrecién-
dole a la ciudad las actualidades del mundo y las nuevas visiones de la realidad, y al
parecer fueron ellos quienes mejor pudieron captar lo que estaba ocurriendo. (Barran-
quilla: Lecturas Urbanas, editado por Luis E. Sánchez, 2003)
HUELLAS
129
leer y escribir libros. De esta manera, por primera vez Ramón se integraba a la vida cultural
de la ciudad haciendo lo que a él le gustaba: leer libros, conversar con tertuliantes, charlar
sobre las novedades del mundo con las correspondientes reuniones en algunos bares de la
ciudad de los años setenta.
La situación de Barranquilla en el momento que Ramón tomó la decisión de radicarse
de manera definitiva no era muy buena. En la historia colombiana la ciudad aparece como
un lugar importante desde que se convierte en el paso obligado del comercio exterior de la
joven república a mediados del siglo XIX. Santa Marta y Cartagena quedaron aisladas del
río Magdalena después de la Independencia y cuando el país inició su comercio exterior
con exportaciones de tabaco, el antiguo atracadero de canoas, la Barranca de San Nicolás,
fue el paso obligatorio de todo lo que salía y entraba al país. A fines del siglo XIX esta condi-
ción portuaria ganó importancia cuando, a partir de 1870, se conectó el puerto fluvial de la
ciudad con el mar Caribe por medio de un ferrocarril, el cual se extendió hasta la bahía del
actual municipio de Puerto Colombia. Esta conexión ferroviaria con un puerto internacio-
nal atrajo a una significativa inmigración de europeos y norteamericanos que enriquecieron
la vida cultural del lugar.
Mucho antes que llegara Ramón a la ciudad en 1970, esta situación había comenzado
a cambiar radicalmente con la apertura del Canal de Panamá y del Puerto de Buenaventura
que implicó que Barranquilla perdiera su condición de Puerta de Oro de Colombia. Prime-
ro decayó el puerto, luego la pujante industria. Cuando Ramón llega a establecerse en la
ciudad, solo quedaba en la memoria lo que había sido una de las ciudades más interesantes
de Sudamérica. Además de la crisis portuaria y la pérdida del “dinamismo industrial”, se pro-
dujo una crisis urbana en los años sesenta por la llegada a la ciudad de miles de campesinos
empobrecidos, quienes conformaron barrios informales sin servicios públicos y con escasas
ofertas de trabajo. A pesar de la decadencia económica, la vida cultural tuvo sus buenos
momentos como, por ejemplo, las nuevas universidades, la apertura del Teatro Amira de la
Rosa en 1983 y el “renacimiento” de Bellas Artes a fines de los años ochenta.
El llamado “centro” de la ciudad se deterioró y las actividades culturales se trasladaron
hacia el norte. A Ramón le tocó vivir la desaparición de la Librería Nacional del llamado
centro histórico y de la tertulia en la que participaban los artistas e intelectuales de la ciudad.
Cuando esta tertulia dejó de existir, Ramón escribió lo siguiente en 1987: “Para muchos de
nosotros subsiste la nostalgia por la heladería de la vieja Librería Nacional, que era un oasis
en el centro” (“¿Qué se lee en Barranquilla? I”, Columna del Diario del Caribe).
En la década del noventa la tertulia renace nuevamente, esta vez gracias a la hospitalidad
de Eduardo Maldonado, quien abrió un espacio para los tertuliantes en la recién inaugurada
Librería Vida en la calle 84 con carrera 50. La ciudad vivía un ambiente de cierto optimis-
mo por la nueva constitución y por algunos cambios políticos locales que llevaron a la alcal-
día al sacerdote Bernardo Hoyos con una amplia coalición que aprovechó los recursos del
Banco Mundial para saneamiento básico, lo que logró proveer de agua y alcantarillado a casi
toda la ciudad. Cada sábado en la atardecida, la tertulia de la Librería Vida se convirtió en
el lugar de reunión de los lectores y Ramón se convirtió en el alma de este grupo, sobre todo
después de la sentida muerte del admirado Carlos Jota María. Los días sábado se podía ver
al “Profesor Assa”, un gran personaje que había llegado huyendo de las guerras europeas del
siglo XX, quien fundó instituciones educativas y una fundación que ofrecía una vez al mes
un concierto gratuito de música clásica. Más de alguna vez recitaba de memoria a los clá-
HUELLAS
130
A Ramón le tocó vivir la desaparición de la Librería Nacional del llamado centro histórico y de la tertulia en la que participaban los artistas e intelectuales de la ciudad.
Foto: Archivo Librería Nacional
HUELLAS
131
sicos alemanes o a los poetas de la Guerra Civil Española. Habría que mencionar otros ter-
tuliantes como el abogado y sociólogo Adolfo González, agudo crítico de la obra de Ramón
Bacca. También Antonio del Valle, docente de la Universidad del Atlántico y gran lector
quien derivó a escritor. Otro de los asiduos a esta tertulia es el ingeniero Samuel Whelpley,
gran lector de novelas y poesía. Es imposible olvidar a Walter Fernández, un gran amigo de
Ramón y también escritor de cuentos. El poeta Harold Ballesteros, también Miguel Iriarte,
quien una tarde le propuso a Ramón que su columna en la prensa local se llamara “Puntos
de Bizca”. Ramón, que sufría un tipo de dificultad en uno de sus ojos, aceptó la propuesta
y de paso agregó, con mucha razón, que a la ciudad de Barranquilla no se le podía mirar de
frente, sino de soslayo. Habría que mencionar a varios tertuliantes esporádicos, como Alfre-
do Correa de Andreis, sacrificado por las guerras colombianas en el año 2004.
El siglo XXI está marcado por el deterioro de los escenarios culturales que la ciudad
había logrado construir y la tertulia también se vio afectada por estas circunstancias. Sin casi
darnos cuenta, la Librería Vida cerró sus puertas y las reuniones desaparecieron. La llegada
de los centros comerciales con sus grandes edificios jugó en contra de la tertulia. La ciudad
no era la misma, algo se había perdido.
Como la vida social se había trasladado a los centros comerciales, la legendaria Librería
Nacional abrió una sede en Buenavista a cargo de Edgar Ramírez. A manera de ejemplo es
oportuno recordar el lanzamiento del libro de Ramón titulado La mujer barbuda, editada
por la editorial Seix Barral con la presentación del destacado académico de la literatura Ariel
Castillo. Se esperaba que solo llegaran algunas personas al evento, pero no fue así. Llegó
más gente de la que se esperaba y los asistentes tuvimos que acomodarnos para escuchar al
conferencista sin micrófono, la mayoría estábamos de pie. La reunión estuvo animada y se
repartieron algunos “piscolabis” y un vaso de vino blanco. Es oportuno nombrar a las per-
sonas que acompañaron a Ramón esa tarde: la cineasta Sara Harb, la periodista Mabel Gas-
ca, Rubén Maldonado, José Andrade, Samuel Whelpley, Harold Duffo, Walter Fernández,
Toño Nieto, la viuda de Adolfo González, Paulina Delgado y su madre; Mirtha Buelvas,
Harold Ballesteros, Arturo Sarabia y otros cuyo nombre no conocía.
En los últimos diez años la vida cultural de la ciudad ha decaído bastante por el de-
terioro de los espacios en donde habitualmente nos encontrábamos los lectores, visitantes
de exposiciones de pintura y los conciertos de música occidental. Ramón a menudo se
lamentaba de que sus mejores amigos habían fallecido y que se estaba quedando solo. Uno
de esos personajes fue Alfredo Gómez Zurek, nacido en Barranquilla, destacado ingeniero
que fue director del Teatro Amira de la Rosa desde 1982 hasta fines de los años noventa.
Destaco esta personalidad por haber sido un gran amigo de Ramón y quien, cada miércoles,
lo invitaba a almorzar a un buen restaurante de la ciudad. Cuando falleció Alfredo, después
de haber tocado una pieza a cuatro manos con la pianista Rosalba Reina en el legendario
Teatro de Bellas Artes, quedó un gran vacío en los círculos de lectores de literatura y amantes
de la música. Ramón muy afectado escribió una sentida nota en la revista Aguaita bajo el
título “Qué falta nos hace Alfredo”.
Es oportuno hacer una aclaración sobre el título de este texto, el cual se ha tomado de
un libro con columnas periodísticas de Ramón titulado Crónicas casi históricas, publicado
por la Editorial de la Universidad del Norte. Este título se lo puso Gustavo Bell Lemus para
reemplazar el que quería Ramón y el autor del prólogo Germán Vargas Cantillo que era
Entre lo barroco y lo chévere. Lo de un argentino nacido en Santa Marta debe ser una idea
HUELLAS
132
de Adolfo González, quien a menudo afirmaba que Ramón debió haber nacido en Buenos
Aires. El propio Ramón, y de manera recurrente, reconocía que él debió haber nacido y
vivido en el puerto argentino y no en Santa Marta.
En su último año de vida, Ramón estuvo confinado en el hogar de la Madre Marceli-
na en el barrio Delicias de Barranquilla, sin disfrutar de las largas caminatas que realizaba
cada día. Siempre al mediodía almorzaba comida vegetariana con recetas de la India en un
restaurante cuyo dueño lleva el mismo nombre de un Papa en Roma que fue Benedicto
XVI. A manera de broma Ramón siempre decía que él prefería la comida vegetariana en el
restaurante de un tal Benedicto XVI.
Los últimos días de Ramón pasaron en un ambiente apacible, silencioso y de una tran-
quilidad extraña para él, junto a la colección de libros que él más quería y su colección de las
más famosas óperas que siempre escuchaba. No recuerdo cuándo fue la última vez que lo vi
en persona, probablemente en mi oficina de la universidad en donde me visitaba y siempre
me traía algún texto o documento para incluirlo en su archivo personal, el cual pronto estará
disponible al público en un fondo especial en la Biblioteca de la Universidad del Norte.
HUELLAS
133
RAMÓN BACCA EN EL RECUERDO
Por Miguel Iriarte
17
L
legué a vivir a Barranquilla a finales de 1976 cuando tenía 19 años. Y fue seguramente
a mediados del año siguiente que vi por primera vez a Ramón Bacca. Por vainas de
la vida, un gran amigo suyo, el abogado y catedrático de Derecho Antonio J. Losada
Aduen, era también alguien muy cercano a mi familia, pues era el marido de mi herma-
na mayor, Rocío. Toño, como le decíamos familiarmente, había sido un combativo hombre
de izquierda, posición en la que se mantuvo con los respectivos matices de la experiencia y
la edad hasta los últimos años de su vida. Él, además de amigo, era para Ramón una especie
de consultor de asuntos funcionales del litigio de la abogacía, porque Bacca Linares era tam-
bién una especie de abogado esporádico en funciones que ejerció por poco tiempo. Ramón
solía visitar a Losada en su oficina y en algunas ocasiones en su casa. Fue entonces en casa
de mi hermana donde yo lo vi la primera vez, pero no me lo presentaron ni supe quién era
aquel hombre que hablaba hasta por los codos y que tanto hacía reír a Toño con referencias
que eran algo así como chismes pequeños de la gran Historia.
Sin embargo, yo también disfruté, sin participar, de aquella conversación que iba y
venía de un tema a otro mientras desde el rincón en el que estaba sentado jugando con mi
sobrino me llamaba la atención aquel personaje que me miró un par de veces, como que-
riendo interpelarme de algún modo con su relato, pero su estrabismo llevaba sus ojos a otro
lado en el que definitivamente yo no estaba. Recuerdo que ese día almorzamos, él se despi-
dió y se fue. Y yo por timidez no pregunté quién era el señor de la conversación humorosa.
Un año después, a mediados tal vez de 1978, siendo yo a la sazón escribiente (no escri-
tor) de un juzgado civil municipal de Barranquilla, mi primer trabajo estable en la ciudad
mientras estudiaba mi licenciatura de Filología e Idiomas en la Universidad del Atlántico,
me encontré con mi cuñado y con Bacca en los pasillos del Centro Cívico, que era mi
sitio de trabajo, y fue entonces cuando supe quién era porque en esa ocasión sí fuimos
presentados. Ese día fui testigo de excepción de algo que después se convirtió en un hecho
importante en la vida de Ramón Illán Bacca. Yo en realidad iba saliendo ese día un poco
más temprano a mis clases nocturnas de la universidad y me pidieron que los acompañara
a la librería Lallemand, propiedad de Otto Lallemand Abramuck, un librero e impresor,
amigo de ambos, que se había ofrecido para ser el editor de Marihuana para Göering, el
primer libro de cuentos de Ramón Illán. Circunstancia que fue desafortunada y que mor-
tificó mucho al autor primerizo porque no sólo la edición no resultó todo lo bien cuidada
que debía estar, sino porque, debido a algún lío ajeno a Ramón, los libros habían quedado
secuestrados en un embargo al editor. ¡Esas cosas insólitas que siempre sucedían a Ramón
en su carrera de antihéroe asumido a la que siempre se entregó con esmero! Entonces me
enteré de que la misión ese día no era otra que intentar rescatar algunos ejemplares de la
edición que Ramón necesitaba. Y yo estaba ahí.
17
Publicado originalmente en dos columnas en el portal Las2Orillas los días 30 de enero y 6 de febrero de 2021.
HUELLAS
134
Días más tarde descubrí que ese Ramón que había conocido era el mismo que aparecía
en la bandera del Suplemento Literario del Diario del Caribe, lectura que ya era para mí
de obligada devoción semanal, con el que empecé a tener contacto con la vida cultural
barranquillera.
En otra ocasión, en el ejercicio de mi oficio de escribiente en el juzgado, me encontré
por azar con un expediente que identificaba como demandante al abogado Ramón Bacca
Linares y como demandado a un estibador del viejo Terminal Marítimo de Barranquilla,
embargado por alguno de esos almacenes que vendían electrodomésticos al fiado. En dicho
expediente estaban adjuntos unos cupones de embargo que, pagada ya la deuda, pertene-
cían al abogado demandante como parte de sus honorarios. Y Ramón no tenía ni idea que
tenía allí un dinerito para él, porque cuando le envié razón con su amigo Antonio Losada
para que pasara por el juzgado él no sabía de qué le estaban hablando. Un día finalmente
apareció muerto de risa e incrédulo para ver de qué se trataba todo aquello. Y se fue feliz al
Banco Popular a hacer efectivo aquel insólito regalo sorpresa de su propio olvido.
Ya para entonces yo era asiduo lector de su “Carnet de Ribal” que publicaba en Diario
del Caribe y asistía cada sábado a la tertulia de El Gallo Capón que se reunía en la antigua
Librería Nacional del centro de Barranquilla y de la que él hacía parte con los otros miem-
bros del comité coordinador de aquel inolvidable suplemento literario que en su tiempo fue
uno de los mejores del país.
A mediados de los años ochenta mis encuentros con Ramón Illán siguieron teniendo
lugar en la Librería Nacional del centro de Barranquilla, extraordinaria librería y cafetería
de grato ambiente, sede de la tertulia que integraban fundamentalmente los miembros de
la Comisión Coordinadora del Suplemento del Diario del Caribe: Carlos J. María, Ramón
Illán Bacca, Alfredo Gómez Zurek, Margarita Abello, Mirtha Buelvas y, casi nunca, el abo-
gado e intelectual Antonio Caballero Villa. A ellos se sumaban también Guillermo Tedio,
Óscar Darío Cárdenas, Ariel Castillo, Luis Páez Barraza y, a veces, Federico Santodomingo.
Y a ellos nos agregábamos Joaquín Mattos Omar y este servidor. Algunas veces llegaba tam-
bién el profesor Alberto Assa y Meira Delmar.
La tertulia se reunía todos los sábados a las 10:00 a.m. y básicamente los titulares de la
Comisión Coordinadora, que ya habían definido la noche anterior en otro convite qué se
publicaría el domingo en el suplemento, comentaban los materiales que leeríamos al día si-
guiente. Y allí estaba Ramón que, según recuerdo, casi nunca fallaba. Cada cual se pagaba,
si podía, algo de la cafetería y dos horas después, los que quedábamos, migrábamos hacia un
bar cercano del centro de la ciudad llamado El Chicote, a tomar cerveza y a seguir tertulian-
do. En ese bar dos músicos ancianos, en un viejo piano vertical y en la flauta, tocaban viejas
melodías latinoamericanas, entre las que recurrentemente interpretaban una pieza titulada
“Conticinio”, el hermoso vals del compositor venezolano Laudelino Mejías. Cuando le
conté del tema a Ramón, que a la sazón publicaba en el Caribe su columna precisamente
titulada “Toque de conticinio”, me dijo que no conocía ese tema, o no lo recordaba, y un
día que quiso escucharlo lo acompañé y lo vi fascinarse con la belleza de aquella melodía y,
sobre todo, asombrarse de que allí, en ese bar del centro de la ciudad, dos ancianos interpre-
taran aquella hermosa música.
Por esos mismos días también nos veíamos los fines de semana en el legendario Bar-
Bar-O, el pequeño y maravilloso bar del coreógrafo magdalenense José Rafael Hernández,
a quien se le atribuye un rol importante en la creación y realización de las primeras Gua-
HUELLAS
135
chernas del Carnaval de Barranquilla, al lado de Esthercita Forero. Fue en ese bar donde
escuché a Ramón en una charla ilustrada sobre el cine mexicano de los cincuenta, tema en
el que era un verdadero experto; y en una presentación de su audiovisual Lo que pasó en el
48, una interesante investigación suya sobre el impacto de la muerte de Jorge Eliécer Gai-
tán en Barranquilla. Allí también lo encontramos un día hablando con el poeta Jorge Artel
(que regresaba a Barranquilla luego de 32 años de exilio) y con Esthercita Forero, llegamos
Álvaro Suescún, Joaquín Mattos y yo, al salir de nuestro programa de radio “Canción de la
vida profunda”, para conocer, expresamente invitados por JoseRafa, al poeta cartagenero y
a la extraordinaria cantante y compositora barranquillera.
Bar-Bar-O, que era un poco el lugar obligado de un grupo grande de intelectuales, ar-
tistas y periodistas de la ciudad18, en cierta ocasión organizó un Salón de Arte en el que sólo
podrían participar los habitué del bar. No recuerdo cuántas ediciones se realizaron, pero sé
que de la primera el ganador fue precisamente Ramón Illán con una pieza de arte concep-
tual con la que sin duda les “mamaba gallo” a los conceptualistas barranquilleros de esos
años. La obra, titulada ingeniosamente “Tambor”, consistía en tres cuchillos de cortar pan
de diferentes tamaños colgados horizontal y paralelamente uno encima del otro sostenidos
por sus extremos, y les seguían abajo, también uno encima del otro, dos panes franceses del
mismo tamaño de los cuchillos. La gracia y sentido de aquella pieza se reactualizaba cuando
se leía de arriba hacia abajo aquella serie de elementos: “para pan, para pan, para pan, pan,
pan”. Una genialidad. Un éxito rotundo al que Ramón, desde luego, no paraba bolas, pero
disfrutaba.
A partir de 1985, además de verlo en la tertulia de los sábados, solía encontrarlo también
en casa de Carlos y Miriam de Flores a donde iba a almorzar un día a la semana. Costumbre
que años más tarde disfrutaríamos de vez en cuando en mi casa por algún tiempo. Desde
esos años empecé a tener el privilegio de escucharlo leyéndome algún texto que quería
compartir para que Tallulah y yo le diéramos alguna opinión. Así me enteré temprano de
cuentos y novelas que luego se editarían o no.
Cuando me mudé a Salgar en 2008, los encuentros se hicieron menos frecuentes por la
distancia, aunque algunas veces programábamos vernos en mi casita de la playa, o yo pasaba
por su casa o él por mi oficina. Hasta cuando decidió irse a vivir a una casa de ancianos y
entonces ya no pude verlo más. Salvo un par de veces y de forma milagrosa.
18
Ramón Bacca, Álvaro Barrios, Humberto Aleán, la Mona Falquéz, Carlos de la Espriella, Balseir Guzmán, Mercy López, Margarita
Abello, Mirtha Buelvas, Alfredo Gómez Zurek, Guillermo Ardila, Pacho Covilla, Beatriz Manjarrez, Humberto Mendieta, entre otros.
HUELLAS
136
El ganador del primer Salón de Arte fue Ramón Illán con una pieza de arte conceptual con la que sin duda les “mamaba gallo” a los conceptualistas barranquilleros.
La obra se titulaba ingeniosamente “Tambor”. La gracia y sentido de aquella pieza se reactualizaba cuando se leía de arriba hacia abajo:
“para pan, para pan, para pan, pan, pan”. Una genialidad.
HUELLAS
137
DESACRALIZACIÓN DE LA HISTORIA
COLOMBIANA.
UNA INTERPRETACIÓN DE MARACAS
EN LA ÓPERA19
Por José Manuel Camacho Delgado
L
a noticia de la muerte de Ramón Illán Bacca, mi adorado Ramón, llegó hasta Sevilla
como un latigazo inesperado. Hasta ese momento no tuve conciencia clara de que Ra-
món Bacca había cruzado alegremente el umbral de los ochenta años, en parte porque
las últimas veces que estuve con él en Barranquilla, Ramón seguía moviéndose por la
ciudad con la misma ansiedad juvenil y con las mismas ganas que cuando nos conocimos a
mediados de los años noventa. Ramón Bacca, mi llorado Ramón, se murió sin saber que yo
le había propuesto a la prestigiosa editorial Cátedra una edición crítica de su novela Mara-
cas en la ópera. La pandemia retrasó el proyecto e hizo imposible que le diera esta noticia
con la que hubiera sido muy feliz. Como a tantos amigos y lectores, me quedan sus libros,
pero también la memoria de nuestros paseos por los enclaves de la Universidad del Norte,
nuestros peregrinajes alucinados por la ciudad caribe, las tertulias laberínticas llenas de risas
y sabiduría antigua, a golpe de cita literaria. Me queda el recuerdo imborrable de su mirada
irreverente e iconoclasta que abrió las puertas de mi Macondo más personal. Descansa en
paz, querido Maestro.
***
19
Este artículo fue publicado en el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República (Bogotá, 1997, vol. XXXIII, nº 43, pp. 96-
100). He decidido dejarlo en su versión original, previa revisión de algunos datos mejorables y algunas incómodas erratas, porque así fue
como Ramón Bacca le dio el visto bueno al texto.
HUELLAS
138
Si no hubiera sido por la Literatura se hubiera cumplido
la anotación de la comadrona en el Libro de Nacimien-
tos: «No apto para la supervivencia».
L
a novela Maracas en la ópera20, del escritor costeño Ramón Illán Bacca (Santa Marta,
1938-Barranquilla, 2021), constituye una interesante aportación narrativa al llamado
"Grupo de Barranquilla", tal y como fue denominado en 1955 por Germán Vargas,
término popularizado con los trabajos del hispanista francés Jacques Gilard21. Lejos
de seguir la estela inacabable de García Márquez, Illán Bacca se convierte, con su nuevo
trabajo, en una de las voces más personales e interesantes de la nueva narrativa colombiana,
cuyas obras de ficción pueden suponer en un futuro próximo una verdadera alternativa a
la estética apabullante del realismo mágico, capitaneada siempre por el Nobel cataquero.
En Maracas en la ópera, cuyo título es un ejemplo perfecto de sincretismo cultural,
se narra la historia de "Villa Bratislava", una de las mansiones de placer que se erigen en
Barranquilla a principios de siglo, y cuya construcción, engrandecimiento y declive va a ser
el punto de encuentro para retratar con grandes trazos la vida de tres generaciones de la
familia Antonelli-Colonna. La novela se extiende por un periodo que va desde 1890 hasta
los años ochenta del siglo XX, lo que ha dado pie para que su autor realice diversas calas
interpretativas en los principales acontecimientos políticos que han tenido lugar en la costa
colombiana desde finales del siglo XIX. Dentro de las numerosas secuencias históricas que
se recrean en la obra, encontramos el asalto italiano a la ciudad de Cartagena de Indias
(1898), la pérdida del Panamá colombiano (1903), la gran batalla de Ciénaga (1900), la ma-
tanza de las bananeras (1928) e, incluso, el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán
(9 de abril de 1948).
Cada uno de estos referentes de la vida colombiana es utilizado para caracterizar la psi-
cología de los personajes y trenzar una historia cuyo alambicamiento argumental pone de
relieve a un escritor hábil y virtuoso en el manejo de las diferentes técnicas narrativas.
Maracas en la ópera constituye una nueva reformulación de la novela histórica 22 . La
mirada irónica y sesgada de Ramón Illán Bacca introduce nuevos matices que alivian la
gravedad con que tradicionalmente se han tratado temas como la masacre de los trabaja-
dores del banano, los levantamientos populares originados tras el asesinato de Gaitán o las
luchas fratricidas de comienzos del siglo XX. La sonrisa sarcástica, el tratamiento oblicuo de
la realidad, el enfoque paródico del mundo serio de la política o el tono cáustico con que se
enfrenta al puritanismo enfermizo de ciertos sectores de la sociedad son ya lugares comunes
de su literatura y alcanzan su plena madurez estética en esta última entrega narrativa.
20
Novela ganadora del Tercer Concurso Literario Cámara de Comercio de Medellín, 1996. Cito por esta edición en el propio texto.
21
Ver Jacques Gilard, "El grupo de Barranquilla", Revista Iberoamericana, Pittsburgh, octubre-diciembre de 1986, nº 137, pp. 905-935.
22 Véase la obra de Seymour Menton, La nueva novela histórica de la América Latina, 1979-1992, México, F.C.E., 1993.
HUELLAS
139
LA ESTRUCTURA DE LA OBRA
Maracas en la ópera, a pesar de ser una novela breve, tiene un argumento complejo y
una estructura formal que presenta numerosos cortes y mudas en el desarrollo lineal de los
acontecimientos. La historia de "Villa Bratislava" se reconstruye desde el presente narrativo,
a partir de la calamitosa situación de Oreste Antonelli-Colonna, nieto de la gran cortesana,
Bratislava Cantillo, poco antes de perder la fabulosa mansión que culmina un proceso de
continuos y repetidos fracasos.
La novela sitúa su acción 18 en un doble plano. El primero corresponde a Oreste, y la
HUELLAS
140
Zaira, va a ser el verdadero verdugo en la vida de Oreste, su hermanastro y heredero único
de la mansión.
23
Quiero expresar mi agradecimiento al profesor Jacques Gilard por sus sabios comentarios, sus acertadas sugerencias y el material facilita-
do para explicar este aspecto de la novela. El libro de cuentos A la boca dels nùvols (En la boca de las nubes), al que pertenece el cuento
"La mulata Penélope", fue compuesto por Vinyes entre 1941-42 y 1944 y premiado en los Juegos Florales catalanes celebrados en Bogotá
en 1945. La traducción que he podido consultar pertenece a María Fornaguera y el cuento aparece incluido en la Selección de textos (Bo-
gotá, Colcultura, 1982, Tomo I, pp. 570-584) realizada y prologada por el propio Jacques Gilard. Para una documentación más detallada
sobre este aspecto puede consultarse su libro Entre los Andes y el Caribe. La obra americana de Ramón Vinyes (Medellín, Universidad
de Antioquia, 1989), especialmente su capítulo V, "Los cuentos americanos de Vinyes" (pp. 233-296).
HUELLAS
141
La referencia al cuento de Vinyes es explícita en Maracas en la ópera. Cuando el pe-
queño Oreste intenta averiguar la etimología de la expresión "casa nognata", descubre que
su verdadero significado está relacionado con el de los prostíbulos finos y caros:
24
El texto de Vinyes que recrea Ramón Illán Bacca es el siguiente: "Al empezar a fingir que me bebo la octava copa, un grito estridente,
doloroso, raro, zig-zaguea de una punta a la otra del establecimiento. Lo sigue otro. Observo, sorprendido, que las charlas no se interrum-
pen y que nombres de frailes y de frailas me siguen torturando el oído. Decido no dejar que continúe mi martirio, y a ser yo, y no Aspasia
quien imponga la conversación.
—¿Qué fue ese grito?— indago.
—Nada —me contesta y vuelve impertérrita a su alta obra de culturización. —¿Ha tomado nota —me pregunta— de la diferencia que
existe entre la mística española y las otras místicas? En Santa Clara...
—¡En Santa Clara hay baile! Interrumpo, en seco. —¿Qué fue ese grito?
—Madame Penélope tiene un hijo médico —silabea la Garcilazo con lentitud. A los tres meses de haber recibido el título y cuando se
proponía a volver a Buenos Aires, en donde había recibido el doctorado, enloqueció. Su madre no lo ha querido llevar al manicomio, y
lo tiene aquí. Cree que el ambiente sereno de la casa lo puede curar. Toda la clientela ha oído los gritos y no les hacen caso" ("La mulata
Penélope", pp. 575-576).
HUELLAS
142
decadente de una supuesta aristocracia costeña, caracterizadas por sus ropajes oscuros, sus
hábitos europeos, su exhaustivo conocimiento de todo lo referido a las élites del viejo mun-
do, y su desapego extraordinario de todo cuanto tiene que ver con el mundo americano. Las
tías de Oreste ya habían aparecido, aunque con un trazado literario diferente, en Deborah
Kruel Plaza y Janés, 1990), la primera novela de Illán Bacca; es así como el escritor samario
construye su universo literario, coherente y compacto en todas sus dimensiones, rescatando
para la memoria de sus lectores muchos de los datos sorprendentes que jalonan su biografía
más temprana. Las tías, descritas siempre como auténticas arpías, son solteronas, beatas, ad-
miradoras de la elegancia de Gabriel Turbay y seguidoras de Mariano Ospina, se enfrentan
con verdadero enconamiento hacia todo lo que tenga aliento liberal, y contra los seguidores
de Gaitán, admiran los grandes regímenes del fascismo europeo y poseen una lengua larga
y bífida capaz de emponzoñar y dar al traste con las vidas más ejemplares.
Estos antecedentes explican que Bratislava Cantillo sea un personaje satanizado y expul-
sado del mundo más conservador de la costa, ejemplificado siempre por las tías solteronas.
La gran cortesana representa la libertad llevada hasta sus últimas consecuencias, el espíritu
emprendedor, la transgresión y el aniquilamiento de las conductas puritanas. Y por paradó-
jico que resulte, es ella quien ostenta los laureles aristocráticos en su condición de condesa
viuda, después de serle entregada esta distinción por propia iniciativa del gobierno italiano.
La llegada de Oreste hasta la casa galante de la abuela constituye el gran aconteci-
miento de su infancia, a pesar de que este particular rito de iniciación tiene lugar un 9 de
abril de 1948. Las revueltas sociales por el asesinato de Gaitán son solo el telón de fondo de
su memoria, porque lo verdaderamente importante para el protagonista es el descubrimien-
to y la constatación de que existen otras formas de ser libre. Ramón Illán Bacca desacraliza
un episodio crucial de la vida política colombiana para contarnos la intrahistoria del pueblo
costeño, sus conflictos de honor, sus apasionamientos, las miserias y desavenencias de la vida
cotidiana.
La gran cortesana que descubre Oreste no es una abuela convencional, sino una mujer
curtida por la vida cuya biografía contempla momentos realmente espléndidos. Su orgullo,
el empuje y la tenacidad de su carácter rebelde le han permitido levantar una casa galante
capaz de competir con el burdel zoológico de Pilar Ternera, en una clara referencia inter-
textual hacia la obra de García Márquez. El periplo existencial de Bratislava Cantillo sirve
de hilo conductor para traer hasta la memoria del lector los principales acontecimientos
políticos ocurridos en la primera mitad del siglo XX.
Donde verdaderamente vemos su condición de mujer aguerrida y bien plantada es
en el asalto de las tropas liberales a la ciudad de Ciénaga, auspiciado por el general Rafael
Uribe Uribe. Bratislava, después de varios tropiezos con la población conservadora, decide
refugiarse en la casa-biblioteca de Ismene, personaje magníficamente caracterizado en su
papel de mujer soñadora, cuyas resonancias sofocleas dan pie para que Bratislava pueda
demostrar su extraordinario arrojo y valentía frente a las fuerzas conservadoras. El hijo de
Ismene, Nolo, cae muerto en la plaza de Ciénaga junto con otros muchos combatientes
liberales. Tras este episodio funesto:
Nunca se supo si en realidad la orden fue dada o fue sólo un rumor, pero se dijo que
el alcalde Chacón había prohibido enterrar los cadáveres de los liberales porque «ellos
no tenían derecho a tierra consagrada, sino a ser pasto de los gallinazos».
HUELLAS
143
El grito unánime de protesta no lo lograron acallar los disparos de los soldados al aire.
Fue entonces cuando, ante el asombro general, se levantó Bratislava y se encaminó,
con el cuerpo de Nolo en los brazos, hacia la alcaldía en cuyo balcón estaban el al-
calde y el párroco Pérez enfrascados en una discusión. Y allí enfrente —la memoria
colectiva se encargó de que el hecho se recordara, aunque no constara en los libros de
historia— de pie, con altivez casi hierática, con mucha claridad sobre la importancia
de sus palabras, gritó: «Alcalde vergajo, tu decreto no es superior a la ley de Dios».
HUELLAS
144
contemporáneos (W. H. Hudson, Joseph Conrad, Chesterton, Bernard Shaw, entre otros25),
que no justifica en modo alguno el olvido en el que ha caído en las últimas décadas 26.
El retrato que le dedica Illán Bacca al comienzo del capítulo XI es totalmente ajustado
a la realidad del viajero escocés, quien convivió con los gauchos en la pampa argentina, fue
miembro de la Cámara de los Comunes y gran hostigador del puritanismo inglés con sus
ideales socialistas. Considerado un orador fecundo con una gran capacidad de seducción,
poseedor de una vasta cultura histórica y de un porte atlético y señorial, fue durante toda su
vida un encarnizado defensor de los ideales democráticos y un gran admirador de la condi-
ción épica de los pueblos hispánicos. Su encuentro con Bratislava Cantillo no es por tanto
accidental, como nada de lo que ocurre en la novela. Cunninghame Graham fue un hom-
bre tocado con cierta misoginia que le llevó a admirar y a adular el mundo de las prostitutas.
Don Roberto es el encargado de convencer a Bratislava Cantillo para llevar a cabo la gran
renovación de su burdel, al modo de los salones galantes de la vieja Europa que él mismo
llegó a conocer en vida.
Frente a los remilgos de la ciudad, "Villa Bratislava" supone una válvula de escape por
donde se filtra la falsa respetabilidad de sus ciudadanos. La gran cortesana comprende la
importancia que tiene su negocio para liberar las múltiples tensiones con que amanece día
a día una ciudad pujante en su actividad económica. "Seremos putas, pero las más finas y
las más caras" (p. 143) dirá la propietaria a todo aquel que quiera oírla, fijando las bases de la
que será, en el mundo de la ficción, la casa íntima más importante de la costa colombiana.
En este período de prosperidad en el negocio galante, la casa se llena de hermosas pin-
turas, muebles solemnes y los contertulios citan con engolamiento sus lecturas más rebusca-
das, y Bratislava se enamora perdidamente de un anarquista ramplón y pendenciero llamado
Severino de la Rosa. Bratislava, que en pleno apogeo de sus cuarenta años había presumido
de atender más los asuntos del bolsillo que los pellizcos del corazón, va a sumergirse en una
dependencia viscosa e incómoda hacia aquella criatura de aspecto desconcertante lo que
resultará una de las grandes decepciones de su vida.
El escritor aprovecha la aparición intempestiva de este extraño ácrata para describir las
tensiones sociales y laborales que viven los trabajadores del banano con la Yunai (United
Fruit Company) en vísperas de la masacre de 1928. Solo después de múltiples peripecias
que el narrador va trenzando y enroscando como si fuese una serpiente de verano, el lector
descubre la falsa condición anarquista de Severino de la Rosa y su intervención en el com-
plot para asesinar a Mahecha, líder sindical implicado en las revueltas bananeras. Severino
de la Rosa traiciona por partida doble a Bratislava Cantillo: en el amor y en el activismo
político. La constatación de que Severino de la Rosa es un nuevo tropiezo en su vida, esta
vez de proporciones catastróficas, va a suponer la clausura definitiva de sus experiencias más
emotivas y sentimentales. Bratislava asume la amarga realidad de haber convivido con dos
hombres llenos de dobleces, ambigüedades y contradicciones, marcados por el sello indele-
ble de la traición. Sus deseos de amor y aventura van a estrellarse contra el muro infranquea-
ble de la más terrible de las tristezas, dejando al descubierto el sentimiento descarnado con
que una mujer puede asumir las consecuencias de su propio infortunio.
25
Véase el artículo de José Alberich, "Un hispanizante olvidado: R. B. Cunninghame Graham", en Arbor, no. 269 (mayo de 1968, pp.
47-67) y 271-272 (julio-agosto de 1968, pp. 325-343).
26 Además de su labor literaria, desperdigada en decenas de revistas de difícil acceso, Cunninghame Graham fue un consumado histo-
riador y biógrafo. Obras como Bernal Díaz del Castillo (1915), The Conquest of New Granada (1922), The Conquest of the River Plate
(1924) o Pedro de Valdivia (1926) así lo demuestran. La Universidad de Sevilla publicó en 1990 una selección de textos del viajero escocés,
prologada y preparada por José Alberich, bajo el título: De la pampa al Magreb.
HUELLAS
145
GALERÍA DE PERDEDORES
La literatura de Ramón Illán Bacca está sembrada de perdedores audaces. Son siempre
criaturas inolvidables que viven el continuo suplicio de la contrariedad como única certeza
inviolable y sostienen mediante el humor la adversidad parasitaria incrustada en sus vidas.
La insólita galería de perdedores que ha sabido crear el narrador samario cuenta con ejem-
plos más que notables en todas las profesiones y en todas las clases sociales. Sus colecciones
de cuentos: Marihuana para Göering 27(nombre homónimo de una de sus obras de teatro)
y Señora Tentación 28, son auténticos catálogos de personajes arrastrados por la violencia del
mundo que les rodea. El carácter fanfarrón, la falta de sentido del ridículo, los aspavientos
improvisados ante las calamidades ajenas o la frase veloz e ingeniosa para salir del espanto
cotidiano son notas comunes en esa espléndida galería de seres tocados por la desesperanza
y el continuo trasiego de calamidades que configuran el desparpajo de su literatura.
Maracas en la ópera es un lugar de encuentro obligatorio para quienes deseen establecer las oportunas filiaciones con la novela del banano
y las producciones literarias derivadas de la matanza de 1928. Foto cortesía de La Plena.
27
Ediciones Lallemand Abramuck, Editores Asociados Ltda, 1980.
28
Barranquilla, IM Editores, Colección Narrativa-Serie Cuento, 1994.
HUELLAS
146
En Maracas en la ópera todos los personajes parecen ser perdedores sin capacidad de
redención. Sin ir más lejos, Oreste Antonelli-Colonna es una versión desrealizada de su
ancestro mítico, Orestes, inmortalizado por Eurípides, Esquilo y Sófocles, pero a diferencia
de su antecedente clásico, el protagonista de Maracas es un pobre hombre que apenas si
sabe sortear con éxito los atropellos familiares. Agamenón Rosado, su psiquiatra, amigo y, en
cierto sentido, su padre espiritual, trae hasta la memoria del lector el recuerdo de Agame-
nón, traicionado por su mujer, Clitemnestra, y su amante, Egisto. Sin embargo, su vida poco
ejemplar y su muerte ridícula (mientras hace el amor) es una parodia envenenada que da
al traste con la dimensión trágica del héroe clásico. Uno a uno, los personajes de la novela
viven la suerte quebradiza de sus empeños, dibujando siempre una historia hermosa y triste
a la vez, que puede ser leída como el manual del perfecto perdedor. Será precisamente la
presencia siempre interesante de Bratislava Cantillo lo que permita pensar que la lucha por
la vida, cualquiera que sea su resultado último, merece siempre la pena.
En Maracas en la ópera se rinde un cálido homenaje a algunas de las figuras más re-
levantes de la literatura colombiana. Así, don Ramón Vinyes se presenta ante el lector como
el gran mentor literario de la cortesana, quien desarrolla al lado del sabio catalán sus deseos
de lectura que la han llevado a tener un bagaje cultural considerable, desde sus lecturas ini-
ciales de los cuentos de Calleja, pasando por las lecturas revolucionarias que le proporciona
Ismene, hasta alcanzar la madurez intelectual con los clásicos europeos y norteamericanos
que da a conocer Ramón Vinyes en la costa colombiana. No faltan tampoco las referencias
intertextuales a la obra de García Márquez, sin olvidar a autores como Luis Carlos López,
Jorge Isaac, Alejandro Dumas, Robert Cunnighame Graham, Jorge Luis Borges, Gómez
Carrillo o Corín Tellado. La ironía del narrador le lleva incluso a hacer referencia a su
propio cuento "Si no fuera por la zona caramba...", buscando siempre la complicidad de
un lector atento que conoce sus estrategias discursivas y cuya presencia intertextual ya había
sido anunciada en su novela Deborah Kruel (p. 14).
Destaca por su participación en la novela el colombiano José Asunción Silva a quien,
en el centenario de su muerte (1865-1896), el autor ha dedicado un capítulo espléndido.
Amadeo Antonelli-Colonna, rumbo a las costas colombianas con la misión de revisar las
fortalezas y preparar un posible asalto, coincide en el barco con los poetas Gómez Carrillo
y José Asunción Silva. El escritor samario despliega sus mejores dotes como narrador para
describirnos a un Silva introvertido y delicado en sus gestos, una criatura altiva y sublime,
de trato y modales exquisitos, absorto en su mundo interior, quien va a vivir la trágica expe-
riencia de perder casi el total de su obra literaria en el naufragio del buque francés Amerique,
en enero de 1895.
Al igual que ocurre en el asesinato de Gaitán, el hundimiento del Amerique es solo el
escenario tragicómico en el que Ramón Illán Bacca teje los enredos de su trama, sirviéndose
de un surtido más que notable de personajes arrastrados desde la novela policíaca. Amadeo
Antonelli-Colonna es víctima no solo de un naufragio importantísimo en la historia de la
literatura colombiana, sino también del espionaje de diferentes países que ponen de mani-
fiesto su carácter atolondrado.
Es este naufragio del conde italiano, en compañía de Silva, Gómez Carrillo y otros ilus-
tres pasajeros, lo que va a determinar la suerte quebradiza de su estirpe, siempre sujeta a los
caprichos del destino y tocada por el estigma del fracaso. Otros muchos datos desperdigados
a lo largo del texto anuncian la desgracia del último Antonelli-Colonna, como es el día en
HUELLAS
147
que hereda "Villa Bratislava", un 9 de abril; o la muerte absurda de su psiquiatra, Agamenón
Rosado; o las múltiples referencias cinematográficas que van señalando el discurso del fraca-
so del último vástago del conde, como son Lo que el viento se llevó, Casablanca y Cumbres
borrascosas.
La novela de Ramón Illán Bacca constituye un proyecto estético ambicioso, convir-
tiéndose en un lugar de encuentro obligatorio para quienes deseen establecer las oportunas
filiaciones con la novela del banano, las producciones literarias derivadas de la matanza de
1928, las que toman como punto de partida el asesinato de Gaitán, aquellas novelas que
recrean el asalto del M-19 al Palacio de Justicia o miran hacia las guerras civiles de finales
del siglo XIX. Los personajes de sus novelas están condenados a padecer la suerte torcida de
sus empresas, presentándose siempre como criaturas desafortunadas y caracterizadas por la
mala ventura.
Esta segunda entrega novelística, junto con las anteriores colecciones de cuentos, su-
pone la confirmación de que Ramón Illán Bacca está construyendo una galería de criaturas
delirantes, sorprendidas por el entorno, cuya capacidad para asimilar los reveses cotidianos
parece no conocer límites. A través de un humor fresco e inteligente, el escritor rescata de
las miserias de la vida cotidiana a toda una infantería de seres desgraciados que van desgra-
nando sus experiencias insólitas a una velocidad trepidante. Sus personajes son siempre
criaturas condenadas a soñar frente a espejos deformantes, en un mundo que descalabra
de forma inmisericorde las realidades más inmediatas y duraderas. La lectura de sus obras
acaba dibujando en el semblante de los lectores una sonrisa mordaz y quevedesca que re-
cuerda a la sátira barroca. Su crítica social resulta estremecedora por la certidumbre de que
el mundo de Ramón Illán Bacca se parece demasiado a nuestro mundo, y es por eso que su
literatura, dentro y fuera de Colombia, resulta el mejor antídoto contra el fracaso.
HUELLAS
148
HUELLAS
149
Capítulo IV
El conde usaba antifaz
La pareja llegó con las primeras lluvias de abril a San Juan Bautista de la Ciéna-
ga. Aunque despertaron la curiosidad habitual de los jugadores de póquer del hotel
La Musa Paradisíaca, el interés se vio rápidamente desplazado, pues la presencia de
foráneos era lo que se daba allí todos los días desde que se habían intensificado los
cultivos de banano.
Cuando la pareja decidió alojarse en la pensión de Ismene, ya se rumoraba que él
era un judío sefardita representante de los bancos de Curazao. Su reputación se con-
solidó al hacer préstamos generosos a Cicerón González, un discípulo de Charcot en
la Salpetrière, y a Ulises de Bengoechea, un terrateniente, exdandy en París, dueño
de un anecdotario riquísimo en aventuras con las más reconocidas demi-mondaines
de la Ciudad Luz.
Lo que no se pudo disipar fue la reserva con que fue recibida Bratislava, a lo que
no ayudó su rápida e íntima amistad con Ismene, y así, en algo que toda la crème del
lugar sintió como un reto, se sentaba todas las tardes en el porche de la pensión a ver
desfilar los transeúntes mientras lucía una diadema de cocuyos en la cabeza.
HUELLAS
151
—¿Quién se cree ella?, ¿Manuelita Sáenz? —preguntó la esposa del alcalde
Chacón, que decidió colocarla en la lista de sus desafectos.
Esto no le importó a la mulata, que noche tras noche oía de boca de Ismene sus
tormentosos amores con el general Gaitán Obeso, quince años atrás. La mejor forma
de matar las horas del anochecer.
—Yo estaba en el balcón de mi casa en Barranquilla cuando entró victorioso el
general; era un hombre guapísimo, y a pesar de que tan solo usaba un sombrero ne-
gro alón y una escarapela roja, irradiaba tal majestad que todo el mundo enseguida
sabía que él era el jefe. —Y continuaba una Ismene soñadora—: Él miró hacia donde
yo estaba y subió saltando de dos en dos los escalones. Mi padre, un palestino que
nunca supo hablar bien el español, le habló en términos enérgicos pidiéndole respe-
to a un hogar decente. En esa ocasión el general pidió disculpas, me besó la mano y
alabó el lapislázuli de mis ojos. Después, el cerco que le debía haber puesto a Carta-
gena me lo puso a mí, y yo le contesté lo mismo que Eugenia de Montijo a Napoleón
Tercero: «El camino a mi alcoba pasa por la iglesia», pero él no quería nada con los
curas y me propuso matrimonio civil. ¿No estaba así casado el propio Núñez? Al final
accedí, pero el nacimiento de mi hijo coincidió con su derrota definitiva.
En ese punto de la historia, repetida muchas veces con variaciones no esenciales,
Ismene estallaba en un llanto incontrolable.
—Pero no todo es tristeza —concluía esta representante de lo que se denomina-
ría «belleza otoñal», aun por aquellos que no han vivido en un país con estaciones.
Esta frase coincidía casi siempre con la presencia de Nolo, el hijo adolescente, que
de un brinco saltaba la tapia que lo separaba de la calle. Las confidencias termina-
ban con una pequeña velada en la que Amadeo, con su voz de barítono —Nolo al
piano—, cantaba el aria de Azzali adaptándola a su voz:
Las sesiones tenían un punto final cuando la vieja aya de Ismene, una libanesa,
preguntaba a los contertulios:
—¿Préférez vous du café dans le jardín près de l’eau ou dans la terrasse près des
étoiles?
HUELLAS
152
Sin sorpresa estalló nuevamente la guerra civil. Aunque los liberales triunfaron
en Peralonso, en Ciénaga la situación estaba totalmente controlada por el alcalde
Chacón, que prohibió a los liberales salir a la calle después del toque del Angelus. La
medida afectaba directamente a Ismene, quien era mirada por los gubernamentales
como un símbolo del pasado radicalismo y, a su vez, despreciada por los liberales,
que la miraban como una especie de yegua de Troya.
Todo se complicó la tarde en que la policía maltrató a Bratislava porque tenía
cara de liberal. Ella reaccionó dándole un profundo arañazo en la cara al jefe del
destacamento. Solo pudo salir de la cárcel merced a las influencias de Cicerón Gon-
zález y Ulises de Bengoechea, quienes tenían unas deudas de juego bastante altas
con Amadeo. Para evitar incidentes se resolvió que Bratislava saliera poco a la calle;
su aceptación, después de un largo refunfuño, trajo como resultado su nueva afición
por la lectura, con la cual devoró la bibliotequita de Ismene, un fuerte del Siglo de
las Luces.
En ese entonces se ampliaron las veladas musicales y se sumieron en una prisión
que no alcanzaba a ser dorada. Una noche en que cantaba Ismene con su decorosa
voz de mezzosoprano, Amadeo esperaba el final con que se remataba esa aria, me-
lodía que no podía precisar a qué obra correspondía, pero que le era familiar porque
empezó a canturrear la letra:
La coda, para su sorpresa, fue un éxito e Ismene salió airosa del intento. Mientras
aplaudía y veía al joven Nolo besar entusiasmado a su mamá, el italiano sobrepuso
a ese modesto escenario de sillas de cuero, sofá rojo de peluche deshilachado y lám-
para de quinqué esquinera otro donde él, en un palco de la Scala de Milán, junto a
otros palchettisti, silbaban furiosamente a la diva Ángela Turconi que había fracasado
en el do exigido y lo había reemplazado por un falsete disimulado. Pero las luces y el
escenario se disiparon en un poff desalentador y se encontró de nuevo en esa habita-
ción mezquina, con una mulata a quien sintió del todo distante y en medio de una
guerra que no era suya.
HUELLAS
153
La extrañeza se le acentuó con el paso de los días y la nostalgia se le desbordó
de tal forma que perdió todo cuidado por ocultar su condición de italiano, lanzando
expresiones en ese idioma y cantando las mejores arias para barítono de las óperas de
Rossini, mientras se daba su baño matinal con totuma bajo una enorme ceiba en el
patio. No pasó nada; a Ciénaga la ruptura de relaciones con Italia y la prohibición de
oír música italiana no había llegado.
Una de esas noches en que meditabundo contemplaba la vaga estrella de la Osa
Mayor y sentía que no le inspiraba ningún deseo el cuerpo de Bratislava, que dormía
a su lado, oyó el lamento que daba una Ismene llorando enloquecida en el patio. Al
fin logró entender que el joven Nolo había huido de la casa para sumarse a las fuerzas
liberales de «misiu» Corcho.
La casa se ensombreció y Amadeo se encontró rodeado de un par de mujeres
silenciosas, una rumiando su amargura y otra tratando de penetrar sus pensamientos,
mientras en las tardes alargadas por el tedio comían «plátano pícaro» en la terraza.
La rebelión seguía extendiéndose en todo el país, y aunque, según la lógica euro-
pea que aplicaba Amadeo, los liberales debían haberse rendido después de la derrota
de Palonegro, lo cierto era que regiones anteriormente controladas por el gobierno
ahora estaban en poder de la subversión. En el mentidero político de la sala del hotel
se hablaba del golpe de Estado dado por el vicepresidente Marroquín al nonagenario
presidente Sanclemente, quien había sido enjaulado y paseado por la plaza Bolívar
con el letrero de «Animal curioso. Firma decretos».
Cicerón González, que afirmaba haber conocido a uno de los hijos del golpista
en Europa, contaba una vieja historia familiar según la cual la madre de Marroquín
había desaparecido cuando este era un niño, posiblemente huyendo con algún peón
atractivo, y agregaba que según Charcot la gente a la que le pasaba este tipo de cosas
se volvía impredecible. El comentario causó mucho escozor, y alguien de la reunión
se lo contó al alcalde Chacón, que inmediatamente —y ante el pasmo de la ciudad—
arrestó por una semana a don Cicerón, un intocable.
Una noche en que Amadeo y Bratislava hacían ardorosamente el amor tratando
de demorar algo que era inevitable, los liberales de “misiu” Corcho atacaron a Cié-
naga. La táctica era suicida, pues se pretendía ganar la batalla arrebatando las armas
al enemigo. En un comienzo lograron controlar el sector más rojo de la ciudad, pero
HUELLAS
154
los conservadores estaban bien atrincherados en la plaza y en los sectores aledaños
al cuartel.
Bratislava, al salir al patio para calmar el desasosiego que la devoraba, vio a “mi-
siu” Corcho, con una espada al cinto, exagerada para su pequeña estatura, conver-
sando con Ismene. A su lado, como un gato con botas, estaba Nolo con macanas en
el pecho y un fusil desproporcionado.
Ya de vuelta a su pieza oyó el zafarrancho de combate de las tropas de Corcho y el
comienzo del tiroteo. Era fácil distinguir los débiles disparos liberales de las escope-
tas de fisto de los secos y precisos de los Winchester conservadores. Hubo una pausa
ominosa y después el solitario disparo de un fusil máuser, que coincidió con el grito
simultáneo de Ismene: «¡Han matado a mi hijo!». Amadeo tuvo que emplear toda su
fuerza para evitar que se lanzara a la calle.
El tiroteo cesó al mediodía; los liberales habían sido derrotados de nuevo. Al prin-
cipio unos pocos y valientes curiosos, pero después toda la población se volcó sobre
la plaza para ver las docenas de cadáveres dispersos allí y en las calles vecinas. El de
“misiu” Corcho estaba deformado por los bayonetazos y solo fue reconocible por la
escarapela. El cuerpo de Nolo desmadejado y con una expresión de incredulidad en
el rostro había quedado al pie del templete de columnas corintias que se alzaba en el
centro de la plaza. Ismene después del primer grito quedó muda de dolor.
El sitio, lleno de gritos y ayes, de repente fue turbado por una voz que cantata un
aire triste y desconocido: era Ismene interpretando el aria de Azzali mientras cargaba
a su hijo en una versión caribe de La Pietà. Todos enmudecieron, incluso los solda-
dos, que habían venido con orden de disparar a la multitud.
Nunca se supo si en realidad la orden fue dada o fue solo un rumor, pero se dijo
que el alcalde Chacón había prohibido enterrar los cadáveres de los liberales porque
«ellos no tenían derecho a tierra consagrada, sino a ser pasto de los gallinazos».
El grito unánime de protesta no lo lograron acallar los disparos de los soldados
al aire. Fue entonces cuando, ante el asombro general, se levantó Bratislava y se
encaminó, con el cuerpo de Nolo en los brazos, hacia la alcaldía, en cuyo balcón es-
taban el alcalde y el párroco Pérez enfrascados en una discusión. Y allí enfrente —la
memoria colectiva se encargó de que el hecho se recordara, aunque no constara en
los libros de historia— de pie, con altivez casi hierática, con mucha claridad sobre la
importancia de sus palabras, gritó:
—Alcalde vergajo, tu decreto no es superior a la ley de Dios.
HUELLAS
155
Y después, en lo mejor y más colorido de su vocabulario, le recordó varias veces a
su progenitora. Inmediatamente, y sin ser perturbada, se fue con el cuerpo de Nolo.
Todas las demás personas recogieron los cadáveres de sus deudos. La guardia perma-
neció sin moverse.
Al cerrar la puerta de la pensión detrás de ellos y con el cuerpo de Nolo colocado
en una mesa para la velación, y ya de nuevo en la alcoba, Amadeo no pudo refrenarse
y soltó un irónico
—¡Ahora sucede que te volviste Antígona!
—No sé de quién carajo me hablas —le respondió Bratislava—, pero te molesta
todo lo que yo hago. Ya no me amas.
No se cruzaron más palabras. Al alba, ella sintió cuando él ensillaba el caballo y
se alejaba. No había tenido ocasión de decirle que estaba embarazada.
Amadeo lo supo dieciocho meses más tarde, cuando después de pasar por la terra-
za en la que Ismene, inmóvil en su mecedora vienesa, lo miró sin reconocerlo, entró
a la cocina y halló a Bratislava trasegando mientras los pequeños Oreste Domingo y
Guido Protacio iban detrás de ella agarrados a su falda.
El saludo frío y convencional no correspondía a las internas preguntas que se for-
mulaban: «¿Qué te trajo?, ¿me amará aún?», sino que se dijeron un hostil «¿cuánto
tiempo te quedarás?» y un resistente «depende de lo que ocurra».
Amadeo volvió a la rutina de los juegos de póquer con unos notables cada vez
más empobrecidos. Ahora, no obstante, se hablaba de negocios porque estaba claro
que la guerra se estaba terminando. No importaba que Uribe Uribe desde Riofrío es-
tuviera amenazando la ciudad y que el general Florentino Manjarrés hubiera dejado
su puesto en la hidalga y somnolienta Santamaría para hacerle frente. Los liberales
ya estaban derrotados.
Otra clase de asedio, no obstante, era el que había puesto Amadeo a Bratislava.
En las noches rasgueaba y cantaba canciones de amor en italiano y francés, que ella
sentía sin entender la letra:
Ella seguía irreductible. Una tarde en que él recitaba en voz alta unos versos:
HUELLAS
156
Una notte
una notte piena di mormorii, di profumi
e música d’ali
Ella no se pudo contener y cambió su rostro impenetrable por uno curioso que
indagaba de quién era el poema.
—De mi amigo, el señor Silva. Esta traducción al italiano es mía.
Bratislava decidió no alentar su vanidad ni la conversación y continuó tomándose
la sopa en silencio. Fue en ese preciso momento cuando se escucharon los primeros
disparos de las tropas de Uribe Uribe, y al asomarse a la ventana se dieron cuenta de
que esa parte de la ciudad estaba tomada por los insurrectos.
Esta vez no hubo peros cuando Bratislava se colocó su largo vestido color rojo
bermellón y se sumó a conciencia al partido de los perdedores, con gritos de
—¡Viva Uribe Uribe y el partido Liberal!
Amadeo no solo la acompañó, sino que coreó sus gritos.
Los liberales estaban en el llano, de espaldas al mar; los conservadores, bien atrin-
cherados y mejor armados, en la plaza. Los intentos de los liberales por desalojarlos
les hicieron perder la mitad de sus hombres.
Después de siete horas de combate se presentó el barco artillado «Nelly Gazan»,
que empezó a bombardear por la espalda a los liberales. Así quedaron atrapados entre
dos fuegos. Aunque tenían un cañón Maxim de tiro rápido, los artilleros a su cuidado
murieron. Fue entonces cuando, ante la desesperación del jefe liberal por el cañón
inútil, se le presentó e increpó a Amadeo.
—¿Sabe manejar el cañón? —preguntó Uribe Uribe.
—Soy oficial de artillería italiano. Mi padre luchó al lado de Garibaldi.
El general dio órdenes para que obedecieran sus instrucciones. Se disparó el
único cañonazo, que hizo saltar la torre de la iglesia junto a una ametralladora y los
hombres que le servían. Casi simultáneamente el italiano sintió un agudísimo dolor
en el ojo izquierdo que lo privó del conocimiento. Al recobrarlo se encontró en bra-
zos de una Bratislava que lo miraba amorosamente.
—¿Por qué has hecho esto? Esta guerra no era tuya —le recriminó con cariño.
—Porque quería recuperar tu amor, tú solo amas a los valientes —le respondió
Amadeo antes de desmayarse de nuevo.
HUELLAS
157
Examinado por Cicerón González, este encontró que había una herida interna y
dudaba si era en el cerebro o en los ojos, no alcanzaba a precisarlo sin instrumentos,
pero sí sabía que era necesaria una intervención rápida. ¿Adónde ir? A Bratislava no
se le ocultaba la gravedad de la situación. Amadeo era extranjero, peor aún, italiano,
y para rematar, oficial de uno de los barcos que habían amenazado a Cartagena. Si
caía en manos de los conservadores, estos lo fusilarían sin miramientos. El único
destino posible era la Venezuela de Cipriano Castro.
A la mañana siguiente partió en cuatro cabalgaduras con sus haberes. Atrás que-
daba Ciénaga y una Ismene sin poder valerse que tan solo le dirigió una mirada de
incomprensión cuando ella, abrazándola, le dijo adiós. Dos indios chimilas les ser-
vían de guías y cargaban a los gemelos. Amadeo iba en una parihuela, inconsciente.
Cuando gracias a la carta de presentación otorgada por Ulises de Bengoechea
fueron recibidos en Riohacha en la casa de Calleja Grande (la mayor concesionaria
de la explotación de perlas de la región y con hermanos generales en ambos bandos),
esta no podía creerles que tan solo habían empleado tres días en hacer el recorrido.
Ni la misma Bratislava entendía cómo en los territorios cerca de Valledupar, do-
minados aún por los liberales, era conocida su actitud frente a Chacón y convertido
en una figura legendaria y cómo en los territorios conservadores la carta de Bengoe-
chea era un «ábrete sésamo».
El médico que examinó a Amadeo, moviendo la cabeza dubitativamente, se sor-
prendía de que aún viviera. Riohacha, no obstante en manos de los gubernamentales,
era peligrosa. Había que seguir. Calleja Grande les advirtió que dado el control en el
mar, solo les quedaba el desierto. Allí estaba el peligro de José Dolores, un cacique
wayúu que después de pelear por los liberales había cambiado de bando y perseguía
ferozmente, con la tenacidad del converso, a sus antiguos aliados.
No había opción. Al amanecer y acompañados por las bendiciones y malos pre-
sentimientos de Calleja Grande partió la pareja con cuatro caballos. Amadeo, aton-
tado y atado a la silla de montar, era sostenido a un lado por el guía mestizo y por
el otro por su mujer mulata. Los gemelos, inconsolables, se quedaron en Riohacha.
Hacia el mediodía pasaron cerca a unas ruinas que a Bratislava le recordaron
algunos de los templos egipcios que había visto en la colección de la Revue des Deux
Mondes que tenía Ismene.
—Eso fue la ópera de Manaure —le comentó la mulata.
HUELLAS
158
Antes de que pudiera pedir explicaciones ya le estaba contando la historia de
Jorge Álvarez-Correa, un judío curazaleño que se había enriquecido con el trueque
de perlas por ron adulterado. Impuso por un tiempo su ley en todo el litoral con un
ejército privado. Su muerte violenta, inevitable, fue hecha con sevicia a garrote lim-
pio por sus mismos subordinados, capitaneados por José Dolores, que para la época
trabajaba para él.
Y hubiera sido un nombre más de los tantos que habían querido conquistar el
desierto si no hubiera consagrado ese esperpento arquitectónico a la única pasión
que se le conoció: la ópera. Se decía que tenía cientos de rollos de pianola con temas
de Verdi y Rossini, que en el Metropolitan Opera House había llevado flores a una
cantante de quien se decía que había ganado más dinero que la Singer de las máqui-
nas de coser.
Alguna vez había traído de Aruba un conjunto de cámara para que le tocara solo
a él los cuartetos de Brahms. Y cuando convenció a la Montalcino —que estaba en
gira por Barranquilla— de que viniera a su Ópera de Manaure, esta, que desconocía
la geografía, al llegar a Riohacha por barco, totalmente mareada, se negó a seguir.
Más aun, muerta de la furia no salió de su camarote sino hasta llegar a La Habana.
Pero todas estas historias que Bratislava escuchaba asombrada, sentada al pie de
un riachuelo nacido en la serranía de la Macuira y bajo un higuerón, fueron inte-
rrumpidas por unos indígenas que los rodearon con rifles.
Un hombre, al parecer el jefe, después de hacer una señal a los guardas para que
permanecieran quietos se desmontó y acercándose a Amadeo, presa del delirio, le
dijo:
—López Penha, ¿qué haces aquí?
Bratislava no sabía si era ese saludo o el hecho de que el hombre fuera José Dolo-
res —a quien reconoció por tener todo el cuerpo lleno de escamas por la ictiosis— lo
que la tenía tan trastornada. Fueron llevados a una ranchería donde estaba el piache
Matajalinche, que según José Dolores era milagroso. Bratislava, llena de confusio-
nes, se dejaba llevar dispuesta a no hacer más retos al destino.
Mientras el piache en su cabaña llena de sahumerios y plantas medicinales ini-
ciaba una danza ritual, ella, fatigada y con una sensación creciente de que la muerte
de Amadeo era inevitable, se refugió en la cabaña de las mujeres, no sin antes aban-
donar sus vestidos y remplazarlos por la manta guajira, los collares y los brazaletes que
le ofrecieron. También se colocó la jutepa, pintura negra, en la cara para refrescarse.
HUELLAS
159
En el centro de la ranchería los hombres tocaban el tambor y tomaban chirrin-
che. El piache seguía con su monótono canto. De repente se oyó un grito desgarra-
dor en la noche. Bratislava corrió hacia la cabaña del piache, pero este ya venía a su
encuentro trayendo en la mano un plato de barro con una cosa viscosa que solo al
tenerla enfrente reconoció como uno de los ojos de Amadeo.
Se desmayó… Al recobrarse todavía el piache estaba delante con el plato. Le hizo
señas de que se callara y, ante su asombro, partió el ojo en dos con un cuchillo y con
sus largas uñas excavó hasta un punto preciso, de donde extrajo una pequeña astilla
de acero que sobre la palma de la mano mostró a todos los asistentes. Amadeo, con
un emplasto sobre la cuenca vacía, seguía inconsciente pero respirando acompasa-
damente.
En las dos semanas que duró la convalecencia Bratislava, alojada en una de las
cabañas de las majujuras, mujeres jóvenes, tejía chinchorros, mientras los hombres
salían a descargar las cajas de contrabando que traían las goletas, para después trans-
portarlas a Riohacha.
Un cuerpo selecto de guerreros al mando de José Dolores salía a ajustar cuentas
sangrientas. Con frecuencia, como le contó Mécoro, la más linda de las majujuras,
iban a cazar liberales fugitivos que buscaban la frontera venezolana. Fue en ese ins-
tante cuando el indicio dio paso a la certeza, porque al preguntarle si había visto an-
tes a Amadeo, la joven india le contestó que «muchas veces, pues él es quien provee
de armas a José Dolores».
Fue como un rayo. Por eso, después de pasar la línea fronteriza en Carraipía y
cuando todavía José Dolores y sus acompañantes les daban un cordial adiós, Bratis-
lava no se contuvo más y le preguntó a un Amadeo a quien el parche negro en el ojo
vacío le daba una expresión distinta:
—¿Así que tú eres un traficante de armas?
HUELLAS
160
HUELLAS
161
Narrativa
Por R. B. Cunninghame Graham
ANIMULA VAGULA 29
E
l cazador de orquídeas dijo:
«He aquí como ocurrió esta muerte, de las cuales tantas he visto aquí, en medio
de la selva».
Sobre la cubierta del buque, erguíase su figura desgarbada, seria; sus cabellos,
manchados ya de gris; su chaqueta de franela de Norfolk, que alguna vez fue blanca, armo-
nizaba con el color de su sombrero y de sus ojos grises.
A la simple vista se comprendía que era un hombre culto, y en cuanto hablaba, echába-
se de ver que había recibido su educación en una escuela pública importante. No obstante
esto, algo en él hablaba veladamente del fracaso. No posee el inglés un vocablo para expre-
sar de manera compasiva las cualidades morales de un hombre semejante. En español, un
carácter así se describe denominando «un infeliz» a quien lo posee; falto acaso de estrella
o de éxito en el mundo, pero tal vez feliz en aquel mundo interno, a la contemplación del
cual pocas miradas penetran.
Liando un cigarrillo entre los dedos, morenos, escuálidos y febriles, continuaba con su
narración:
«Ayer. Serían las dos. Bajo un calor que derretía los sesos, una canoa remontó peno-
samente la corriente del río hasta el amarradero. Los remeros indios treparon a la orilla,
conduciendo el cuerpo de un hombre envuelto en una estera. Cuando llegaron a la choza
de palma sobre la cual flotaba la bandera colombiana, en indicación de que era aquella la
residencia del capitán del puerto, pusieron su carga en tierra con aquella actitud de ángeles
desamparados que caracteriza a los indios.
«A este MISTER lo topamos en la playa —dijeron— en el último grado de la fiebre;
poco hablaba el cristiano y decía apenas «Doctor, americano doctor. Llevarme Tocotalai-
ma». Aquí está. Y ahora ¿a nosotros quién nos paga? Estuvimos remando la noche ínte-
gra. Alquilamos la canoa. El dueño dijo que ganaba veinte pesos diarios. Nosotros pedimos
cuarenta cada uno, pues es mucho lo que hemos remado para salvar al mister». Después
permanecieron silenciosos, rascándose, pie con pie, acurrucados, las picaduras de los mos-
quitos. Eslabones entre el homo sapiens y alguna otra especie intermedia, ha mucho tiempo
desaparecida. Les pagué, dándoles algo más de lo que pedían; mostraron aquella expresión
29
En diferentes textos Ramón Illán Bacca dejó testimonio de lo importante que fue para su vida literaria este cuento que nos animamos
a publicar para los lectores de Huellas gracias a la recomendación de Julio Olaciregui. RIB afirmó que “Animula Vagula” lo influyó
decisivamente (Los espejos del espía inglés), lo consideraba un cuento magistral y embrión de la cuentística hispanoamericana de su
generación (Cien años de Voces); la traducción al español se la atribuía a Enrique Restrepo (Crónicas casi históricas) y fue de los pocos
cuentos publicados en la revista Voces, rescatada en edición íntegra por RIB. [Nota de la Ed.]
HUELLAS
162
de indolencia que acostumbra a asumir el indio en tales ocasiones, sea porque las gracias se
le atragantan, o porque creen que no hay lugar a gracias después de hacer su servicio.
Antes de regresar a su casa fueron a libar uno o dos tragos de ron. Acerquéme a exami-
nar el cuerpo que yacía tendido, cubierto por un costal, sobre una barbacoa. Zumbaban
alrededor las moscas y un ligero olor de putrefacción recordaba que el hombre es como
los otros animales, y que el cúmulo de conocimientos que durante su vida amontona, no es
suficiente para detener el curso de la naturaleza; ni más ni menos ocurriera si se tratase de
un orangután».
El narrador hizo una pausa. Después de haber encendido un cigarrillo, se apoyó contra
la baranda del buque, que ahora navegaba en medio de la corriente, y resumiendo dijo:
«Viviendo, como vivo yo, en los bosques, recogiendo orquídeas, el hábito moralizador
se acentúa en uno. Es, como si dijéramos, la sola respuesta que el hombre tiene para la agre-
sividad de la naturaleza. Me detuve a mirar el cadáver. Su delgado traje de lino, pendía de
todos sus ángulos, a su lado había un casco blanco, y un par de espejuelos amarillos, de aros
de celuloide, que presumían ser de carey, manufactura americana. Nunca yo uso semejante
prenda, pues encuentro que cualquier cosa que de menos se use, es algo de más que se gana
en la vida. Los pies, forrados con zapatos de lona blanca y manchados de barro, las puntas
rígidamente vueltas hacia arriba, las manos flacas, pálidas, que los indios piadosamente le
habían cruzado sobre el pecho, le daban ese aspecto de desamparo que hace que un hombre
muerto exija de uno, como si dijéramos, simpatía y protección contra el terror, que acaso
para él no sea terror, sino un prolongado reposo.
Nadie se había preocupado por cerrarle los ojos azules, y como, después de todo, no
somos sino animales de costumbre, metí la mano al bolsillo, saqué dos monedas de a medio
dólar, y estaba ya para colocárselas entre los párpados. Recordé entonces que una de ellas
era falsa, y ¡no me creerá Ud.! ¡Consideré que no podía yo ponerle una moneda falsa en
los ojos! Me parecía como si lo defraudara. Fui, pues, y conseguí dos pedrezuelas, y luego
de haberlas lavado, se las coloqué sobre las pupilas, lo que al menos alejó de ellas las mos-
cas. No sé cómo ocurrió, pues creo no ser supersticioso, pero parecíame que aquellos ojos
azules, hundidos en un rostro lívido, al que una barba rubia y suave, descuidada de tres o
cuatro días por la navaja, daba un aspecto de adolescencia, parecía que me miraban como
si solicitaran todavía al doctor americano, que sin duda ninguna debió constituir su último
pensamiento mientras yacía tendido en la canoa. Cuando lo contemplaba enjugándome el
rostro y matando de vez en cuando un mosquito —llega uno a hacerlo mecánicamente—
aunque, en mi caso, ni los mosquitos ni género ninguno de bichos me molestan gran cosa,
se abrió la puerta, y entraron las autoridades.
Después de los saludos acostumbrados, que son largos y ceremoniosos en Colombia,
con muchos innecesarios ofrecimientos de servicios que de parte y parte se sabe que no se
han de aprovechar —manifestaron que venían a inspeccionar el cadáver, y a dar los pasos
necesarios— esto es, ¿sabe usted?, a tratar de averiguar quién era, y a ver de enterrarle, pues
con aquel calor de 40°, no había tiempo que perder.
Un robusto ciudadano, vestido de ropas blancas cuya altura hacía resaltar aún más el
color oscuro de su piel y le daba, como si dijéramos, el aspecto de un abejorro caído en
leche, fue el primero en llegar. Quitándose la aplastada cachucha y los espejuelos de aros
dorados, adminículos que en Colombia son inequívocas insignias de autoridad, miró por un
momento al cadáver y luego dijo:
HUELLAS
163
—«¿Era un inglés o un americano?»
Después volviéndose a un soldado que apareció en escena, preguntóle dónde estaban
los indios remeros que lo habían traído en la canoa.
Salió el hombre a buscarlos, y pronto la cabaña se llenó de una multitud de indios.
Todos, con el sombrero de jipa delante de la boca, contemplaban el cadáver, sin antipatía
ni compasión, sino con aquel aire inexpresivo que los indios debieron mostrar cuando por
primera vez aparecieron entre ellos los conquistadores, y pudieron comprobar que sus armas
eran inútiles para defenderse. A favor de ese aspecto pasan los indios a través de la vida tan
inalterables como le es posible a los hombres hacerlo y gracias a él parecen conquistar a la
muerte, desviando su aguijón con sistemática indiferencia.
«Ninguno de ellos dijo una palabra, simplemente contemplaron al muerto como hubie-
ran contemplado a cualquier extranjero vivo. Hasta sentí que los muertos ojos se volverían
iracundos hacia ellos y sacudirían las piedras que los cubrían.
Regresó el hombre que vestía de autoridad, el del traje blanco empolvado. Le acompa-
ñaba uno de esos personajes indescriptibles, desenfadados que en todas las poblaciones de
América se encuentran, que pudieran denominarse «escribientes», es decir personas que
saben leer y escribir y tienen siempre nexos remotos con la ley. Después de cambiar algunas
palabras en voz baja, el comisario, volviéndose a los indios allí congregados, preguntóles si
habían hallado a los remeros de la canoa. Ninguno respondió, pues una multitud de indios
no halla jamás su orador porque todos temen incurrir en la responsabilidad de lo que se
diga. Un soldado mugroso, vestido de sucísimo kaki, descalzo, y de cuya cintura pendía
una bayoneta mohosa y sin hoja, abrió la puerta para anunciar que conocía el paradero de
los bogas indios, pero que ambos se encontraban borrachos. Después de una larga mirada,
intentó retirarse, pero el comisario, volviéndose a él bruscamente, le dijo: «José, vaya usted
a ordenar que se cave inmediatamente una fosa; hace varias horas que murió este mister»; y
después, dirigiéndose al escribiente; «Pérez —dijo— procedamos al examen de los papeles
del muerto, en obediencia a lo que ordena la ley».
Pérez, que en común con la mayoría de las gentes incultas de su raza experimentaba un
gran terror a los muertos, principió a examinar los bolsillos del cadáver que yacía inmóvil y
rígido en su blanco atavío... Para ahorrarse el más temible momento, tomó el fuerte casco y,
volviendo al derecho y al revés sus forros, examinólo cuidadosamente. En vista de que nada
encontraba, y presa de extraña agitación, dejólo caer sobre el pecho del difunto. De buenas
ganas lo hubiera yo matado, pero no dije nada, y todos continuamos sudando, con la tem-
peratura a un grado indecible, bajo la choza mísera, mientras Pérez esculcaba los bolsillos
del muerto.
Parecíame como si, de cierto modo, aquel cadáver se profanáse, y como si los brazos
rígidos quisiésen moverse para aporrear al miserable Pérez durante su macabra labor. De
tal manera estaba éste amedrentado y era tal su torpeza que transcurrió una eternidad hasta
que pudo extraer una cigarrera muy usada, de cuero verde, engastada en plata, que contenía
algunos cigarrillos habanos.
El comisario, gravemente observó: «Todos tenemos vicios, grandes o pequeños, y fumar
es una leve frivolidad». Después, volviéndose a Pérez: «Apunte usted, le dijo, cigarreras, 1;
cigarrillos, 3, y prosigamos la investigación. La ley requiere la identificación de los cadáveres
tan minuciosamente como sea posible, primero para satisfacción propia y para que se cum-
pla con el código de la República, y segundo, para consuelo de los parientes, si los hay, y si
no, de los amigos del difunto».
HUELLAS
164
Mientras duraba la requisa, los indios permanecieron en un grupo, a la manera del
ganado que se recoge bajo un árbol para ampararse en la sombra. Amontonados, como
para mutua protección, sin balbucir una palabra. El soldado mugroso miraba atentamente
la operación. De cuando en cuando el comisario tomaba sus anteojos para limpiarlos. El
sudoroso Pérez extrajo una navaja, una caja de fósforos y un frasquito de quinina. Cuida-
dosamente se inventariaron estos objetos. Pero no se hallaba ni una tarjeta ni una carta, ni
un simple papel que contuviese el nombre del difunto, para justificar la requisa. De buenas
gana hubiese Pérez abandonado la tarea, mas, urgido por su jefe, extrajo al fin una cartera
de cuero de caimán de uno de los bolsillos interiores. Aunque muy ajada y manchada por el
sudor, sus engastes de plata demostraban procedencia importante.
«Ábrala usted, Pérez, pues la ley en casos como este permite dar pasos en el sentido de
esclarecer hechos que, de otro modo, serían ilegales y muy contrarios a aquel espíritu de
equidad que tan famosa ha hecho nuestra República en todas las Américas. Páseme usted
cualquier carta o tarjeta que contenga la cartera».
Pérez, asumiendo el aire de quien ejecuta un grave deber, abrió la cartera después de
soltar dos fajas elásticas que la liaban. De ella extrajo un paquete de billetes americanos
envueltos en papel seda, que entregó a su jefe. Tomólo el comisario, y desenvolviéndolo
solemnemente, contó la cantidad.
«La suma es de dos mil pesos completos, reparó, y todos en billetes de a veinte. Tome us-
ted nota, Pérez, y alcánceme los otros papeles que encuentre». Una severa requisa en todos
los bolsillos indicó que no había ya en ellos nada, y respiré entonces con más libertad, pues
cada vez que las manos sucias de Pérez esculcaban las ropas del difunto, sentía un calofrío
en mis espaldas.
HUELLAS
165
Todos permanecimos desconcertados. Los indios desfilaron lentamente, uno a uno, sin
balbucear una palabra, dejándonos al comisario, a Pérez y a mí, turbados delante del lecho.
«Míster» —me dijo el comisario— «Extraño caso. Dos mil dólares que irán a manos de al-
gún pariente de este desgraciado joven». Los contó de nuevo y, entregándolos a su satélite,
le ordenó que los pusiése en su caja de hierro.
«Y ahora, Míster, lo dejo a usted custodiando a su compatriota, mientras voy a ver si
cavaron la fosa». No hay sacerdote aquí. Tenemos solamente uno que viene cada mes. Y
aunque lo hubiera, el difunto parece haber sido protestante».
Volvióse a mí y, tomando su sombrero, abandonó la choza. A solas con mi compatriota
muerto —si efectivamente lo era— lo miré con detenimiento para que sus rasgos se me
grabasen bien.
No tenía cámara fotográfica conmigo. Nunca la llevo, y en verdad que me hace falta en
ocasiones para la descripción de los raros especímenes de mis plantas.
«Tan atentamente lo miré, que si el hombre que vi yaciente sobre el catre de lona re-
sucitáse un día con el mismo cuerpo, podría reconocerle entre millones. Sus manos eran
finas y largas, pero tostadas por el sol. Sus pies bien formados. Noté una mancha morena
en mejilla —lo que en español llaman lunar— que en su cara delicada y joven ponía algo
de femenil, a pesar del bigote. Sus cejas —cosa extraña— eran oscuras, y la barba, que em-
pezaba a crecerle, era de color más subido que el cabello. Tenía las orejas pequeñas y muy
adheridas a la cabeza —notorio signo de noble descendencia— y los ojos —que no le veía
ahora, pues yo mismo se los había cerrado— eran azules, y bajo los guijarros que los ocul-
taban debieran mirarme fijamente... Vivo debió pesar no más de algunas ciento cuarenta
libras, supongo. Debió ser bien configurado y activo, aunque en ningún caso un atleta, a
juzgar por sus manos.
«Y es bien extraño que su aspecto no pareciese singularmente triste. Descansaba tras la
lucha de su vida, que en ningún caso habría durado más de unos treinta años, y ahora su
aspecto no daba trazas de grandes padecimientos cuando viviente.
«Retiré de sobre sus ojos las piedras, y me consoló pensar que ya no se abrían. Y después
de arreglar un poco sus cabellos rubios, y de mirarlo una vez más, me retiré a fumar.
«Del tiempo que esperara no recuerdo; pero todos los detalles de la choza, el catre en
que yacía el cuerpo, los ganchos para la hamaca, clavados en el tabique de bambú, la ti-
naja de arcilla roja, como aquellas vistas en mi niñez en las ilustraciones de las «Mil y una
noches», el calabazo de beber que estaba a su lado, los dos sillones de estilo cordobés, con
espaldares y asientos de cuero crudo; la mesa de madera, cuyas tablas enseñaban aún las
huellas de la azuela que la labró, todo esto, no podré olvidarlo ya nunca…
«A la puerta había una canoa, labrada en el tronco seco de un árbol, rota la proa y re-
llena casi de barro. Pollos de aquella raza indígena peculiar a todos trópicos, de aspecto sar-
noso, se alimentaban escarbando en un extremo de ella. Y bajo un apachurrado cobertizo,
empajado con hojas de palma, demoraba un caballo misérrimo, con las piernas ulceradas
por las miríadas de moscas que nadie se había cuidado de espantarle. Tres o cuatro gallina-
zos se asentaban en la rama de un árbol seco. Sus ojos lánguidos parecían taladrar el techo
cuando en él se posaban, tal como los tiburones que, pacientemente, siguen un buque en
el cual hay un hombre muerto.
«Entre la selva, en la que el miserable rancherío se extraviaba hasta absorberse en los
bosques primitivos, flotaba el río inmenso, majestuoso; turbio poblado de caimanes arras-
HUELLAS
166
trando a su seno inmenso masas flotantes de vegetación que se habían derrumbado de las
orillas.
No sé cuánto rato permanecí sentado, ni lo sabré nunca. Acaso no sería más de media
hora, pero en ella vi toda la vida del joven que yacía cerca de mí. Su viaje, su primera vista
de los trópicos, su desembarco en aquel mundo extraño, de hombres morenos, vegetación
húmeda, atmósfera gruesa, pastosa, zumbar metálico de insectos, y aquel olor peculiarísimo
de los países cálidos —cosas todas que vemos y oímos una vez en la vida, y solo una vez,
porque después la costumbre embota nuestros sentidos y ya nada percibimos de ellas.—
Después, las cartas al hogar, simples e infantiles con respecto a la vida, pero agudas y pe-
netrantes con respecto a los negocios, como suelen serlo entre los europeos del norte y sus
descendientes de los Estados Unidos.
«Lo vi pasar su noche primera en el desmantelado hotel de los trópicos, bajo un mos-
quitero, y después de adelantarse hacia la gloria de aquel nuevo mundo descubierto para sí,
de manera evidente como Colón lo hiciera cuando desembarcó en Guananí, en la mañana
del domingo memorable, al desplegar el pabellón de Castilla. Lo vi balbucear sus primeras
palabras en entrecortado español, y lo vi dar su primer paseo por la bahía amontonada de
extrañas embarcaciones, atestadas de peces y de frutas desconocidas en Europa, o a través
de las calles mal olientes y mal pavimentadas de la ciudad.
«Y el viaje, remontando el río con su primera inspiración del aire cálido y asfixiante;
las bandadas de pericos; los caimanes, como troncos secos, tendidos a calentarse al sol; las
paradas en plena noche para coger la leña en algún amarradero, abierto en la espesura del
bosque, en donde hombres desnudos, con solo un trapo atado en las caderas, cruzaban un
tablón y aflojaban su carga con algo que era mitad suspiro, mitad aullido. Lo vi y oí todo...
Después, la llegada a la mina o a la estación cauchera, los largos y somnolientos días; las
cartas —muy de tarde en tarde recibidas— y los ansiados periódicos de su patria... De eso
también yo sé, porque en mi juventud los esperaba…
«Sobre todo, a medida que lo miraba y veía sus facciones alteradas, pensaba en su abri-
gada casita de Massachusetts o de Northumberland, donde sus parientes solicitaban cartas
escritas en papel delgado, con los extraños sellos de correo, que ya nunca recibirían más.
¡Cuánto se sorprenderían los suyos de aquel silencio! Y ahí estaba yo contemplando el rostro
que ellos hubiesen dado un mundo por volver a ver, pero impotente para remediar nada».
El narrador se detuvo un momento, y caminando hacia la baranda dijo: «Dentro de
media hora llegaremos a San Fulgencio… «Vinieron y sacaron el cadáver y envolviéndolo
en una sábana blanca de algodón —que yo pagué— salimos, seguidos por unos pocos guar-
da-almacenes, dos sirios, un portugués y un pequeño séquito de indios.
«No había cementerio —es decir, cementerio de aquellos que en Colombia se cercan
con alambre de púas, donde la portada enyesada semeja una tardía reflexión, y donde las
cruces de hierro corroyéndose al sol parecen más lúgubres que todas las cruces del mundo.
«Bajo un matorral de guaduas —tal es el nombre que aquí se da al bambú— había un
rincón de tierra cercada de cañas. En él, la tumba se había cavado entre algunas otras, sobre
las cuales la maleza crecía abundante, cual si quisiese borrarlas de toda memoria lo más
pronto posible.
«Una que otra cruz de madera, con pedazos de papel blanco periódicamente renovados,
aseguraba que Resurrección Venegas o Exaltación Machuca descansaban bajo la yerba.
HUELLAS
167
«La sepultura parecía inhospitalaria e incómoda. Cuando, ayudado por un lazo hecho
de lianas, hicimos descender el cadáver, dos o tres guacamayas que pasaron volando, ulula-
ban un graznido salvaje.
El comisario se había emperifollado de luto, y Pérez se puso una faja negra alrededor
del brazo. Descubriéronse los sirios y el portugués. Como no había sacerdote, el comisario
balbució alguna plegaria, y yo, adelantándome a la tumba, por vez última miré el sudario
blanco, bajo el cual se adivinaban los ángulos salientes del frágil cuerpo que envolvía. ¡Por
mi alma que solo pude murmurar una palabra: «Adiós»!
«Cuando hubieron los indios cubierto la sepultura, regresamos hacia el poblado, su-
dando. Por cortesía acepté un trago de ron que los compañeros me ofrecieron... Creo que
tuve yo que pagarlo. Después, recogiendo mis líos, me senté a esperar el paso del buque, a
la sombra de un coposo bongo.
……………………………………………………………………………………………
A aquella narración siguió un silencio prolongado de todos los que la escuchamos, sen-
tados en las sillas mecedoras, sobre la cubierta de aquel vapor de ruedas posteriores en que
navegábamos. Sentidamente reflexionábamos sobre la suerte del joven desconocido, inglés
o americano. El ingeniero de Oregón, el mercader de ganado de Texas, que solicitaba reses
en los Llanos de Bolívar, y todos los diversos buscalavida y descarriados que congregan du-
rante un viaje en el Magdalena, pensaron acaso que bien pudieran haber sido ellos los muer-
tos, tal como el pobre desconocido que expiró solitario, en medio de una naturaleza salvaje.
Todos permanecieron en silencio, hasta que el cazador de orquídeas dijo, cuando el va-
por abordó en la playa: «Estamos en San Fulgencio. Aquí me bajo yo. Si alguno de ustedes
averigua un día quién era el joven, escríbame cuatro renglones a Barranquilla. Mi esposa
reside allá».
«Ahora, yo sigo al Chocó. Un viaje de tres a cuatro meses…
«¿Fiebres? Sí, algunas veces, naturalmente, pero no me preocupan... ¿Quinina? Gra-
cias, tengo ya, aunque no creo mucho en sus efectos... ¿Mosquitos?... no, no me molestan…
¿Una escopeta?... Nunca acostumbro armas... gracias, gracias a todos. Mucho me consternó
la muerte de aquel pobre, pero, después de todo, así quisiera yo morir… ¿...? ... No, gracias,
nunca bebo... Adiós todos; ¡adiós»!
Agitamos nuestras manos en despedida, aglomerados sobre la borda, y le vimos marchar-
se por la orilla, donde un grupo de indios permanecía, con un buey de carga de cabestro.
Tomaron el mezquino equipaje, y terciándolo sobre el buey, alejarónse lentamente por
una trocha abierta en la espesura, seguidos por la silueta gris de nuestro antiguo compañero,
que caminaba despaciosamente, unos pasos atrás.
HUELLAS
168
LAS IGUANAS COMEN FLORES
Por Josef Amón Mitrani
E
ste es el cuento de un señor llamado Mateo. El señor Mateo. Yo lo conocí bien, pero
siempre me dio vergüenza preguntarle si había sido verdad ese mito de que un día se
pegó un tiro en la cabeza y sobrevivió para contarle a sus familiares la extrema sensa-
ción familiar que causa todo suicidio. “No me mato por mi familia”, dice casi todo el
mundo. “El suicidio es un acto de egoísmo”, dice casi todo el mundo. Pues bueno, el mito
dice que el señor Mateo se había pegado un tiro en la cabeza para sentir los segundos antes,
aquel sentimiento de pensar tanto y tanto en la familia. Dice el mito que sobrevivió para
contarle a su familia lo que es, realmente, ese sentimiento de no matarse por la familia.
Un cuento raro, por supuesto.
Pero bueno, el cuento que yo vengo a contar del señor Mateo es la pura verdad. Es
la pura verdad porque yo lo vi con mis propios ojos.
El señor Mateo tenía setenta y cuatro años cuando yo lo conocí. Era profesor de urba-
nismo en la facultad de arquitectura de la Pontificia Universidad de Nefelibatta. Lo conocí
porque por esas épocas yo me la pasaba tirado en el pasto de la Universidad, embobado con
las iguanas. “Les gusta mucho comer flores colorinches, entre más feo y más rimbombante
el color, más les gusta”, me dijo el señor Mateo, un viejo muy blanco que yo nunca había
visto. Estaba quieto, con unas fotocopias en la mano, tirado en el pasto, sin zapatos, con un
gorrito de explorador que nunca se quitó. La gente decía que no se quitaba el gorrito para
esconder el hueco que le hizo la bala.
De la gastronomía de las iguanas pasamos a hablar de las lavanderías del tercer mundo y
de las medias blancas en los hombres de edad, después me contó sobre el tipo de armas que
se puede comprar por menos de un millón de pesos en la calle décima con carrera décima.
Y así. Nos encontrábamos casi todos los miércoles, antes de la hora del almuerzo, sin cita
previa, en el pastico de la Universidad. Un miércoles me dijo que uno a su edad, “setenta
pasaditos”, tenía que hacerse amigo, exclusivamente, de las señoras de bien, “porque las
señoras de bien lo invitan a uno a almorzar y uno sólo tiene que quedarse ahí, con cara de
ponqué, escuchando la chismorrería. Y sólo hay una cosa mejor en esta vida que almorzar
gratis: el chisme. El buen chisme”.
Yo sólo escuchaba al señor Mateo. Le escuchaba historias de todo tipo mientras mis
ojos se embobaban sistemáticamente con las iguanas que iban comiendo, tranquilitas, flores
moradas, rosadas, aguamarinas, anaranjadas tigre.
HUELLAS
169
Llegué un poco tarde un miércoles y el señor Mateo ya estaba ahí. Estaba ahí, pero con
los zapatos puestos. Estaba parado en la sombrita de un árbol de flores vacías. “Mijo, vamos
a almorzar con unas señoras de bien que me invitaron. Les dije que iba con un alumno muy
importante”. (El señor Mateo me había dicho que un día me iba a iniciar en su ritual de
almorzar gratis y escuchar chismes). “Oquei −le dije−, por qué no”.
Eran tres señoras entaconadas. Pelos cortos pero altos, algo anaranjados. Alguna de
ellas olía al maquillaje de mi abuela. Nos sentamos en una mesa negra rodeada por una pe-
cera gigante repleta de langostas que se rascaban las antenas contra el vidrio. “¿Cuántas?”,
preguntó la más animada de las señoras. “Yo me mando una entera, creo”, dije yo. “Yo tam-
bién”, dijo el señor Mateo. Pedimos cuatro langostas: dos para ellas tres y dos para el señor
Mateo y para mí.
Las señoras, por fin, arrancaron con su repertorio de chismes. El señor Mateo intere-
sadísimo, con cara de ponqué, y yo más bien embobado con esa anatomía toda alienígena
de las langostas. Extrañadísimo de ver la naturalidad con la que los meseros sacaban las lan-
gostas de la pecera y se las llevaban a la cocina. “Ya están en preparación”, dijo un mesero
muy guapo que conocía muy bien a las señoras. Las llamaba por sus apodos: señora Chichí,
señora Mimi y señorita Tuti.
HUELLAS
170
Pasaron un par de minutos largos y fui sa-
liendo de mi hipnosis. Empecé a sentir un sonido
insoportable que no me dejaba concentrar en la
anatomía alienígena de las langostas. Un chillido
agudísimo, como el de un bebé recién nacido llo-
rando, que tapaba el rock de los ochenta que estaba
sonando en el restaurante…
…“¿Qué es ese ruidito tan desesperante, señor
Mateo?".
“Ese es el lamento de las langostas, mijo. Las
meten vivas en una olla de agua salada hirviendo. Y
así se cocinan mejor”.
“Pero no entiendo, señor Mateo, cómo es po-
sible que puedan llorar, ¿tienen cuerdas vocales?,
¿lloran de sufrimiento?, ¿tienen sistema nervioso
complejo?".
“Hay muchas teorías al respecto, mijo. Algunos
científicos dicen que no sienten dolor, pero hay nue-
vos estudios que dicen que sí. Yo la verdad no sé. Yo
lo que sé es que a mí me gustaría ser una langosta de
restaurante; sentir cómo mi cuerpo se va convirtien-
do en ese color tan lindo que tienen los crustáceos
cocinados. Nadar por algunos minutos en un mar
hirviendo. Sentir las burbujitas del agua. Y después
contar a los clientes el verdadero misterio del siste-
ma nervioso complejo. Me gustaría ser un ciclista
que termina el Tour de Francia, y bañarme y verme
las piernas llenas de moretones en el espejo. Y des-
pués decirle a la gente: ‘Acabar el Tour de Francia
se siente como tomarse un Bloody Mary después de
un tsunami en Bolivia’. Me gustaría que me ente-
rraran vivo para sentir la lluvia de tierra cayendo en
la madera del ataúd. O que me enterraran vivo sin
ataúd para sentir la lluvia de tierra cayéndome en
los párpados, en los labios, en los dedos de los pies.
Y después decir a mis alumnos que tienen un 0.3
en la nota final del semestre por no llorar en mi en-
tierro. Me gustaría parir un hijo en un hospital pú-
blico, y después, ahí en la sala de partos, fumarme
un paquete de Marlboro después de nueve meses
de abstinencia. Y decirle al doctor: ‘Señor doctor, el
tabaco procesado es la más grande de las creaciones
de Dios’. Me gustaría ser un caracol y dar la vuelta a
la ciudad en una bolsa de supermercado colgada de
la bicicleta de una niña experta en saltar el lazo…”.
HUELLAS
171
Yo, la verdad, no pude comer langosta. Le di dos mordiscos que me supieron a bebé que-
mándose en las hogueras de la Santa Inquisición. El señor Mateo se terminó la mía, pidió
un café americano y me dijo que lo acompañara donde el chef.
Vimos cómo cogían a las langostas vivas (de un color muy diferente a “ese color tan
lindo que tienen los crustáceos cocinados”) y las iban metiendo de cabeza al hervidero.
Después los chillidos. El señor Mateo me agarró fuertísimo con una mano y metió la otra en
una de las ollas hirviendo. Gritó de una manera muy tranquila y, entre el escándalo de los
cocineros, salimos caminando de la cocina. “Yo creería que los gritos sí son de dolor”, dijo
el señor Mateo a las tres señoras.
Cogí un bus a la casa y me pasé todo el recorrido dándole vueltas a un pensamiento
infantil: “Creo que el señor Mateo es mi mejor amigo, o algo así”. Creo que de verdad lo
sentía. Pero bueno, la verdad es que es bastante fácil ser mi mejor amigo. Basta, nomás, con
ser mi amigo. La verdad es que nunca he tenido amigos (ni antes ni después del señor Ma-
teo) porque no logro entender bien qué es lo que me están diciendo los otros. O, más bien,
para decirlo mejor, no logro concentrarme cuando alguien me está hablando de las cosas
que hablan los amigos.
Todos los miércoles, durante dos años y cuatro meses casi exactos, me veía con el
señor Mateo en el lugar de las iguanas que comen flores. Después del día del almuerzo, el
señor Mateo andaba con un guante vinotinto que le pegaba muy bien con su ropa elegan-
tísima y su sombrerito de explorador. Siempre se quitaba los zapatos y se ponía a calificar
exámenes o a leer fotocopias de los libros de Emil Cioran. Y después de un tiempo se ponía
a hablar. A contar, sobre todo, los chismes de los chismes que le habían contado las señoras
de bien. “Ya todos los amigos se están muriendo, mijo. Este lunes se murió Chichí. Creo
que tú la conociste. ¿Ella estaba ahí el día de las langostas?”.
El señor Mateo murió un viernes en la madrugada. Casi un jueves. La noticia me
la contó el decano de la facultad, que sabía que el viejo profesor era mi amigo. El decano
me dijo que por favor avisara a todos los alumnos. Y bueno, la verdad es que yo no conocía a
nadie, y mucho menos a la gente de arquitectura. Decidí escribir la noticia en una cartelera,
poner la hora y el lugar del entierro y coger un bus hacia el norte. Supongo que en el reco-
rrido iba pensando en caracoles, en iguanas comiendo flores, en el anaranjado de los tigres.
Cuando cayó la primera palada de tierra sobre el ataúd, me tiré al hueco y me
acosté bocarriba. Alcancé a sentir la segunda lluvia de tierra en mis párpados y en mis labios.
La tierra sabía a tierra. Los encargados del cementerio me sacaron del hueco y me pidieron,
muy amablemente, que me retirara del lugar. Que un cementerio no es ningún lugar para
chistes.
Me sacudí la tierra de la ropa y decidí irme caminando para la casa.
HUELLAS
172
Cine, teatro y televisión
CUÉNTANOS, RAMÓN…
Por Patricia Iriarte
T
oda ciudad tiene su escritor, y desde los tiempos de Álvaro Cepeda Samudio y sus
contertulios de La Cueva, Barranquilla no tenía uno que recreara, con su talento li-
terario, la historia de esta región y de una sociedad que parece habitada por hechos y
personajes de ficción.
Amigos, compañeros, discípulos y personas cercanas a Ramón Bacca son testigos de la
singular personalidad de este escritor cuyo mundo literario se ha construido a partir de un
lenguaje, un tiempo y un espacio incuestionablemente Caribe; un Caribe inusitado en el
que se entremezclan de manera cercana, cotidiana, pero a la vez original, la historia, el cine,
la cultura popular y las tradiciones literarias. Ariel Castillo, Consuelo Posada, Miguel Iriarte
y John Better son algunos de los testigos que entrevistamos y que, junto a ciertos lugares
memorables de Barranquilla y Santa Marta, nos ayudan a construir este retrato del singular
“escritor barranquillero nacido en la capital del Magdalena”, como él mismo se define.
Cuéntanos, Ramón… aspira a presentar este autor a los televidentes de cualquier lugar
del país, en sus dimensiones humana y literaria, es decir, al escritor, al lector incansable,
al profesor universitario, al historiador empírico, al humorista y al hombre Caribe con sus
sueños, gozos, frustraciones y preocupaciones vitales. Aquí vemos a Ramón Bacca Linares
como un personaje en sí mismo, pero también como el hacedor de historias, personajes y
situaciones que continúan la tradición innovadora de los escritores costeños en la literatura
nacional.
HUELLAS
173
HUELLAS
174
Ficha técnica
GUION Y DIRECCIÓN:
Patricia Iriarte
FOTOGRAFÍA:
Alex Rendón
CÁMARA 2:
Giselle Massard
EDICIÓN:
Patricia Iriarte
POSTPRODUCCIÓN:
Alexandro
SONIDO DIRECTO:
Rodrigo Ponce
MUSICALIZACIÓN:
Patricia Iriarte y Alex Rendón
POSTPRODUCCIÓN DE SONIDO
Y DISEÑO DE CARÁTULA:
Colectivo Audiovisual Pimentón Rojo
PRODUCCIÓN DE CAMPO:
Patricia Iriarte y Kell Pozo
SCRIPT:
Mary Nieto, Kell Pozo
PRODUCCIÓN EJECUTIVA:
Secretaría de Patrimonio, Cultura y Turismo de Barranquilla
DURACIÓN:
49 minutos
HUELLAS
175
¿VIVIÓ SIN ÉPICA RAMÓN?
Por Edgar López
N
uestro primer encuentro se dio en su oficina del Departamento de Humanidades y
Filosofía de la Universidad del Norte de Barranquilla. Tras presentarnos, Ramón Illán
Bacca nos atendió con amabilidad, y entre sorpresa y alegría nos dio el sí. Junto con
Viviana Echávez realizaríamos un documental sobre su obra literaria. O eso suponía-
mos. Si bien habíamos leído todo lo que encontramos de y sobre él, no teníamos idea de
cuán ameno, diverso, humano y sabio era el universo que lo rodeaba.
A los pocos días, Ramón asistió como invitado al primer Hay Festival y volvimos a cru-
zarnos en una calle cartagenera. En ese momento Deborah Kruel, su novela fundacional,
solo tenía una de las tres ediciones actuales, y el ejemplar que llevaba iba dirigido a un es-
critor español. Se acercó a nosotros, sacó un bolígrafo y nos re-dedicó el libro. “Ustedes le
darán mejor uso”.
Meses después regresamos a su amada y fatal Barranquilla, ciudad que le acogió y sentía
tan suya, por ello su destino literario quedó supeditado a esta. Ciudad de escasas librerías,
lectores aislados y desinterés generalizado. Iniciamos grabaciones y ese mismo día se vieron
alteradas por una invitación de Ramón a un evento cultural. Al entrar, nuestro personaje
cobró vida, pero nos abandonó; quedamos con la cámara encendida y nos encontramos con
algo que en toda la investigación no había aparecido, algo que modificó el documental y fue
un gran componente de la vida de Bacca: la amistad.
Uno de sus cómplices nos advierte ante la cámara: “Ramón te invita a un matrimonio
y puedes terminar en un funeral. O viceversa, nunca sabes qué va a pasar si lo sigues”. Lo
comenzamos a experimentar. Las entrevistas con Ramón se tornaron inconclusas, casi siem-
pre pasaban amigos a su casa para saludarlo y terminábamos en tertulia. Si íbamos a algún
HUELLAS
176
lugar, algo similar sucedía. Gente se le acercaba a departir, algo que para el resto del país es
difícil de entender, pero estando inmerso en el Caribe lo comprendes. Aquí lo único que se
toma en serio es pasarla a gusto con gente amada.
Así fuimos conociendo distintas voces de la cultura Caribe. Historiadores, cineastas,
pintores, dramaturgos, periodistas, quienes ampliaron nuestro conocimiento sobre lo que
significa ser un intelectual en la costa atlántica colombiana. Estos amigos, aliados y lectores
de Ramón, le dieron voz y presencia no solo a su obra, sino que a través de sus testimonios
nos brindaron una versión de ciudad que es más que una máscara y un carnaval; una versión
compleja y completa, allende de lo que cree de sí misma.
Eso mismo sucedía con Ramón Illán. Él sabía que su literatura tenía un mayor grosor
que el admitido por algunas voces oficiales locales. Si bien su relación con el periodismo le
daba vitalidad y brillo ante la gente que leía sus columnas, su espina dorsal era la ficción.
Pero, si bien es reconocido a nivel nacional en algunos guetos académicos y en un grupo
de lectores más amplio en Bogotá, Medellín, Manizales, Pereira, Bucaramanga, Neiva y
Cali, donde hallamos constancia de que era leído y estudiado, la sorpresa que nos llevamos
con sus lectores en el Caribe es que aparte de ser amigos, eran escasos. En varias librerías
y bibliotecas nos anunciaban que estaba preparando una segunda novela, Maracas en la
ópera, que ya tenía varios años de ser premiada por la Cámara de Comercio de Medellín y
reeditada por Planeta.
Así que abordar un documental sobre un escritor que casi nadie lee y hablar de sus libros
y de su importancia en las letras fue la parte más compleja. En una sola secuencia hablamos
de sus cuentos, sus novelas, sus crónicas, sus ensayos, y permitimos que los expertos dejasen
claro que, aparte de ser el gran amigo, era un autor cuyo peso tenía un carácter auténtico. Si
bien detractores y aliados reconocen en él su humor, su peso narrativo va más allá. Su uni-
verso era propio, aunque se situaba en momentos sosegados de la historia, sus relatos tenían
de todo menos calma. Enriquecido por una niñez algo insólita, y tantas pero tantas lecturas
disímiles y devotas, esto nutrió su prosa que resulta tan ligera y a la vez reflexiva. De ahí que
a Bacca lo minimizan algunos llamándolo “autor de cotilleo”, pero su real motivación era
desenmascarar con fina sátira los embelecos y falsedades de su sociedad. Su objetivo nunca
fue hacer reír, aunque lo hacía y con qué clase; su prosa desnuda maneras viciosas y corrup-
tas de los entornos y comportamientos que le rodeaban, pero con los que no transaba, amén
de ello nunca se vendió, aunque él advertía: “Fue porque nunca nadie quiso comprarme”.
Sus cuentos no son tan conocidos y hay piezas sólidas y bellas dentro de ellos, todo El
espía inglés está compuesto por relatos que estarían bien en cualquier antología. Fueron sus
primeras novelas las que lo dejaron instalado, aún no para los lectores generales, pero sí para
la crítica especializada, como uno de los autores más originales del país. A su mítica Debo-
rah Kruel le siguieron Maracas en la ópera y Disfrázate como quieras. Novelas que parecen
solicitar lectores exigentes, al tiempo que son un claro reflejo de la sociedad del Caribe
colombiano del siglo XX y contando. En ellas se disuelven las fronteras físicas y temporales
del Caribe y se plasma con sabiduría, elocuencia y sarcasmo, la lucha de individuos como:
Benjamín, Bruno, Göering, Gunter Epiayú, Oreste, contra una sociedad pacata, meliflua
y recalcitrante, en términos baccianos. Sí, a Ramón le señalaban por usar palabras, datos y
retóricas algo complejas para el lector promedio, pero es que su mirada no era común. Apar-
te de bizca, era profunda, de un conocedor de lo humano, y sus diversos saberes filosóficos,
históricos, religiosos, combinados con temas en apariencia banales como las revistas de
HUELLAS
177
farándula y el cine de Rumberas y de Exóticas, del cuarenta y cincuenta; a su vez disfrutaba
de la ópera y de todo suplemento literario de cualquier país que cayera en sus manos.
HUELLAS
178
El documental no iba solo de eso. Ramón era una encarnación de la literatura por la
literatura, pero también era mucho más. Como todo gran autor, Ramón Illán supo hacer
de sí mismo un personaje, y ese es bastante conocido para muchos, más que el propio es-
critor. Eso sí, su círculo cercano conoce variopintas anécdotas sobre su vida. Son tantas
y tan suyas que uno las cuenta o las vuelve a escuchar como si fueran grandes tragedias o
una desopilante comedia. Son suyas y son de todos a la vez. Las narramos con orgullo y las
entendemos como un irremediable camino hacia el parco, pero sólido, estoicismo con que
Ramón Illán asumió sus numerosas derrotas y sus abúlicos triunfos. Nacer nonato y que su
nombre quedara definido por un santo. Sus tías definiendo su destino, y él rebelándose por-
que las letras eran más fuertes. Sus escapadas por el tejado para ver cine en su natal Santa
Marta. Sus recorridos con los nadaístas, leyendo todo lo que se le cruzara. Sus etapas en
una Bogotá donde no se adaptó, pero se graduó de abogado, lo que aumentó sus dilemas
en los trabajos que desempeñó deslucidamente hasta que abandonó el derecho y se fue a
pasar hambre para no morir de frustración. A ritmo lento, a 50 por ciento, ideológicamente
le acusaron de manera necia algunos, se hizo profesor, animado y empujado por amigos en
las tertulias, dejó la improbabilidad de sus miedos y se hizo por fin escritor. Ese escritor que,
con las aún inéditas Notas para una improbable autobiografía, nos brindará varias sorpresas
y más de un gusto.
Al final del documental, este escritor está presentando en una Feria del Libro de Bogotá
la que sería su cuarta novela: La mujer del defenestrado. Nouvelle corta que extrajo de un
proyecto de novela amputada y mutilada que se llamaría El hundimiento del circo. Libro que
estaba redactando cuando le conocimos y cuyo proceso acompañamos con cámara y micró-
fono. Libro que fue descapitulando ante los rechazos de editores que se quejaban de que su
prosa contara varias historias al tiempo, y que al lector contemporáneo le costaría entender.
Algo que sus lectores no comprendemos, ya que las novelas de Bacca suelen tener tramas
paralelas que transcurren en distintas épocas y lugares, pero todas están aunadas y compar-
ten una unidad narrativa. Sin embargo, el temor de Ramón a morir sin dejarla publicada lo
llevó a fraccionarla. Cuando estrenamos el documental en Bogotá, firmó el contrato para
publicar La mujer barbuda. Novela que sería su quinta y que contenía lo que sobrevivió de
la rechazada. Como su lector quisiera ver editada la novela original que planeó Ramón Illán
y delirar con las fabulaciones del mítico sello postal hechas en homenaje al circo Razzore,
que se hundió navegando de Mariel (Cuba) hacia Cartagena. Ramón tenía tatuado en su
memoria el sonido de los distintos animales en sus jaulas, aterrados mientras se hundían en
el fondo del mar Caribe.
Por mi parte, tengo tatuado ver a Ramón consentir a uno de sus gatos: Fellini IV, que
durante el transcurso de las entrevistas se dejó mimar; se fue a vagar y nunca regresó para
el estreno. El lanzamiento se nos dificultaba, ya que Ramón fue uno de los peores entre-
vistados posibles. Primero, el lío que se nos genera cuando estamos ante una grabación, la
timidez. El hombre con la anécdota lista, que todos conocíamos, se convertía en un ser que
se incomodaba y se sentía poco natural. El trabajo de recuperar esa confianza duró un buen
tiempo, pero cuando lo ayudamos a olvidarse de la cámara, apareció el problema de la es-
pontaneidad. Ramón nos decía lo que creía que debía decir. Un escritor ya tiene redactado
su discurso. A él le costó despegarse y a nosotros desacomodarlo. El arte consistiría en sacar
de él algo que fuera un fuego interno y no lo que uno reproduce sobre sí mismo. Ya eran
HUELLAS
179
varias las visitas y la relación había cambiado entre nosotros: nos reconocíamos. Cuando nos
narraba sus anécdotas, se frenaba aclarándose que nos había contado eso antes.
Así que sus amigos fueron un apoyo para la estructura de la película y para que los es-
pectadores pudieran acceder mejor a él. Lo introdujeron con afecto, lealtad y sencillez. Al-
gunos fueron irrespetuosos y burlones en el sentido que el primero en burlarse de sí mismo
era Ramón, pero tras cada comentario solo se podía encontrar respeto, admiración y cariño.
Tras conocerlo no pude tratarlo de otra manera.
En alguna ocasión viajamos a su casa natal y caminando por la calle se sintió atribulado.
Me confesó que no fueron tantas las veces que se escapó por el tejado al cine que quedaba
al final de la cuadra, uno de sus gratos recuerdos; no se sentía a gusto regresando a ese lugar.
Volviendo a Barranquilla me dijo que lo mejor que tenía la ciudad era que lo había acogido
como suyo. Sus dolorosas memorias de cuando fue expatriado por una parte de su familia
se hicieron menos tristes cuando empezó a tener amistades que ayudaron a que encontrara
su lugar en el mundo.
Un día en la sede de la Cinemateca en el barrio Boston, íbamos a estrenar el documen-
tal en Barranquilla. Llegamos al evento sabiendo que la película anterior era más larga de
lo previsto, encima hubo un problema con la máquina y había una hora de retraso para
la proyección. Nos conformamos sabiendo que a los eventos culturales los barranquilleros
llegan retrasados. Precisamente ese día les dio por llevarnos la contraria, y había tanta gente
que con conteo manual las sillas no alcanzarían. Optamos por hacer el cóctel antes del es-
treno, para distraer al público y evitar que se fuera. Sentados en una mesa entrevistamos a la
estrella de la noche, pero Ramón solo contestó con monosílabos. Tuve que improvisar y ha-
blar ante cientos de personas, mi timidez se quedó sin excusas. Luego pregunté a Ramón el
motivo de su mutismo: “Niño, ni a los lanzamientos de mis libros acude tanta gente. Nunca
había visto a tantos amigos reunidos”.
El nerviosismo de Bacca era similar al de nosotros. No sabíamos qué acogida tendría el
documental y esperábamos que comprendieran el respeto con que le retratamos. Esa noche
nadie se salió, al menos, diríamos jocosamente como balance. Los días siguientes hicimos
otras presentaciones, ante público que no le conocía o al menos no era cercano a él, y la
respuesta fue positiva. Incidentalmente escuché comentarios con afecto hacia la peli y la
ciudad. El premio fue el sábado cuando fui invitado a la tertulia que se reunía en ese mo-
mento en un restaurante vegetariano. Casi no llego. Del hotel al lugar fui abordado en la
calle, invitado a comer, a beber, por personas que habían visto la película u oído hablar de
ella. Llegué retrasado al lugar de encuentro, pero el agradecimiento con que me trataron
disipó las dudas. Se sintieron representados con Una vida sin épica.
Meses después la presentamos en Bogotá. Solo dos amigos de Bacca en la proyección.
Al terminarla, tras risas y lamentos, muchos aplausos. Cuando me paré enfrente del públi-
co me miraban entusiastas. Antes de responder preguntas, les quise presentar a un amigo.
Mientras Ramón Illán se puso de pie y se acercó a mi lado, la emoción de la gente fue tal
que me ignoraron y la noche fue toda de quien debía serlo. Al final los vigilantes nos tuvie-
ron que sacar porque la gente no paraba de preguntar y acercarse, y él, lejos de su entorno,
despertó la bestia salvaje y se comportó como la figura que era, la figura que el país debió
reconocer más, pero que no descubrió a tiempo.
HUELLAS
180
Después comenzamos a vernos en eventos literarios. Cada año que venía a la FILBo,
está cobraba un sentido especial para mí. Ramón entre libros era otra cosa. Cobraba peso
y altura, se movía con gracilidad. Enseñaba mucho sobre sus lecturas, pero lo que más me
sorprendía era que estaba dispuesto a aprender. A todo joven le interrogaba sobre las noveda-
des que andaba leyendo. A sus amigos los apoyaba en todo lanzamiento. Tenía tiempo para
todos y era gentil, aunque esquivamos a más de uno, aquellos que han pasado por encima
de otros sin medir daños; Bacca Linares era el líder del bando de los desheredados y lo re-
presentaba con humor y honor.
Fotograma del documental Una vida sin épica, cortesía de Edgar López
HUELLAS
181
Cada año nuestra amistad se fortaleció. Me sentía más como un padre, consintiendo
sus fragilidades, con la dieta, el clima, sus inseguridades. Él me llamaba en navidades y po-
nía las cosas en su lugar. Me daba consejos y me motivaba a tener cada vez un mejor año.
Me insistía paternalmente: “Viaja y obtén un segundo idioma. No importa la edad. Hazme
caso”.
Nos extrañábamos de quienes lo califican como autor policiaco. Conocíamos a autores
célebres y a autores noveles y con todos era por igual de atento y curioso. Nos recomendá-
bamos libros y nos lastimábamos la espalda cargando las compras. Veíamos sus reediciones,
la mayoría académicas: unos editores desaparecían sin darle un saludo; otros, leales hasta
el final. De vez en cuando, se acercaba alguien que lo había leído y lo llenaba de alegría.
En una ocasión los médicos le prohibieron viajar a Bogotá por la altura. Ese año la feria
fue tediosa. Nadie que analizara los lanzamientos e hiciera descubrimientos entre los saldos,
no hubo más humor. Se quedaron en Barranquilla.
Seguimos hablando por teléfono y siempre llamaba o me contestaba aclarando que la
parca aún no llegaba. Muerto de risa pasaba a otros temas. La publicación de su novela aún
inédita, Dante sin nombre, le causaba tormento. La rehacía a pesar de que sus ojos le ponían
trabas.
Él vivía preocupado pensando si sería leído después de que la parca lo hubiera visitado.
Un día nos pusimos a hablar de Deborah Kruel y sus intentos por ser adaptada al cine y la
televisión. Le decía que si la gente la viera, saldrían como locos a comprar sus libros. Le
propuse que me cediera los derechos. La adaptaría como miniserie de diez episodios y le
planteaba que la trama de los alemanes fuera paralela a la de Santa Marta: “Niño, cómo
no se me ocurrió eso”. De resto, salvo ajustes que acordamos, respetaría la obra original. Él
estuvo de acuerdo, pero me dijo que acababa de dejar los derechos literarios de su obra a la
Universidad del Norte. Que debería ver cómo solucionar eso. Quedamos en vernos, pero
llegó la pandemia y aplazamos el encuentro para cuando estuviéramos vacunados. De ahí
en adelante, cada semana cuando me llamaba, no hablaba más de la parca, sino que tomaba
el pelo, hablando con ilusión de la serie: “Pronto. ¿Estoy comunicado con el productor de
la serie Deborah Kruel? Es todo un éxito, me dicen”.
Mientras diseñaba con una socia la serie, le hacía preguntas sobre sus obsesiones de
niño. Estábamos hablando de la Segunda Guerra Mundial, él, más especialista en la Guerra
Civil española, y yo de la Gran Guerra. En ese momento él insistió en que Cunninghame
Graham pudo ser un espía al servicio de la Reina. El viajero y autor escocés, y cuyo relato
“Animula Vagula” hizo parte de la revista Voces, que Bacca ayudó a rescatar, se nos volvió
una figura interesante. Planeamos junto a Ramón Illán escribir un texto donde develaríamos
pruebas, ficticias claro está, de que el paso de Graham por Colombia se hizo para ayudar al
Reino Unido durante la Primera Guerra Mundial. Comenzamos a hipotetizar opciones y
sumamos el hundimiento del crucero alemán Prinz August Wilhelm (1918, Puerto Colom-
bia) del que responsabilizaríamos a Cunninghame. Íbamos a incluirnos como personajes y
sumar a amigos como Samuel Whelpley, quien sería un espía contemporáneo. Comenza-
mos a investigar y le envié tres posibles historias para desarrollar. No sé si alcanzó a leer ese
correo. A los pocos días, Viviana, la codirectora del documental llamó a informarme que
Ramón había sido visitado por su querida parca.
HUELLAS
182
Aún no he podido releerlo. Leí todos los textos que encontré publicados en su honor, se
queda uno corto para explicarse cómo puede haber tanta gente hablando bien de alguien,
sobre todo que lo venían haciendo cuando estaba vivo. Escribir esto en pasado duele. Extra-
ño escuchar sus eternas quejas, compartir nuestros temores sobre el futuro político del país,
presentarnos a un nuevo autor, y en especial soñar con que lleguen esos lectores que eran
una de las razones de su vida.
¿Creen ustedes que Ramón Illán Bacca vivió una vida sin épica?
Ficha técnica
HUELLAS
183
Misceláneos
Con muy pocas personas he podido conversar de libros y literatura con la felicidad y el
gozo con los que pude hacerlo con Ramón Bacca. La siguiente entrevista es mi manera de de-
cirle: “Gracias, Ramón, fue un gran gusto conversar contigo”. Fue transmitida en 400 voces,
programa de entrevistas de la Emisora Uninorte, en agosto de 2016.
HUELLAS
184
Leopoldo Gómez-Ramírez (LGR): Estamos con el profesor Ramón Illán Bacca, quien
no necesita presentación para el público de la costa colombiana. Profesor, muchas gracias
por tomarse el tiempo para esta entrevista. ¿Cómo está usted?
Ramón Illán Bacca (RIB): Me siento muy honrado de esta invitación, estoy a tu dispo-
sición.
LGR: Profesor, estoy leyendo aquí, en la solapa del libro del que ahorita vamos a hablar
un poquito más —que es Deborah Kruel— que usted fue seminarista, estudió derecho y
después se convirtió en escritor. ¿Cómo fue eso?
RIB: ¿Todo eso dice la solapa? Llegó un momento en que tuve que decidir, ya como
abogado, si eso me llenaba o me llenaba más la escritura: y decidí elegir la pobreza y me
definí por la escritura. La verdad es que es una actividad que, en ciertas partes más, es más
un apostolado que otra cosa, porque realmente recompensa material no hay.
LGR: Esto quizá tiene que ver con otra cuestión: la posible dificultad de contar historias
localmente. ¿Es difícil contar historias aquí?
RIB: No sé qué tan actualizadas están las estadísticas, pero se dice que el 60 % de los
lectores en Colombia se encuentran en Bogotá, y que un 30 % en Medellín, y que Barran-
quilla ocupa un lugar muy discreto, un 5 %, 6 %. En realidad, es una estadística que corres-
ponde a que la inmensa mayoría de los colombianos, según los datos, apenas lee un libro y
medio por año.
LGR: Profesor, pasando ahora al libro Deborah Kruel, que es del que más quiero hablar
en esta entrevista con usted, cuéntenos un poco acerca de esta novela. Por cierto, le aclaro
al público: es Deborah Kruel con “K”.
RIB: Se trata de una espía nazi en Santa Marta, samaria, además. Cuando uno se imagi-
na una novela, y esta fue mi primera novela, la atmosfera que yo recordaba de mi niñez era
la de la guerra. Aquí en la costa colombiana sí se sintió un poco la guerra, había dirigibles
que volaban sobre la bahía de Santa Marta, que venían del Canal de Panamá y llegaban
hasta el cabo de la Vela buscando la sombra de los submarinos nazis para bombardearlos;
HUELLAS
185
además, hubo alguna batalla de submarinos en la bahía de Riohacha, que está bien memo-
rizada por algunos periódicos.
Además de eso, había en ese entonces una señora, una joven que, a diferencia del resto
de las muchachas que no se asoleaban, porque ser blanca y ser pálida era un valor, ¿no?
“Ser pálida y ser triste, lo demás no importa” decía el poeta. Sin embargo, esta señorita salía
como a mediodía a la playa, se tostaba prácticamente, pasaba por el frente del palacio epis-
copal ante el horror de toda la gente. Le pusieron varios apodos, entre ellos “brudugudura”,
me acuerdo porque era una pomada para la piel; y esta señora, naturalmente, era el escán-
dalo andante. Pero, ya cuando redacté la novela, me di cuenta de que eso no bastaba: había
que acompañarla con algo que realmente interesaba bastante; entonces, dije: pues hay que
volverla espía nazi. Así fue como nació de estos elementos, o empezó la novela. Después,
durante mucho tiempo me la pasé hablando de que escribir la novela era un buen pretexto
para tomar cerveza, hasta que alguien me dijo: “Tú no vas a escribir Deborah Kruel, lo tuyo
va a ser la Improbable Deborah”, y eso me vulneró. Entonces, en tres meses escribí la novela
y salió realmente muy fluida. La escribí con cierta dificultad porque estaba en un aparta-
mento de una calle supremamente bulliciosa, tenía que esperar que fuera muy de noche y
ponerme a escribir hasta casi la madrugada. Así logré terminarla, hace mucho tiempo, en
1987. Después participé en un concurso y gané una mención. Realmente estoy muy conten-
to con ella, porque a diferencia de los otros libros de ese bendito concurso la que ha tenido
tres ediciones ha sido Deborah Kruel.
LGR: Profesor, precisamente estoy leyendo en la solapa del libro que en una entrevista
que dio para Marcos Fabián Herrera, usted comenta que, en ese momento, cuando escribió
la novela: “La peste del ‘macondismo’ se había desatado, y yo, sin embargo, y al margen de
esa tendencia, escribía sobre un espionaje en Santa Marta y su vida en un Berlín inventado
por mí”. Esto me lleva a la pregunta que creo que a cualquier escritor colombiano le tengo
que hacer: ¿García Márquez ha sido, por un lado, una bendición, pero por otro, me da la
impresión (que ha sido) una lápida para el resto de los escritores colombianos?
RIB: Yo no pondría esa palabra tan fuerte como lápida. Digamos que al público lector
no le interesó otras lecturas durante, por lo menos, veinte años. Entonces, durante mucho
tiempo los escritores colombianos imitaron a García Márquez. Se desató lo que se llamó la
fiebre del macondismo en todo el mundo; gente milagrosa, cosas fantásticas dentro de la no-
vela. Yo, precisamente, tenía conciencia de que soy de la misma región de García Márquez:
él nació en Aracataca, yo, en Santa Marta. La zona bananera, pues, es un medio común que
tuvimos en nuestra infancia. La matanza de las bananeras fue un referente cotidiano y co-
mún para ambos… Así que, de todos modos, ¿cómo diferenciarme? Empecé a escribir sobre
una espía nazi, en parte por lo que ya dije, por lo que pensaba hacer con esta señora y con
este medio; y en parte para hablar de un Berlín que solamente conocía a base de lecturas y
de algunas conversaciones de sobremesa; riquísimas e importantísimas conversaciones de
sobremesa que ya no se emplean casi, que ya se han acabado y que, sin embargo, durante mi
infancia fueron una fuente de información inmejorable.
Entonces comenzaba y decidí escribir esta novela. Claro que al terminarla lo primero
que hicieron los críticos fue decir: “Un discípulo de García Márquez ha escrito una novela
de García Márquez” y no había forma de salvarse. Posteriormente, en los ochenta casi no-
venta y tantos, hubo una editorial que publicó cincuenta novelas de autores a quienes el
tsunami de García Márquez se había tragado. Yo publiqué una pequeña novela de la cual
HUELLAS
186
no estoy muy contento, que se llama La mujer del defenestrado. De todos modos, queríamos
mostrar que también habíamos producido, que también existíamos. Pero, indudablemente,
García Márquez es, junto con Cervantes, la más alta expresión que ha dado la lengua espa-
ñola, sobre eso no hay forma de engañarse.
LGR: Fíjese que allí yo pienso, aunque no soy historiador de literatura, que ya había un
antecedente, que de alguna forma se parece al macondismo, que había sido Juan Rulfo, que
tiene cierto parecido con el realismo mágico, pero fue anterior a García Márquez.
RIB: Sí, claro que sí. También Miguel Ángel Asturias tiene algo de eso, creo yo. Pero no
nos metamos en esas honduras, que nos ahogamos.
LGR: Por cierto, Miguel Ángel Asturias, probablemente uno de mis escritores favoritos
de todos los tiempos, tiene El señor Presidente, que me parece una obra genial.
Profesor, otro libro de usted, con respecto al cual quiero hablar: Maracas en la ópera. Sé
que narra la historia de Villa Bratislava, que fue una “casa de citas” de principios de siglo.
¿Qué nos puede comentar de esta novela?
HUELLAS
187
Ramón Illán Bacca y Leopoldo Gómez-Ramírez durante la grabación de esta entrevista, 2016
HUELLAS
188
LGR: De hecho, este fin de semana, del 24 al 27 de agosto de 2016, habrá un evento en
Cartagena, y hay varios estudios acerca de Maracas en la ópera.
RIB: Hay varias ponencias acerca de Maracas en la ópera, las tres que hay están dedica-
das a esta novela. Es definitivamente la novela más estudiada de las mías.
LGR: Profesor, antes de pasar al otro libro del cual quiero hablar, que es este libro de
cuentos editado por la Universidad del Norte, Cómo llegar a ser japonés, permítame hacerle
una pregunta un tanto fuera del guion, que ya sé una pregunta muy difícil para un escritor:
¿cuál sería para usted el libro que más lo ha llenado de los que ha escrito?
RIB: Indudablemente, Maracas en la ópera, yo diría que es con el que más he mostra-
do la cara, me gusta mucho. Pero yo diría, también, que El espía inglés, que es un libro de
cuentos, es un libro que me tiene muy gratificado. En realidad, de los cuentos que aparecen
en Cómo llegar a ser japonés y en El espía inglés hay muchos que son los mismos. Pero, de-
finitivamente, hay alguna gente que me dice –bueno, uno nunca sabe cómo complacer a la
gente–: “Tú eres mejor cuentista que novelista”, y otros me dicen: “No, tú eres mejor cronis-
ta que cuentista”, y otros me dicen: “Tú eres mejor articulista que cronista y que cuentista”.
Yo no sé a quién complacer, pero me dedico a todos esos géneros.
LGR: ¿Nunca le han dicho que usted es mejor abogado que escritor?
RIB: No, no, no, eso no, pero sí me han dicho que soy mejor conversador que cualquier
otra cosa.
LGR: Ese es un buen cumplido. Pasando a Cómo llegar a ser japonés, un título intere-
sante. ¿Cómo llega uno a ser japonés?
RIB: Hay un video que hicieron aquí los muchachos de Comunicaciones, no sé qué
tanto agarraron la idea de mi historia. De todos modos, ya está, por lo menos, en imágenes,
en video. En realidad, se trata de alguien que está en la atmosfera esa del narcotráfico que
se dio aquí en forma eminente, y él decide poner un muro frente al mundo: se viste como
japonés, tras aprender japonés, quiere separarse de ese mundo. No lo logra, por supuesto,
pero, allí está el intento de correr, de evadirse; una cosa que, a veces, todos queremos en un
momento dado.
LGR: ¿Qué otros cuentos están en esta compilación editada por la Universidad, Cómo
llegar a ser japonés?
RIB: Por ejemplo, está “Marihuana para Göering” que ha sido traducido a muchos
idiomas y que, además, es un cuento que se desarrolla en 1961, cuando todavía el cultivo
de la mariguana podía un juez detenerlo y erradicarlo, después, cuando se volvió un cultivo
de exportación, imposible… Lo mataban [al juez]. De todos modos, es una especie de… El
muchacho lleno de ilusiones y con el afán de justicia que se enfrenta a lo que va a ser el gran
monstruo que va a emerger, es más o menos lo que intento hacer allí. Creo que lo logré en
cierta forma, porque después pasó a ser teatro y llegó, inclusive, en los años ochenta a ser
HUELLAS
189
teatro callejero en Bogotá, por ejemplo, lo presentaron muchas veces, en todas partes. En
ese sentido, caminó con mucha fortuna.
El otro cuento que también ha terminado con bastante fortuna es “Si no fuera por la
zona caramba”, en donde se cuenta la fiesta que dieron los ricos bananeros a Cortés Vargas
un mes después de la matanza de las bananeras. Es un cuento bastante complejo. Alguna
vez alguien me escribió diciendo que ese cuento no le gustaba para nada. Entonces, yo le
contesté que sí, que yo estaba de acuerdo, que tenía muchos defectos, pero que había sido
traducido al eslovaco, había sido traducido al árabe, había sido traducido al italiano. Enton-
ces, nosotros dos, ¿qué podíamos hacer frente a tanta gente a quien sí le había gustado el
cuento?
LGR: Y por qué le dijo que no le había gustado el cuento. ¿Fue una cuestión política?
RIB: Es posible.
LGR: Esta matanza que todavía sigue siendo algo de lo que no se habla…
RIB: Sí se habla ya bastante, porque García Márquez la metió en Cien años de soledad.
De allí en adelante volvió otra vez a preguntarse, ponerse sobre el tapete de la historia.
Además, sobre esa historia se escribieron varias novelas después, por ejemplo, la de Cepeda
Samudio es muy conocida, La casa grande; y está una de Auqué Lara, y otros. En este ins-
tante la memoria no me da para todos.
LGR: Profesor, yo sé que usted también ha hecho bastante periodismo cultural. Usted
ganó en 2004 el premio “Simón Bolívar” de periodismo cultural. Sé que, por ejemplo, en
una reciente edición de la revista Huellas escribió sobre Silva. Me gustaría que usted co-
mentara acerca de esta labor en el periodismo cultural.
RIB: Realmente, yo estoy publicando columnas periodísticas desde hace alrededor de
treinta años. No escribo ni sobre política, ni sobre deportes, ni sobre civismo. ¿Qué queda?
Pues la cultura. Generalmente, me dedico a hablar un poco sobre la escasa vida cultural
en Barranquilla que, sin embargo, últimamente, diría que se ha enriquecido un poco con
el Carnaval de las Artes, con el Barranquijazz, con dos o tres cosas que han llegado. Sin
embargo, en este momento hay que estar muy pendientes de ciertas cosas, como el cierre
del Teatro Municipal, no vaya a ser que se merme mucho ese pequeño mundo cultural que
en una ciudad como Barranquilla, de un millón largo de habitantes, pues necesita que se
muestre. Es una cosa que hay que seguir impulsando y seguir hablando sobre las pequeñas
o grandes cosas que se dan, pero hay que mostrar y que el gran público se entere.
LGR: Profesor, y sobre este escrito para la revista Huellas sobre Silva. ¿Nos pudiera
hablar de él?
RIB: Silva ha sido considerado como el mejor poeta de Colombia. Se hizo una especie
de encuesta; pero estamos hablando de 1996, que fue la última que yo conozco. Entonces,
salió entre los entendidos como mejor poeta Silva, como el mejor poema el Nocturno; o
sea, ganó por todos lados. Es una figura bastante trágica, se suicidó muy joven, a los 31 años.
Entonces, es un referente siempre interesante cuando se habla de la literatura colombiana.
Yo creo que es, con García Márquez, de lo mejor que podemos mostrar. Y, entonces, donde
hay más biografías ha sido sobre Silva: hay por lo menos tres o cuatro biografías noveladas,
una de Fernando Vallejo, otra de Santos Molano; o sea que es una figura bastante estudiada,
es de las más estudiadas, diríamos de las pocas estudiadas.
HUELLAS
190
LGR: Profesor, para terminar esta entrevista, ¿ha valido la pena escoger el camino de la
pobreza?
RIB: Eso depende del día en que amanezcas, hay días que amaneces supremamente
contento de todo lo que ha pasado, y hay otros días en que aparecen nubes, nubarrones,
sobre todo cuando el tendero de la esquina te está llamando por teléfono para que pagues,
ese día hasta te preguntas: “¿Pero, por qué? ¿Qué pasó? ¿Por qué elegí?”.
LGR: Quizás porque soy un escritor frustrado, nunca escribí (quería escribir), pienso
que tiene otro tipo de recompensas, también que vale mucho la pena, ¿no?
RIB: Sí, definitivamente. A veces me pregunto por las ediciones de los libros en Colom-
bia, por ejemplo, yo encuentro que, pasado el tiempo, determinados autores desaparecen,
es difícil ya encontrar esos libros, ¿no? Es una de esas cosas que uno se pregunta; pero, aquí
en Barranquilla encontrar de pronto algunos autores que por alguna razón no han sido de
ediciones muy grandes, ya se vuelve entonces una especie de libro que hay que tener porque
va a desaparecer. Por eso es que le estoy diciendo a toda la gente que me compre mi último
libro.
LGR: Muy recomendado: Deborah Kruel, con “K”, que era una espía nazi, basado en
esta mujer, ¿cómo me dijo que le decían, “Diablito Tostado” [risas del autor]? Usted me dijo
por allí, que esta mujer revolucionaria, que cambiaba las cosas (voy de acuerdo con ella, por
cierto), que no tenía esta idea que ser blanca, ¿cómo me dijo?, “ser blanca y triste”. No, ella
sí salía y se bronceaba…
RIB: Efectivamente, ella era una contestaria.
LGR: Hágame un favor, para terminar la entrevista escuchando una o dos canciones
que usted quisiera, que son, digamos, las que más le inspiran para escribir: ¿cuáles escogería?
RIB: ¿Populares?
HUELLAS
191
me encanta. Yo soy muy de la música mexicana, nos marcó mucho. Indudablemente noso-
tros somos en parte hijos de esa música. Ahora no tanto, pero en un momento dado, eso era
lo que nosotros oíamos con mucha frecuencia.
LGR: ¿Estaría usted de acuerdo si terminamos este programa escuchando “La cama de
piedra”? Por cierto, esta nueva versión bonita, con Lila Downs.
RIB: Perfecto.
LGR: Profesor, antes de terminar, muchísimas gracias, para mí, de verdad, ha sido un
verdadero placer, no sólo hacer la entrevista, sino platicar con usted, ya varias veces en la
Universidad, tomarnos un café, muchas gracias por su libro, por la dedicatoria. ¿Hay algo
más que usted guste agregar?
RIB: No, porque esto ha sido un verdadero honor para mí.
HUELLAS
192
HUELLAS
193
HUELLAS
194
EPÍLOGO
S
i fuese la detective de una trillada película o novela policiaca encontraría que todos los
testigos de la vida y obra de Ramón Illán Bacca concuerdan en sus versiones. No hay
contradicciones. En los numerosos meses que duró esta investigación y levantamiento
editorial, los testimonios confluyeron y crearon una visión general de nuestro querido
y recién partido escritor caribeño: el Ramón de las películas clásicas, el Ramón melómano,
el Ramón de las caminatas por Barranquilla en busca de la energía vital de la ciudad, el Ra-
món de los restaurantes vegetarianos y la conversación de sobremesa; el Ramón orientalista,
el Ramón, sobre todo, de las tertulias; el Ramón promotor de los escritores principiantes por
los que nadie apostaba un centavo. En especial, el Ramón de y para los amigos. Conclusión:
Ramón Illán Bacca vivió de manera coherente, fiel a sí mismo.
El volumen exorbitante de este número monográfico no se debe exclusivamente a
la relevancia y calidad literaria de su obra, las cuales están por fuera de toda discusión; tam-
bién se desprende de la amistad. Cada traductor, escritor, poeta, artista gráfico, ensayista,
realizador audiovisual, curador de música, entrevistador de esta edición había construido un
vínculo especial con Ramón. La amistad, entonces, el amor incondicional que se mueve de-
trás de esta fue la semilla generosa que dio origen a este número 109 de Huellas, el cual fue
tomando forma y creciendo prodigiosamente como si se tratase de las habichuelas mágicas
del tradicional cuento inglés, convertido en mito universal.
Entre sus numerosos amigos, quiero agradecer en particular el aporte de Samuel Whel-
pley y Julio Olaciregui a este proceso editorial. Gracias por sus lecturas, textos, recomenda-
ciones y genuino interés por hacer realidad este proyecto de publicación.
Alejándome de la común humildad e invisibilidad que acostumbramos los editores,
confieso en esta ocasión mi deseo de que este número de la revista llegue a muchxs, pro-
mueva la lectura de un escritor genial de nuestra región y se convierta, ¿por qué no?, en re-
ferencia obligada para todxs los que quieran conocer las múltiples facetas de nuestro querido
Ramón Illán Bacca, el viejito que estaba en todo.
Farides Lugo
HUELLAS
195
webgrafía
https://www.comics.org/issue/13971/
https://pixabay.com/es/vectors/ni%c3%b1a-cl%c3%a1sico-piano-dibujo-jugar-4396853/
https://www.20minutos.es/cinemania/series/anna-may-wong-hollywood-ryan-mur-
phy-150513/
https://pixabay.com/es/illustrations/blanco-y-azul-de-china-taza-platillo-4051707/
https://www.flickr.com/photos/likeabalalaika/4085940655
http://dfabula.blogspot.com/2014/10/don-juan-manuel-y-el-conde-lucanor.html
https://pixabay.com/es/vectors/bosque-cuervo-silueta-%c3%a1rboles-5081281/
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Bulgakov_Museum_33.JPG
https://www.eltiempo.com/cultura/musica-y-libros/libreria-nacional-celebra-80-anos-for-
mando-lectores-620599
https://www.pexels.com/es-es/foto/pan-comida-de-madera-baguete-7629987/
https://www.laplenacaribe.com/la-masacre-de-las-bananeras-la-historia-que-nadie-cuenta/
https://pixabay.com/es/illustrations/flores-orqu%C3%ADdeas-ex%C3%B3tico-tropi-
cal-4553080/
https://pixabay.com/es/vectors/lagartos-geco-iguana-antiguo-152684/
https://pixabay.com/es/illustrations/geco-fotprint-anfibios-iguana-6300087/
HUELLAS
196
HUELLAS
197
Colaboradores
HUELLAS
198
Peter Schultze-Kraft Pablo Montoya
(Desde la Selva Negra, Alemania) (Desde El Retiro, Antioquia)
HUELLAS
199
John Templanza Better Kirvin Larios
(desde Barranquilla) (desde Barranquilla)
Crédito: Carlos Capella, Natalia Pérez
Escritor y periodista. Es autor del libro de
y Planeta Arte & Diseño
relatos Por eso yo me quedo en mi casa (Des-
tiempo Libros, 2018). Sus poemas han sido pu-
Autor del poemario China White (Sali-
blicados en las antologías Nuevo sentimentario
da de Emergencia, 2006); del libro de cró-
(Luna Libros, 2019) y Como la flor. Voces de
nicas y relatos Locas de felicidad (La Iguana
la poesía cuir colombiana contemporánea (Edi-
Ciega, 2009); y de la novela A la cas/za del
torial Planeta, 2021). Ha publicado crónicas,
chico espantapájaros (Emecé, 2017). Tam-
reseñas y columnas en las revistas El Malpen-
bién publicó 16 Atmósferas enrarecidas, li-
sante, Arcadia, Sombralarga, Contexto y en el
bro de relatos ganador del Premio Nacional
dossier “Diario de la pandemia” de la Revista
de Cuento Jorge Gaitán Durán; Limbo (Seix
de la Universidad de México. Fue jurado del
Barral, 2020), Fantasmata (Lugar común,
concurso Historias en los tiempos de la cuaren-
2020) y Pájaros del verano (Mackandal,
tena organizado por la Fundación Gabo. Ha
2021). Textos suyos han sido traducidos al
participado en ferias del libro en Barranqui-
inglés e italiano. Como periodista ha traba-
lla, Bogotá y Bucaramanga. Desde octubre de
jado en prensa y televisión; y ha colaborado
2019 hasta febrero de 2021 estuvo a cargo de la
con medios impresos y digitales dentro y fue-
página cultural del diario El Heraldo.
ra de Colombia: El Tiempo, El Espectador,
El Heraldo, El Malpensante, Soho, Arcadia,
Semana, Diners, Corónica, Carrusel, Página
12 (Argentina), Latin American World To-
day (EE. UU.), Literature World Today (EE.
UU.), entre otros.
HUELLAS
200
Samuel Whelpley Cinthya Espitia
(desde Barranquilla) (desde Barranquilla)
www.eldiabloviejo.com
HUELLAS
201
Andrés Contreras Luz Mery Fontalvo
(Desde Barranquilla) (Desde Barranquilla)
HUELLAS
202
Andrea Juliana Enciso Zoila Sotomayor
(Desde Barranquilla) (desde Barranquilla)
HUELLAS
203
Antonio Silvera Arenas Julio Olaciregui
(desde Barranquilla) (desde Barranquilla)
HUELLAS
204
Sara Martínez Vega Ariel Castillo Mier
(Desde París, Francia) (Desde Barranquilla)
HUELLAS
205
Orlando Araújo Vladimir Daza
(Desde Barranquilla) (Desde Manizales)
HUELLAS
206
Rubén Maldonado Orlando Mejía Rivera
(Desde Barranquilla) (desde Manizales)
Filósofo, Universidad Nacional, Bogo- Escritor. Médico. Especialista en
tá, 1984. Doctor en Filosofía, Universidad Medicina Interna. Especialista en lite-
Javeriana, Bogotá, 2005. Docente del De- ratura hispanoamericana. Magister en
partamento de Filosofía y Humanidades de filosofía con énfasis en epistemología.
la Universidad del Norte durante 22 años. Historiador de la medicina. Profesor ti-
Autor de los libros: Qué es y para qué sirve tular de Bioética, Humanidades Médicas
la filosofía, Absurdo y rebelión. Una lectura y Medicina Interna en el Programa de
de la contemporaneidad en la obra de Albert Medicina de la Universidad de Caldas.
Camus, El silencio y la palabra. Dos inter- Ha publicado veintinueve libros en las
locutores para un diálogo sobre lo real. Sus áreas de novela, cuento, minicuento, en-
áreas de interés son: filosofía moderna, ética sayo científico, ensayo literario, ensayo
y filosofía política; filosofía y literatura. Par de divulgación científica, ensayo epis-
evaluador de la revista Ideas y valores de la temológico, historia de la medicina y
Universidad Nacional, Bogotá. poesía. Ganador del Premio Nacional de
Cultura en la modalidad de novela del
Ministerio de Cultura (1998), con Pen-
samientos de guerra. Ganador del Premio
Nacional de Ensayo literario ciudad de
Bogotá (1999), con De clones, ciborgs y
sirenas. Finalista del Premio Nacional
de Novela Publicada (2020), del Minis-
terio de Cultura, con su obra El médico
de Pérgamo. Tercer puesto del Segundo
Concurso Nacional de minicuento Luis
Vidales (2011), con “El retrato”. Gana-
dor del Premio Nacional de Minificcio-
nes (2021) de Cuadernos negros y El
Espectador con “Diccionario del amné-
sico”. Textos suyos han sido traducidos
al alemán, italiano, francés, húngaro y
bengalí.
HUELLAS
207
Jorge Villalón Donoso Miguel Iriarte
(desde Barranquilla) (desde Salgar, Atlántico)
HUELLAS
208
José Manuel Camacho Delgado Josef Amón Mitrani
(desde Sevilla, España) (desde Madrid, España)
http://josefamonmitrani.blogspot.com
https://www.josefamonmitrani.com/
HUELLAS
209
Patricia Iriarte Edgar López
(desde Sincelejo) (desde Bogotá)
Comunicadora Social y Magister en Es- El primer libro que recuerda haber leído
tudios del Caribe. Sus intereses y vocaciones es La hija del Capitán, de Aleksander Push-
la han llevado a incursionar en la literatura, kin. Se rebeló ante la lectura en el colegio,
la investigación, la museografía y la gestión por obligatoria y gracias a José Eustasio Ri-
cultural. Se ha desempeñado como docen- vera y a Horacio Quiroga se reconcilió con
te de la Universidad del Atlántico, geren- la literatura. Encontró en un mesón de des-
te del Fondo Mixto de Cultura de Sucre y cuentos a Maracas en la ópera y el resto se
editora de un importante número de libros hizo película. Es guionista de la productora
para diversas entidades públicas y privadas. audiovisual Armadillo Rodante. Está prepa-
Actualmente dirige la Fundación IriArtes. rando la publicación de la novela Las de la
Publicaciones en poesía: Mal de amores biblioteca y de un álbum ilustrado El pez
(1992), Territorio de delirio (1998), Libro de ahogado, junto a Laura Moreno B.
viaje (2008) y Los cuartos de la casa (2017).
En periodismo se destacan Manual para cu-
brir la guerra y la paz (1999) y Totó, nuestra
diva descalza (2004 y 2011), mientras que en
investigación figura Los usos del audiovisual
en el Caribe colombiano (2011). Sus poe-
mas integran varias antologías nacionales e
internacionales, entre ellas Como llama que
se eleva y Queda la palabra yo, así como en
revistas literarias y publicaciones virtuales de
Colombia y el exterior.
HUELLAS
210
Leopoldo Gómez-Ramírez
(desde Barranquilla)
HUELLAS
211
HUELLAS
Revista de la Universidad del Norte
ISSN 0120-2537
Barranquilla, Colombia
© Universidad del Norte, 2022
Directora
Farides Lugo Zuleta
Coordinador editorial
Fabián Buelvas
Comité editorial
Adolfo Meisel Roca
Adriana Maestre Díaz
Carlos Pereira
Fabio Rodríguez Amaya
Giselle Massard Lozano
Joachim Hahn Von Hessberg
Julio Olaciregui
María Margarita Mendoza
Samuel Whelpley
Sergio Álvarez Uribe
Toni Celia Maestre
Una realización de
Editorial Universidad del Norte
Ilustración de portada:
Retrato de las máscaras de Ramón Illán Bacca,
ilustración digital, diciembre de 2021
Obra de la artista Laura Viviana Ortiz
Diseño gráfico
Geraldín Acevedo España
Encuéntranos en
https://www.uninorte.edu.co/en/web/centro-cultural-cayena